CAPÍTULO 2


Parte primera

LAS SIETE CARTAS 2,1-3,22

En las siete cartas se toma posición tocante a las condiciones respectivas en siete iglesias determinadas de Asia Menor; así pues, al igual que las otras cartas del Nuevo Testamento y, en parte, también como los Hechos de los Apóstoles permiten formarse una idea concreta de la situación en la Iglesia de entonces. Ahora bien, la realidad histórica única de las siete iglesias se enfoca en el Apocalipsis en vistas a manifestaciones que en forma parecida recurren siempre y en todas partes en la Iglesia; así el lenguaje de las siete cartas es a la vez un lenguaje simbólico que va más allá de situaciones reales de allí y de entonces, haciendo de aquella actualidad una actualidad de todos los tiempos; así, en el número siete 17 de las comunidades cristianas, que ya originariamente simbolizan la Iglesia universal, se diseñan a la vez manifestaciones de la Iglesia universal del futuro.

Las siete cartas constituyen una unidad tanto formal como materialmente. Todas ellas están concebidas según el mismo esquema, que adopta ligeras variaciones aquí y allá; todas tienen por remitente a Jesucristo, que en cada caso se designa al principio con atributos tomados de la visión inaugural (1,9-20), que insinúan ya anticipadamente el juicio que luego se formulará sobre la situación de las comunidades. En la promesa de la vida eterna que se hace con diferentes imágenes se deslizan alabanzas, exhortaciones y advertencias. En el requerimiento de tomar a pecho lo que el Espíritu tiene que decir a las iglesias, la exhortación de Jesús se explica como exhortación del Espíritu; al fin y al cabo, por su Espíritu guía Jesús a su Iglesia en la tierra (Jn 14,17.26; 16,7.15).

En cuanto al contenido, todas las cartas tienen en común la idea fundamental de que el Señor glorificado está presente invisiblemente en su Iglesia, cuida de ella exhortándola y enderezándola, la asiste en las dificultades y recompensa eternamente su fidelidad (motivo del fortalecimiento y de la consolación).
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17. La circunstancia de que las cartas a las siete iglesias tienen también, sin duda, carácter profético y afectan a la Iglesia universal de todos los tiempos, fue tratada por extenso por L. POITIER.
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1. A LA IGLESIA DE ÉFESO (Ap/02/01-07)

1a Al ángel de la iglesia de Éfeso escribe:

Los comienzos de la comunidad cristiana de Éfeso están ligados a importantes nombres. Pablo era su fundador (Act 19), Timoteo había cuidado luego de ella por encargo del Apóstol (lTim 1,3); la antigua tradición habla todavía de una permanencia del apóstol Juan en Éfeso y de su muerte en aquella ciudad. Éfeso era la mayor de las siete ciudades y la más próxima de ellas a la isla de Patmos, era sede de la administración provincial romana, religiosamente importante por razón del santuario de «Artemis de los efesios», centro de peregrinación de la antigüedad (cf. Act 19,23-40).

1b «Esto dice el que sujeta en su diestra las siete estrellas, el que se pasea en medio de los siete candelabros de oro:

El Señor se presenta a la iglesia de Éfeso como aquel en cuya mano está sostenida y protegida; ésta se halla bajo su soberanía como bajo su custodia omnipotente; como «el que vive» (cf. 1,18) está él presente en su Iglesia y próximo a cada una de las diferentes comunidades, cuya misión es la de irradiar «la luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5; 12,46) «en las tinieblas» de este mundo (Jn 1,5; cf. 3,19), brillando en la luz de Cristo en este mundo y para este mundo; es ésta una descripci6n sobrenatural de cada Iglesia local hasta el día de hoy, a la vez tranquilizante e inquietante.

2a »Conozco tus obras...

El Señor exaltado, presente en la comunidad, conoce sus condiciones exteriores como su estructura interna. Su estado se imputa para bien o para mal, por lo menos según el tenor inmediato de las palabras («conozco tus obras...») en primera línea al dirigente de la comunidad local; de su servicio a todos y a cada uno, que debe prestar sin perturbarse en medio de las dificultades de fuera y de la crítica y resistencia de dentro, depende notablemente el bien de la comunidad y su fuerza de acción hacia fuera.

2b »... y tu trabajo y tu constancia; que no puedes tolerar a los malos; que pusiste a prueba a los que se dicen apóstoles y no lo son, y los hallaste mentirosos, 3 y tienes constancia y fuiste agobiado por mi nombre sin desfallecer.

Cristo está al corriente de la fidelidad de la iglesia de Éfeso, la cual ha dado buena prueba de sí misma activa y pasivamente, con su decisión en la acción y su constancia en soportar contrariedades. Así ha mostrado vigilancia e imperturbabilidad en su actitud frente a misioneros itinerantes que habían propagado falsas doctrinas. El discernimiento de espíritus (cf. lJn 4,1 ) le había servido para descubrir a los «apóstoles» mentirosos (cf. 2Cor 11,13-15, y así había podido mantener en vigor, sin concesiones, la pureza de la doctrina y de la vida cristiana. En tales casos se trata única y exclusivamente de la verdad, que Dios confió con su revelación a la Iglesia, y del camino que en ella le ha señalado.

4 »Pero tengo contra ti que has dejado tu amor primero. 5 Recuerda, pues, de dónde has caído, y conviértete y comienza a practicar las obras de antes. Si no, vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar si no te conviertes.

La censura que Cristo no puede, a pesar de todo, ahorrar a la comunidad, se refiere a la circunstancia de que, pese a la vigorosa dedicación, a la fidelidad imperturbable y al fuerte valor para sufrir, no se ha conservado de la misma manera vivo en ella el espíritu que da un alma a todo y le confiere valor delante de Dios: el amor. Quizá precisamente su activismo era en parte culpable de que a este respecto no pueda ya la comunidad compararse con la que había sido antes; la vida y la obra no son ya en la misma medida y con el mismo desinterés de antaño expresión de su unión con Dios y de la entrega total a su glorificación; en lugar de esto, parecen haberse infiltrado en sus motivos de acción la complacencia propia y el ansia de hacerse valer; esto es traicionar el amor exigido por Dios, al amor que, en los comienzos, había mostrado también la iglesia de Éfeso. Así su estado actual, en comparación con antes, acusa un profundo descenso. Por eso hay que invitarla a recapacitar, a reformar su manera de pensar y a convertirse de corazón, a fin de que la obra de la comunidad vuelva a ser expresión de su amor de Dios, los pensamientos y la acción vuelvan a ir de la mano y así su acción vuelva a alcanzar valor delante de Dios; de lo contrario, amenaza el Señor con venir a juzgarla, juicio que consistirá en privarla de su presencia y consiguientemente de su gracia; abandonada a sí misma, ya no tendrá consistencia.

6 »Con todo, tienes esto a tu favor: que aborreces las obras de los nicolaítas, que yo también aborrezco.

Aquí, como con frecuencia acontece en quienes sólo censuran por amor, sigue a la amonestación una palabra estimulante; ésta consiste en una repetición de la alabanza que se había tributado a esta comunidad por su actitud inequívoca y firme frente a los maestros de error; este grupo viene designado aquí seguramente por el nombre de su cabecilla, Nicolás. El Señor aborrece sus manejos y su desenfreno moral, que con gran probabilidad justificaban con sus opiniones erradas.

7 »Quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios.»

Al requerimiento de prestar oído y atención a la palabra del Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Cristo, sigue una promesa para el vencedor. En éste se trae a la memoria que la vida del cristiano en el mundo entero significa lucha; al que sale triunfante le corresponde como premio de su victoria la vida eterna, que en las siete cartas, algo así como en las bienaventuranzas del sermón de la montaña (Mt 5, 2-12), está expresada con variadas ímágenes bíblicas; aquí, como retorno al paraíso y acceso al árbol de la vida, cuyos frutos confieren vida eterna (cf. Gén 2,9; Ap 22,2) 19.
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19. La idea del retorno del paraíso y de la primigenia comunión individual con Dios otorgada de nuevo con él ocupa el centro de la esperanza escatológica en los profetas veterotestamentarios. En la apocalíptica del judaísmo tardío se desarrollan abundantemente los motivos del paraíso. Así se comprende que también Juan describa la consumación de la acción redentora de Dios junto con la plena reasunción de su soberanía sobre la creación, mediante la imagen de la tierra reconducida al estado del paraíso, y concluya su libro con esta descripción (22,1-5).
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2. A LA IGLESIA DE ESMIRNA (Ap/02/08-11)

8a Y al ángel de la iglesia de Esmirna escribe:

Esmirna, ciudad griega de Lidia, buen puerto e importante centro comercial con una notable colonia judía, es conocida por la historia del cristianismo primitivo sobre todo por la venerable figura del obispo Policarpo; el heroico testimonio de su muerte por Cristo (156 d.C.) está descrito de manera impresionante en un documento de la época, el Martyrium Polycarpi (hacia 160 d.C.). Había sido víctima de la negativa a tributar al emperador el culto que con la edificación de un templo al emperador Tiberio (26 d.C.) se había aclimatado en la ciudad. Ya desde 195 a.C. existía una alianza con Roma, que por no haberse roto nunca, había granjeado a la ciudad el título honorífico de «Esmirna, la fiel». En la carta se hace alusión a diferentes circunstancias locales de este género.

8b «Esto dice el primero y el ultimo, el que estuvo muerto y revivió:

Cristo se presenta a la comunidad con títulos que lo reconocen como el eterno y el vencedor, incluso de la muerte corporal (cf. comentario a 1,17s). Ante la inminente persecución, que es para ellos cuestión de vida o muerte, debido a la recusación del culto del emperador, el rey de la eternidad, superior a todos los poderes terrenales, incluso al de la muerte, el designarse así les infunde confianza y valor ya desde el principio.

9 »Conozco tu tribulación: la pobreza -sin embargo, eres rico- y la maledicencia que proviene de los que dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satán. 10a No temas por lo que vas a padecer.

Contrariamente a la excesiva confianza en sí mismo que había en Éfeso, en Esmirna los ánimos parecen estar demasiado desalentados y abatidos; la comunidad ha sufrido tribulación, desprecio y repudio por parte de sus convecinos; la escasez de recursos en medio de una rica ciudad mercantil es indicio de su posición y de su consideración en la sociedad; a esto responde la reputación que los cristianos tienen en público.

De despreciarlos y de calumniarlos se cuidan sobre todo los judíos de Esmirna, que con la recusación y la lucha contra «el Mesías de Dios» (Lc 9,20) se han pasado al campo del adversario de Dios expresado con una fórmula dura: de «comunidad de Yahveh» (Núm 16,3) han venido a ser «sinagoga de Satán» (cf. Jn 8,44).

En comparación con sus contrarios, por ricos que éstos puedan todavía parecer a los ojos de los hombres, sólo los cristianos en Esmirna son ricos según el juicio de Dios, pues poseen un tesoro inalienable e imperecedero (cf. Mt 6,19-21); todo peligro de este estado de posesión, comprendida la amenaza de su entera existencia por la muerte, ha sido transformado ya por su Señor resucitado en perspectiva segura de vida eterna.

10b »Mira, el diablo va a arrojar a algunos de vosotros a la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días.

Por esta razón puede también predecirles sin contemplaciones un agravamiento de su situación, aunque sin por ello acobardarlos. A sus perseguidores, de los que se sirve de cómplices el adversario de Dios, ha fijado Dios los tiempos y las posibilidades: éstos sólo tienen a su disposición diez días, expresión simbólica de un tiempo muy corto.

10c »Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. 11 Quién tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las iglesias. El que venza, no sufrirá daño de la muerte segunda.»

En estas palabras de estímulo resuena una vez más el problema que la pobreza y tribulación de la tierra, el sufrimiento humano en general plantean al que se sabe unido con Dios en la fe y amado por él. Una primera respuesta más objetiva a esta pregunta se había dado ya con el inciso «sin embargo, eres rico»; ahora se completa en sentido subjetivo. Según la intención de Dios, la cruz y el sufrimiento sirven para la prueba, en la que el creyente ha de acreditar su fidelidad a él (tema del libro de Job); así el creyente gana en la lucha el premio de la victoria, a la manera del competidor en la arena (cf. Lc 24,26; Rom 8,17). «La corona de Esmirna», distinción deportiva de aquel tiempo, se marchita; como premio por la victoria en el combate de la fe ha establecido el Señor la coronación con la vida eterna. Cristo querría poder dar a la iglesia de Esmirna el título de «Esmirna la fiel», en otro sentido, eterno y valedero por siempre; la consecuencia de ello será que él puede preservar a sus miembros de la «muerte segunda», la condenación en el juicio (cf. 20,6.14; 21,8).

3. A LA IGLESIA DE PÉRGAMO (Ap/02/12-17)

12 Y al ángel de la iglesia de Pérgamo escribe: «Esto dice el que tiene la aguda espada de dos filos:

Pérgamo, en otro tiempo capital del reino de los Atálidas, había conservado hasta esta época algo de su grandeza del pasado, entre otras cosas la grandiosa biblioteca de 200.000 volúmenes. Según Plinio; el pergamino (material de escribir especialmente preparado con pieles de animales) debe su nombre a esta ciudad. Sobre ella descollaba una magnifica acrópolis con templos y palacios; en su falda se alzaba el altar de Zeus (altar de Pérgamo), celebrado ya en la antigüedad 20. Ya en el año 29 a.C. había erigido la ciudad un templo de Augusto y de Roma, con lo cual vino a ser la sede más antigua del culto al César en Asia Menor. Sin embargo, la mayor importancia correspondía el gran santuario de peregrinación de Asclepio, el dios de la medicina. Al hablarse a continuación del «trono de Satán» pudo pensarse en particular en alguno de los espléndidos edificios cultuales de Pérgamo; sin embargo, es posible que con ello se aludiera muy en general a la atmósfera de la ciudad penetrada de religiosidad pagana, que, como medio en que respiraban y vivían los cristianos, constituían también para ellos una tentación. Aquí se imponía una clara discriminación; por eso se presenta al Señor como portador de la «aguda espada de dos filos».
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20. El altar, obra maestra de estilo helenístico, con las representaciones en relieve del combate de los dioses con los gigantes, se hallan en Berlín oriental (museo de Pérgamo).
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13a »Conozco dónde moras: allí donde está el trono de Satán.

El Señor conoce el ambiente de los cristianos de Pérgamo, dominado por el demonio, las tentaciones y seducciones que de allí partían y el peligro que representaban de inclinar a soluciones sincretistas de compromiso. Cristo y Satán no tienen nada en común (cf. 2Cor 6,14s), por lo cual tampoco a los cristianos les es posible en este punto un compromiso teórico ni práctico. El único verdadero Dios, así como su revelación, no pueden nunca, por su naturaleza, ser tolerantes con ídolos y falsas doctrinas de salvación.

13b »Mantienes firme mi nombre y no negaste mi fe, ni en los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue muerto entre vosotros, ahí donde mora Satán.

Pese a este ambiente y a sus peligros, hubo en Pérgamo cristianos con tan clara resolución, que en convicción y en obra, en verdadera libertad de espíritu y entrega de corazón, conservaron sin falsedad ni menoscabo su fe en Cristo, hasta estar dispuestos a dar la vida, como lo había hecho Antipas, como testimonio en favor de Cristo. La fidelidad en la fe es ciertamente la exigencia fundamental, obvia por así decirlo, de la vida cristiana; sin embargo, el Señor sabe que su cumplimiento en las circunstancias concretas de una vida humana no es siempre cosa tan obvia; por esta razón expresa su alabanza a la comunidad de Pérgamo.

14 «Pero tengo algo contra ti: que tienes ahí a los que mantienen la doctrina de Balaam, el que enseñó a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de lo inmolado a los ídolos y a fornicar. 15 Asimismo, tú también tienes a quienes mantienen de igual modo la doctrina de los nicolaítas. 16 Así que, conviértete. Si no, voy a ti en seguida y lucharé con ellos con la espada de mi boca.

Por supuesto que no todos dieron buena prueba en la misma medida en las polémicas intelectuales y ante las seducciones del ambiente; una minoría se dejó contagiar por las prácticas paganas y por las teorías que la sustentaban. Su actitud y su peligrosidad se caracteriza aquí con una comparación y una imagen tomada de la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. En ella se habla de la seducción a la idolatría y de la fornicación (Núm 25,1s; 31,16; cf. también 2Pe 2,15; Jds 11). Esta minoría profesaba las mismas opiniones que los nicolaítas de Éfeso (cf. comentario a 2,6); creían poder hacer ciertas concesiones al espíritu del tiempo y del lugar, posibles a su parecer también a un cristiano, las cuales, sin embargo, significaban una ruptura con la doctrina y la práctica cristianas (cf. también lCor 6,12-20; 10,14-22). A los extraviados de Pérgamo llama Cristo a la conversión; de lo contrario tendrá que intervenir él mismo y con una clara sentencia sobre los falsificadores de la verdadera realidad de la vida cristiana pondrá fin a la indecisión de la comunidad para con ellos. Como en Pérgamo, se trata siempre de una lucha en dos sentidos que la cristiandad tiene que sostener en el mundo, contra la hostilidad y el menoscabo de fuera y contra los peligros de falsas doctrinas en el interior.

17 »Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las iglesias. Al que venza, le daré el maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y sobre esta piedrecita habrá un nombre nuevo escrito, que nadie conoce sino el que lo recibe.»

Al que venza en este combate se le promete el premio de la victoria bajo una doble metáfora. El maná había alimentado y mantenido maravillosamente al pueblo de Israel en su marcha por el desierto, lo había salvado y conducido a la tierra prometida. La calificación de «escondido» que se da aquí al maná podría llevar implícita la idea que doctores judíos de la ley habían desarrollado basándose en la tradición referida en 2Mac 2,4s, a saber, que Jeremías, antes de la destrucción del templo había ocultado el arca de la alianza con el maná conservado en ella: el manjar del cielo se mantiene oculto para el fin de los tiempos; en todo caso se trata aquí de un manjar que sólo se dará en el futuro, a saber, en el banquete o en el convite de boda de la vida eterna (cf. Lc 14,15-24; Mt 22,1-14). Dado que en la carta se ha expresado dos veces la idea del juicio (12.16), para la explicación de la metáfora se puede recurrir a la práctica judicial de la antigüedad, que consistía en que los jueces notificaban su sentencia absolutoria mediante la entrega de una piedrecita-blanca; en este caso la metáfora querría expresar la inocencia en el tribunal de Dios. Ahora la imagen se desarrolla todavía mediante la indicación de que sobre la piedrecita está escrito un nombre nuevo, sin duda un nombre nuevo de quien recibe la piedra. El nombre equivale en la antigüedad al ser; según esto se confiere al vencedor un nuevo ser, con el que al mismo tiempo se le hace consciente de manera beatificante su relación totalmente personal con Dios, que por tanto sólo él puede experimentar (cf. lJn 3,1s).

4. A LA IGLESIA DE TIATIRA (Ap/02/18-29)

18a Y al ángel de la iglesia de Tiatira escribe:

Tiatira, pequeña ciudad en el valle del Lico, vivía del comercio y de la industria; las principales ramas de actividad estaban constituidas por la manufactura textil y el tinte; Lidia, la vendedora de púrpura, era oriunda de Tiatira (Act 16,14s). Debido a la proximidad de yacimientos de calamina, existía una industria de transformación del mineral. En tales ciudades había, a modo de gremios, mancomunidades económicas de grupo de un mismo oficio, que tenían también, como en la edad media, ciertas obligaciones religiosas; el día de la divinidad protectora se celebraba solemnemente cada año con especiales sacrificios.

18b «Esto dice el Hijo de Dios, el que tiene los ojos como llama de fuego y los pies semejantes al bronce brillante 19: Conozco tus obras: tu amor, tu fe, tu servicio, tu constancia y tus obras últimas, más numerosas que las primeras.

Jesús se presenta a la comunidad con su supremo nombre de dignidad, «Hijo de Dios»; contrariamente a la frecuencia de este título en el Evangelio de Juan, sólo esta vez aparece en el Apocalipsis tal atributo soberano. Los otros dos títulos vienen de la visión inaugural (1,14s); la radiante majestad de su ser divino, la omnisciencia y la plenitud de poder del Señor que se sienta en el tribunal para juzgar a la comunidad, están expresadas con estos términos. Él tiene algo muy serio que decir al jefe de la comunidad; sin embargo, al principio sólo los buenos oyen una palabra de aprobación, breve en la forma, pero que por su contenido significa un gran elogio. Su amor y su fe se demuestran auténticas en el servicio de unos a otros; a esto se añade su constancia imperturbable, que no ha cedido ni siquiera ante las dificultades que de dentro y de fuera han sobrevenido a la comunidad. La aprobación culmina en la afirmación contraria al juicio pronunciado sobre la iglesia de Éfeso (2,4): en su vida cristiana se acusan claros progresos en comparación con el tiempo pasado.

20 »Pero tengo contra ti que toleras a la mujer Jezabel, la cual se dice a sí misma profetisa, y enseña y seduce a mis siervos a fornicar y a comer de lo inmolado a los ídolos.

La severa censura afecta a la tolerancia y aceptación de errores y orientaciones falsas, como las que habían surgido también en Éfeso (2,6) y Pérgamo (2,14s). En Tiatira se hallaba a la cabeza de tales intentos una mujer que se arrogaba falsamente el carisma de profecía (cf. Act 13,1; 21,9; lCor 12,28; Ef 2,20; 4,11); viene designada con el nombre simbólico de Jezabel, porque su perniciosa influencia en Tiatira era semejante a la de la princesa fenicia del mismo nombre, a la que había tomado por esposa el rey Acab y que aprovechaba su posición para introducir en Israel la idolatría de su patria y sus cultos viciosos, seduciendo incluso al rey en este sentido (lRe 16,31-34). Presumía que sus doctrinas estaban inspiradas por el Espíritu y permitía tomar parte en comidas sacrificiales; con esto y cierto relajamiento moral, aquella falsa profetisa permitía a algunos en Tiatira una libre convivencia con sus compañeros de profesión, principalmente en las asociaciones gremiales. Una cita irónica tomada del léxico propagandístico de sus adeptos permite colegir que en esta corriente se manifestaba una forma temprana de la gnosis: cuando se dice que ellos pretendían haber conocido «las profundidades de Satán» (2,24), se quiere sin duda dar a entender que estaban convencidos de su impotencia; luego, con este conocimiento más profundo justificaban la intrascendencia de la participación en las comidas sacrificiales y sus demás divisas de libertad, en realidad de libertinaje (cf. lCor 8,1-7).

21 »Le he dado tiempo para convertirse, y no quiere convertirse de su fornicación. 22 Mira, la voy a arrojar en el lecho del dolor, y a los que adulteran con ella, los arrojaré con gran tribulación si no se convierten de las obras de ella. 23 Y a los hijos de ella los mataré sin remisión, y conocerán todas las iglesias que soy quien escudriña riñones y corazones. Y os dará a cada uno según vuestras obras.

El Señor se ha tomado tiempo a fin de dar también tiempo a los extraviados para entrar dentro de si y convertirse. Ahora bien, este plazo ha vencido porque su obstinación no deja ya esperanza de conversión. El Señor va a intervenir, comenzando por la culpable principal; ésta será herida con una enfermedad, que conducirá con toda seguridad a la muerte, si hasta «los hijos de ella» (v. 23), es decir, sus adeptos son castigados con la muerte. Con un segundo grupo («los que adulteran con ella») no es el castigo tan radical; así pues, no parece tratarse de adeptos propiamente dichos, sino de algunos que se limitan a simpatizar con la falsa doctrina; en ellos todavía no hay que desesperar de la reflexión y conversión. La suerte de los falsos doctores en Tiatira debe servir de advertencia a todas las comunidades: su señor viene sobre ellas con la justicia de su juicio si interpretan falsamente su longanimidad y no la aprovechan para convertirse.

24 »Y a vosotros, los que quedáis en Tiatira, cuantos no seguís esa doctrina, los que no habéis conocido las profundidades de Satán, como ellos las llaman, os digo: No echo sobre vosotros otra carga; 25 pero la que tenéis, mantenedla hasta que yo venga.

Las últimas palabras de exhortación van dirigidas a los leales en Tiatira: se los estimula a conservar la actitud que han demostrado hasta ahora; no se les exige demasiado, como se lo asegura el Señor con las palabras de la decisión tomada en el concilio de los Apóstoles (Act 15,18); el laxismo le repugna, pero tampoco gusta del rigorismo; lo que al principio había reconocido en ellos con elogio, se trata ahora de conservarlo.

26 »Y al que venza y al que guarde mis obras hasta el final, le dará potestad sobre las naciones; 27 las regirá con vara de hierro, como se trituran los objetos de barro. 28 Yo le daré el lucero de la mañana, que a mi vez he recibido de mi Padre. 29 Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las iglesias.»

Las promesas relativas al triunfador se refieren a la situación especial de la iglesia en Tiatira. No son las concesiones y la adaptación al ambiente no cristiano las que les permiten asentarse en el mundo; hay límites fijados por la verdad no falsificada y trazados por la santa voluntad de Dios. El que se atenga a ellos, compartirá un día con Cristo su señorío sobre el mundo, después de haber tenido ya participación -como lo promete la imagen tomada de Sal 2,8- en el juicio de Cristo sobre el mundo apóstata (cf. 19,14s; lCor 6,2). La segunda promesa parece algo obscura, pero se aclara con 22,16, donde Cristo mismo se designa como la estrella de la mañana; al vencedor no se promete sólo la participación en su poder, sino que Cristo mismo se le promete como recompensa; también en su luz radiante, también en la gloria del Hijo del hombre glorificado tendrá participación el vencedor. La exhortación a prestar atención a las palabras del Espíritu se halla desde ahora al final de las cartas que siguen, tras la(s) promesa(s) para el vencedor.