Un profeta se enfrenta a su rey: Elías

José L. Caravias S.I.

Se suele decir en ciertos ambientes que los religiosos no deben meterse en los asuntos del Gobierno. Pero resulta que nosotros tenemos una guía que nos muestra el camino a seguir: la Biblia. Y en el asunto de la moralidad de los hombres públicos los profetas son claros, desde Elías hasta Jesús. Cuando el comportamiento de un gobernante acarrea males a los pobres del país, los hombres de Dios levantan su clamor denunciador. Un ejemplo concreto, entre otros muchos que trae la Biblia, es Elías.

El actuó en el reino de Israel por los años 850 a.C. en tiempo del rey Ajab. Podemos leer algo de su actuación en el primer libro de los Reyes, desde el capítulo 17, hasta el capítulo 2 del segundo libro.

Elías representa el prototipo de los conflictos entre profetas y gobernantes, conflictos que nacían de la fe del profeta en Dios, contrastada con la realidad de los hechos. Con Elías la profecía irrumpe desde el fondo de la conciencia del pueblo de Dios y surge como fuerza independiente, libre frente al poder, expresión de la libertad del propio Dios frente a los hombre. A partir de Elías , los profetas toman el camino de la defensa de la vida del pueblo contra la prepotencia del poder. El gobernante no es dueño ni de Dios, ni del pueblo. Su poder no es ilimitado, ni puede ser usado sin control. El único dueño de todo y de todos es Dios.

La lucha de Elías contra el rey Ajab se radicaliza cuando éste acepta que sus subalternos juzguen fraudulentamente y asesinen al campesino Nabot para poder así apoderarse él mismo de su tierra. Aquel asesinato fue preparado minuciosamente, dándosele una apariencia religiosa.

Detengámonos en este caso, como ejemplo típico de actuación profética. Está descrito en el capítulo 21 del primer libro de los Reyes. Se trata de una de las narraciones marginadas de los libros clásicos de "Historia Sagrada"...

Nabot era un campesino honrado, que mantenía con fidelidad religiosa la integridad de su tierrita, heredada de sus antepasados. El rey Ajab le propuso comprarle su tierra para aumentar así sus posesiones. Pero el campesino, conocedor de que aquel pedazo de tierra era un don de Dios para mantener decentemente a su familia, se niega en rotundo a vender, ni a cambiar: "Líbreme Dios de que vaya yo a dar la herencia de mis padres" (1 Re 21,3). Nabot debiera ser declarado patrono de la fidelidad campesina a su tierra y a su cultura.

Ajab queda "triste y enojado" , pero su esposa Jezabel le incita a que fraudulentamente se apodere de ese pedazo de tierra que tanto ambicionaba. Para ello usa la intriga, la calumnia, un juicio fraudulento y finalmente la muerte violenta del propietario. Todo ello envuelto en un ambiente pseudo-religioso (1 Re 21,5-14). Vale la pena leer estos versículos en la Biblia... Así es como el rey puede llegar a tomar posesión de la viña de Nabot.

Pero en este mismo momento Dios habla al profeta Elías. Su Palabra es terrible: "Levántate, y anda al encuantro de Ajab, rey de Israel. Está en la viña de Nabot, a donde iba para tomar posesión de ella. Le dirás esto de mi parte: ¿Así que , además de matar, encima robas? Luego le dirás: En el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán la tuya" (21,18-19).

El rey, que conocía la integridad del profeta, exclama: "Me encuentras aquí, enemigo mío" (21,20). Es como sentirse descubierto con las manos en la masa. Y el profeta le insiste: "Aquí te encuentro, porque tú has actuado como un pérfido y has hecho lo que no le gusta a Yavé..." Sigue una nueva lista de castigos contra toda su familia. En concreto, contra Jezabel, dice: "También ha hablado Yavé contra Jezabel, tu esposa. Los perros comerán a Jezabel en el campo de Jezrael" (21,23).

En el capítulo siguiente, el 22, se nos cuenta que Ajab sintiéndose herido en una batalla sobre su carro de guerra pide volver a su casa, en la que enseguida muere. "La sangre de su herida corría por el fondo del carro... De modo que los perros lamieron la sangre..., según lo que Yavé había dicho" (22,35.38). Jezabel murió también trágicamente en Jezrael: "La echaron por la ventana, y su sangre salpicó los muros..." (2 Re 9,30-33).

Todo esto es duro y trágico. Pero más dura y trágica es con frecuencia la suerte de los pobres, a quienes Dios defiende y venga en estos textos. Lo único que hacen los profetas es levantar el tapete para que se vea toda la realidad, y mostrarla bajo la mirada de Dios.

Es de notar que Elías denuncia la injusticia asesina del rey como algo íntimamente unido a su idolatría. El que en su vida no cree en el Dios verdadero, se inventa ídolos, justificadores de sus desmanes. Por eso la lucha de Elías tiene un carácter religioso, pero tiene también una profunda dimensión política.

En el relato de Nabot aparecen dos concepciones opuestas del derecho frente a la posesión de la tierra: La de los poderosos idolátricos, que se sienten con derecho a poseerlo todo, manejando a su favor la ley, aun a costa de la vida del pobre; y la del creyente en el Dios de la Biblia, para quien la tierra es un don de Dios para todos.