Jesús
Colina. Roma
Procesiones, ritos de Semana Santa,
incineración o inhumación, el valor de las
imágenes y el papel de los ángeles...
A
estas y otras apasionantes cuestiones responde
el Directorio sobre piedad popular y liturgia,
recién publicado por la Santa Sede. Desde el
9 de abril pasado, muchas de las dudas que
algunos católicos podían tener sobre prácticas
más o menos originales de la religiosidad
popular han quedado despejadas por esta
publicación.
El documento, redactado por la Congregación
vaticana para el Culto divino y la disciplina
de los sacramentos, busca, según explicó su
Prefecto, el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez,
que estas manifestaciones, en línea con el
espíritu del Concilio Vaticano II, «sean
conformes a las leyes y a las normas de la
Iglesia», para evitar así el peligro de la
superstición. El cardenal chileno explicó,
en una rueda de prensa de presentación, que
«este documento no es un exorcismo contra las
personas puristas que querrían cancelar la
religiosidad popular, sino un documento
positivo que demuestra su valor y utilidad».
El Directorio, con estilo claro y práctico. Constata que, a través de los siglos, ha surgido una especie de «paralelismo celebrativo en los ritos de la Semana Santa»: por un lado, se da una celebración «rigurosamente litúrgica»; por otro, las prácticas piadosas, en particular las procesiones. El texto propone superar divisiones para lograr «una correcta armonización de las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad».
«La atención y el amor por las manifestaciones de piedad tradicionalmente queridas por el pueblo tienen que llevar al aprecio necesario de las acciones litúrgicas, apoyadas ciertamente por los actos de piedad popular», establece el Directorio.
No podía faltar en un documento así una
referencia a las procesiones, «manifestaciones
de fe del pueblo con connotaciones que, con
frecuencia, son capaces de despertar el
sentimiento religioso de los fieles». El
Directorio las apoya, sobre todo cuando tienen
un sentido litúrgico; ahora bien, advierte
ante ciertos peligros que pueden presentar las
procesiones votivas de los santos: «El
prevalecer de las devociones sobre los
sacramentos, que son relegados a un segundo
puesto; las manifestaciones externas sobre las
disposiciones internas; considerar la procesión
como el momento culminante de la fiesta»; la
presentación del cristianismo a «fieles no
suficientemente instruidos como una religión
de los santos»; «la degeneración de la
procesión misma, según la cual, de
testimonio de fe se convierte en mero espectáculo
o desfile puramente folklórico».
¿Incineración?
Uno de los pasajes del
documento que más interés ha suscitado entre
la prensa ha sido el dedicado a los funerales.
El texto explica que, en lugar de otros métodos
«en los que se esconde en ocasiones la
concepción de que la muerte marca la
destrucción total del hombre, la piedad
cristiana ha asumido, como modelo de sepultura
para el fiel, la inhumación. Por una parte,
recuerda la tierra de la que proviene y a la
que regresa; por otra parte, evoca la
sepultura de Jesús, grano de trigo que, caído
en tierra, ha dado mucho fruto». «En nuestro
tiempo, sin embargo –constata el
documento–, en parte a causa del cambio de
condiciones de ambiente y de vida, se da también
la práctica de la incineración del cuerpo
del difunto. En este sentido, la legislación
eclesiástica dispone: A quienes hayan
escogido la incineración de su cadáver se
les puede conceder el rito de las exequias
cristianas, a no ser que su opción esté
dictada por motivaciones contrarias a la
doctrina cristiana».
El Directorio pide exhortar «a los fieles a no conservar en casa las cenizas de los familiares, sino a darles la acostumbrada sepultura». En su presentación, el cardenal Medina explicó que, «para el Señor, resucitar un cuerpo que ha sido inhumado bajo tierra o quemado es lo mismo».
Varios pasajes del libro están dedicados a las imágenes, que desde siempre han tenido un papel decisivo y, en ocasiones, sumamente polémico en la piedad popular. «La contemplación de las santas imágenes facilita la súplica y alienta a dar gloria a Dios por las maravillas de gracia realizadas en sus santos», afirma. De todos modos, explica que pueden dar lugar a desviaciones. «La imagen no es venerada por sí misma, sino por lo que en ella se representa», aclara.
En el capítulo dedicado a los Santos y
Beatos, se presenta un apartado sobre los ángeles,
verdad de fe testimoniada por la Escritura, «mensajeros
de Dios, poderosos ejecutores de sus órdenes».
El volumen confirma la piedad popular que ha
desarrollado la devoción al Ángel de la
Guarda, y que fue explicada ya, por ejemplo,
por san Basilio Magno. Ahora bien, el
documento pide superar dos desviaciones
posibles. En primer lugar, cita la concepción
errónea de que el mundo y la vida están
sometidos a «la lucha incesante entre espíritus
buenos y espíritus malos, entre ángeles y
demonios, en la que el hombre queda arrastrado
por potencias superiores ante las que no puede
hacer nada». Una visión así –explica–
no corresponde al Evangelio que, al hablar de
la lucha contra el Maligno, «exige del discípulo
de Cristo compromiso moral, opción por el
Evangelio, humildad y oración».
El ángel de
la guarda
Otra de las desviaciones que pide
superar el Directorio es la obsesión que
atribuye al Maligno las más mínimas
contradicciones, o al Ángel de la Guarda los
éxitos o realizaciones, que muchas veces no
tienen nada que ver con el progreso del hombre
hacia la madurez de Cristo. Este apartado
concluye explicando que hay que «reprobar la
costumbre de dar nombres particulares a los ángeles,
excepto Miguel, Gabriel y Rafael, que están
presentes en la Escritura».
Los periodistas acreditados preguntaron al cardenal Medina si la religiosidad popular no cae en el peligro de la superstición. El purpurado respondió: «El peligro de la superstición se encuentra, en cierto sentido, por todas partes en el fenómeno religioso. Puede ser que alguna expresión no sea totalmente adecuada, pero la solución no es tirarla, sino más bien purificar aquello que no es coherente con la fe y con la revelación».
«No debemos ver superstición en toda expresión gestual de religiosidad, pues somos hombres y no ángeles. Los ángeles no tienen necesidad de besar nada, ni siquiera de ver una imagen. Nosotros somos hombres, tenemos una dimensión corporal en nuestra expresión religiosa», concluyó.
En ese mismo encuentro con la prensa, el arzobispo Francesco Pio Tamburrino, Secretario de la Congregación para el Culto divino, explicó que el Directorio «es un documento de carácter pastoral». «No se trata de un catálogo completo de las manifestaciones de piedad popular de los diferentes países, sino más bien de ofrecer las líneas principales de aplicación común», subrayó.
El Directorio, de trescientas páginas –por el momento sólo en italiano–, tras explicar en una introducción los principios y el lenguaje de la piedad popular, ofrece en su primera parte puntos de referencia ilustrados por la Historia, el Magisterio y la teología, para armonizar la piedad popular con la liturgia.
En la segunda parte, se presentan puntos
especialmente relevantes de la piedad popular:
la veneración de la Madre del Señor; la
devoción de la que son objeto los ángeles,
los Santos y los Beatos; los sufragios por los
hermanos y hermanas difuntos; las
peregrinaciones y las manifestaciones de
piedad en los santuarios.