FAMILIA

Carta a unos padres que perdieron al bebé que esperaban

Por Yusi Cervantes Leyzaola
Fuente: El Observador

Me preguntaba estos días por qué siento tanto desasosiego cuando sé de un bebé cuyo aborto ha sido provocado, mientras que, respecto a un bebé que no ha llegado a término, pese a la tristeza, encuentro serenidad.

Creo que el punto crucial es si estamos o no en la corriente de la voluntad de Dios. Cuando nuestra vida fluye en ese sentido -con errores, limitaciones, desviaciones que luego nos esmeramos por corregir- podemos aceptar lo que sea con la certeza de que hay algo más allá de nosotros que le da sentido a lo que no entendemos. Cuando navegamos contra corriente, nos traicionamos a nosotros mismos, encontramos confusión, vacío... Así, acontecimientos similares -la pérdida de un embarazo- tiene significados muy distintos. El provocado es ponerse en contra del plan de Dios, sin entender que ese plan no es una imposición autoritaria, sino la propuesta de ser quienes verdaderamente somos, de acuerdo con nuestra naturaleza humana. El aborto natural, es, en cambio, parte de ese plan divino, aunque no tengamos la capacidad de entenderlo. Saber esto nos libera y nos permite encontrar el consuelo y la aceptación.

Por otro lado, es necesario que los padres que han sufrido un aborto espontáneo le den a esta pérdida su justo valor. Hay dos extremos dańinos. Uno es aferrarse al dolor y al miedo, vivir la experiencia como demasiado terrible, sin paz en el corazón. El otro es negar la pérdida o no darle importancia. Cualquiera de estas actitudes provoca que esa herida no sane y pueda manifestarse después de muchas maneras, por ejemplo, angustia frente a un nuevo embarazo o el transmitirle al nuevo hijo la sensación de que está sustituyendo a otra persona (el bebé perdido) lo que le impide ser plenamente él mismo. Para verdaderamente superar la pérdida, los padres necesitan vivir su duelo, para lo cual les ayudaría hacer un claro recuento de lo perdido. Además de la pérdida principal, la del bebé que no llegó a término, los padres han perdido también ilusiones, planes, tal vez seguridad y otras cosas, materiales y no materiales, que solamente ellos podrán enumerar. Necesitan escuchar su tristeza, sus enojos, sus miedos. Sólo así podrán asimilarlos, aceptar la pérdida y convertir la experiencia en crecimiento interior.

Finalmente, desde el corazón, tienen que entregar ese hijo al Padre. Evidentemente, ese hijo está ya con el Padre; a lo que me refiero es a esa disposición interior de los padres de soltarlo y de ponerlo en manos de Dios. Desde el momento de la concepción, su hijo tiene alma, un espíritu completo. Y espíritu humano, no es un ángel. Ese hijo puede amar y ser amado. Su presencia en el mundo no fue de acuerdo con el anhelo de sus padres, pero es una persona real, en presencia de Dios, y desde ahí, desde el corazón de Dios, padres e hijo pueden mantener una relación de amor.

Perder un hijo antes de su nacimiento es una experiencia dolorosa; pero el dolor es parte de la vida humana. Y el dolor, por cierto, no contradice ni se opone a la felicidad ni a la paz interior, siempre y cuando naveguemos en esa corriente segura que es la voluntad de Dios.