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20/03/2006

Francesc Gómez Morales

"¿San Alberto Einstein?"; el patrón de los científicos

Pocos son los estudiantes de ciencias que conocen las aportaciones científicas de su patrón, San Alberto Magno.

Alrededor del 15 de noviembre en las facultades de ciencias de todos los países de herencia católica se conmemora la fiesta del patrono, que es San Alberto. En el campus universitario de la Diagonal de Barcelona, de los muchos actos que se celebran, sólo uno nos refiere directamente al sentido originario de la festividad: la celebración eucarística del SAFOR (Servicio de Asistencia y Formación Religiosa). Por ello no es de extrañar que la mayoría de estudiantes no sepan exactamente qué están celebrando.

La lógica consecuencia es que uno de ellos escribiera en uno de los carteles que anunciaban las fiestas: “Sant Albert… Einstein?”. Quizá en un momento de lucidez en medio de los litros de alcohol que corren en los vestíbulos de cada facultad, el buen estudiante se preguntara a qué venía todo aquello.

Es evidente que la Iglesia no ha canonizado a Einstein. Como físico está a la altura de los más grandes, como Newton y Maxwell, aunque como persona y como marido su contribución es más discutible… y si no que se lo pregunten a Mileva, su sufrida esposa.

El verdadero San Alberto

Fue un Papa contemporáneo, Pío XII (1876-1958), quien declaró a Alberto patrono de todos los que se dedican a las ciencias naturales.

San Alberto Magno nació en la ciudad bávara de Lavignan (perteneciente a la actual Alemania) hacia el 1206 y murió en Colonia en 1280. Sólo con ver las fechas y si uno se deja llevar por la famosa leyenda negra entorno al supuesto oscurantismo de la Iglesia en la Edad Media, lo más sencillo es imaginarse a San Alberto como un obispo dedicado a refrenar las desmedidas ambiciones de los alquimistas por encontrar la piedra filosofal o disuadiendo al pueblo de acudir a los astrólogos para indagar sobre el futuro.

En realidad, Alberto sí que fue obispo, en concreto lo eligieron en 1260 para ocupar la sede de Ratisbona, pero sólo “duró” dos años. Vio que no era lo suyo y prefirió volver a sus antiguas ocupaciones. Además de ser teólogo, exegeta, filósofo y predicador, también tuvo tiempo para cultivar de manera muy notable las ciencias naturales: astronomía, meteorología, zoología, botánica, medicina, agricultura…

Fue capaz de describir toda la fauna europea (necesitó 26 libros para ello) y analizó con rigor la flora alemana, con una profundidad tal que fueron necesarios varios siglos para superar lo que él dio a conocer.

Dos “pequeños” favores que le debemos a San Alberto

H.J. Sadler dijo de San Alberto en 1932: “Si se hubiera continuado el desarrollo de la ciencias de la naturaleza por el camino que había tomado San Alberto se habría ahorrado a esta ciencia un rodeo de tres siglos”.

San Alberto basó su método científico en la observación y experimentación de los fenómenos de la naturaleza. Dio mucha importancia a contrastar sus proposiciones de manera empírica, proponiendo una manera de hacer ciencia menos especulativa y más experimental.

Hay que señalar que las ciencias naturales de la época eran más bien una filosofía de la naturaleza y, por tanto, se utilizaba de manera prioritaria el método filosófico.

Hasta la aparición de Galileo tres siglos más tarde la ciencia no adoptaría firmemente el método empírico y por eso el autor citado muestra a San Alberto como un precursor de la ciencia moderna.

Por otra parte, y como es bien sabido, San Alberto fue profesor de Santo Tomás de Aquino en la Universidad de París. Los dos compartieron orden religiosa (los dos eran dominicos) y una gran pasión por la verdad. Es bonito pensar que San Alberto tuviera gran parte de “culpa” del gran legado que nos dejó su mejor discípulo.