CAPÍTULO 16


b) La realización de las plagas de las copas (16,1-21)

El séptimo toque de trompeta, con el que había de comenzar el último «ay» (11,14) y ser «consumado el misterio de Dios» (cf. comentario a 10,6s), ha tenido ya lugar (11,15); sin embargo, no se ha dicho nada de los acontecimientos que con ello se pondrían en marcha. Ha seguido inmediatamente una mirada provisional al último fin de la creación como ya alcanzado (11,19), la cual da gracias en un himno al Todopoderoso por la salvación consumada en el reino de Dios consumado. Al final ha vuelto de nuevo la exposición a la realidad del mundo pasajero, insinuando, por lo menos simbólicamente (11, 19b), las catástrofes pendientes que había anunciado el último toque de trompeta. Allí empalma la serie de cuadros que ahora comienza y que reanuda la descripción del último «ay»; las diferentes exposiciones desarrollan el curso de la historia final hasta antes del fin último contemplado ya anticipadamente (11,15-19a).

En la forma de la exposición sigue el hagiógrafo su misma táctica; como de la apertura de los siete sellos surgió el nuevo septenario de las plagas de las trompetas, así de la visión de las siete trompetas surge el tercer grupo septenario de las visiones de las copas. Las visiones de las copas van completamente paralelas a las de las trompetas en cuanto a su desarrollo y a su contenido, como también unas y otras siguen muy de cerca el modelo bíblico, la descripción de las plagas de Egipto (cf. comentario a 8,7-12); sólo en cuanto al contenido y a la gravedad están éstas intensificadas hasta el extremo, como corresponde a la proximidad del fin del mundo.

1 Y oí una gran voz procedente del santuario, que decía a los siete ángeles: «Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.»

Dios mismo («una gran voz procedente del santuario») da la orden de vaciar las copas; así la palabra misma del Creador inaugura el proceso final para la transformación de su creación, de su forma pasajera a su forma perfecta y definitiva.

2 Fue el primero y derramó su copa sobre la tierra. Y sobrevino una úlcera maligna y dolorosa a los hombres que tenían la marca de la bestia y que adoraban su imagen. 3 El segundo derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió en sangre como de muerto, y todo ser vivo que había en el mar murió. 4 El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre.

Las cuatro primeras plagas de las copas afectan, como las correspondientes plagas de las trompetas, a la tierra, al mar, al agua dulce y al sol.

De la primera plaga se dice que sólo afecta a aquellas personas cuya corrupción interior se manifiesta ahora también al exterior en úlceras malignas. La segunda cambia toda el agua del mar en sangre, concretamente en sangre de cadáveres en putrefacción, que hiere mortalmente toda vida en el mar. La tercera corrompe el agua dulce, transformándola en sangre; el que no quiera morir de sed, tiene que beberla.

5 Y oí al ángel de las aguas que decía: «Justo eres, el que es y el que era, el santo, por haber hecho así justicia. 6 Porque derramaron sangre de santos y de profetas, sangre les has dado a beber. Bien se lo merecen.» 7 Y oí al altar que decía: «Así es, Señor, Dios todopoderoso. Verdaderos y justos son tus juicios.»

Dos oraciones, a modo de responsorio, reconocen la justicia de estos juicios de Dios. Incluso el ángel al que se había confiado el cuidado del agua (cf. comentario a 7,1) no puede menos de reconocer que está justificada la perturbación de su elemento. Como anteriormente en 11,17, también aquí falta el tercer miembro de la fórmula con que se designa a Dios («el que ha de venir»), dada la inminencia de su venida. Los adeptos de la bestia han hecho la guerra a los «santos» (cf. 13,7) y a los «profetas» (cf. 11,7) y les han dado muerte; si ellos mismos tienen ahora que beber sangre, es éste el castigo debido a los homicidas.

Esta forma drástica de expresión, conforme al modo de hablar apocalíptico, debe naturalmente entenderse sólo en sentido figurado, y en sentido propio sólo quiere decir que en el juicio de Dios vige la norma de la estricta justicia. Del altar, al pie del cual las almas de los mártires habían implorado justicia (d. 6,9s), viene como un eco la confirmación de las palabras del ángel.

8 El cuarto derramó su copa sobre el sol, y le fue concedido abrasar a los hombres con fuego. 9 Y fueron abrasados los hombres con fuego intenso. Y blasfemaron del nombre de Dios, que tiene potestad sobre estas plagas; pero no se convirtieron para darle gloria.

La cuarta copa es derramada sobre el sol; su contenido causa, como aceite que se derrama sobre el fuego, no la disminución de su claridad, como en la correspondiente plaga de las trompetas, sino una intensificación de su calor, como fuego que todo lo abrasa. En este ultimo tiempo, los castigos de Dios no mueven ya, como antes (cf. 11,13), a los hombres a penitencia y conversión; de los labios de los empedernidos en el mal, que seguramente saben quién les envía estos correctivos y por qué lo hace, sólo salen ya blasfemias y maldiciones.

10 El quinto derramó su copa sobre el trono de la bestia, y su reino se cubrió de tinieblas, y las gentes se mordían las lenguas de dolor. 11 Y blasfemaron del Dios del cielo, a causa de sus dolores y de sus úlceras; pero no se convirtieron de sus obras.

El quinto ángel derrama su copa sobre el trono de la bestia; el poder del mundo, que está al servicio de Satán, experimenta por primera vez cómo se han puesto limites a su violencia, pese a toda sagaz reflexión, a todo planeamiento consecuente y a todas sus amplias disposiciones. Su resplandor, manifestado como obvio y natural, se extingue; los hombres se sienten repentinamente inseguros al nublarse aquello en que habían puesto toda su fe y en que estribaba su esperanza; a ello se añaden como una plaga dolores físicos insoportables. Las insinuaciones son demasiado concisas para que se pueda deducir de ellas algo un tanto concreto. Probablemente no es posible utilizar para su inteligencia los detalles de la correspondiente plaga de las trompetas, ampliamente desarrollada (9,1-11). El empleo de correctivos más fuertes no da lugar a la conversión, sino que incrementa, con furor encarnizado, la rebelión contra Dios. El Dios que había sido declarado depuesto y «muerto» vuelve a aparecer de repente y es culpable de todo.

12 El sexto derramó su copa sobre el gran río Eufrates, y su agua se secó, de modo que el camino de los reyes que vienen de Oriente quedó libre. 13 Y vi salir de la boca del dragón, de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta tres espíritus inmundos como sapos. 14 Son espíritus demoníacos que obran señales y acuden a los reyes de la tierra entera para congregarlos para la batalla del gran día del Dios todopoderoso. 15 Mirad que voy como un ladrón. Bienaventurado el que está velando sin quitarse los vestidos, para que no tenga que andar desnudo y vean sus vergüenzas. 16 Y los congregó en el lugar que en hebreo se llama Harmaguedón.

La plaga de la sexta copa está descrita más por extenso. La precedente afectaba al titular, mientras que esta otra se refiere a los aliados e instrumentos, del poder mundano, que está al servicio de Satán.

Con el desecamiento del río Eufrates (cf. Is 11,15; Jer 51,36) se suprime la barrera que hasta ahora representaba un obstáculo para la reunión del entero contingente de poder del Anticristo. Los poderosos del mundo, que se habían puesto al servicio de la trinidad satánica (cf. comentario a 13,11), creen que ha llegado la ocasión propicia para dar ahora juntos el golpe de muerte definitivo a la Iglesia de Cristo en la tierra. La triga satánica redobla su propaganda a este objeto; se enganchan tres propagandistas y promotores de guerra suplementarios, espíritus diabólicos que emanan de ellos, espíritu de su espíritu. Los nuevos jefes de propaganda tienen la figura de sapos; en la religión de los persas, que residían al Este del Eufrates («los reyes que vienen de oriente»), se tenía a los sapos por instrumentos de Ahrimán, el dios de las tinieblas; ésta sería la razón de que los «tres espíritus inmundos» aparezcan en la figura de estos animales.

Su campaña propagandística tiene éxito. El mundo entero se incorpora como un solo hombre y todos los poderes del mundo entran en campaña contra Dios y contra los que se le mantienen fieles. Como campo de batalla, el Apocalipsis menciona Harmaguedón: «Montaña de Megidó» (cf. 2Cro 35,22). Junto a la fortaleza israelita de Megidó, al borde sudeste de la llanura de Esdrelón, tuvieron lugar muchos combates históricos 54; esto pudo ser el motivo por el que se aplicó este nombre simbólico al teatro de la decisiva batalla escatológica.

Hasta ese combate final de la historia es ya Harmaguedón actualidad histórica cada vez que los poderes del mal reunidos se dirigen contra Dios y contra la Iglesia de su Hijo, como, por otro lado el monte Sión es ya realidad dondequiera que la Iglesia se agrupa unida y fiel en torno a Cristo, su pastor (cf. 14,1-5).

La indicación del lugar -Harmaguedón- despierta el deseo obvio de la indicación del tiempo, sentida todavía como más apremiante. A este deseo responde la llamada de Cristo, que viene formulada de manera imprevista en la descripción y quiere decir: Él vendrá con toda seguridad y aparecerá inesperadamente («como un ladrón», cf. 3,3) y de improviso, es decir, en un momento que no se puede predecir ni calcular por adelantado (cf. Mt 24,36 par; lTes 5,2-11). Por eso repite el Señor glorificado la exhortación a estar vigilantes y prontos, que ya durante su vida había dirigido a sus discípulos en circunstancias semejantes (cf. Mt 24,42 par).

La vigilancia atiende llena de expectación a todos los indicios de la venida de Cristo que se manifiestan en la historia; en cada momento fugaz del mundo que camina hacia este futuro definitivo descubre la llamada a decidirse por el Señor que ha de venir, a responderle en cada momento, es decir, a estar preparados para su venida como uno que está en vela, vestido y preparado, esperando al que ha de recogerle.

Quien lleva así su vida es llamado bienaventurado, porque ha aprovechado en la debida forma la caducidad del tiempo para su propia eternidad.
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54. Cf. Jue 4,4ss; 5,19ss; 2Re 9,27;23,29s; 2Cró 35,20-24.
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17 El séptimo derramó su copa en el aire. Y salió del santuario una gran voz que procedía del trono y que decía: «¡Hecho está!» 18 y hubo relámpagos y voces y truenos, y sobrevino un gran terremoto, cual no lo hubo desde que existe el hombre sobre la tierra; así de grande fue el terremoto. 19 La gran ciudad se partió en tres, y se derrumbaron las ciudades de los gentiles. Y Dios se acordó de Babilonia, la grande, para darle a beber la copa del vino de su terrible ira. 20 Huyeron todas las islas; los montes desaparecieron, 21 y una enorme granizada, con granos del peso de un talento, cae del cielo sobre los hombres. Y los hombres blasfemaron de Dios por la plaga de la granizada, porque la plaga es realmente grande.

El séptimo ángel derrama la última copa en el aire, o sea, sobre lo que rodea y envuelve a la tierra. Acto seguido, una voz que proviene del santuario -sin duda la del mismo que había dado el encargo (16,1)- afirma: «¡Hecho está!», llegó el fin del mundo.

Los trastornos cósmicos llegan al colmo (cf. 6,12-17), de modo que después, apenas si se reconoce ya la tierra; sólo ha quedado un imponente montón de escombros. De las devastaciones que se han originado en la capital del Anticristo se menciona una en particular: a consecuencia del terremoto, la ciudad se partió en tres; con esto se ha dado el golpe decisivo contra la unidad externa y al mismo tiempo contra la concordia interna del poder mundano contrario a Dios. Hasta aquí había dado la sensación de que Dios había dejado olvidado este centro de la impiedad y de la corrupción. Ahora se le piden cuentas; a continuación se hablará por extenso del juicio que se ha ejecutado contra él (17,1-19,10). Como una granizada de piedras tan enormes acabaría con todo sobre la tierra, así ahora en estos últimos golpes demoledores queda hecho añicos todo lo que la naturaleza y la cultura habían producido sobre la tierra; en estas hecatombes de la tierra se anuncia el fin del mundo; ha pasado ya para siempre el tiempo de aquellos que habían resistido pertinazmente a todas las ofertas de gracia de Dios y que ahora lo maldicen obstinadamente.