SÁBADO DE LA SEMANA 26ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ba 4, 5-12. 27-29

1-1.

-¡Animo, pueblo mío!...

El mismo profeta que ayer hizo que fuesen conscientes de su propia participación al pecado del mundo a las comunidades judías dispersas en el paganismo, les envía ahora un mensaje de esperanza.

-Habéis sido vendidos a las naciones paganas, pero no para vuestra destrucción; por haber provocado la ira de Dios, habéis sido entregados a los enemigos. Pues irritasteis a vuestro Creador.

Sería un error extrañarnos de esos antropomorfismos que prestan a Dios unos sentimientos humanos. Cómo hablar de Dios de otro modo que con nuestras palabras y nuestras experiencias corrientes... Aquí se presenta la experiencia de una padre, o de una madre que castiga a sus hijos porque los ama y no para «destruirlos», sino para conducirlos a la felicidad verdadera.

-Olvidasteis al Dios eterno, el que os sustenta. Contristasteis a Jerusalén, la que os crió...

En efecto, se trata de la experiencia maternal.

Este lenguaje nos anuncia ya lo que el evangelio nos repetirá en términos inolvidables.

Dios sufre más que nosotros de nuestros pecados.

-Con gozo los había yo criado. Los he despedido con lágrimas y duelo. Que nadie se regocije de mi suerte, que soy viuda y abandonada de todo el mundo. Estoy sola a causa de los pecados de mis hijos, porque se apartaron de la ley de Dios. P/SUFRIMIENTO-D Es con «lágrimas y duelo» también que el padre del hijo pródigo verá «partir» a su hijo.

Otro antropomorfismo emocionante: ¡mis pecados hacen «sufrir» a Dios! Y Jerusalén, personificada como una viuda dolorosa, es la imagen del sufrimiento de Dios.

Esas imágenes concretas son más elocuentes que todos los tratados de teología.

Conviene contemplar esas hermosas comparaciones, que nos hablan de Dios: un padre a quien los hijos hacen sufrir, una madre abandonada por sus hijos...

Sí, mi pecado no es ante todo una infracción a un orden legal, ¡es una relación de amor rota, una herida hecha al corazón de alguien! ¡Piedad, Señor, porque hemos pecado!

-¡Animo hijos! clamad a Dios. El que os infligió la prueba se acordará de vosotros.

Una infracción a una Ley permanece ineluctablemente: ¡el mal está hecho! Cuando un vaso se rompe, queda roto para siempre. A este nivel de apreciación, el mal es dramático.

Pero una relación de amor puede restablecerse. Y el perdón concedido, lo mismo que la gestión de reconciliación, pueden ser el origen de un mayor amor. (Lucas 7, 36-50.)

-Vuestro pensamiento os ha llevado lejos de Dios. Una vez convertidos, buscadle con ardor cada vez mayor.

Esta es la gran maravilla: podemos, efectivamente apoyarnos sobre la conciencia del pecado para amar diez veces más a ese Dios que nos ha perdonado.

-Pues el que trajo sobre vosotros estas calamidades, os traerá la alegría eterna con vuestra salvación.

¡La alegría eterna!

Tal es la intención de Dios. Y la desgracia que nos viene de nuestros pecados puede, de hecho, ser un trampolín que nos haga desear la felicidad que Dios quiere para nosotros, y más aún que nosotros.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 318 s.


1-2.

En estos versículos, que constituyen el primer discurso profético del libro de Baruc, explica el autor el sentido del castigo que implica el exilio, pero a la vez abre las esperanzas de su pueblo afectuosamente llamado «pueblo mío», con la promesa de un retorno definitivo.

De manera figurada, el exilio está descrito como una transacción comercial con la que Dios vendió a su pueblo, que en virtud de la alianza era suyo como esclavo a Babilonia. La finalidad de esta venta no era su destrucción total, sino abrirle los ojos del arrepentimiento para retornar al Señor. El pecado está descrito en términos de desnaturalización idolátrica: «Porque irritasteis a vuestro Creador, sacrificando a demonios y no a Dios. Os olvidasteis del Señor eterno que os había creado» (vv 7ss). Dios es descrito como una nodriza que alimenta a su pueblo a lo largo de la historia. Jerusalén es personificada como una mujer que ha perdido marido e hijos, por el trágico destino que les ha tocado: «Yo los crié con alegría, y los despedí con lágrimas de pena» (11).

Desde el versículo 19 al 29 se extiende la bella plegaria de la Jerusalén madre que pide como un nuevo nacimiento para los hijos, el nacimiento del regreso. Nuevamente se manifestará el Señor con el poder de su gloria, es decir, como salvador. La revelación de Dios con su «gloria» solamente se da en momentos importantes de la historia de salvación.

La «gloria de Dios» es Dios mismo que se manifiesta como salvador.

El autor nos habla de Dios no en la distancia de la relación objeto-sujeto, sino en el sentido de que la palabra y la realidad de Dios provocan una situación decisoria. De acuerdo con el concepto bíblico de verdad en tanto que fidelidad, la alternativa no es conocer o ignorar, sino aceptar o rehusar, fidelidad o traición, salvación o condenación, vida o muerte. De aquí el estilo de la cólera de Dios, que forma parte del pathos divino, y que se integra bien en el cuadro de la religión de la alianza, en cuya base se encuentra la afirmación de la soberanía de Yahvé. La cólera aparece como un aspecto particular de los celos divinos, pero que nunca es la última palabra tal como lo presenta Baruc y como lo expresa bellamente el Sal 30, 6: «Su cólera inspira temor, su favor da vida». Los celos significan en el lenguaje bíblico lo absoluto y profundo del amor de Dios y la lógica de la respuesta del hombre. Los textos más remotos del AT conocen el amor indulgente de Dios y hasta en los castigos descubren el efecto de este amor, ya que por este medio Dios quiere conducir al hombre a la verdadera conversión: «Yahvé es un Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no los deja impunes» (Ex 34,6-7).

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 63 s.


2.- Jb 42, 1-3. 05-06. 12-16

2-1.

-Job dio esta respuesta a las palabras del Señor: «Sé que eres todopoderoso...»

Contestar a Dios.

Dios habla: el hombre escucha, y el hombre contesta a Dios. Es una de las mejores definiciones de la «Fe»: la respuesta del hombre a Dios.

Tomar una actitud activa y libre ante Dios.

Es también una de las mejores definiciones de la "oración»: dialogar con Dios.

Escuchar a Dios, hablar a Dios.

La "Fe", como la «oración», son a la vez:

--algo muy «personal», muy subjetivo... porque ciertamente soy «yo» quien ha de creer y ha de orar, es una experiencia personal en la que nadie puede ocupar mi lugar... y mi relación con Dios está marcada por lo que soy, mi estado, mi talante, mi temperamento, mis responsabilidades. Job respondía a Dios a partir de su experiencia de sufrimiento. ¿Y yo? ¿respondo a Dios con toda mi vida? SFT/PURIFICA 

--algo muy «dado», muy objetivo... porque es a Dios, el Todopoderoso a quien se contesta. «Yo sé que Tú eres Todopoderoso». Es de tal manera exterior a Job que se enfrentó, y el sufrimiento sirvió de revelador: «el sufrimiento es siempre algo otro que no se esperaba... y mata algo en nosotros para reemplazarlo por algo que no es nuestro... así el sufrimiento es en nosotros como una siembra, puede ser el camino del amor efectivo porque nos desprende de nosotros para darnos al prójimo y para solicitar de nosotros que nos demos al prójimo...»

Son palabras de M. ·Blondel-M, uno de los grandes filósofos de nuestro siglo.

¿Acepto dejarme desprender de mí mismo para abrirme a lo que quizá no había previsto?

-Sé que ningún proyecto es irrealizable para Ti. Era yo que, con razones sin sentido, embrollaba tus pensamientos. Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.

Con ello Job reconoce que, anteriormente, su encuentro con Dios había sido defectuoso.

Que el sufrimiento le ha puesto entre la espada y la pared y que ha sido para él un "revelador"... esto lo ha obligado, por así decir, a plantearse unas cuestiones y a llegar a un encuentro vital con Dios: «¡ahora te he visto!». Es también así para muchos. La prosperidad y la dicha son ámbitos válidos para encontrar a Dios; pero, a menudo desgraciadamente ¡la felicidad llega a bastarse a sí misma! Felices los pobres. Felices los afligidos. Felices los perseguidos... porque se abren a otra dimensión de la existencia.

¡Para ellos es el Reino de los cielos!

-Entonces el Señor bendijo a Job... y le colmó de bienes.

Después de profundas reflexiones, encontramos en ese final, el cuento popular folklórico: en aquella época no se estaba sin duda preparado a admitir radicalmente la tesis de Job y se sentía la necesidad de tranquilizarse concretamente... Entonces el drama termina bien, color de rosa, podríamos decir. En parte, es una lástima. Porque sabemos que el problema propuesto no se resuelve aquí abajo. ¡Hay tantos enfermos incurables! ¡Y tanto duelo irremediable! ¡Y tantos fracasos, aparentemente, definitivos! Cristo vendrá a compartir nuestro sufrimiento -sin suprimirlo- tomándolo sobre El y transformándolo desde el interior.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 318 s.


2-2. /Jb/40/06-24   /Jb/42/01-06

Es evidente que el autor de Job no posee la ciencia divina; de lo contrario, no habría drama. Pero su teología supera a la de los amigos de Job. Cuando Dios se digna responder, no lo hace directamente, sino con un interrogatorio, y el v 8 tiene una respuesta no sólo para Job, que ha pedido entablar una discusión con Dios, sino también para sus amigos: "¿Te atreves a condenarme para salir tú airoso?", dice Dios. En otras palabras: no es lícito intentar establecer un orden de Dios diferente del orden -supuestamente injusto- fijado por él.

Esta tentación está muy arraigada en el corazón del hombre y, de una forma o de otra, se manifiesta de cuando en cuando. Muchos escritores antiguos y, sobre todo, modernos hablan de la misma manera, y para todos vale la misma respuesta, que es de absoluta actualidad.

Lo que sucede en realidad -y Job da aquí un paso muy importante en la teología- es que no se puede abandonar a Dios en nombre de una justicia mejor para el hombre. Los misterios continúan; pero, si aceptamos el enigma en el caso del hipopótamo («Behemot» de los vv 15s), no será difícil aceptarlo en el caso del hombre. El hipopótamo es el caso más barroco de la creación: ¿por qué tal cantidad de fuerzas, con el agrado de Dios, en una criatura que no se sirve de ellas y además es torpe? Toda la creación parece un conjunto de bienes derramados al azar que se acumulan en un punto y dejan vacíos otros.

El misterio o enigma reina por todas partes. ¡No renunciemos a Dios por querer descifrar el enigma!

Nos hallamos ante un riesgo semejante a la tentación de Adán, que deseó la ciencia absoluta. La consecuencia es condenar a Dios para justificar al hombre. Job lo ha comprendido, y concluye con una frase sumamente útil en el presente: «¡Te conocía sólo de oídas; ahora te han visto mis ojos» (42,5). El Dios de Elifaz era sólo un razonamiento. No basta oír hablar de Dios, hay que incorporarlo vitalmente a nuestra existencia. Entonces adquiere las dimensiones que el hombre puede asimilar. Dios deja a Job sumergido en el enigma, pero confiado.

J. MAS BAYÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981
.Pág. 312 s.


2-3. /Jb/42/07-17

Es difícil saber exactamente qué significa este epílogo del libro de Job. Sin duda forma parte de un drama primitivo en que faltaba la parte del diálogo entre Job y sus amigos. El autor del libro de Job, según nos lo presenta ahora, respeta dicho epílogo porque, a fin de cuentas, quiere mostrar que Job es justo y Dios lo recompensa. El autor no hace la escatología, al menos tal como hoy la entendemos, ya que desconoce la retribución eterna. Pero hace teología y afirma claramente que quien tiene un concepto mejor de Dios es Job y no sus amigos.

El Dios de Job es misterioso y desconcertante. Según el autor del libro, el hombre no es capaz de tener de Dios un conocimiento que le permita saber siempre qué significa un suceso de los que ocurren en el mundo. La justicia de Dios se manifiesta a veces de una manera que supera al hombre, al igual que la creación escapa a su comprensión.

Por esto, tal vez era oportuno que el autor conservara el epílogo. Job sufrió lo indecible y era inocente; la idea de él ya quedaba clara, no era menester decir más. Pero la literatura del libro de Job es didáctica: una vez aprendida la tesis, el autor ya puede contentar al auditorio, y parece que actúa así y conserva el epílogo porque sabe que el espíritu de los lectores no es tan genial como el suyo.

Todo el epílogo tiene un aire patriarcal. Volvemos, efectivamente, a una época distinta. Los hombres no utilizan siempre el mismo lenguaje, y conviene fijarse más en el espíritu que en la letra.

La conclusión del libro de Job es, pues, la siguiente: también el hombre justo puede sufrir en esta vida, y tal vez más que los otros. Pero ni el sufrimiento es un castigo ni Dios se complace en ver sufrir.

Poco importa que en tiempos de Job se dijera que Dios volvió a dar a Job el doble de lo que tenía. En otra época se dirá que siete veces... Ahora sabemos que la recompensa a una vida honesta es el propio Dios.

Job no lo sabía aún.

J. MAS BAYÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 313 s.


3.- Lc 10, 17-24

3-1.

La misión de los setenta y dos discípulos se ha visto a veces coronada por el fracaso (cf. Lc 10, 10), pero ha sido con más frecuencia coronada por el éxito (v. 17). La maldición de las ciudades hostiles (Lc 10, 10-15) hace olvidar lo uno, mientras que la alegría y el triunfo son la recompensa de los otros (vv. 18-20).

a) Los discípulos vuelven de la misión, conscientes de haber liberado a los hombres del mal, moral y físico (v. 17), por el uso que han hecho de la potencia mesiánica (el nombre) de Jesús.

Este les explica que una victoria semejante es el signo de la derrota de las fuerzas cósmicas que dominaban al hombre hasta entonces (v. 18). Satán y sus tropas estaban, en efecto, designados a vivir en los aires desde dónde imponían a las criaturas gran cantidad de alienaciones. La llegada de Jesús abole este estado de esclavitud y permite al hombre acceder a la libertad. Este es el mensaje de este Evangelio.

b) El v. 20 matiza, sin embargo, la alegría de Cristo y de los discípulos. No es la liberación lo que cuenta, sino el fin a que conduce: la participación del hombre en el reino de Dios (representado aquí de forma bastante "judía", bajo el aspecto de una inscripción en los registros de ciudadanía del cielo).

La Iglesia tiene el deber de revelar al hombre que escape verdaderamente a la fatalidad y que conserve su propia vida en sus manos. Realiza esta función cuando sus miembros denuncian la servidumbre del hombre a las potencias económicas y políticas de todos los confines y colaboran en la edificación de un universo realmente humano. Realiza esta función cuando sus miembros liberan a sus hermanos de la adquisición de atavismos y hábitos, del legalismo y de sacralizaciones ilusorias.

Pero no basta con denunciar las alienaciones; es preciso curar las heridas. Hacer "bajar a Satán del cielo", es hacer las ciudades más humanas, es luchar contra las segregaciones de todas clases, es suprimir las razones que motivan la opresión, es reformar las estructuras políticas cuando se muestran incapaces de resolver los problemas de la sociedad moderna (alojamiento, enseñanza, etc.), es luchar contra las enfermedades mentales, la vejez y el aislamiento, es rechazar las presiones que arrastran a los hombres al vicio y a la injusticia.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 112


3-2.

a) La misión cristiana (y toda la obra de Jesús entre los hombres) se ha interpretado a partir de la caída de Satán (10,18). El tema pertenece al mito apocalíptico judío, en que se alude a la presencia del diablo sobre el cielo. Ciertamente, su lugar y su función se diferencian del lugar y la función de Dios, pero se piensa que Satán ha puesto el trono en las esferas superiores y domina desde allí toda la marcha de los hombres sobre el mundo.

Pues bien, la predicación de Jesús y de la iglesia se interpreta aquí como derrota de Satán, que ha sido destronado, cae sobre el mundo y pierde su poder sobre los hombres. Ap 12 ha introducido esa caída dentro de una concepción conjunta de la historia. Lucas, transmitiendo quizá una vieja palabra de Jesús, se ha contentado con mostrar el hecho: la misión cristiana es el acontecimiento cósmico donde se está jugando el destino de la realidad (la presencia de Dios, la derrota de lo malo).

b) A la luz de esta experiencia se sitúa la función de los misioneros. Su victoria sobre Satán se traduce en el hecho de que son capaces de vencer (o superar) el mal del mundo (10, 19). Por eso se les viene a declarar dichosos; son dichosos porque están experimentando aquella plenitud mesiánica que los viejos profetas y los reyes de Israel habían anhelado (10, 23-24). Sin embargo, su auténtica grandeza está en el hecho de su encuentro personal con Dios: sus nombres pertenecen al reino de los cielos (10, 20).

Esta victoria de los misioneros de Jesús sobre la fuerza de Satán desvela el contenido más profundo de los humano. El hombre no es un esclavo de los elementos cósmicos, ni está sometido a los poderes irracionales del mal, ni puede darse por vencido ante la miseria de los otros hombres o del mundo. Los enviados de Jesús han recibido el poder de superar la maldición de nuestra tierra; por eso tenemos la certeza de que la suerte final se encuentra de su lado.

c) En esta dimensión se descubre la "grandeza" de los hombres. Grandes son los sabios que suponen que la vida se encuentra de su lado; piensan que son fuertes y rechazan la ayuda que Jesús le ha ofrecido. Por eso quedan solos. Mientras tanto, los pequeños se mantienen abiertos al misterio y comprenden (o reciben) la verdad de Jesucristo (10, 21).

d) Sobre este plano se formula una de las revelaciones definitivas del misterio de Jesús. Jesús alaba al Padre por el don que ha regalado a los pequeños (10, 21) y descubre la unión en que los dos están ligados. "Todos me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre..." (10, 22). En este contexto, conocerse significa estar unidos. Jesús y el Padre constituyen un misterio de unidad y entrega en que penetran todos los que quieren recibir al Cristo.

A manera de conclusión podemos afirmar: la misión se estructura como expansión del amor en que se unen Dios y el Cristo (Hijo). En ese amor, revelado a los pequeños y escondido para todos los grandes de este mundo, se fundamenta la derrota de las fuerzas destructoras de la historia (lo satánico).

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1320 ss.


3-3.

-Los setenta y dos discípulos volvieron muy alegres de la "misión".

La maldición de las ciudades hostiles no debe hacernos olvidar este otro aspecto:

Efectivamente, los primeros misioneros se encontraron con el fracaso, y tuvieron que sacudir el polvo de sus pies en alguna ocasión... pero también obtuvieron éxitos: se les escuchó y su trabajo apostólico dio mucho fruto. ¡Y regresaron muy alegres!

-Y contaron: "Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre".

Es esto lo único que retuvieron: las potencias del mal se retiraron; y, felices, Io contaban a Jesús.

¿Me ha sucedido alguna vez "contar" a Jesús mis empresas apostólicas?

-Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás que caía del cielo como un rayo..." Mientras trabajaban en los pueblos y aldeas, Jesús estaba en oración, y "veía"... Io invisible. Contemplaba su victoria espiritual.

¿Estoy yo también convencido de que Jesús "ve" lo que estoy tratando de hacer? ¿Y de que El trabaja conmigo?

-Os he dado poder sobre toda fuerza enemiga, y nada podrá haceros daño.

Escucho y me repito estas palabras.

-"Sin embargo, no os regocijéis porque se os someten los espíritus; más bien regocijaos porque vuestros nombres están escritos en el cielo".

Jesús aporta un matiz a la alegría de sus amigos: no son los "medios" lo que cuenta ante todo, sino el "fin"... no es la batalla contra el mal lo que debe alegrarnos, ante todo, sino la participación al Reino de Dios...

"Vuestros nombres están escritos en el cielo": imagen bíblica corriente, lenguaje simbólico concreto para decir que hay hombres elegidos y salvados. (Apocalipsis 3, 5; 13, 8; 17, 8; 2O, 12; 21, 27; Daniel 2, 1).

-Entonces se llenó de gozo en el Espíritu Santo.

Trato de contemplar detenidamente ese estremecimiento, esa alegría expresada, esa felicidad que se traduce corporalmente... y que florecerá también en oración.

-Se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: "Bendito seas Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque si has ocultado esas cosas a los sabios y entendidos se las has revelado a la gente sencilla, a los pequeñuelos..." Es, una vez más, el eco de la primera bienaventuranza:

"¡Felices los pobres!" La alegría de Jesús se transforma en "Acción de gracias" al Padre.

Su júbilo pasa a ser "eucaristía".

El trabajo misionero de sus amigos fue también una participación a la obra del Padre.

Y, ¿de qué se alegra Jesús? De que los "pequeños" los pobres entienden los misterios de Dios, en tanto que los doctores de la Ley, los intelectuales de la época, los que figuraban... ellos, se cierran a la revelación.

Esta experiencia de la misteriosa predilección de Dios era muy corriente en la Iglesia primitiva. Conviene volver a leer en ese contexto 1 Corintios 1, 26-31.

Delante de Dios, ¿hago el entendido? ¿Me considero un sabio en las cosas divinas? o bien, me dispongo a recibir la "revelación" del Padre con la sencillez de un niño, de un "pequeño"?

-Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. Mi Padre me lo ha enseñado todo; quien es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quien es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar... ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros véis! ¡No, ciertamente, si los grandes de este mundo permanecen cerrados a las maravillosas realidades invisibles, incognoscibles para la ciencia, no tendrán esa suerte! Por el contrario, dichosos los que aceptan dejarse introducir en ese misterio de las relaciones de amor entre el Padre y el Hijo... relaciones absolutamente perfectas, símbolos y modelos de todos nuestros propios amores.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 210 s.


3-4.

1. (Año I) Baruc 4,5-12.27-29

a) Sigue el profeta Baruc, esta vez animando al pueblo a volver decididamente a Dios.

Ante todo, repite la idea de que las desgracias que les están abrumando las tienen bien merecidas: "os entregaron a vuestros enemigos porque os olvidasteis del Señor que os había criado". Es patética la queja que pone en labios de Jerusalén, la madre que ha perdido a sus hijos y además se siente viuda: "Dios me ha enviado una pena terrible, mandó cautivos a mis hijos e hijas: yo los crié con alegría y los despedí con lágrimas de pena. Que nadie se alegre viendo a esta viuda abandonada de todos".

Pero prevalece la esperanza: "ánimo, pueblo, ánimo, hijos, gritad a Dios, que el que os castigó se acordará de vosotros, os mandará el gozo eterno de vuestra salvación". Eso sí, deben convertirse a él: "volveos a buscarlo con redoblado empeño".

b) El destierro ayudó al pueblo israelita a madurar en su fe. Las pruebas de la vida nos templan, nos van puliendo, nos hacen revisar nuestros caminos y reorientar la dirección de nuestras vidas.

A Ignacio de Loyola la herida de Pamplona le resultó providencial para encontrar cuál era la voluntad de Dios sobre su futuro. A nosotros, los diversos acontecimientos de la vida, también las desgracias y hasta nuestros propios fallos y pecados, nos recuerdan que somos frágiles y nos urgen a adoptar una actitud, ante Dios y ante los demás, no de orgullo y autosuficiencia, sino de humildad.

Además, nuestros fallos, los de cada uno de nosotros, empobrecen a toda la comunidad eclesial. Se pueden poner en labios de la Iglesia los lamentos que Baruc pone en boca de Sión, abandonada y empobrecida por sus hijos.

El remedio es, según el profeta, que volvamos a Dios: "si un día os empeñasteis en alejaros de Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño". Es una consigna para cada uno de nosotros. Con nuestra vuelta al buen camino, no sólo saldremos ganando nosotros, sino llenaremos de alegría el corazón de la Madre Iglesia y enriqueceremos a toda la comunidad.

Si hacemos caso del salmo, "buscad al Señor y vivirá vuestro corazón", entonces sucederá además que "el Señor salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá y los que aman su nombre vivirán en ella".

1. (Año II) Job 42,1-3.5-6.12-16

a) Y para acabar, después de las turbulencias de todo el libro, volvemos a la poesía y al final feliz.

Job reconoce la grandeza de Dios y se muestra dispuesto a aceptar sus designios.

Confiesa también que todo esto le ha hecho madurar: "te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos".

Y Dios le bendice con bienes incluso superiores a los que tenía al principio. Por cierto, las tres hijas tienen iguales derechos que los siete hijos, cosa no muy frecuente en su tiempo.

b) El problema del mal no ha recibido, en el libro de Job, una respuesta filosóficamente convincente, pero le ha ayudado a crecer.

La vida nos ayuda a madurar. Y una de las cosas que más influyen en nuestro fortalecimiento de carácter y en aquilatar nuestra fidelidad, son las pruebas, los momentos de dolor. No sabemos lo que es tener fe hasta que algo nos la pone a prueba. Igual que pasa con la amistad o el amor o la fidelidad.

Si hemos experimentado el dolor en nuestra propia carne, tal vez hemos tenido que confesar, como Job: "te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos". ¿Será verdad que sólo vemos a Dios en el momento del dolor? Al menos, sólo podemos calibrar hasta qué punto es firme nuestra fe cuando ha resistido la prueba de la renuncia y del sacrificio.

Si sólo le servimos cuando todo nos va bien y luce el sol, ¿estamos en realidad sirviéndole a él o buscándonos a nosotros mismos?

2. Lucas 10,17-24

a) La vuelta de los 72 discípulos de su ensayo misionero es eufórica: "hasta los demonios se nos someten en tu nombre".

Jesús les escucha, les anima y se deja contagiar de su optimismo: "lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: te doy gracias, Padre...". Y alaba a Dios porque revela estas cosas a los sencillos de corazón y no a los que se creen sabios.

Habla también de su íntima unión con el Padre, que es la raíz de su misión y de su alegría, y entona la bienaventuranza de sus seguidores: "dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis".

b) También hay momentos de satisfacción y éxitos en nuestra vida de testimonio cristiano.

Como aquellos discípulos, sería bueno que tuviéramos alguien con quien poder compartir nuestros interrogantes y dificultades, y también nuestras alegrías. Que sepamos "rezar" nuestra experiencia, tanto si es buena como mala. Que la convirtamos en alabanza y en súplica ante Dios. Que sepamos dar gracias a Dios porque sigue moviendo los corazones de muchos, e iluminando a los de corazón sencillo, y triunfando de los poderes del mal y abriendo las puertas de su Reino a muchas personas.

También personalmente podemos sentirnos satisfechos: lo que han visto nuestros ojos -la riqueza de la fe, de la verdad, de la salvación que Dios nos ha concedido en Cristo Jesús- es una suerte que no todos tienen. Podremos estar contentos, como les dijo Jesús a los suyos, de que "nuestros nombres están inscritos en el cielo". Es legítima y profunda la alegría que sentimos por la fe que Dios nos ha concedido y por haber sido llamados a colaborar en el bien de los demás.

"Ánimo, hijos, gritad a Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño" (1ª lectura I)

"Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos" (1ª lectura II)

"Los setenta y dos volvieron muy contentos" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 136-138


3-5.

Jb 42, 1-3.5-6.12-16: El conocimiento de Dios

Lc 10, 17-24: Regreso de la comunidad misionera

Los 72 regresan felices porque han combatido de una manera efectiva el mal en nombre de Jesús. La Buena Noticia es un recurso poderoso en contra de las opresiones, las cárceles, las cegueras ideológicas y, en general, contra cualquier forma de dominio que manipule al ser humano.

A diferencia de la misión de los doce (Lc 9, 1-6.10-11) la misión de los 72 es clausurada por Jesús con un gran festejo. Primero agradece al Padre por haber dado dones abundantes sobre la humilde comunidad de discípulos. Estos, siendo hombres y mujeres sencillos, campesinos, samaritanos y pobres, han sabido entender perfectamente el mensaje que comunica el Padre en Jesús. Ello alegra mucho a la comunidad, que ve en la persona de Jesús la realización perfecta de la obra de Dios: la nueva creación.

La comunidad de misioneros reconoce que en Jesús Dios ha culminado lo que había comenzado en la creación y en el pueblo elegido. Por esto, se alegran de que la presencia de Jesús se manifieste de manera especial en medio de ellos. Pues, todo lo que hicieron los profetas fue una preparación para recibir lo que Dios en Jesús nos daba.

Hoy, como entonces, la comunidad cristiana está llamada a abrirse a la acción de Dios para hacer efectiva la presencia de Jesús entre los seres humanos. Esta apertura comienza con una fe radical en Jesús y una fe en lo que creía Jesús. Pues, no basta con creer en el Hijo de Dios; se hace necesario creer que es posible lo que Jesús quería para el nuevo Pueblo de Dios. La fe de Jesús nos llama hoy a hacer de este mundo un proyecto de vida donde las personas se realicen en todas dimensiones y donde la vida fraterna sea la alternativa al egoísmo institucionalizado.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

Terminamos esta primera semana de octubre con una celebración que expresa muy bien la dinámica de la vida cristiana: agradecer y pedir. Más allá del origen agrícola de esta celebración, que apenas resuena en los ciclos de la cultura urbana, hay en ella una fuerte llamada a la humildad. Sólo los humildes agradecen y piden. Los autosuficientes se limitan a recompensar y a exigir.

El libro del Deuteronomio habla de Dios como de Aquel que nos da la fuerza. Todo nos viene de Él. No se puede ser agradecido sin experimentar que todo es gracia, que lo más esencial de la vida no nos es debido sino que lo recibimos gratuitamente.

Una persona autosuficiente o resentida no es capaz de interpretar su existencia desde otra clave que no sea el sufrimiento y el odio. Sin pretenderlo directamente, se incapacita para ver la gracia que la envuelve, hace de la des-gracia su atmósfera. Y, por lo tanto, tampoco es capaz de dar las gracias, porque le parece que todo sentimiento de gratitud es, en el fondo, una prolongación de la humillación, una muestra de debilidad, una derrota.

Creo que hoy sería un buen día para un ejercicio hermoso. Consiste en confeccionar una lista (o mejor, una letanía de bendiciones) con las personas y medios que nos han ayudado a ser lo que somos. (Es sorprendente comprobar que nuestro río se ha nutrido de multitud de ríos que han vertido en él sus aguas! Somos productos de una gracia que se ha hecho beso materno, palabra paterna, juego infantil, paisaje revelador, libro luminoso, canción dinámica, confidencia amistosa, viaje sorprendente, perdón oportuno, carta personal, abrazo sincero, reproche lúcido, fracaso propicio.

Sólo desde la gratitud podempos pedir con la confianza de quien sabe que ninguna de nuestras peticiones cae en saco roto. El Señor nos dará las "cosas buenas" que le pidamos.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7.  2001

COMENTARIO 1

LA ALEGRÍA POR UN TRABAJO BIEN HECHO

«Los Setenta regresaron muy contentos» (10, 17a). El retorno de los Doce no fue alegre. Los Setenta, despreciados por los judíos por el mero hecho de ser samaritanos, han experimentado la alegría que brota de una tarea bien hecha. «Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre» (10, 17b). Se dan cuenta de que han liberado a mucha gente de falsas ideologías, de todo aquello que los fanatizaba y nos les permitía ser hombres libres. Y esto, a pesar de que no se ha dicho -a diferencia de los Doce- que Jesús les hubiese dado «poder y autoridad sobre toda clase de demonios» (cf. 9,1). Sólo libera quien es verdade­ramente libre. Jesús interpreta la liberación producida por los Setenta como el principio del fin de los adversarios del plan de Dios, personificados por el adversario por antonomasia: « ¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo! » (10,18). Los Doce, ávidos de venganza contra los samaritanos, le habían pro­puesto: «Señor, si quieres, decimos que caiga un rayo y los aniquile» (9,54). Jesús los conminó como si estuviesen endemo­niados (9,55). La escala de valores del «mundo», como «sistema» de dominación y de poder, toma posesión del hombre invirtiendo los planes del designio de Dios. Las consecuencias están a la vista: hambre, miseria, paro, guerras, droga, malversación de fondos, terro­rismo, inseguridad ciudadana... Mientras no se produzca un cam­bio radical de valores, no haremos más que ponerle remiendos.

Para designar los principios falsos de la sociedad, Jesús em­plea términos seculares: «serpientes y escorpiones», «el ejército enemigo». A pesar del veneno y del poder destructor que alma­cenan, «nada podrá haceros daño», puesto que «os he dado potestad para pisotearlos» (10,19). No hay bomba atómica o de neutrones que pueda neutralizar el empuje de una teología real­mente liberadora.

«Sin embargo, no sea vuestra alegría que se os sometan los espíritus; sea vuestra alegría que vuestros nombres están escritos en el cielo» (10,20). Jesús no quiere ninguna especie de depen­dencia ni de complacencia: la alegría ha de consistir en la expe­riencia interior de sentirse hijos amados de Dios. Todo aquello que es externo, se puede contabilizar... y esfumarse. Lo que sale de dentro, configura y realiza la persona.



JESUS PRORRUMPE EN UN CANTICO DE ALABANZA

«En aquel preciso momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó...» (10,2la). A pesar de ser Jesús un hombre alegre y feliz, que comía y bebía con todos, y no un asceta por el estilo de Juan Bautista, solamente aquí se transparenta su alegría. Se trata de uno de los procedimientos literarios más bellos e inten­cionados: el autor quiere dar el máximo relieve posible a los hechos que han ocurrido por primera vez. Finalmente, hay un grupo de discípulos que ha sido capaz de expulsar las falsas ideologías que encadenaban a la gente. Jesús está en sintonía con los Setenta. A través de la misión bien hecha, llevada a cabo por estos personajes anónimos, y de la reacción exultante de Jesús, Lucas anticipa cómo será la misión ideal: abierta, universal, liberadora. «Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra» (10,21b). Jesús deja transparentar su experiencia de Dios, «Pa­dre», y prorrumpe en un canto de alabanza porque ya no hay dicotomía entre el plan de Dios («cielo») y su realización concreta («tierra»). Este plan se ha ocultado a los «sabios y entendidos», los letrados o maestros de la Ley (cf. 5.17.21.30; 7,30), y a los que se tienen por «justos» (cf. 5,32), pues sus intereses mezquinos hacen que sus conocimientos científicos no sean útiles a la comu­nidad -su influencia se deja sentir incluso en los discípulos israelitas, los Doce, seguros de sí mismos y de sus instituciones religiosa-, y se ha revelado a los «pequeños», a los Setenta, despreciados por su origen étnico y religioso, pero con capacidad para comprender las líneas maestras del designio de Dios. Son hombres sin fachada.

Jesús cierra la acción de gracias como la había iniciado: «Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien» (10,21c). Estamos cansados de repetir que los planes de Dios no van parejos con los nuestros, pero lo decimos en otro sentido. Los «nuestros» son los planes de la sociedad en la que nos encontra­mos inmersos: pretendemos eficacia, salud, pesetas, quisiéramos figurar como la única religión verdadera, ser respetados por los poderosos, aparecer en los medios de comunicación... Jesús tiene otros valores, valo­res que han comprendido los sencillos, los pequeños, los que ya están al servicio de los demás, los que no tienen aspiraciones y están abiertos a todos.

De la acción de gracias Jesús pasa a una revelación que habría firmado el propio evangelista Juan: «Mi Padre me lo ha entrega­do todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (10,22). Jesús tiene conciencia de conocer a fondo el plan de Dios. Ha tomado conciencia de ello en el Jordán, cuando se abrió el cielo de par en par, bajó el Espíritu Santo sobre él y la voz del Padre lo manifestó como su Hijo amado: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado» (cf. 3,21-22). La comunidad de Espíritu entre el Padre y el Hijo explica esta relación de intimidad, que, por primera vez, Jesús revela a sus íntimos. Sólo conoce al Padre aquel que recibe el Espíritu de Jesús y experi­menta así el amor del Padre. El conocimiento que el estudio de la Ley, la Escritura, procuraba a los «sabios y entendidos» no es verdadero conocimiento. Estaba falto del conocimiento por experiencia que sólo puede procurar el Espíritu de Jesús.



JESUS PROPONE A LOS DOCE EL MODELO
YA ALCANZADO POR LOS SETENTA

A continuación Jesús muestra a los Doce, los discípulos pro­cedentes del judaísmo, este plan ya inicialmente realizado por los Setenta: «Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis"» (10,23). «Volverse» constituye una marca típica del evangelista para indicar un cambio de ciento ochenta grados en la actitud de Jesús respec­to a un determinado personaje o colectividad, motivado por un hecho nuevo que se acaba de producir (cf. 7,9.44; 9,55; 10,23; 14,25; 22,61; 23,28); «tomar aparte» indica, además, que un grupo determinado tiene necesidad de una lección particular, en vista de la resistencia que ofrece a su proyecto (cf. 9, 10b; 10,23). Jesús muestra a los Doce cuáles son los frutos de una misión bien ejecutada. También ellos deben alegrarse, sin reser­vas, porque la utopía del reino es viable.

Si nos planteamos realizar el reino de Dios sin contar con los medios humanos y con toda sencillez, comprobaremos que funciona. Hacía años y más años que se esperaba este momento. «Profetas», hombres que intuyeron cuál era el plan de Dios sobre el hombre, y «reyes», los principales responsables del pueblo de Israel, «desearon ver lo que vosotros veis», a saber: lo que los Setenta ya han llevado a cabo, «y no lo vieron», puesto que el plan de Dios no se había aún encarnado en un hombre de carne y hueso; «y oír lo que oís vosotros», ese estallido de gozo y alegría, «y no lo oyeron», pues no había nadie que se lo procla­mase. El éxito del reino en Samaría, la región medio pagana, es prenda de universalidad. Se está cumpliendo la promesa del reino mesiánico (Sal 2,8; 72,10-11; Dn 4,44; 7,27). Es la respuesta de Jesús a la segunda tentación (cf. Lc 4,6-7): la universalidad del reino mesiánico no se logrará mediante el dominio ni por la ostentación de poder y de gloria, sino liberando a los hombres del yugo que los agobia.


COMENTARIO 2

El poder del que Jesús ha dotado a la comunidad cristiana debe ser entendido de forma totalmente diferente de la concepción que los hombres usualmente tienen respecto a este ámbito. En este pasaje se niega que el auténtico poder esté ligado a la posibilidad de satisfacción de caprichos e intereses ilimitados..

Por el contrario, dicho poder, para su recta comprensión, debe ser situado en la dependencia filial, puesta de manifiesto en la actitud de Jesús para con su Padre, perfectamente comprensible para sus débiles seguidores pero oculta e ignorada por los sabios e inteligentes dominadores de este mundo.

Ello exige una purificación de nuestro lenguaje sobre el poder si queremos expresarlo adecuadamente en el marco del mensaje de Jesús. El poder entonces encuentra su verdadero marco de comprensión en su íntima unión con la vulnerabilidad del corazón de Dios frente a todos los débiles y desvalidos de este mundo. Sólo del poder entendido como íntima compasión con ellos puede brotar la alegría de Jesús y la alegría de sus seguidores.

El triunfo sobre las fuerzas del mal tiene su fuente en esta relación de intimidad con ese Dios de los "impotentes" de este mundo que destruye de este modo todo orgullo y autosuficiencia incapaces de crear la feliz comunión de la familia de los hijos de Dios.

De esta forma llega a su plenitud toda la revelación divina. El profeta, defensor de huérfano y de viuda, y el rey llamado a defender el derecho y la justicia no pudieron verlo plenamente realizado. Por el contrario, el discípulo de Jesús es testigo con ojos y oídos de su concreción definitiva.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Los símbolos de demonios, serpientes y escorpiones que nos presenta el relato evangélico, nos indican cómo el mal está enraizado en el corazón del ser humano. Los discípulos tienen poder sobre ese mal, pero eso manifiesta que ellos tenían una conexión profunda con Dios, por la fe y la confianza que habían puesto en él.
El relato de hoy deja bien en claro que el discípulo no tiene por qué vanagloriarse por las obras realizadas. Todo lo que ha ocurrido en la correría apostólica no es fruto de ellos, sino del Padre que los acompañó en la caminata. La alegría que emociona a Jesús, no se debe a que los discípulos hayan hecho esas obras taumatúrgicas, sino a que ellos tuvieron la valentía de abrirse al Reino de Dios.
El pasaje evangélico no termina con el regreso de los discípulos de su trabajo misionero, sino con una oración de Jesús, en la que agradece al Padre porque lo siente cercano y amigo de los pobres y desheredados de la sociedad. El Padre ha ocultado la obra del Reino a los "poderosos" y "señores" de este mundo. No fue a ellos a quienes se les reveló las maravillas del amor de Dios, sino a los humillados y sencillos, a los marginados y excluidos de la sociedad.
Jesús declara que los pobres han podido comprender los valores del Reino, porque se han sentido alejados de Dios, porque creen que no son dignos de merecer tan grato regalo de sentirse amados por el Dios de dioses y Señor de señores. Mientras que los "sabios e inteligentes" según la lógica humana, creen estar muy cerca de Dios porque lo han estudiado en los libros o detentan el poder religioso; ésos no pueden comprender nada, porque su orgullo les ciega la vista.
Para comprender el misterio del Reino no hace falta mucha inteligencia, sino mucho corazón. A la fe no se llega con razonamientos lógicos, sino por la vivencia de la confianza y del amor.
Los pobres de nuestras ciudades y de nuestros campos, siguen siendo los elegidos, los predilectos de Dios.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. Sábado 4 de octubre de 2003
 
Bar 4, 5-12.27-29: Quejas y esperanzas del pueblo
Salmo responsorial: 68, 33-37
Lc 10, 17-24: Regreso de la misión de los 72

Los discípulos regresaron llenos de alegría, porque su éxito representa la victoria sobre las fuerzas del mal que mantienen atada a la humanidad. Jesús se une a su alegría, impulsado por el Espíritu, porque el Reino empieza a manifestarse en la humanidad. En cambio, el reino del mal comienza a ser derrotado, el dominio de Satanás sobre la humanidad está tocando a su fin.

A pesar del poder que en nombre del Señor se ha manifestado en la misión de los setenta y dos, Jesús pone en guardia a sus discípulos contra toda idea de dominio. Les dice que lo importante no esta en el éxito que han tenido en la misión, o en el reconocimiento que les ha hecho la gente, o en las acciones contra el mal que han podido desarrollar; lo más importante y por lo cual se tienen que alegrar es porque son ahora ciudadanos cuyos nombres están inscritos en el Reino de Dios.

Los últimos versículos (Lc 10, 21-24) tienen dos partes: un himno alabanza y una bienaventuranza. El himno de acción de gracias al Padre, que es obra del Espíritu presente en Jesús, tiene como motivo la manifestación del misterio del Reino en aquellas personas que han aceptado su mensaje y han aportado con su vida a la causa del Reino de Dios.

Los “sabios y entendidos” son los maestros de la ley, los fariseos, los que se creían más cerca de Dios por cumplir sus mandatos, pero que se habían olvidado de lo más importante: el “amor a los demás”. Ese mismo amor es el que hace a Jesús llamar a Dios Padre y acerca a los otros como hermanos. Ese mismo amor es el que rompe con las estructuras de poder, de egoísmo e injusticia, para construir nuevas relaciones. A los sabios e intelectuales se les ha ocultado estas cosas, pero han sido reveladas a los sencillos, aquellos que con un corazón abierto se volvieron a Jesús: los pecadores, las prostitutas, los pobres, los enfermos y los mendigos que dijeron sí al proyecto de Dios y se comprometieron a anunciar con palabras y con hechos el Evangelio.

La bienaventuranza dirigida por Jesús a sus discípulos se trata de que ellos estaban viendo y oyendo los maravillosos misterios de los designios del Padre sobre el Reino. Verdaderamente a muchos profetas y reyes les hubiera gustado ver lo que los discípulos vieron y oyeron, pero no pudieron. Lo que los discípulos ven y oyen es el misterio de Dios en Jesús, y por eso son bienaventurados.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10. ACI DIGITAL 2003

18. Sobre esta visión profética de Jesús véase Apoc. 12, 9; Dan. 12, 1.

20. Están escritos en el cielo, "que, en buena teología, es como decir: Gozaos si están escritos vuestros nombres en el libro de la vida. Donde se entiende que no se debe el hombre gozar sino en ir camino de ella, que es hacer las obras en caridad; porque ¿qué aprovecha y qué vale delante de Dios lo que no es amor de Dios?" (S. Juan de la Cruz). Cf. Apoc. 20, 15; 22, 19.

21. He aquí el gran misterio de la infancia espiritual, que difícilmente aceptamos, porque repugna, como incomprensible al orgullo de nuestra inteligencia. Por eso S. Pablo dice que la doctrina del Evangelio es escándalo y locura (I Cor. caps. 1 - 3). Cf. 11, 34 ss. y nota; 18, 17; Mat. 11, 25 y nota; 18, 3 s.; 19, 17; I Cor. 14, 20; II Cor. 4, 3.

23. Véase Mat. 13, 16 s.


3-11. 2003

LECTURAS: BAR 4, 5-12. 27-29; SAL 68; LC 10, 17-24

Bar. 4, 5-12. 27-29. Yo soy tu Dios y Padre, y no enemigo a la puerta de tu casa. Dios compasivo, misericordioso y siempre fiel para con nosotros, ¿quién podrá negar que su amor hacia nosotros no tiene fin? Es verdad que muchas veces permite que quedemos atrapados en las redes del dolor, del sufrimiento, de la enfermedad como consecuencia de nuestras rebeldías en contra suya; sin embargo, Él siempre tiene puesta en nosotros su mirada amorosa; siempre está dispuesto a perdonarnos y a liberarnos de la mano de nuestros enemigos. Por eso, no sólo lo hemos de invocar, sino que hemos de hacer volver hacia Él nuestro corazón humilde y arrepentido, para pedirle perdón, pues Él siempre está dispuesto a recibirnos nuevamente como a hijos suyos en su casa, dándonos así su salvación y llenando de alegría y de paz nuestra vida. La Iglesia de Cristo ha de salir al encuentro de todos aquellos que se empeñaron en alejarse de Dios, para que, proclamándoles la Buena Nueva del amor que el Señor les sigue teniendo, lo busquen con mayor empeño y vuelvan a Él; entonces el Señor hará realidad su Reino entre nosotros, puesto que reconoceremos a un único Dios y Padre nos amaremos como hermanos unidos por un mismo Espíritu.

Sal.68. Ante los momentos de desgracia el hombre sabio reconoce que ha fallado a Dios; entonces entona un salmo de humillación y de reconocimiento de la propia culpa, pidiendo al Señor misericordia. Y el Señor, siempre rico en misericordia, no olvida la vida de sus cautivos y sus pobres, sino que los salva y les devuelve la paz y la alegría. Por eso, quien ha recibido tan grandes muestras del amor misericordioso de Dios lo ha de proclamar a todos, para que también ellos despierten su confianza en el Señor y le den una nueva orientación a su vida. Entonces seremos capaces, con la Fuerza de Dios, de construir nuestra ciudad terrena como una presencia del Reino de Dios entre nosotros.

Lc. 10, 17-24. Nuestra verdadera alegría: el que nuestros nombres estén inscritos en el cielo. No importa que en la mente o en el corazón de los hombres estemos borrados, o tal vez tengan nuestros nombres como personas no gratas a ellos ni a sus intereses. Todo lo que hagamos a favor del Reino de Dios, todos nuestros esfuerzos para que el Evangelio de salvación llegue a más y más personas, no debe realizarse con el afán de ser considerados como seres que realmente están dando su vida por los demás; pues no buscamos el aprecio de los hombres, sino sólo la gloria de Dios. No vaya a suceder que al final, cuando el Señor abra la puerta para encontrarnos con Él definitivamente, le digamos: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? y que Él nos responda: No los conozco. ¡Apártense de mí, malvados! Y es que efectivamente no basta incluso hacer creer a los demás que Dios nos habla y nos dice lo que hemos de comunicarles. Mientras nosotros no vivamos y caminemos en el amor, mientras en lugar de unir dividamos a su Iglesia, mientras en nombre de Dios nos levantemos contra los demás y pongamos en la boca de Dios palabras que nos separan del amor fraterno, no podemos decir que estamos viviendo conforme a su Evangelio, sino conforme a nuestros caprichos e imaginaciones. Con humildad seamos los primeros en hacer nuestro el Evangelio del Señor, para después poder proclamarlo desde una vida que manifieste que en verdad estamos en Comunión de Vida con Él y con su Iglesia.

El Señor nos ha reunido en torno a Él en esta Eucaristía. Para Él no cuenta la importancia o el prestigio de las personas conforme a los criterios mundanos. Para Él todos somos sus hijos. Y a todos nos llama para hacernos conocer su Palabra, para manifestársenos como Padre, para ofrecernos su perdón, para levantar nuestra vida de las indignidades en que la metimos, o en las que nos metieron los demás. El Señor se manifiesta como el Dios que nos ama, que nos salva y que nos hace participar de su dignidad de Hijo de Dios. Mediante la Fe y el Bautismo hemos hecho nuestra su vida. Hoy, en la celebración del Memorial de su Pascua, renovamos nuestro compromiso de comunión de vida con Él; así, su Evangelio no se queda sólo en un anuncio, sino en la Palabra que cobra vida en nosotros.

Por eso, al volver a nuestras tareas diarias, vayamos todos a proclamar su Nombre. Lo haremos con la sencillez de quien mediante su vida colabora para que la maldad de la injusticia, del egoísmo, de los odios, de las guerras, de la droga, de la malversación de fondos, del terrorismo, de la inseguridad ciudadana vayan desapareciendo día a día de nuestro entorno. Entonces caerá el reino de la maldad y se afianzará el Reino de Dios entre nosotros. Dios nos ha manifestado su amor, no para que lo vivamos cobardemente, sino para que lo proclamemos ante los demás; para que, siendo instrumentos del Espíritu de Dios, nos esforcemos para que se viva y se camine en la unidad, fruto del amor fraterno que procede de Dios por habernos hecho partícipes de su mismo Espíritu. No sólo nos hemos de alegrar por tener en nosotros el Espíritu del Señor, sino que hemos de ser motivo de alegría para los demás por ayudarles a vivir libres de sus esclavitudes al pecado, a vivir con mayor dignidad porque el hambre, la desnudez, la miseria vayan desapareciendo de entre nosotros. Cuando viviendo y actuando como hijos de Dios procuremos el bien de todos alegrémonos de ser instrumentos del amor de Dios para ellos, pero sobre todo alegrémonos porque, siendo fieles nosotros mismos al amor de Dios, nuestros nombres están inscritos en el cielo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios. Pidámosle al Señor que nos conceda ser los primeros en hacer nuestra su Palabra y ponerla en práctica, para que, así, al final, seamos recibidos en las Moradas eternas. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-12.

Contemplar el Evangelio de hoy

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Día litúrgico: Sábado XXVI del tiempo Ordinario

Ref. del Evangelio: Lc 10,17-24

Texto del Evangelio: En aquel tiempo, regresaron alegres los setenta y dos, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos».

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Comentario: Mn. Josep Vall i Mundó (Barcelona)

«Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y la tierra’»

Hoy, el evangelista Lucas nos narra el hecho que da lugar al agradecimiento de Jesús para con su Padre por los beneficios que ha otorgado a la Humanidad. Agradece la revelación concedida a los humildes de corazón, a los pequeños en el Reino. Jesús muestra su alegría al ver que éstos admiten, entienden y practican lo que Dios da a conocer por medio de Él. En otras ocasiones, en su diálogo íntimo con el Padre, también le dará gracias porque siempre le escucha. Alaba al samaritano leproso que, una vez curado de su enfermedad —junto con otros nueve—, regresa sólo él donde está Jesús para darle las gracias por el beneficio recibido.

Escribe san Agustín: «¿Podemos llevar algo mejor en el corazón, pronunciarlo con la boca, escribirlo con la pluma, que estas palabras: ‘Gracias a Dios’? No hay nada que pueda decirse con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad». Así debemos actuar siempre con Dios y con el prójimo, incluso por los dones que desconocemos, como escribía san Josemaría Escrivá. Gratitud para con los padres, los amigos, los maestros, los compañeros. Para con todos los que nos ayuden, nos estimulen, nos sirvan. Gratitud también, como es lógico, con nuestra Madre, la Iglesia.

La gratitud no es una virtud muy “usada” o habitual, y, en cambio, es una de las que se experimentan con mayor agrado. Debemos reconocer que, a veces, tampoco es fácil vivirla. Santa Teresa afirmaba: «Tengo una condición tan agradecida que me sobornarían con una sardina». Los santos han obrado siempre así. Y lo han realizado de tres modos diversos, como señalaba santo Tomás de Aquino: primero, con el reconocimiento interior de los beneficios recibidos; segundo, alabando externamente a Dios con la palabra; y, tercero, procurando recompensar al bienhechor con obras, según las propias posibilidades.


3-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Job 42, 1-3,5-6.12-16 Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto
Salmo responsorial: 118, 66. 71. 75. 91. 125. 130 Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Lc 10, 17-24: ¡Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra!

Cuando Jesús envió a los doce, el evangelista no contó los resultados de su misión. Ahora lo hace con ocasión de la vuelta de los setenta, que incluso han podido “expulsar demonios”, lo que, dicho en palabras actuales, equivale a cambiar las ideologías fanáticas contrarias al mensaje universalista de Jesús. Esto que hacen los setenta, con éxito no pudieron hacerlo los doce, incapaces de expulsar el espíritu de un niño epiléptico (Lc 9,37-41). La misión de los setenta ha sido, por tanto, un éxito del que Jesús se alegra diciendo que “ha visto caer a Satanás del cielo como un rayo”. Los doce habían pedido a Jesús, con anterioridad, que cayera un rayo del cielo para fulminar a los samaritanos por no haberlos acogido (9, 54) y Jesús no se lo había permitido. Ahora Jesús exulta de gozo, porque sea el mismo Satanás (imagen de la ideología de poder y de violencia que somete al hombre) quien cae del cielo con la velocidad de un rayo, cesando su dominio para bien del hombre. Ni Satanás ni las fuerzas del mal, representadas por serpientes y escorpiones (animales que inoculan un veneno mortal) podrán hacer daño al discípulo que s e abre al mensaje universalista de Jesús.

Pero la verdadera alegría del discípulo no debe provenir de la realización de estas obras, sino de sentirse ciudadano del reino o miembro de la comunidad, esto es, de tener escrito su nombre en el cielo.

Jesús exulta de gozo y bendice a Dios, porque ha revelado el mensaje liberador del evangelio a la gente sencilla. Los sabios y entendidos (la gente de la ciudad, de Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, con sus letrados que se consideran “justos”) no entienden las palabras del Mesías, ni prestan oídos a su llamada a la conversión, mientras que este puñado de discípulos de origen samaritano, despreciable para los judíos, ha sido capaz de penetrar en él y poner en práctica su fuerza liberadora.

Con frecuencia se concluye de este texto que el evangelio está escrito sólo para la gente sencilla y que los intelectuales están incapacitados para su comprensión y puesta en práctica. Conclusión errónea. Lo que incapacita aceptar el mensaje no es la inteligencia del individuo receptor, sino su corazón altanero y suficiente que excluye a los demás y pretende eliminar a quien se muestra adversario. Una inteligencia, que no es altanera, no está reñida con la simplicidad o sencillez necesaria para aceptar el mensaje de Jesús.


3-14. 02 de Octubre 2004

147. La razón de la alegría

Sábado de la Vigésima Sexta Semana del Tiempo Ordinario

I. El Evangelio de la Misa (Lucas 10, 17-24) nos relata la alegría de los discípulos, cuando vuelven de predicar por todas partes, con muchos frutos, la llegada del reino de Dios. Jesús, también lleno de gozo radiante, les dice: alegraos porque vuestros nombres están escritos en el Cielo. La esperanza de la bienaventuranza, el permanecer siempre junto a Dios, es la fuente inagotable de la alegría: Al entrar en la gloria eterna, si somos fieles, escucharemos de boca de Jesús estas inefables palabras: entra en el gozo de tu Señor (Mateo 25, 21). El gozo del cristiano, aquí en la tierra, es imposible fuera de Dios. El Señor pone en nuestro camino alegrías naturales, sencillas; cristiano debe poner un esfuerzo paciente para reconocerlas: La alegría de la existencia y la vida, del amor honesto y santificado, de la naturaleza y del silencio, del trabajo esmerado y del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir, del sacrificio escondido.

II. La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría (SANTO TOMÁS, Suma Teológica). Dios es amor (1, 4,8) enseña San Juan; un Amor sin medida, un Amor eterno que se nos entrega. Y la santidad es amar, corresponder a esa entrega de Dios al alma. Por eso, el discípulo de Cristo es un hombre, una mujer, alegre, aun en medio de las mayores contrariedades: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar (Juan 16, 22). “Un santo triste es un triste santo” se ha escrito con verdad. Porque la tristeza tiene una íntima relación con la tibieza, con el egoísmo y la soledad. El Señor nos pide el esfuerzo para desechar un gesto adusto o una palabra destemplada para atraer muchas almas hacia Él, con nuestra sonrisa y paz interior, con garbo y buen humor. Si hemos perdido la alegría, la recuperamos con la oración, con la Confesión y el servicio a los demás sin esperar recompensa aquí en la tierra.

III. La Virgen es la llena de gracia, y por consecuencia es la que posee la plenitud de la alegría. Estar cerca de la Virgen es vivir dichoso. En el Santo Rosario la llamamos Causa de nuestra alegría, es la portadora de la ternura infinita del Padre, del Amor hasta la muerte de Dios Hijo, y del fuego y del gozo del Espíritu Santo (A. OROZCO, Mirar a María) Procuremos hoy sábado, rezar con más esmero el Santo Rosario, y le pedimos a Nuestra Señora, que con nuestra alegría sepamos llevar a Dios a nuestros parientes y amigos, porque vivimos en un mundo que frecuentemente está triste porque busca la felicidad donde no está.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-15. 26ª Semana. Sábado 2004

Volvieron los setenta y dos con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo».

En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: «Yo te alabo Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlos.

Y volviéndose hacia los discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que veis! Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron». (Lc 10, 17-24)


I. Jesús, los discípulos vuelven con alegría de su misión. Han tocado con sus manos el poder de la gracia, y hasta los demonios se rinden al oír tu nombre.

El apostolado es una de las mayores fuentes de alegría. Cuando por mi ejemplo y mi palabra de cristiano otras personas se sienten removidas y cambian de vida, Tú me llenas de alegría.

Sin embargo, aún mayor alegría me produce el saberme hijo de Dios; el saber que me quieres personalmente, por mi nombre; que mi nombre está escrito en el cielo. Si el apostolado en sí es una gran fuente de alegría, aun mayor es el saberse amado, escogido. Soy cristiano hijo de Dios, porque Tú has querido, y me has dado tu gracia para que crea en Ti, espere en Ti y te ame.

La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio.

Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo. ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría! [63].

Jesús, cuando me ves comportarme como un buen hijo de Dios -con amor a los demás, con afán apostólico- te llenas de una gran alegría, como ocurrió a la vuelta de esos setenta y dos discípulos: se llenó de gozo en el Espíritu Santo. Yo también quiero darte alegrías, sólo alegrías. Por eso, aunque a veces me cueste ser cristiano, he de seguir luchando para que Tú estés contento de mí.

II. El canto humilde y gozoso de María, en el «Magnificat», nos recuerda la infinita generosidad del Señor con quienes se hacen como niños, con quienes se abajan y sinceramente se saben nada [64].

Madre, tu canto en el Magnificat es a la vez humilde y gozoso. Humildad y alegría siempre van juntas, porque la alegría es una consecuencia de la humildad. Madre, tú me enseñas a ser humilde, a hacerme niño delante de Dios.

Ayúdame a confiar en Dios como confían los niños, a pedirle lo que necesito como piden los niños, a amarle con ternura como los niños aman a sus padres.

Madre, me ayudas también a ser niño cada vez que me dirijo a ti para que me concedas un favor, me animes, o me acerques más a Jesús. Cuando te rezo, me dirijo a ti como un niño se dirige a su madre, con seguridad y confianza. Y al hacerme niño entiendo mejor los misterios de Dios, porque Él los revela con infinita generosidad sólo a los que se hacen pequeños, como niños.

Ayúdame, Madre, a ser humilde como lo fuiste tú: a saberme nada delante de Dios, a la vez que me siento «todo», porque mi nombre está escrito en el cielo, porque soy hijo de Dios, y con Él -apoyándome en Él, y en ti- lo puedo todo.

De esta forma, mi vida se llenará de seguridad, de paz y de alegría. Una alegría que no puede quedarse encerrada en uno mismo, sino que se desborda necesariamente en el afán apostólico, en el deseo de que los demás encuentren también esa misma felicidad.

[63] Juan Pablo II, Alocución, 24-III-1979.
[64] Forja, 608.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


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