El Verbo Encarnado

Julio de la Vega-Hazas Ramírez
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Un cambio brusco a peor La vida misma:
        Al poco de cumplir 16 años, José María vio cómo todo se le venía abajo. Su padre, a quien él veía como un próspero hombre de negocios, era encarcelado a raíz de una sentencia por múltiple fraude; se enteró de repente, pues le habían estado ocultando el procedimiento judicial. Para resarcir a los acreedores, habían embargado sus pertenencias. De la amplia casa céntrica donde vivían, tuvo que trasladarse con su madre –era hijo único– a un apartamento pequeño de alquiler en una barriada periférica. Cambió de repente el colegio privado donde estudiaba por un instituto en la nueva zona; lo motivaba la imposibilidad de pagar el colegio, pero hubiera cambiado de todos modos a otro centro docente donde ni él ni su situación fueran conocidos. Se les cerraron las puertas de sus familiares, y, sin ayuda, su madre tuvo que trabajar en lo que podía encontrar para salir adelante. A José María, el nuevo ambiente escolar se le antojaba hostil, y se sentía abatido y solo.
Un "oficio religioso"         En esta situación, al abrir un día el buzón, José María encontró una revista. Se titulaba "Camino, verdad y vida". Era poco frecuente encontrar en el buzón algo distinto a alguna hoja publicitaria, y José María lo leyó con un cierto interés. Desde el principio se veía que era de carácter religioso. En los artículos, que eran comentarios de actualidad o reflexiones, la conclusión era que siguiendo a Jesucristo y haciendo caso del Evangelio se transformaba para bien la persona y la sociedad. José María se dio cuenta de que no parecía proceder de ninguna institución católica, pero no contradecía lo que le habían enseñado siempre. Invitaban a asistir a un "oficio religioso" el sábado por la tarde, y la dirección que daban resultó estar cerca de su nueva casa. Como hacía algunos sábados que no tenía ningún plan, con una mezcla de curiosidad y ganas de "probar a ver", decidió asistir.
Un claro contraste         El lugar era un templo nuevo, puesto con gusto. En el oficio había oraciones, cánticos, alguna lectura y un sermón más bien largo. Al acabar, se invitaba a los asistentes –no llegaban a cincuenta– a una cena. José María entró tímidamente en la sala donde tenía lugar la cena. Había varias mesas, alrededor de las cuales se cenaba de pie. Enseguida el predicador se fijó en él y con mucha simpatía le saludó y se interesó por sus cosas. Le fue presentando a otras personas, que respondieron amablemente. Le presentó a un chico, de quien dijo que había dejado la droga "al encontrar el verdadero camino", a lo que él asintió. También le presentó a una chica de la que dijo que, por el mismo motivo, "había dejado su mala vida". Se quedó hablando con los dos. Al final, el predicador le preguntó si volvería. José María preguntó si era incompatible con acompañar a su madre a Misa el domingo. Cuando le respondió que no había reparo en ello, se comprometió a volver.

        Al cabo de varias semanas de asistencia, José María fue invitado a un "curso sobre el Evangelio" y aceptó. Participaban cinco personas. Les dieron un pequeño libro con los cuatro evangelios, y varios folletos. En las clases se empezaron a oír comentarios despectivos sobre "la superstición católica", y en particular sobre la Eucaristía, a la que calificaban de "rito mágico". José María puso cara de pocos amigos, y cuando acabó la clase, el que la impartía le pidió que se quedara. Así lo hizo, y le preguntó qué pensaba de lo que había oído. José María le dijo que lo que había aprendido siempre era que si Jesucristo era Dios podía hacer esas cosas. La réplica, en tono muy amable, consistió en decirle que había vivido engañado. Le fue leyendo varias citas del Evangelio, en las que se decía que Jesús iba creciendo en sabiduría, o en las que Jesús mismo decía que "no sabía el día ni la hora" del juicio final, que el Padre era mayor que Él, o el pasaje de la Cruz en el que dice "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

        — "Y además –prosiguió–, mira a ver si encuentras un solo pasaje del Evangelio en el que Jesús diga que es Dios. Con todo esto, puedes tú juzgar por ti mismo".

        En los días siguientes, José María comprobó los pasajes citados en una Biblia de la biblioteca de su instituto, y coincidían. Leyó los evangelios en busca del pasaje en el que Jesucristo dijera que es Dios, pero no lo encontró. Repasó el texto de religión de 1º de bachillerato que allí se utilizaba, pero lo encontró bastante ambiguo.

Tomar una opción         Volvió la siguiente semana a la clase, y, como esperaba, le preguntó por el asunto pendiente. José María le dio la razón, y, nervioso, le preguntó si tenía que dejar de ir a Misa. Le contestó que "no se puede servir a dos señores", y que eligiera. A José María no le hacía gracia ese paso, pero no tenía argumentos, y en ese momento se podía decir que los dos únicos amigos que tenía eran los jóvenes que había conocido en su primera cena tras el oficio, con los que se veía a menudo. Por eso manifestó que seguía, y, efectivamente, dejó de ir a Misa. A la vez, le empezaron a dar varios folletos dedicados a criticar la fe católica.

        Sobre Jesucristo, se decía que habían corrompido la fe primitiva con filosofías griegas, que se perdían en sutilezas inútiles con conceptos como "naturaleza" y "persona" (lo ponía también en griego: "físis" y "prósopon"), con distinciones totalmente ajenas a la Biblia y que contradecían el más elemental sentido común, que decía que no se podía ser Dios y hombre a la vez. Como ejemplo de "fábula" proponía el pasaje de la Anunciación: donde sólo se decía que una doncella tendría una particular ayuda del espíritu divino, los católicos habían inventado toda una leyenda de concepciones virginales, y eso que en el mismo evangelio se dice quién era el marido de esa mujer. José María no se sentía tranquilo al leer eso, pero por otra parte le parecía razonable, y cuando decía lo que sentía en el local donde acudía le respondían que eso era normal que sucediera, y se le pasaría pronto.

Conversación con la madre         La madre de José María era ajena a todo este proceso. Cuando dejó de ir a Misa, lo atribuyó a la dejadez de la edad; ella misma, anteriormente, lo había descuidado algunas temporadas. Había sido una mujer bastante mundana, pero en su nueva situación había resurgido la devoción a la Virgen que le enseñó su madre y que había tenido de pequeña. Un día, pensó en enmarcar una estampa de la Virgen y ponerla en la habitación de José María. Lo hizo, pero al poco desapareció. Preguntó a su hijo qué había hecho con ella, y, en un arranque, José María le dijo altivamente que no quería ídolos en su cuarto, añadiendo que "la han convertido en una diosa, y no es más que una mujer como tú". Oyendo aquello, la señora se alarmó. No dijo nada, pero, en ausencia de José María, rebuscó por su habitación hasta encontrar los folletos que estaba leyendo su hijo. Esa noche, después de cenar, se sentó con José María.

        — "Ahora me lo vas a contar todo", le dijo.
        — "No tengo nada que contar".
        — "Sí, sí que tienes" –replicó, mientras sacaba los folletos que había encontrado–.

        José María se vio sin escape, y acabó por contarle toda la historia a su madre. Al acabar, esperaba una bronca, pero no fue así. Su madre se puso a llorar. Empezó a decir que ella tenía la culpa de todo, porque no había sabido educar a su hijo; que lo que había pasado con su marido era culpa suya, porque sólo pensaba en gastar y en gastar, y era ella la que no le había dejado en paz diciéndole que sacara dinero de donde fuera; que ahora iba a perder a su hijo también por su culpa, por no haberle dado un buen ejemplo y educación; y que era un fracaso completo, como mujer, como madre y como cristiana. José María no sabía qué decir, pero esa escena motivó que tuviera confianza para hablar con su madre. Poco a poco, ésta le fue explicando cómo estaba poco preparado para defender su fe, cómo se iba aislando de todo lo que no fuera esa secta –o le iban aislando–, y, sobre todo, cómo en el fondo lo que pretendían era que la fe que se debe a la Iglesia que fundó Jesucristo pasara a dársela al que había fundado ese grupo que, consciente o inconscientemente, se ponía por encima del mismísimo Jesucristo.

La formación en la doctrina Católica no es una trivialidad Interrogantes:
        — ¿Se afirma en el Nuevo Testamento que Jesucristo es Dios? ¿Lo afirma el propio Jesús de sí mismo? ¿Cómo lo hace? ¿Podrías citar algún pasaje en que esto se ponga de manifiesto? ¿Hay alguna referencia a esto en el Antiguo Testamento?
        — ¿Son verídicas las citas del Evangelio que le dan como argumento en contra a José María? ¿Qué significado tienen? ¿Muestran de alguna manera que Jesucristo era hombre? ¿Hay algún pasaje más de la Escritura que lo ponga de manifiesto?
        — ¿Aparece Jesús en el Evangelio como un solo ser, una sola persona? ¿Actúa como tal? ¿Son adecuados los conceptos de "persona" y "naturaleza" para expresar la realidad de Jesucristo? ¿Cómo se utilizan? ¿Qué significan? ¿Significa que sólo hay que adorar a Jesucristo en su divinidad? ¿Por qué? ¿Qué es la humanidad con respecto a la divinidad?
        — ¿Qué se dice de la Concepción de Jesucristo en el Evangelio? ¿Tiene ello algún significado particular? ¿Significa que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Cuál es la diferencia entre la filiación divina de Jesucristo y la nuestra? ¿Y su relación?
        — ¿Puede decirse con propiedad que Santa María es la Madre de Dios? ¿Por qué? ¿Qué privilegios reconoce la fe en la Stma. Virgen? ¿Por qué los tiene? ¿Supone este reconocimiento "divinizar" a la Virgen? ¿Cómo es el culto que se le da? ¿Por qué decimos que es madre nuestra? ¿Qué papel ocupa en la vida del cristiano?
        — ¿Es cierto que la vida cristiana se puede resumir en seguir a Jesucristo? ¿Por qué? ¿Ser Dios y hombre a la vez le otorga un papel singular? ¿Qué significa que es Mediador? ¿Qué implicaciones ascéticas tiene esto?
        Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 422-451, 456-478, 484-507, 2665-2669, 2673-2679.
De lo cristiano a lo no cristiano Así es la vida:
        Posiblemente haya más de una historia de adscripción a una secta que no difiera mucho de ésta. Desde luego, es fácil de comprobar que en muchas sectas de origen cristiano –ésta parece tener origen protestante, aunque ha llegado a un punto en el que se puede decir que ya no es propiamente cristiana, pues niega la divinidad de Jesucristo–, las tácticas de captación son como aquí se exponen. Se comienza difundiendo un mensaje "cristiano" lo suficientemente inconcreto como para que todos –al menos, los católicos– estemos de acuerdo. Conforme uno "se va metiendo", van apareciendo las diferencias, y se va desvelando su verdadera creencia. Son como parásitos del cristianismo: se aprovechan del cristianismo... para sacar a la gente de él.

        Este proceso nos enseña la centralidad del misterio de Jesucristo en la fe. El resto de verdades acaban dependiendo de la respuesta que se dé a la pregunta de quién es Jesucristo, pues todo lo demás, o se refiere a Él o fue revelado por Él. Es lo que sucede en este caso: de una u otra manera, todo confluye en la persona de Jesucristo, que acaba siendo la cuestión de la que depende todo lo demás. Y esto porque el cristiano no se adhiere a una doctrina, sino a una persona, Jesucristo, Dios y hombre, que rescató el género humano del pecado. El cristianismo es vida, la doctrina viene después, como explicación de la vida. Por eso, el cristianismo en su esencia consiste en imitar la vida de Jesús, en ser otro Cristo.

Hay argumentos católicos y es necesario estudiarlos         No es sorprendente que se argumente con citas del mismo Evangelio contra la divinidad de Jesucristo. El mismo Satanás utilizó citas de la Escritura para tentar al Señor. Desde luego, esas citas, y bastantes más que se pueden añadir, no son nuevas: se empleaban ya en el siglo IV por los arrianos, las mismas y con el mismo propósito: negar que Jesucristo fuera Dios. Pero la Sagrada Escritura no es un amasijo de versículos aislados. Son textos que nos hablan de la vida divina y de los planes de salvación que Dios tiene para el género humano: contiene misterios que, al mismo que superan nuestro entendimiento, son luces que lo alumbran en el camino de la vida. En este caso, el misterio consiste en que Jesús de Nazareth es Dios y hombre, sentado a la derecha de Dios Padre y presente, en cuerpo, alma y divinidad, en la Sagrada Eucaristía. Si sólo citamos los pasajes que muestran que es Dios, dejaríamos de considerar que es hombre; y si sólo consideramos los pasajes que ponen de manifiesto que es hombre, perderíamos de vista que es Dios. No hay más truco que éste en las citas del sectario. Sólo parece tener aprendidas aquéllas que muestran a Cristo como hombre, en las que, como tal, es inferior a Dios: a esto se llama manipulación.

        Pero existen otras citas, que lo muestran como Dios. Hay alguna muy explícita, como el inicio del evangelio de S. Juan, donde que se dice que "el Verbo era Dios" y que "habitó entre nosotros". Con otras sucede lo que considerábamos al ver la lección sobre la Santísima Trinidad: la realidad de Cristo era muy distinta a la esperada por los judíos, y tenía que revelar progresivamente y con suavidad su misterio. Pero los mismos judíos entendían muy bien ("porque se hacía igual a Dios": Jn. 5, 18) lo que ahora más de uno se resiste a entender. Por ejemplo, cuando el Señor les decía que "antes de que Abraham naciese, era Yo" (Jn. 8, 58), "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn. 10, 30), o el majestuoso "Yo soy" (Yaweh) ante la pregunta de Caifás sobre si era el Hijo de Dios (Mt. 26, 64; Mc. 14, 62; Lc. 22, 70). El que lo tomaran por blasfemo ya indica que habían entendido bastante bien qué quería decir el Señor con ello. Todo esto tendría que conocerlo bien ese "maestro", aunque supere la capacidad de José María de "verlo" por sí mismo; esto tiene alguna resonancia de las sectas que predican una libre interpretación de la Escritura, difunden Biblias sin comentarios, y luego venden libros sobre qué significa cada frase... Más penosa es la ambigüedad que José María encuentra en el libro de texto, pues a veces parece, con cosas como ésta, que los católicos tenemos miedo de confesar nuestra fe con claridad e integridad.

Un estudio profundo         En uno de los folletos aparecen unas palabras griegas, que corresponden a "naturaleza" y "persona". Fueron las que utilizaron los primeros concilios. Y si utilizaban conceptos griegos era... porque hablaban en griego. Se buscaba precisión, porque los errores obligaban a clarificar y por eso se tomaron nociones del lenguaje común, purificadas de posibles interpretaciones no cristianas, para precisar la doctrina. Jesucristo era un solo ser –se refiere a Sí mismo con un único "Yo"–, y era a la vez verdadero Dios y verdadero hombre completo: alma y cuerpo. La mejor manera de expresar esto –en cualquier idioma– es decir que es una sola persona y dos naturalezas. Antes de encarnarse, era una persona divina –la Segunda de la Trinidad– con su naturaleza divina. Cuando tomó carne en las entrañas purísimas de la Santísima Virgen, su Persona divina asumió además la naturaleza humana. Esto no tiene que ver con la filosofía griega: la labor de los Padres de la Iglesia y de los primeros Concilios consistió, en gran medida, en explicar la vida cristiana y formularla en dogmas, de modo comprensible, respetando la verdad sin introducir elementos espurios. Por el contrario, el denominador común de las herejías es el intento de encerrar el misterio en los límites de la razón humana. Aquí también se nota, cuando el folleto dice que "contradice el más elemental sentido común" (y se nota asimismo, en general, por esa tendencia de la secta a eliminar todo lo sobrenatural). Es el orgullo humano, que no admite sustituir el "contradice" por el "supera". Es más, precisamente por ser verdadero Dios y verdadero hombre, Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres (cfr. C.Ig.C., 480; 1 Tim. 2, 5); y como Mediador, Cristo es Maestro, Sacerdote y Rey (cfr. C.Ig.C., 65, 616-617 y 786).
Madre de Dios pero no diosa         La mejor manera de comprobar qué se cree de Jesucristo es ver el papel que se le otorga a su Madre. La razón es muy sencilla: todos las verdades de fe que se refieren a Ella derivan de la relación con su Hijo, y todas tienen un fundamento: el de ser Madre de Dios. Y si es Madre de Dios, es porque el Hijo que engendró por obra del Espíritu Santo... es Dios. Esto no la convierte en diosa, pero la coloca en una situación verdaderamente única. En función de ese papel es "la llena de gracia" –Inmaculada, sin pecado original, desde su concepción–, es siempre virgen –en el Evangelio queda claro que lo es, y perpetuamente–, tiene un papel especial en la Redención, es madre nuestra, y está junto con su Hijo en el Cielo. Por eso los cristianos de todos los tiempos han recurrido a Santa María con amor filial, como especial intercesora ante la Trinidad por ser Hija, Madre y Esposa de Dios.

        Y, por último, podemos considerar que precisamente por ser Jesucristo Dios, con Él llegó la "plenitud de los tiempos". Si no fuera Dios, podría haber venido alguien después para completar lo que enseñó. Pero también se puede mirar a la inversa. Si se anuncia a alguien posterior con un mensaje que modifica el Evangelio o pretende completarlo, difícilmente se puede seguir sosteniendo que Jesucristo es Dios. Por la misma lógica de las cosas, el último en llegar se colocaría por encima de todos los anteriores... y por tanto por encima del mismo Jesucristo. Da en el clavo la madre de José María cuando se lo hace ver.