VIERNES DE LA SEMANA 28ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Rm 4, 1-8

1-1.

En este pasaje, san Pablo tomará ejemplo de la vida de Abraham. El es el padre de todo el pueblo judío. Pues bien, tampoco él, dice san Pablo, fue justificado «por sus buenas obras» sino «por la Fe». Esto destruye toda perfección y esto debería convencer a todos aquellos que continúan pensando la salvación con una concepción demasiado judaica.

-¿Qué diremos de nuestro antepasado Abraham? Si nuestro padre en la Fe, obtuvo la justicia «en razón de sus obras», tiene de qué gloriarse, pero no delante de Dios.

Por ahí san Pablo establece la unidad teológica de las dos Alianzas. Ya en la antigua Alianza era la Fe la que salvaba. El tema del «orgullo» es un tema dominante en el pensamiento de san Pablo: el pecado es ante todo esta pretensión, este orgullo del hombre de hacerse valer ante Dios, ya sea por la justicia de las obras -entre los judíos- ya sea por la apariencia -entre los griegos-. Entonces el hombre se olvida de que «todo lo que él es, lo debe a la gracia de Dios». Creer es, precisamente, reconocer esto y recibirlo todo de Dios.

-Creyó Abraham en Dios, y le fue reputado como justicia.

Aumenta en nosotros la fe, Señor.

-Al que trabaja no se le cuenta el salario como favor, sino como retribución justa. En cambio al que, sin trabajar, cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como justicia.

Los que no quieren comprender lo interpretan como una pura insistencia de san Pablo. La salvación no nos es debida.

No es algo merecido, como lo es un salario.

No hay que exigir a Dios unos «derechos adquiridos».

Dios= «Aquel que justifica al impío», «aquel que hace del impío un hombre justo». ¡Qué hermosa definición de Dios! Gracias, Señor, de haberte revelado a nosotros bajo ese aspecto: Aquel que salva.

-Así también David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios declara justo, independientemente de sus obras.

Y como si no se hubiere aún comprendido, insiste nuevamente.

¡Ah Señor !Llénanos de esta certeza.

Esto no significa que tenemos que permanecer pasivos en la Fe. No, la fe moviliza al hombre entero y lo induce a la actividad del amor. Pero con la convicción profunda que todo es gracia.

«Cuando se ha hecho todo como no esperando nada de Dios... Hay que esperarlo todo de Dios como si no se hubiese hecho nada por sí...». ·Blondel-M

-Bienaventurado el hombre absuelto de su culpa y a quien han sido perdonados sus pecados.

Así Abraham mismo es un pecador-salvado.

Todo hombre recibe esta llamada y puede saborear esa dicha. Puedo repetir esa frase, adoptándola como oración.

No se trata de complacerse en las propias culpas, sino de atreverse a pensar, con san Pablo, que no son forzosamente un obstáculo absoluto, en la medida en que nos hacen experimentar mejor la necesidad de un Salvador.

En este caso pueden ser la fuente de una nueva dicha: «bienaventurado el hombre...». Señor, ayúdame a convertir «en bien» todo cuanto podría se en mí un mal. Que todo obstáculo, tanto en mí como en los demás, sea ocasión de apoyarnos más en Ti. En este sentido no hay nada peor que creerse justo o que no tener ninguna dificultad: ¡bastarse uno a sí mismo!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 340 s.


2.- Ef 1, 11-14

2-1.

-En Cristo Jesús, Dios nos ha predestinado a ser un pueblo, nosotros los hijos de Israel... En El también vosotros que habéis escuchado la buena nueva de la salvación...

La búsqueda de la unidad que corre a través de las aspiracione_s de la humanidad, y que parece ser un hermoso sueño, una utopía irrealizable a causa de las profundas rupturas que separan las razas, las naciones, los países... se ha realizado ya simbólicamente, en la reconciliación de los "judíos" y de los "paganos", en el mismo Cristo. Pablo, judío de origen, estuvo obsesionado toda su vida por esa convicción: introducir a los gentiles en la Iglesia en pie de igualdad.

-Para ser nosotros, los hijos de Israel, los que ya antes esperábamos en Cristo, alabanza de su gloria...

Hubo una primera oleada, el pueblo judío.

Hubo un primer "canto", el de la comunidad de la sinagoga.

-Y también vosotros que habéis escuchado la Palabra de la verdad y creído también en El, habéis sido sellados en el Espíritu Santo...

Es la segunda oleada.

HOY también se puede aplicar ese designio divino a nuestros contemporáneos.

Como en los tiempos de san Pablo, hay los que "cantan" ya la gloria de Dios porque han descubierto a Cristo... y hay el inmenso grupo de los que esperan el evangelio y la fe...

¿Estoy atento al esfuerzo misionero de la Iglesia de hoy? ¿Me considero como un privilegiado, -un aprovechado- de la fe, o como un apóstol, un participante al proyecto de todos los hombres en Cristo?

-El sello del Espíritu.

El término griego usado aquí evoca el «sello» con el que se marcaba a las ovejas para indicar su propietario.

La Presencia del Espíritu en nosotros nos marca para poder ser reconocidos por El como suyos.

El Espíritu, es el «primer avance», la prenda de la herencia, cuya plena posesión obtendremos el día de la liberación final.

Pablo ve la vida cristiana en un dinamismo vital, lo realizado hasta hoy no es más que un inicio, unas "arras", un «primer avance»... Un día llegará la plenitud, el total cumplimiento.

Hoy participamos «un poco» de los dones de Dios.

Un día seremos colmados.

¿Considero así mi vida? ¿Me contento con ir tirando...? No obstante el Espíritu ya está aquí, me empuja y me zarandea para que me deje conducir por El. Espíritu de Dios, vendaval de Dios, ¡levántame!

-Para alabanza de su gloria

Será éste uno de los estribillos de la Epístola: llegar a ser una «alabanza de gloria» para Dios... ser un «cántico» para Dios... Señor, que mi vida cante tu gloria.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 340 s.


3.- Lc 12, 1-7

3-1. 

La hipocresía es el pecado típico del fariseo (cf. 11. 42-44). El discípulo de Jesús debe proceder sin disimulo, sin doblez, sin mentira. Su conducta debe ser siempre franca, como quien obra a la luz del día, como en plena plaza. Toda su acción, toda palabra suya será un día testimonio público.

El discípulo es el amigo de Jesús, el que recibe sus confidencia, el hombre de la intimidad. Con ellos Jesús no tiene secretos (Jn 15. 14-15). Como amigo de Jesús compartirá con él hasta su misma suerte de persecución y de muerte (Jn 15. 18-21; 16. 1-4; 1 Jn 3. 13). El discípulo debe mantenerse entonces fiel al amigo, sin temor. Sólo se justifica el temor amoroso al Padre, que dispone de los destinos definitivos.

Junto al discípulo, a su vera, fija su amorosa mirada sobre él, está siempre el Padre. La historia personal, íntima, y la historia comunitaria, está en sus manos. Aun cuando sus caminos resulten incomprensibles para la sabiduría humana (Is 55. 8-9).

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 540


3-2. /Lc/12/01 FARISEISMO/HIPOCRESÍA 

Siempre hay fariseos, y los seguirá habiendo en tanto que nazcan hombres de la simiente pecadora de Adán. No precisa ser judío para pensar, obrar y hablar igual que los fariseos; hay muchos cristianos que son fariseos; como también, muchos más aún, los hay que se glorían de no ser ni judíos ni cristianos, y que... son fariseos. Latente llevamos todos en nosotros a un fariseo, y sólo en los escogidos y a trueque de sufrimientos nacerá el publicano.

Farisaica es la propia justicia, la satisfacción humana de que nos elevemos por encima de la conciencia que todo cristiano debe tener de sus pecados y que nos hace presumir de que no necesitamos al Redentor. Farisaico es este permanecer en tinieblas, este altanero ocultarse en la oscura nube de lo puramente humano -¡cuan pronto se torna incluso animal-! y de lo puramente natural, que en seguida se vuelve hasta contra naturaleza.

Farisaico es, en una palabra, el resistir al testimonio, el hacer oídos sordos a la voz de Cristo.

Cristo da su testimonio y lo da de amor. Y es fariseo todo aquel que no cree en el amor que, aquí y ante nuestros ojos, sobre el altar del sacrificio, se dispone a sufrir, a morir, para escribir así con su propia sangre humana en nuestros corazones el testimonio divino de sí mismo. Es fariseo el que no cree en esta caridad, el que no bebe el cáliz del testimonio de Cristo, este cáliz que está junto a nuestros labios, igual que el beso del esposo en los de la esposa. Es fariseo el que no cree en el amor, el que no bebe el amor, el que no retorna amor por amor. Y no puede pasar al más allá con Cristo quien muere en su pecado.

Y repitámonos ahora: ¿somos acaso nosotros los fariseos? No vayamos a pensar que para serlo se precisa una densa tiniebla de pecado, una franca resistencia... No siempre el fariseísmo se presenta en lucha tan abierta, como podemos ver en el evangelio.

"Guardaos del fermento de los fariseos, que es la hipocresía", advierte Jesús a sus discípulos. Guardémonos bien del judío que vive oculto en nosotros. Pensemos que no se consigue echarle con facilidad. Y acordémonos que este momento, la hora de la celebración del misterio, del testimonio de Jesús hecho presente, es hora de juicio y de sentencia.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
 EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 274


3-3.

-En esto habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse uno a otros...

Un baño de multitud, como suele decirse hoy.

El texto griego habla de "miríadas" Es sabido cuán difícil es evaluar el número de una manifestación. Lucas parece que habla de "decenas de millares" de personas.

-Jesús empezó a hablar, dirigiéndose en primer lugar a sus discípulos: "Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía" ¡Qué valentía! Para atreverse a tomar posición también públicamente. No olvidemos que algunos fariseos eran ciertamente los notables de entonces y a menudo, sin duda, hombres relevantes... observadores minuciosos de la Ley... conocedores, sabios expertos en cuestiones religiosas.

Jesús no les reprocha sus cualidades.

Pero no soporta su orgullo ni su desprecio de los pequeños, de esa multitud de pobres que no saben bien "su catecismo" ni han acabado de comprender las teorías complicadas ni las numerosas y complejas obligaciones de los "muy comprometidos", de aquellos que se consideran como los "dirigentes" del pueblo. El gran peligro, la "mala levadura" de todos aquellos que pretenden dirigir y aconsejar a los demás... es la hipocresía: se es exigente para los demás, se les pide cosas difíciles... se influye sobre ellos, se les da lecciones... Es tentador querer aparecer como exteriormente irreprochable, sin cumplir interiormente la exigencia propuesta.

¡Guardaos de los slogans excesivos! ¡Guardaos de la suficiencia orgullosa! Desconfía de ti mismo si te crees perfecto, si, para ti ¡la verdad eres tú!

-Nada hay encubierto que no deba descubrirse, ni nada escondido que no deba saberse, porque lo que dijisteis de noche se escuchará en pleno día, y lo que dijisteis al oído en un rincón de la casa, se pregonará desde las azoteas.

Es una clara invitación a la sinceridad que es lo contrario a la hipocresía. Hay un cierto estilo de "diplomacia" sigilosa y hábilmente secreta que es contraria a la simplicidad del evangelio.

Hoy se habla mucho de la "opinión publica". Aquí Jesús habla en favor de una Iglesia a "pleno día", de una casa de cristal donde todo pueda ser visto y oído.

¿No existe a veces la tendencia a instaurar "capillitas", clubs cerrados, grupos subterráneos... en los que hay que tener carta blanca para ser admitido?

-Escuchadme ahora vosotros, amigos míos: "No temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más".

Vivir a pleno día, someterse a la opinión pública no quiere decir "halagar la opinión corriente". Al contrario, Jesús tiene una visión clara, está pensando el caso cuando sus discípulos van contra-corriente, y se atreven a decir cosas que no agradan. Hablar francamente, sin tener en cuenta las opiniones demasiado humanas. Jesús también a menudo y muy netamente ha pensado en la "persecución", y ha pedido que no se la temiera: "no temáis a los que matan el cuerpo".

-¿No se venden cinco gorriones por cuatro cuartos? Y, sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios. No tengáis miedo: valéis mas que todos los gorriones juntos.

Dios se ocupa de las más pequeñas de sus criaturas. Dios contempla los pajarillos. Dios se interesa por todo lo que no tiene la menor apariencia de grandeza. Todo lo lleva en su corazón. ¡Mayormente a los hombres! Señor, yo creo que estoy "ante tu mirada". Con este convencimiento, ¿cómo puedo tener miedo?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 232 s.


3-4

1. (Año I) Romanos 4,1-8

a) Un ejemplo que gusta mucho a Pablo y que repite en sus cartas, es el de Abrahán.

Esta vez, para mostrar cómo fue la fe, y no las "obras de la ley", las decisivas a la hora de agradar o no a Dios.

Cuando Dios eligió a Abrahán y le dio la misión de ser cabeza de su pueblo y a la vez bendición para todas las naciones de la tierra, Abrahán era pagano. No podía presentar ante Dios "las obras" que realizaba, perteneciendo a un pueblo idólatra. Pero aceptó el plan que se le proponía. Eso es lo que le hizo agradable a Dios, su fe: "creyó a Dios y le fue computado como justicia".

No sus méritos previos. Porque su elección había sida totalmente gratuita por parte del Dios que le eligió misteriosamente a él.

b) Es una lección que Pablo recuerda de modo especial a los cristianos de Roma provenientes del judaísmo, propensos a sentir un santo orgullo por su pertenencia a la raza de Abrahán.

Para Pablo, tanto puede ser heredero de Abrahán, y por tanto agradar a Dios, un judío convertido como un pagano que acepta la fe. Ambos pueden sentirse dichosos "porque Dios no les cuenta sus pecados", y eso gratuitamente.

¿Tenemos como un prurito de llevar contabilidad de las cosas que hacemos en honor de Dios, casi dispuestos -delicadamente- a presentar la factura y recibir el premio debido? Algo parecido preguntó Pedro a Jesús: "nosotros lo hemos dejado todo por ti: ¿qué nos darás?".

Nos va bien recordar que también con nosotros Dios ha tenido que usar misericordia.

Para que no vayamos por el mundo, como el fariseo de la parábola, con aire de perdonavidas, vanagloriándose delante de Dios de que él sí que era cumplidor, y no como aquel publicado que vete a saber qué pecados cometía...

De nuevo el salmo, citado por Pablo en su carta, nos hace reconocer que también a nosotros nos perdona Dios: "dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito... alegraos, justos y gozad con el Señor, aclamadlo, los de corazón sincero".

1. (Año II) Efesios 1,11-14

a) En este admirable plan salvador de Dios, por medio de Cristo Jesús, dice Pablo que están comprendidos tanto los judíos como los paganos.

Los judíos, "los que ya esperábamos en Cristo", son los primeros en heredar su gracia.

Pero también los paganos, "los que habéis escuchado la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados y habéis creído", tienen la misma suerte.

Todos han recibido la marca del Espíritu, que es "prenda de nuestra herencia" final.

b) El denso pasaje, que todavía pertenece al entusiasta himno inicial de la carta, está lleno de motivos de esperanza:

- aparece el Dios Trino en acción: el Padre nos ha destinado a ser su pueblo y propiedad suya, en Cristo hemos sido salvados, y hemos recibido el Espíritu como sello y marca;

- ¿quién pertenece al pueblo de Dios?: los que nos hemos enterado de la Buena Noticia y la hemos creído, y la Buena Noticia es que hemos sido salvados por el amor de Dios;

- ya estamos heredando y ya somos salvados: pero todavía está por llegar la salvación definitiva; y "mientras llega la redención completa", el Espíritu es la garantía de la herencia que nos espera al final.

Es una "lectura cristiana" de la vida y de la historia. Una lectura que tendríamos que tener muy a mano, sin dejarnos contagiar con la visión únicamente humana, "de tejas abajo", que nos ofrece este mundo. Es una perspectiva que cambiaría mucho el ánimo con el que afrontar la existencia y la tarea que tenemos que realizar en ella.

No estamos solos. Dios nos está muy cerca y nos ha incluido en su proyecto de vida: "la palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales... dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad".

2. Lucas 12,1-7

a) Ante la gente que se agolpa a su alrededor, Jesús hace una serie de recomendaciones:

- que tengan "cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía"; la levadura hace fermentar a toda la masa; puede ser buena, como en el pan y en la repostería, y entonces todo queda beneficiado; pero si es mala, todo queda corrompido;

- que la verdad siempre acabará por saberse: "lo que digáis al oído en el sótano, se pregonará desde la azotea"; al menos, Dios siempre la conoce;

- que no tengan miedo de dar testimonio de Cristo ante el mundo: lo peor que les puede pasar no es la muerte corporal, hasta el martirio, porque en ese caso el premio de Dios será grande, sino la muerte espiritual, el que alguien nos incite a la apostasía, porque entonces sí que la ruina es definitiva;

- el motivo de tener confianza y no dejarse dominar por el miedo es que Dios se preocupa de cada uno de nosotros, mucho más que de los pajarillas y hasta de los cabellos de nuestra cabeza: "ni de uno solo se olvida Dios".

b) Tenemos que ir madurando en nuestra fe y creciendo en nuestra imitación de Cristo.

A medida que vamos leyendo, día tras día, la Palabra de Dios, nos damos cuenta de lo mucho que hay que transformar todavía en nuestra vida.

Podría ser que en nuestro caso también pudiera existir esa "levadura de la hipocresía", que inficiona todo lo que decimos y hacemos. Para otros, el fermento maligno puede ser la vanidad o la sensualidad o el materialismo o el odio. Estas actitudes interiores pueden estropear nuestra relación con los demas, nuestra paz interior y nuestra oración. Lo que tenemos que atacar es la raíz de todo, la levadura interior. Si en nuestro ordenador hay un virus, ya podemos hacer lo posible por extirparlo, porque de lo contrario destruirá todos nuestros archivos.

Por el contrario, nosotros mismos deberíamos ser buen fermento e ir contagiando a otros la mentalidad cristiana, la esperanza y la paz, la amabilidad, el humor. Todos somos levadura: buena o mala. Nuestra vida no deja indiferentes a los que nos rodean. Influye en bien o en mal. En vez de dejarnos inficionar por la levadura sensual y materialista de este mundo, los cristianos debemos mantener nuestra identidad con valentía y además influir en los demás. En vez de acomodarnos a lo que piensa la mayoría, si es que no va de acuerdo con el evangelio de Jesús, debemos ser minoría decidida y eficaz, que da testimonio profético de los valores en que creemos.

¿Que habrá dificultades? Jesús ya nos lo avisa, y nos da también la motivación para no perder los ánimos: Dios no se olvida de nosotros. Como cuida de las aves y las flores, y "tiene contados los cabellos de nuestra cabeza", ¿cómo va a dejar que queden sin recompensa nuestros esfuerzos por vivir en cristiano y por ayudar a los demás? Jesús nos muestra su propia cercanía y nos asegura la ayuda de Dios: "a vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo... pues ni de uno solo se olvida Dios".

"Dichoso el hombre a quien Dios no le cuenta el pecado" (1ª lectura I)

"Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad" (salmo II)

"Amigos míos, no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pues ni de uno solo se olvida Dios" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997


3-5.

Ef 1, 11-14: Una herencia anticipada

Lc 12, 1-7: Preservar la vida siempre

El evangelio de Lucas dedica en los capítulos siguientes dos extensas secciones a la instrucción. Jesús le dirige al pueblo de Israel una nueva enseñanza, un nuevo testamento. Quiere que su mensaje le ayude a comprender la nueva situación en que vive ante Dios y ante el resto de la humanidad: la nueva realidad histórica y salvífica. Sin embargo, muchos sectores de entre los líderes del pueblo y entre las multitudes se muestran reacios y obstinados. Jesús, entonces comprende, que la multitud no es el lugar ideal para hacer crecer el Reino, y que es necesario partir siempre de una pequeña comunidad que sea fermento de cambio y esperanza.

La multitud congregada alrededor de Jesús acude gustosamente a escucharlo. Las masas siempre están atentas a las novedades y corren tras el nuevo maestro. Jesús es muy crítico ante ese éxito entre la gente. El no confía en los espectáculos multitudinarios.

Por eso, les advierte a sus discípulos, para que no se entusiasmen al ver tanta gente reunida. Pues, lo principal, para él, no es la popularidad o el brillo personal sino la coherencia. Por esta razón, y antes de lanzarse a una gran predicación, Jesús prepara a sus discípulos haciéndoles tomar consciencia de las exigencias que tiene el anuncio de la Buena Nueva. El tema de las recomendaciones que dirige a los discípulos es una toma de conciencia sobre los procedimientos populistas y demagógicos de los fariseos. Por eso, los exhorta a que sean veraces, en lo público y en lo privado. Valientes ante quienes amenazan la vida humana. Para que se valoraren a sí mismos como hijos de Dios y no desprecien la propia capacidad de transformación de la realidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. 2001

COMENTARIO 1

MIEDO E HIPOCRESIA, LAS ARMAS DEL SISTEMA

Sorprende que Jesús comience la instrucción dirigida a los discípulos previniéndolos contra los postulados de la ideología farisaica: «Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con la hipocresía» (12, 1b). En el grupo de Jesús, por lo que se ve, se ha infiltrado la mentalidad que él acaba de denunciar en los fariseos y letrados: la hipocresía. A lo largo del Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles nos enteraremos de que el fariseísmo constituyó la gran tentación de los discípulos, primero, y de la iglesia de Jerusalén, después. A Lucas le preocupa sobremanera este problema, porque el peligro es todavía real en el seno de sus comunidades. ¿No sigue siéndolo hoy todavía? Es difícil describirlo sin incurrir en una caricatura. La mejor descripción es la que ha hecho de él Jesús al denunciar a los fariseos: de la observancia de la Ley han hecho el trampolín para alcanzar una situación de privilegio. Ellos son los puros, los justos, los santo-nes. En lugar de ponerse al servicio del pueblo, se sirven de él para conservar su posición social. Los zelotas se encuentran en el extremo opuesto. El aviso de Jesús todavía tiene vigencia, y más hoy día, en que todo se sabe y todo se divulga (12,2-3). La única forma de no caer en él es renunciando a toda clase de privilegios dentro de la sociedad, civil o religiosa. En la comuni-dad cristiana únicamente puede haber servicios. Cuando uno pretende sacarles provecho, pierden toda su eficacia.

Jesús tiene mucho aguante con los discípulos. Por eso aprovecha cualquier ocasión pro-picia para instruirlos y hacerlos reflexionar. Los valores a los que uno piensa haber renunciado se disfrazan bajo capa de ob-servancia, pero continúan actuando como fermento contrario a la levadura del reino. Los más importantes son el dinero y el poder (la otra cara de la moneda): la eficacia justifica el primero; la estabilidad, el segundo. De esta manera todo funciona, pero ¡a qué precio!

Para que sean libres, Jesús insiste en que no deben tener miedo de nadie ni de nada (12,4-7). Si tenemos miedo, ya estamos atrapados. Lo dice ahora, cuando todos saben que está material-mente cercado por sus adversarios. Pero no lo pueden atrapar por dentro. A quien tiene poder para destruiros por dentro, dice, es a quien «tenéis que temer» (12,5): no se trata de demo-nios o de extraterrestres, sino de aquellos que personifican los valores de la sociedad y no pararán hasta que os atrapen con toda clase de lisonjas, hasta que os convenzan de que no hay alternativa posible al modelo de sociedad que ellos propugnan. El modelo en que se mueve Jesús es el de la creación: quiere suscitar en ellos la confianza de que Dios sigue trabajando en la realización de su plan (vv. 6-7)


COMENTARIO 2

A los discípulos de Jesús ha sido encomendada la tarea de proclamar la Buena Noticia a todo el mundo. Las palabras de Jesús que indican la forma de realizarla concierne no solamente a sus inmediatos seguidores, sino a todos los que quieren serlo a lo largo del tiempo.

Dichas palabras del Maestro exigen una profunda confianza en la acción de Dios, que brota de un profundo convencimiento de la eficacia del mensaje que se debe transmitir y que, por su naturaleza, debe adquirir una dimensión universal y sin límites. Por su misma naturaleza, el Evangelio se difunde, toca y pone en cuestión toda la vida personal y pública de las personas.

Pero al poner en cuestión estructuras y personas suscita, junto a la adhesión de quienes lo aceptan, la agresividad de parte de quienes consideran que pueden perder privilegios adquiridos a lo largo del tiempo.

Por ello se exige al mensajero una franqueza a toda prueba. No puede ocultar ninguna de las exigencias propias del mensaje, aún cuando la dureza de ellas pueda suscitar dificultad en su aceptación o poner en peligro la propia vida.

Para poder realizar una tarea que implica tales peligros, el enviado debe estar marcado por el "temor de Dios", capaz de hacerlo superar el temor a los hombres. Dicho temor brota de una profunda confianza en la acción de Dios por cada uno de los seres de su creación, por mínimos que parezcan y por la totalidad de su existencia.

La convicción de la presencia de un Dios, íntimamente preocupado por cada una de sus creaturas hasta en el más mínimo detalle, reviste de un coraje al que ninguna creatura puede resistir.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7.  ACI DIGITAL 2003

1 ss. Miles y miles del pueblo: Jesús no teme el escándalo saludable, y aprovecha esa enorme concurrencia para aleccionar públicamente a sus discípulos contra la hipocresía de los doctores y fariseos que acaba de enrostrar a estos mismos en pleno almuerzo.

Pero aquí hay un sentido especial. Ya no se trata sólo de guardarse contra la doctrina de los fariseos y del daño que ellos les harán, sino de guardarse de no caer ellos mismos en la hipocresía, contaminados por la contagiosa levadura de los fariseos (cf. Gál. 2, 13: "Y los otros judíos incurrieron con él en la misma hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por la simulación de ellos").

Es decir, pues, que no sólo hemos de predicar y confesar la verdad en plena luz, sino también saber que, aunque pretendiésemos usar de hipocresía, todo será descubierto finalmente (v. 3). No hemos pues de temer el decir la verdad (v. 4 s.) y el confesar a Cristo con todas sus paradojas y humillaciones, pero sí temblar antes de deformar la doctrina por conveniencias mundanas, porque esa es la blasfemia contra el Santo Espíritu, que no será perdonada. Nótese en cambio la asombrosa blandura de Jesús para las ofensas contra El (v. 10: "A cualquiera que hable mal contra el Hijo del hombre, le será perdonado, pero a quien blasfemare contra el Santo Espíritu, no le será perdonado).

Léase Marc. 4, 22 y nota: "Nada hay oculto que no haya de manifestarse, ni ha sido escondido sino para que sea sacado a luz". Aquí Jesús insiste en que su predicación no tiene nada de secreto ni de esotérico. El grado de penetración de su luminosa doctrina depende del grado de atención que prestamos a sus palabras, en el cual promete a los que las oyen bien, una recompensa sobreabundante.

7. Nos parece éste uno de los pasajes en que más se descubre la ternura del corazón de Cristo para con nosotros. No piensa El por cierto muy bien de los hombres (cf. Juan 2, 24: "Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque a todos los conocía"), pero nos ama, y por eso es que valemos para El y para el Padre más que muchos pajarillos, aunque no lo merezcamos. Contar todos los cabellos de nuestra cabeza es un extremo de amoroso interés a que no llegaría la más cariñosa madre. ¿Dudaremos de estas palabras de Jesús porque son demasiado hermosas? ¿Qué dogma puede haber más digno de fe y más obligatorio que las propias palabras de Jesucristo?


3-9. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

“No tengáis miedo”.

¿Cuántos miles de veces hemos oído en los últimos tiempos este grito evangélico? Casi con tono mitinero, ha sonado en la Iglesia, por ejemplo, al encarar el nuevo milenio, el nuevo siglo. Hoy lo dice Jesús precisamente cuando se encuentra cercado, acosado por sus enemigos, que tienen designios de muerte sobre él. Su libertad personal y su relación libre y amorosa con Dios choca con los intereses y la religión chata de los fariseos y maestros de la ley.

Y estamos liberados del miedo y el temor, sencillamente, porque Dios nos quiere y cuida de nosotros. Para el que no tiene fe esto es una pamplina alienante. Para los que –aun pecadores-, nos sentimos encanto de Dios, agraciados, tiernamente mirados por Dios, es fuerza y ánimo irrefrenable.

Dios nos asiste, nunca nos abandona. La última seguridad no la buscamos en nosotros mismos. Dios es el único Absoluto. Nuestro pecado, nuestras limitaciones no nos derriban hasta la desesperanza. Al fondo está la roca firme. Podrán matarnos el cuerpo, pero hay valores más altos por los que hasta vale la pena entregar la vida. Incluso creemos en un final feliz que ni siquiera la muerte lo arrebata, porque está más allá de la muerte. Todo esto, tan sublime y tan sencillo: como que Jesús lo dibuja en la imagen de los pájaros y los lirios que ni siembran ni cosen, y Alguien cuida de su vida y su hermosura.

Si la cosa es así, ¿por qué temer? Hay un temor de Dios y un temor de los hombres. El temor de Dios es un don del Espíritu santo. No es miedo sino estar pendientes del amor de Dios y de su providencia; es decir, es confianza, paz, esperanza. El temor de los hombres es miedo. Miedo a la persecución, a perder el prestigio social, al quebranto económico, a la enfermedad, a la traición, a la muerte. Este temor queda sepultado cuando Alguien –ocurra lo que ocurra-, nunca falla, siempre está a punto.

Hoy es la fiesta de Ignacio de Antioquia. En Roma se va a ejecutar la condena de morir devorado por las fieras. Ante el inminente martirio, en Ignacio no cabe el miedo. Es más, se apresta a escribir una carta a la Iglesia de Roma: “No me lo impidáis...soy trigo de Dios y he de morir por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo”.

Que no suene a moraleja sino a realismo. No basta con que se nos llene la boca con la consigna “No tengáis miedo”. Es preciso vivir desde esta ausencia de miedo. Y el que nada teme y se siente seguro en Dios, está lleno de confianza, le impulsa la audacia, mira el futuro con esperanza, es llamado a la creatividad. Entonces, si estamos tan convencidos de no tener miedo, hemos de desterrar de nosotros el temor, la alarma, la cobardía. ¿Qué pintaría, entonces, una Iglesia “a la defensiva”, quejándose a todas horas, mirando con gafas oscuras, temiendo a sistemas, ideas o personas?

No tengáis miedo. Lo ha dicho el Maestro. ¿Pero nos lo creemos...o no nos lo creemos tanto?

Conrado Bueno Bueno
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-10. 2003 

LECTURAS: ROM 4, 1-8; SAL 31; LC 12, 1-7

Rom. 4, 1-8. La Salvación es un don gratuito de Dios. Aquel que la recibe creyéndole a Dios y confiando en Él para seguir su planes de salvación, es justificado, no por las obras personales, no por el cumplimiento de la Ley, sino por pura gracia de Dios al igual que Abraham fue hecho justo por Dios sólo por su fe en Él antes de la circuncisión y antes de Ley promulgada en el Sinaí. Esta perspectiva expresada por san Pablo abre los ojos de toda la humanidad para que entienda que Dios quiere salvar a todos, sin excepción; y que, por tanto, hemos de procurar creer que Dios no se ha equivocado al darnos como único camino de salvación, que nos conduce a Él, a Cristo Jesús. Cuando el apóstol Santiago nos dice que una fe sin obras es una fe muerta, nos está expresando las consecuencias de la misma fe donde, ante la Donación de Dios mismo al hombre y la apertura del hombre al Don de Dios, se actúa en consecuencia al don recibido, pues la persona ha sido capacitada, hecha para realizar el bien, para amar, para perdonar, para trabajar por la paz, etc. Que Dios nos haga sus hijos por aceptar la vocación que nos hace de unirnos en la fe a su único Hijo es un don de Él; que nosotros actuemos conforme a la gracia recibida es una responsabilidad nuestra, donde, incluso no actuaremos sólos, sino la gracia de Dios con nosotros.

Sal. 31. Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dios, rico en misericordia, ha salido al encuentro del hombre pecador. Y a todo aquel que, reconociendo sus caminos equivocados, vuelve su mirada hacia el Señor que le llama y le invita a ser perdonado, y desanda el camino para encontrarse con Él, no lo encontrará como a un juez implacable, sino como a un Padre lleno de amor y de ternura, siempre dispuesto a perdonar y a revestir, de su propio Hijo, a quien se acerca para pedirle perdón. Por eso reconozcamos ante Dios nuestros pecados y no queramos ocultarlos. Estemos dispuestos a iniciar una vida renovada en Cristo; tratemos de ser, así, un signo del amor de Dios ante todos en razón de haber permitido que el Espíritu de Dios more en nosotros como en un templo.

Lc. 12, 1-7. A pesar de que una inmensa multitud sigue a Jesús, de tal forma que se atropellan unos con otros, las enseñanzas que dará en seguida van dirigidas a sus discípulos. Jesús parece identificar fariseo con hipocresía. Hay que cuidarse de la hipocresía, que es la levadura que ha dominado a los fariseos. Hay que llenarse de auténtica virtud y justicia, pues mientras esto no esté en el interior del discípulo de Cristo, podrá tal vez dar la impresión de hombre bueno y justo, pero su interior, tarde que temprano, aflorará hacia lo exterior y dejará al descubierto lo que realmente era aquella persona que sólo parecía como una persona santa, sin serlo en realidad. Dios conoce hasta lo más profundo de nuestro ser, trabajemos por su Reino afrontando todos los riesgos y consecuencias que nos trae dicho anuncio. No temamos a quienes, al rechazarnos como enviados de Dios y trabajadores de su Reino, quieran acabar con nosotros, pues, finalmente, nuestra vida pertenece a Dios. Temamos más bien al mismo Dios, ante quien no podemos proceder con hipocresías, pues si externamente aparentamos una vida recta pero internamente vivimos en contra del Señor, al final, aquel que es el dueño de nuestra existencia, en lugar de hacernos partícipes de su Gloria nos apartaría de Él para siempre. Sin embargo, no hemos de actuar por temor, tratando de evitar la condenación, sino amando con la sinceridad de quien, sabiéndose amado por Dios le corresponde amorosamente escuchando su Palabra y poniéndola en práctica, participando así, ya desde ahora, de los bienes que Dios hará definitivos para nosotros al final de nuestro paso por este mundo.

Dios Jamás se ha olvidado de nosotros. A pesar de nuestros grandes pecados, Él ha vuelto su mirada compasiva y nos ha contemplado con gran amor. Por eso nos ha enviado a su propio Hijo que, hecho uno de nosotros, ha dado por nosotros su vida en un amor que ha llegado hasta el extremo. A celebrar ese Memorial de su amor es a lo que nos ha convocado el Señor en esta Celebración Eucarística. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. A nosotros lo único que nos corresponde es creerle a Dios, y aceptar lo que nos ofrece, y vivir conforme a sus enseñanzas. Hemos de ser en sus manos como el barro tierno, que se deja moldear por el alfarero. Al participar en esta Eucaristía estamos manifestando nuestra fe en Cristo. Ojalá y no vengamos con hipocresía, sólo a cumplir con una tradición, o forzados por alguna circunstancia que nos hubiese traído a la presencia del Señor. El Señor nos quiere leales, hombres de fe ante Él. Entonces, convertidos en un Signo de su amor en medio de nuestros hermanos, podremos ayudar a nuestro prójimo a creer en Aquel Dios, que ha hecho de nosotros personas rectas y capaces de darle un nuevo rumbo, tanto a la vida personal, como a la vida familiar y social.

Si alguna persona parece recta por sus oraciones, por su porte piadoso, pero induce a otros a la maldad; si su misma vida personal es un desorden; si en lugar de propiciar la unidad en la Iglesia la divide, si en lugar de llamar a la conversión a los pecadores, los rechaza y condena, no puede, en verdad, decirse que esa persona posee el Espíritu de Dios, que ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido y no a condenar, ni siquiera al más grande pecador. El Señor nos pide lealtad a nuestra fe en Él. Y esa lealtad se manifiesta amando como Él nos ha amado; perdonando como Él nos ha perdonado; trabajando por su Reino dando, incluso nuestra vida, con tal de que el amor, el perdón, la salvación llegue a todos, así como el Señor lo ha hecho con nosotros. Esforcémonos constantemente para que Dios sea conocido y amado por más y más personas. Que no nos detengan las críticas, las persecuciones y amenazas de quienes quisieran que su conciencia no fuese removida para evitar confrontarla con los criterios del Evangelio. Sepamos que nuestra vida está en manos del Señor, y no nos alcanzará tormento alguno, sino que, finalmente viviremos para siempre ahí donde no hay ni luto, ni llanto, ni dolor, sino sólo gozo y paz en el Señor.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, la Gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo; vivirla de tal manera que, fortalecidos por el Espíritu Santo, no tengamos miedo de testificarla incluso en los ambientes más hostiles o contrarios a nuestra fe, pudiendo así, con la Gracia de Dios, ser una luz que realmente brille en las tinieblas. Amén.

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3-11. Viernes, 15 de octubre del 2004

Habíamos puesto nuestra esperanza en Cristo,
y ustedes han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 11-14

Hermanos:

En Cristo, nosotros,
los que hemos puesto nuestra esperanza en Él,
hemos sido constituidos herederos
y destinados de antemano,
para ser alabanza de su gloria,
según el previo designio
del que realiza todos las cosas conforme a su voluntad.

En Él, ustedes,
los que escucharon la Palabra de la verdad,
la Buena Noticia de la salvación,
y creyeron en ella,
también han sido marcados con un sello
por el Espíritu Santo prometido.

Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia
y prepara la redención del pueblo
que Dios adquirió para sí,
para alabanza de su gloria.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 32, 1-2. 4-5. 12-13

R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!

Aclamen, justos, al Señor;
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.

Porque la Palabra del Señor es recta
y Él obra siempre con lealtad;
Él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.

¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que Él se eligió como herencia!
El Señor observa desde el cielo
y contempla a todos los hombres. R.

EVANGELIO

Tienen contados todos sus cabellos

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.

A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a aquél que, después de matar, tiene el poder de arrojar al infierno. Sí, les repito, teman a ése.

¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros».

Palabra del Señor.

Reflexión:

Ef. 1, 11-14. Unidos a Jesús por la fe y el amor, junto con Él somos herederos de la Gloria que le corresponde como a Hijo Unigénito del Padre. Y, en prenda de que esto se realizará plenamente en nosotros, el Padre Dios ha derramado en nosotros al Espíritu Santo, como garantía de que nos llevará sanos y salvos a su Reino Celestial. Y Dios llama a la salvación a la humanidad entera. En los que formamos la Iglesia debe desaparecer cualquier forma de división, pues todos hemos sido hechos uno en Cristo. El Señor nos quiere a todos formando un solo Cuerpo, teniendo a Cristo por Cabeza y participando de un mismo Espíritu. No seamos ocasión de división para nadie; dejémonos, más bien conducir hacia la unidad, creando vínculos más fuertes e inquebrantables gracias a la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Por eso no perdamos nuestra íntima relación con Dios mediante la fe, el amor, y la oración vista como un diálogo en el que nosotros nos comprometemos a ser signo de unidad para todos los pueblos en torno a Cristo, para que Él nos conduzca a la posesión de su Gloria de la que quiere hacernos copartícipes para alabanza de Dios Padre.

Sal. 33 (32). Alabemos al Señor con un corazón libre de la esclavitud al pecado. Dios es sincero y fiel. Él jamás podrá convertirse para nosotros en un espejismo engañoso. Él, por medio de Jesús, su Hijo, nos manifiesta sus obras mediante las cuales nos hace saber cuánto nos ama, a pesar de que muchas veces nosotros nos hemos alejado de Él. Su obra principal es la de la Redención, pues con ella nos está indicando que jamás se ha olvidado de nosotros, sino que nos contempla siempre con amor. Dios quiere que nos sintamos felices y seguros en su presencia, pues Él nos ha escogido para que seamos suyos; Él velará por nosotros con la misma ternura con que un padre se inclina ante sus hijos y les da muestras de un amor sincero. Por eso pidámosle que nos ayude a vivir también nosotros en un continuo amor, lleno de alegría, de paz y de fidelidad amorosa. Alabemos al Señor con toda nuestra vida, convertida en una continua alabanza de su Santo Nombre.

Lc. 12, 1-7. El Señor nos invita a anunciar su Palabra teniendo como trasfondo la escucha y la encarnación de la misma en nuestra propia vida. Pues, aun cuando proclamemos la Palabra de Dios en secreto, ella no puede permanecer también oculta, ya que, como una buena semilla, brotará y crecerá hasta dar fruto abundante. Entonces se sabrá que nosotros hemos sido los sembradores; y si nuestra vida no es acorde con lo que anunciamos podríamos ser ocasión de desánimo, de escándalo o de burla para quienes nos escuchen. El Señor no sólo nos quiere tras sus huellas en medio de las multitudes; nos quiere como apóstoles o misioneros suyos, comprometidos con Él, sin hipocresías. Tal vez a causa de la Palabra de Dios vayamos a sufrir persecuciones; pero no tengamos miedo, pues el Padre Dios no nos abandonará al poder de la muerte, sino que nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Temamos, más bien, a Aquel que, por no serle fieles en el anuncio y testimonio de su Palabra, puede separarnos de Él eternamente. En medio de los momentos difíciles por los que tengamos que pasar por ser fieles a Dios y a su Evangelio, no temamos; Dios vela por nosotros con gran amor como un Padre lleno de amor y de ternura por nosotros; por eso no perdamos nuestra relación con Él mediante la oración y la meditación fiel de su Palabra.

El Padre Dios nos ha enviado a su propio Hijo como nuestro único camino de salvación; efectivamente no se nos ha dado, ni el en cielo ni en la tierra, ningún otro nombre en el cual podamos salvarnos. Cuando, finalmente, por pura gracia de Dios, gocemos de Dios eternamente, habrá llegado a su feliz término la obra salvadora del Señor sobre nosotros. Entonces alabaremos y glorificaremos eternamente el Nombre de Dios. Mientras llega ese momento culminante para nosotros, nos reunimos para alabar a Dios en la celebración del Memorial de su Misterio Pascual. En la Eucaristía se nos da una prenda de nuestra salvación eterna. Vivámosla como un momento de Gracia del Señor; Vivámosla con lealtad; sin hipocresías. No vengamos a alabar al Señor mientras conservamos un corazón lleno de maldad, de egoísmo y de injusticias, y sin ganas de una auténtica conversión. Si somos sinceros en nuestra fe alabemos al Señor sin hipocresías, haciéndolo más que con nuestros cantos, con una vida intachable.

Tal vez tengamos que aprender a guardar silencio para meditar a fondo la Palabra de Dios. Esa Palabra que nos salva; pero que nos salva en comunión fraterna, en Iglesia, sin egoísmos, sin odios ni divisiones inútiles. La Palabra de Dios Encarnada es el Camino de Dios hacia nosotros; quienes nos unimos a Jesús nos convertimos en ese Camino de Dios, que nos pone en camino hacia nuestro prójimo para salvarlo, continuando así la obra de Dios en el mundo. Las grandes multitudes seguían a Jesús, nos lo dice hoy el Evangelio; pero Jesús no se fía, no se engolosina con esas multitudes, pues Él bien sabe lo que hay en el corazón del hombre. No basta que nosotros llenemos estadios para alabar a Dios con cánticos y oraciones; es necesaria una auténtica conversión, pues a su debido tiempo aflorará lo que realmente llevamos en el corazón; ¿entonces contarán sólo nuestras exterioridades? Dios espera de nosotros un verdadero retorno a Él, una Alianza nueva y eterna con Él, una identificación nuestra con Él. Entonces, sólo entonces, podremos proclamar su Evangelio no como si fuera una ocasión para hacer ruido con las multitudes, sino para manifestar nuestra fe que, desde los templos y lugares de culto, nos impulsa a trabajar para construir un mundo que se renueve en Cristo y manifieste, en la vida diaria, lo que realmente llevamos en el corazón.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con lealtad nuestra fe, traduciéndola en obras de amor fraterno, siendo así ocasión de que al ver los demás nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Dios y Padre que está en los cielos. Amén.

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3-12.

Reflexión

Ser testigo auténtico de Cristo no es fácil… nunca lo ha sido. La oscuridad continúa rechazando a la luz. Sin embargo hoy Jesús nos dice: NO TEMAN. Que palabras tan consoladoras para nosotros, ya que es el mismo Dios que nos dice: no temas. ¿Estás siendo perseguido, rechazado, juzgado, calumniado…? Pues no temas, vales mucho a los ojos de Dios. El te sostendrá, te cuidará, y te dará la fuerza para serle fiel. Su amor y su Espíritu te acompañarán hasta el final del camino. No temas.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-13. Advertencia a los discípulos

Fuente: Catholic.net
Autor: Juan Gralla

Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehena; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos.

Reflexión:

Cuando se nos estropea algo en casa (un electrodoméstico, el coche, la computadora...) nos inquietamos y hacemos todo lo posible para buscar una solución: llamamos al técnico para que lo arregle. Luego pagamos una cantidad de dinero, y listo. O si la reparación es muy cara hacemos planes para comprar uno nuevo.

Sin embargo, todas estas cosas no merecen el cuidado que precisa nuestra vida. Porque si dejamos de funcionar, ¿quien nos arregla? Los médicos pueden lograr curaciones asombrosas, pero ninguno sabe resucitar a un muerto.

Cristo nos advierte que debemos temer al pecado, porque ése sí que nos puede llevar donde no queremos.

Muchos santos contemplaban con frecuencia la realidad de la muerte, y se preguntaban: ¿cómo quisiera vivir yo este día si supiera que es el último día de mi vida?

Mientras vivimos, tenemos esperanzas de salvar nuestra alma. Estamos aún en el tiempo para merecer las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su Pasión y Resurrección. Por eso, siempre hay una oportunidad para rehacer la vida, para levantarse de la caída, pedir perdón en el sacramento y seguir adelante pensando en el final, en el encuentro definitivo con Dios.


3-14. 28ª Semana. Viernes 2004

En esto, habiéndose reunido una muchedumbre de miles de personas, hasta atropellarse unos a otros, comenzó a decir en primer lugar a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados.

A vosotros, amigos míos, os digo: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quién habéis de temer: temed al que después de dar muerte tiene poder para arrojar en el infierno.
Sí, os digo: temed a éste. ¿No se venden cinco pajarillas por dos ases? Pues bien, ni uno solo de ellos queda olvidado ante Dios. Aún más, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis: vosotros valéis más que muchos pajarillos». (Lc 12, 1-7)


I. Jesús, hoy me hablas del temor. Hay muchas clases de temor, y los hombres las experimentamos en diversos grados y con distinta frecuencia. Un temor muy frecuente es el temor a quedar mal. Otros temores cotidianos son el temor al fracaso, el temor al sufrimiento, o el temor ante la incertidumbre. Un caso muy generalizado es el temor a la muerte. Todos estos temores, que son humanos, producen inquietud y malestar, y por ello suelen provocar cierta actitud defensiva o de rechazo.

Sin embargo, Jesús, no me hablas de ninguno de estos temores. Os enseñaré a quién habéis de temer. Lo que he de temer es todo lo que me aparte del amor a Dios y a los demás: es decir, el pecado. El demonio, junto con las tentaciones del mundo y de la carne, son aliados del pecado lo suficientemente poderosos como para desconfiar de mi capacidad personal para combatirlo. Y esta desconfianza en mis fuerzas me produce temor.

Pero este temor es muy saludable: es el temor de Dios, el temor de ofender a Dios. Ayúdame, Jesús, a tener verdadero temor a pecar; un temor que nace del amor que te tengo y de darme cuenta de que soy débil. Por eso es un temor santo, que me impulsa a rezar más, a pedir más ayuda, a evitar las tentaciones. El temor de Dios es uno de los siete dones del Espíritu Santo. Señor Espíritu Santo, aumenta en mí este don, de modo que esté más alerta ante las tentaciones del demonio.

Bienaventurada el alma de quien teme a Dios: está fuerte contra las tentaciones del diablo; bienaventurado el hombre que persevera en el temor y a quien le ha sido dado tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Quien teme al Señor se aparta del mal camino y dirige sus pasos por la senda de la virtud; el temor de Dios hace al hombre precavido y vigilante para no pecar. Donde no hay temor de Dios reina la vida disoluta [102].

II. Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado.

-Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: «confige timore tuo carnes meas!» -¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar! [103].

Hay dos tipos de temor de Dios. El temor servil, que es el temor al castigo merecido por el pecado; y el temor filial, el temor a disgustar a un padre que me ama tanto hasta el punto de morir por mí. Jesús, te pido ese temor filial, que me haga reaccionar cuando no hago lo que Tú esperas de mí. No por temor al infierno, sino porque quiero corresponder a tu amor, porque no quiero hacerte sufrir más. Ya hay otros que te hacen sufrir. Yo quiero ser tu amigo, uno de aquellos a quienes hoy llamas amigos míos.

Si vivo así, no tendré ningún otro temor. Ni siquiera temor a la muerte, porque me doy cuenta de que estoy en manos de Dios. Y Dios, además de ser todopoderoso, es mi padre. Yo le importo: vosotros valéis más que muchos pajarillos. Por eso, todo lo que me ocurra es para mi bien. De ahí que, hablando de estos temores humanos, me puedas decir: no temáis, yo estoy con vosotros [104] Jesús, aumenta mi temor filial para que me decida a buscar seriamente la perfección, esto es, la santidad.

[102] San Agustín, Sermón sobre la humildad y el temor de Dios.
[103] Camino, 326.
[104] Mt 28, 20.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-15. El fermento de los fariseos

Viernes de la Vigésima Octava Semana del Tiempo Ordinario

I. La palabra hipócrita designaba en el mundo griego antiguo al actor que, con una máscara y un disfraz, asumía una personalidad ajena: Fingía ante el público ser otro, frecuentemente muy lejano a su propia realidad. Su papel se desarrollaba de cara ante el público, teniendo como regla suprema de su actuación, la aprobación y el aplauso de la galería. Muchos fariseos
convertían este modo de actuar en su ser íntimo, es decir, en hipocresía, y actuaban de cara a los demás y no de cara a Dios. Su vida era tan falsa como la de los actores durante su representación. Cayeron en la tentación de darle gran importancia al juicio de los hombres -¡tan endeble y pasajero!- y descuidar el de Dios. El Señor nos lo advierte en el Evangelio de la Misa (Lucas 12, 1-3): Guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía. El Señor quiere para los suyos una levadura, un modo de ser bien distinto: que tengamos ante Él y ante los demás una única vida, sin máscaras, sin disfraces, sin mentiras. Hombres y mujeres de una pieza, que van con la verdad por delante.

II. Jesús mismo nos enseñó el modo de comportarnos: Sea vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no; lo que pasa de esto, de mal principio procede (Mateo 5, 37). En el trato con los demás la palabra del hombre debe bastar. El Señor quiso realzar el valor y la fuerza de la palabra de un hombre de bien que se siente comprometido por lo que dice. La verdad es siempre un reflejo de Dios y debe ser tratada con respeto. Muy lejos de lo que ha de ser un cristiano está el hombre que presenta una personalidad o unas ideas, como los actores, según el público que tengan delante. Con todo, se darán casos en los que no estemos obligados a manifestar la verdad por motivos profesionales o por el sigilo sacramental de la confesión, pero nunca deberemos decir mentiras. Imitemos al Señor en su amor a la verdad.

III. Dice Jesús: Yo soy la Verdad (Juan 14, 6). La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira es la oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al diablo padre de la mentira, porque la mentira comenzó con él. Y el que miente tiene al diablo como padre (Juan 8, 42). Los medios de comunicación que por su naturaleza deberían ser transmisores de la verdad, pueden en muchas ocasiones ser unos impostores y confundir a sus lectores, a fuerza de repetir mentiras sobre los criterios morales de una sociedad. No dejemos de actuar pensando que es poco lo que podemos hacer para defender la verdad. Nuestra Señora nos prestará su fortaleza.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-16.