CAPÍTULO 6


1. Los CUATRO PRIMEROS SELLOS (Ap/06/01-08)

1 Y vi cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes que decía como con voz de trueno: «Ven.» 2 Y miré, y apareció un caballo blanco, y el que lo montaba llevaba un arco, y se le dio una corona y salió vencedor y para vencer.

Los cuatro primeros sellos forman un grupo coherente formado con un motivo homogéneo, los llamados «cuatro jinetes del Apocalipsis» (Durero); también su encargo, insinuado con diferentes colores y arreos, representa un todo en sí. Los cuadros trazados en forma concisa y acertada toman sus elementos de las visiones nocturnas del profeta Zacarías (Zac 1,8-10; 6,1-8), aunque combinados en diseños autónomos. El fondo sobre el que transcurre el hecho es el cuadro desarrollado en la visión introductoria. El Cordero va abriendo un sello tras otro. El transcurso del acontecer que con ello viene desencadenado lo pone en marcha en cada caso uno de los cuatro seres vivientes con una orden de mando como un trueno; ninguna calamidad viene de Dios, sino del ámbito de las fuerzas creadas; la omnipotencia soberana de Dios y del Cordero sobre todo acontecer se notifica en este cuadro mediante un silencio mayestático.

El jinete que monta el caballo blanco recuerda a primera vista el jinete del Logos (19,11-13); al igual que éste, aparece como triunfador; la corona que se le entrega simboliza, como se explica expresamente, el triunfador invencible; como modelo del cuadro pudo servir el jinete armado de arco, como se lo conocía en las tropas de choque de los persas, que no habían sido nunca derrotadas definitivamente por los romanos.

Ahora bien, esta figura simbólica difícilmente puede referirse a Cristo; en efecto, Cristo está ya representado en el cuadro por el Cordero que abre los sellos, y además Cristo no podría aparecer nunca obedeciendo a la orden de una criatura (uno de los seres vivientes). Apenas si puede tampoco tratarse de la marcha triunfal del Evangelio por el mundo, que según Mc 13,8 tendrá lugar antes del fin. El grupo de los jinetes, estructurado sin duda alguna como una unidad coherente y por tanto concebido como tal, quedaría desarticulado si uno de los cuatro jinetes no debiera considerarse como portador de calamidad al igual que los tres otros entre las tribulaciones del tiempo final; Mt 24,6 menciona, en primer lugar, la guerra; también aquí está seguramente significada por el primer jinete. Eventualmente en la imagen del jinete que va en cabeza podría haberse incorporado también la figura más importante del acontecer escatológico: el Anticristo, bajo cuya dirección victoriosa se hallan las confusiones y extravíos que preceden al fin. La idea surge naturalmente por dos razones: En el apocalipsis sinóptico se halla al comienzo mismo, inmediatamente antes del anuncio de guerras, la puesta en guardia contra los falsos Mesías; además, también el color blanco y la corona de vencedor encajarían bien en el cuadro, puesto que en el Apocalipsis se describe generalmente al Anticristo como una tentativa de imitación de Cristo (cf. 13,1-9) y en el tiempo final sale victorioso hasta que el Señor que retorna acaba por desarmarlo (cf. 19,11-21 ) .

En este primer cuadro, que muestra en acción poderes hostiles a Dios y, por tanto, también contrarios a la creación, aparece también por primera vez la fórmula «le fue dada», que se repite como un estereotipo en análogas descripciones. En esta forma pasiva hay que sobrentender como sujeto agente a Dios; esta perífrasis en forma pasiva se había desarrollado en el judaísmo para evitar mencionar el nombre de Dios.

Juan recuerda constantemente con esta fórmula que, contrariamente a la impresión externa que a veces se impone, el poder del mal no puede tener manifestación ni eficacia alguna por su cuenta y sólo puede entrar en acción cuando, y mientras, Dios lo permite.

3 Y cuando abrió el segundo sello oí al segundo ser viviente que decía: «Ven.» 4 Y salió otro caballo, rojo, y al que lo montaba se le dio el poder de quitar la paz de la tierra y de hacer que se degollaran unos a otros; y se le dio una gran espada.

El segundo jinete viene claramente caracterizado por sus distintivos como mensajero de infortunio. El rojo, color de la sangre y del fuego, es en el Apocalipsis el signo indicador de los poderes hostiles a Dios (cf. 12,3; 17,3; 17,4). Su instrumento es la espada y su obra es la guerra, que por el tenor de las palabras («se degollaron unos a otros») parece entenderse más bien como guerra civil (cf. Mt 24,7), que en comparación con las guerras entre las naciones -simbolizadas por el primer jinete- es generalmente más cruel y asoladora; en este sentido la acción del segundo factor de infortunio implica una graduación con respecto al primero. Tanto las guerras exteriores como las del interior (revueltas, subversiones violentas) tienen su fuerza motriz en el mal, por lo cual ningún enfrentamiento sangriento podrá ser nunca cohonestado con una designación como «guerra santa», ni se le podrá nunca añadir el calificativo de «religioso».

5 Y cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que decía: «Ven.» Y miré; y apareció un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. 6 Y oí como una voz en medio de los cuatro seres vivientes que decía: «Una medida de trigo por un denario, y tres medidas de cebada por un denario. Pero el aceite y el vino no los dañes.»

El tercer jinete en caballo negro va casi siempre en el séquito del primero y del segundo, la guerra; aquí simboliza el hambre (d. Mt 24,7) y sus consecuencias, la mortandad en masa (el color negro). La balanza con que se deben pesar las raciones pinta drásticamente la penuria de alimentos, y la indicación de los precios del trigo y de la cebada, necesarios para la fabricación del pan, significa la carestía. Un denario era entonces el jornal de un día. Los perjuicios causados por el jinete portador de calamidad se restringe a la cosecha de primavera; los frutos de otoño, el aceite y el vino , se exceptúan expresamente. A las posibilidades de aniquilamiento por el tercer jinete pone explícitamente límites el poder supremo, al que él debe obedecer.

7 Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven.» 8 Y miré, y apareció un caballo bayo, y el que montaba sobre él tenía por nombre «la muerte», y le acompañaba el Hades. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada, con hambre o con peste y con las fieras de la tierra.

El cuarto jinete, un caballo bayo (amarillento, color de cadáver) viene designado por su nombre, thanatos. En realidad esta palabra griega puede significar, además de «muerte», también «peste», o en general «epidemia»; aquí se ha de entender probablemente en este último sentido; en efecto, la muerte es el acompañamiento de los cuatro jinetes; un punto de apoyo para admitir este último significado se halla también en la circunstancia de que el final del vers. 8 está tomado literalmente de Ezequiel (Ez 14,21): «...mis cuatro terribles azotes: la espada, el hambre, las bestias feroces y la peste». Como al tercer jinete, también al cuarto se le fija la medida que no puede rebasar.

La impresión de horror del último jinete viene reforzada todavía por su acompañamiento, el Hades, la mansión de los muertos; éste, como ave de rapiña, aguarda el botín que le ha de tocar en la secuela de los jinetes. La visión de los cuatro portadores de infortunio termina así en un cuadro semejante a las representaciones medievales de las llamadas danzas de la muerte.

Por lo demás, los jinetes apocalípticos no están tratados en esta visión como precursores del próximo fin del mundo, como tampoco en los desarrollos análogos del apocalipsis sinóptico «el comienzo del doloroso alumbramiento» se entiende como indicio del fin que se acerca. En todo el tiempo que va de la ascensión del Señor a su segunda venida, el tiempo final, estos factores y poderes de desolación llevan adelante su obra de destrucción en la historia. Es significativo que en la visión aparezcan por orden de un ser creado y no por orden de Dios. La perversión terrestre, la voluntad de dominio político y económico, el odio y la envidia por necesidad y por orgullo los sacan constantemente a la palestra. No Dios, sino el mundo mismo impide la realización del paraíso en la tierra. Si también los creyentes son afectados por toda calamidad, saben, sin embargo, que Dios domina como Señor sobre todo tiempo y sobre todo lo que en él sucede; esta certeza significa, además, que todas las pruebas les vienen asignadas por Dios como preparación para la salvación (cf. Rom 8,28).

2. EL QUINTO SELLO (Ap/06/09-11)

9 Y cuando abrió el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los degollados por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían.

Con la apertura del quinto sello, la sala del trono del Omnipotente se transforma en un templo celestial con un altar, contrapartida del altar de los holocaustos en el templo de Jerusalén, a cuyo pie se derramaba la sangre de los animales sacrificados en señal de que su vida había sido ofrecida a Dios. Por eso ve Juan a los mártires cristianos al pie del altar celestial, porque los que han sido asesinados por la palabra de Dios y por el testimonio (cf. 1,9) son personas sacrificadas.

También en el apocalipsis sinóptico, a la descripción del «comienzo del doloroso alumbramiento» (cf. las visiones de los jinetes) sigue la predicción de graves persecuciones (Mt 24,9). Como «el testigo fiel y veraz» (3,14) llevó a cabo en la cruz la entrega total al Padre, así las víctimas de la persecución, por la virtud del sacrificio de su Señor y como imitación de sus sentimientos y de su fidelidad, entregaron su vida por Dios. Por eso están también ahora, como el Cordero, en el santuario del cielo, en la proximidad de Dios.

10 Y clamaron con gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo, oh Soberano, santo y veraz, estarás sin juzgar y sin vengar nuestra sangre de los moradores de la tierra?» 11 Y se les dio a cada uno una túnica blanca, y se les dijo que estuvieran tranquilos todavía un poco de tiempo, hasta que se completase el número de sus consiervos y de sus hermanos, que iban a ser muertos como ellos.

En un gran clamor de oración se constituyen ante Dios en abogados de sus hermanos perseguidos en la tierra. En ellos, la Iglesia maltratada y atormentada por «los moradores de la tierra» -frase estereotipada que en el Apocalipsis significa a los impíos-, la Iglesia de los mártires, clama al Omnipotente, cuya esencia es santidad y fidelidad, por la pronta liberación prometida de la injusticia y de la maldad de este tiempo del mundo, mediante la manifestación de su gloria ante todo el mundo; este grito de oración implora, por tanto, en el fondo lo mismo que el clamor nostálgico con que cierra el Apocalipsis: «¡Ven, Señor Jesús!» (22,20). No una sed de satisfacción por ansia de venganza 29, sino el hambre de la justicia y del triunfo de la verdad, de la consumación del reino de Dios, resuena en la oración de los mártires, que ellos presentan a Dios, recordando los sufrimientos de sus hermanos sobre la tierra («Venga tu reino») 30.

A la pregunta «¿Hasta cuándo?» reciben una doble respuesta. La primera, que afecta a ellos mismos, se expresa en una acción simbólica con la entrega de una túnica blanca; en otras palabras: ellos mismos reciben ya participación en la gloria del Señor junto al trono de Dios (cf. comentario a 3,4s). A continuación, tocante a la situación apurada de sus hermanos, se les informa de que todavía no se ha alcanzado el número de mártires prefijado; primero debe realizarse el plan de la sabiduría, justicia y bondad eterna; entonces habrá llegado el momento que aguarda y ansía la Iglesia con sus mártires. El martirio de los fieles contribuye a completar la Iglesia y acelera así la hora de la consumación del mundo. Es esencial a la Iglesia, en tanto vive en la tierra, ver su existencia puesta ininterrumpidamente en cuestión por el mundo. Sabe que en conjunto ni debe contar con el favor del mundo ni está mortalmente amenazada por su repudio; como el salmista, profesa impertérrita su confianza en el Omnipotente: «En tus manos está mi suerte» (Sal 31 [30],16; Lc 18,5).
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29. La venganza toma en el Apocalipsis un papel de motivo literario (cf. también 16,5-7; 19,2), que el autor tomó, como otros muchos, del Antiguo Testamento, como medio de exposición. Por lo que hace a la cosa misma, aquí se trata siempre del juicio sobre el mal, que viene concretado en el Maligno; en cada caso se trata de la eliminación del mal del mundo como prerrequisito y presupuesto necesario para la consumación de la soberanía de Dios, que es el tema propiamente dicho del Apocalipsis. La venganza en sentido propio contradice a la imagen de Dios del Nuevo Testamento, tal como la presentó Jesús no sólo con palabras, sino en su misma persona (cf. Jn 3,16), como también contradice al imperativo del amor a los enemigos, en cuyo sentido expuso Jesús ahincadamente el mandamiento del amor al prójimo (Mt 5,43-48, Lc 6,27 36; cf. Lc 23,24; Ap 7,60). El Dios del Apocalipsis es el Dios que se dispone a consumar su creación, no a aniquilarla, el Dios de la promesa, que juzga para cumplir la promesa.
30. El sentido de la oración de los mártires está expuesto de la manera más adecuada en una invocación tomada del más antiguo texto litúrgico cristiano que ha llegado hasta nosotros: «Pase el mundo y venga tu gracia» (Doctrina de los doce apóstoles 10,6).

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3. EL SEXTO SELLO (Ap/06/12-17)

12 Y vi, cuando abrió el sexto sello, sobrevenir un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un tejido de crin; la luna, toda ella se volvió de sangre, 13 y los astros del cielo cayeron sobre la tierra, como una higuera, sacudida por fuerte viento, deja caer las brevas. 14 Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todo monte e isla fueron removidos de su lugar.

La calamidad de las cinco primeras visiones de los sellos había sido causada por hombres, por lo cual quedó también limitada al hombre y a su mundo; en la sexta se extiende la calamidad a la naturaleza muerta y adopta al mismo tiempo dimensiones cósmicas. También en el apocalipsis sinóptico semejantes catástrofes cósmicas preceden inmediatamente al juicio universal (Mt 24,29), que sería de esperar con la apertura del séptimo sello. Como introducción al «gran día de la ira del Cordero» (v. 16-17) traza el Apocalipsis un cuadro espeluznante, compuesto en general con motivos del Antiguo Testamento; en vísperas de su último día comienza la tierra a temblar, el sol se ensombrece como cubierto por un obscuro manto de luto, el claro cielo se vuelve negro (cf. Is 50,3), sobre este fondo obscuro penden la luna llena roja como de sangre (cf. J1 3,4 ); el universo entero parece desintegrarse, las estrellas caen del punto en que están fijas en el cielo, como caen las hojas de la higuera sacudida por el vendaval de invierno (cf. Is 34,4). La sinfonía del cataclismo final, compuesta con representaciones tomadas de la idea del mundo de entonces termina con el derrumbamiento del firmamento entero, que se concibe como un hemisferio extendido por encima de la tierra, el cielo se enrolla como se enrollaba entonces un libro (cf. Is 34,4). También el caos en la tierra es de tales dimensiones que ya no es posible reconocer su superficie; ni siquiera las montañas, símbolo de estabilidad, ni las islas se hallan ya en su lugar. La desintegración de todos los órdenes del espacio vital del hombre enfrenta al género humano con el caos del cataclismo y le hace presentir su propia destrucción.

15 Los reyes de la tierra, los magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos y todos, esclavos y libres, se ocultaron en las cavernas y en los riscos de los montes. 16 Y dicen a los montes y a los riscos: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la presencia del que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero.» 17 Porque llegó el gran día de su ira. ¿Y quién puede tenerse en pie?

El terror pánico que se ha apoderado de los hombres cuando han visto su mundo desquiciado y hecho astillas, domina a todos sin excepción; se enumeran doce grupos (símbolo de la totalidad), desde la más alta clase social hasta el estrato más bajo de la sociedad. La sensación de impotencia frente a una naturaleza, cuyas leyes habían explorado y a la que de esta manera creían tener, en cierto modo, sujeta en sus manos, lleva a los hombres a una franca desesperación; todo orgullo se ha desplomado en un terror sin remedio. Tratan de escapar, pero no hay escondrijo para su mala conciencia y para ocultarse de los ojos del Cordero que viene a juzgar; el día de su ira pondrá de manifiesto que el Salvador del mundo es también su juez.

Las visiones de los sellos hacen tabla rasa de la utopía de que el progreso de la humanidad significa a la vez progreso en lo humano, que paralelamente a él corre un proceso progresivo de humanización. Las imágenes de la apertura de los sellos han descubierto por el contrario el progresivo proceso de maduración del mal en la historia y el correspondiente crecimiento del caos y de la anarquía. Luego, al fin, la desintegración incluso del orden de la naturaleza indica al hombre aterrorizado lo que él mismo ha causado al abandonar los órdenes que habían sido confiados a su responsabilidad, con ello ha minado las bases de su misma existencia. Lo que de su mundo se ofrece todavía a sus ojos pasmados es el espantoso vacío de la nada, que no deja ya ninguna salida más que la ruina y el fin de todo. La enorme angustia existencial que por esto asalta a todos, está expresada de manera impresionante con la psicosis de fuga y de búsqueda de un escondrijo; en la total inconsistencia del hombre en medio de un mundo que él creía haberse apropiado y puesto a su disposición, vuelve a mostrársele con tenue resplandor la conciencia de la responsabilidad moral, pero sólo ya como miedo del juicio. Una generación de la humanidad será la última; lo que ésta experimentará exteriormente se anuncia aquí sólo en figuras simbólicas; no sabemos por tanto cómo será la realidad; ahora bien, el objetivo de la pintura apocalíptica es éste: poner drásticamente ante los ojos el estado interior y la reacción de aquellos últimos hombres ante el juicio final de Dios. Las catástrofes en la historia y en la naturaleza referidas en las visiones de los sellos se interpretan finalmente en el sentido de que son un anuncio de la «ira del Cordero», del día de su juicio.