LOS
LIBROS CANÓNICOS
HISTORIA
DEL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
II.
El canon del Antiguo Testamento
entre los cristianos.
1. Cristo y los apóstoles.- En
tiempo de Cristo, como ya hemos visto, existía ciertamente entre los judíos
una colección de Libros Sagrados del Antiguo Testamento, a la que se atribuía
la máxima autoridad normativa. Jesucristo y los apóstoles recibieron también
esta colección de libros con suma reverencia y la aprobaron, considerándola
como sagrada y normativa. Esto se deduce de la manera de proceder de Cristo y de
sus discípulos. Con frecuencia recurren al testimonio de las Sagradas
Escrituras, considerándolas como palabra
de Dios[1].
La colección de Libros Sagrados
aceptada por Cristo contenía sin duda alguna todos los libros protocanónicos
admitidos entonces por los judíos. Entre éstos hay que incluir también siete
libros protocanónicos (Rut, Esd-Neh, Est, Ecl, Cant, Abd, Nah) que no son
citados en ningún lugar del Nuevo Testamento. Cristo y los a apóstoles se
conformaron en esto indudablemente a la opinión que era común entonces entre
los judíos palestinenses. Y si bien a veces son citados sin ir precedidos de la
fórmula introductoria que indicaba el carácter divino del libro[2],
esto no quiere decir que negasen ese carácter divino a los libros así citados[3].
Por lo que se refiere a los deuterocanónicos,
es más difícil determinar si eran admitidos por Cristo y sus discípulos como
canónicos. Porque si bien los autores del Nuevo Testamento conocían los libros
deuterocanónicos, sin embargo nunca los citan con la fórmula “está
escrito”. De aquí que no podamos concluir con absoluta certeza que los
escritores neotestamentarios los consideraban como inspirados y canónicos. No
obstante, podemos demostrar de un modo indirecto que los apóstoles los
consideraban como de origen divino. En efecto, el texto sagrado usado por los apóstoles
fue la versión de los Setenta, como se desprende del hecho de que de unas 350
citas del Antiguo Testamento que aparecen en el Nuevo, unas 300 concuerdan con
el texto de los Setenta[4].
Esto demuestra que los apóstoles se servían del texto griego de los Setenta
como del texto sagrado por excelencia. Lo cual indica que era aprobado
por los mismos apóstoles, como afirma San Agustín[5].
Y, por consiguiente, admitían como canónicos e inspirados todos los libros en
ella contenidos, incluso los deuterocanónicos, que formaban parte de dicha
versión. Como los apóstoles eran los custodios del depósito de la fe, cuya
fuente es la Sagrada Escritura, si no hubieran considerado los libros deuterocanónicos
como inspirados, tendrían obligación estricta de advertirlo a los fieles.
Tanto más cuanto que los deuterocanónicos estaban mezclados con los protocanónicos
en la versión de los Setenta. Ahora bien, en ningún documento antiguo
encontramos la mínima huella de una tal advertencia. Todo lo contrario, los
testimonios antiguos afirman que la Iglesia recibió la colección completa de
los libros del Antiguo Testamento de los apóstoles, como vamos a ver en
seguida.
No se dan en el Nuevo Testamento citas explícitas de los libros
deuterocanónicos. Pero se encuentran frecuentes alusiones que demuestran que
los autores neotestamentarios conocían los deuterocanónicos del Antiguo
Testamento. Basten los siguientes ejemplos:
Eclo 5,13
-
Sant 1,19
Eclo
24,17 (23)
- Jn 15, 1
Eclo
24,25
- Mt 11,28s
Eclo
28,2
-
Mt 6,14
Eclo
51,1
-
Mt 11,25-27
Eclo
51,23s
- Mt 11, 28s
2
Mac 6,18-7,42 -
Heb 11,35
Sab
2,13.18-20 -
Mt 27,43
Sab
3,8
-
1 Cor 6,2
Sab
5,18-21
- Ef
6,13-17
Sab
6,18 -
Rom
13,9s
Sab
7,25 -
Heb
1,3
Sab
12,12
- Rom 9,20
Sab
13-15
- Rom 1,19-32
Sab
17,1 -
Rom
11,33
2.
La Iglesia primitiva (S.I-II).- Nadie pone en duda que la
Iglesia primitiva haya recibido como libros canónicos e inspirados- siguiendo
el ejemplo de Jesucristo y de los apóstoles- todos los protocanónicos del
Antiguo Testamento. En cambio, no sucede lo mismo con los libros deuterocanónicos.
A propósito de éstos se han dado ciertas discusiones en la edad patrística.
Primeramente
hubo un período de unanimidad (s.I-II),
durante el cual no aparece ninguna duda acerca de la autoridad y la inspiración
de los libros deuterocanónicos. Al menos no ha llegado hasta nosotros ningún
rastro de dudas en los escritos de los Padres. Los escritores cristianos
antiguos citan los libros proto y deuterocanónicos sin
hacer ninguna distinción. Tenemos testimonios muy importantes de los Padres
de los siglos I-II. Los Padres apostólicos,
aunque no afirman explícitamente que los deuterocanónicos son inspirados,
citan, sin embargo, sus palabras con las mismas fórmulas que las demás
Escrituras.
La
Didajé (hacia 90-100) 4,5 alude claramente al Eclo 4,31 (36). También
Didajé 5,2 se refiere a Sab 12,7, y Didajé
10,3 a Sab 1,4.
San
Clemente Romano (+101) aduce el
ejemplo de Judit y la
fe de Ester[6].
También alude al libro de la Sab y al Eclo[7].
La
Epístola de Bernabé (hacia
93‑97 d.C.) parece aludir en 6,7 a Sab 2,12, y en 19,9 a Eclo 4,36.
San
Policarpo (+ 156)
cita, aunque no expresamente, en la Epistola
ad Pililippenses 10,2 a Tob 4,11, o bien 12,9[8].
San
Ignacio de Antioquía
(+ 109) alude al libro de Judit 16,14 en su Epistola
ad Ephes. 15,1.
El
Pastor de Hermas (hacia 140‑154) tiene bastantes alusiones a
diversos libros deuterocanónicos: al Eclo, a Tobías, al 2 Mac y a la Sab[9].
Cuando
comenzaron en el Oriente las disputas de los cristianos con los judíos, los apologistas
se vieron obligados a servirse únicamente de los libros protocanónicos,
porque los judíos no admitían la canonicidad de los deuterocanónicos. Así
nos lo dice expresamente San Justino[10].
San
Justino (+ 165), en
su Apología 1,46, alude a las partes
deuterocanónicas de Dan 3. Y en el Diálogo
con Trifón 71 acusa a los judíos de rechazar de la versión griega de los
Setenta las Escrituras que testificaban en favor de Cristo.
Atenágoras
(hacia 177), en su obra Legatio pro
Christianis 9 cita explícitamente a Bar 3,36, considerándolo como uno de
los profetas.
San
Ireneo (+ 202) cita a
Baruc bajo el nombre de Jeremías[11].
Aduce los capítulos 13 y 14 de Daniel, atribuyéndolos a este profeta[12].
También se sirve frecuentemente del libro de la Sabiduría[13].
Clemente
Alejandrino (+ 215)
conoce todos los libros y pasajes deuterocanónicos, si exceptuamos el 1 y 2 Mac,
y los considera como sagrados y canónicos[14].
Orígenes
(+ 254) se sirve con frecuencia de todos los libros deuterocanónicos, que él
considera como inspirados, siguiendo en esto ‑como él mismo
confiesa‑ la autoridad de la Iglesia[15]:
“Ausi sumus uti in hoc loco Danielis
exemplo, non ignorantes, quoniam in hebraeo positum non est, sed quoniam in
Ecclesiis tenetur” (“...sabemos que este ejemplo de la vida de Daniel no
está en el texto hebreo, pero lo usamos porque
es aceptado en las Iglesias”).
Tertuliano
(+ hacia 225) cita todos los libros deuterocanónicos, excepto Tob y las partes
deuterocanónicas de Est. Acusa, además, a los judíos de rechazar muchas cosas
de los Libros Sagrados que eran favorables a Cristo[16].
San
Cipriano (+ 258)
coloca entre las Escrituras canónicas todos los libros deuterocanónicos, a
excepción de Judit[17].
San
Hipólito Romano (+
235) admite todos los deuterocanónicos, exceptuando Judit y las partes
deuterocanónicas de Ester[18].
Esta
tradición unánime acerca de los libros deuterocanónicos del Antiguo
Testamento es confirmada por el testimonio de los monumentos, de las pinturas y
esculturas, con las cuales se adornaban los cementerios cristianos de los
primeros siglos. En las pinturas, sobre todo, se representan hechos y personajes
de los cuales nos hablan los libros deuterocanónicos. Se han encontrado tres
pinturas y dos esculturas de Tobías.
Se representa a los tres jóvenes del
libro de Daniel en el horno con los
brazos levantados en ademán de orar[19].
De esta escena se nos han conservado 17 pinturas y 25 esculturas. Se muestra
también a Susana entre los dos viejos
en 6 pinturas y 7 esculturas, y a Daniel
en actitud de pronunciar la sentencia contra los dos viejos malvados (dos
pinturas y una escultura). También se ve con frecuencia a Daniel en el lago
de los leones (39 pinturas Y 30 esculturas)[20].
Esto
nos demuestra que los cristianos a partir del siglo II d.C.[21]
se servían tanto de los libros protocanónicos como de los deuterocanónicos. Y
les atribuían igual autoridad que a los protocanónicos.
La
unanimidad de la tradición cristiana acerca de los libros deuterocanónicos en
los dos primeros siglos de nuestra era es admirable. Y esta unanimidad aún
resalta más si tenemos en cuenta que la Iglesia todavía no había dado ninguna
decisión oficial sobre el canon de las Sagradas Escrituras.
3. Período de dudas acerca de los deuterocanónicos (s. III-V).
-
Al final del siglo II y comienzos del III empiezan a manifestarse las primeras
dudas sobre la inspiración de los deuterocanónicos. Estas dudas, más bien de
tipo teórico, perdurarán hasta
finales del siglo V. Las llamamos de tipo teórico porque los autores que dudan
de la autoridad divina de los deuterocanónicos, en la práctica continúan
citando y sirviéndose de ellos al lado de los protocanónicos como escritura
sagrada.
Las
causas que originaron estas dudas debieron de ser varias. En primer lugar, las
disputas con los judíos. Como éstos negaban la autoridad de los
deuterocanónicos, los apologistas, al disputar con ellos, se veían obligados a
servirse sólo de los libros protocanónicos. Esto debió de influir sobre
ciertos escritores que comenzaron a dudar de la autoridad divina de los deuterocanónicos.
Y estas dudas se fueron extendiendo más y más en diversas regiones. Los
primeros testimonios son:
San
Melitón de Sardes
(hacia el año 170 d.C.), después de un viaje a Palestina para conocer
exactamente los lugares en que tuvieron lugar los hechos narrados en el Antiguo
Testamento y para saber cuáles y cuántos eran los libros de la antigua economía,
manda la lista de ellos al obispo Onésimo. En esta lista solamente están
presentes los libros protocanónicos, excepto Ester, seguramente porque en aquel
tiempo algunos judíos dudaban de la autoridad divina de Ester[22].
Orígenes
(+ 254) refiere ‑hacia el año 231‑ que muchos cristianos dudaban de
la inspiración de ciertos libros del Antiguo Testamento[23].
El mismo, escribiendo al diácono Ambrosio, no juzga suficiente apoyar sus
razones con argumentos tomados de dos libros deuterocanónicos. Lo cual indica
que en aquel tiempo había bastantes cristianos que dudaban de los deuterocanónicos
o los rechazaban. En el comentario al salmo 1 da la lista de 22 libros, es
decir, la de los protocanónicos[24].
Y en su obra De Principiis 4,3 afirma
que el libro de la Sabiduría es escritura, pero no canónica, porque “no
todos le reconocen autoridad”. En la práctica, sin embargo, Orígenes emplea
con frecuencia los deuterocanónicos sin hacer distinción alguna con los
protocanónicos[25].
En
el siglo III encontramos otra causa que debió de influir poderosamente sobre el
ánimo de muchos escritores de aquella época: los libros apócrifos. Estos se divulgaban amparados en nombres de gran
autoridad que, sin embargo, nada tenían que ver con dichos libros. De aquí
surgieron mayores dudas aún acerca de los deuterocanónicos, de los que ya se
dudaba.
En
el siglo IV, muchos Padres griegos admiten solamente los libros protocanónicos
y atribuyen a los deuterocanónicos menor autoridad, al menos teóricamente. Sin
embargo, en la práctica no hacen apenas distinción entre los proto y deuterocanónicos.
San
Atanasio (+ 373)
enumera solamente 22 libros del Antiguo Testamento, es decir, los protocanónicos.
Además, omite Ester, pero añade Baruc con la carta de Jeremías. Después cita
otros libros no canónicos (gr: “ou kanonizómena”), compuestos por los
Padres, que han de ser leídos a los catecúmenos: la Sabiduría, Eclo, Est, Jdt,
Tob, Didajé, Pastor de Hermas[26].
De éstos han de ser distinguidos los apócrifos,
que no deben ser leídos. En la práctica parece que también San Atanasio usa
los deuterocanónicos como inspirados, sin distinguirlos de los protocanónicos[27].
San
Cirilo de Jerusalén
(+ 386) admite solamente los 22 libros protocanónicos, incluyendo entre ellos a
Baruc y la carta de Jeremías. También conoce los libros apócrifos y aquellos
“de los cuales se duda” (gr. “amfiballómena”), probablemente los
deuterocanónicos, los cuales son casi todos citados en su Catequesis
como inspirados[28]. San Cirilo prohíbe a los catecúmenos leer tanto los
libros apócrifos como los inciertos o deuterocanónicos[29]. Sin embargo, esta prohibición no le impide usar los
deuterocanónicos como Libros Sagrados con fuerza probativa.
San Epifanio(+ 403), de
igual manera, nos da la lista de los libros protocanónicos del Antiguo
Testamento, que, según él, son 22, conforme a las letras del alefato hebreo.
Entre los protocanónicos enumera a Est, Bar y la carta de Jer. Respecto del
libro de la Sabiduría y del Eclesiástico afirma que son dudosos (gr. “en
amfilekto”). Los demás los considera como apócrifos (enapókryfa)[30]. En la práctica también cita los deuterocanónicos
con frecuencia, y a veces con la fórmula: “movido por el Espíritu Santo”,
o “dicho del Espíritu Santo”[31].
San
Gregorio Nacianceno
(+ 389) sólo admite 22 libros del Antiguo Testamento, de entre los cuales
falta Ester. No alude para nada a libros de otras categorías. En sus obras, sin
embargo, usa con cierta frecuencia muchos de los deuterocanónicos[32].
San
Anpiloquio (+ después
de 394) habla de tres, categorías de libros: los ciertos (gr. “asfaléis”),
que son los protocanónicos, menos Ester. Todos los demás son pseudónimos
(gr. “pseudónymoi”). Pero entre éstos hay dos grupos: “los intermedios y
próximos a la verdadera doctrina”, que tal vez sean los deuterocanónicos, y
los “apócrifos”, que son falsos y seductores[33].
Pero, a semejanza de los anteriores Padres, cita también los deuterocanónicos[34].
Durante
el siglo V las dudas acerca de los deuterocanónicos van disminuyendo bastante
sensiblemente. Sólo encontramos algún que otro testimonio de escritores
orientales que todavía rechazan los deuterocanónicos[35].
Sin embargo, las dudas de los Padres orientales fueron penetrando en Occidente,
logrando influir sobre ciertos Padres latinos, que llegaron a dudar o rechazar
la inspiración de los libros deuterocanónicos. Así piensan, entre otros:
San
Hilario de Poitiers
(+ 366), que admite solamente los 22 libros protocanónicos, según las letras
hebreas. Pero él mismo advierte que algunos añaden Tobías y Judit, con lo que
obtienen el número 24 de las letras griegas[36].
En la práctica, empero, usa casi todos los libros deuterocanónicos[37],
considerándolos corno Escritura sagrada o profecía.
Rufino
(+ 410) distingue tres clases de libros: los que fueron recibidos por los
Padres en el canon, es decir, los protocanónicos, de los que enumera 22; los eclesiásticos,
que han de ser leídos en la iglesia, pero que no pueden ser aducidos como
autoridad para confirmar la fe. Estos son: Sab, Eclo, Tob, Jdt, 1‑2 Mac.
Y, finalmente, los apócrifos, que
no pueden ser leídos en la iglesia[38]. Sin embargo, también él cita los deuterocanónicos,
y a veces como Escritura sagrada[39].
Por otra parte, es de Rufino la siguiente afirmación: “Id pro vero solum
habendum est in Scripturis divinis, quod LXX interpretes transtulerunt:
quoniam id solum est quod auctoritate apostolica confirmatum est”
(“debemos considerar como verdadero en las Escrituras divinas sólo aquello
que los traductores de la versión de los LXX nos transmitieron, ya que sólo
eso ha sido confirmado por la autoridad apostólica”)[40].
Ahora bien, la versión griega de los LXX contenía también los libros
deuterocanónicos; luego parece que Rufino admitía de algún modo la autoridad
canónica de dichos libros.
San
Jerónimo (+ 420)
parece que en un principio consideró todos los deuterocanónicos como sagrados
y canónicos, pues seguía la versión de los LXX, que los contenía todos.
Sin embargo, a partir del año 390 en que empezó su versión directa del
hebreo, influido, según parece, por sus maestros judíos, sólo admite los
libros contenidos en la Biblia hebrea. En este sentido nos dice en el Prólogo
galeato: “Hic prologus Scripturarum, quasi galeatum principium, omnibus
libris, quos de hebraeo vertimus in latinum, convenire potest, ut scire valeamus,
quidquid extra hos est, inter apocrypha esse ponendum. Igitur, Sapientia quae
vulgo Salomonis inscribitur, et lesu filii Sirac liber (Eclo) et Iudith et
Tobias et Pastor non sunt in canone. Machabaeorum
primum librum hebraicum repperi. Secundus graecus est” (“este prólogo de
las Escrituras, como inicio galeato, lo encuentro oportuno en este lugar, donde
traducimos los libros del hebreo al latín, de modo que sea a todos conocido que
lo que no se encuentra entre estos libros
debe ser considerado entre los apócrifos. Y así, la Sabiduría que
popularmente se atribuye a Salomón, y el Eclesiástico o libro del Ben Sirach,
y Judit y Tobías y el Pastor no están en el canon. El primer libro de los
Macabeos lo encontré en hebreo, el segundo en griego”)[41].
Hacia el año 397 confirma su pensamiento negando a los deuterocanónicos todo
valor probativo en materia dogmática: “Sicut ergo Iudith et Tobi et
Machabaeorum libros legit quidem Ecclesia, sed inter canonicas scripturas non
recipit: sic et haec duo volumina (Eclo y Sab) legat ad aedificationem plebis,
non ad auctoritatem ecclesiaticorum dogmatum confirmandam” (“Y así como
la Iglesia lee sin duda los libros de Judit, Tobías y Macabeos, pero no los
recibe en las Escrituras canónicas, del mismo modo estos dos volúmenes -Eclesiástico
y Sabiduría- los lea la Iglesia para la edificación de los fieles, pero no
para confirmar la autoridad de los dogmas eclesiásticos”)[42].
En el año 403, en
una carta a Leta, en la que le da instrucciones para la educación cristiana de
su hija, después de proponer el canon de los hebreos, añade esta advertencia: “Caveat
omnia apocrypha. Et si quando ea non ad dogmatum veritatem, sed ad signorum
reverentiam legere voluerit, sciat... multa his admixta vitiosa”
(“Tenga cuidado con todos los apócrifos. Y si de todos modos quisiera
leerlos, no para fundamentar la verdad de los dogmas, sino por la reverencia de
lo que representan, sepa que… en ellos hay mucho de defectuoso”)[43].
Rechaza las partes deuterocanónicas de Ester y de Daniel (en los prefacios a
ambos libros)[44],
lo mismo que Baruc y la carta de Jeremías, porque los hebreos no los consideran
como sagrados y canónicos[45].
En
otros lugares de sus obras no se muestra tan tajante respecto de los deuterocanónicos.
De ahí que traduzca hacia 390‑391 el libro de Tobías a instancias de
algunos amigos. Advierte, sin embargo, que los hebreos lo consideraban como apócrifo;
pero justifica su decisión de traducirlo diciendo: “melius esse iudicans
pharisaeorum displicere iudicio et episcoporum iussionibus deservire” (“es
mejor oponerse al juicio de los fariseos y obedecer las ordenanzas de los
obispos”)[46]. De igual modo traduce Judit, después que varios
amigos se lo hablan pedido, pero protesta que los hebreos lo tenían por apócrifo,
y afirma que su “auctoritas ad roboranda illa quae in contentionem veniunt,
minus idonea iudicatur” (“la autoridad de estos libros para fundamentar
aquellas verdades que se ponen en discusión es tenida por menos idónea”)[47].
En el año 394 dice refiriéndose a Judit: “Legimus in Iudith, si cui tamen
placet volumen recipere” (“Leemos en el libro de Judit –si se quiere
aceptar este libro- que…”)[48];
en 397 pone el libro de Judit al lado de Rut y Ester: “Rut et Esther et Iudith
tantae gloriae sunt, ut sacris voluminibus nomina indiderint” (“Rut, Ester y
Judit son nombres de tanta gloria que llegaron a dar sus nombres a los libros
santos”)[49].Y hacia 405, hablando del mismo libro de Judit,
escribe: “Hunc librum synodus nicaena in numero sanctarum Scripturarum
legitur computasse” (“el concilio de Nicea consideró que este libro forma
parte de las Sagradas Escrituras”)[50].
De Tobías dice también en otra ocasión: “Liber... Tobiae,
licet non habeatur in canone, tamen usurpatur ab ecclesiasticis viris”
(“El libro de Tobías, si bien no está en el canon, sin embargo lo usan
frecuentemente los hombres de iglesia”)[51].
El
santo Doctor cita también frecuentemente los deuterocanónicos, considerándolos
como Escritura sagrada[52].
Han sido contadas alrededor de unas doscientas citaciones de los libros
deuterocanónicos en San Jerónimo[53].
Sin
embargo, es hoy opinión bastante común que San jerónimo, después del año
390, negó la inspiración de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento y los
excluyó del canon. Téngase en cuenta que ésta era una opinión suya personal
y privada, que nada tenía que ver con la doctrina y la enseñanza de la
Iglesia, como veremos.
Se
debe advertir, sin embargo, que la opinión que rechazaba los deuterocanónicos
o les atribuía menor autoridad fue patrimonio de una minoría de Padres. La
mayor parte de los Padres griegos y latinos de los siglos IV y V consideran los
deuterocanónicos como sagrados e inspirados[54].
Entre estos podemos contar a San Basilio Magno (+379)[55],
San Gregorio Niseno (+395)[56],
San Ambrosio (+396)[57],
San Juan Crisóstomo (+407)[58],
Orosio (+ hacia 417)[59],
San Agustín (+430)[60],
San Círilo Alejandrino (+444)[61],
Teodoreto de Ciro (+458)[62],
San León Magno (+461), San Isidoro de Sevilla (+636) y los Padres de la Iglesia
siríaca, Afraates y San Efrén[63].
Los
Padres citados, y otros más que pudiéramos citar, consideran los deuterocanónicos
como Libros Sagrados. Pero no todos citan el catálogo completo de los libros
deuterocanónicos, porque se sirven de ellos de ordinario de una manera
ocasional. Basta que citen alguno de los deuterocanónicos como Escritura
sagrada para que se salve el principio de que los deuterocanónicos tienen la
misma autoridad que los protocanónicos.
Los
códices griegos de los siglos IV y V que han llegado hasta nosotros confirman
la tradición patrística, pues contienen los deuterocanónicos. Pero éstos no
están puestos al final, como en apéndice, sino en su lugar determinado. Así
nos los presentan los códices principales Sinaítico (S), Vaticano (B) y
Alejandrino (A).
Otra
prueba fuerte de la canonicidad de los deuterocanónicos nos la dan los
concilios provinciales africanos de Hipona (año 393 d.C.) y el III y IV de
Cartago (años 397 y 419), que nos presentan el catálogo completo
de los Libros Sagrados, incluyendo también los deuterocanónicos. El papa S.
Inocencio I, en una carta al obispo de Tolosa, Exuperio, del año 405, da
también el catálogo completo de los libros canónicos[64].
4.
Retorno a la unanimidad
(s. VI y posteriores).‑ A partir de fines del siglo V las dudas acerca
de los deuterocanónicos van desapareciendo. De este modo se restablece en el
siglo VI la unanimidad, que no es oscurecida por algunas voces discordantes,
las cuales todavía dudan de la inspiración de los deuterocanónicos. Estas
son bastante raras en Oriente; menos raras en Occidente, en donde la autoridad
de San Jerónimo ejerció un gran influjo, haciendo que algunos dudasen hasta la
época del concilio Tridentino. Sin embargo, ya en el siglo VII, San Isidoro de
Sevilla expresaba muy bien el sentir de la Iglesia con estas palabras: “Quos (deuterocanonicos
libros) licet Hebraei inter apocrypha separent, Ecclesia Christi tamen inter
divinos libros et honorat et praedicat”
(“aunque los hebreos cuenten a estos libros –los deuterocanónicos- entre
los apócrifos, sin embargo la Iglesia de Cristo los honora y predica como
libros divinos”)[65].
Entre
los griegos todavía no admiten el canon completo los siguientes Padres:
Teodoro de Mopsuestia (+428)[66],
Leoncio Bizantino (+ 543)[67],
San Juan Damasceno (+ hacia 754)[68]
y Nicéforo Constantinopolitano (+829)[69].
Entre los latinos dudan aún de la canonicidad e inspiración de los deuterocanónicos:
Yunilio Africano (+ hacia 550)[70],
San Gregorio Magno (+604)[71],
Walafrido Estrabón (+849)[72],
Roberto de Deutz (+1135)[73],
Hugo de San Víctor (+1141)[74],
Hugo de San Caro (+1263)[75],
Nicolás de Lira (+1340)[76],
Alfonso Tostado (+1455 )[77],
San Antonino de Florencia (+1459)[78],
Dionisio Cartujano (+1471)[79]
y el cardenal Tomás de Vío Cayetano (+1534)[80].
Santo
Tomás de Aquino (+1274) equipara los deuterocanónicos a los demás libros de
la Sagrada Escritura, como se ve claramente por un discurso académico del 1252,
descubierto en 1912 por el P. Salvatore[81],
en el cual menciona todos los libros de la Biblia tanto los proto como los
deuterocanónicos. Por eso, las dudas expresadas con anterioridad por algunos
autores respecto del pensamiento de Santo Tomás 219, no tienen apoyo alguno.
5.
Decisiones de la Iglesia respecto del canon bíblico.- La
Iglesia cristiana ha considerado siempre los libros deuterocanónicos del
Antiguo Testamento como inspirados, y los ha recibido con la misma reverencia y
veneración que los protocanónicos. Esta fue la causa de que dichos libros
fueran leídos en las asambleas litúrgicas ya desde los primeros siglos de la
Iglesia.
Las
primeras decisiones oficiales de la Iglesia de nosotros conocidas son del siglo
IV. El concilio Hiponense (año 393) establece, en efecto, que “praeter
Scripturas canonicas nihil in Ecclesia legatur sub nomine divinarum Scripturarum”
(“en la Iglesia no se lea con el nombre de Escrituras divinas nada sino sólo
las Escrituras canónicas”), y a continuación da el catálogo completo de los Libros Sagrados[82].
Este mismo canon es propuesto por los concilios III y IV de Cartago, celebrados
los años 397 y 419 respectivamente[83],
y por el papa San Inocencio I en una carta suya al obispo tolosano Exuperio (año
405)[84].
Los
griegos recibieron el canon completo del concilio IV de Cartago en el concilio
Trulano II (año 692)[85]. Y lo mismo hizo Focio (+891)[86].
Hay ciertos autores que afirman que el sínodo Niceno (año 325) ya había
determinado el canon de los Libros Sagrados; sin embargo, parece más verosímil
negar esto, ya que en los cánones conciliares que han llegado hasta nosotros
nada se dice del canon de los Libros Sagrados. En cuanto al canon 60 del
concilio Laodicense (hacia 360), que enumera del Antiguo Testamento solamente
los libros protocanónicos, incluyendo Baruc, se sabe hoy que no es auténtico,
sino una adición antigua hecha a los cánones de dicho concilio[87].
El
Decreto Gelasiano da el canon completo de las Sagradas Escrituras[88].
Este decreto es atribuido también a San Dámaso I (366‑384) y a San
Hormisdas (514‑523). Sin embargo, hoy día los críticos suelen negar su
autenticidad. No se trataría de un documento proveniente de una autoridad pública,
como un concilio, o un papa, sino de una obra privada compuesta por un clérigo
en la Galia meridional o en la Italia septentrional a principios del Siglo VI.
Otros críticos, en cambio, defienden su autenticidad.
También
son testimonios de la tradición eclesiástica de esta época los catálogos de los Libros Sagrados que se encuentran en algunos
antiguos códices de la Sagrada Escritura. El códice Claromontano (DP), compuesto en el siglo V‑VI, contiene el
canon del siglo III‑IV, con los libros deuterocanónicos[89].
El Canon Mommseniano, del siglo IV,
también nos presenta el canon completo[90].
La
enseñanza tradicional sobre el canon fue confirmada solemnemente por el concilio
Florentino, el cual en el decreto pro
Iacobitis (4 febrero 1441), da el canon completo de los Libros Sagrados del
Antiguo y Nuevo Testamento, incluyendo todos los deuterocanónicos[91].
“(La Iglesia) profesa‑afirma el concilio‑que el mismo y único
Dios es el autor M Antiguo y del Nuevo Testamento.... ya que bajo la inspiración
del mismo Espíritu Santo hablaron los santos de uno y otro Testamento, cuyos
libros recibe y venera ...”[92].
Y,
finalmente, el concilio Tridentino,
para salir al paso de los protestantes, que negaban los deuterocanónicos del
Antiguo Testamento, define solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras.
En la sesión 4ta., del 8 de abril de 1546, se promulga el solemne decreto,
que dice: “El sacrosanto ecuménico y general concilio Tridentino... admite y
venera con el mismo piadoso afecto y reverencia todos los libros, tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento... Y si alguien no recibiera como sagrados y
canónicos estos libros íntegros con todas sus partes, como ha sido costumbre
leerlos en la Iglesia católica, y se contienen en la antigua versión Vulgata
latina, o si despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea
anaterna”[93].
El
concilio Vaticano I, con el propósito
de disipar algunas dudas aisladas, que aún subsistían en algún que otro autor
católico acerca de la autoridad de los libros deuterocanónicos, renovó y
confirmó el decreto del concilio Tridentino. Y declaró solemnemente: “Si
alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada
Escritura íntegros, con todas sus partes, como los describió el santo sínodo
Tridentino, o negase que son divinamente inspirados, sea anatema”[94].
Finalmente, el concilio Vaticano II vuelve a repetir y confirmar la doctrina de los dos precedentes concilios, con estas palabras: “La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia” (Const. dogmática Dei Verbum c.3 n.11)
6.
El canon del Antiguo Testamento en las otras iglesias cristianas.
a)
La Iglesia siríaca: Entre los sirios
ha existido una tradición bastante parecida a la de la Iglesia católica, en
lo que se refiere a los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento. La
mayor parte de sus escritores los consideran como inspirados y canónicos. El
monofisita Jacobo Edeseno (+ 708) admite Bar, Est, Jdt, Sab, Eclo. Gregorio
Barhebreo (+ 1286) comenta en sus escritos Dan 3 y 13, Sab, Eclo y también cita
Bar y Mac. El escritor nestoriano Iso'dad (+852) presenta un canon de 22 libros;
Pero Ebed Jesu (+1318) enumera en su catálogo la mayoría de los deuterocanónicos,
lo mismo que Ibn Chaldun (+ 1406). La antigua Iglesia siríaca también admitía
los deuterocanónicos, como nos lo prueba el catálogo de los Libros Sagrados
del siglo IV que ha llegado hasta nosotros[95].
b)
La Iglesia etiópica también admite
el canon completo del Antiguo Testamento, al cual ha incorporado algunos libros
apócrifos, como el 4 Esd, 3 Mac, Henoc[96].
c)
La Iglesia copta y la armena admiten
el canon completo del Antiguo Testamento. Pero, a semejanza de los etíopes,
admiten ciertos libros apócrifos. Los coptos añaden el salmo 151 y el 3 Mac[97],
y los armenos incluyen el 3 Esd, 3 Mac, Testamento de los XII patriarcas, etc.
d)
Griegos ortodoxos. La Iglesia griega
admitió el canon completo del Antiguo Testamento desde el concilio de Trulo (año
692) hasta el siglo XVII. Focio mismo, autor del cisma, admitió los deuterocanónicos[98]. Sin embargo, en el siglo XVII, bajo la influencia de
los protestantes, comenzaron a aparecer ciertas dudas acerca de dichos libros.
Fue principalmente Cirilo Lucaris (+ 1638), patriarca de Constantinopla, el
cual, contagiado de calvinismo, rechazó los deuterocanónicos considerándolos
como apócrifos[99].
Empero, el sínodo de Constantinopla celebrado el año 1638 bajo el sucesor de
Cirilo Lucaris, Cirilo Contar¡, y los sínodos de Yassi (año 1642) y de
Jerusalén (1672), condenaron la sentencia de Cirilo Lucaris y aceptaron el
canon completo de los Libros Sagrados, incluyendo los deuterocanónicos.
A
mediados del siglo XVIII, bajo la influencia de la Iglesia rusa, comenzaron a
reaparecer las dudas sobre los deuterocanónicos, que encontraron eco en
bastantes teólogos griegos. Hoy la canonicidad de estos libros es rechazada
por muchos. Y como no ha habido todavía una decisión oficial de la Iglesia
griega a este respecto, la admisión o la negación de los deuterocanónicos es
en la actualidad una opinión libre.
e)
La Iglesia rusa hasta el siglo XVII
aceptó el canon completo del Antiguo Testamento. Pero a finales del siglo
XVII el emperador Pedro el Grande (1689‑1725), por razones nacionalistas,
separó la Iglesia rusa de la griega ortodoxa y suprimió el patriarcado,
instituyendo en su lugar el Santo Sínodo. En esta obra fue ayudado eficazmente
por el obispo Teófanes Prokopowitcz, el cual, entre otras cosas, negaba la
canonicidad de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento[100].
Esta opinión fue aceptada por muchos teólogos, e incluso llegó a ser aprobada
por el Santo Sínodo[101].
De ahí que hoy día sean muchos los que rechazan la canonicidad de los
deuterocanónicoS 251.
f)
Los protestantes, por el hecho de
negar la autoridad de la Iglesia, se vieron obligados a determinar el canon apoyándose
en testimonios históricos o en criterios internos y subjetivos. Por esta razón,
los protestantes conservadores, siguiendo la autoridad de San Jerónimo,
rechazan todos los deuterocanónicos del Antiguo Testamento, considerándolos
como apócrifos[102].
El primero en negar la canonicidad de los deuterocanónicos fue Carlostadio, en
1520, cuyo nombre verdadero era Andrés Bodenstein[103].
Por eso, la Biblia de Zurich de 1529 los coloca en apéndice. Pronto le siguió
Lutero, el cual, en su primera traducción alemana de la Biblia (año 1534),
los coloca en apéndice bajo el título de apócrifos[104].
En 1540 también Calvino rechazó los deuterocanónicos.
Las
diversas confesiones protestantes rechazaron igualmente la canonicidad de los
deuterocanónicos. No obstante, la Confesión galicana (1559)[105],
la Confesión anglicana (1562), la Confesión belga (1562) y la II Confesión
helvética (1564) aún los conservan en apéndice al final de la Biblia. En el sínodo
de Dordrecht (Holanda), año 1618, algunos teólogos calvinistas pidieron que
los libros apócrifos[106],
es decir, los deuterocanónicos, fueran eliminados de las Biblias. El sínodo
decidió seguir un camino medio, ordenando que en adelante se imprimieran en
caracteres más pequeños. Esta costumbre la han seguido en general los
luteranos hasta hoy día. Entre los años 1825‑1827, y de nuevo en los años
1850‑1853, tuvieron lugar en Inglaterra duras controversias acerca de la
recepción en la Biblia de los deuterocanónicos. Esto llevó a la Sociedad Bíblica
Inglesa a la determinación (3 mayo 1826) de no imprimir en adelante los libros
deuterocanónicos junto con el resto de la Sagrada Escritura. Los protestantes
liberales modernos, como niegan el orden sobrenatural, también niegan el
concepto de inspiración y de canonicidad. Para éstos, todos los libros del
Antiguo y del Nuevo Testamento son escritos meramente humanos, y el canon se ha
ido formando bajo el influjo de causas fortuitas, como puede suceder en
cualquier otra literatura profana[107].
[1] Mc 7,13; Rom 3,2.
[2] Est formula era: “está escrito”, “se halla escrito”, y otras semejantes.
[3] Cristo y los apóstoles atribuyen a la Sagrada Escritura una autoridad absoluta. De ahí que todo lo que esté escrito en ella ha de verificarse (Mt 21,42; 26,24.31.54.56; Lc 4,21; 18,31; Jn 5,34-39, etc.). El motIVo por el cual Jesucristo y los apóstoles atribuyen a las Escrituras tan gran autoridad es por su origen dIVino. Este origen dIVino se expresa en el N. T. con dIVersas fórmulas: «Predijo el Espíritu Santo por boca de David, (Act 1,16; 3,18.21); «Dios, que por sus profetas había prometido en las santas Escrituras» (Rom 1,2); «bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías» (Act 28,25).
[4] Cf. R. CORNELY, Introductio generalis: CSS (París 1894) n.31; H. H. SWETE-R. R. OTTLEY, An Introduction to the Old Testament in Greek (Cambridge 1914) 381-405.
[5] Cf. Epist 82 ad Hieron. 5,35. Dice literalmente que dicha traducción grieta (LXX) era “ab Apostolis approbata”.
[6] Cf. Epist. 1 ad Cor 22,4-6.
[7] Cf. Epist. 1 ad Cor 27,5 (=Sap 11,22; 12,12); 59,3 (=Eclo 16,18s).
[8] Cf. Epist. ad Philip. 10,2.
[9] Cf. Sim 5,3,8 (=Eclo 18,30); Mand. 5,2,3 (=Tob 4,19); Mand. 1,1 (=2 Mac 7,28); Mand. 1,1 (=Sab 1,14).
[10] Cf. Diálogo con Trifón 120.
[11] Cf. Adv. Haer. 5,31,1.
[12] Cf. Adv. Haer. 4,5,2; 4,26,3.
[13] Cf. Adv. Haer. 4,38,3.
[14] Aduce Jdt 8,27 en Strom. 2,7,35: MG 8,969; Tob 4,16 en Strom. 2,23: MG 8,1089; cita el libro de la Sab 25 veces, el de Bar 24 veces y el del Eclo 50 veces, especialmente en el Pedagogo. También alude a las partes deuterocanónicas de Dan y Est en Strom. 1,21; MG 8,852s. Es probable que también aluda al 2 Mac 1,10 en Strom. 5,14: MG 9,145.
[15]
In Matth. Comm.,
serm. N. 61. Cita
unas 40 veces la Sab y unas 70 veces el Eclo, y los llama “palabra
divina” (Conra Celso 3,72;
8,50). Tob y Jdt, Dan y Est son considerados como sagrados y recibidos por
la Iglesia (Ep. Ad Africanum n.
2.4.9,13). También aduce 2 Mac 7,28 en De
Princ. 2,1,5, y bar 3,9-13 en Hom.
In Jer. 7,3).
[16] Cf. De cultu fem. 1,3.
[17] Cf. ML 4,651-780.
[18] Cf. MG 10,677-807.
[19] Cf. Dan 3,24ss mejor que Dan 3,19.
[20] Cf.G. Wilpert, Pitture delle catacombe romane (Rorna 1903) pp .39, 52, 112, 265, 307‑316, 327‑337; C. Kaufmann, Handbuch der christlichen Archeologie (Paderborn 1922) 316ss; F. Grossa-Gondi, I monumenti crisitiani iconografici e architettonici dei sei primi secoli (Roma 1923) 12‑14; O. Marucchi, Manuale de Archeologia cristiana (Roma 1933) pp. 312-314; G. Wilpert, La fede della Chiesa nascente (Cittá del Vaticano 1938) pp. 121ss.
[21] Las pinturas de las catacumbas romanas van desde el siglo II hasta el V.
[22] Cf. Eusebio, Hist. Eccl. 4,26,12‑14.
[23] Cf. De Or. 14,4.
[24] Cf. Comm. In Protocanónicos. 1 en Eusebio, Hist. Ecl. 6,25,1s.
[25] Cf. A. Merk, Origenes und der Kanon des A. T.: Bi (1925) 200‑205; J. Ruwet, Les «antilegomena» dans les oeuvres d'Origéne: Bi 23 (1942) 18‑42; 24 (1943) 18‑53; idem, Les apocryphes dans les oeuvres d'Origéne: Bi 25 (1944) 143‑166.311‑344.
[26] Cf. Epist. Fest.. 39.
[27] Cf. J. Ruwet, Le canon alexandrin des Écrittires. S. Athanase. Appendice: Le canon alexandrin d'aprés S. Athanase: Bi 33 (1952) 1‑29.
[28] Cita el Eclo en Catech. 2,15; 9,6; 11,19: MG 33,404.644.716; la Sab en Catech. 9,2: MG33,640, y Dan en ibid., 2,15s; 14,25; 16,31: MG 33,421.639.857.961.
[29] Cf. Catech. 4,33-36.
[30] Cf. Haer. 8,6; 76,5; De mens. et pond.4 y 22s.
[31] Cf. Haer. 24,6; 30,25.
[32] Cita el libro de la Sab en Or. 28,8: MG 36,34; el Eclo en Or. 37,6,18: MG 36,290.304; el libro de Bar en Or. 30,13: MG 36,121; el de Dan 3,14 en Carm. praecept, ad virg. 177‑184: MG 37,592s, y Dan 13, en Or. 36,7; MG 36,273; Carm. 1,12: De veris Scripturae libris: MG 37,472
[33] Cf. Carm. ad Seleucum 251-324.
[34] Cf. Or. 2,4; 1,2.
[35] Cf. Cánones apostólicos (hacia 400): cf. F. X. Funk, Didascalia,et constitutiones apostolorum (Paderbom 1905) p. 590s. El Pseudo‑Atanasio, en su obra Synopsis Scripturae Sacrae 1,2.3.39.41s, da 22 libros.
[36] Cf. Prol. in Ps. 15.
[37] Cf. In Ps. 52,19: ML 9,335; In Ps. 66,9: MI‑ 9,441; In Ps. 78,9: ML 9,482; Trin. 4,42: ML 10,127; In Ps. 118,2.8; 127,9; 135,11: ML 9,514.708.775; In Ps. 125,6: ML 9,688.
[38] Cf. Comm. in symb. apost. 36-38.
[39] Cf. Comm. in symb. apost. 5 y 46: ML 21,344.385; Bened. Ioseph 3; Bened. Beniamin 2: ML 21,332s; Apol. 2,32‑37: ML 21,611‑616.
[40] Cf. Interpretatio historiae Eusebianae 6,23, en Rufini vita 17,2: ML 21,270. Cf. M. Stenzel, Der Bibelkanon des Rufin von Aquileia: Bi 23 (1942) 43‑61.
[41] Cf. Prol. in libr. Samuelis et Malachim.
[42] Cf. Praef. in libr. Salomonis.
[43] Cf. Epist. 107 ad Laetam, 12.
[44] Rufino se escandalizaba de que San Jerónimo rechazase las partes deuterocanónicas de Daniel y las defiende valientemente contra el monje de Belén (cf. Rufino, Apol. 2,32‑35).
[45] Cf. Prol. comm. in Ier. A propósito de San Jerónimo se pueden consultar los siguientes trabajos: L. Sanders, Études sur Saint Jéróme (Bruselas‑Paris 1903) p.196‑267; P. Gaucher, St. Jéróme et l’inspiration des livres deutérocanoniques: Science catholique 18(1904) 193‑210‑334‑359.539‑555.703‑726; L. Schade, Die Inspirationslehre des Heiligen Hieronymus: BS 15,4‑5 (1910) 163‑211; L. H. Cottineau, Chronologie des versions bibliques de St. Jéróme: Miscellanea Geronimiana (Roma 1920) 43‑68; F. Cavallera, St. Jéróme: Sa vie et son oeuvre (París 1922) 23‑63.153‑165; A. Penna, Principi e carattere del’esegesí di S. Gerolamo (Roma 1950); H. H. Howort, The Influence of St. Jerome on the Canon of the Western Church: JTS (1909) 481‑496; (1910) 231‑247; (1912) 1-8 (véase Bi, 1920, 554.561).
[46] Cf. Prol. in Tob y Prol. in Io.
[47] Praef. in libr. Iudith
[48] Cf. Epist. 54 ad Furiam, 16.
[49] Cf. Epist. 65 ad Principiam 1-2.
[50] Cf. Praef. in libr. Iudith
[51] Cf. Prol. in Io.
[52] En 406 cita Sab, diciendo: “Scriptum est, si cui tamen placet librum recipere” (“Está escrito –si se quiere aceptar este libro- que…”), en Comm. in Zach. 8,4; el Eclo es aducido con la fórmula: “dicente Scriptura Sancta” (“como dice la Escritura Santa”), en Comm. in Is 3,12 y Epist. 118 ad Iulian. 1; Judit es citado anteponiendo la expresión “legimus in Scripturis” (“leemos en las Escrituras”), en Comm. in Matth. 5,13; de Tobias habla en el Comm in Ecl 8.
[53] Cf. J. Ruwet, De Canone, en Institutiones Biblicae 1, p. 113 n. 31.
[54] Los textos de los Padres en que hablan de los deuterocanónicos como inspirados y canónicos se pueden ver en S. M. Zarb, De historia canonis... p.151ss.
[55] Este Padre cita todos los deuterocanónicos. Véase S. M. Zarb, o.c., p.16s.
[56] También San Gregorio emplea todos los deuterocanónicos: S. M. Zarb, o.c., p. 168s.
[57] Usa igualmente todos estos libros. Cf. J. Balestri, Biblica introductionis generalis elementa (Roma 1932) n. 284; S. M. Zarb, o. c., p. 175s.
[58] Este gran comentarista emplea también todos los deuterocanónicos. Cf. S. M. Zarb, o. c., p. 157‑160; L. Dennefeld, Der alt. Kanon der antiochenischen Schule: BS 14,4 (1909) 29‑38; Ch. Baur, Der Kanon des Hl. Johan. Chrysostomus: ThQ (1924) 258‑271.
[59] Cita la mayor parte de los deuterocanónicos: S. M. Zarb, o. c., p. 190.
[60] Da el catálogo de los Libros Sagrados, entre los cuales están todos los deuterocanónicos (Doct. Christ. 2,8,13: ML 34,41). Cf. C. J. Costello, St. Augustine's Doctrine on the Inspiration and Canonicity of Scripture (Washington 1930) p. 65‑97.
[61] Cf. A. Kerrigan, St. Cyril of Alexandria Interpreter of the 0. T. (Roma 1952) p. 17ss.
[62] Usa la mayor parte de los deuterocanónicos: S. M. Zarb, o. c., p. 164s.
[63] 199 Cf. T. J. Lamy: RB 2 (1893) 13‑17; J. Holzmann, Die Peschitta zum Buche der Weisheit (Friburgo 1903) 10.
[64] Cf. EB n. 16-21.
[65] Etymologiae 6,1,9.
[66] Teodoro de Mopsuestia, apoyándose en razones de crítica interna, no sólo rechazó los deuterocanónicos, sino también ciertos libros protocanónicos, como Job, Cantar de los Cantares, Esdras‑Nehemías, Ester y Paralipómenos. Pero sus opiniones fueron condenadas por el concilio II de Constantinopla (a1o 553). Cf. L. Pirot, L'oeuvre exégétique de Théodore de Mopsueste (Roma 1913); J. M. Vosté, L'oeuvre exégétique de Théodore de Mopsueste au II concile de Constantinopla, RB 38 (1929) 382‑395.542‑554.
[67] Da el catálogo de sólo 22 libros. En la práctica, sin embargo, cita Bar, Eclo y Sab (De sectis act. 2,1‑4: MG 86,1200‑4).
[68] Cita 22 libros y advierte que Sab y Eclo no pertenecen al canon (De fide orthod. 4,17: MG 94,1176‑80).
[69] Cf. MG 100, 1056-60.
[70] Cf. De part. div. legis 1,3.
[71] No considera los libros de los Mac como canónicos (Moralia 19,21,34: ML 76,119).
[72] Duda de Bar y de la carta de Jer (Glossa ordin. in Bar: ML 114,63s)
[73] Tiene alguna duda sobre Sab: ML 169,1379; 170,331s.
[74] Hace distinción entre los libros canónicos, que son 22, y los libros de lectura (De Scripturis et scriptoribus sacris 6: MI‑ 175,15s).
[75] También distingue entre libros canónicos (son 22) y libros de edificación. Sin embargo, en sus Postiliae comenta tanto los proto como los deuterocanónicos.
[76] Tiene la misma división que Hugo de San Caro.
[77] No parece muy claro su pensamiento. Cf. E. Martín Nieto, Los libros deuterocanónicos del A. T. según el Tostado: EstAbulenses (1953) 107.
[78] Cf. Chron. 1,3,5.9; Summa Theol. 3,18,6.
[79] Niega la canonicidad de los deuterocanónicos, siguiendo a San Jerónimo.
[81] Cf. F. Salvatore, Due Sermoni inediti di S. Tommaso d'Aquino (Roma 1912) 17‑20.
[82] Cf. Mansi, Sacrorum Conciliorum nova et ampl. collectio (Florencia 1759) 3.924.
[83] Cf. EB n.19; Denz. 92.
[84] Cf. EB n.21. Cf. C. H. Turner, Latin Lists of the Canonical Books.III: From Pope Innocent's Epistle to Exuperius of Toulouse: JTS 12 (1911s) 77‑82.
[85] Se puede ver el texto en S. M. Zarb, De historia... p. 193‑7.
[86] Cf. MG 104, 589-592.
[87] Cf. EB n. 12.
[88] Cf. EB n. 26.
[89] Se puede ver el texto en J. Ruwet, De Canone, en Instituciones Bibl. I (Roma 1951) 228ss.
[90]
Cf. W. Sanday, The
Cheltenham List of the Canonical Books of the O. and N. T. and of the
Writinqs of Cyprian: Studia biblica et ecclesiastica 3 (1891)
217‑303.
[91] Cf. EB n.47; Denz. 706.
[92] «(Ecclesia) unum atque eumdem Deum veteris et novi testamenti... profitetur auctorem, quoniam eodem Spiritu sancto inspirante utriusque testamenti sancti locuti sunt, quorum libros suscipit et veneratur» (EB . 47).
[93] Sacrosancta oecumenica et generalis Tridentina synodus, omnes libros tam veteris quam novi testamenti... pari pietatis affectu ac reverentia suscipit ac veneratur... Si quis autem libros ipsos integros cum omnibus suis partibus, prout in ecelesia catholica legi consueverunt et in veteri vulgata latina editione habentur, pro sacris et canonicis non susceperit, et traditiones praedictas sciens et prudens contempserit, anathema sit» (EB n.57.6o).
[94] “Si quis sacrae Scripturae libros integros cum omnibus suis partibus, prout illos sancta Tridentina Synodus recensuit, pro sacris et canonicis non susceperit, aut eos divinitus inspiratos esse negaverit: anathema sit” (EB n. 79; Denz. 1787).
[95] Cf. A. S. Lewis, Catalogue of the Syriac Mss... : Studia Sinaitica I (Londres 1894) 11‑14.
[96] Cf. A. Baumstark, Der äthiopische Bibelkanon: Oriens Christianus 5 (1905) 162‑173; M. Chaine, Le canon des livres saints dans l’église éthiopienne: RSR 5 (1914) 22‑39.
[97] Cf. I. Guidi, Il canone biblico della chiesa copta: RB 10 (1901) 161‑174.
[98] Cf. Focio, Syntagma canonum 3: MG 104,589‑592.
[99] En su obra Orientalis Confessio christianae fidei (Ginebra 1629), afirma que acepta el canon del sínodo de Laodicea que no contiene los deuterocanónicos, excepto Bar.
[100] Cf. T. Prokopowitcz, Christiana orthodoxa theologia (Leipzig 1792).
[101] Para los rusos es, pues, casi un dogma de fe la negación de la canonicidad de los deuterocanónicos.
[102] Cf. W. H. Daubney, The Use of the Apocripha in the Christian Church (Londres 1900); H. H. Howort, The Origin and Authority of the Biblical Canon in the Anglican Church: JTS, 8 (1906s) 1‑40.231‑265; 9 (1907s) 188‑230; 10 (1908s) 182‑232.
[103] Karlstadt, De canonicis scripturis libellus (Wittenberg l520).
[104] A este propósito dice: “Apócrifos, es decir, libros que no han de ser estimados de igual modo que la Sagrada Escritura, pero que son buenos y se pueden leer útilmente”.
[105] En la Confesión de 1559 se lee: “Utiles non sunt tamen eiusmodi, ut ex iis constitui possit articulus fidei” (“son útiles pero no de tal modo que la fe pueda basarse en ellos”).
[106] Sabido es que los protestantes llaman apócrifos a los deuterocanónicos del Antiguo Testamento; y a los libros propiamente apócrifos del A. T. los designan con el apelativo de pseudoepigrafos.
[107] E. Von Dobschutz, The Abandonment of the Canonical Idea: The American Journal of Theology 19 (1915) 416‑429.