MARTES DE LA SEMANA 34ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Dn 2, 31-45

1-1.

La interpretación del sueño de Nabucodonosor alude -con los diversos metales (vv. 31-35)- a los diversos reinos que se han ido sucediendo, para el tiempo en que se escribe este libro.

Después del babilonio de Nabucodonosor (vv. 37-38), el medo (v. 39), el persa (v. 39b) y el griego (vv. 40ss), que se explicita más por ser el contemporáneo del autor. Al final de la visión apocalíptica se espera la aparición del reino de Dios (v. 44: "el Dios de los cielos"; v. 45: la piedra se desprende "sin ayuda de mano") que "permanecerá para siempre" (v. 44). En la frase final ("el sueño es verdadero y cierta su interpretación": v. 45) no es tanto a Nabucodonosor cuanto a los lectores a los que el autor tiene presentes. Es una esperanza de que el reino de Dios está cerca, como anunciará Jesús, y cuya pronta venida nos exhorta a pedir en el Padre Nuestro.

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 345


1-2. HT/SENTIDO:

El cap. 2 de Daniel es considerado frecuentemente por los exégetas como anterior a la redacción del libro en sí. Se le suele situar en la primera mitad del siglo III. La idea principal de este capítulo es revelar el sentido de la historia dirigida por Dios y su fin último: la constitución de su reino sobre la tierra.

Nabucodonosor tuvo un sueño que solo Daniel, entre todos los sabios, conoce porque Dios se lo ha revelado, cumpliendo de antemano la palabra de Cristo: "Tú se lo has revelado a los pequeñitos y ocultado a los sabios" (Lc 10, 21-24) (vv. 14-19).

La estatua vista por Nabucodonosor representa los reinos de la tierra que se sucedieron destruyéndose mutuamente. Son cuatro en total, cifra simbólica que la Biblia utiliza frecuentemente para designar las fuerzas terrestres (Ez 1, 5-18; 7, 2; 10, 9-21; 14, 21; 37, 9; Zac 2, 1-2, 11; 6, 1-5; Am 1, 3-4; Is 11; 12; Jer 15, 2-3). Esta lucha por el poder entre las potencias terrestres es causa de una incesante decadencia: el oro degenera en plata, después en bronce, después en hierro y en tierra cocida, hasta el punto de que basta una piedrecita para propinar a la estatua el golpecito demoledor. Este proceso regresivo es igualmente una idea muy del agrado de la Biblia: una historia dirigida en exclusiva por el hombre le conduce inevitablemente a la decadencia (cf. Gén 3, 1-6, 12).

a) El pasaje leído en la liturgia se centra sobre todo en la descripción de esa piedra destructora (vv. 34-35; 44-45).

Arrojada contra la estatua de los imperios humanos sin la intervención de mano alguna, la piedra, es, pues, dirigida por el mismo Dios (v. 34). El v. 45 precisa, por otro lado, que se ha desprendido de una montaña, lo que puede ser también una manera de decir que proviene de Dios, ya que la montaña es con frecuencia un símbolo divino (Sal 35-36, 7; 67-68, 1; Is 14, 13; Ex 3, 1). La piedra se convierte, a su vez, en una gran montaña que "llena toda la tierra", a la manera de la gloria de Dios (núm 14, 21; Is 6, 3; Hab 2, 14; Sal 71-72, 19; Is 11, 9; Sab 1, 7).

¿Cuál es el significado de esa piedra? ¿Designa a un Mesías personal o a todo el pueblo mesiánico?

b) El Antiguo Testamento ha hablado en repetidas ocasiones de una piedra en la economía de la salvación: Is 8, 11-15 hace de Yavhé una piedra de choque para las tribus de Israel: Yahvé es, en efecto, una roca de salvación (Sal 17-18, 2-3); a falta de un apoyo sobre ella se corre hacia la ruina (Dt 32, 15). Este texto es el más aproximado a Dan 2, en donde la piedra designaría a Yahvé, o más exactamente al monoteísmo yahvista opuesto a la idolatría (la estatua) de los grandes imperios y llamado a una rápida extensión sobre toda la tierra. La perspectiva del autor no es, pues, directamente mesiánica, sino apologética (cf. las profesiones de fe en Yahvé hacia las que apuntan los relatos de Daniel: Dan 2, 46-49; 3, 24-30; 4, 31-32; 6, 26-29; 14, 40-42).

c) Sin embargo, la tradición ha dado poco a poco al tema de la piedra una interpretación mesiánica, probablemente por influjo de otros textos del Antiguo Testamento como Is 28, 16-17; Zac 3, 9; Sal 117-118, 22, textos en los que la piedra designa claramente al Mesías personal. La autentificación de esa manera de interpretarlo mesiánicamente la ha realizado Lc 20, 18 (en ósmosis con Is 8, 14, y Sal 117-118, 22). Es imposible saber si este pasaje de Lucas hay que ponerlo en labios de Cristo o si es más bien un proverbio forjado por la comunidad primitiva para centrar en torno a la piedra los principales testimonios escriturísticos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 274


1-3.

Este sueño era una alegoría que tenía que ver con la historia de los reinos terrenales que se habían sucedido desde el imperio babilónico (oro) hasta la herencia de Alejandro (hierro), dividida entre los Láguidas (hierro) y Seléucidas (barro cocido).

Esta composición mixta de los pies del coloso indica la rivalidad que separaba a los Láguidas y a los Seléucidas, al mismo tiempo que subraya la fragilidad del reino seléucida, que pretendía imponer su ley a Israel. Bastará con una piedrecita para derribarlo.

De esta piedra se dice que se desprenderá de una montaña, "sin intervención de mano alguna". Este detalle indica que, sin que intervengan los hombres, el derrumbamiento de los imperios terrenos será obra de Dios, que "hará surgir un reino que jamás será destruido".

De esta manera, el libro de Daniel demuestra ser una crítica radical de todos los regímenes totalitarios: sólo el reino de Dios, un reino de justicia y de paz, conseguirá la eternidad.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 212


1-4.

"Y la roca era Cristo" (/1Co/10/04), dice el Apóstol. El es la roca, la piedra que otrora contemplara el Rey en sueños, según leemos en Daniel: "Una piedra desprendida, no lanzada por mano alguna, hirió a la estatua en sus pies de hierro y barro y la destrozó...; la piedra que había herido a la estatua se hizo una gran montaña, que llenó toda la tierra".

En esta piedra reconocía ya anticipadamente el Profeta al Mesías y su reino. Pero los Padres de la Iglesia, a quienes fue dado contemplar el cumplimiento de la visión, sabían que la piedra es Cristo, "una gran montaña" si miramos su divinidad; pero el "pequeño monte" de que habla el salmista (Sal 41, 07) y la piedra a que alude el Profeta, si miramos su humanidad, pues "sin ser lanzada por mano alguna", es decir, sin "germen humano, del seno virginal" (·Jerónimo-san, a Dn. 2, 40), se hizo hombre. Y la piedra se convirtió en una gran montaña, que llenó la tierra entera; en efecto, en toda la tierra resuena el anuncio de la resurrección de Cristo y de todos los pueblos de la tierra se ha edificado el Resucitado su cuerpo místico, la Iglesia. (...) Así es como entienden los Santos Padres el sueño de Nabucodonosor. "Cristo lo es todo por amor a ti", dice ·Ambrosio-san. "Es piedra por amor a ti: has de ser edificado. Es monte por amor a ti: has de subir. ¡Sube, pues al monte, tú que suspiras por lo celestial! Por eso ha inclinado los cielos, para que estés más cerca de ellos; por eso está en la cima del monte, para elevarte" (S. Ambrosio, De interpellationes Job et David, 2, 17). El Verbo hecho hombre, forma primitiva, invisible y eterna de todas las cosas y autor de su forma visible, se mostró bajo "la deformidad" de la "carne del pecado" (Rm 8, 3), restaurando así la belleza del hombre dentro de la Iglesia, al penetrar en ella e iluminarla. Así convirtió la casa sobre el monte en obra suya, tan parecida a El como la imagen de un espejo, esta casa que es "templo santo del Señor" (Ef 2, 21) y que hace resaltar la belleza del monte, deformado tan sólo en apariencia. Ex Sion species decoris ejus.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 56 ss.


1-5.

-Visión de la «estatua de pies de arcilla»

He aquí una parábola muy clara. Los imperios terrestres se creen muy sólidos: todo en ellos es brillante y aparentemente rico, todo construido de oro, plata, bronce, hierro. Pero las piernas del coloso -la base- son de «arcilla». Basta una nadería, una piedrecita, por ejemplo, para que todo se venga abajo.

Daniel, amparándose en esta parábola, apunta, precisamente, hacia un gobierno, el gobierno persecutor de Antíoco Epifanes. De momento, aparentemente triunfa; pero Daniel, en su Fe, ve el porvenir.

Más allá de los trastornos políticos... en el corazón de los trastornos políticos, Dios interviene en la historia. El profeta, como en los demás libros de ese género -llamados «apocalípticos»-, no establece una clara distinción entre los diversos planos: para él todo está ligado y mezclado... la caída política de Antíoco, la independencia de su país, la liberación definitiva del fin de los tiempos.

Para nosotros, HOY, lo esencial es abrir nuestros corazones a la esperanza: venga lo que venga, Dios conduce la historia y su plan avanza y tendrá éxito. Evoco el contexto histórico de HOY.

-A ti, ¡oh rey de reyes!, el Señor del Cielo ha dado reino, poder y gloria.

¡Es Nabucodonosor quien oye esas palabras! El, un rey pagano, él que ha destruido y deportado a Israel... oye decir que es «conducido por Dios». Incluso cuando hace cosas aparentemente contrarias a Dios, continúa estando bajo su control y realiza sin saberlo los proyectos de Dios.

Creo, Señor, que los acontecimientos de HOY están bajo tu control. Hago oración para descubrir mejor su sentido... Te pido, Señor, que me otorgues participar en tu plan del mundo. A través de mi vida, de mis responsabilidades ¿qué puedo hacer para que la historia avance hacia su término? ¿Hacia el Reino, hacia el éxito en Dios?

-El Dios del cielo hará surgir un "reino" que jamás será destruido.

La sucesión de los «reinos» terrestres prepara un «Reino» definitivo. Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros tu Reino, ¡hágase tu voluntad!

Tú decías: «El Reino de Dios está cerca, está entre vosotros».

Y nos encontramos en él. Estamos en los «últimos tiempos». Puedo, desde HOY, hacer que reine Dios sobre mi voluntad, sobre el rinconcito del universo, sobre el huequecito de la historia que depende de mí: familia, profesión, vida personal, vida colectiva...

-La piedrecita que viste desprenderse del monte, sin intervención de mano alguna y que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro...

Jesús conocía esta profecía y la vuelve a tratar en relación a El. «La piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular... Todo el que caiga sobre esta piedra se destrozará y a aquel sobre quien ella caiga, lo aplastará» (Lucas 20, 18).

-El Dios grande ha dado a conocer al rey lo que ha de suceder.

Qué fuerza debieron de encontrar en tales palabras los perseguidos, los resistentes en la Fe, en tiempo de Antíoco. Certeza de una victoria final de Dios.

¿Es también mi fe HOY una fuerza para mí? ¿Tengo el sentido del «porvenir»? ¿Estoy vuelto hacia el porvenir que Dios prepara?

¿Espero pasivamente «lo que ha de suceder»? o bien, ¿trabajo humildemente en la parte que puedo?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 406 s.


1-6. /Dn/02/25-47

Daniel es el héroe poseedor de la sabiduría que Dios le comunica. Es un mensajero de Dios y a través de él explica Dios la historia. Las circunstancias que acompañan a los judíos en los tiempos del libro de Daniel no son gratas: están dominados y, además, por una potencia enemiga de Dios. Por eso el autor tiene que alentarles con la esperanza.

El sueño resulta ser lo más patético y trascendente que jamás se haya escrito. La estatua de pies de arcilla es una imagen hoy proverbial y de clara significación. Podríamos fijar la atención en los Imperios que representan las diferentes partes de la estatua y hacer su historia. Pero será mejor que nos detengamos en la teología del sueño. O sea, que, a pesar de toda su fuerza, los Imperios se desploman uno después de otro y, al final, una piedrezuela, un suceso que a los ojos de los hombres parecía carecer de importancia, derriba todos los fundamentos humanos.

A los judíos les era imprescindible que alguien les confortase con la esperanza de que su situación en modo alguno podía ser duradera. Debido a ello se recurre a este sueño de significado histórico. ¡Qué importa que Nabucodonosor hubiese sido un gran rey! Pasó, igual que pasaron los Imperios posteriores a él. Si esto se relata en forma de profecía, rasgo característico en la apocalíptica, la argumentación parece ser que todavía adquiere más vigor. Todo era claro para los que lo leían: pasó Nabucodonosor, pasaron los medos y los persas, pasó Alejandro Magno y pasaron igualmente los seléucidas. O sea, que todo Imperio terrenal es como un gigante de pies de arcilla que puede derrumbarse en cualquier momento. Pero el pueblo fiel a Dios no pasará jamás. Esto puede parecer una tesis exagerada para quien no tiene puesta su confianza en Dios, pero en lo que se refiere al fiel, la cuestión es muy clara.

Antíoco, nuevo gigante de pies de arcilla, también caerá. Daniel era un ejemplo de piedad. El que triunfa es él. La piedad es, pues, maestra de la vida y de la historia.

J. MAS BAYÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 425 s.


1-7.Con los pies de barro

Los hombres, como la estatua que soñó el rey Nabucodonosor en una de las lecturas de la Misa de hoy (Daniel 2, 31-35), tenemos una inteligencia de oro, que nos permite conocer a Dios; un corazón de plata, con una inmensa capacidad de amar; y la fortaleza que dan las virtudes... pero los pies los tendremos siempre de barro, con la posibilidad de caer al suelo si olvidamos esta debilidad del fundamento humano, de la que, por otra parte, tenemos sobrada experiencia. Este conocimiento del frágil material que nos sostiene nos debe volver prudentes y humildes. Sólo quien es consciente de esta debilidad no se fiará de sí mismo y buscará la fortaleza en el Señor, en la oración diaria, en el espíritu de mortificación, en la firmeza de la dirección espiritual, De esta forma, las propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina.

Nos enseña la iglesia que, a pesar de haber recibido el Bautismo, permanece en el alma la concupiscencia, el fomes peccati, "que procede del pecado y al pecado inclina" (CONCILIO DE TRENTO, Sesión 5). Tenemos los pies de barro, como esa estatua de la que habla el Profeta Daniel, y, además, la experiencia del pecado, de la debilidad, de las propias flaquezas, está patente en la historia del mundo y en la vida personal de todos los hombres. Cada cristiano es como una vasija de barro (2 Corintios 4, 7), que contiene tesoros de valor inapreciable, pero por su misma naturaleza puede romperse con facilidad. La experiencia nos enseña que debemos quitar toda ocasión de pecado. En nuestra debilidad resplandece el poder divino, y es un medio insustituible, para unirnos más al Señor, y para mirar con comprensión a nuestros hermanos, pues -como enseña San Agustín- no hay falta o pecado que nosotros no podamos cometer.

Si alguna vez fuera más agudo el conocimiento de nuestra debilidad, si las tentaciones arreciaran, oiremos cómo el Señor nos dice también a nosotros como a San Pablo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza (2 Corintios 12, 9-10). El Señor nos ha dado muchos medios para vencer: se ha quedado en el Sagrario, nos dio la Confesión para recuperar la gracia: ha dispuesto que un Ángel nos guarde en todos los caminos; contamos con la Comunión de los Santos, del ejemplo de tantas personas buenas, de la corrección fraterna... Tenemos, sobre todo, la protección de Nuestra Madre, Refugio de los pecadores... Acudamos a Ella.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


 

2.- Ap 14, 14-19

2-1.

-Yo, Juan tuve todavía una visión: había una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre.

El significado de este símbolo está en Daniel, 7-13.

Jesús hizo una alusión directa, del mismo ante sus jueces, en el momento de su condena a muerte. «os lo declaro: desde ahora, veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo» (Mateo 26, 64)

Quiero contemplar a Jesús de ese modo «para siempre».

Esta imagen, como todas, no ha de tomarse en sentido espacial:

--La «nube» es el símbolo de la presencia divina -Dios estaba presente en la columna de nube del desierto, y en la Transfiguración, una nube luminosa envolvía a Jesús.

--El color «blanco» es el símbolo de la victoria.

--La posición «sentado» es símbolo de solidez, de poder.

Llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada.

Es «rey» y «segador» a la vez.

-Arrima tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, la mies de la tierra está madura.

Este símbolo era familiar a los primeros cristianos y también lo es para nosotros.

«Dejad que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta la siega... la siega es el fin del mundo...», decía Jesús (Mateo 13, 30; 39) «Cuando el fruto lo admite, se le mete la hoz porque la siega está a punto», decía también Marcos 4, 2-9

Si la he visto o si he participado en ella, quiero evocar la imagen de la siega: una imagen de alegría, de fecundidad, de alimento asegurado, de felicidad, de recoger el fruto de los duros trabajos del invierno... es verano, la hermosa estación y la siega es una fiesta. Quiero evocar la imagen de un campo de trigo dorado: «la tierra está madura, dice san Juan»... todas las humildes germinaciones escondidas, las lentas maduraciones invisibles, las inverosímiles alquimias de la savia, los jugos del suelo, la subida de la vida, la reproducción de óvulos minúsculos, el juego del polen en el viento, los riesgos de las tempestades, el trabajo del sol... ¡todo esto ha llegado a su meta con ese campo de trigo maduro que los segadores cosecharán con alegría! ¡Es así como Dios ve a la humanidad! Una mies que está madurando. Señor, «envía obreros a tu mies».

«La cosecha es abundante», tanto mejor... «Los obreros son pocos». Señor, ayúdame a ser obrero, allá donde me encuentre.

-Otro ángel, el que cuidaba del fuego... gritó al ángel que tenía otra hoz: arrima tu hoz y vendimia los racimos de la viña... Y vendimió la viña de la tierra y lo echó todo en el gran lagar del furor de Dios.

Es un símbolo antitético, que descubre su sentido a través de las imágenes del «fuego» y del «lagar». Mientras que la cosecha era lo correspondiente al «venid, benditos de mi Padre»... la vendimia corresponde al «id, malditos, al fuego eterno»... Los buenos son cosechados en la alegría.

Los malos son aplastados y condenados.

El tema del «furor de Dios» era frecuente en la Biblia (Isaías 63, 1). Estaba asociado a la imagen del «lagar» de donde fluye el mosto, la «sangre», bajo los pies de los vendimiadores. Se trata sólo de imágenes, en verdad sorprendentes, y que deben suscitar nuestra reflexión sobre lo serio y lo trágico del «Juicio» final.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 406 s.


2-2. /Ap/14/14-20  /Ap/15/01-04

El juicio anunciado por los tres ángeles se expresa simbólicamente de manera anticipada -encontraremos otra descripción hacia el final del libro-, según la costumbre propia del Apocalipsis (aproximaciones diversas y diversificadas a un mismo tema). Como trasfondo del fragmento resuenan los discursos de Jesús sobre el fin del mundo en los evangelios sinópticos: la siega corresponde a las ovejas, la vendimia a los cabritos. Como es habitual, el revestimiento literario lo proporciona el AT, y aquí en concreto el profeta Joel.

Es el momento oportuno (la «hora»), decidido por Dios, de que todos conozcan lo que él ha dispuesto; el momento de escoger, tal como proclaman dos ángeles del Señor. Se separa radicalmente a elegidos de condenados; mientras el Hijo del hombre, que viene con realeza y majestad, recoge la cosecha de los primeros, los segundos son vendimiados, como racimos maduros, por un ángel (y no por el Hijo). La cosecha, consecuencia de la siega, indica el comienzo del tiempo de salvación; es un momento de alegría para el fruto bueno, que se ha mantenido fiel al Señor. En cambio, la sangre, imagen de la ira de Dios, corre en abundancia al ser echadas las uvas en la gran cuba; el castigo divino es ejecutado fuera de la ciudad, tal como merecen los malhechores.

Sin embargo, aún hemos de asistir al último estallido de la ira de Dios contra los perseguidores. Esta señal, «magnífica y sorprendente» (15,1), será la culminación de las acciones divinas contra los que le han rechazado. Por otra parte, un cántico de alabanza de los que no han querido someterse a la bestia celebra también anticipadamente la victoria divina, manifestada en las últimas siete plagas y la destrucción de Roma.

La liturgia celeste, descrita en una intensa panorámica, se inspira en el llamado «cántico de Moisés» (entonado después de que el Señor salvase a su pueblo en el Mar de los Juncos). Los resplandores rojizos del fuego del altar y la bóveda de vidrio que separa cielo y tierra son la escenografía del himno. La escena presenta una serie de claras correspondencias entre la figura de Moisés y la del Cordero, ambos guías de Israel (el Israel antiguo y el nuevo) que por la intervención divina son liberados de sus opresores (el faraón, la bestia). Por otra parte, la potencia del Señor es glorificada por la alabanza de los elegidos. Por otra, todos los pueblos reconocen al Señor como el único que merece ser adorado. El breve texto del himno es un resumen denso, articulado en tres citas fundamentales del AT, sobre la actuación del Dios todopoderoso: se manifiesta tal como es, salvador y fiel, hacia todos los que lo aman y lo invocan.

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 603-1 s.


3.- Lc 21, 5-11

3-1.

VER DOMINGO 33C


3-2.

Comenzamos hoy la lectura del último discurso de Jesús.

Los exegetas lo llaman «el Discurso Escatológico». Jesús emplea un estilo literario y una imágenes estereotipadas simbólicas: es una especie de código del lenguaje que todo el mundo comprendía entonces, porque era el tradicional en la Biblia. Jesús habla el lenguaje de su tiempo. Emplea aquí el estilo de los «apocalipsis» de su época... si bien de un modo mucho más discreto que la mayor parte de otros apocalipsis que se han conservado de aquel tiempo.

Más aún que otros pasajes del evangelio esos discursos han de ser interpretados inteligentemente. No podemos dejar de hacer una lectura algo científica si no queremos correr el riesgo de pasar por alto su sentido profundo.

Son ante todo unos pasajes extremadamente oscuros, en los que están mezcladas, por lo menos, dos perspectivas: el fin de Jerusalén... y el fin del mundo... La primera es simbólica respecto a la segunda. A través de ese detalle resulta evidente cuán importante es superar las imágenes, para captar su sentido universal, válido para todos los tiempos. El acontecimiento que Jesús tiene a la vista -la destrucción de Jerusalén- nos da una clave para interpretar muchos otros acontecimientos de la historia universal.

-Algunos discípulos de Jesús comentaban la belleza del Templo por la calidad de la piedra y de las donaciones de los fieles.

En tiempos de Jesús, el Templo era recién edificado; incluso no terminado del todo. Se comenzó su construcción diecinueve años antes de Jesucristo: era considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Sus mármoles, su oro, sus tapices, sus artesonados esculpidos, eran la admiración de los peregrinos. Se decía: "¡Quien no ha visto el santuario, ése no ha visto una ciudad verdaderamente hermosa!"

Jesús les dijo: "Eso que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido". Símbolo de la fragilidad, de la caducidad de las más hermosas obras humanas.

Los más bellos edificios del hombre se construyen sobre las ruinas de otros edificios destruidos. En ese mismo lugar ya habían estado en otro tiempo otras dos maravillas: el Templo construido por Salomón, hacia el año 1.000 antes de Jesucristo, y destruido por Nabuconosor en 586... luego el Templo construido por Zorobabel, cuya primera piedra había sido colocada en 516... El Templo contemporáneo de Jesús, será destruido unos años más tarde por Tito, en 70 d. de J.C... para ser reemplazado en 687 por la Mezquita de Omar, que continúa en el mismo sitio.

Lejos de mezclarse a las voces admirativas de sus discípulos, Jesús hace una predicción de desgracia, en el más tradicional estilo de los profetas (Miqueas 3, 12; Jeremías, 7, 1-15; 26, 1-19; Ezequiel, capítulos del 8 al 11)

Medito sobre la gran fragilidad de todas las cosas... sobre «mi» fragilidad... sobre la brevedad de la belleza, de la vida...

Hay que saber mirar de frente esa realidad, siguiendo la invitación de Jesús: «todo será destruido».

-Los discípulos le preguntaron: Maestro, ¿cuando va a ocurrir esto y cuál será la señal de que va a suceder?

Los discípulos nos representan muy bien, junto a Jesús.

Ellos le proponen la pregunta que nos hacemos hoy. Querríamos también saber el día y la señal...

Creemos que sería más conveniente saber la «fecha»...

Jesús respondió: "Cuidado con dejarse extraviar... porque muchos dirán-: «Ha llegado el momento» No los sigáis... No tengáis pánico..."

Todas las doctrinas de tipo "adventistas" fundadas sobre una susodicha profecía precisa del retorno de Cristo, quedan destruidas por esa palabra de Jesús.

Hay que vivir, día tras día, sin saber la fecha... sin dejarse seducir por los falsos mesías, sin dejarse amedrentar por los hechos aterradores de la historia.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 298 s.


3-3.

1. (Año I) Daniel 2,31-45

a) Dios premió la fidelidad de Daniel y sus compañeros con el don de la sabiduría. Daniel supo interpretar para el rey la visión de aquella gigantesca estatua que contenía en sí cuatro etapas de la historia. Una visión que ninguno de los adivinos del rey había logrado descifrar.

Con los elementos en grado decreciente -oro, plata, bronce, hierro- se describen simbólicamente cuatro imperios sucesivos. El de oro es el del mismo Nabucodonosor, el reino babilonio, el más poderoso. Le seguirá uno de plata, el de los medos. Luego, otro de bronce, el de los persas. Y finalmente uno de hierro, el de los griegos, en el que se entretiene más, porque corresponde al de lo's seléucidas, con Antíoco Epífanes, que es el que están padeciendo los judíos cuando se escribe el libro.

Todos ellos se creen reinos sólidos, pero no lo son: la estatua tiene los pies de barro. Y en el futuro aparecerá un reino misterioso, "suscitado por el Dios del cielo", "una piedra que se desprende sin intervención humana y choca contra la estatua de los pies de barro", que "destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él durará por siempre".

b) Es la clave de la historia, con su sucesión de imperios y reinos, todos caducos, a pesar del orgullo de sus reyes.

La misma historia humana se encarga de que los varios imperios sean derribados por el siguiente. Las causas pueden ser políticas o económicas o militares, además de los aciertos y los defectos humanos. Pero aquí la historia de los cuatro imperios -que, escrita unos siglos más tarde, ya se ve en perspectiva cumplida- se interpreta desde la visión de la fe, y se anuncia, además, la llegada de un reino procedente del cielo, el del Mesías.

Cuántos imperios e ideologías han ido cayendo, y siguen cayendo en nuestros tiempos, porque tenían los pies de barro! Esto nos hace más humildes a todos, y nos advierte de la tentación de poner demasiado entusiasmo en ninguna institución ni en ningún ídolo. "No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar. Exhalan el espíritu y vuelven al polvo: ese día perecen sus planes", dice sabiamente el salmo 146. Y lo mismo habría que decir de nosotros mismos, que también tenemos pies de barro y somos frágiles: no podemos confiar demasiado en nuestras propias fuerzas.

La lectura de hoy nos da ánimos para que confiemos en ese Reino universal de Cristo, que celebramos el domingo pasado y que da color a estos últimos días del Año Litúrgico y al próximo Adviento. Todo lo demás es caduco. Cristo, ayer, hoy, y siempre, el mismo.

1. (Año II) Apocalipsis 14,14-20

a) La mies está ya madura. La uva, en sazón. El Cordero, Cristo, es el Juez de la historia. El Apocalipsis le llama con el mismo nombre que Daniel en su profecía: "uno con aspecto de hombre", "el Hijo del Hombre", como se le llama repetidamente en el evangelio.

Viene sobre una nube blanca, símbolo de la divinidad. Con la corona ceñida sobre la cabeza. Con una hoz afilada para la siega. Y otra hoz afilada para la vendimia. Ha llegado el momento del juicio de Dios, la hora de la verdad. Ahora se verá quién vence y quién es derrotado. El salmo lo había anunciado: "delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra, regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad".

b) En la parábola de la cizaña había avisado Jesús: "dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega, y al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged la cizaña y atadla en gavillas para quemarla".

El Apocalipsis nos pone delante la imagen grandiosa de la siega cósmica, para castigo de los adoradores de la Bestia, los idólatras, el castigo "en el gran lagar de la ira de Dios", que se describe con una evidente exageración literaria, para expresar la seriedad y universalidad del juicio de Dios.

La intención es animar a los creyentes para que sigan fieles: el tono de todo el libro es de victoria y fiesta para los seguidores del Cordero.

Nos hace bien a todos -y particularmente en estos últimos días del año- pensar que al final habrá un examen sobre nuestra vida. Es de sabios mirar hacia delante, para recordar a dónde se dirige nuestro viaje y verificar si el camino que estamos recorriendo lleva al destino elegido. No es para meternos miedo en el cuerpo. Pero si para infundirnos seriedad. Al final de la vida hay salvación o hay fracaso total. Es nuestro negocio más importante.

2. Lucas 21,5-11

a) A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el "discurso escatológico" de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Escuchamos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Es difícil deslindar los dos.

La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero "el final no vendrá en seguida", y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo "yo soy", o "el momento está cerca"

b) La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos -y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey Herodes. Pero estaba próximo su fin.

El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? "Cuidado con que nadie os engañe: el final no vendrá en seguida".

Esta semana, y durante el Adviento, escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas.

"Dios suscitará un reino que nunca será destruido" (1ª lectura I)

"Ha llegado la hora de la siega, pues la mies de la tierra está más que madura" (1ª lectura II)

"Muchos vendrán usando mi nombre, diciendo "yo soy" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 319-323


3-4.

Ap 14, 14-20: El triunfo del "Hijo del Hombre"

Lc 21, 5-11: Las señales del fin

Alguna gente dedica mucho tiempo y esfuerzo a descifrar cábalas acerca del fin del mundo. Las noticias comentan suicidios masivos de fanáticos religiosos que creen que el mundo presente no tiene ningún valor y está ante un fin inminente. Muchas personas se encuentran intensamente alborotadas con la proximidad del próximo milenio. Algunos pocos, escudriñan la Escritura con la esperanza de hallar ocultos indicios que permitan predecir el fin del mundo. Los más simplistas atribuyen este sentimiento al vertiginoso avance de la tecnología o a la mentalidad milenarista...

Pero esta situación no es exclusiva de nuestra época. Una situación similar vivieron los contemporáneos de Jesús. La mayoría de los movimientos judíos populares creían que el mundo se acercaba a su final; para ellos era inminente una inevitable catástrofe universal. Muchos se hallaban agitados y presos de terrores soterrados. El clima de zozobra se fue incrementando hasta llegar al paroxismo.

Jesús se dio cuenta de esa situación de inquietud en que se hallaba el pueblo y la aprovechó para hacer un llamado muy especial. Para él, lo importante no era la fecha en que el mundo habría de sucumbir. Para él lo importante era la finalidad de este mundo: ¿para qué estamos aquí? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el destino de la humanidad?. Para Jesús el tiempo presente y el futuro se abrían como esperanza: era el tiempo definitivo de la salvación. Por esto, había que tomarse en serio el momento presente e interpretarlo como una señal de Dios que nos llamaba a hacer de este mundo de muerte un mundo de vida. Para Jesús, el cambio era posible aquí y ahora.

Hoy vivimos una agitación parecida. Estamos inundados de visiones catastróficas que nos anuncian un futuro oscuro y terrible para todos los seres vivientes. Pero lo importante no es la fecha en que el mundo sucumbirá; lo importante es preguntarnos cuál es la finalidad del mundo y de la humanidad, ¿cuál es la utopía?, ¿qué futuro podemos/debemos construir?, ¿qué quiere Dios de nosotros aquí y ahora?

Las visiones apocalípticas no se nos pueden convertir en la pesadilla suicida del fin del milenio. El nuevo milenio para los cristianos debe significar una renovada oportunidad de suscitar el Reino en medio de la humanidad. Una ocasión especial para plantear una visión del futuro que supere el modelo tecnológico y plantee el valor del ser humano como valor supremo. El nuevo milenio puede ser una catástrofe inevitable si no nos comprometemos a tomarnos el presente en serio; si no nos decidimos a hacer de este mundo una casa donde quepan todos y todo, es decir, también la naturaleza a la que tanto hemos hecho sufrir.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Ap 14,14-20: Ha llegado el tiempo de la vendimia.

Lc 21,5-10: Discurso apocalíptico de Jesús.

Tanto la lectura del Apocalipsis como la del evangelio de este día guardan un mensaje propio del género apocalíptico: se espera un tiempo de crisis. Y la crisis significa juicio, discriminación del bien y del mal. El juicio indica entonces una distinci ón entre lo bueno y lo malo.

En el libro del Apocalipsis el mensaje se esconde en la imagen de la vendimia, la cosecha de los frutos de la vid. Estos frutos son depositados en el lagar de la cólera de Dios.

Dios, según algunas imágenes del Antiguo Testamento, haría pasar el juicio del mundo por su cólera, es decir, por su propio juicio. Ninguna mentira podría pasar la prueba de esta cólera, que era el sentimiento de Dios ante la infidelidad o los opresore s del pueblo. Por lo tanto, ningún juicio sería más justo que este.

En la lectura del evangelio Jesús plantea una situación similar. Todo será expuesto ante el juicio de Dios; por tanto, ninguna mentira quedará en pie. E ilustra su predicación con varios ejemplos: a) El lujo del Templo: muchos estaban orgullosos con un Templo lleno de tesoros. Pensaban que ése era el mejor modo de alabar a Dios y de reconocer su grandeza. Sin embargo, para Jesús eso no garantiza nada. Quedará destruido, y por lo tanto no es imp ortante poner las energías ni el dinero en piedras que irán a derrumbarse. Hoy nos encontramos con posturas similares. Vemos acumulación de capital en algunos pocos centros, mientras el pueblo -lo único que verdaderamente vale la pena- padece necesidad. C ontemplamos la construcción de Templos, servicios religiosos, obras faraónicas para “agradar a Dios”, mientras sus hijos son despreciados. De todo ello no quedará nada. b) Se presentan muchos Mesías, y de diversos lados. Desde el ámbito político muchos se muestran salvadores del pueblo, “no les crean”, dice el Señor. En verdad se están comiendo al pueblo. c) Las guerras y los disturbios: no son datos para tener en cuenta al momento de señalar el fin del mundo. Se trata, lamentablemente de una constante. Algunos grupos religiosos creen ver en tanta guerra actual el final de la historia humana. Sería un final demasiado triste para un proyecto de Dios.

El lenguaje apocalíptico es muy fuerte. Pero es necesario comprenderlo dentro de su propio género. En los textos de este día el acento está puesto en el valor de las opciones, en distinguir qué es lo importante para el Reino de Dios.

Es necesario saber distinguir entre la promesa de Dios y del mal. Nada de lo que sigue el “mundo” (acumulación de capital, tesoros en los Templos, etc.), quedará en pie. Muchos querrán engañar al pueblo con su mensaje mesiánico. Pero ningún signo (huma no o cósmico) indicará, como predestinación, el fin del planeta; es el hombre mismo quien decidirá su suerte y la de sus congéneres.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

¡Alégrese el cielo, goce la tierra, el Señor ya llega a regir la tierra!. Las palabras del salmo 95 no quitan dramatismo a la visión que hoy nos ofrece Juan pero la enmarcan en un contexto de esperanza.

Juan ve una nube blanca y a uno sentado con aspecto de hombre llevando en la mano una hoz afilada para segar la tierra. Y ve un ángel del templo celeste llevando también una hoz afilada para vendimiar la viña de la tierra y echar las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.

Lo realmente importante es la llegada definitiva de Dios a su tierra. La consecuencia, la tarea de despojamiento que supone. Si nos desvivimos por limpiar y poner detalles en nuestra casa ante la llegada de un ser querido, ¡cuánto más ante la llegada inminente de quien nos da la posibilidad de habitar en su casa!. La tierra pertenece al Señor y se alegra por su presencia. Se nos ha dado el encargo de salvaguardar la creación hasta su vuelta, y ésta es inminente. También nosotros nos alegramos por su presencia, porque el Señor toma las riendas de su propiedad y hará inútil la pregunta ¿dónde está tu Dios?. Pero ¿cuál ha de ser nuestro despojo?.

En la imitación de Cristo (1,15,2) se lee: "Mucho hace quien mucho ama". El amor es el mejor de los maestros. Tanto haremos cuanto en verdad amemos aquello-Aquel por quien nos afanamos. Los últimos días del año litúrgico ponen al descubierto la verdad de nuestro amor. Si es verdad que el amor es el mejor de los maestros, las palabras de Jesús del evangelio de hoy las podemos meditar en esta clave: Lo importante no es la decoración externa sino la calidez de nuestro amor, esa Verdad sostén de nuestra alma y de nuestras convicciones que sobrevive a los cambios de decorado. "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida… Mirad no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis… Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo". ¿Hay mejor señal en el cielo que las provocadas por el amor?.

Es posible que alguna vez hayan llegado a tu vida señales de éstas, de las que dan sed de cielo:

· Bienaventurados son los que dan, mas cien veces bienaventurados los que dan aquello que aun quieren.

· Bienaventurados los que predican Amor, mas cien veces bienaventurados los que lo llevan en su pecho y lo hacen con sus manos porque es Cristo quien lo hace a través de ellos.

· Bienaventurados los que alaban a Dios, mas cien veces bienaventurados son los que sabiendo su "Plan para el Mundo" trabajan en su realización.

· Bienaventurados los que abren los ojos y contemplan al mundo, mas cien veces bienaventurados los que abriendo más aún los ojos contemplan el Universo del cual el mundo apenas es una mota. Y viendo su pequeñez se hacen grandes.

· Bienaventurados los que se limpian los oídos de las voces vacías de este mundo, mas cien veces bienaventurados son los que oyendo se hacen sordos para estar con los sordos y entenderlos hasta limpiarlos.

Hermoso camino.

Miguel, cmf. (cormariam@planalfa.es)


3-7. 2001

COMENTARIO 1

EN JERUSALEN PELIGRAN LAS PEREGRINACIONES

«Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: "Eso que contempláis, llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra"» (21,5-6). No hay duda de que los que hablan en voz alta pertenecen al grupo de discípulos (cf. Mc 13,1, de quien Lucas depende).

Apenas acaba Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo, sin darse cuenta -ni que­rer darse cuenta- de que ésta no es sino una concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentan los letrados. Son los miembros más religiosos y observantes del grupo. Son los que se sentirían bien en cualquier religión que les ofreciese segurida­des. Los que siguen plenamente identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel. Se quedan boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia. Su fe, su religiosidad se apoya en estas piedras.

Los comentarios van dirigidos a Jesús, que -por lo que se ve - no se dejaba impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Tratan de llamar su atención con el fin de ganár­selo para su causa. La respuesta de Jesús más que una jarra es un balde de agua fría. También es la tercera vez que predice la destrucción del templo (cf. 13,35; 19,44). Esos 'días venideros' son los mismos de 5,35: la ejecución del Mesías, el Esposo, coincidirá con la destrucción del templo (cf. 23,45). El derribo material no será sino una consecuencia del éxodo definitivo fuera del templo de la presencia -gloria- de Dios por el hecho de haber convertido ellos 'este lugar', que había sido concebido como 'casa de oración' (19,46), 'tienda de reunión' (Hch 7,46), en 'una cueva de bandidos' (Lc 19,46b), un templo 'fabricado por mano de hombres' (Hch 7,48), para gloria y alabanza... de los poderosos. Dios no quiere edificios singulares que apuntalen el poder, sino lugares funcionales.



LOS FANÁTICOS ESPECULAN SOBRE LA CAIDA DE JERUSALEN

«Entonces otros le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?, y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?"» (21,7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario orar y observar fielmente la Ley para que no sobreviniese el desastre y algunos discípulos todavía creían en el templo y en su fastuo­sidad, otros intentan sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús -¡pero si se veía venir! - e instrumentalizarlo al servi­cio de sus ideales nacionalistas y patrióticos. El desastre para éstos no es definitivo, sino el momento en que Dios intervendrá con mano poderosa en favor de su pueblo, la señal para empezar la revuelta (el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9,24-27) -hoy la llamaríamos 'la cruzada' o 'guerra santa'-, revuelta que debería culminar con la derrota de los paganos (Dn 7,27). Cuando los poderosos están demasiado bien armados como para hacer guerras santas, entonces organizamos cruzadas moralizantes, campañas en pro de la vida (en abstracto), movimientos fundamentalistas, todo menos cambiar radicalmen­te la escala de valores de la sociedad consumista que provoca las crisis mundiales, las guerras civiles y los pequeños desastres familiares.



SIEMPRE EXISTEN MESÍAS DISPUESTOS
A SALVAR A (SU) MUNDO

Jesús trata de conjurar la mentalidad zelota y fanática que los invade y que irá in crescendo en los momentos de la gran derrota nacional: «¡Alerta!, no os dejéis extraviar; porque mu­chos llegarán sirviéndose de mi título, diciendo: "Este soy yo" y "El momento está cerca"; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero, pero el fin no será inmediato» (21,8-9). Para Jesús, el desastre no comporta restauración (des­pués de su fracaso en la cruz, los apóstoles le preguntarán si es entonces el momento de la restauración del reino para Israel, Hch 1,6; no han cambiado en absoluto de mentalidad). Ahora bien: dentro de la comunidad judeocreyente surgirán en el mo­mento de la gran prueba falsos profetas que atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel («Yo soy»: el Mesías nacionalista) y anunciarán la inminencia de su intervención («El momen­to está cerca»). De profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Tenemos que recuperar el don del discernimiento de espíritus; hemos optado por lo más fácil: apagar el espíritu de profecía; así, no nos estorban los verdaderos profetas, pero hemos dejado vía libre a los profetas de desventuras.



LOS IMPERIOS CAEN COMO MOSCAS

Jesús amplía el horizonte mezquino y cerrado de los discípu­los, anunciándoles que, desgraciadamente, guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá siempre (21,10-11). Re­sume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad futura. Todos los términos que emplea tienen doble sentido: luchas de poder, revoluciones sociales, miserias del tercer, cuarto y... ené­simo mundo, crisis económicas asoladoras. Entre la destrucción de Jerusalén y del templo, secuela de la ejecución del Mesías, y los desastres mundiales que se sucederán, se repetirá la historia: la persecución de los discípulos por parte de los poderes judíos y paganos. Esto los confirmará en la verdad de su postura.


COMENTARIO 2

Las palabras proféticas de condena del Templo, pronunciadas por Jesús, exigen la purificación profunda de toda religiosidad. El espacio sagrado no puede convertirse en un ámbito en que podamos asegurarnos de las consecuencias destructoras que acarrea en la vida propia y ajena la presencia nuestros egoísmos.

La presencia de Dios sólo puede ser ligada a una vida que está dispuesta a aceptar su Palabra y a obrar en consecuencia. La destrucción del Templo es un trágico ejemplar de las funestas consecuencias que acarrea el rechazo del mensaje divino.

Pero la destrucción de las falsas seguridades no debe llevarnos a un alarmismo nacido de un miedo que ve en todos los acontecimientos que nos rodean la intervención de Dios al final de los tiempos.

Es necesario que sepamos interpretar los acontecimientos de la historia en su justa dimensión y no tomar a cada uno de ellos como un anuncio infalible del fin del mundo. Por ello Jesús nos pone en guardia para que no confundamos dos tipos de hechos que no pertenecen al mismo orden.

El no dejarse engañar, confundiendo dos tipos de realidades, cobra mayor importancia ante la presencia de innúmeras revelaciones y predicciones que pretenden usurpar el nombre y la autoridad de Cristo, falsos Mesías cuya predicación ve en cada momento la realización del fin del mundo.

Ante esos falsos mesías es necesario recurrir a la advertencia de Jesús. Mantener la tensión hacia el final de los tiempos y, a la vez, la serenidad para vivir el presente en todo tiempo histórico.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Las palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de hoy introducen el discurso escatológico de Lucas, con el que -al igual que Mateo y Marcos- Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén. El comienzo alude a la destrucción del templo que, en la tradición profética, es siempre consecuencia de la ruptura de la alianza por parte del pueblo (cf Ez 10,18). Viene luego un mensaje de alerta sobre los signos que acompañarán el final. Hay algunos signos claramente engañosos: la aparición de falsos mesías, la indicación precisa del tiempo. Frente a estos signos, el mensaje de Lucas es neto: el fin no vendrá inmediatamente. De esta forma el evangelista pretendía corregir la fiebre mesiánica que dominaba en algunos sectores de las iglesias de su tiempo.
Las palabras relativas al destino que aguarda al templo sintetizan el material procedente de Marcos. Por otra parte, el Jesús de Lucas no está sentado en el monte de los Olivos, frente al templo, sino que permanece dentro de él.
La perícopa referida a los signos antes del fin establece un claro contraste entre lo que tiene que ocurrir "primero" y el "final". De esta manera, a diferencia de Mateo, Lucas no se refiere al final del mundo sino a la destrucción del templo de Jerusalén.
Hoy podemos detenernos en la consideración de los "signos engañosos". Hay muchas personas angustiadas por causa de personas y grupos que se aprovechan de la religiosidad (y, con frecuencia, de la credulidad) de muchas gentes sencillas. No faltan en algunos medios de comunicación mensajes aterradores que interpretan algunos acontecimientos actuales como signos de la cólera divina y anticipo del final del mundo. Hace algunos años se hablaba del SIDA como castigo de Dios. Calificativos parecidos han recibido el fenómeno meteorológico del "Niño" y otros sucesos llamativos. La necesidad de verse libres de estas amenazas provoca una fiebre de fenómenos pseudomilagrosos: falsas apariciones marianas, proliferación de líderes carismáticos con propuestas estrafalarias, ritos de desagravio... Estos "terrores", inducidos a veces de manera diabólica, no responden a una lectura cristiana de la Palabra de Dios.
El final es un acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la Vida sobre todas las fuerzas de muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a tomar conciencia de la gracia del Señor que ya está entre nosotros y a disponernos a acogerla con alegría y confianza.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. ACI DIGITAL 2003

5. Véase Mat. 25; Marc. 13 y notas. También aquí parecen enlazadas las profecías de la ruina de Jerusalén y del fin del siglo, siendo aquélla la figura de ésta. Véase sin embargo v. 32 y nota.

7. Véase Mat. 24, 3 y nota. Aquí la pregunta se ciñe más a la ruina de Jerusalén. Después de anunciada ésta (v. 20 - 24), Jesús entra a hablar más de propósito acerca de su venida (v. 25 ss.).


3-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Martes 25 de noviembre de 2003. Catalina de Alejandría, Beatriz

Dn 2, 31-45: Caída de los imperios y triunfo del Reino de Dios
Interleccional: Dn 3, 57-61
Lc 21, 5-11:Comienzo del discurso apocalíptico de Jesús

Jesús en el Templo ha realizado gestos y enseñanzas proféticas ante todo el pueblo (19,45 - 21,4). Ahora va a pronunciar un largo discurso apocalíptico en el círculo de sus discípulos: 21, 5-36. Este discurso apocalíptico de Jesús está en toda la tradición sinóptica (Marcos, Mateo y Lucas), por eso es creíble que Jesús realmente tuvo un tal discurso, pero también las diferencias entre las tradiciones son notables, lo que nos hace pensar que en las Iglesias donde se conservó esa tradición, se siguió reflexionando sobre ella. En el resto de esta semana reflexionaremos sobre todo este discurso, por eso es útil ver cómo éste está estructurado. Esto nos permite tener una visión de conjunto.


Estructura y visión de conjunto de Lc 21, 5-36

Introducción: 21, 5-7

1: El tiempo de la Iglesia, entre la Resurrección y la Parusía: 21, 8-19

a: no se dejen engañar: vendrán falsos mesías: v. 8

b: no asustarse por las conmociones sociales, todavía no es el fin: v. 9

c: habrá guerras, hambre, pestes, cosas espantosas, señales en el cielo: vv. 10-11

d: pero antes de todo esto: vv. 12-19

+ los perseguirán y los entregarán a las sinagogas, cárceles, reyes y gobernadores

+ darán testimonio, no preparen la defensa, se les dará una sabiduría que nadie resistirá

+ serán estregados por sus parientes, matarán algunos y serán odiados

+ no perecerá ni un cabello, en la resistencia salvarán sus vidas


2: Destrucción de Jerusalén: 21, 20-24

a: Jerusalén cercada por los ejércitos, certeza que está cerca su desolación: v. 20

b: entonces deben huir (no participar en su defensa): vv. 21-22

c: compasión de Jesús por los inocentes: v. 23a

d: detalles sobre la desolación de Jerusalén y su pueblo: vv. 23b- 24


3: Parusía del Hijo del Hombre y llegada del Reino: 21, 25-36

a: la venida del Hijo del Hombre: vv. 25-28

+ conmoción cósmica : vv. 25-26 (símbolo conmoción histórica)

+ venida del Hijo del Hombre: v. 27

+ exhortación: cobren ánimo y levanten la cabeza, pues se acerca vuestra liberación.

b: cuándo sucederán estas cosas: vv. 29-33

+ parábola de la higuera: vv. 29-30

+ el Reino de Dios está cerca: discernir los signos de los tiempos: v. 31

+ todo sucederá en esta generación: vv. 32-33

a: el Día del Hijo del Hombre: vv. 34-36

+ exhortación: guárdense para que no se hagan pesados sus corazones…

y venga aquel Día como un lazo: vv. 34-35a

+ porque vendrá aquel Día sobre todos los habitantes de la tierra: vv. 35b

+ exhortación: estén en vela, orando, para que tengan fuerzas:

para escapar a todo lo que está por venir

para poder estar en pie delante del Hijo del Hombre: v. 36


En todo este discurso, sobre el cual iremos meditando parte por parte, es importante distinguir los tiempos. No se trata de una CRONO-logía, sino de una ESCATOLO-logía. No se trata de definir tiempos de una manera lineal, sino de definir la lógica de los últimos tiempos. Lc distingue tres momentos: el tiempo de la Iglesia entre la Resurrección de Jesús y la Parusía de Jesús. Luego habla, como en un paréntesis, de la destrucción de Jerusalén. El tercer momento se refiere a la Parusía de Jesús y la llegada del Reino de Dios. Este momento no es sólo final, sino que determina también el tiempo presente. La llegada del Reino es la instauración final del Reino después de la Manifestación o Parusía de Jesús. Todo el discurso de Jesús es un mensaje de esperanza y no de temor.

Hoy nos toca meditar sobre 21, 5-11. En primer lugar tenemos la introducción a todo el discurso: vv. 5-7. Los discípulos están admirados por las construcciones del Templo. En verdad, eran maravillosas. Pero los discípulos no han entendido los gestos y oráculos proféticos de Jesús cuando llegaron a Jerusalén. Primero el de 19, 41-44, donde Jesús ya decía que no quedará piedra sobre piedra. Y luego que el Templo era una cueva de bandidos. Cuando ahora Jesús repite que del Templo no quedará piedra sobre piedra, los discípulos preguntan sobre el 'cuándo' y sobre las 'señales' anunciadores del tal desastre. La respuesta de Jesús responde sólo en parte a la pregunta. Jesús hablará de todo el tiempo futuro, aunque en 21, 20-24 se referirá a la destrucción de Jerusalén.

En 21, 8-11 Jesús habla de todos los 'dolores' de la historia durante el tiempo de la Iglesia: falsos mesías, guerras y revoluciones, terremotos, peste y hambre en diversos lugares, cosas espantosas y grandes señales en el cielo. El mensaje de Jesús es claro: no tengan miedo, no se alarmen, estén tranquilos. Todo esto tiene que suceder, pero no es el fin todavía.

No se deben usar estos discursos apocalípticos de Jesús para meter miedo a la gente o para calcular el fin del mundo. Esto va contra la intención de Jesús. Lo que el Maestro quiere, es que estemos tranquilos y sin miedo en medio de la adversidad, pues sabemos que ‘finalmente’ (es decir, cuando llegue el fin) nos encontraremos con Cristo en la construcción del Reino de Dios. El fin del mundo es un día hermoso y no catastrófico. Toda la historia está orientada por la manifestación de Jesús y la llegada del Reino.


3-11. DOMINICOS 2003

Este reino se acaba; vendrá otro eterno


Oro, plata, bronce, hierro, barro
Con estas cinco palabras –oro, plata, bronce, hierro, barro- se describe en el libro de Daniel la ‘estatua’ de Nabucodonosor y se señalan las etapas del imperio babilónico... Daniel nos las explica en el texto de la primera lectura, con rasgos históricos, caminando hacia la crisis final del poderío humano que, sólo por gracia divina, renacerá de sus cenizas.

Si queremos aplicarnos su lección, podemos preguntarnos quienes participamos en la celebración: ¿Cómo vemos los cristianos el momento final de nuestra historia?, ¿tenemos conciencia de que somos peregrinos y que vamos por la tierra hacia la casa del Padre?

Los cristianos hemos de ver el final de nuestra historia personal y colectiva con la confianza que nos ofrece el sabernos hijos, amados de Dios; y esta confianza se la debemos al Señor Jesús, nuestro camino, verdad y vida.

Si echamos una mirada a la historia de las religiones, en todas encontraremos signos apocalípticos, misteriosos, deslumbrantes, y a veces demoledores, sobre el final de los tiempos. Sus rasgos dependen del carácter que en cada una de ellas reviste la personalidad de Dios, principio y árbitro de nuestra existencia mortal.

Pero en ninguna encontraremos tan unidas como en la religión que vive de la Palabra de Jesús estos rasgos: la majestad de Dios y su cercanía a nosotros,

el poder que Dios ostenta y el amor que derrama hacia nosotros,

la fuerza creadora y fuerza de salvación ofrecida a nosotros.



Celebrémoslo con acción de gracias, mientras reflexionamos en comunidad de orantes, preocupados todos por la salvación de los hombres.



Palabra que nos interpela
Lectura del profeta Daniel 2, 31-45:
“El rey Nabucodonosor tuvo el sueño de una estatua gigante..., y Daniel le interpretó ese sueño diciendo: Tú, rey, mirabas y veías una gran estatua... La cabeza de la estatua era de oro puro; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus caderas, de bronce; sus piernas de hierro, y sus pies, parte de hierro y parte de barro... Ese era el sueño. Daremos ahora al rey su interpretación:

Tú, ¡oh rey!, eres rey fuerte, rey de reyes {cabeza de oro}...; Dios ha puesto en tus manos a los hijos de los hombres... Después de ti surgirá otro reino menor que el tuyo {pecho de plata}, y luego un tercero que será de bronce..., y un cuarto que será fuerte como el hierro... En cuanto a los pies y dedos de hierro y barro, representan un reino dividido... Pero durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido... y que acabará con todos los demás reinos....”

Entre la fantasía y la historia, la descripción de la estatua, con su interpretación, es deslumbrante. Así son las etapas de todos los imperios humanos. Así es la cadena que nos sujeta a la realidad grandiosa o triste de nuestro acontecer. Menos mal que, al final, se abre la puerta a la esperanza de resurrección y vida.

Evangelio según san Lucas 21, 5-11:
“En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido...

Cuidado pues, cuando vaya a suceder, que nadie os engañe. Muchos vendrán usando mi nombre...; no vayáis con ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis miedo. Eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida... Se alzará pueblo contra pueblo... Habrá también espantos y grandes signos en el cielo”.

Jesús reproduce, desde su raíz, el proceso histórico de esplendor y ruina, de templo dorado y religión que sucumbe, por nuestras miserias. ¿Y al final? La crisis y la evaluación de nuestras conductas, con sobresaltos o con saltos de júbilo, según haya triunfado la fidelidad o la ingratitud.



Momento de reflexión
Reinos efímeros y reino eterno.
La interpretación que hace Daniel de la visión de la estatua que tuvo el rey Nabucodonosor es una relectura de la historia. El autor sagrado la realiza en el siglo II, contemplando a distancia lo que vino sucediendo en tierras del entorno de Babilonia en los sucesivos imperios dominadores de Israel.

Literariamente se presenta en perspectiva histórica-profética, como si el profeta estuviera intuyendo el futuro desde el siglo VI ó V antes de Cristo.

Pero eso no deja de ser una recomposición de los hechos, para transmitir un mensaje espiritual, moral. ¿Qué mensaje de valor es ése? El que sugiere el profeta: Todos los imperios tienen momentos de creación, de crecimiento, de esplendor, de crisis y de ruina. Todos son efímeros. Ninguno ofrece perspectivas de eternidad.

Sin embargo, existe uno que está como escondido y que las ofrece: el reino de Dios. En cualquiera de los reinados efímeros, y más aún en tiempos de crisis y ruina, hay que levantar la cabeza y mirar con esperanza: siempre está acercándose a nosotros el reino de Dios, el que nunca cesará, el que nos ofrece constantemente un triunfo de la gracia sobre el pecado.

No quedará piedra sobre piedra.
El texto del Evangelio se ha comentado ya en esta página de pastoral. Podemos entenderlo en varios sentidos más o menos históricos o espirituales. Esas palabras de Jesús, No quedará piedra sobre piedra, las podemos entender como referidas a los muros y arquitectura del templo material de Jerusalén, pues, por bellos que sean, serán un día ruina histórica; a los muros y arquitectura de nuestra sociedad, pues, por bellos que sean, serán un día ruina histórica en un mundo que pasa; a los imperios del mundo, aunque sean poderosos, pues, serán abatidos por otros; a nuestro propio cuerpo y arquitectura personal, pues, por bellos que sean, serán despojos que irán al polvo.


3-12. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

Estamos en la semana final del año litúrgico. Es normal que la palabra que se proclama estos días, tras la celebración de Jesucristo, rey del universo, Señor de la historia, nos remitan al término de esta historia. Porque el ciclo litúrgico reproduce o propone, a escala anual, la totalidad de la historia y, por tanto, el término de esta aventura humana y cósmica.

¿Qué sucederá en ese tiempo final? ¿Qué señales lo envolverán y lo precederán? No lo sabemos, porque los textos bíblicos que nos ofrece la liturgia no son descripciones y narraciones de un cronista. Son anticipaciones en lenguaje simbólico.

Se nos dice que serán tiempos recios. Se nos anuncia que serán tiempos de prueba. Se nos invita a mantener una esperanza firme, erguida (¡alzad las cabezas: se acerca vuestra liberación!, recuerda estos días el evangelio). Se nos emplaza a mantener una fidelidad a toda prueba: es como el último combate y el último estertor del mal, la última asechanza de la serpiente, el último coletazo del Enemigo y de sus satélites: ahí empeña todas sus fuerzas y hostiga con la más penetrante insidia y el mayor frenesí. Y se nos consuela, porque Dios acortará el tiempo de prueba de sus elegidos. Lo decimos con un refrán, que le quita fuerza y punta a la palabra evangélica al generalizarla: Dios aprieta, pero no ahoga.

No tengamos, pues, miedo a esos poderes desencadenados contra nosotros: en realidad tienen los pies de barro y acabarán desplomándose. Es lo que refiere el libro de Daniel con su parábola o alegoría de la estatua. El tamaño de estas fuerzas es imponente y su aspecto infunde espanto; lanzan baladronadas, como Goliat, Nabucodonosor, Baltasar, Antíoco Epifanes y tantos más de la época bíblica y de las posteriores; provocan estragos y dolores sin cuento; ganan batallas. Pero la guerra la tienen perdida.

Vuestro hermano en la fe.

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail)


3-13. 2003

 LECTURAS: DAN 2, 31-45; DAN 3; LC 21, 5-11

Dan. 2, 31-45. ¿Quién subsistirá para siempre ante el Señor? Él es dueño de todo; y a uno humilla y a otro exalta. ¿Podrá acaso alguien pedir cuentas a Dios por lo que hace? Quienes detentan el poder sobre la tierra, aún en la forma más cercana a nosotros como son nuestros padres, han de reconocer aquello que nos ha revelado Jesús: Tú no tendrías ninguna autoridad si no se te hubiese dado de lo alto. Sólo Aquel que en verdad hace lo que ve hacer al Padre subsistirá para siempre, no con un dominio conforme a los reinos y gobernantes de la tierra, sino conforme a los criterios del Padre Dios. Tal vez los gobernantes de la tierra nos deslumbren y llenen de temor por su forma de actuar, tal vez violenta y destructora. Pero nada del poder temporal subsistirá para siempre; y algún día esos reinos quedarán reducidos como el polvo que se desprende cuando se trilla el grano en el verano, y el viento se lo lleva sin dejar rastro. Sólo quien ama podrá convertirse en un signo de Aquel que es el amor y cuyo reino jamás será destruido ni siquiera por el poder del infierno. En Cristo, Dios nos ha revelado que su Reino ya ha llegado a nosotros. Ojalá y quienes hemos aceptado la vocación que nos hace de entrar en comunión de vida con Él nos convirtamos en un signo de su amor salvífico para todos los pueblos. No queramos profesar nuestra fe en Cristo y querer continuar siendo motivo de destrucción y de muerte para nuestros hermanos. La Iglesia ha sido enviada para manifestar el amor de Dios y no para actuar conforme a los criterios del poder opresor de los gobernantes de la tierra.

Dan. 3, 57-61. ¿Quién puede dejar de alabar el Santo Nombre de Dios? Él lo creó todo para convertirlo en una continua alabanza de su Santo Nombre. Nosotros no fuimos llamados a la vida para convertirnos en una ofensa al Señor. Quienes le pertenecemos y le somos fieles hemos de ser una imagen del amor de Dios en el mundo. Quienes contemplen nuestra vida y sean el objeto de nuestras buenas obras, han de glorificar a Dios por continuar presente entre nosotros con todo su poder salvador y con toda su misericordia, por medio de su Iglesia. Tratemos de no ser ocasión de escándalo y de pecado para los demás. Que el Santo Nombre de Dios no vaya a ser desprestigiado y ofendido a causa de nuestras malas obras. Que Él nos fortalezca para que, por obra de su Espíritu Santo en nosotros, pasemos siempre haciendo el bien a todos.

Lc. 21, 5-11. ¿Habrá alguna señal de que el fin ya está cerca? Nadie sabe ni el día ni la hora; y ni siquiera el Hijo del Hombre está autorizado para revelárnoslo. Quien en Nombre de Dios quiera decir al mundo que Dios le ha revelado que ha llegado la hora, será un usurpador; y ese nombre en la Escritura está reservado para el Demonio. Al paso del tiempo y al comprobar que nada de lo anunciado por los falsos profetas se ha cumplido, sabríamos que no estaban en relación con Dios sino con el padre de la mentira. Muchos infunden miedo a la gente indicando que una de las señales de la cercanía del fin se está cumpliendo: las guerras y revoluciones, los terremotos, las epidemias y las señales prodigiosas que aparecen en el cielo. Pero el Señor nos dice: eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin. Y veamos que no concluyó diciendo: sino el principio del fin, pues nada, nada nos dará la señal de alarma de que el Señor está cerca. Por eso debemos estar preparados para cuando Él venga, como el ladrón en la noche o como el relámpago en el cielo: de modo tan inesperado que, si no estamos prevenidos, nos llevará a todos y en lugar de sentarnos a su diestra nos cerrará la puerta para siempre. No hagamos de nuestra fe una religión del temor sino del amor y de la vigilante espera, convertida en comunión con Dios y en un continuo servicio fraterno.

Teniendo al Señor con nosotros ¿Acaso temeremos algún mal? Dios se ha hecho cercanía amorosa a nosotros. Él sabe de nuestras miserias y fragilidades; Él no olvida de que somos barro quebradizo. A pesar de todo lo que sabe de nosotros, conociéndonos hasta lo más profundo de nuestro corazón, nos sigue amando con un amor entrañable, eterno y fiel. Por nosotros entregó su vida clavado en una cruz, para que, purificados de nuestros pecados, pudiese presentarnos ante su Padre como su Iglesia resplandeciente, con el mismo resplandor de la Gloria que Él, como Hijo, recibe del Padre. Y en esta Eucaristía no sólo entramos en comunión de vida con el Señor; venimos también con el firme propósito de reorientar nuestra vida para que cobre, nuevamente, el sentido que Dios espera como respuesta de nosotros: ser portadores de su amor, de su bondad, de su alegría y de su paz. Entonces esperaremos, con el corazón ardiente de amor, la venida gloriosa del Señor, para estar eternamente con Él.

Si en verdad somos hombres de fe no seamos provocadores de guerras y revoluciones; no hagamos que domine el pánico en los demás por utilizar mal el poder que Dios ha puesto en nuestras manos para servir, no para destruir. No seamos causantes de epidemias ni de hambres. Dios nos quiere como personas que aman y dan la vida por los demás. No nos engañemos que al final, cuando el Señor vuelva, nos sentará junto con Él a la diestra del Padre cuando, en lugar de hacer, de continuar su obra, destruimos su Reino de Amor, de Verdad, de Justicia y de Paz.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber colaborar, sin sobresaltos, en la construcción del Reino de Dios entre nosotros, hasta lograr su plenitud en la vida eterna. Amén.

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3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Ap 14, 14-19: El ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la tierra
Sal 95, 10-13: Regirá el orbe con justicia
Lc 21, 5-11: No quedará piedra sobre piedra.

A partir de hoy y hasta el sábado de esta semana, la venida del Reino, de la Nueva Jerusalén en la que Dios aparece como soberano de la Historia, el énfasis se marca en la justicia de Dios. El advenimiento del Reino es el advenimiento de la justicia para quienes nunca la tuvieron, para las víctimas que no fueron escuchadas, para quienes lucharon y fueron derrotados, para quienes fueron capaces de resistir hasta el final.

El Apocalipsis retoma hoy la imagen del ser humano que se aparece al profeta en el libro de Daniel (7, 13-14) y la aplica al Cordero, a Jesucristo triunfante. Es él quien hará justicia, quien meterá la hoz para la siega y la vendimia. Acostumbrados a las ideas del Dios de amor y misericordia, resulta impactante la expresión final relativa a que todo el producto de la siega y la vendimia de la tierra es echado “en el lagar del furor de Dios”. La misericordia de Dios no excluye la justicia, por el contrario, la presupone. El hacer justicia a quienes jamás la recibieron es uno de los aspectos de la misericordia de Dios. Los poderosos del mundo se creen omnipotentes e impunes. El profeta de Patmos anuncia la justicia de Dios.
- Esta misma idea se proclama en el salmo 95: Dios es rey “que gobierna a los pueblos rectamente” que “ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad”. Justicia de Dios para quienes padecieron de hambre, de maltratos, de torturas, justicia para las mujeres abusadas y maltratadas, cuyos derechos fueron deslegitimados por los regímenes patriarcales que se han sucedido a lo largo de la historia. Justicia para los millones de seres humanos que murieron por hambre o enfermedades previsibles o curables. Justicia para quienes vivieron en la amargura y el desamparo.

- “No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” dice Jesús en el Evangelio de hoy refiriéndose a las hermosas piedras del templo de Jerusalén. La justicia de Dios abarcará toda injusticia, nada quedará impune. Y Jesús recalca el castigo a toda forma de falsificación religiosa que intenta hacer del Dios liberador una ideología para legitimar la opresión. “ Vendrán muchos usurpando mi nombre” ¿Habremos usurpado también en nuestras iglesias el Nombre Santo para amparar sistemas opresores? ¿Habremos sido también cómplices, con nuestras acciones, palabras o silencios? ¿Serán también derribadas las piedras de nuestros templos?


3-15. Fray Nelson Martes 23 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: El tiempo de la cosecha ha llegado, el trigo está maduro * No quedará piedra sobre piedra .

1. El tiempo de la cosecha ha llegado
1.1 La historia humana tiene una dirección; apunta a un desenlace. Esto, que puede parecernos natural a los creyentes, no fue conocido ni creído por la mayor parte del mundo antiguo. El hombre, individualmente considerado, o la sociedad humana, vista en su conjunto, era para los antiguos como un corcho que flota en las aguas de un océano sin ribera. Un corcho que se mueve pero no avanza. Para nuestra fe es esencial una afirmación: la historia avanza. En nuestros días y en nuestra propia vida hay algo que está madurando. Llegará la cosecha.

1.2 El Apocalipsis anuncia la llegada de la cosecha. Es el tiempo de la verdad; el tiempo para ver, no las hojas de las palabras, sino los frutos de las obras, según la expresión de Santa Catalina de Siena. La verdad aparece, todo engaño queda atrás, ninguna disculpa, ninguna retórica, ninguna publicidad es necesaria ni es posible: el trigo ha madurado.

1.3 Cosecha de trigo y cosecha de uvas. Si Israel fue llamada "viña de Dios" (Is 5,1ss; Mt 21,33ss), es porque hay un fruto que se espera. Una cosecha que se vuelve vino de fiesta o libación para el sacrificio. La imagen vigorosa de la hechura del vino nos impacta: hay que despedazar las uvas, exprimirlas, sacar su sangre, para que en esa sangre aparezca la verdad de la cosecha. Sólo en la sangre de las uvas se sabe qué había en la viña. También el pueblo de Dios ha de prepararse a ser oprimido y vejado como esas uvas, porque en su sangre, semejante a la del Cordero Degollado, aparece su verdad más profunda. Los estudiosos ven en la espantosa medida de sangre (cerca de 300 kilómetros) un modo de indicar una matanza que cubriría la extensión entera de Palestina. Nadie escapará.

2. Una construcción en ruinas
2.1 Las palabras del Señor en el evangelio de hoy anuncian de otro modo una devastación comparable: del hermoso templo, reconstruido con tanto esfuerzo, no quedará "piedra sobre piedra". Aún el acto elemental de unir dos bloques de piedra tendrá que someterse al escrutinio devastador de aquel día de la verdad desnuda.

2.2 Estas palabras, sin embargo, no son una invitación al pánico. Cristo nos quiere despiertos y capaces de discernir; no ebrios de miedo, pues también esta ebriedad, como la del licor o la de las preocupaciones, hace incapaz de percibir los "signos de los tiempos". El Señor da por adelantado las señas precedentes, para que nadie lea desde el rasero de sus propios problemas, o su capacidad sicológica de aguante, el lenguaje de Dios en la historia. Su palabra no depende del tamaño de nuestro miedo sino del tamaño de su designio, en el que se conjugan amor, sabiduría y poder.

3. Comer de la Cosecha
3.1 El Apocalipsis nos habla del trigo maduro y de la última vendimia. Trigo para el pan; uvas para el vino. ¿Cómo no recordar aquella noche última en que el Cuerpo del Señor y su Sangre fueron ofrecidas como banquete último? Él mismo dijo: "de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios" (Lc 22,18).

3.2 Es posible que el sosiego del templo nos engañe. Tal vez podemos olvidar el torrente de violencia humana y de piedad divina que entran en juego cada vez que celebramos el Santo Sacrificio. El Pan que comulgamos palpita de gracia, y la Copa arde de amor.


3-16.

Comentario: Rev. D. Antoni M. Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)

«No quedará piedra sobre piedra»

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, con la energía de un himno cristiano de Cataluña, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».


3-17.

Reflexión:

¿Habrá alguna señal de que el fin ya está cerca? Nadie sabe ni el día ni la hora; y ni siquiera el Hijo del Hombre está autorizado para revelárnoslo. Quien en Nombre de Dios quiera decir al mundo que Dios le ha revelado que ha llegado la hora, será un usurpador; y ese nombre en la Escritura está reservado para el Demonio. Al paso del tiempo y al comprobar que nada de lo anunciado por los falsos profetas se ha cumplido, sabríamos que no estaban en relación con Dios sino con el padre de la mentira. Muchos infunden miedo a la gente indicando que una de las señales de la cercanía del fin se está cumpliendo: las guerras y revoluciones, los terremotos, las epidemias y las señales prodigiosas que aparecen en el cielo. Pero el Señor nos dice: eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin. Y veamos que no concluyó diciendo: sino el principio del fin, pues nada, nada nos dará la señal de alarma de que el Señor está cerca. Por eso debemos estar preparados para cuando Él venga, como el ladrón en la noche o como el relámpago en el cielo: de modo tan inesperado que, si no estamos prevenidos, nos llevará a todos y en lugar de sentarnos a su diestra nos cerrará la puerta para siempre. No hagamos de nuestra fe una religión del temor sino del amor y de la vigilante espera, convertida en comunión con Dios y en un continuo servicio fraterno.

Teniendo al Señor con nosotros ¿Acaso temeremos algún mal? Dios se ha hecho cercanía amorosa a nosotros. Él sabe de nuestras miserias y fragilidades; Él no olvida de que somos barro quebradizo. A pesar de todo lo que sabe de nosotros, conociéndonos hasta lo más profundo de nuestro corazón, nos sigue amando con un amor entrañable, eterno y fiel. Por nosotros entregó su vida clavado en una cruz, para que, purificados de nuestros pecados, pudiese presentarnos ante su Padre como su Iglesia resplandeciente, con el mismo resplandor de la Gloria que Él, como Hijo, recibe del Padre. Y en esta Eucaristía no sólo entramos en comunión de vida con el Señor; venimos también con el firme propósito de reorientar nuestra vida para que cobre, nuevamente, el sentido que Dios espera como respuesta de nosotros: ser portadores de su amor, de su bondad, de su alegría y de su paz. Entonces esperaremos, con el corazón ardiente de amor, la venida gloriosa del Señor, para estar eternamente con Él.

Si en verdad somos hombres de fe no seamos provocadores de guerras y revoluciones; no hagamos que domine el pánico en los demás por utilizar mal el poder que Dios ha puesto en nuestras manos para servir, no para destruir. No seamos causantes de epidemias ni de hambres. Dios nos quiere como personas que aman y dan la vida por los demás. No nos engañemos que al final, cuando el Señor vuelva, nos sentará junto con Él a la diestra del Padre cuando, en lugar de hacer, de continuar su obra, destruimos su Reino de Amor, de Verdad, de Justicia y de Paz.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber colaborar, sin sobresaltos, en la construcción del Reino de Dios entre nosotros, hasta lograr su plenitud en la vida eterna. Amén.

Homiliacatolica.com


3-18.

Reflexión

Este evangelio nos enseña lo relativo que puede ser todo lo bello que se encuentra en el mundo. Todo pasa. Las cosas que un día fueron ya no son; lo que ahora nos admira llegará un día en que no dejará rastro. Lo único que permanece es Dios. Es lo único que no cambia, que no muta. Ya la carta a los Hebreos nos dice que “Cristo es el mismo de ayer, de hoy y de siempre”. ¿Por qué entonces estar tan preocupados por lo que es pasajero? Pongamos nuestra atención y verdadera preocupación en lo que es eterno, en lo que permanece. Por ello el apóstol Pablo decía: “el amor no pasará”. Esforcémonos en cultivar y hacer crecer el amor… es lo único que perdurará, es lo único que le dejaremos a las generaciones futuras.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-19. 34ª Semana. Martes

Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo: «Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo acontecerá esto y cuál será la señal de que comienza a suceder?». Él dijo: «Mirad no os dejéis engañar; pues muchos vendrán en mi nombre diciendo: "Yo soy, y el momento está próximo". No les sigáis. Cuando oigáis rumores de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato».

Entonces les decía: «Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo». (Lc 21, 5-11)


I. Jesús, al ver que aquellas gentes daban tanta importancia al templo de Jerusalén, profetizas su destrucción, que ocurrirá hacia el año 70 por obra de los romanos. No quieres que pongan sus esperanzas en una obra humana: lo importante no es el templo, sino Dios que habita en el templo. Las obras humanas pasan, pero Dios permanece para siempre. Cuando la esperanza se apoya en Dios, que es todo poderoso y además es Padre, nada ni nadie la puede destruir.

Jesús, no me ocultas que, a lo largo de la historia, habrá guerras, terremotos, hambre y enfermedades. Incluso en determinados momentos puede parecer que el mundo se viene abajo. Sin embargo, el fin no es inmediato. Todas estas calamidades y catástrofes tienen un sentido. En concreto, la adversidad física o moral puede producir madurez humana y espiritual: puede ser ocasión de mayor unión con Dios y con las personas que comparten con nosotros aquel sufrimiento.

Jesús, ante todo me pides que confíe siempre en Ti; que en cualquier circunstancia, pero aún más cuando tenga mayor dificultad, sepa acudir a Ti para pedirte ayuda. La virtud de la esperanza consiste precisamente en confiar en Ti, porque Tú eres mi Padre y quieres lo mejor para tus hijos. Por eso, para el que se sabe hijo de Dios, todo lo que ocurre es para bien, y nada en esta tierra puede quitarle la alegría.

La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad [225].

II. Sufres mucho, porque ves que no estás a la altura. Quisieras hacer más y con mayor eficacia, pero a menudo actúas totalmente atolondrado, o no te atreves. «Contra spem, in spem!» -vive de esperanza segura, contra toda esperanza. Apóyate en esta roca firme que te salvará y empujará. Es una virtud teologal, ¡estupenda!, que te animará a adelantar, sin temor a pasarte de la raya, y te impedirá detenerte. -¡No me mires así!: ¡sí!, cultivar la esperanza significa robustecer la voluntad [226].

Jesús, ante las dificultades y desgracias que profetizas, dices a los que te escuchan: no os aterréis. Con mayor motivo, no me puedo asustar o desanimar por mis defectos. Vive de esperanza, que no es la ilusión de soñar en lo imposible, sino la certeza de que Tú estás siempre pendiente de mí, y me perdonas, y me ayudas cuando lo necesito.

La virtud de la esperanza es una roca firme que mantiene segura mi fe y no deja que se apague mi amor por Ti. Como los patriarcas del antiguo testamento, que supieron mantener su esperanza contra toda esperanza; como los mártires y santos del Nuevo Testamento y de nuestros días; yo también tengo que vivir con mi esperanza puesta en Ti, y no en los medios o capacidades humanas de que disponga en un momento dado.

Jesús, como quieres que sea santo; es decir, que en medio de mis tareas ordinarias y a base de luchar contra mis defectos, me identifique cada día más contigo, Tú me darás las gracias necesarias. Esta firme esperanza en tu ayuda, me dará fuerzas para sobrellevar las dificultades con alegría, y contribuirá a robustecer mi voluntad.

[225] Catecismo, 1818,
[226] Surco, 780.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-20. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Podemos hoy hacer memoria de San Clemente, mártir al final del siglo I. El emperador Trajano le desterró al Quersoneso, en Crimea, condenándole a trabajos forzados en una cantera, por negarse a dar culto a los ídolos. La leyenda referirá abundancia de hechos prodigiosos como el haber sido arrojado al agua en el mar Negro con un ancla atada a su cuello; pero un ángel enviado por Dios hizo en el fondo del mar un magnífico sepulcro de mármol; cada aniversario de su muerte podían los fieles visitarlo a pie seco y cuando una madre olvidó en una ocasión allí a su hijo, lo encontró al año siguiente vivo –dice la tradición-. El ancla que está presente en su iconografía más bien nos sugiere la firmeza de la fe y la seguridad de la unidad de las que fue Clemente defensor.

“Arrima tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega”. El libro del Apocalipsis no está para bromas. El paso de sus hojas despierta la sana ansiedad de la esperanza, y me recuerda eso de “a Dios rogando” y de obras dando. Ante Dios no valen las medias tintas. Si tienes hoz, siega. Si tienes la hoz de la Palabra en la alforja de tu buen corazón, siega cuanto no le pertenece al Reino. Si tienes agallas, separa el grano de la cizaña porque ha llegado la hora de la siega y no hay otro tiempo que el tiempo para poner en evidencia la verdad de tu propio interior.

“Arrima tu hoz y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque las uvas están en sazón”. Arrímate, acércate a donde crece tu pereza y a los argumentos en los que se camufla tu desidia, agáchate, y siega. Gira tu brazo y golpea con la hoz de la Palabra tus incoherencias, los “ahora voy”, “ahora lo hago”, y modifica el “perdona, se me pasó” por el tajazo a tiempo de la obra bien hecha. Porque las uvas, los buenos frutos, o se recogen ahora o en el mañana se pierden. Vendimia la viña de tu tierra –aunque sea como administrador injusto- porque está para venir quien afianzó el orbe. “El Señor llega a regir la tierra”, tu tierra.

Quien “afianzó el orbe” no es partidario de componendas y de justificar lo injustificable porque en Él no cabe mentira. El orbe de Dios no se moverá, pero tú y yo sí. Salgamos del estar bien en casa y limpiemos la morada. “Ya llega el Señor a regir la tierra”. Alégrese el cielo y goce la tierra al percibir en nosotros segadores sólidos que distinguen la paja del tronco.

¡Cuánto tiempo nos hace falta para aceptar que “esto que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra”!. Si dentro de cien años todos igualitos en el cuerpo frágil, no todos tendremos la misma altura moral pues ésta dependerá de lo poco o mucho que nos hayamos agachado para segar los malos deseos, las pasiones, las injusticias y toda clase de maldad que sale del corazón. Cuando lleguen los días de “espantos y grandes signos en el cielo” que no mueras de susto, sino de amor.

San Clemente, Papa de los primeros, te enseñe el buen ejercicio de la fe. Y San Columbano, el todoterreno de Cristo, te enseñe el ejercicio de la esperanza.
Vuestro hermano en la fe:
Miguel A. Niño de la Fuente, cmf.
cmfmiguel@yahoo.es