LUNES DE LA SEMANA 30ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Rm 8, /12-17

1-1.

En este texto el autor nos habla del binomio "carne-espíritu", insistiendo en la prioridad de la acción de Dios en la santificación del hombre. No son las obras de la "carne" las que nos salvan, sino la presencia del Espíritu en el hombre que le orienta hacia una existencia nueva.

a) La primera dimensión de esta existencia es la de hijo de Dios (vv. 14-15). Dios ha dado al hombre su Espíritu para que este acceda a la casa paterna. Por tanto, el hombre no debe dejarse dominar por un espíritu de temor -espíritu normal para quien cree que la benevolencia divina depende de su propio esfuerzo-; se trata simplemente de vivir en unas relaciones filiales que, por sí mismas, ahuyentan el temor.

El privilegio del hijo de Dios consiste en poder llamar a Dios Padre (Abba alude, quizá, a la oración del Padre Nuestro, que quizá algunos de los interlocutores de Pablo conocían en arameo: v. 15). El hijo de Dios no tiene que fabricarse una religión en que, como sucede en la religión judía, sería necesario contabilizar los propios esfuerzos ante un Dios-Juez, o, como en la religión pagana, acumular los ritos para ganarse la benevolencia de un Dios-terrible. El cristiano puede llamar Padre a su Dios, con todo lo que esto supone de familiaridad y, sobre todo, de iniciativa misericordiosa por parte de Dios.

b) La segunda dimensión de esta existencia es la de heredero de Dios (v. 17). Al ser hijo, el hombre tiene derecho a una vida de familia y dispone de los bienes de la casa. El término "heredero" no debe comprenderse aquí en el sentido moderno (el que dispone de los bienes del padre, después de la muerte de éste), sino en el sentido hebreo de "tomar posesión" (Is 60, 21; 61, 7; Mt 19, 29; 1 Cor 6, 9). El pensamiento de Pablo se asocia a la concepción que el Antiguo Testamento se hacia de la herencia, pero la completa al unirla a la idea de la filiación. Los hombres adquieren de ahora en adelante la herencia, en relación con su unión al Hijo por excelencia, el único que goza, efectivamente, de todos los bienes divinos, por su naturaleza. Efectivamente, el hijo de Dios hereda la gloria divina, irradiación de la vida de Dios en la persona de Cristo.

SFT/GLORIA: Pero la herencia solo se obtiene mediante el sufrimiento. Se hereda con Cristo si se sufre con El. El sufrimiento conduce a la gloria, no como condición meritoria, sino como signo de vida-en-Cristo, prenda de herencia de la gloria con El. c) El Espíritu de Dios en nosotros no está simplemente como doctor de verdades; su papel propio es el de mover y animar todo nuestro ser (v. 14); tiene, pues, una resonancia ontológica que no puede ser percibida más que en la participación del misterio de la persona misma de Cristo y de su Pascua (v. 17). En efecto, la obediencia de Cristo hasta la muerte manifiesta que reconoce depender radicalmente de Dios y que, en esta dependencia, descubre su consistencia propia de criatura abocada al sufrimiento y a la muerte. Pero esta obediencia de la criatura a su condición es al mismo tiempo, en Jesús, la obediencia del Hijo único a su Padre: tiene, pues, una repercusión eterna que, glorificando al hombre, más allá de toda esperanza su aspiración más íntima.

Ahora bien: en el Espíritu, el cristiano, sin renegar de su condición humana y de su dependencia, se encuentra a su vez establecido en la filiación divina y, por consecuencia, capaz de dar a su obediencia una dimensión casi divina que le glorifica a él también. El papel del Espíritu en él es asegurar esta filiación y esta repercusión divina de la obediencia (v. 16).

TRINIDAD/JUSTIFICACION: Por tanto, toda la Trinidad actúa en la justificación del hombre: el Padre aporta su amor para hacer de los hombres hijos suyos; el Espíritu viene a cada uno de ellos a dominar su miedo e iniciarlos paulatinamente en un comportamiento filial; finalmente, el Hijo, el único Hijo por naturaleza, el único heredero de derecho, viene a la tierra a hacer de la condición humana y del sufrimiento el camino de acceso a la filiación, revelando así a sus hermanos las condiciones de la herencia.

Según habían anunciado los profetas, el don del Espíritu impregna todos los corazones de un amor filial hacia el Padre y de un amor fraternal hacia todos los hombres. La misma ley adquiere un nuevo aspecto. Deja de ser yugo pesado, porque el hombre ha recibido el Espíritu de los últimos tiempos que le libera del pecado y lo arma para combatir victoriosamente contra las obras de la "carne". Este envío del Espíritu está unido a los sufrimientos y a la resurrección de Cristo; por ser el Hijo de Dios, este hombre respondió perfectamente a la iniciativa del Padre y determinó el envío del Espíritu sobre todos aquellos que Dios llama a ser hijos suyos. De esta manera, el hombre, vivamente unido a Jesucristo en la Iglesia, se convierte en hijo de Dios y participa de los bienes familiares que ofrece la Eucaristía.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 187


1-2. CARNE/ESPIRITU 

-No somos deudores de la carne. Si vivís según la carne, moriréis; pero si, por el Espíritu, hacéis morir los desórdenes del hombre pecador, viviréis.

Pablo nos ha presentado la salvación en Jesucristo como una «liberación» de la muerte, del pecado y de la Ley.

Pero es una «liberación» que hay que ir completando sin cesar. Encontramos aquí la comparación habitual en san Pablo, entre la «carne» y el «espíritu».

La carne, para san Pablo, no es principalmente el cuerpo humano, es el «hombre entero cuando se ha apartado de la mirada de Dios»...

Resumiendo y en líneas generales, cada vez que en los textos de san Pablo encontramos la palabra "carne", podríamos reemplazarla por «el hombre sin Dios».

El espíritu es precisamente lo contrario, no es el alma solamente, es el hombre entero en cuanto que animado por Dios.

-Todos aquellos que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, éstos son «Hijos de Dios»...

«Dejarse conducir»... "Dejarse conducir"... ¡por Dios! He ahí lo que reemplaza totalmente a la Ley. He ahí lo que mata toda actitud demasiado moralizante, incluso la del «hombre sin Dios» para quien el único ideal, y es normal, consiste en evitar el mal y hacer el bien. Para el cristiano ya no hay Ley, basta «dejarse conducir por el Espíritu de Dios». ¡Es una inmensa simplificación de la moral! Pero esto no es nada fácil, en absoluto. Pues no se acaba nunca.

Se pasa de una «regla», con la cual se puede «estar en regla» cuando se ha cumplido -y ¡ya está!-... a un amor de Alguien, con el cual siempre se puede avanzar más.

-El Espíritu que habéis recibido no hace de vosotros unos "esclavos" llenos de miedo...

Es un Espíritu que os hace «hijos»...

Pasar a unos sentimientos filiales con Dios. ¡Desterrar el miedo! No con un espíritu de esclavitud, sino con un espíritu de filiación, de adopción. La palabra «adopción» puede ayudarnos a reflexionar. En el caso de la adopción de un niño, la tradición judía hablaba de «hijo de su bondad», la palabra subraya el aspecto de cosa escogida, de elección de amor, del que adopta un niño. Señor, así es como Tú nos amas, como una madre ama a su hijo. Señor, es así como Tú nos conoces, como cuidas de nosotros, como los padres cuidan de su hijo.

Señor, es así como Tú esperas de nosotros el afecto y no el miedo. Ayúdanos a no considerar jamás nuestra vida cristiana y las renuncias que ésta comporta, como las cadenas que arrastra un esclavo.

Tú esperas de nosotros la alegre decisión de un hombre libre, de un niño que obedece contento a sus padres muy amados. Un hombre que te obedeciera solamente por miedo, no te interesa, Señor.

-Empujados por este Espíritu, clamamos al Padre llamándole: Abba: «Padre».

Ese término hebreo usado por san Pablo voluntariamente, es la palabra familiar de los niños pequeños judíos de la época: «¡papá!». Ese término no fue nunca usado en la Biblia, ni en el vocabulario religioso del judaísmo, ¡es una invención de Jesús! Fue el primero que se atrevió a emplear ese término familiar y cariñoso para hablar de Dios.

Es la palabra usada al comienzo del «Padrenuestro". Tenemos que detenernos sobre esta palabra. Repetirla sin cesar. Sólo este nombre puede «alimentar» toda una oración. Es lo que hacía santa Teresa de Jesús.

-El Espíritu Santo mismo se une a nuestro "espíritu" para decirnos que somos sus hijos, sus herederos.

Experiencia de la presencia mística del Espíritu en nuestro espíritu.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 356 s.


2.- Ef 4, 32-5, 8

2-1.

Como en todas las Epístolas de san Pablo, después de un principio de tono dogmático nos encontramos con una parte de cariz más moral, en la que el apóstol da unos consejos prácticos. Entre los consejos, empero, se entremezclan grandes elevaciones doctrinales: no puede tratarse de una simple moral humana, Cristo está siempre ahí... y El es quien justifica a fondo nuestra conducta respecto a lo que se nos pide.

-Que entre vosotros desborde la generosidad y la ternura. Perdonaos unos a otros como Dios os ha perdonado en Cristo.

Las páginas de la semana anterior nos presentaron el misterio de Cristo, el misterio del Cuerpo de Cristo, del que brota inmediatamente una actitud: ¡el amor entre nosotros!

Siendo "miembros unos de otros" ¿como podríamos vivir sin mutuo amor?

Es algo muy distinto de la simple solidaridad humana o de una ayuda mutua, es una exigencia fundada "en Cristo".

Me detengo a mirar desde este ángulo, «mi» propia vida, «mis» relaciones, aquellos con los que vivo habitualmente...

-Sed pues «imitadores de Dios» como hijos muy amados.

Jesús había ya dicho: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». (Mateo, 5-45) Imitar a Dios.

Esto apunta particularmente al terreno del amor: Dios es amor. «Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado.» (Juan, 15-12) Vivid en el amor, como Cristo.

No, esto no es una "moral" en el sentido ordinario del término. No es una "ley", no es un código de preceptos, no se trata de "permisos ni de prohibiciones". Es Alguien a quien hemos de imitar.

De ahí la importancia de la meditación del evangelio: de tener continuamente a Cristo ante nuestros ojos. ¿Qué hacía? ¿Qué pensaba? ¿Cuál era su reacción ante tal situación?

-Cristo nos amó y se entregó por nosotros, ofreciendo a Dios el sacrificio que podía agradarle.

La Pasión, la Cruz... momento esencial de la vida de Jesús. Momento de amor total e infinito.

Tenemos tendencia a olvidarlo... a imitar todo el resto de su vida desviando la mirada del camino de la Cruz.

Sin embargo esa actitud esencial de Jesús nos es recordada en cada misa: "esto es mi cuerpo entregado".

Comulgar con Cristo es comulgar con alguien que "entrega su vida por amor".

En la frase de san Pablo distingo el doble amor que llenaba el corazón de Jesús en la cruz:

--se entregaba "por nosotros"...

--se ofrecía "al Padre" para agradarle...

¡Jesús hablaba de los dos mandamientos que se funden en uno! Y Jesús vivió esta realidad

-Desenfreno... Impureza... Codicia.. Groserías... Inmoralidades... Son actos que excluyen del reino de Cristo y de Dios.

Todo ello va contra la simple moral natural y, evidentemente y con mayor razón, es un deber del cristiano evitarlo. Vivid como hijos de la luz.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 356 s.


3.- Lc 13, 10-17

3-1.

-Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu. Andaba muy encorvada sin poderse enderezar del todo. Una vez más, Lucas es el único que relata ese favor de Jesús a una mujer. De nuevo se pone de manifiesto la misericordia de Jesús hacia los pobres.

Esta vez se trata de una persona que no puede enderezarse para mantenerse en la posición normal y digna de "estar en pie". Qué desgracia verse reducido a mirar siempre al suelo, sin poder contemplar las caras de sus interlocutores, sin posibilidad de mirar hacia arriba. Un símbolo de la humanidad "cautiva".

-Al verla la llamó Jesús y le dijo "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos, y en el acto la mujer se enderezó.

Contemplo esa escena: Jesús "de pie" junto a esa mujer "enferma". Antes de que ella le hiciera petición alguna, Jesús toma la iniciativa: pone las manos sobre la espalda encorvada, y al instante le queda enderezada ¡Señor, enderézanos! ¡Señor endereza a todos los que van siempre inclinados hacia el suelo!

-Y empezó a alabar a Dios.

La escucho y procuro imaginar lo que dice.

Lucas es el especialista de la alabanza y constata a menudo que la gente prorrumpe en alabanzas cuando es testigo de una maravilla divina. (Lc 2. 20; 5. 25; 7. 16;1 7. 15-18. 18 43; 19 37; Hch 4, 21; 3, 8-9).

A lo largo de toda esa narración se descubre un nuevo sentido del sábado: pasa a ser el día del Señor Jesús, el día de la nueva dignidad de los hijos e hijas de Dios. Es el día de la alabanza, de la "eucaristía", de la acción de gracias a Dios. La misa, ¿es para mí, una acción de gracias? ¿Cuáles son mis motivos de alabar a Dios?

-Intervino el jefe de la sinagoga indignado porque Jesús había curado en sábado: "¡Hay seis días de trabajo! ¡Venid esos días a que os curen, y no los sábados!" El Señor replicó: "¡Hipócritas! Cualquiera de vosotros, aunque sea sábado, desata del pesebre el buey o el asno, y lo lleva a abrevar..." Jesús apela al buen sentido popular.

La Ley ha de ser siempre humana. Y ella proponía el "descanso del sábado" precisamente por consideraciones de orden absolutamente humanitario y social, teniendo en cuenta a los empleados de la casa y aun al ganado: "El séptimo día descansarás, para que reposen tu buey y tu asno y tengan un respiro el hijo de tu sierva y el forastero" (Dt 5, 14; Éxodo 23, 12).

Efectivamente, Señor, nuestro mundo de hoy tiene mucha necesidad de "respirar", de tomarse un descanso. Ayúdanos a restituir ese sentido a cada uno de nuestros domingos. Día de alegría. Día en el que se acaba la Creación, el "séptimo día", el día del gran reposo de Dios (Gn 2, 14) Y ¿sabemos procurar para los demás, a nuestro alrededor, ese espacio de "respiro" y de libertad? Domingo, día de liberación, día de la redención de Jesús, día de "salvación" .

-Y a ésta, que es hija de Abraham, y que Satán ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de sus cadenas...?

Líbranos, Señor, de todas nuestras cadenas, de todas nuestras esclavitudes.

-Según iba diciendo esto se abochornaban sus adversarios, mientras toda la gente se alegraba de tantos portentos como hacía.

Haz que seamos sencillos, como la gente que sabe "maravillarse".

¡Que jamás no falle una ocasión de maravillarme de ti!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 248 s.


3-2.

Quiero fijarme especialmente en el caso de la mujer encorvada. Es todo un símbolo. Una mujer encorvada hacía tanto tiempo; una mujer que no puede enderezarse ni levantar su cabeza al cielo; una mujer que lleva un peso encima que no puede soportar; una mujer cansada y oprimida; una mujer hundida y aplastada; una mujer que ha recibido en sus espaldas palos incontables; una mujer que se agacha para que otros pasen, que, como describía el profeta exílico, «a ti misma te decían: póstrate para que pasemos, y tú pusiste tu espalda como suelo y como calle de los que pasaban» (/Is/51/23). Es todo un símbolo del antiguo pueblo de Dios. Es un símbolo de todas las mujeres, excesivamente vejadas, en la historia Es un símbolo de todos los que soportan pesos intolerables, de cualquier tipo que sean. Puede que sean más de lo que nos parece, aunque sus espaldas no se curven materialmente.

He ahí a hombres y mujeres curvados por el peso del hambre y de la pobreza. Hombres y mujeres curvados por el peso de los hijos y las preocupaciones familiares. Hombres y mujeres curvados por el peso de los trabajos y los desvelos. Hombres y mujeres curvados por el esfuerzo y la lucha de la vida. Hombres y mujeres curvados por la incomprensión y la soledad. Hombres y mujeres curvados por el vicio y los apegos. Hombres y mujeres curvados por los recuerdos y los remordimientos, por los fracasos y las tristezas. Hombres y mujeres curvados por la falta de salud y por los años. - Gesto simbólico

Pero ahora viene la reacción de Cristo. Al ver a esta mujer, no lo aguanta. Ni siquiera espera que ella le pida nada, como en los otros milagros. Tampoco le importa a Jesús que sea o no sea sábado. Eso era una muleta más. Jesús la llamó, la impuso las manos y la levantó.

Es también un gesto simbólico. Dios no nos quiere encorvados y afligidos. Dios no nos quiere oprimidos y esclavizados, ni caídos ni acobardados, ni deprimidos ni postrados. El nos quiere libres. El nos quiere erectos. El nos quiere en pie

En pie significa libertad, confianza, transcendencia. Dios no ha creado al hombre para que viva de rodillas, sino para que viva con dignidad, para que sea libre y creador.

Por eso, uno de los imperativos que más se repiten en la historia de la salvación es el «levántate». Dios es «el que endereza a los que ya se doblan», «el que levanta de la miseria al pobre», «el que levanta del polvo al desvalido» (cf. /1S/02/08; Sal 107, 41; /Sal/113/07...).

Por eso Dios mismo intervino para liberar a su pueblo del peso de la dura esclavitud.

-¡Levántate!

Y por eso se nos acerca el mismo Dios en Cristo Jesús: para quitarnos todas las cargas y los yugos: "Venid a mí...» (Mt. 11, 28). Y extiende su mano para levantar a los que están postrados, con el imperativo: «Levántate», sea a la suegra de Pedro (Mc. 1, 30-31), sea a la hija de Jairo (Mc. 5, 41 = Talita Kum), sea a la mujer encorvada.

LITURGIA/DE-PIE: Levántate. A Dios le gusta vernos de pie. En este sentido, la Iglesia prohibía en los primeros siglos que la liturgia del domingo se celebrara de rodillas, signo de postración; de pie, que era signo de libertad y alegría. Pues así debemos ir por la vida, porque para el cristiano siempre y todo es una fiesta.

Hoy quiere el Señor levantarnos también a nosotros. No quiere que vayamos por la vida agobiados y encorvados. Pongamos todas nuestras cargas en el señor, sean materiales, sean espirituales. Si hay alguna fuerza que te oprime y de la que no eres capaz de liberarte, di a Cristo que extienda su mano sobre ti y diga con fuerza su palabra: "KUM, levántate".

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Págs. 116 ss.


3-3.

1. (Año I) Romanos 8,12-17

a) Si vivimos, no "carnalmente", o sea, según los criterios meramente humanos, sino "según el Espíritu", como ya nos empezó a decir Pablo en la lectura del sábado pasado, una de las cosas más hermosas que nos pasará es que nos sentiremos hijos.

"Los que se dejan llevar por el Espíritu, esos son hijos de Dios". Recordamos lo que dice san Juan al comienzo de su evangelio: "a los que recibieron la Palabra les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn1,12) y en su carta: "mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios: pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1).

Ser hijos significa no vivir en el miedo, como los esclavos, sino en la confianza y en el amor. Ser hijos significa poder decir desde el fondo del corazón, y movidos por el Espíritu: "Abbá, Padre". Significa que somos "herederos de Dios y coherederos con Cristo": hijos en el Hijo, hermanos del Hermano mayor, partícipes de sus sufrimientos, pero también de su glorificación.

b) Una cosa fundamental que tenemos que aprender de Jesús es a sentirnos y a ser hijos. A tener, como él, sentimientos de unión y amor y obediencia y confianza para con Dios.

Nuestra relación con Dios podría ser de seres creados por él, que se sienten obligados a adorarle, o de esclavos que le obedecen por miedo al castigo. Pero Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios nuestro Padre. Esto es un foco de luz que ilumina y que transforma nuestra existencia, tanto en los días buenos como en los difíciles. El salmo ya nos ofrecía una visión optimista: "Nuestro Dios es un Dios que salva... Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios prepara casa a los desvalidos: bendito sea el Señor cada día". Pero en Cristo, mucho más.

Ahí está la raíz de la dignidad de la persona humana, y del respeto que merece todo hombre y toda mujer, también los más alejados e insignificantes. Todos somos hijos. Por tanto, hermanos. Todos valemos mucho a los ojos de Dios, que no nos quiere como esclavos, sino como hijos.

¿Sentimos dentro de nosotros el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, que "nos hace gritar: Abbá, Papá"? ¿Pensamos en nuestro futuro como en una herencia gloriosa que nos espera, porque estamos unidos a Cristo, el Señor Resucitado, que nos hará partícipes de su inmensa alegría y de su vida plena? Y si nos sentimos hijos en la casa de Dios, y herederos de sus mejores riquezas, y si cada día rezamos a Dios llamándole "Padre nuestro", ¿por qué ponemos la cara de resignados que ponemos?

1. (Año II) Efesios 4,32 -5,1-8

a) En la parte exhortativa de la carta a los Efesios, que empezamos a leer el viernes pasado, toca hoy Pablo dos aspectos básicos: la caridad fraterna y la llamada a evitar la inmoralidad reinante en la sociedad de la época.

Para el amor a los demás tenemos dos buenos maestros, Dios Padre y Cristo Jesús: "como Dios os perdonó en Cristo, sed imitadores de Dios, como hijos queridos", "vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros".

Hay otros aspectos que los cristianos deben evitar en su vida: "de inmoralidad, indecencia o afán de dinero, ni hablar". Esas cosas "son las que atraen el castigo de Dios".

Los cristianos han cambiado de vida y se les tiene que notar: "por algo sois un pueblo santo", "antes erais tinieblas, pero ahora, como cristianos, sois luz: vivid como gente hecha a la luz".

b) Buen programa para nuestra jornada. Si lo tenemos en cuenta, seguro que mejorará la calidad de nuestra vida personal y el clima de la familia o de la comunidad.

Ante todo, que seamos "buenos, comprensivos" y nos perdonemos unos a otros "como Dios nos ha perdonado". El ejemplo más cercano lo tenemos en Cristo Jesús, que se ha entregado por todos: así tenemos que actuar nosotros. Eso es vivir como hijos de la luz.

Además, los cristianos hemos de evitar toda indecencia e inmoralidad en las conversaciones y en la vida. Parece como si Pablo estuviera viendo, no las costumbres de su época, sino las de ahora: el lenguaje de los medios de comunicación y los espectáculos.

Es antigua la cosa: se ve que lo que agrada a los "bajos instintos" siempre ha sido comercial y se tiende a fomentar. A lo mejor tendría que repetirnos la advertencia: "que nadie os engañe con argumentos especiosos". Porque se invoca la libertad de expresión y la adultez de las personas y la realidad pluralista del mundo, y así se abre el campo; sin casi limites, a la inmoralidad de las costumbres. Junto a esta indecencia, Pablo sitúa otro de los defectos de entonces y de ahora: "el afán de dinero, que es una idolatría".

Los cristianos, "pueblo santo", debemos mostrar, con sencillez pero con valentía, que no queremos ser como la mayoría, si esa mayoría está abandonando valores fundamentales.

Aunque la mayoría estadística sea egoísta, un cristiano no lo debe ser. Si la mayoría ha caído en el deterioro ético de las costumbres, un cristiano debe luchar contra corriente y saber defender la limpieza de corazón en medio de la permisividad reinante. A pesar de que sea general en este mundo, un cristiano evita la carrera por enriquecerse a toda costa.

De nuevo el salmo primero nos pone en el camino de la verdadera sabiduría: "dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores... será como un árbol plantado al borde de la acequia, que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas".

2. Lucas 13,10-17

a) En su camino hacia Jerusalén, Jesús realiza otro gesto de "curación en sábado", sanando milagrosamente a una mujer encorvada que no se podía enderezar.

Parece como si Jesús provocara escenas como la presente, que realiza en sábado: quiere mostrar que la fuerza curativa de Dios ya está presente y actúa eficazmente en el mundo.

Llama "hipócritas" a los que se escandalizan de que él haya hecho este gesto en sábado, cuando ellos sí se permitían ayudar a un animal propio llevándolo a abrevar, aunque fuera en sábado. ¡Cuánto más no se podrá ayudar a esta pobre mujer, "que es hija de Abrahán" y que desde hace diez y ocho años "Satanás tiene atada"!

b) Jesús se dedica a curar, a salvar, a transmitir vida. El sábado -para nosotros, con mayor razón, el domingo- es el día semanal que recuerda a los creyentes la victoria de Dios contra todo mal y toda esclavitud.

Nos enseña que la caridad con las personas es superior a muchas otras cosas: sobre todo a unas leyes exageradas que nos hemos inventado nosotros mismos, y que invocamos oportunamente cuando no queremos gastar nuestro tiempo en beneficio de los demás. Con los muchos "trabajos" que no se podían hacer en sábado, las escuelas más rigoristas de la época lo habían convertido, no en un día de liberación y alegría, sino de preocupación escrupulosa. Se puede ser esclavo también de una ley mal entendida. Jesús se opone a este legalismo exagerado.

Pensemos si también nosotros necesitamos que nos recuerden que "no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre", si en vez de predicar y practicar una religión de hijos la hemos convertido en un ritualismo de esclavos.

En el día de domingo, además de participar en la celebración eucarística, que ciertamente es el punto culminante de la jornada, ¿ayudamos a enderezarse a las personas que están agobiadas por diversos males? Podríamos proponernos hacer cada domingo algún acto de caridad, tener un detalle para con algún enfermo o anciano, hacer una llamada telefónica amable, escribir una carta, visitar a algún pariente que tenemos abandonado, "desatar" a alguien al que tal vez nosotros mismos hemos "atado" con nuestros juicios o nuestro trato despectivo.

"Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: Abbá, Padre" (1ª lectura I)

"De inmoralidad, indecencia o afán de dinero, ni hablar" (1ª lectura II)

"Un sábado, Jesús dijo a la mujer: quedas libre de tu enfermedad" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 216-219


3-4.

Ef 4, 32-5, 1-8: Perdónense mutuamente como Dios los perdonó

Lc 13, 10-17: Jesús endereza al ser humano: la mujer encorvada

Jesús acudía a las sinagogas o Escuelas de la Palabra que había en cada pueblo judío para enseñar a la gente que cada sábado se reunía para escuchar la lectura de la Escritura. En la entrada se encontró una mujer completamente doblada por su enfermedad. Las mujeres en aquella época se quedaban en la entrada de la sinagoga o en un lugar aparte, separadas por una reja. Ellas eran seres humanos de segunda clase y se contaban entre las posesiones del varón. Estaban atadas a una sociedad que las ponía en el último lugar y doblegadas por un sistema que nos les daba alternativa para valorarse a sí mismas.

Jesús llama a la mujer, y la libera de todos los prejuicios que la sociedad le había impuesto. Prejuicios que seguramente la atormentaban tanto que le causaban perturbaciones mentales, interpretadas como una posesión demoníaca. La palabra que Jesús le dirige es un reconocimiento de la libertad que debía gozar como ser humano. Más aún, el contacto físico al imponerle las manos, rompía con todos los preceptos que prohibían entrar en contacto con un enfermo. La mujer, al contacto con Jesús se endereza y alaba a Dios. Antes era sólo una víctima de una sociedad excluyente, ahora es una mujer liberada que se incorpora al servicio de Dios.

Esta acción liberadora provoca un choque con el jefe de la sinagoga. Éste no admite que haya roto todos los preceptos y, sobre todo, que haya curado en sábado. Jesús le responde poniendo en evidencia la falsa piedad de los presentes. Pues, si uno procura el bien de unos animales, ¡cómo no realizar el bien a favor del ser humano! La Ley no debe ser excusa para efectuar el bien y la justicia.

La enseñanza de este episodio se concentra en los verbos atar y desatar. La labor de Jesús no es amarrar a al gente con preceptos, normas e infinidad de cosas que no le ayudan a ser libre. La misión de Jesús es liberar, y se concentra en aquellos que están más oprimidos. El pueblo, entonces se siente feliz por que Dios actúa cambiando el estado de las cosas haciéndolas más favorables para la vida de todos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. COMENTARIO 1

JESUS ENDEREZA AL HOMBRE: LA MUJER ENCORVADA

Hasta ahora Jesús hablaba a los discípulos y a las multitudes que acudían a él; ahora busca el lugar donde la gente se congrega, la sinagoga. El día de reunión, el sábado, connotaba a la vez el precepto del reposo, con la prohibición absoluta de cualquier clase de trabajo. La intención de Jesús no era de provocar a nadie, sino de enseñar: «Y mirad, una mujer que llevaba dieci-ocho años enferma por causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo» (13,11). ¿Qué hace en la sinago-ga una mujer encorvada? ¿Por qué 'hacía dieciocho años'? Los rasgos con que es presentada sirven para una descripción del público sinagogal personificado por está 'mujer', puesta de relie-ve por la expresión «mirad». (Notad, en efecto, cómo el respon-sable de la sinagoga se dirigirá más adelante a «la multitud» invitándola, en plural, a 'hacerse curar' los días laborables.) El «espíritu de debilidad» (lit.) que le ha causado ese estado de postración es la enseñanza sinagogal sobre el precepto sabático. Jesús la libera con su enseñanza, «una nueva manera de enseñar, con autoridad» (cf. Mc 1,27; Lc 4,32): «Mujer, quedas libre de tu enfermedad» (13,12). Al aplicarle las manos, Jesús inaugura la teología de la liberación integral del hombre, remodelando la criatura y enderezando otra vez al rey de la creación.

La acumulación de preceptos, fruto de la casuística que ema-naba de la Ley mosaica, representada aquí por el «precepto sabático», había reducido el espacio de libertad y pesaba como una losa sobre las espaldas de la gente, incapacitando al hombre para andar con la cabeza erguida. La cifra «dieciocho años», que se repite más adelante en boca de Jesús: «que Satanás ató hace ya dieciocho años» (13,16b), está íntimamente relacionada con el «sábado» (= día séptimo). Así lo evidencia la interpretación que formula «el jefe de sinagoga» a «la gente», «indignado por-que Jesús había curado en sábado»: «Hay seis días en que se debe trabajar: venid, pues, esos días a que os curen, y no el sábado» (13,14b). Dieciocho es múltiplo de seis, y el número seis, los 'seis días laborables', recuerda los días de la creación y, en concreto, el sexto, el de la creación del hombre. Dios descansó el 'sábado'; también el hombre lo tiene que observar, argumen-taban los representantes de la Ley. Desde el momento en que el Código sacerdotal (Gn 1,26-31) fijó «el día sexto» como el día de la creación del hombre, éste queda 'encorvado', 'sin po-derse enderezar del todo', bajo el peso de la Ley del precepto sabático, día en que, según dicho Código (2,1-3), Dios 'reposó'.


EL HOMBRE ERGUIDO

La sumisión religiosa, representada por la mujer encorvada, era el principal impedimento con que tropezaba Jesús en el momento de enseñar. Era necesario primero liberar al hombre de toda imposición, sobre todo cuando ésta le ha sido formulada como de derecho divino (el «se debe» con que calificaba el 'trabajar en días laborables' el jefe de sinagoga era expresión, según el Código sacerdotal, del designio de Dios). Jesús califica de «hipó-critas» a los responsables religiosos. Cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al asno y lo lleva a abrevar aunque sea en sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que desatarla de esta atadura el día del precepto sabático?» (13,15-16). El hombre no ha levantado cabeza desde el día de su creación, o mejor dicho, desde el día en que «Sata-nás», el adversario por antonomasia del plan de Dios, impuso bajo pena de pecado mortal la institución del 'sábado'. La historia lamentablemente se repite. (¿Hay mucha diferencia entre precep-to dominical o 'sabático'?) Es más fácil hacer y deshacer con gente aborregada, que actúa por miedo al castigo, que con gente libre.

Jesús 'desata' a esta 'hija de Abrahán' (cf. 8,42.48.49) de las «ataduras» religiosas (como si se tratase de un animal) que le impedían disfrutar de la plena condición humana, devolviendo su dignidad al hombre, por encima del resto de la creación ('el buey o el asno'), a fin de que éste pueda escuchar con la cabe-za bien alta la enseñanza sobre el reino que le impartirá de inme-diato.

COMENTARIO 2

Jesús es la expresión adecuada de la misericordia Dios. Tal es la imagen que debemos descubrir en esta controversia. El enfrentamiento de Jesús con el jefe de la sinagoga tiene su origen en la diversa interpretación que se tiene de la ley del reposo sabático y de toda la legislación.

El jefe de la sinagoga apela al precepto, Jesús a su motivación; aquél a la letra de la ley; Jesús a su sentido. Donde el adversario ve una prescripción, Jesús sabe descubrir el acto divino de la liberación de Egipto.

Y de esa confrontación brotan dos actitudes ante la mujer a la que "Satanás tenía atada": la dilación exigida por el jefe de sinagoga y la actuación liberadora de Jesús.

La opción por Jesús nos debe llevar, como a la gente mencionada en el v. 17, a la felicidad que brota de la contemplación gozosa de tantas maravillas, a la alabanza, como llevó a la mujer curada. Sin embargo, esto no basta; él exige de sus seguidores el mismo corazón compasivo, su compromiso con la causa liberadora de su Padre respecto a todos los oprimidos y marginados.

Superar la marginación y la opresión que existe a nuestro alrededor es hacer de nuevo presente al Dios liberador del Exodo, al Jesús que libera del poder de Satanás. Los años de "ataduras" no justifican la dilación en la respuesta, antes bien, la aceleran.

Todos están llamados a experimentar la compasión de Dios; y la forma de hacer esa experiencia depende de nuestra actuación y nuestras actitudes.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. Lunes 27 de octubre de 2003

Rom 8,12-17: Ustedes han recibido un espíritu de hijos adoptivos
Sal. 67, 2.4.6-7. 20-21
Lc 13,10-17: Mujer encorvada curada en sábado

Lucas es el evangelista que destaca la relación profunda que había entre Jesús y las mujeres que se cruzaron en su camino de liberación. Cita varias veces aquellos encuentros en los que Jesús rompía una y otra vez las leyes humanas injustas que se imponían a la dignidad de la mujer en tiempos de Jesús. Libremente, el Salvador les hablaba en público, las rescataba de sus dolencias y de su marginación, les permitía ser discípulas, dialogaba con ellas, se dejaba tocar, las miraba fijamente, las acogía con cariño y les auxiliaba en sus problemas y sufrimientos. Jesús rompió las estructuras opresoras contra la mujer exponiéndose a ser condenado por los fariseos y los escribas, que lo indisponían ante el Sanedrín y los Sacerdotes del Templo.

Nos refiere este hermoso pasaje, como Jesús recobra la salud y la dignidad de la mujer que va encorvada por la vida, cargando con los errores de una sociedad opresora y excluyente, que la limita en sus posibilidades de realizarse como persona humana, con la dignidad de hija de DIOS.

Lucas nos invita a reflexionar sobre la situación de la mujer hoy, de nuestras madres, hermanas, cuñadas, hijas, amigas y no conocidas, personas de igual dignidad que el varón, con sus propias características y manera de ser que luchan por recuperar tantos siglos de opresión. Pero, todavía hoy, muchos de los movimientos que inician las mujeres son también manipulados por los hombres para no permitirles su plenitud como personas. La mujer, como la tierra, engendra vida, la cuida, la nutre con su propio ser y por ella está dispuesta a arriesgarlo todo.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-7. DOMINICOS 2003

Como hijos decimos: ¡Abba, Padre!

Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios...
Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos... (Pablo)

En la celebración de hoy continuamos preparando la Eucaristía con la escucha de las bellísimas palabras que san Pablo nos dedica en el capítulo 8 de su Carta a los romanos.

Recordad, nos dice, la intimidad de que gozáis con Dios los hijos de elección, los hijos de la fe, de la alianza, del amor.

En verdad, si no fuera por la revelación que de Dios nos hizo Jesús de Nazaret, no nos atreveríamos a decir ¡Abbá!, Padre, cuando nos dirigimos a nuestro Dios y Señor.

Bendigamos, pues, el don que Jesús nos hizo al  descubrir los secretos del corazón divino. Y, sabiendo que de nuestra parte no somos más que polvillo en el camino, sintámonos unidos a él y comprometidos con el Reino de Dios, dispuestos a ser en cualquier momento testigos del Señor resucitado, vencedor del mal y de la muerte.

ORACIÓN:

Señor, Jesús, tú nos enseñaste a llamar ‘Padre’ a nuestro Dios; tú nos dijiste que viviéramos en la tierra teniendo los pies en el suelo, en el trabajo, en la alegría, en la amistad, en la justicia, y el corazón en la intimidad de quien nos dio la vida y el ser hijos suyos; danos fortaleza para que hoy, como ayer, seamos creadores de paz entre los hermanos y voces de alabanza y gloria de Dios Padre. Amén.

Palabra de alabanza

Carta de san Pablo a los romanos 8, 12-17:

“Hermanos: Si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.

Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abbá, Padre!...

Somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados”.

Los hombres somos de carne, mas no deudores de la carne. Somos en la carne, pero somos hijos de Dios a los que mueve y alienta el Espíritu del Padre. Somos ligeras hojas al viento, pero nos está reservada una eternidad de vida inimaginable con Cristo y con el Espíritu en el Padre que nos creó y nos salva.

Evangelio según san Lucas 13,10-17:

“Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada...

Jesús la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos, en seguida se puso derecha, y glorificaba a Dios... El jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen... Y el Señor le dijo: Hipócritas...”

Los signos de Dios, las maravillas que Jesús realiza, los detalles del diario vivir en caridad y solidaridad, alumbran nuestro camino. Sepamos mirar a mediodía y ver la luz, la bondad, lo positivo de las personas; y en todo alabemos a Dios, aunque no entendamos bien su lenguaje de amor y elección.

Momento de reflexión

El hijo dice: ¡Abbá!, ¡Padre!

Ese hijo somos cada uno de nosotros. Y el atrevimiento de hablar a Dios como a un “padre” lo tenemos porque esas palabras entrañables salieron de los labios de Jesús orante, y nos las dejó como expresión de la intimidad en que vivía con Él.

Hoy nuestra meditación tiene que beneficiarse de la versión paulina de esos sentimientos tal como nos han quedado en la carta a los romanos:

viñeta

Nuestra vocación es vivir haciendo las obras del Espíritu: amor, justicia, paz, alabanza, solidaridad, caridad. Si lo hacemos, somos hijos.

viñeta

Nuestro futuro de santidad es dejarnos guiar por el viento del Espíritu que sabe muy bien hacia dónde hemos de dirigirnos. Estamos viviendo en el tiempo del Espíritu.

viñeta

Nuestra oración y trato con Dios tiene que gozar expresándose en términos de cariño y ternura de hijos: ¡Abbá!, Padre. Ese es el lenguaje que gusta a Dios.

Obremos en la verdad, sin hipocresía

Meditado el texto anterior de Pablo, en nosotros no debe haber lugar para hipocresía alguna.

Esa criatura, la hipocresía, no es hija de la luz y amor sino de la mentira. Hay que eliminarla.

En nuestro obrar al modo divino no haya lugar a la maldad sino a la bondad; no haya lugar al odio sino al amor; no haya lugar a chabacanería sino a la delicadeza de espíritu. Que nuestro obrar en el día de hoy se atenga  al criterio de bondad, amor, delicadeza.


3-8. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

Entre las obras de misericordia del viejo catecismo habría que incluir una relativa a la asistencia a las personas con depresión, esa endémica enfermedad de nuestro tiempo. Curar, sanar, animar, hacer sonreír, dar esperanza... José Luis Martín Descalzo hablaba, incluso, de una decimoquinta obra de misericordia: animar al suspendido. Y comentaba: “Deberíamos tener un respeto sagrado al dolor de los niños, a la frustración de los muchachos, a esa amargura que -especialmente entre los menores- parece que atorase el horizonte de la vida”.

La depresión alcanza a muchas personas en un porcentaje alarmante, sobre todo en las sociedades desarrolladas en las, contrariamente a lo que pudiera pensarse, no se consigue la felicidad tan fácilmente. ¿Qué resortes podríamos tocar para paliar esos desajustes que atoran el horizonte de la vida a tantas personas?

Jesús, en el Evangelio de hoy, toca a una mujer encorvada, abatida y, sin duda, privada de una visión de horizonte. Jesús la cura. Los reparos legales de hacerlo en sábado no tienen relieve para él. La cura y basta. La mujer sana, se endereza, recupera la alegría. Erguida, el horizonte aparece despejado ante sus ojos.

El resorte que los cristianos podemos emplear para hacer que la gente se enderece y pueda mirar con optimismo hacia delante es éste: recordar que, en Cristo el Señor, somos hijos de Dios. La Carta a los Romanos nos lo brinda en bandeja en este día: “Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)”.

Que nuestras palabras y, sobre todo, nuestras obras llegue a tocar y a enderezar a quienes pasan encorvados a nuestro lado, para que puedan gritar jubilosos: “¡Abba!, ¡Padre!”.

Vuestro hermano en la fe:

José San Román (sanromancmf@claret.org)


3-9. 2003

LECTURAS: ROM 8, 12-17; SAL 67; LC 13, 10-17

Rom. 8, 12-17. Quienes creemos en Cristo tenemos la esperanza cierta de que lograremos la plenitud que en este mundo no podemos alcanzar. Somos frágiles; y, por desgracia, muchas veces hemos actuado conforme a nuestros desórdenes egoístas. Sin embargo Dios no nos ha abandonado, sino que nos ha comunicado su Espíritu Santo para que venga en nuestro auxilio. Mediante Él vemos a Dios no como esclavos, sino como hijos suyos; gemimos como los niños desprotegidos y en peligro y llamamos cariñosa y confiadamente a Dios con el nombre de Abba (= Papi, Papito). La presencia del Espíritu de Dios en nosotros nos lleva a vivir confiados en Dios y a actuar bajos sus inspiraciones. Por eso estamos ciertos de que, en medio de las luchas y tentaciones de esta vida, mientras no nos dejemos dominar por el mal y el pecado, nuestro destino no será la muerte, sino el llegar a ser herederos de Dios, junto con Cristo, participando de su misma Gloria. Por eso, abramos nuestro corazón al Señor; dejemos que el Espíritu Santo haga su morada en nosotros; dejémonos conducir por Él de tal forma que, siendo fieles al Señor, Él permanezca en nosotros y nosotros en Él. Entonces será nuestra la plenitud en Dios; entonces heredaremos aquellos bienes que Dios ha reservado para los que Él ha llamado a la existencia para hacerlos partícipes de su Vida eterna.

Sal. 67. El Señor es nuestro Dios; Él es nuestro Rey y nosotros le pertenecemos, porque Él nos escogió por suyos. Por eso Él velará siempre por nosotros y nos dará su auxilio, pues nuestra pobreza y nuestros dolores no le son indiferentes. Aun cuando nuestros enemigos nos haya llevado demasiado lejos, el Señor nos buscará y nos llevará en sus alas para salvarnos, pues Él es nuestro Salvador y no enemigo a la puerta. Por eso, alabemos su santo Nombre, porque su Misericordia es eterna. Que nuestra alabanza la elevemos no sólo en el Lugar Sagrado, sino en cada momento de nuestra vida siendo un signo del amor misericordioso del Señor para los pobres y los desvalidos.

Lc. 13, 10-17. En su camino hacia Jerusalén, Jesús entra a una sinagoga, como era su costumbre hacerlo los Sábados. El Sábado, día del descanso, hace vivir a los Israelitas por anticipado el Día del Señor, en que estaremos con Él eternamente; Día de YHWH que se simboliza en el Año de Gracia del Señor, en que todo retorna a su legítimo dueño. Y Jesús, que ha inaugurado este tiempo favorable para nosotros, ha venido a liberarnos de los lazos de nuestra esclavitud al pecado para que, hecho hijos de Dios, volvamos a Aquel que nos creó y que nos recibe como un padre recibe a sus hijos. En la proclamación del Evangelio de la misericordia divina para todos los hombres, en la invitación a la conversión, en la lucha a favor del Reino para que todos lleguen a ser hijos de Dios, no podemos darnos días de descanso. No podemos quedarnos sólo mirando al cielo; es necesario trabajar para que en nuestro mundo desaparezcan los signos de pecado y de muerte. Y en esta obra que el Señor nos ha confiado nos hemos de empeñar a tiempo y destiempo, para que todos lleguen al conocimiento de Dios y le amen; y amándolo amen a su prójimo dejando de destruirlo y, más bien, le ayuden a recobrar su dignidad de hijo de Dios en Cristo Jesús.

El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía para que, junto con Él, estemos como hijos en el Hijo en torno a su Padre Dios. Reconocemos que somos pecadores; pero también confiamos en la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonarnos. Venimos con recta intención, de tal forma que nos acercamos al Señor conscientes de nuestra fragilidad, pero dispuestos a dejarnos fortalecer por su Espíritu para que, al volver a nuestra vida ordinaria, no vayamos nuevamente a cometer maldades e injusticias, sino a convertirnos en un signo cada vez más claro de Él en medio de nuestros hermanos. Queremos, por tanto, vivir en comunión de vida con el Señor, no sólo cuando le damos culto en el Lugar Sagrado, sino siempre, en cualquier lugar en que se desarrolle nuestra existencia; y no sólo con los labios sino con nuestra obras y nuestra vida misma le daremos culto. Por eso le pedimos que, al darnos su vida y confiarnos la misión de llevar su Evangelio a todos, nos fortalezca con la presencia de su Espíritu en nosotros.

Demos testimonio, guiados por el Espíritu Santo, de que somos hijos de Dios. Hay muchas esclavitudes que han atado muchas conciencias. No sólo nos preocuparemos de hace llegar la salvación y el consuelo a los pobres, a los enfermos, a los tristes. Es necesario atacar el mal de raíz. Hemos de abrir los ojos ante quienes son los causantes de esos males e injusticias, para proclamarles con valentía la salvación que Dios ofrece a todos. Cuando realmente el hombre deje que Cristo le desate de sus egoísmos, de sus injusticias, de sus esclavitudes a lo pasajero y le ayude a velar por los intereses de su prójimo, tendremos una esperanza más firme de que el amor fraterno que nos une bajo un sólo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre se estará haciendo realidad entre nosotros, y de que en verdad el Reino de Dios ha llegado a nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda ser constantes en la proclamación de su Evangelio. Que lo proclamemos con las palabras, pero también con el testimonio de una vida intachable, fortalecidos e impulsados por la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-10. Una curación en sábado

Autor: P. Luis Gralla

Lucas 13, 10-17

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado. Replicóle el Señor: ¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado? Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

Reflexión:
Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. ¿No es más increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios que recobrar la salud después de una gripe? ¿No es más maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía que traer al mundo a un niño después de practicar la cesárea?

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana


3-11.

Mirar al cielo

En el Evangelio de San Lucas (13, 10-17) nos relata cómo Jesús entró a enseñar un sábado en la sinagoga, según era su costumbre, y curó a una mujer que había estado encorvada por dieciocho años, sin poder enderezarse de ningún modo. El jefe de la sinagoga se indignó porque Jesús curaba en sábado: no sabe ver la alegría de Dios al contemplar a esta hija suya sana del alma y de cuerpo, y con su alma pequeña no comprende la grandeza de la misericordia divina que libera a esta mujer postrada por largo tiempo. La mujer quedó libre del mal espíritu que la tenía encadenada y de la enfermedad del cuerpo. Ya podía mirar a Cristo, y al Cielo, y a las gentes, y al mundo. Nosotros también estamos muy necesitados de la misericordia del Señor, y la consideración de estas escenas del Evangelio nos llevará a confiar más en Él y a imitarle en su misericordia en el trato con los que nos rodean y nunca pasaremos indiferentes ante su dolor o su desgracia.

"Así encontró el Señor a esta mujer que había estado encorvada durante dieciocho años: no se podía erguir (Lucas 13, 11). Como ella -comenta San Agustín- son los que tienen su corazón en la tierra" (Comentario al Salmo 37).

Muchos pasan la vida entera mirando a la tierra, atados por la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Juan 2, 16). La concupiscencia de la carne impide ver a Dios, pues sólo lo verán los limpios de corazón (Mateo 5, 8). La concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, nos lleva a no valorar sino lo que se puede tocar: los ojos se quedan pegados a las cosas terrenas, y por lo tanto, no pueden descubrir las realidades sobrenaturales y llevan a juzgar todas las circunstancias sólo con visión humana. Ninguno de estos enemigos podrá con nosotros si continuamente suplicamos al Señor que siempre nos ayude a levantar nuestra mirada hacia Él.

Cuando, mediante la fe, tenemos la capacidad de mirar a Dios, comprendemos la verdad de la existencia: el sentido de los acontecimientos, la razón de la cruz, el valor sobrenatural de nuestro trabajo, y cualquier circunstancia que, en Dios y por Dios, recibe una eficacia sobrenatural. El cristiano adquiere una particular grandeza de alma cuando tiene el hábito de referir a Dios las realidades humanas y los sucesos, grandes o pequeños, de su vida corriente.

Acudamos a la misericordia del Señor para que nos conceda ese don vivir de fe, para andar por la tierra con los ojos puestos en el Cielo, en Él, en Jesús.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-12. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Efesios 4, 32-5, 8 Vivid en el amor como Cristo
Salmo responsorial: 1 Seamos imitadores de Dios, como hijos queridos.
Lucas 13, 10-17 A ésta, que es hija de Abrahán, ¿no había que soltarla en sábado?

Cobarde fue la actitud de aquel jefe de la sinagoga que, al ver que Jesús curaba en sábado a la mujer encorvada, en lugar de dirigirse a él para reprocharle su actuación -si es que tenía algo de malo lo hecho- se volvió a la gente para decirles: “Hay seis días de trabajo: venid esos días a que os curen, y no el día de precepto". Incomprensible también su comportamiento, pues, en lugar de alegrarse, porque aquella mujer se había liberado de dieciocho largos años de enfermedad, se indignó contra quien la había curado en sábado. Increíble ese culto al sábado, el día del Señor, durante el cual hasta la liberación de esta pobre mujer estaba mal vista. Qué deformación de religión…

Valiente la actitud de Jesús que denuncia sin remilgos ni reparos la del jefe de sinagoga, tachándolo de hipócrita no sólo a él, sino a los que piensan como él, porque se portan en sábado mejor con los animales que con las personas. A qué nivel de deshumanización había llegado aquel sistema religioso que ponía la ley del descanso sabático por encima del bien del hombre. Qué grado de hipocresía muestran esas actitudes. En realidad tal vez lo que molestaba al jefe de la sinagoga no era que Jesús actuase en sábado, sino la capacidad liberadora de su enseñanza y su poder para remediar las enfermedades del pueblo, al que los líderes de la sinagoga preferían mantener enfermo y sometido. Lo que le duele en realidad es que Jesús, con su actuación, denuncie su modo de ser maestro y su enseñanza, incapaz de liberar a nadie.

Por eso, los adversarios de Jesús, desenmascarados, no tienen más remedio que abochornarse; y la gente sencilla, dominada durante tanto tiempo por la ideología de los dirigentes, se alegra de que, al fin, haya aparecido un maestro con tanta autoridad como para liberar al pueblo de la esclavitud de Satanás.


3-13. Fray Nelson Lunes 25 de Octubre de 2004

Temas de las lecturas: Vivan amando como Cristo * ¿No era bueno desatar a esta hija de Abrahán de esa atadura, aún en día de sábado? .

1. Imitar a Dios
1.1 La primera lectura saca las consecuencias de las inmensas bendiciones que hemos venido escuchando desde el comienzo de esta Carta a los Efesios. Esencialmente se trata de un mensaje fuerte que invita a la santidad. La llamada es clara: "imitad a Dios."

1.2 El modo de argumentar es sencillo y elocuente: Dios te amó; ama tú también. Dios te perdonó; perdona tu también. Dios te iluminó; sé luz para los demás tú también. En el fondo se trata de no detener el río de la bondad: el río llegó hasta ti; has bebido de sus aguas; ¡no lo detengas en ti!

2. La Obra de la Gloria
2.1 En el evangelio de hoy, detengámonos en un punto que puede parecer accidental pero que es clave. ¿Qué objeta el jefe de la sinagoga? ¿Tenía él razón, después de todo?

2.2 Si miramos el "desatar" a esta pobre mujer como un "trabajo", el jefe de la sinagoga tenía razón. Y si Cristo obró como obró, no fue para desobedecer el precepto del sábado sino para mostrar su sentido. Eso es lo que queremos destacar.

2.3 El sábado era el día para dar la gloria a Dios. El ocio no tenía en la intención original sólo el objetivo negativo de "frenar la producción", como diría un economista. Su propósito es instrumental: es una herramienta que quiere conducir al pueblo a aspirar el aroma de la libertad, es decir, a reconocerse como pueblo liberado, y por lo tanto, a gozarse en la vida nueva que le ha regalado su Liberador.

2.4 Cristo, pues, no está disfrutando la desobediencia al sábado, sino mostrando su sentido. Sábado tenía que significar liberación y por eso no cabe volverlo pretexto para nuevas cadenas.


3-14.

Comentario: Rev. D. Francesc Jordana i Soler (Mirasol-Barcelona, España)

«Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado...»

Hoy, vemos a Jesús realizar una acción que proclama su mesianismo. Y ante ella el jefe de la sinagoga se indigna e increpa a la gente para que no vengan a curarse en sábado: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado» (Lc 13,14)

Me gustaría que nos centráramos en la actitud de este personaje. Siempre me ha sorprendido cómo, ante un milagro evidente, alguien sea capaz de cerrarse de tal modo que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir y lo que ello significa. La razón está en la vivencia equivocada de las mediaciones que tenían muchos judíos en aquel tiempo. Por distintos motivos —antropológicos, culturales, designio divino— es inevitable que entre Dios y el hombre haya unas mediaciones. El problema es que algunos judíos hacen de la mediación un absoluto. De manera que la mediación no les pone en comunicación con Dios, sino que se quedan en la propia mediación. Olvidan el sentido último y se quedan en el medio. De este modo, Dios no puede comunicarles sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.

Todo ello les conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su dios en unos medios. Se hacen un dios a medida y no le dejan entrar en sus vidas. En su religiosidad creen que todo está solucionado si cumplen con unas normas. Se comprende así la reacción de Jesús: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?» (Lc 13,15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath.

Esta palabra de Dios nos debería ayudar a examinar nuestra


3-15.

Reflexión

Siempre me he preguntado si la caridad tiene un tiempo para realizarse. Más bien me parece, como nos lo muestra Jesús, que todo momento y toda circunstancia es apropiada para hacer la caridad… es más que la caridad está incluso por encima de la ley, sobre todo cuando ésta es usada para beneficio personal. Pensemos ¿cuántas oportunidades tenemos diariamente de hacer caridad, de hacer un favor y preferimos nuestra comodidad, la cual disfrazamos con “el lugar” o el “tiempo” (no es el lugar o no es tiempo)? O ¿cuántas veces nos escudamos tras reglamentos (principalmente en nuestros centros de trabajo y en las organizaciones a las que pertenecemos) para no ayudar a quien verdaderamente está necesitado. Se nos olvida con frecuencia que ninguna ley puede condicionar la ayuda al prójimo. Por ello, dejemos que la caridad se convierta más que un lugar o tiempo, o en un reglamento, en un estilo de vida.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-16.

Una curación en sábado

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Luis Gralla

Reflexión:

Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. ¿No es más increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios que recobrar la salud después de una gripe? ¿No es más maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía que traer al mundo a un niño después de practicar la cesárea?

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana.


3-17. 25 de Octubre 2004. Lunes de la Trigésima Semana del Tiempo Ordinario

Mirar al cielo

I. En el Evangelio de la Misa, San Lucas (13, 10-17) nos relata cómo Jesús entró a enseñar un sábado en la sinagoga, según era su costumbre, y curó a una mujer que había estado encorvada por dieciocho años, sin poder enderezarse de ningún modo. El jefe de la sinagoga se indignó porque Jesús curaba en sábado: no sabe ver la alegría de Dios al contemplar a esta hija suya sana del alma y de cuerpo, y con su alma pequeña no comprende la grandeza de la misericordia divina que libera a esta mujer postrada por largo tiempo. La mujer quedó libre del mal espíritu que la tenía encadenada y de la enfermedad del cuerpo. Ya podía mirar a Cristo, y al Cielo, y a las gentes, y al mundo. Nosotros también estamos muy necesitados de la misericordia del Señor, y la consideración de estas escenas del Evangelio nos llevará a confiar más en Él y a imitarle en su misericordia en el trato con los que nos rodean y nunca pasaremos indiferentes ante su dolor o su desgracia.

II. “Así encontró el Señor a esta mujer que había estado encorvada durante dieciocho años: no se podía erguir (Lucas 13, 11). Como ella –comenta San Agustín- son los que tienen su corazón en la tierra” (Comentario al Salmo 37). Muchos pasan la vida entera mirando a la tierra, atados por la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Juan 2, 16). La concupiscencia de la carne impide ver a Dios, pues sólo lo verán los limpios de corazón (Mateo 5, 8). La concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, nos lleva a no valorar sino lo que se puede tocar: los ojos se quedan pegados a las cosas terrenas, y por lo tanto, no pueden descubrir las realidades sobrenaturales y llevan a juzgar todas las circunstancias sólo con visión humana. Ninguno de estos enemigos podrá con nosotros si continuamente suplicamos al Señor que siempre nos ayude a levantar nuestra mirada hacia Él.

III. Cuando, mediante la fe, tenemos la capacidad de mirar a Dios, comprendemos la verdad de la existencia: el sentido de los acontecimientos, la razón de la cruz, el valor sobrenatural de nuestro trabajo, y cualquier circunstancia que, en Dios y por Dios, recibe una eficacia sobrenatural. El cristiano adquiere una particular grandeza de alma cuando tiene el hábito de referir a Dios las realidades humanas y los sucesos, grandes o pequeños, de su vida corriente. Acudamos a la misericordia del Señor para que nos conceda ese don vivir de fe, para andar por la tierra con los ojos puestos en el Cielo, en Él, en Jesús.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-18. Semana. Lunes 2004

I. Jesús, hay algo en esta curación que la hace distinta a las demás.
Normalmente, el que quiere ser curado viene a ti y te pide el milagro.

Entonces Tú pruebas a aquella persona para ver si tiene fe. Una vez probada su fe, le curas diciendo: tu fe te ha salvado. En este caso no, Tú tomas la
iniciativa: ves a aquella pobre mujer que estaba encorvado sin poder enderezarse de ningún modo, te apiadas de ella y la curas.

Algo parecido ocurre con otro paralítico que llevaba treinta y ocho años esperando ser curado en la piscina de los cinco pórticos, pero que no tenía nadie que le ayudara: no tengo hombre que me introduzca en la piscina [129]. Tú te acercas a él, sabiendo que llevaba ya mucho tiempo y le dices: ¿Quieres ser curado? [130].

Estos dos casos me enseñan una lección importante: cuando una persona no tiene los medios necesarios para conocerte, cuando no puede enderezarse de ningún modo o no tiene a nadie que la introduzca a los Sacramentos y la vida de gracia, Tú aún puedes salvarlos, si encuentras un corazón recto y bien dispuesto. No tienen fe, pero la habrían tenido si alguien les hubiera ayudado, si hubieran conocido el Evangelio. Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna [131].

II. Esfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. Así, no lo dudes, aseguras a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana [132].

Jesús, no te quedas callado ante la acusación del jefe de la sinagoga, por muy indignado que estuviera. Y le respondes con energía -¡Hipócritas!- desvelando la falta de lógica contra la dignidad de la persona que estaba aplicando: esa mujer vale más que cualquier buey o asno, porque es hija de Abraham, hija de Dios.

Del mismo modo he de esforzarme y mover a otros para que en mi lugar de trabajo y en la sociedad en que vivo, se respeten los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. En esta concepción, la persona alcanza su mayor dignidad, puesto que es un hijo o hija de Dios.

Jesús, por ser cristiano, no me puedo callar ante las injusticias sociales, ante un ambiente pervertido o un gobierno totalitario. Las instituciones y estructuras humanas pueden facilitar que mucha gente responda personalmente a la vocación cristiana o pueden ahogar cualquier intento de vivir la fe en la práctica. Que me sienta responsable y que anime a muchos a trabajar por la paz, la libertad, y la justicia en mi entorno familiar, profesional y social.

[129] Jn 5, 7.
[130] Jn 5, 6.
[131] Catecismo, 847.
[132] Forja, 718.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-19. DOMINICOS 2004

Vivamos como hijos de la luz.

Seamos buenos, comprensivos, perdonándonos unos a otros, como Dios nos perdonó en Cristo.

Seamos imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivamos en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor .

Si antes éramos tiniebla [por el pecado], ahora, como cristianos, somos luz.

Vivamos como gente familiarizada con la luz (San Pablo).


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta a los Efesios 4,32-5,8:
“Hermanos: Sed buenos.... De inmoralidad, indecencia o afán de dinero, ni hablar de ello; por algo sois un pueblo santo.

[En vuestra conducta], nada de chabacanerías, estupideces o frases de doble sentido: todo eso está fuera de sitio. Lo vuestro es alabar a Dios. Grabad bien esto en la conciencia: nadie que se da a la inmoralidad, a la indecencia o al afán de dinero... tendrá herencia en el Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con argumentos especiosos. Esas cosas son las que atraen el castigo de Dios...”

Evangelio según san Lucas 13, 1017:
“Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma, por causa de un espíritu, y andaba encorvada... Al verla, Jesús la llamó y le dijo: ‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’. Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha, y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: Seis días teneis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.

Pero el Señor, le dijo... : ¡Hipócritas!...”


Reflexión para este día
Vivir en la luz
Varios son los contrastes que encontramos en las lecturas de hoy y que reclaman nuestra atención. Podemos resumirlos en dos: sepamos vivir en la luz, no en las tinieblas, y no seamos siervos de la ley sino de la verdad y caridad.

Pablo comenta lo primero, porque se siente apremiado por la urgencia de ser discípulo de Jesús, hasta la plenitud de su entrega; y esa urgencia es la de la luz de una alianza nueva en la que se disipan las tinieblas de las concupiscencias humanas desbocadas. Si somos hijos de Dios, vivamos en la luz, que la noche del error ha pasado.

Jesús comenta lo segundo, porque le ofende la hipocresía de los legalistas que anteponen –cuando se trata de los demás- el sábado a la caridad, y la ley al servicio en el amor y gracia. Si somos hijos de Dios, que resplandezca en nosotros la verdad de Cristo inflamada en amor.


3-20. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien. Desde luego, Pablo no se anda por las ramas. Comienza la semana con fuerza. Nada menos que portarse como “hijos de la luz”. Y, sobre todo, usar buenas palabras. Puede que ahí nos duela. Si revisamos nuestras conversaciones, ¿qué porcentaje se nos va en conversaciones tontas? ¿Damos pábulo a murmuraciones, difamaciones, chismorreos, cotilleos? O, por el contrario, ¿somos propagadores, aunque sea alguna vez, de la Buena Nueva? A san Antonio Mª Claret (Biografía) no le gustaban estas conversaciones. Tan es así, que cuando sus amigos querían murmurar, o hablar mal, le decían: “Antonio, vete, que vamos a hablar cosas malas”. No sé si con nosotros debería pasar lo mismo, pero sí sería bueno que la gente en nuestra presencia se “cortara”, se reprimiera a la hora de perder el tiempo con murmuraciones.

En el fondo, es cuestión de orientación. “Ex abundantia cordis, os loquitur”. De lo que habla la boca, está lleno el corazón. Y nuestro corazón debe llenarse de verdad y de amor. Para que no nos diga Jesús, como a los fariseos, “hipócritas”. Lo importante es la persona, y no la norma. Y si caemos en la cuenta de lo verdaderamente importante, si nuestro corazón se llena de Dios, nuestras conversaciones no serán tontas y groseras, sino que sabremos alabar al Señor como hace falta. Y daremos verdaderos testimonio cristiano.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.
alejandrocarbajo@wanadoo.es