SÁBADO DE LA SEMANA 28ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Rm 4, 13.16-18

1-1.

Ver SAN JOSE


1-2. FE/PROMESA DE D

Pablo continúa aquí estableciendo los lazos que existen entre la fe y la justificación a partir del ejemplo de Abraham. En un primer argumento el apóstol ha demostrado que el patriarca era impío y pecador cuando Dios lo justificó. Ahora desarrolla otros dos argumentos.

a) La cuestión está en saber por qué la fe justifica y no las obras. Pablo responde que la fe justifica mejor que las obras de la ley porque la fe arranca de ese proceso en el cual Dios sale al encuentro del hombre. No se trata de elegir entre una u otra: el secreto de la justificación se encuentra en Dios. Si Dios se acercara al hombre con un contrato, entonces serían las obras la respuesta humana más adecuada. Pero El viene al hombre con una promesa, es decir, con un don gratuito, cuya iniciativa quiere conservar; por esa razón las obras de la ley son inútiles, al menos en el proceso de realización de esta promesa.

El hombre cree que puede conseguir mediante las obras lo que es objeto de la promesa (v. 14), pero intenta conseguir por sus propios medios lo que es un don. De esta manera, desvirtúa la marcha de Dios y provoca automáticamente la ruptura (v. 15), como el heredero que quisiera apropiarse de su herencia antes de tiempo.

b) El tercer argumento está apenas esbozado (vv. 16-17). Abraham recibió la promesa en una época en que todavía no estaba circuncidado y en que Dios preveía para él una paternidad universal (Gén 17, 5). Por tanto, es contrario a la voluntad de Dios el limitar la posteridad de Abraham a aquellos que se circuncidan. Todo creyente es descendiente de Abraham y, además, Dios es bastante poderoso como para hacer beneficiarios de la promesa hasta a los mismos muertos, o a aquellos que todavía no han nacido (v. 17).

Una religión de la promesa está bastante lejos de la manera espontánea de proceder del hombre, que, al ir detrás de su salvación, busca seguridad. Es necesario haber encontrado al Dios vivo y haberse apoyado en su fidelidad para presentir que la salvación esperada pertenece al orden de la promesa, es decir, al orden del amor. Pero, ¿cómo encontrar a Dios y su promesa? Se necesita tiempo para profundizar en las relaciones recíprocas del amor y de la fidelidad.

Sin embargo, el camino está marcado. El hombre que reflexiona sobre sí mismo y sobre su existencia llega a veces a distinguir en él dos niveles de su personalidad: el "yo" solo puede experimentar sus limitaciones porque existe otro "yo" más profundo que participa del absoluto y de lo transcendente.

El camino hacia Dios pasa por esta conciencia de los dos "yo". Es verdad que el hombre solo llega rara vez a vivir el nivel de su "yo" profundo y vivir su vida en función de él. Una especie de fisura separa esos dos niveles de manera casi "original".

Aun cuando el hombre llega a alcanzar su "yo" profundo, aun llegando a participar del absoluto o al menos con sed de transcendencia, puede, sin embargo, fracasar al volverse sobre sí mismo. Se hace a sí mismo absoluto y no alcanza a ver más allá de sí mismo. Por el contrario, si él experimenta este "yo" transcendente como algo inesperado dentro de su ser, verá que se trata de un don gratuito de "alguien". No lo considerará como un poseedor, sino como el que encuentra una dádiva y una promesa, una persona divina y una gracia. Jesucristo es el primer hombre en quien Dios ha podido revelarse totalmente en el "yo" profundo y el primero que ha podido responder perfectamente a esta iniciativa de Dios.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 159


1-3.

-La promesa de Dios... Dios prometió a Abraham y a su descendencia ser herederos del mundo.

La historia de Abraham está llena de promesas de Dios cuyo cumplimiento no depende del hombre, sino de la fidelidad de Dios a sus promesas.

También Abraham era un pecador, pero creyó en esas promesa. Creyó en lo imposible.

¡Era anciano y sin hijos y Dios le prometió «el mundo en herencia» ! Y él creyó esto, y esto se realizó: cristianos, judíos, árabes... multitudes inmensas se llaman «hijos de Abraham».

«Recibir el mundo en herencia». La fe da la posesión del mundo.

-Por la fe se pasa a ser heredero. Por esto es un don gratuito.

Y la promesa permanece válida.

Quisiera, Señor, llegar a ser «total acogida» de Ti.

Quisiera encontrarte más y no apoyarme sino en Ti. Ahora sé -tu apóstol me lo ha repetido- que mi salvación depende de tu promesa, más que de mis obras y que Tú haces lo que prometes.

Señor, tengo confianza en Ti. Estoy seguro de Ti.

Yo, que sufro tanto de mis limitaciones, de mis pobrezas, quisiera, de una vez, aceptarlas y luego olvidarlas para no sufrir más por ellas y contar sólo contigo y no en mis propias fuerzas.

¡ «Don gratuito»! ¡«Don gratuito»!

-Te hice padre de muchos pueblos. Abraham es nuestro padre ante Dios «en quien creyó».

FE/FECUNDIDAD: La fe da una fecundidad extraordinaria.

Porque creyó en Dios, Abraham es el "padre" de todos los hombres. Por su fe, verdaderamente, "dio la vida". No pueden saberse todas las ramificaciones vitales de un acto de Fe. Un hombre que cree en Dios desencadena en la humanidad una onda de «vida». Todo hombre que se eleva, eleva el mundo.

-Dios que da la «vida" a los muertos y llama a la existencia a lo que no existía.

ABRAHAN/FE: Abraham y Sara cuyo seno estaba muerto, hicieron de ello la experiencia. Dios es aquel que llama «de la nada al ser»... aquel que da «vida».

¡Tal fue la experiencia de Abraham!

Tal fue sobre todo la experiencia de Jesús. La resurrección ocupa el centro del pensamiento de san Pablo. La fuerza de Dios que devuelve la vida a los muertos. Esta fuerza actúa todavía en el mundo. Es ella la que nos eleva en todos nuestros desalientos.

Ella nos saca del pecado.

Ella nos resucitará un día.

-Esperando contra toda esperanza, creyó... FE/FUERZA

La vida de Abraham, la fe de Abraham no fue cosa fácil.

Todo parecía contrario a las promesas de Dios. Todo parecía ir en el sentido opuesto... pero creyó, a pesar de todo, contra toda esperanza.

La fe «para transportar las montañas», decía Jesús. La Fe, fuerza de lo imposible. Se comprende que Pablo diga que esa «Fe da posesión del mundo». En efecto, nada puede ir en contra de ello. No se apoya sobre nada humano: toda su fuerza está en Dios. ¡Danos esta Fe, Señor!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 342 s.


2.- Ef 1, 15-23

2-1.

Ver ASCENSIÓN


2-2.

Acomodándose a las leyes tradicionales de la acción de gracias judía, Pablo pasa, al final de su himno de bendición (Ef 1, 1-10; 11-14), a una oración epiclética en la que pide a Dios la gracia del conocimiento de su designio, para los destinatarios de su carta.

a) La sabiduría que Pablo pide a Dios para los efesios (versículo 17) es ese don sobrenatural ya conocido por los sabios del Antiguo Testamento (cf. Prov 3, 13-18), pero considerablemente ampliado en su definición cristiana, pues no es ya solamente la práctica de la ley, el conocimiento de la voluntad divina sobre el mundo, ni tampoco una explicación del mundo, sino la revelación del destino de un hombre (v. 17) y de la herencia de gloria que resulta de ello (Ef 1, 14), en total contraste con la miseria de la resistencia humana (Rom 8, 20); es por último el descubrimiento del poder de Dios, manifestado ya en la resurrección de Cristo (v. 20), que garantiza nuestra propia transfiguración.

b) Pablo se detiene un instante en la contemplación de este poder divino. Y lo describe mediante tres términos sinónimos: poder, vigor y fuerza (v. 19).

Este poder no es ya solo el que Dios ha desplegado para crear la tierra e imponerle su voluntad (Job 38), sino que incluso cambia estas leyes, puesto que es capaz de cambiar a un crucificado en Señor resucitado (v. 21a) y de poner a punto desde ahora las estructuras del mundo futuro (v. 21b). Por eso la sabiduría es una esperanza (v. 18), porque es confianza en la acción en el mundo del Dios de Jesucristo.

c) Pero el poder de Dios no reserva solo para el futuro la manifestación de su vigor, sino que desde ahora todo es realizado por El: El ha puesto a Cristo como cabeza de todos los seres en el misterio mismo de la Iglesia, su plenitud (vv. 22-23). Pablo ha pedido para los efesios el don de la sabiduría para que comprendan ante todo cómo la Iglesia es signo del poder de Dios manifestado en Jesucristo. En efecto, es un privilegio inaudito para la iglesia tener como jefe al Señor del universo, así como ser su Cuerpo. Por tanto, la Iglesia no está solamente sometida al Señor de la misma manera que el universo, porque le está ya indisolublemente unida, como un cuerpo a su cabeza. La Iglesia es pléroma de Cristo como receptáculo de las gracias y de los dones que El reserva para toda la humanidad. La expresión "todo en todos" sugiere que este receptáculo no tiene limites. Por otra parte, estas gracias no están reservadas solo a la Iglesia, sino a la humanidad, con vistas a su crecimiento (Ef 4, 11-13) hasta el estado de "hombre perfecto" que es el de la humanidad reunida en Cristo y gozando de la plenitud de la vida divina.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 161


2-3.

-He tenido noticia de vuestra fe... y no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones.

Una buena manera de orar: recordar a los que amamos... dar gracias a Dios por ellos... pronunciar sus nombres... Juan, Ignacio, María Teresa, Eulalia... etc.

-Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el espíritu de sabiduría para conocerle perfectamente.

Detenerse para descubrir y conocer a Cristo.

¡Dame esa «sabiduría», Señor!

¡Concédela a todos los que amo! A todos los hombres.

¡Que sepa yo trabajar para que te descubran y conozcan!

-La soberana grandeza de su poder para con nosotros los creyentes es la misma fuerza, el poder y el vigor que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos.

He ahí una de esas frases humanamente inverosímiles y que hay que ser san Pablo para inventarla.

Hay que dejarse captar por esa fórmula audaz.

¡La «fuerza divina» que trabaja en mi corazón de creyente, es, ni más ni menos, la misma que resucitó a Jesús y lo elevó a los cielos!

¡Y me atreveré a desesperar de mis pecados y de mis debilidades! Pero, ¿lo creo de veras, firmemente? ¿Qué hago de hecho, para conectar con esa «corriente de fuerza» con este voltaje divino? En lugar de gemir en mis momentos bajos, ¿busco la comunión con Cristo, me aferro a la fuerza de resurrección que trabaja en el fondo de mi mismo?

-Dios estableció a Cristo por encima de todas las potestades y seres que nos dominan, sea cual fuere su nombre, no sólo en este mundo sino también en el venidero. Pablo se complace en contemplar a Cristo elevado por encima de todas las potencias angélicas.

Los efesios vivían en el temor de los «espíritus»: se trata de una tendencia supersticiosa, todavía hoy, lejos de desaparecer completamente. El cristiano es un hombre liberado de esos miedos. Jesucristo es vencedor.

-Dios sometió bajo sus pies todas las cosas... Le constituyó «Cabeza suprema de la Iglesia» que es su Cuerpo, la Plenitud total del que lo llena todo en todo.

I/CUERPO-DE-CRISTO

Esta es también una frase intraducible que hay que saber saborear en silencio. ¡La Iglesia es el «cuerpo» de Cristo! ¡El lugar de su presencia activa, el cumplimiento total de Cristo!

Entre Cristo y la Iglesia rigen las relaciones de la cabeza con el resto del organismo. Un influjo vital pasa de Cristo a la Iglesia.

La Iglesia es también «el pueblo que todos nosotros formamos», un pobre grupo humano, lleno de debilidad y de pecado y que a menudo hace de pantalla que oculta a Cristo, en lugar de ser su «cumplimiento».

Ruego, Señor, por la Iglesia.. . para que sea de veras lo que Tú quieras que sea.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 342 s.


2-4. /Ef/01/15-23

Lo que certifica a Pablo que los fieles viven como cristianos es, a la vez, la fe en Cristo Jesús y la adhesión hacia todos los consagrados (v 15). Y sigue diciendo que les tiene presentes en sus oraciones, «a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la gloria, os dé un saber y una revelación interior con profundo conocimiento de él» (17), iluminándoles el corazón y haciéndoles conocer aquello a lo que están llamados.

Respecto al conocimiento de Cristo, hay cosas que el hombre no puede conseguir por sí mismo: le llegan como don y regalo. El solo no puede cambiar su interior para comprender qué es lo que Cristo significa. La lucha por la vida, que nos arrastra, puede hacernos perder el sentido del "don" que es la vida, los sentidos, la inteligencia, Cristo mismo. Es innegable el peligro de caer en la trampa de pensar que conocemos ya de verdad a Dios y a Cristo por el hecho de que nos parece comprender la Escritura, la doctrina de la Iglesia o la teología. Pablo, en cambio, no habla apoyándose en tal comprensión, sino más bien arrancando de la propia experiencia vivida. Sabe muy bien que el conocimiento de Cristo no es el mismo en todos. Hay una manera de conocerlo que no depende del hombre, sino del don de Dios, del regalo de un espíritu de sabiduría y de revelación que, iluminando los ojos del corazón, hace comprender la esperanza a la que somos llamados, las riquezas de su herencia y la grandeza sin medida de su poder para con nosotros, los creyentes.

Todo eso es puro don de Dios. Sólo cabe pedirlo, como hace Pablo. Ahora bien, para vivir como cristiano basta con la fe y la caridad. Aunque sea un regalo deseable, el creyente puede ser que tenga que vivir su vida cristiana en la ignorancia de lo que realmente es, de aquello que Dios ha hecho por él y en él mediante Jesucristo, y en la incomprensión de aquello a lo que es llamado. De hecho, sólo el que ha recibido este conocimiento como don de Dios sabe en qué consiste.

Hay que evitar las asechanzas de la insatisfacción y la desilusión. Con relación a este conocimiento de Cristo, Pablo no se propone a sí mismo como ejemplo. Más bien, consciente de la bondad del don recibido, lo desea y lo pide para todos. Lo que importa son la fe y la caridad.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 716 s.


3.- Lc 12, 8-12

3-1.

La opción del hombre en favor o en contra de Jesús decide su auténtica existencia y su suerte definitiva, escatológica. En el juicio, constante, implacable, del mundo contra Jesús, quien tenga el valor de declarar en su favor, tendrá a su favor el testimonio de Jesús en el juicio de Dios contra el mundo. (cf. 9. 26; Mc 8. 38; Jn 16. 6-11).

Hay un pecado contra el Espíritu, que es el pecado de la apostasía, el pecado de renegar de Cristo después de haberle prestado fe. Sólo en el Espíritu Santo se puede confesar que Jesús es el Señor. Quien reniega de esta fe, peca contra el Espíritu, ya no tiene salvación, porque la fe salva al hombre.

El discípulo de Jesús vive constantemente al abrigo del Dios vivo, bajo su cuidado. Cuando suene la hora de la persecución, el Espíritu se encargará de la defensa. El juicio llevado por el mundo en contra de Cristo, se convertirá, por la acción del Espíritu, en testimonio dado en su favor.

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 541


3-2.

1. (Año 1) Romanos 4,13.16-18

a) Cuando Pablo, de nuevo con el ejemplo de Abrahán, contrapone "fe y obras", no está queriendo decir que no tenemos que actuar y obrar el bien. Jesús dijo que "no el que dice: Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de mi Padre", ése entrará en el Reino.

Lo que contrapone es la fe en Cristo con el aferramiento espiritual a la observancia de la ley de Moisés como causa de la salvación. Una vez más resume su doctrina: "no fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo". "Al encontrarse con el Dios que da vida, Abrahán creyó". Eso fue lo decisivo.

b) Nosotros nos esforzamos por vivir según el evangelio de Jesús. Imitamos a Abrahán, que creyó en Dios y creyó a Dios, y actuó en consecuencia.

Pero caeríamos en la tentación de los judíos si diéramos a la "observancia" demasiado valor, de modo que caigamos en la autosuficiencia porque "somos buenos" y nos "ganamos" la salvación.

La ley es buena. Pero no es la ley la que salva. "Todo es gracia", don de Dios, para Abrahán y para nosotros. Haremos bien en imitar a este gran hombre que se abrió totalmente a Dios, que nos dio un ejemplo admirable de fe, contra toda esperanza y contra toda apariencia. Las dos promesas de Dios -que tendría un hijo y que le pertenecería toda la tierra de Canaán-. parecían imposibles de conseguir, y sin embargo, Abrahán creyó. Y fueron posibles.

Tanto en nuestra vida espiritual como en nuestro trabajo apostólico, no tendríamos que apoyarnos tanto en nuestros propios talentos y recursos, sino en la gracia y la fuerza salvadora de Dios. Nosotros tenemos un doble motivo para fiarnos de Dios: la promesa hecha a Abrahán y la Alianza Nueva que ha concedido a la humanidad en la Pascua de su Hijo. Lo que dice el salmo podemos repetirlo con mayor alegría: "se acuerda de la palabra que había dado a su siervo Abrahán, sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo". Si creemos en Dios y no nos basamos en cálculos comerciales humanos, también nosotros seremos padres de numerosa descendencia. Y lo imposible será posible.

1. (Año II) Efesios 1,15-23

a) Después del himno al plan salvador de Dios, Pablo dirige su saludo a la comunidad, con los deseos que suele incluir en sus varias cartas.

La comunidad de Éfeso es famosa por su fe y su amor a todos, lo que a Pablo le llena de satisfacción. Pero en su oración pide que progresen más: que Dios les conceda sabiduría para conocerle mejor, que ilumine sus ojos, que les llene de esperanza, en vistas a la riqueza de gloria que Dios concederá en herencia a los suyos.

Centra el tema en Cristo, con una cristología llena de vigor. Dios ha "desplegado una fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo, sentándolo a su derecha, poniendo todo bajo sus pies, constituyéndolo Cabeza de la Iglesia". El salmo nos hace aplicar hoy a Cristo lo que en principio se decía del hombre: "lo hiciste (en apariencia) poco inferior a los ángeles, (pero) lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos".

A la Iglesia se la puede llamar rebaño de Cristo, pueblo de Dios, familia santa, reino de Dios, esposa de Cristo, templo del Espiritu, nuevo Israel. Todos son nombres complementarios que ayudan a entender su rica identidad. Aquí Pablo la llama "Cuerpo de Cristo", y a Cristo, "Cabeza de la Iglesia". Es una de las imágenes más profundas de todo el N.T. para entender la estrecha relación que existe entre Cristo Jesús y su comunidad.

b) Si tuviéramos una visión de Cristo y de la Iglesia como la que tenía Pablo, no necesitaríamos muchas más motivaciones para intentar vivir como cristianos y ser sus testigos en el mundo.

Nosotros ya conocemos a Cristo, y le seguimos. Pero podemos profundizar mucho más en esta fe, hasta que llegue a ser motor de nuestro amor y fuente de esperanza que ilumine nuestra vida, hasta el punto de poderla comunicar a los que entren en contacto con nosotros. Como Pablo.

En torno al Jubileo del año 2000 hemos centrado nuestra vida más claramente en torno a Cristo Jesús, puestos nuestros ojos en él, razón de ser de nuestra existencia. La lectura de hoy habla, en griego, de "epignosis", "superconocimiento": no sólo "conocerlo", sino conocerlo más profundamente, llegando a la convicción de quién es Cristo, de cómo lo ha glorificado Dios, "con la fuerza poderosa que desplegó en él", y de cómo es Cabeza de todo y de todos. Nunca conoceremos suficientemente a Cristo. Y cuanto más lo conozcamos, más nos impulsará a vivir en él y como él.

2. Lucas 12,8-12

a) Ayer nos animaba Jesús a ser valientes a la hora de dar testimonio de él, porque Dios nunca se olvida de nosotros: si lo hace con los pajarillos y los cabellos de nuestra cabeza, ¡cuánto más con cada uno de nosotros, que somos sus hijos!

Hoy nos da otro motivo para ser intrépidos en la vida cristiana: él mismo, Jesús, dará testimonio a favor nuestro ante la presencia de Dios, el día del juicio.

Y todavía otro protagonista en estos nuestros ánimos: el Espíritu de Dios. Así se completa la cercanía del Dios Trino. El Padre que no nos olvida, Jesús que "se pondrá de nuestra parte" el día del juicio, y el Espíritu que nos inspirará cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de nuestra fe.

Sólo hay una clase de personas sin remedio, los que "blasfeman contra el Espíritu Santo", o sea, los que, viendo la luz, la niegan, los que no quieren ser salvados. Son ellos mismos los que se excluyen del perdón y la salvación.

b) Nosotros ya estamos empeñados, hace tiempo, en este camino de vida cristiana que no sólo sucede en nuestro ámbito interior, sino que tiene una influencia testimonial en el contexto en que vivimos.

Para este camino necesitamos ánimos, porque no es fácil. Jesús nos asegura el amor de Dios y la ayuda eficaz de su Espíritu. Y además, nos promete que él mismo saldrá fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No se dejará ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente.

En los momentos en que sentimos miedo por algo -y a todos nos pasa, porque la vida es dura- será bueno que recordemos estas palabras de Jesús, afirmando el amor concreto que nos tiene el Dios Trino para ayudarnos en todo momento. Jesús calmó tempestades y curó enfermedades y resucitó muertos. Era el signo de ese amor de Dios que ya está actuando en nuestro mundo. También nos alcanza a nosotros. No tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia.

"Todo depende de la fe, todo es gracia" (1ª lectura I)

"He oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todo el pueblo santo" (1ª lectura II)

"Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también yo me pondré de su parte ante los ángeles de Dios" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 187-190


3-3.

Ef 4, 7-16: Un pueblo al servicio del universo

Lc 12, 8-12: La fe de Jesús y la fe en Jesús

Jesús ha llamado a la comunidad de discípulos para que sean sus testigos y no sus abogados. Jesús no necesita que lo defiendan. Por eso, la labor de los discípulos no es luchar contra los que no creen en él, sino dar un testimonio creíble de su presencia entre hombres y mujeres.

Para creer en Jesús de Nazaret, no basta con pensar que él es el Hijo del Padre, que él es presencia de Dios entre los humanos. Es necesario además, creer en lo que él creyó y amar como él amó. Jesús creía profundamente en el valor y la dignidad de la persona humana. En la posibilidad de que el Reinado de Dios se manifestara entre los seres humanos por medio de la justicia y la igualdad. El creía en que todos debíamos participar de la misma mesa, por lo que no debería haber excluidos ni marginados. Esta fe de Jesús en una nueva humanidad era la expresión de su fe en Dios Padre. Fe que se manifestó en un inmenso amor por los necesitados, oprimidos y marginados. Amor sin medida por sus amigos y discípulos. Amor por todos aquellos que carecían de afecto y comprensión. Por eso, hoy creer en Jesús no puede ser sólo un acto de aceptación verbal. Sino, ante todo, un acto de solidaridad y adhesión a su propuesta: creyendo en lo que él creyó y amando a quienes él amó.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4. CLARETIANOS 2002

No es lo mismo seguir a Jesús en espacios y tiempos tranquilos que seguirlo en condiciones de amenaza y persecución. Algunas palabras de Jesús sólo comienzan a ser inteligibles cuando experimentamos dificultades a causa de su nombre; por ejemplo, las que leemos en el evangelio de hoy. ¿Qué significa ponerse de parte de Cristo delante de los hombres? ¿Cómo dar testimonio de él sin arrogancia pero también sin temor al ridículo, sin falsos pudores, sin vergüenza?

A veces los creyentes podemos dar la sensación de que, en el fondo, no creemos lo que decimos creer. Cuando se presentan las ocasiones de decir una palabra clara, o de realizar un gesto oportuno, nos retiramos por temor a ser tildados de ... ¿de qué? Esto les sucede a menudo a muchos cristianos famosos que se mueven en el terreno de la política, de la economía, de la ciencia, de las artes, del deporte. No es que vivan su fe con discreción: es que la viven de manera vergonzante, a escondidas, como si temieran perder relieve social por manifestarse humildemente seguidores de Cristo.

Pero no sólo los famosos. Este temor puede asaltarnos a todos nosotros. Si así fuera, significaría que estimamos en muy poco nuestra fe. O que preferimos la aceptación social a la autenticidad de manifestar lo que somos.

Cuando nos dejamos llevar por el temor no dejamos espacio al Espíritu Santo. Cuando hablamos nosotros, no permitimos que el Espíritu nos enseñe "lo que tenemos que decir". El resultado es una tranquilidad personal aparente y una ocasión perdida para el evangelio.

Hoy recordamos que hubo hombres como San Pedro de Alcántara o San Pablo de la Cruz que no fueron esclavos del qué dirán, que no fueron tan prisioneros de su imagen como para ocupar el puesto reservado al Espíritu. No es que ellos hicieran cosas llamativas para ponerse de parte de Cristo: es que permitieron que el Espíritu Santo mostrara a través de sus vidas hasta dónde puede llegar la fuerza transformadora de la fe.

Mañana celebraremos la Jornada del Domund. Es un buen momento para espabilar nuestra vocación misionera. Buen fin de semana a todos.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-5. 2001

COMENTARIO 1

No hay disociación entre cielo y tierra. El plan de Dios es el plan del hombre, que él encarna: «Y os digo que si uno, quienquiera que sea, se pronuncia por mí ante los hombres, también el Hombre se pronunciará por él ante los ángeles de Dios» (12,8). No dice: 'en los periódicos' o 'por la televisión'. Dios tiene otro canal: el hombre. A quien comete una injusticia contra el hombre, se le puede perdonar, pero quien se sirve de la fuerza del nombre de Dios para ir contra el hombre, no tiene perdón. Ha malgastado la energía del Espíritu, y ya no tiene recambio. No se trata de una 'blasfemia' de palabra, sino de hecho (12,10).

Cierra esta serie de avisos con una nueva advertencia: «No os preocupéis de cómo o de qué os vais a defender o de lo que vais a decir» (12,11). No hagáis apologías personales o del grupo o estamento ante las autoridades civiles o religiosas. (Lucas está pensando en la retahíla de apologías a que Pablo se verá abocado: cf. Hch 22,1; 24,10; 26,1-2.24.) Quien se defiende es porque tiene miedo de perder las propias seguridades, porque se siente identificado con una determinada estructura. Es el punto flaco por donde os pueden atrapar y reconducir al redil de las falsas seguridades. «Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir» (Lc 12,12). La profecía es diametralmente opuesta a la apología. La apología se basa en medios humanos, y se puede contradecir; la profecía es irrebati-ble. La única 'solución' es eliminar al profeta. Jesús es el Profeta por excelencia: a pesar de que lo eliminaron, él sigue presente en la comunidad que celebra su memorial en la eucaristía y continúa moviendo hombres y mujeres y hablando a través de ellos. Son los 'profetas' modernos. Los que en vez de 'preocuparse' por defender su posición social, se ponen sin más al servicio del hombre y lo liberan.

COMENTARIO 2

La realización de la tarea misionera presenta inmensas dificultades que pueden hacer germinar en nosotros actitudes de desconfianza y desaliento. Por ello se hace necesario renovar continuamente los sentimientos de confianza volviendo constantemente a las palabras de promesa ofrecidas por Jesús a sus seguidores.

En primer lugar, es necesario tener presente el compromiso asumido por Jesús de ser nuestro testigo en el Juicio de Dios si perseveramos con coraje en la tarea emprendida. La consideración de su actuación en el futuro Juicio de Dios que espera a todos los hombres es la primera fuente en que podemos encontrar el ánimo necesario para seguir adelante sin desfallecer.

En segundo lugar, tenemos a disposición una segunda fuente para renovar la confianza. La certeza de la presencia del Espíritu Santo en la tarea misionera nos da la seguridad necesaria para enfrentar los desafíos y dificultades que encontramos en su concreción. Dicha presencia llega hasta su identificación con los portadores del mensaje y con cada una de sus acciones encaminadas a concretarlo.

Sobre todo, en las dificultades que pueden llegar a poner en peligro la propia vida, esa presencia confortante encontrará el modo de manifestarse claramente. Aún cuando seamos acusados y estemos en peligro de muerte a causa de los poderosos que se oponen al mensaje de Jesús, sabemos que el Espíritu actuará en nuestro favor, inspirando la forma de defensa.

Esa actuación, hecha ya realidad durante el tiempo apostólico en Pedro (Hch 4,8; 5,32) y Esteban (Hch 7,55) sigue activa a lo largo del tiempo suscitando el testimonio eclesial.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. 2002

Cristo es de todos y la fe en él sobrepasa completamente las fronteras aún de la misma Iglesia (así lo entiende Nostra Aetate 2, del Vaticano II). Al principio está el ser humano en su absoluta desnudez y sobre él irrumpe la "manifestación " de Dios sin ningún criterio de preselección discriminatoria. Esto no impide que se cumpla el proceso de evangelización, pero exige que se cumpla sin el absurdo complejo de superioridad del evangelizador que presume ofrecer un modelo que tiene el monopolio de Dios y de Cristo, cuando muchas veces es una mera colonización sociocultural y etno-religiosa.
Pablo ve en Abraham un "tipo" de cristiano, que sabe que "está muerto", pero cree a Dios. que ha resucitado a Cristo, Señor de todos; el vivir y el morir del cristiano no le pertenecen ya, "se vive y se muere para el Señor"(2Cor 5,14-15; Rom 14,7-9). Pues bien, Cristo que asume misteriosamente la condición indigente del ser humano (Flp 2,7-8; 2Cor5,21; Rom 8,3; Gál 3,13; 4,4) "murió" a causa de esa indigencia ("ex astheneías" 2Cor 13,4), fruto del fracaso existencial: la muerte!
Pero Cristo no se encarnó en la indigencia humana por un simple gesto romántico sino para que en él se iniciase solidariamente la acción salvífica de la "fuerza de Dios": "vive por la fuerza de Dios"(v. 21). Por tanto la muerte de Cristo está en relación "con nuestros pecados" y su resurrección es "nuestra rehabilitación" ("dikaíosis" o proclamación del juicio favorable de Dios que orienta eficazmente la existencia humana hacia la vida, más allá de la muerte). Por lo cual, la fe, que es un reconocimiento de la propia pobreza e indigencia y una aceptación libre de la salvación ofrecida por la 'fuerza de Dios', se refiere esencialmente al gran acontecimiento de dicha 'fuerza': la resurrección de Cristo.
Ahora Jesús asegura la salida final al testimonio de los discípulos, llamados a reconocer públicamente a Jesús como Señor y Mesías: él mismo será el abogado defensor. En la imagen del proceso, retomada del mundo bíblico (cfr. Is 50,8-9; Rom 8,33 etc) el pensamiento recurre al Señor resucitado que vive junto a Dios (Jn 1,2; Flp 2,10), pero está presente de modo eficaz, mediante su Espíritu, en la confrontación pública de los discípulos con los poderosos y opresores de este mundo.
Lucas piensa en las experiencias de la primitiva Iglesia de los Hechos, en el coraje de los testimonios apostólicos (cfr. Hch 4,8; 5,32) pero también en sus comunidades cristianas, expuestas al riesgo de la apostasía o desconfianza frente a las amenazas y represiones del ambiente circundante. A este propósito cita un dicho de Jesús :"toda persona que critique al Hijo del hombre podrá ser perdonada pero el que calumnie al Espíritu Santo no tendrá perdón" (v. 10). El rechazo del Jesús histórico, en su estado kenótico, esto es de humillación y sufrimiento, de indigencia humana, tiene aún posibilidad de conversión y perdón; baste recordar el ejemplo de Pablo y de numerosos convertidos judíos. Pero el rechazo consciente -después del don y del testimonio- del Espíritu 'fuerza de Dios', es blasfemia y cierra toda posibilidad de conversión y perdón. Y también en este caso ve Lucas una confirmación de la experiencia del enceguecimiento y dureza de aquellos judíos que rechazan el testimonio de los apóstoles (cfr. Hch 28,25-28). Para fortuna de todos, es Dios quien concede o niega el perdón; los seres humanos, sean cristianos piadosos o con autoridad, no pueden establecer para los otros a su propio arbitrio dónde comienza y dónde termina el perdón de Dios, antes bien ellos mismos deben interrogarse con franqueza si son fieles al testimonio del Espíritu que hace siempre disponible el perdón de Dios (cfr. Gal 6,1-5).

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. ACI DIGITAL 2003

3. Léase San Mateo 10, 16 y nota: "Mirad que Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas". Como ovejas en medio de lobos: He aquí el sello que nos permite en todos los tiempos reconocer a los discípulos. Un humilde predicador, atacado por un poderoso que defendía el brillo mundano de sus posiciones sacudidas por la elocuencia del Evangelio, se limitó a dar esta respuesta: "Una sola cosa me interesa en este caso, y es que Jesús no vea en mí al lobo sino al cordero". Como las serpientes: Entre los pueblos de Oriente la serpiente era símbolo de la prudencia y de las ciencias ocultas. Nótese, con S. Gregorio Magno, que el Señor recomienda la unión de la prudencia con la sencillez. Esta para con Dios y aquélla para con los hombres.

4. Ni saludéis: Los orientales son muy ceremoniosos y para ellos saludar equivale a detenerse y perder tiempo. Véase Mat. 10, 9 s. y nota: "No tengáis ni oro, ni plata, ni cobre en vuestros cinto". En estas palabras se contiene una exhortación a amar y practicar la pobreza, un llamado especial que Dios hace a los religiosos y sacerdotes que se dedican al sagrado ministerio. Jesús manda, tanto a los apóstoles, como a los discípulos que no lleven bolsa, ni alforja, ni dinero, confiando en la eficacia propia de la divina Palabra, cuya predicación es el objeto por excelencia del apostolado, según se nos muestra en la despedida de Jesús; en la conducta de los Doce después de Pentecostés y en las declaraciones de S. Pablo.

5. Hijo de paz es aquel que está dispuesto a aceptar la palabra de Dios. Hermosa fórmula de saludo (v. 5), que debiéramos usar en la vida, como se la usa en la Liturgia.
Cf. 1, 28; Mat. 10, 12 y notas.


3-8. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Ef 1,15-23 Dio a Cristo como cabeza, sobre todo, a la Iglesia, que es su cuerpo
Salmo responsorial: 8, 2-3a. 4-5. 6-7a. Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos.
Lc 12, 8-12: El Hijo del hombre se pronunciará por él.

A la instrucción e invitación a no tener miedo de los que sólo pueden matar el cuerpo, siguen dos afirmaciones de Jesús en las que se muestra la identificación entre él y los suyos. Cualquiera que se pronuncie a su favor ante los hombres, Jesús hará otro tanto ante Dios (=los ángeles de Dios). Si alguien no ha comprendido la realidad humana de Jesús, se le puede perdonar, porque siempre puede cambiar; pero quien insulta al Espíritu Santo no tiene perdón, porque esto equivale a atribuir a Belcebú el poder liberador de Jesús, afirmación que solo se puede hacer con mala fe; quien adopta esa actitud ante Jesús se está cerrando a la posibilidad de cambio, al no reconocer a Jesús como Mesías liberador.

En todo caso, Jesús avisa, como ya lo hizo con los setenta, que el seguimiento en la misión no estará exento de persecución. La posibilidad de la persecución, sin embargo, no deberá amedrentar a los discípulos. El libro de los Hechos recuerda los casos más notables de discípulos perseguidos (Pedro, Esteban, Santiago, Pablo) y no fueron los únicos en la comunidad primitiva. Pero el discípulo no debe amedrentarse, porque lleva adelante una causa que no es suya, y tiene la promesa de que quien lo envía lo ayudará, llegado el momento. Y, aunque es verdad que la ayuda de Dios a veces no se ve con claridad, el cristiano debe tener conciencia de la presencia constante de Dios en su vida; y, cuando sienta su ausencia, ésta, sentida y sufrida, será como un modo intenso de presencia. Como el que tuvo Jesús en la cruz cuando gritó: “¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!”, frase con la que se abre el salmo 21 y en el que el salmista termina afirmando: “Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo; a mí me dará la vida…” No se desesperó Jesús en la cruz, sino todo lo contrario. Cuando rezó este salmo en el que un justo perseguido y vejado por sus enemigos pone toda su esperanza en el Dios de la vida se abrió al abrazo de Dios que le daría la vida. Magnífico ejemplo. Tomemos nota.


3-9.

Comentario: Rev. D. Albert Taulé i Viñas (Barcelona, España)

«El Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»

Hoy resuenan otra vez las palabras de Jesús invitándonos a reconocerlo ante los hombres. «Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12,8). Estamos en un tiempo en que en la vida pública se reivindica la laicidad, obligando a los creyentes a manifestar su fe únicamente en el ámbito privado. Cuando un cristiano, un presbítero, un obispo, el Papa..., dice alguna cosa públicamente, aunque sea llena de sentido común, molesta, únicamente porque viene de quien viene, como si nosotros no tuviésemos derecho —¡como todo el mundo!— a decir lo que pensamos. Por más que les incomode, no podemos dejar de anunciar el Evangelio. En todo caso, «el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12,12). Al respecto, san Cirilo de Jerusalén lo remataba afirmando que «el Espíritu Santo, que habita en los que están bien dispuestos, les inspira como doctor aquello que han de decir».

Los ataques que nos hacen tienen una gravedad distinta, porque no es lo mismo decir mal de un miembro de la Iglesia (a veces con razón, por nuestras deficiencias), que atacar a Jesucristo (si lo ven únicamente en su dimensión humana), o injuriar al Espíritu Santo, ya sea blasfemando, ya sea negando la existencia y los atributos de Dios.

Por lo que se refiere al perdón de la injuria, incluso cuando el pecado es leve, es necesaria una actitud previa que es el arrepentimiento. Si no hay arrepentimiento, el perdón es inviable, el puente está roto por un lado. Por esto, Jesús dice que hay pecados que ni Dios perdonará, si no hay por parte del pecador la actitud humilde de reconocer su pecado (cf. Lc 12,10).


3-10. Sábado, 16 de octubre del 2004

Constituyó a Cristo Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 15-23

Hermanos:

Habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los hermanos, doy gracias sin cesar por ustedes, recordándolos siempre en mis oraciones.

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza.

Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.

Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 8, 2-3a. 4-7

R. Diste dominio a tu Hijo sobre la obra de tus manos.

¡Señor, nuestro Dios,
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
con la alabanza de los niños y de los más pequeños. R.

Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y las estrellas que has creado:
¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides? R.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos,
todo lo pusiste bajo sus pies. R.

EVANGELIO

El Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deben decir

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 8-12

Jesús dijo a sus discípulos:

Les aseguro que aquél que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres no será reconocido ante los ángeles de Dios.

Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.

Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Ef. 1, 15-23. No puede uno unir su vida a Cristo sin dejar de experimentar, como consecuencia necesaria, el amor de Dios; y sin dejar de tener un verdadero y sincero amor fraterno hacia el prójimo, pues es nuestro el amor que el Padre le tiene a su Hijo, y en nosotros están y actúan los mismos sentimientos del amor de Cristo hacia la humanidad entera. Unidos a Cristo tendremos la Sabiduría y la revelación de Dios hacia nosotros, experimentando su presencia y su amor que nos jalonarán, necesariamente, hacia el amor fraterno. Gracias al Misterio Pascual de Cristo no sólo experimenta Él la glorificación, sino que ella llega también hasta nosotros, su Iglesia, su Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo. Unidos a Cristo, estamos por encima de todo lo creado tanto en el cielo como en la tierra. Ante esta prueba de su amor por nosotros no podemos vivir al margen de Cristo llevando una vida totalmente desligada de nuestra fe, sino que más bien ya desde ahora hemos de vivir sin esclavizarnos a lo pasajero o a cualquier fuerza que quiera alejarnos de nuestro Dios y Padre. Pidámosle al Señor que nos ayude a vivir de tal forma unidos a Él por la fe y el amor que su Iglesia se convierta en una auténtica revelación del amor de Dios para todos los pueblos y naciones. Trabajemos por la unidad; vivamos el auténtico amor fraterno y caminemos siempre unidos a Cristo movidos por el único Espíritu Santo, que nos guía hacia el Padre hasta que, unidos al Él, en Él seamos santos como Él es Santo.

Sal. 8. Cristo, después de su Victoria sobre el pecado y la muerte, se ha sentado coronado de gloria y dignidad, a la derecha del Padre Dios. Qué admirable es el Señor, pues, a pesar de que muchas veces hemos vagado lejos de Él, sin embargo, por medio de la fe y del bautismo, nos ha hecho, también a nosotros, partícipes de su Victoria y de su Gloria, muy por encima de todos los ángeles. Este es el designio salvador de Dios sobre nosotros. Dios espera de nosotros una vida íntegra, un caminar en la fe, llenos de amor y de esperanza, con la mirada no embotada en los pasajero, sino puesta en los bienes eternos. Por eso pidámosle al Señor que nos ayude a centrar sólo en Él nuestro corazón, pues teniéndolo a Él con nosotros, ¿quién podrá en contra nuestra?. Si queremos algún día participar de la Gloria de Cristo a la diestra de Dios Padre, aceptemos, ya desde ahora, la salvación que el Señor nos ofrece, viviendo y caminando siempre en el amor, guiados por el Espíritu Santo, haciendo así de nuestra vida una alabanza, cada vez más perfecta, del Santo Nombre de nuestro Dios y Padre.

Lc. 12, 8-12. En el Evangelio el Señor quiere prevenirnos contra la apostasía, pues la voluntad del Padre Dios es que creamos en Aquel que Él nos ha enviado. Fuera de Cristo no hay otro nombre en el que podamos salvarnos. Quien niegue a Cristo está poniéndose en un grave riesgo de no alcanzar la salvación eterna. Ante nuestras propias faltas hemos de saber arrepentirnos sabiendo que el Señor está siempre dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero y arrepentido. El Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nuestros corazones, tiene la misión de ofrecernos el perdón, el arrepentimiento y la renovación que Cristo logró para nosotros mediante su entrega en la Cruz y mediante su Resurrección. Si alguien rechaza al Espíritu Santo, ¿cómo podrá ser perdonado? Si en verdad queremos dar un auténtico testimonio de nuestra fe dejémonos poseer y guiar por el Espíritu Santo, para que Él sea quien dé testimonio de Jesucristo desde nosotros ante cualquier persona que nos pida razón de nuestra esperanza.

Tenemos la firme esperanza de llegar a donde Cristo, nuestra Cabeza y Principio, nos ha precedido; pues Él no se alejó de nosotros. De un modo misterioso su Iglesia permanece unida a Él, y ya desde ahora, en medio de persecuciones y tribulaciones, va haciendo suya la Gloria de su Señor y la va manifestando por medio de sus buenas obras. Por eso también podemos decir que, por medio de su Iglesia, el Señor continúa realizando su obra salvadora a favor de todas las personas, de todos los tiempos y lugares. La Iglesia es el instrumento visible mediante el cual el Señor permanece entre nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Y la Iglesia, que vive en una continua conversión, celebra la Eucaristía, no sólo para que escuchemos su voz como discípulos descuidados, sino para que aprendamos a confesar nuestra fe en medio de las diversas estructuras y ambientes de nuestro mundo, procurando ser fermento de santidad en él. Cristo, la manifestación de Él al mundo de un modo concreto y encarnado, es nuestra responsabilidad en esta etapa de la historia que estamos viviendo. Por eso no hagamos de nuestra Eucaristía un simple acto de piedad sino una auténtica renovación de nuestra Alianza con Dios que nos debe llevar a manifestarnos como sus hijos y a trabajar, esforzadamente, sin avergonzarnos, para que el Reino de Dios vaya afianzándose cada vez más entre nosotros.

El Señor nos dice que cuando una mujer va a dar a luz se angustia, pues le ha llegado el momento; pero que una vez que ha dado a luz ya ni se acuerda de ese momento tan difícil por la alegría de haber traído un hijo al mundo. La Iglesia se encamina hacia su plena realización en medio de momentos de angustia, de persecuciones y de muerte. El camino de la Iglesia es el mismo Camino de su Señor: llegar a la Gloria del Padre pasando necesariamente por el calvario. Por eso debemos armarnos de valor en el Espíritu que hemos recibido, y no claudicar en el testimonio que hemos de dar de nuestra fe. Ante gobernadores y reyes, ante los poderosos muchas veces llenos de corrupción y de maldad, no podemos hacer componendas en el Evangelio para evitarnos su rechazo, o sus amenazas de muerte. El Espíritu de Dios siempre estará con nosotros para transformar nuestra vida en un auténtico testimonio del amor salvador de Dios en el mundo. No apaguemos al Espíritu de Dios que habita en nosotros como en un templo; dejémonos más bien guiar por Él para que, desde la Iglesia, el mundo llegue a conocer el amor que Dios nos tiene a todos y el llamado que nos hace para que lleguemos a poseer los bienes definitivos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saberlo conocer mediante su Palabra, mediante los Sacramentos y mediante nuestro prójimo, de tal forma que aprendamos a escucharlo para vivir conforme a sus enseñanzas, a darle culto con un corazón sincero y a servirlo con un verdadero amor traducido en obras de amor fraterno. Amén.

Homiliacatolica.com


3-11.16 de Octubre 2004

161. El pecado contra el Espíritu Santo

Sábado de la Vigésima Octava Semana del Tiempo Ordinario

I. La blasfemia imperdonable al Espíritu Santo consiste en excluir la misma fuente de perdón de los pecados, cerrándose a la gracia y tergiversando los hechos sobrenaturales, atribuyendo la acción divina de Jesús al demonio, como los fariseos del Evangelio de la Misa de hoy. (Lucas 12, 10) Esta actitud, además de su gravedad y malicia, posee una disposición interna de la voluntad que anula toda la posibilidad de arrepentimiento. Todo pecado, por grande que sea, puede ser perdonado, porque la misericordia de Dios es infinita; pero para que se otorgue ese perdón divino es necesario reconocer el pecado y creer en el perdón y en la misericordia del Señor, cercano siempre a nuestra vida. El Papa Juan Pablo II nos advierte de esta deformación de la conciencia. Nosotros le pedimos al Señor una verdadera humildad para reconocer nuestros pecados, y que nunca nos acostumbremos a ellos, incluyendo los veniales. A Nuestra Señora le pedimos el santo temor de Dios, para no perder nunca el sentido del pecado y la conciencia de nuestros errores.

II. Jesucristo nos dio a conocer plenamente al Espíritu Santo como una Persona distinta del Padre y del Hijo, como el Amor personal dentro de la Trinidad Beatísima, que es la fuente y modelo de todo amor creado (CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes). Jesús se refiere a Él como a un paráclito o consejero, esto es, abogado y confortador. Tiene como particular misión el juicio de la propia conciencia, y ese otro juicio tan especial de la Confesión de donde salimos absueltos de nuestras culpas y llenos de una riqueza nueva. La delicadeza de conciencia es aquella que tiene el alma cuando aborrece el pecado, incluso venial, y procura ser dócil a las inspiraciones y gracias del Espíritu Santo. Lo contrario a la conciencia delicada es la dureza de corazón que corresponde a la pérdida del sentido del pecado (JUAN PABLO II), contra la cuál siempre debemos estar alerta

III. Vivimos en un ambiente pagano generalizado, parecido al que encontraron los primeros cristianos, y que hemos de cambiar como ellos lo hicieron. En innumerables ocasiones se enjuician ideas y hechos contrarios a la ley de Dios como asuntos normales, que a veces se deploran por sus consecuencias dañinas para la sociedad y para el individuo, pero sin referencia alguna al Creador. La suciedad de los pecados necesita un término de referencia, y éste es la santidad de Dios. El cristiano sólo percibe el desamor cuando considera el amor a Cristo. Digámosle como San Pedro: Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo (Juan 21, 17)


Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
 


3-12.

El Espíritu Santo os enseñará

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Luis Gralla

Lucas 12, 8-12


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir.

Reflexión:

El mundo necesita testigos de Cristo y de su Evangelio. Necesita santos. Y el maestro que nos va guiando hacia esta meta es el Espíritu Santo. Es Él quien nos enseña cómo ser seguidores auténticos de Cristo. Nos da también la fuerza y el valor para ser heraldos del Evangelio ante los hombres.

Pero, ¿cómo aprender del Espíritu Santo? ¿Cómo escuchar su voz en nuestro interior, en un mundo lleno de ruidos? Es posible que sepamos de memoria los resultados de los últimos Juegos Olímpicos, o las novedades de la moda o la política, pero para nosotros el Espíritu Santo puede ser aún ese gran desconocido. Hay que aprender a escucharle en el silencio de nuestra alma, en la celebración de la liturgia, en la lectura atenta del Nuevo Testamento, en los escritos del Papa y de los santos.

El Espíritu Santo debe ser para nosotros un amigo, un socio con el que queramos tratar el negocio de nuestra salvación. Para ello, el alma debe recogerse, escuchar su voz y seguir con docilidad sus inspiraciones. Son inspiraciones sencillas, que exigen poco a poco una mayor entrega y fidelidad a Dios. Pero en esta exigencia encontramos también el camino de nuestra felicidad. Dios sabe perfectamente qué nos conviene, y nos lo comunica a través de su enviado, nuestro colaborador, el Espíritu Santo.


3-13. 28ª Semana. Sábado 2004

I. Jesús, por ser cristiano estoy llamado a dar testimonio de Ti. Quiera o no, mi ejemplo -bueno o malo- es visto por todos los que me rodean y me tratan. Si me comporto con visión sobrenatural, si trato de identificarme contigo y hacer siempre tu voluntad, estaré dando un testimonio fiel de Ti, te estaré confesando ante los hombres.

Jesús, hay momentos en los que cuesta especialmente dar testimonio cristiano.

Por ejemplo, cuando mi grupo de amigos se divierte ridiculizando a la Iglesia o a personas consagradas; o cuando algunos planes a los que me invitan no son dignos de un cristiano; o cuando es difícil ser honrado en los negocios. En esos momentos, lo natural para un cristiano es ser «antinatural»; es decir, dar la cara, ir contra corriente.

Jesús, también me pides que dé testimonio cristiano cuando sufro algún revés físico, económico o moral. La serenidad, la fortaleza, la esperanza y la paz con que un cristiano afronta el dolor son muchas veces el mayor testimonio de fe, la mejor enseñanza, el ejemplo que la gente más necesita y que más hondo cala en el alma.

Vosotros tenéis que desarrollar una tarea altísima, estáis llamados a completar en vuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas. Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los del crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos insidian a la humanidad contemporánea. En vosotros, Cristo prolonga su pasión redentora [105].

II. Nuestro Señor Jesucristo lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Ésta es la obra del Espíritu Santo en cada alma -en la tuya-, y has de ser dócil, para no poner obstáculos a tu Dios [106].

Jesús, aunque en las obras que Dios hace en el mundo están siempre presentes las tres personas divinas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, ciertas obras se atribuyen especialmente a cada una: al Padre, la creación; a Ti, la redención; y al Espíritu Santo, la santificación de las almas y de la Iglesia. Tú quieres que te siga de cerca, que sea santo. Para eso me has redimido muriendo en la cruz. Pero la redención se aplica en mi vida a través de la gracia del Espíritu Santo. La santificación es obra del Espíritu Santo en cada alma.

Jesús, hoy me dices que no me preocupe ante las acusaciones y las insidias de los incrédulos. El Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir. Fortalecido e iluminado por la gracia del Espíritu Santo sabré responder bien por mal, verdad por mentira, honestidad por hipocresía. Pero he de saber que mi fortaleza es prestada, que yo -por mí mismo- no valgo nada, ni puedo nada. Por eso he de acudir a esos medios santos -los Sacramentos- para llenarme de gracia divina.

Todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado. Jesús, Tú perdonas a todo el que se arrepiente de su pecado. Sin embargo, a quien no confíe en el poder salvador del Espíritu Santo, no podrás perdonarle, porque le falta una condición necesaria: la contrición. Por eso, la desesperación y el endurecimiento del corazón son pecados muy graves: El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado. María, tú eres la esposa del Espíritu Santo. Tú confiaste siempre en Él, obedeciendo fidelísimamente sus inspiraciones. Ayúdame a buscar, encontrar y amar a Dios Espíritu Santo, porque es Él quien me ha de santificar.

[105] Juan Pablo II, Turín, 13-IV-1980.
[106] Forja, 860.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-14. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Jesús nos invita, en el texto de Lucas que se lee hoy, a perseverar en la fe cuando nos hostigan por su causa. Y el Espíritu es el garante de la fuerza que necesitamos para dar testimonio contra viento y marea. A veces los cristianos nos sorprendemos a nosotros mismos deseando que cese toda “persecución”, “todo ataque”. Ciertamente, debemos hablar con libertad y denunciar y reivindicar, sobre todo, los derechos de quienes no tienen voz. Pero también tenemos que recordar, de puertas adentro, que Jesús habla de persecución; que el Evangelio no es bien aceptado por nuestra sociedad; que los criterios de este mundo no son los criterios del reino; que nuestra fe, si es coherente, será desafiada y siempre cuestionada. Y todo esto no puede hacernos sentir víctimas. Porque si nos consideramos víctimas, podemos estar negando al Hijo del hombre y desoyendo al Espíritu Santo, que es quien tiene palabra acertada en estas situaciones.

Cuando llegue la ocasión, lo primero será orar. Con un salmo [4, 5, 35 (34), 55 (54), 69 (68), 86 (85)...]. O con una plegaria nuestra de labios y corazón. O con otras. Entre ellas, esta oración de Dom Helder Cámara, titulada “¡Guía mi mirada, Señor!”.

Cuando Tú mismo
pongas a prueba mi fe,
y me hagas marchar
por entre la niebla más cerrada,
borrada toda vereda ante mí,
por mucho que mi paso vacile,
haz que mi mirada,
tranquila e iluminada,
sea un testimonio viviente
de que te llevo conmigo,
de que estoy en paz.
Cuando Tú mismo
pongas a prueba mi confianza,
permitiendo
que el aire se vaya enrareciendo
y que me embargue la sensación
de que el suelo se está resquebrajando
bajo mis pies;
que mi mirada les recuerde a todos
que no hay nadie
que cuente con la fuerza suficiente
para arrancarme de Ti,
en quien caminamos
respiramos y somos...

Y si un día Tú mismo permites
que el odio me salpique,
y me prepare trampas,
y falsee mis intenciones,
y las desfigure:
que la mirada de tu Hijo
vaya repartiendo
serenidad y amor
a través de mis ojos.

Amén.


Que la mirada de Jesús esté en vuestra mirada.

Vuestro hermano en la fe,

Luis Ángel de las Heras, cmf
(luisangelcmf@yahoo.es)