¿En qué Dios creemos?

 

José M. Castillo

 

1. Nos hacemos esta pregunta porque nos preocupa (y nos preocupa mucho) el problema abrumador del sufrimiento humano y los mil atropellos contra los seres humanos que se agudizan de día en día. Porque, sin duda alguna, el ser humano sin Dios, sin un Referente último que pueda trascender los deseos humanos de omnipotencia que todos llevamos dentro, tiene la constante tentación de deshumanizarse y, con frecuencia, se deshumaniza. Pero tan cierto como lo que acabo de decir es que el ser humano con solo Dios se entontece o asume el cinismo más descarado como forma de vida. O quizá algo que es peor, el que se aferra sólo a Dios, muchas veces cae en el fanatismo, probablemente en el fundamentalismo más agresivo y peligroso o bien puede llegar a autodivinizarse pensando que él, y sólo él, sabe quién es Dios, cómo es Dios y lo que Dios dice y quiere. Por un lado y por otro, se termina en la esterilidad y en la frustración. Pero, sobre todo, se termina en la complicidad con el dolor del mundo y, por tanto, con el sufrimiento de las víctimas.

2. El problema de Dios (y de lo religioso ), tal como es vivido ahora por muchas personas, se puede resumir en la tendencia frecuente de quienes mantienen o recuperan una referencia al vocabulario y las acciones de lo sagrado, pero que han invertido el significado que ese término comporta en las religiones. Lo sagrado ya no requiere un trascendimiento de la persona; es una expresión de su profundidad y de su dignidad. El resultado es aquí una religión, no del Dios único, sino de la humanidad o, mejor, del hombre individual y el círculo de los suyos y, en algunos casos, del "otro en general y no sólo de aquél con quien mantengo un vínculo privilegiado". Ese otro puede seguir suscitando la forma más clara de trascendimiento que es el don de sí, pero la suscita desde la llamada a la propia responsabilidad, no desde la imposición exterior de una tradición o de una autoridad. Es la religión sin Dios o la religión del "ser humano divinizado", donde la divinización no supone la superación real de la condición humana, sino el desarrollo de sus mejores posibilidades (cf. J. Martín Velasco, Metamorfosis de lo sagrado, Santander, Sal Terrae, 1999). Yel mismo Martín Velasco añade que, en las personas que piensan de esta manera, la transformación que está experimentando lo sagrado da lugar a una impostación profana, a través de experiencias estéticas, éticas o de compromiso con los otros. En estas personas está apareciendo una configuración de lo esencial de lo sagrado con rasgos tomados de ámbitos afines al mundo de lo sagrado y no identificados como religiosos. Tales personas representan una configuración de lo sagrado en términos estéticos, éticos y de relación humana que, vividos con radicalidad, servirian de mediaciones con el Absoluto, sin calificación religiosa alguna. 

3. Ahora bien, si las cosas están efectivamente así, al menos en Europa ( con EE UU y los países más desarrollados), ¿qué futuro tiene el cristianismo y concretamente la fe en Dios? Respondiendo de la manera más sencilla que se puede responder, el ser o no ser del tema de Dios está (y estará cada día más) en la relación que la gente establezca entre Dios y la felicidad de los seres humanos. Por supuesto, yo estoy de acuerdo en lo que ha escrito Martín Velasco, antes citado: el problema decisivo, aquél en función del cual se juega el ser o no ser de las religiones, reside en si es posible el reconocimiento de la absoluta Trascendencia de Dios sin menoscabo de la condición de persona del ser humano, de su inviolable dignidad. El problema es, pues, si la religión se limita a ser una expresión de lo sagrado del hombre, de su profundidad y dignidad o, si cabe, una profundización mayor en la condición humana que permita el reconocimiento por el ser humano de la realidad de Dios que, por ser la más absoluta trascendencia, resulta en definitiva, su centro más profundo, su raíz y el auténtico fundamento de su dignidad y de su subjetividad. Es, ni más ni menos, buscar al Trascendente en la hondura y desde la hondura de lo humano. Lo que es tanto como decir: la cuestión determinante para los cristianos está en buscar a Dios y creer en la trascendencia de Dios desde la solidaridad y hasta la fusión con las víctimas, con los crucificados de este mundo y, en general, con todos los que, desde la situación que sea y por el motivo que sea, necesitan calor humano, comprensión, tolerancia, compañía y cariño. 

4. En el cristianismo, para situarse correctamente en el tema de Dios, es fundamental tener presente que el Dios en el que creemos los cristianos es el Dios que se ha encarnado en un ser humano, en Jesús de Nazaret. Ahora bien, el misterio de la encarnación significa, no sólo la divinización del hombre, sino, juntamente con eso e igualmente que eso, la humanización de Dios. Esto quiere decir que el Dios en el que creemos los cristianos es el Dios que se funde y se confunde con lo humano. No sólo con el hombre histórico que fue Jesús de Nazaret, sino con todo ser humano. Por eso, Jesús pudo decir: "el que me ve a mí, está viendo a Dios" (Jn 14,9). Como dijo igualmente: "lo que hicisteis con uno de éstos, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,31-46). Más aún, los cuatro evangelios establecen la fusión de cualquier ser humano con Jesús y, finalmente, con Dios (Mt 10,40; Mc 9,37; Mt 18,5; Lc 10,16; 9,48; Jn 13,20). "Acoger", "rechazar", "escuchar" a cualquier ser humano es hacer eso mismo con Dios. 

5. Históricamente, la fusión de Dios con lo humano no ha sido debidamente asmilada e integrada en la tradición cristiana. Con frecuencia, se ha hecho, más bien, lo contrario. Porque el misterio de la encarnación se ha interpretado como la divinización del hombre y no como la humanización de Dios. Con lo cual, en lugar de acercar a Dios a lo humano, lo que se ha hecho ha sido alejar a Jesús de lo humano, es decir, de la condición humana. No olvidemos que las grandes herejías cristológicas (docetismo, monofisismo...) no han atacado la divinidad de Cristo, sino su humanidad. Demasiada gente no tiene dificultad para aceptar la divinidad de Jesús. La insuperable dificultad está en aceptar la humanidad de Dios. 

6. El problema de fondo está en que no nos cabe en la cabeza que, partir de la encarnación de Dios, el cristianismo modificó radicalmente nuestra manera de entender la trascendencia de Dios. A Dios se le puede entender como el que "trasciende" la condición humana en línea ascendente, como equivalente de divinización, el Omnipotente, el Infinito, el Absoluto, el que lo explica todo y da razón de todo. Pero, en ese supuesto, desembocamos inevitablemente en el Dios al que llegamos racionalmente como principio explicativo de todo el mal existerite en el mundo. Es el Dios al que Heidegger denuncia (con razón) como clave de bóveda de la "ontoteología", que aprisiona a Dios en el sistema de nuestro mundo y de nuestras contradicciones (Juan A. Estrada). Dicho de otra manera, por el camino de la "ontoteología", acabamos no sólo creyendo en Dios, sino incluso justificando racionalmente este mundo desconcertante y desconcertado en el que vivimos y hasta divinizando la limitada condición humana. 

Pero la trascendencia divina se puede entender no sólo hacia arriba, como divinización. También se puede decir que Dios "trasciende" la condición humana en línea descendente, como una humanización tan radical que llega a donde ningún ser humano ha llegado, ni puede llegar .Se trata, entonces, de la humanización que el ser humano, por sí solo y por sí mismo, no puede alcanzar. De manera que se trata de una hondura de humanidad que no se puede alcanzar sin un Referente Último, sin Dios. Es la humanización que supera la deshumanización que conlleva nuestra condición humana. Porque humano es amar y sufrir. Pero también es humano odiar y hacer sufrir. La humanización que trasciende lo humano es el logro de un amor y de una solidaridad con el sufrimiento, que supera y destierra todo odio, toda agresión y toda manifestación de la inhumanidad que ensombrece a este mundo. 

7. En el fondo, se trata de la "trascendencia" entendida a partir del Evangelio y no a partir de la filosofia platónica. En efecto, el platonismo entiende la "realidad suprema" como "Idea de Ideas", punto culminapte de todo el conjunto, que lo contiene todo en su universalidad absoluta. En el lenguaje platónico, es el límite (peras) supremo. Es decir, se entiende al Ser supremo, al Trascendente, como una extensión indefinida hacia arriba de todo lo que nosotros, los seres humanos, deseamos, apetecemos y anhelamos, que es poder, saber, gloria, honor, existencia ilimitada, grandeza, dominio, majestad, etc. y con esos ingredientes, llevados hasta tal extremo de grandeza que no es posible ni pensar nada mayor, con eso y según ese modelo, nos fabricamos y nos imaginamos a Dios. Y así resulta el Todopoderoso, el Absoluto, el Ser Supremo, causa de todo y origen de todo lo que existe. Se trata, por tanto, de una proyección, en línea ascendente, de nuestras apetencias humanas de omnipotencia. O sea, es el "seréis como dioses" de la serpiente satánica, la aspiración suprema de ser el origen supremo de todo y de tenerlo todo bajo control y dominio. El problema está en que, si Dios es efectivamente así, ese Dios es el origen de todo lo bueno que hay en el mundo. Pero también es inevitablemente el origen de todo lo malo que tenemos que soportar los mortales. No hay escapatoria. Ese "punto culminante", que imaginó la filosofia platónica, tiene la enorme ventaja de que se puede gloriar de todo lo bueno que hay en la vida. Pero de la misma manera tiene que soportar el estigma de ser la causa (en última instancia) de toda la negatividad, la contradicción y el sufrimiento que esta vida lleva consigo. 

8. Resulta comprensible que a las instituciones religiosas les viene mejor el Omnipotente de la Filosofia que el Misericordioso del Evangelio. El Omnipotente diviniza el poder y nos empuja a desear ser poderosos, para ser imagen suya. Es el Dios que cuadra divinamente y paradójicamente con la tentación satánica: "seréis como dioses" (Gen 3,5). El Misericordioso no empuja a nadie a desear poderes, por muy divinos que sean. Porque es el Dios que no "legitima" nada más que la identificación y hasta la fusión con el destino de todos los que se ven machacados por el dolor y la injusticia del "orden" presente. Seguramente por eso, las gentes de buena voluntad se identifican más espontáneamente con el Jesús del Evangelio que con el Dios que predican las Iglesias. La confusión está en que los representantes y mandatarios se empeñan en decir y defender que el Dios cristiano es, a la vez, el Omnipotente y el Misericordioso. Es decir, los dirigentes eclesiásticos quieren, a toda costa, armonizar el Dios de la Filosofia con el Dios del Evangelio. O dicho de otra manera, los "hombres de Iglesia" tienen la idea fija de armonizar el fundamento de la razón ("divinizada") con la locura irracional del impotente Dios crucificado. Y ahí es donde se ha atascado, y se sigue atascando, la teología cristiana, sobre todo desde que, a partir de la Ilustración, el Dios de la "ontoteología" quedó desautorizado ante la imposibilidad de conciliar el infinito poder con la infinita bondad en un Dios que, siendo tan poderoso y tan bueno, se nos presenta como el autor y la explicación de un mundo en el que hay tanto mal y tanto sufrimiento. 

9. Todo esto significa que el cristianismo, no sólo cambió el concepto de Dios, sino igualmente el modo de encontrar a Dios. El modo de encontrar a Dios no va por el camino ascendente de la perfección y la divinización, sino por el camino descendente de la humanización. Es decir, encontramos a Dios en la medida, y sólo en la medida, en que (como lo hizo Dios mismo) nos fundimos con lo humano, precisamente para liberar a los seres humanos, y a la sociedad en que vivimos los seres humanos, de la deshumanización que a todos nos amenaza ya todos nos domina, causando tanta inhumanidad y tanto sufrimiento. 

10. Pero aquí hay que hacer una advertencia importante. El Dios que se nos ha revelado en Jesús no se puede entender como el Dios que presentan ciertas corrientes religiosas "a la moda", como la "Nueva Era" y otras por el estilo. Porque entonces Dios ya no sería un "Tú" por encima de nuestra realidad finita, sino que sería un término colectivo, una especie de espiritualidad sin trascendencia, sostenida por una forma de panteísmo ("Todo es Dios") o de panenteísmo ("Todo está en Dios"). En ese caso, Dios dejaría de ser alguien, un ser de relación al que podemos dirigirnos y con el que podemos hablar, al que le podemos rezar y en el que nos es posible esperar y tener confianza. Ciertamente, el Dios de Jesús, tal como aparece insistentemente en los evangelios, es un Dios al que Jesús se dirige constantemente, con el que habla y al que reza, en el que espera y confia incluso en el.momento de la muerte (Lc 23,46). y es el Dios al que también nosotros podemos y debemos dirigirnos en la plegaria confiada, como un hijo habla con su padre (Mt 6,9-13 par). 

11. La razón última, según creo, de lo que acabo de decir está en que la deshumanización, que a todos nos destroza, no se vence si no contamos con un "Tú", con un "Otro", que está fundido en lo humano, pero que al mismo tiempo trasciende lo humano precisamente liberándonos de la deshumanización que hay en nosotros. Todo ser humano lleva en sí mismo dos exigencias: el "ser para" y el "estar con". En el fondo, es la exigencia de una ética: ser para los demás. Pero también de una mística: estar con el otro, con los demás, y, en definitiva, con el Otro. Es la experiencia inefable en la que nos jugamos el ser o no ser que nos acerca o nos aleja del que es nuestra memoria subversiva, nuestra fuerza y nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. A Dios no lo encontramos sólo con razones. Porque hombres cargados de razones se han cargado a millones de seres humanos. A Dios lo encontramos en la coherencia ética, que nos humaniza, y desde la experiencia mística, que nos libera de nuestra inhumanidad.