VALENTÍA, JUSTICIA Y PRUDENCIA

93 Pasamos ahora a estudiar la valentía, que es un término medio entre la cobardía y la temeridad. El miedo se define como la espera de un mal. Por eso tememos todo lo que es malo, como el descrédito, la pobreza, la enfermedad, la falta de amigos, la muerte.

94 Pero no todo el que tiene miedo es cobarde, pues en ciertos casos lo noble es el temor, y lo vergonzoso es no sentirlo. Por ejemplo, el hombre honrado teme la mala fama, y no la teme el desvergonzado. Tampoco es uno cobarde por temer las desgracias para sus hijos, o la envidia, o algo semejante. Ni es valiente el que está tranquilo cuando van a azotarlo.

95 Es valiente el que soporta y teme lo que debe, cuando debe y como debe, y el que confía del mismo modo. Es decir, el valiente actúa y sufre por lo que merece la pena, guiado siempre por la razón. Sería un loco el que no temiera nada, ni al terremoto ni a las olas, como dicen los celtas. Si lo que tiene es exceso de confianza ante el peligro, entonces es temerario. Es cobarde el que se excede en el temor y teme lo que no debe y como no debe. El cobarde lo teme todo y es descorazonado. El valiente, en cambio, es osado.

96 El cobarde, el valiente y el temerario se enfrentan a las mismas cosas, pero se comportan de distinto modo ante ellas. Los temerarios se lanzan de cabeza al peligro y retroceden cuando lo tienen encima. En cambio, los valientes mantienen la calma antes del peligro y resisten cuando llega.

97 Llamamos valiente al que soporta cosas penosas, y con razón le alabamos, pues es más difícil aguantar el dolor que apartarse del placer.

98 Es justo el que cumple las leyes. Y como las leyes buscan el bien común, la justicia parece la más perfecta de las virtudes, porque se ejerce en favor de los demás. "Ni el atardecer ni la aurora son tan maravillosos como ella", escribió Eurípides.

99 Reina la justicia donde reina la ley. Gracias a la ley no nos gobierna un ser humano sino la razón, pues un gobernante sin leyes gobernaría en su propio interés y se convertiría en tirano. El gobernante es guardián de la justicia y, por lo tanto, de la igualdad ante la ley.

100 La justicia puede ser natural y legal. La natural es inmutable, porque lo que es por naturaleza no cambia y tiene en todas partes la misma fuerza, lo mismo que el fuego quema tanto aquí como en Persia. En cambio, la justicia legal es variable, porque se funda en la utilidad y en el acuerdo, parecida a las medidas de vino y trigo, que no son iguales en todas partes.

101 Tanto los actos justos como los injustos se definen por su carácter voluntario. Llamo voluntario a lo que uno hace estando en su poder hacerlo o no, sin ignorar a quién, con qué y para qué lo hace. De las acciones involuntarias, unas son perdonables y otras no. Todos los errores que se cometen no sólo con ignorancia sino por ignorancia son perdonables; pero si la ignorancia es debida a una pasión que no es ni natural ni humana, no son perdonables.

102 Los hombres piensan que para conocerlo que es justo y lo que es injusto no se requiere sabiduría, porque ya lo dicen las leyes. Pero las leyes son generales, mientras que las acciones son concretas. Todo el mundo sabe lo que es amputar, pero saber hacerlo para curar a un enfermo es tan difícil como ser médico.

103 Toda ley es universal, pero la variedad de acciones humanas es tan grande que algunas quedan fuera de la formulación general. En esos casos hay que obrar como lo hubiera establecido el legislador si hubiera conocido esa casuística. El que obra así, sin exigir una justicia minuciosa, es equitativo, y su disposición se llama equidad, una especie de rectificación de la justicia legal. Por tanto, ser equitativo es mejor que ser simplemente justo.

104 Es malo sufrir la injusticia, pero es peor cometerla. Ser injusto es un vicio censurable, pero padecer la injusticia no significa ser injusto ni vicioso.

105 Parece propio del hombre prudente discurrir bien sobre lo que le es bueno y conveniente. El prudente es hombre reflexivo. Pero nadie reflexiona sobre lo que no puede ser de otra manera, ni sobre lo que no puede hacer. Por tanto, la prudencia no es ciencia ni arte, sino una disposición racional, verdadera y práctica sobre lo que es bueno para el hombre.

106 Por eso pensamos que Pericles y los que son como él son prudentes, porque pueden ver lo que es bueno para ellos y para los demás; y pensamos que esta cualidad es propia de los administradores y de los políticos.

107 El placer y el dolor no influyen sobre conocimientos teóricos, del estilo "los ángulos del triángulo suman dos rectos". En cambio pueden destruir el juicio práctico. En efecto, el hombre corrompido por el placer o el dolor pierde la percepción clara del sentido de su conducta, y no ve la necesidad de elegir y obrar según otros criterios, pues el vicio anula los demás criterios. Por eso damos a la templanza el nombre de sofrosyne, que significa salvaguarda de la prudencia o fronesis.

108 La verdad no necesita cambiar, pero la prudencia cambia constantemente, pues se refiere a lo conveniente en cada caso y para cada uno.

109 Es necesario que lo conveniente esté de acuerdo con cada uno, es decir, con la persona que obra, con la que es afectada por la acción, y con la ocasión. Por ejemplo, lo que conviene a la boda de un siervo no es lo mismo que lo que conviene a la boda de un hijo. Además, lo bueno en sentido absoluto no siempre coincide con lo bueno para una persona. Por ejemplo, al cuerpo sano no le conviene que le amputen un miembro; en cambio, amputar puede salvar la vida a un enfermo.

110 La sabiduría es la ciencia superior de lo que hay en el mundo. En cambio, la prudencia tiene por objeto lo que es humano y opinable. Prudente es el que delibera bien y busca el mayor bien práctico. No delibera sólo sobre lo general sino también sobre lo particular, porque la acción es siempre particular. Por eso, el que no es sabio puede ser más prudente que los sabios, sobre todo si posee mucha experiencia.

111 No es fácil la prudencia. De hecho, los jóvenes pueden ser sabios, pero no prudentes, porque la prudencia es el dominio de lo particular, al que sólo se llega por la experiencia. Y el joven no tiene experiencia, porque ésta se adquiere con la edad.

112 Por esa razón, las opiniones de los expertos, de los ancianos y de los prudentes no valen menos que las demostraciones, pues la experiencia les ha dado vista, y por eso juzgan rectamente.

113 La deliberación prudente ha de ser recta. Los malvados, para lograr lo que se proponen, razonan correctamente, pero por hacerlo al servicio del mal no decimos que su deliberación sea recta. Tampoco es recta la deliberación que nos lleva a un fin bueno por un camino malo.

114 Ser inteligente no es lo mismo que ser pruden-te. La inteligencia se aplica, igual que la prudencia, a problemas que exigen deliberación, y llega a proponer soluciones. Pero la prudencia va más allá: es normativa, es decir, ordena hacer o no hacer algo.