VIERNES DE LA SEMANA 25ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ag 2, 01-10

1-1.

-El día veintiuno del séptimo mes, la palabra del Señor se dejó oír por medio del profeta Ageo.

Estamos en octubre del 520. Después de un largo período de desaliento los repatriados emprendieron la reconstrucción del Templo. Pero muchos permanecen pesimistas.

¡Apenas han pasado dos meses desde que se empezó la obra! Queda tanto trabajo por hacer que entran ganas de cruzarse de brazos. ¡Esta es, a menudo. nuestra situación, Señor!

Por lo tanto, toma la palabra, Señor.

¡Haznos de nuevo valientes!

-Les dirás: ¿queda alguno entre vosotros que haya visto este templo en su primitivo esplendor? Y ¿qué es lo que véis ahora? ¿No es como nada, a vuestros ojos?

Dios es realista; no nos pide nunca que cerremos los ojos ante las dificultades. Hay que mirar de frente. «¿Quién se acuerda del pasado?» Está ya tan lejos, tan acabado... que costaría encontrar siquiera a un anciano de noventa años que se acordase de haber visto cómo era el Templo de Salomón, el de su infancia. Siendo así las cosas, lo importante es mirar hacia el futuro. Y el profeta se atreve a decir que el nuevo Templo, ahora en sus penosos fundamentos, superará al viejo Templo. Ageo no imaginaba ser tan certero cuando se decía: ese nuevo Templo durará cerca de quinientos años y presidirá uno de los más puros períodos del judaísmo.

Es como si HOY Dios nos dijera: "Dejad de mirar a la Iglesia de ayer... ¡Vamos, ánimo! Construid la Iglesia de los siglos futuros".

-Mas ahora, ¡ten ánimo, Zorobabel! ¡Animo, Josué, sumo sacerdote! ¡Animo, pueblo todo de la tierra! ¡A trabajar!

Cuán saludable es para nosotros, Señor, oír estas palabras tuyas que resuenan continuamente en nuestra época. Se reconstruye siempre sobre ruinas.

En mi oración, evoco mis proyectos, las tareas que esperan al mundo del mañana, la renovación de la Iglesia contemporánea. Pero repítenos, Señor, las razones sólidas que Tú propones a nuestro desánimo.

-Estoy con vosotros, declara el Señor del universo, según la palabra que pacté con vosotros.

Primer motivo de aliento. La presencia de Dios, su proximidad. «Dios con nosotros». Si realmente lo creyéramos así, ¿no es verdad que desaparecería toda desesperanza? ¿Podría Dios fracasar? Nada es imposible a Dios. Y ¡Dios se muestra en las situaciones más desesperadas! La resurrección de Jesucristo, surgiendo vivo de la muerte, es la realización más radical de ello.

Oro a partir de las situaciones que estimo por el momento «sin salida». Y creo también, Señor, que Tú estás conmigo... con tu Iglesia... con los oprimidos de cualquier clase.

-Mi espíritu se mantiene en medio de vosotros: no temáis.

Dentro de muy poco sacudiré el cielo y la tierra, el mar y los continentes.

Segundo motivo de aliento: La intervención escatológica de Dios. Encontramos aquí el lenguaje clásico de los apocalipsis, para significar los grandes actos de Dios preparando el «fin de los tiempos». La historia va hacia su fin: todo crece y converge; hasta que «Dios sea todo en todos». El cosmos entero, cielo, tierra, mar, es remodelado para llegar a ser una nueva creación.

-Sacudiré todas las naciones paganas y llenaré el Templo de esplendor. El esplendor futuro de este Templo superará el primero, y en este lugar os haré don de mi paz.

Tercer motivo de aliento: La elevación de los pueblos hacia la unidad en Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 304 s.


1-2. /Ag/02/10-23

Son los dos últimos discursos del profeta. En primer lugar nos encontramos ante una acción simbólica, forma frecuente en la conducta profética. Su mensaje es diáfano: el mal es más contagioso que el bien. No sabemos, sin embargo, a quién se refiere concretamente cuando dice: «Así es este pueblo así es esta nación...» (v 14). ¿Es una alusión a los samaritanos impuros por su sincretismo religioso, o más bien a los propios judíos, impuros por su infidelidad a Yahvé? Sean quienes sean, estos versículos nos manifiestan claramente que Ageo, cuando exhortaba para que el templo fuera reconstruido, no pretendía simplemente que se rehiciese un edificio, sino que se renovase la comunidad yahvista. El profeta defiende una comunidad centrada en el templo, pero esto no quiere decir que tenga una visión puramente cultual de la religión y mucho menos una moral ritualista. Por eso nuestro texto mantiene hoy toda su actualidad. Prepara la doctrina del NT, que presenta al cristiano como el verdadero templo de Dios (1 Cor 3,16s; 6,19) aislado de toda contaminación exterior (2 Cor 6,16s), sin que esto exija una separación de los demás (Jn 17,15; 1 Cor 5,10).

Los versículos 15-19 parecen la continuación de 1,5a y muchos comentaristas los juzgan continuación de este versículo. Presentan la reconstrucción del templo como el principio de una era de prosperidad. Israel había experimentado las consecuencias del abandono del templo; pero, una vez renovadas las obras de reconstrucción, Dios será fiel a la alianza. De nuevo Yahvé «bendecirá» al pueblo. Esta palabra nos recuerda las promesas a los patriarcas.

El último discurso del profeta es un oráculo escatológico, formado por una condena de las naciones y una promesa a la dinastía davídica representada por Zorobabel. El sello era un objeto personal usado para firmar documentos y que comportaba a la vez dependencia absoluta e intimidad total con su propietario. La comparación pretende manifestar que Yahvé siente hacia Zorobabel un amor total. Las promesas mesiánicas hechas a la casa de David son transferidas a Zorobabel, que así pasa a ser figura de Cristo. El será el verdadero «siervo» «sello» y "el elegido" que construirá definitivamente el templo espiritual.

J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 271


2.- Qo 3, 1-11

2-1.

Este libro imposible de datar (dos o tres siglos antes de Jesucristo) y cuyo autor es desconocido, es el libro de la melancolía. El autor parece haberse sometido al pie de la letra a la secularización que conocemos actualmente y haber tratado realmente de vivir las realidades terrestres sin referencia a una explicación exterior a las mismas. Pero, aparentemente, la historia humana misma pierde su "sentido".

El poema de este día recoge el tema del Ecl 1, 4-11 sobre los ritmos del mundo. El autor enumera veintiocho acciones opuestas que someten a ritmo la vida del hombre según una ley, unas veces de necesidad y otras de imprevisibilidad. El hombre está solamente seguro que a una acción sucederá su opuesta, pero no es dueño del instante en que la inversión de las situaciones se realice y no domina esta alternación que somete a ritmo el tiempo.

Así, pues, el hombre es incapaz de actuar siempre en el mismo sentido; está conducido a contradecirse sin cesar, a empezar de nuevo siempre. Las cosas tienen su tiempo; una vez transcurrido este tiempo, desaparecen y dejan lugar necesariamente a otras. Algunas por su misma naturaleza se llaman según un ritmo y una periodicidad ineludibles.

Esta alternación es engañosa, ya que hace imposible toda continuidad en el esfuerzo; constituye, sin embargo, una fuente de felicidad, ya que permite liberarse de acciones pasadas y olvidar lo que ha motivado disgusto (vv. 9-11).

Sí, el tiempo pasa, pero esta incesante desaparición del tiempo no solo es muerte, es también nacimiento. El hombre se separa en todo momento y dolorosamente del presente, pero esta necesidad no es puramente negativa. Revela, por el contrario, que la inserción del hombre en el tiempo mortifica en él una exigencia espiritual de su "ego" más profundo.

Ciertamente, está sometido a la universal movilidad y cada una de sus acciones es arrastrada por el flujo de la historia, pero el hecho de sentir esta movilidad extrema como un dolor demuestra que está hecho para una posesión eterna e inmutable de sí mismo y de las cosas.

Esto no significa que se pueda alcanzar esta posesión estable evadiéndose de la afluencia del tiempo. Por el contrario, es precisamente viviéndola como una muerte incesante y consintiéndola, la fluctuación del tiempo se transforma en el terreno del misterioso alumbramiento de un tiempo nuevo y permanente en el mismo corazón de la descomposición del tiempo presente.

El tiempo tiene, pues, finalmente un sentido, un significado que no le llega del exterior o de un más allá alienante, sino de sí mismo; al ofrecer a cada uno su condición provisional, le propone al mismo tiempo un consentimiento de la muerte que es conversión y participación en el misterio pascual.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 90


2-2.

La Iglesia, en este «Leccionario Semanal», sólo nos propone tres cortos extractos del Libro del Eclesiastés, pero vale la pena de tomar la Biblia completa y leer todo el libro: se trata de un libro a la vez breve y fascinante.

-Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado, un tiempo para matar y un tiempo para sanar, un tiempo para destruir y un tiempo para edificar, un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para gemir y un tiempo para bailar, un tiempo para abrazarse y un tiempo para abstenerse, un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz...

¿Qué provecho obtiene el que trabaja por toda su fatiga?

El autor cita de ese modo, en un hechizo poético y monótono, veintiocho acciones humanas, opuestas y contradictorias, que siguen el ritmo de la vida del hombre: ¡hacer y deshacer! En efecto, si reflexionamos de veras, vemos que el hombre tiene amenaza constante de contradecirse... de empezar siempre de nuevo. Esta alternancia es decepcionante, porque hace más difícil la continuidad en el esfuerzo. ¿Por qué construir una pared para derribarla luego? ¿Por qué lavar los platos para volver a usarlos y a lavarlos y así indefinidamente?

Pero el hombre es el único ser de la creación que siente el dolor de su fragilidad: ¿no nos prueba esto que su fin es otro?, que es la posesión eterna e inmutable de sí mismo.

-Considero la tarea que «Dios» ha asignado a «los hombres». Ha hecho todo lo apropiado a su tiempo...

"El" ha puesto también el deseo de infinito en su corazón...

El autor del Eclesiastés no es un ateo, aun cuando repita a menudo el análisis lúcido de ciertos ateos modernos.

Para él, en medio del flujo y reflujo del «tiempo», está lo «infinito» que se va construyendo. La fluctuación monótona y deprimente del tiempo que pasa es el terreno misterioso de una eternidad naciente en el seno mismo de la descomposición del tiempo.

¡El tiempo, finalmente, tiene pues un sentido! pero no en sí mismo, sino en Dios, en la eternidad de Dios. Y sin embargo no se trata de buscar el sentido del tiempo solamente en el más allá y el después, como si fuera necesario refugiarse en el cielo y huir de lo temporal para descubrir el sentido de lo eterno.

Recordemos el texto ¡fue «en su corazón» donde puso Dios la infinitud del tiempo! La eternidad ya ha comenzado, es concomitante con el tiempo. «No has comprendido nada, mientras no hayas comprendido que hoy es el día del Juicio»... HOY se desarrolla la eternidad, estás inmerso en ella, y todo lo que haces, minuto tras minuto, toma una densidad eterna en Dios. En efecto algo de lo «permanente» se construye en el núcleo mismo de lo que fluye y pasa. «Incluso si en mí el hombre exterior se va arruinando, el hombre interior se construye día a día», decía san Pablo, que próximo a la muerte, era consciente de ir hacia la vida, una vida que ya había comenzado.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 304 s.


2-3. /Qo/03/01-23  D/SORPRENDENTE:

La reflexión permanente del Eclesiastés le permite distanciarse de todas las concepciones fosilizadas. Para descubrir el sentido de la vida es preciso descartar las falsas ilusiones que suplantan a Dios y lo hacen innecesario o lo domestican, convirtiéndolo en un ídolo del que puede disponer el hombre: apego a ideas, sentimientos, sistemas religiosos que ofrecen un camino «seguro» para llegar a Dios y adueñarse de él en vez de permitir la irrupción de su iniciativa salvadora. Eso es lo que parece decirnos el Pseudo-Salomón con estas reflexiones sobre las diversas actividades humanas (1-8), sobre el triunfo de la iniquidad (16-17) y sobre la semejanza entre el hombre y la bestia (18-22).

La visión que el autor tiene del tiempo y del cosmos parece participar tanto del "panta rei" («todo fluye») de Heráclito como del eterno retorno de los estoicos: «Todo tiene su tiempo y sazón» (v 1). Pero estos tiempos sucesivos son contradictorios en su contenido y se anulan recíprocamente en sus efectos: nacer-morir, plantar-arrancar, matar-curar, demoler-construir, llorar-reír, arrojar piedras-guardarlas, desgarrar-coser... Se trata de alternancias fundamentales entre las que se halla prisionero el hombre. Pero nuestro autor no comparte el fatalismo cósmico e histórico de la filosofía griega. Todo fatalismo y determinismo queda superado por su fe religiosa en un Dios que es Señor de la historia, aunque trascendente en el secreto de su acción en el tiempo: «observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres... Todo lo hizo hermoso en su sazón..., pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin» (10s).

La injusticia y la iniquidad ocupan gran espacio en el desarrollo de los acontecimientos humanos, sobre todo la injusticia y la iniquidad de las clases dirigentes y de los poderosos. Pero tampoco esta situación escandalosa escapa al control de Dios, que juzga tanto al justo como al injusto (17).

En el cuadro de la impenetrabilidad de los misterios de la vida hay una última meditación sobre la realidad, evidente y misteriosa, de una extraña semejanza entre el hombre y la bestia. El hombre debe habituarse a aceptar lo que es inevitable y a vivir con lo que no puede cambiar; no tiene más opción que aceptar el mundo en que ha nacido. Dios no ha admitido al hombre a compartir los secretos de la creación y de la providencia. Pero esto no debe llevarlo a una postura trágica. La ironía del Pseudo-Salomón es una invitación a tomar la vida con toda su ambigüedad. La soberanía de Dios y la finitud del hombre abren la puerta a un temor lúcido y sano que nos permite gozar de una vida que, al fin y al cabo, no es totalmente nuestra. En este sentido el Eclesiastés es un auténtico maestro de sabiduría.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-198.Pág. 330 s.


3.- Lc 9, 18-22

3-1.

Ver paralelo Mt 16, 13-19


3-2.

a) En un primer momento, Cristo quiere obtener una confesión de los Doce sobre su mesianidad. Por boca de Pedro, los apóstoles llegan a confesarla, después de haber descartado las demás hipótesis posibles.

Pero esta mesianidad es equívoca en la medida, en que entraña, en el espíritu de los contemporáneos, la idea del restablecimiento del Reino por la violencia y por un juicio de las naciones.

También Cristo impone antes que nada el silencio a los suyos, sugiriéndoles que no habrá mesianidad sino a través de la muerte y la resurrección.

En un momento dado de su ministerio Jesús ha tomado, pues, conciencia de las modalidades en las que iba a ejercerse su mesianidad y ha hecho compartir esta convicción a los suyos. Se advertirá que esta luz le ha sido dada (v. 18) en el curso de un tiempo de oración. En su deseo de responder lo más perfectamente posible a la voluntad de Dios, Jesús quiere que su mesianidad no tenga nada de político ni de desquite (cf. Mt 8, 4-10), sino que sea toda de dulzura y de perdón. Esta opción no es fácil de tomar ni de mantener. Numerosas oposiciones se dirigen contra Jesús, y este no tarda en darse cuenta de que tal elección le conducirá a la muerte (v. 22).

Cabe imaginarse el drama de conciencia de Cristo: se sabe encargado de cumplir con una vocación mesiánica, entiende que ha de cumplirla en la dulzura y con medios pobres y se da cuenta de que no podrá conducir a buen término su obra al intervenir la muerte antes de su realización. ¿Entonces? Sin duda Dios quiere que sea más allá de la muerte cuando Jesús complete con éxito su misión mesiánica. ¡Dios no le abandonará, sin duda, en la muerte! De esta manera Cristo llega a pensar en su resurrección y a proclamarla (v. 22).

b) Lucas muestra a Cristo en oración cada vez que va a tomar una decisión importante o va a comprometerse en una nueva etapa de su misión (cf. Lc 3, 21; 6, 12; 9, 29; 11, 1; 22, 31-39). Lucas es, en este caso, el único que menciona la oración de Cristo (v. 18) antes de obtener la profesión de fe en los suyos y de anunciarles su Pasión. Así cabe pensar, como en cada una de las demás circunstancias mencionadas por Lucas, que Jesús reza por el cumplimiento de su misión, cuyos contornos no ve más que en la oscuridad. No basta explicar esta actitud de oración en Jesús por el deseo único de dar ejemplo a sus apóstoles. Jesús no ora simplemente con fines edificantes. Si reza es porque realmente el objeto de su oración no le parece cierto: los teólogos que atribuyen a Jesús un conocimiento perfecto del futuro no pueden dar un contenido real a la oración implorante de Jesús: no se reza para que la ley de la gravedad produzca sus efectos.

Si Jesús reza es que el futuro, como es el caso de todo hombre, no está en sus manos, y que la incertidumbre sobre lo que va a pasar reina en su conciencia. La voluntad humana, que es la suya, no tiene en sí misma el poder de realizar su misión; también El pide a Dios luz y ayuda.

La oración de Jesús, es, pues real: significa que El afronta el misterio de la muerte que se perfila en el horizonte de su ministerio en la oscuridad de la conciencia y del saber humanos.

Si la oración de Jesús demuestra la realidad de su humanidad, no deja de ser un signo de su divinidad. La oración es, en efecto, imposible para el hombre, ya que no es un discurso que se dirige a Dios como un objeto. Tiene a Dios por sujeto, que conoce esta profundidad en nosotros que debemos obtener para orar, pero que no podemos alcanzar si no es con la ayuda de su Espíritu (Rom 8, 26-27). Que Jesús pueda reunir en su oración la profundidad de su persona, donde se establece su vocación mesiánica es el índice de que dispone del Espíritu de su Padre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 92


3-3.

¿Quién es Jesús? Inquieto por el revuelo suscitado en su provincia por aquel hombre, Herodes plantea la cuestión. Es verdad que no es un miembro de la Iglesia, pero su pregunta encuentra eco en el corazón de los discípulos. También ellos se interrogan: ¿quién es ese Jesús en quien han puesto su fe? Pedro responde: "El Mesías de Dios".

Pero con ello no todo queda resuelto, ya que la fe no se limita a una adhesión intelectual, sino que suscita un compromiso personal. ¿Quién es ese Jesús por el que yo me comprometo? El evangelio responde con el anuncio de la pasión. Jesús es el hombre nuevo, totalmente entregado a la voluntad del Padre: tiene que llegar hasta el fondo el compromiso tomado en la sinagoga de Nazaret. Para Jesús, obedecer es ser hijo, sin condiciones.

"¿Quién soy yo para ti?". Para ti, no para la gente. Para ti, personalmente, por encima de las respuestas hecha. Una pregunta delicada. Nos gustaría hacérsela a otros, pero vacilamos. ¿No vas a encerrarme en una definición demasiado rápida, a darme un nombre que apenas comprendes o malentiendes, a reducir el misterio de mi riqueza, del que quizá ni siquiera yo conozco toda su profundidad? Me responderás:"Tú eres mi hijo..., mi amigo..., mi dueño..., mi amor...". Y lo soy. Pero soy también algo más, otra cosa distinta.... Sí, es difícil conocer al otro sin herirle.

"¿Quién soy yo para vosotros?" Jesús se arriesga a interrogarnos.

Las respuestas abundan. Se han escrito libros enteros para darlas. ¿Jesús? Un profeta asesinado, el Sagrado Corazón, verdadero Dios y verdadero hombre, super-star... Jesús impone silencio... Es difícil conocer a Dios sin herirle.

Jesús estaba en oración cuando planteó esta cuestión. En la verdad de su ser y de su existencia, El puede decir que conoce a Dios. "¡Padre, Abbá!". Puede decir ese nombre sin herir a Dios, porque El se deja herir por ese nombre: "¡Padre, hágase tu voluntad!". En el Calvario Jesús mostrará hasta dónde le ha llevado su respuesta. En la hora de su pasión será cuando pueda decir de verdad: "Padre, les he dado a conocer tu nombre".

Conocer a Dios es una pasión; un amor inmenso y un profundo sufrimiento a la vez. Conocer a Dios es una vocación, una llamada: "El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo". Hacerse discípulo es una cuestión de opción y de obediencia.

Es un opción. Será discípulo el hombre que se haya visto tocado en su corazón por una palabra que lo desborda. La vocación es una prueba, ya que la llamada quema como una urgencia, es radical como un juicio. Ser discípulo es abrirse a una pregunta, dejarse cuestionar. Sin más seguridad que la gracia para salir vencedor de la prueba.

Y es una obediencia. Será discípulo aquel que se entusiasme con el don recibido. A todos los que tienen sed de Dios, del Dios de vida, Jesús les da su Espíritu: por el bautismo nos hemos revestido de Cristo; nosotros le pertenecemos. Nuestra vocación es una iniciación.

Conocer a Dios será siempre un nuevo nacimiento. Pedro no podrá decir de verdad el nombre de Jesús más que después de su negación y de la Pascua: "Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo". Aquel día, en vez de imponerle silencio, Jesús le alentará en su vocación de afianzar a sus hermanos.

"¿Quién soy yo..?". ¿Quién nos dirá, pues, el nombre de Dios, sino la herida que El mismo ha abierto en nuestro corazón con el deseo de conocerle?

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 76 s.


3-4.

-Un día, mientras Jesús estaba orando en un lugar solitario, estaban con El los discípulos...

Jesús se pone en oración siempre que va a suceder algo importante, cada vez que un viraje decisivo asoma en su vida humana.

Estamos siempre tentados de no tomarnos en serio esa oración, porque más o menos decimos: "pero, vamos a ver, era el Hijo de Dios ¿qué necesidad tenía de orar?..." O bien minimizamos la densidad de esa oración, reduciéndola a ser sólo un modelo para nosotros: "Jesús oró para enseñar a sus discípulos a hacerlo..." En fin nos aventuramos a refugiarnos en la "visión beatifica" y decimos: "siendo Hijo de Dios vivía continua y fácilmente en la contemplación íntima de su Padre, estaba en constante oración.....

Ahora bien, los momentos en los que Lucas afirma que Jesús oró, son, evidentemente, todos ellos momentos de gran tensión humana: la oración de Jesús era, humanamente, una oración real... pedía efectivamente la ayuda de su Padre a fin de tener la fuerza humana necesaria para poder realizar su misión... no representaba una farsa, realmente buscaba luz y valor.

-Les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy Yo?" Contestaron ellos: "Juan Bautista.

Otros, en cambio, que Elías, y otros un profeta de los antiguos, que ha resucitado." Encontramos de nuevo los mismos fenómenos de opinión pública.

-Jesús les preguntó; "Y vosotros, ¿quién decís que soy?"

Jesús les pide una respuesta personal. ¡Hay que tomar posición! Pues no basta ir repitiendo las opiniones oídas, si uno no se compromete personalmente.

Jesús oró en primer lugar por esto: se encontraba ante la incertidumbre respecto de sus amigos. ¿Lo seguirían verdaderamente? ¿Vacilarían solamente, no dirían "ni sí ni no", como tantos contemporáneos?

-Pedro contestó: "El Mesías de Dios."

Se podría traducir por: "el Ungido de Dios", "el Cristo de Dios". Esto era lo que Jesús había ya afirmado al principio de su ministerio, cuando leyó, en la sinagoga de Nazaret, el pasaje de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha conferido la unción para llevar la buena nueva a los pobres" (Lucas 4, 18). Ahora Pedro, después de estar un año viviendo con Jesús, lo reconoce en nombre de los Doce. Sobre Jesús, sobre su persona, sobre su identidad profunda, sólo podemos atenernos a lo que El nos ha revelado de sí mismo.

Señor, dinos "quién eres". Y concédenos tener plena confianza en ti.

-Pero Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie.

Lo hemos visto en San Marcos, los sueños populares sobre el Mesías eran demasiado políticos y revanchistas. Jesús no quería representar el papel de Mesías potente y victorioso.

Pide que no se diga que El es el Mesías... antes de la Pasión y Resurrección. Y nosotros, ¿qué papel pedimos a Jesús? ¿Estamos dispuestos a seguirlo desinteresadamente?

-Y añadió: "Es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho, sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados, sea ejecutado y resucite al tercer día."

Jesús ha rezado también por todo esto: siendo consciente de que iba a desempeñar ese papel de "mesías sufriente" veía perfilarse su muerte sobre el horizonte de su juventud.

Si habló de ello este día, inmediatamente después de la profesión de Fe de Pedro fue porque lo había estado pensando más en la oración que precedió al diálogo. En fin, probablemente Jesús oró también para que sus apóstoles no se quedaran demasiado vacilantes ante ese anuncio dramático. Señor, que esté seguro de que continúas orando por nosotros, para que nuestra Fe no vacile. Gracias.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 196 s.


3-5.

1. (Año I) Ageo 2,1-10

a) El profeta Ageo sigue animando a los que han vuelto del destierro a que reconstruyan equilibradamente su identidad: sin descuidar los valores religiosos, representados en el templo.

Les recuerda que Dios les ha estado siempre cercano, tanto cuando les liberó de Egipto como ahora, que les ha devuelto de Babilonia. Eso les debe estimular a tener en cuenta la Alianza en su tarea de reedificación. De parte de Dios les dice: "¡Ánimo, pueblo entero: a la obra, que yo estoy con vosotros!".

Más aún: les promete que el futuro todavía será mejor que el pasado: "la gloria de este segundo templo será mayor que la del primero". Este templo será menos esplendoroso que el de Salomón, pero sigue siendo el mejor símbolo de la Alianza entre un Dios cercano y un pueblo que ha prometido vivir según la voluntad de Dios.

b) No tendríamos que dejarnos engañar nunca por los agoreros de males, ni vencer por la pereza en nuestra misión de testimonio cristiano.

Por una parte, el pesimismo nos seca los ánimos para el trabajo. Y, por otra, como quiera que nos llaman mucho más la atención las cosas inmediatas y visibles, tendemos a descuidar las espirituales. Entonces, lo del pesimismo nos suele venir muy bien de excusa para no poner manos a la obra en la tarea de la evangelización y de la construcción de una sociedad mejor, aunque se trate, como entonces, de reparar paredes ruinosas.

Tenemos que escuchar también nosotros las palabras de aliento del profeta Ageo: "ánimo, pueblo entero... no temáis... que Dios está con vosotros y volverá a llenar de gloria este templo". La Iglesia de Jesús tiene futuro. Su Espíritu sigue inspirando y animando.

Digamos con el salmo: "Espera en Dios, que volverás a alabarlo... Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen". Que nunca sea excusa para nuestra pereza la situación del mundo, por decadente que nos parezca. Cuanto más ruinoso esté, más urgente es nuestro trabajo.

1. (Año II) Qohelet 3,1-11

a) Hoy leemos otra famosa página del Qohelet, el Predicador o Eclesiastés: "todo tiene su tiempo y su momento".

El sabio enumera catorce binomios opuestos, tomados de la vida, -tiempo de nacer y tiempo de morir, de plantar y recoger, de callar y de hablar, de guerra y de paz...- para indicarnos que debemos saber en cada momento lo que toca hacer, con sensatez. No son disyuntivas, sino situaciones complementarias, pero que cada una tiene su tiempo adecuado.

Vuelve a insistir en la visión escéptica: "¿qué saca el obrero de sus fatigas". Es tal la hermosura de lo creado y lo ha hecho tan bien Dios, "y a su tiempo", que no vale la pena esforzarse demasiado, porque "el hombre no abarca las obras que hizo Dios".

b) La sabiduría de un cristiano está hecha, sobre todo, de la Palabra de Cristo en el evangelio. Pero también puede beber sensatez y sentido común en las páginas de los sabios del AT, que no nos presentan altas teologías, pero sí la sensibilidad de un creyente que mira a Dios y a la vez tiene los pies bien puestos en el suelo.

Si supiéramos discernir, por ejemplo, cuándo es tiempo de llorar o de reír, de guardar o de arrojar, de destruir o de construir, nos irían bastante mejor las cosas en las opciones personales y en las comunitarias. Cada cosa tiene su tiempo, y nuestros disparates, pequeños o grandes, los solemos hacer porque no distinguimos estos tiempos.

No nos tendríamos que tomar tan en serio a nosotros mismos. Seríamos más felices si miráramos con humor lo que hacemos, sin subirnos a la altura cuando nos sale bien ni hundirnos cuando fracasamos. Lo cual no es una invitación al fatalismo o a no trabajar, sino a trabajar con más serenidad interior y exterior. Sin asustarnos de casi nada.

Santa Teresa, que tenía sentido común, supo expresar sabiamente esta disponibilidad serena ante lo que nos depare la vida: "cuando penitencia, penitencia; cuando perdices, perdices".

De nuevo se apunta en el salmo que lo único sólido es Dios: "bendito el Señor, mi Roca, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio". Mientras que "el hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa".

2. Lucas 9,18-22

a) Ayer el interesado por saber quién era Jesús fue Herodes. Hoy la pregunta se la hace Jesús mismo a los suyos.

Primero, "¿quién dice la gente que soy yo?". La respuesta es la misma de ayer: Elías, o Juan, o un profeta. Pero en seguida Jesús les interpela directamente: "y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". La respuesta viene, cómo no, de labios de Pedro, el más decidido del grupo: "El Mesías de Dios".

Mesías es palabra hebrea. En griego se dice Christós. En castellano, Ungido. Jesús es el Ungido de Dios, o sea, aquél sobre quien Dios ha enviado su Espíritu, ungiéndole con su fuerza, para que lleve a cabo una misión.

El breve diálogo termina con el anuncio de su muerte y resurrección, aunque aquí Lucas no nos diga qué clase de reacción hubo en los apóstoles ante este anuncio tan inesperado.

Esta vez Jesús se da a sí mismo el nombre de "Hijo del Hombre", que viene de aquella visión de Daniel. Este profeta, delante del Anciano sentado en el trono, rodeado por miríadas y miríadas de ángeles, vio venir "entre las nubes del cielo como un Hijo de Hombre" (Dn 7, l 3), uno con apariencia de hombre, pero que claramente supera esta condición, porque Dios le da todo poder e imperio para siempre.

b) La pregunta se nos repite periódicamente a nosotros, y no es superflua: ¿quién es Jesús para nosotros? Claro que "sabemos" ya quién es Jesús. No sólo creemos en él como el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, sino que le queremos seguir con fidelidad en la vida de cada día.

Pero tenemos que refrescar con frecuencia esta convicción, pensando si de veras nuestra vida está orientada hacia él, si le aceptamos, no sólo en lo que tiene de maestro y médico milagroso, sino también como el Mesías que va a la cruz, que es lo que él añade a la confesión de Pedro. Esto último es lo que más les costaba a los apóstoles aceptar en su seguimiento de Jesús, porque el mesianismo que ellos tenían en la cabeza era más bien triunfalista y sociopolítico.

¿Quién es Jesús para mi ahora, en esta etapa concreta de la vida que estoy viviendo?

Porque puede haber una evolución -muchas voces saludable- en mi comprensión de la figura de Jesús. A no ser que me haya hecho una imagen a mi medida, con selección de aspectos del evangelio, en vez del Jesús auténtico, con la cruz incluida. Por ejemplo, el Jesús con quien comulgamos en cada Eucaristía es el "Cuerpo entregado por...": y debemos ir asimilando a lo largo de la jornada esa misma actitud de entrega nuestra por los demás.

La pregunta puede completarse en dirección a nuestro apostolado con los demás: en la catequesis, en la predicación, en la reflexión teológica, ¿a qué Jesús anuncio yo? ¿al Jesús del evangelio, o al que nos "gusta" porque lo presentamos más cómodo y según la tendencia ideológica de turno? La Buena Noticia no nos la inventamos. Nos viene de Cristo, consoladora y exigente al mismo tiempo.

"Ánimo, pueblo, que yo estoy con vosotros" (1ª lectura I)

"El hombre es igual que un soplo, sus días, una sombra que pasa" (salmo II)

"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 107-111


3-6.

Ecle 3, 1-11: El respeto por los padres

Lc 9, 18-22: Tu eres el enviado de Dios

A los discípulos también los asaltaban las inquietudes respecto a la verdadera identidad de Jesús. Las preguntas nacían de la actitud de Jesús. El no se sometía a sus expectativas nacionalistas, milagreras, autoritarias o de cualquier tipo. Jesús se mostraba como un ser profundamente auténtico que fundaba su identidad humana en una inquebrantable fe. Esa inquebrantable fe en el Reino y en la relación filial con Dios lo llevó muchas veces a inevitables choques con sus discípulos.

Los discípulos esperaban que él fuera el liberador de Israel. Su expectativa mesiánica coincidía únicamente con la liberación de la opresión romana y con la institucionalización de un gobierno popular. La confesión de fe de Pedro, aunque reconoce el carácter trascendente de la misión de Jesús, lo somete a sus ideales políticos. Por eso, Jesús tiene que aclararle cuál es el destino del "Hijo del Hombre", título escatológico que lo ponía al mismo nivel de cualquier ser humano. La misión y la vida de Jesús rebasaban las expectativas vigentes e iniciaban una nueva manera de concebir las relaciones con Dios, con el hermano y la búsqueda de un mundo mejor.

Hoy, tenemos que luchar por recuperar para nuestra práctica cristiana el valor y el sentido de la misión de Jesús. El que lo reconozcamos como el enviado de Dios, tal como lo hizo Pedro, no implica necesariamente que comprendamos realmente su misión. Pues, sus discípulos aunque lo seguían y trataban de ayudarle en todo, se tardaron mucho tiempo en alcanzar una comprensión cabal. Y se demoraron tanto no porque les faltara buena voluntad, sino porque sus propias expectativas los cegaban. Hoy nosotros necesitamos prescindir de nuestras ideas previas sobre Jesús para tratar de percibirlo como nos lo presenta el evangelio, y, sobre todo, para comprender su misión y adoptarla como la directiva principal de nuestra vida comunitaria y personal.

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3-7. CLARETIANOS 2002

Qohelet se presenta inicialmente apático y encogido de hombros, según su costumbre; la vida le parece un indefinido hacer y deshacer sin horizonte ni sentido alguno. Pero de repente da un salto de fe, reconoce -quizá no con el lenguaje más correcto- que las fatigas del hombre en el mundo son un encargo de Dios, que Yahvé no es indiferente a toda esta aparente prosa en que se desarrolla la vida humana. Vuelve a ver las cosas como creación de Dios y reconoce que "todo es hermoso", y que, como obra de Dios, participa en su misterio inasible: el hombre se distingue de las demás criaturas en que puede pensar, pero su pensamiento no abarcar tanta maravilla.

Nosotros, los del siglo XXI, vivimos en la época de la exploración espacial, de la macro y microfísica, y de la física atómica. El hombre es cada vez más dominador del universo; pero ya no tiene la ingenuidad del científico del siglo XIX; las leyes físicas aparentemente poseídas quedan falsadas con cualquier nuevo e inesperado descubrimiento. Sigue habiendo quien califique la maravilla cósmica o humana de "chiripa de la naturaleza"; ya no funcionan apodícticamente los silogismos de "a Dios por la ciencia", y la secularidad y autonomía humana en el dominio del universo es legítima. Pero el dotado de espíritu poético tiene la suerte de trascender las fórmulas físicas; y el creyente, además de ver las cosas, ve a través de ellas, percibe la inabarcable huella de Dios en ellas.

Interesante que Jesús pida a los suyos una respuesta personal acerca de lo que ven en él, una confesión de fe, y que no se dejen simplemente llevar de lo que se dice. Y la respuesta debe ser aquilatada, pues las simples palabras pueden conducir a error. Por eso Jesús no les permite pregonar que él es el Mesías.

Pero para ellos -y para nosotros- lo verdaderamente desconcertante es que el destino inmediato de todo un Mesías sea la humillación y el fracaso, que el camino hacia la plenitud sea tan extraño. Nuestro evangelista, por delicadeza para con los apóstoles, omite la oposición de Pedro al camino de Jesús y los reproches que por ello tuvo que recibir. Evangélicamente aleccionado, San Vicente de Paúl -de quien hoy hacemos memoria- supo optar por el camino certero: la entrega a los pobres y marginados, la decisión por compartir y aliviar su vía dolorosa, es la fórmula mágica de vivir vida mesiánica, de anticipar la pascua.

Severiano Blanco, cmf (severianoblanco@yahoo.es)


3-8. COMENTARIO 1

TANTAS OPINIONES COMO CABEZAS

Después de haber dado el signo mesiánico por excelencia («Cuando venga el Mesías -corría de boca en boca-, habrá comida para todo Israel..., habrá trabajo y bienestar para todos...»), Jesús se retira a orar él solo, como en otros acontecimientos muy significativos para su ministerio. Está en juego su misión. Flota en el ambiente una gran expectación: «¿Será el Mesías?»

Nadie se atreve a pronunciar esta palabra. Lleva una carga politizada y peligrosa en exceso. Además, ¡han fracasado tantos que pretendían serlo y que finalmente han sido aplastados por la máquina de guerra de los romanos! (cf. 13,1-3; Hch 5,36 y 37; 21,38). ¿Y si lo fuese? Los discípulos se lo huelen. Están presentes mientras Jesús reza, pero no participan en la oración. No comparten en absoluto las reservas de Jesús: «Una vez que estaba orando él solo, se encontraban con él los discípulos» (Lc 9,18a). Jesús toma la iniciativa. Quiere que se definan. Entre la gente se barajan toda suerte de opiniones (tres equivalen a todas las habladurías que corrían entre el pueblo). La mayoría lo tienen por una reencarnación de Juan Bautista. Otros por Elías (que había de preceder a la venida del Mesías y actuar con procedimientos muy expeditivos). Unos terceros creen que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida (9,19). A nadie, sin embargo, se le ocurre decir que sea el Mesías. La gente esperaba un Mesías-rey carismático, de casta davídica, con fuerza y poder, con un ejército aguerrido. Jesús, por el contrario, habla del reino de Dios, pero no lo entronca con David. No tiene a los poderosos de su lado y no acepta la violencia.


LOS DISCÍPULOS SE QUITAN LA CARETA

Por el tono en que hablan, se adivina que los discípulos no comparten las mil y una opiniones (tres pareceres, igual a una totalidad) de la multitud. Jesús los acorrala: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (9,20a). Pedro, en nombre de los Doce, pronuncia la palabra fatídica: «El Mesías de Dios» (9,20b). La adición «de Dios» (comparadlo con Mc 8,29) no dice simplemente que es el «Ungido por Dios», que se podría entender como en Mt 16,16 («el Mesías, el Hijo de Dios vivo») en sentido positivo, sino que pone énfasis en que es el Mesías prometido por Dios con el fin de liberar a Israel de las manos del ejército de ocupación (véase Lc 23,35). Sólo así se entiende que Jesús, acto seguido, dirigiéndose a los Doce, los conmine como si fuesen endemoniados (poseídos por una ideología que los fanatiza): «El les conminó y les ordenó que no lo dijeran absolutamente a nadie» (9,21). ¿Por qué los considera endemoniados? Porque sabe que han descubierto que es el Mesías, pero que no han hecho ningún progreso en la comprensión del contenido que él le quiere dar. Por el tono de voz se nota que son unos fanáticos nacionalistas y que pueden soliviantar las multitudes y hacer fracasar su tarea. Por esto es tan severo con ellos. Fanatismo y religión se mezclan con frecuencia. Jesús quiere cambiar la historia dando un sentido nuevo a la liberación que Dios quiere realizar en el hombre. Pero ¿quién le hará caso? Todos tratan de llevar el agua a su molino.


EL MODELO DE HOMBRE SERA UN FRACASO

Primero los ha exorcizado -como quien dice- después los ha hecho enmudecer; ahora les revela el destino fatal del Hombre que pretende cambiar el curso de la historia. «Y añadió:

"El Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y, al tercer día, resucitar"» (9,22). Detrás de este impersonal («tiene que») se adivina el plan de Dios sobre el hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto realizar como de lo que va a suceder de forma inevitable, atendiendo a que el hombre es libre. Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo aceptó Dios cuando se propuso crear al hombre dotado de libre albedrío. El fracaso libremente aceptado es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar de actitudes frente a los sacrosantos valores del éxito y de la eficacia. Jesús encarna el modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos los poderosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado como un malhechor. No bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la enumeración no falta ningún dirigente: «los senadores», representantes del poder civil, los políticos, «los sumos sacerdotes», los que ostentan el poder religioso supremo, los máximos responsables de la institución del templo, los letrados», los escrituristas teólogos y canonistas, los únicos intérpretes del Antiguo Testamento reconocidos por la sociedad judía. Lo predice a los discípulos para que cambien de manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos fracasados ante la sociedad judía, aceptando incluso una muerte infamante con tal de cumplir su misión.

Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hombre marcará el principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una muerte ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra prometida donde no se pueda instalar ninguna clase de poder que domine al hombre.


COMENTARIO 2

La oración, realizada en la compañía de Jesús, es el único instrumento válido que nos prepara a realizar el camino que va del reconocimiento de Jesús como Profeta a la proclamación del Mesías y desde ésta a la fe en el misterio del Hijo del hombre.

La primera etapa del recorrido nos conduce a la adhesión a la Persona de Jesús como única respuesta valedera a nuestras búsquedas más profundas. Con Pedro y, a diferencia de la multitud, debemos proclamar al Mesías Jesús, nuestro Salvador.

Pero éste nos exige un paso más. El Mesías, concebido muchas veces como un triunfador, a semejanza de la mentalidad de la sociedad elitista que vivimos, no puede colmar nuestra existencia. Es necesario recorrer el camino hacia Jerusalén en que tiene lugar la Historia de la Pasión. Esta es la suerte reservada al Hijo del Hombre y es también la suerte que debe ser asumida por todos sus seguidores si quieren, como él, ser agentes de transformación de un mundo dominado por la satisfacción de los egoísmos.

La lucha contra éstos y contra las injusticias que ellos generan nos coloca en el horizonte de la Pasión entendida, no como complacencia en el propio sufrimiento, sino como una actitud de coraje para actuar los valores del Reino en un mundo que trata de acallarlos, incluso con el homicidio de sus portadores.

El martirio es siempre una posibilidad real para los que, en seguimiento de Jesús, asumen su causa. Dicha causa necesita testigos confiables y en el horizonte de éstos siempre se encuentra la posibilidad de la entrega de la propia vida en defensa de sus valores.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. Viernes 26 de septiembre de 2003

Ag 2, 1-10: La majestad del templo
Salmo responsorial: 42, 1-4
Lc 9, 18-22: Jesús pregunta a sus discípulos quién es Él

La escena del evangelio de hoy está enmarcada en un contexto de oración. Jesús le pregunta a sus discípulos ¿Qué han oído a la gente decir de mí? ¿Cómo me ven? ¿Qué esperan de mí? Las preguntas de Jesús están orientadas a saber cuál es la impresión que tiene la gente sobre sus palabras y acciones; los discípulos se refieren a tres diversas interpretaciones de su personalidad y dan una vaga opinión sobre Él. Dicen que la gente ve a Jesús como si fuera “Juan Bautista”, o “Elías” o “un profeta de los antiguos que ha resucitado”.

Y ahora venía la pregunta que Jesús tenía miedo de plantear, pero que tenía que hacer; en ella se jugaba el todo por el todo: “y ustedes... ¿quién creen que soy? ¿Cómo me ven? ¿Qué esperan de mí? Pedro, respondió inmediatamente, “Tú eres el Cristo de Dios”, es decir, el Mesías.

Jesús les dijo lo que significaba ser Mesías; les anunció la pasión. Los discípulos no entendieron. Tampoco Pedro. Esperaban que él encabezara la lucha de Israel para dominar sobre las naciones. No habían comprendido que por lo que Jesús vivía, y por lo que estaba dispuesto a morir, era por el Reinado del Padre, no por ningún otro reinado de un Mesías nacionalista, ni por el dominio de Israel sobre las naciones. Lo que quería era que reinara la justicia, la verdad, la vida. No habían entendido que no buscaba el poder, dejándose llevar de sus propias ambiciones; no percibían la fuerza mortal de la amenaza que se cernía sobre él; tal vez se imaginaban que Dios lo protegía de manera mágica, y seguramente pensarían que no había nada que fuera más fuerte que Él, pero no habían entendido que el Reinado del Padre no se impone por la fuerza, sino que se ofrece como amor indefenso a quien quiera abrirse a él, y que Jesús había asumido esa manera de ser de Dios en la historia.

Para Jesús era sumamente arriesgado que dijeran que él iba a restaurar a Israel. Roma era sumamente sensible a cualquier posibilidad de revuelta que cuestionara su imperio; los Sacerdotes, servidores vendidos a Roma por sus propios intereses, también estaban decididos a desalentar cualquier apariencia de organización contra Roma, pues sólo así podían conservar sus privilegios; los herodianos tampoco estaban dispuestos a dejar que cualquier posible levantamiento del pueblo les pusiera en peligro de perder el favor de Roma, y señalarlo como Mesías era ponerlo en la punta de las lanzas romanas. Por eso les impuso una estricta orden de silencio: no anden diciendo eso de mí. Quería evitar que se malinterpretara su misión, pero también quería evitar riesgos innecesarios. Estaba convencido de que, tarde o temprano, lo iban a matar, y sus discípulos aún no estaban preparados para asumir los riesgos de su misión.

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3-10. ACI DIGITAL 2003

18. Véase Mat. 16, 13 ss.; Marc. 8, 27 ss. Estaba orando a solas: Basta saber que Jesús cultivaba la soledad, para comprender que es bueno hacer lo mismo, y que en ello se encuentra un tesoro. No solamente en su Cuaresma del desierto (Mat. 4, 1 ss.; Luc. 4, 1 ss.), ni solamente antes de elegir sus discípulos, sino de un modo habitual buscaba la soledad del monte (Mat. 14, 23), o de la noche (Luc. 6, 12; Juan 8, 1 s.), o de Getsemaní, para ponerse en oración; y así nos enseña a que lo imitemos, exhortándonos a orar en la soledad, y en el secreto del aposento (Mat. 6, 5 ss.). Todas las biografías de hombres de pensamiento nos muestran que amaron la soledad, el silencio, el campo y que allí concibieron sus más grandes ideas. ¿Cuánto más será así cuando no se trata de puros conceptos terrenales o ensueños de poetas, sino de la realidad toda interior que se pasa entre el alma y Dios? Cuando vemos un paisaje, o sentimos una emoción, o se nos ocurre alguna idea, quisiéramos compartirla con los amigos como un desahogo sentimental. El día que nuestra fe llegue a ser bastante viva para recordar que Jesús, junto con el Padre (Juan 14, 23) y el Espíritu Santo (Juan 14, 16), habita siempre en los corazones de los que creen (Ef. 3, 17) y que, por tanto, siempre la soledad es estar con El como El estaba con el Padre (Juan 16, 32) pensando con El (Juan 8, 16) y viviendo de El (Juan 6, 57); entonces amaremos ese trato con El real y durable, en conversación activísima y permanente; pues si se interrumpe puede reanudarse siempre al instante. Es allí donde El nos indica las cosas de caridad y apostolado que El quiere realicemos, sea por escrito o de obra o de palabra, cuando llegue el momento. "Nadie puede sin peligro aparecer, dice el Kempis, sino aquel que prefiera estar escondido". Cf. Cant. 1, 8 y nota.

20. Cf. Mat. 16, 13 ss. El Ungido o Mesías. Así también Marc. 8, 29. En Mat. 16, 16 se lee "el Hijo" de Dios, aunque algunos han leído como aquí ungido o "santo de Dios".

21. Cf. 8, 51.


3-11. DOMINICOS 2003

Palabra de elogio del templo de Dios

Profeta Ageo 2, 1-10:

“En el año segundo del reinado de Darío, vino la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo: ‘Profeta, di a Zorobabel, gobernador de Judea, y a Josué, sumo sacerdote...: ¿Quién de los que viven entre vosotros vio este templo en su primitivo esplendor?

Y ahora ¿cómo lo veis vosotros? ¿No es como si no existiese ante vuestros ojos? Pues,  ¡ánimo, Zorobabel!,  ¡ánimo Josué, sumo sacerdote! ... A la obra. Todavía un poco más de tiempo y agitaré cielo y tierra, mar y continentes... Y la gloria de este segundo templo será mayor que la del primero..., y en este sitio daré la paz”

Simbología: el nuevo o segundo templo ha de ser gloria, esplendor, punto de encuentro, atractivo del corazón de los israelitas, fuente de reflexión y paz, de justicia y amor.

Evangelio según san Lucas 9, 18-22:

“Una vez en que Jesús estaba orando a solas, pero en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 

Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Él les prohibió decírselo a nadie, y añadió: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho...”

Una confidencia más de Jesús, para despertar la conciencia de sus apóstoles: ¿qué dicen los demás de mí?, ¿y qué decis vosotros, mis íntimos y testigos de vida? Dejemos que nuestra fe y confianza en Jesús responda, en silencio profundo. Y no olvidemos las últimas palabras sobre su ‘pasión’.

 

Momento de reflexión

Una gloria mayor que la del templo antiguo.

El profeta Ageo sigue casi obsesionado con el templo, su sacerdocio y el culto, en los cuatro oráculos que pronuncia se hace presente el mismo tema. Al final de los mismos, parece que contempla la figura de Zorobabel, un funcionario de los persas, como si él fuera el elegido de Dios para que todo –templo, sacerdocio y culto- adquiriera nuevo esplendor y gloria.

Ese será el camino para alcanzar la restauración del pueblo elegido en su fidelidad a Dios.

Nosotros podríamos volver la mirada sobre el templo de nuestro corazón y sobre el templo de la caridad, amor y servicio a favor de nuestros hermanos.

Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

Quienes estamos familiarizados con la grandeza, honor y gloria de Jesús, tenemos implícita en nuestra mirada hacia Él una cierta respuesta, como la tendrían los apóstoles.

 ¡Tú eres el hombre más grande, Jesús: un profeta, un nuevo Elías, un nuevo Bautista!

Pero pasar de ahí y añadir que Él es el Hijo de Dios, nuestro Hermano mayor, nuestra Cabeza, nuestro Corazón, esto es un regalo de Dios, como lo fue la confesión de Pedro. Fe y sólo fe.

¡Qué golpe de gracia: Tú eres el Mesías de Dios, el Hijo de Dios! ¡Afortunados los que creemos en Cristo!


3-12.

LECTURAS: AG 1,15-2,9; SAL 42; LC 9, 18-22

Ag. 1, 15-2, 9. No es bueno hacer comparaciones, sino esforzarnos porque lo que hagamos sea lo mejor, aun cuando no alcancemos a realizar lo que otros hicieron en otros tiempos. Ciertamente los Israelitas, vueltos del desierto, no contaban con todos los recursos que David había dejado a su hijo Salomón para la construcción del Templo, que se considera como una de las siete maravillas del tiempo antiguo. Quienes lo conocieron y se entristecieron por su destrucción, ahora, al levantar un nuevo santuario en honor del Señor, comparando lo sencillo de este con el esplendor del primero, pueden decir que es muy poca cosa a sus ojos. Sin embargo, no es lo externo, sino el corazón que busca al Señor para darle culto, aun cuando sea en un lugar muy sencillo, lo que importa; por eso hay que vivir con fidelidad a la alianza pactada con el Señor; entonces Él será Dios-con-nosotros, pues su Espíritu estará con nosotros. Al llegar los tiempos Mesiánicos el Señor, finalmente, será el Dios-con-nosotros; el Dios, cuyo Espíritu habita en nosotros como en un templo, sin importar nuestro porte externo, sino nuestro amor fiel que nos lleve a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica. Que otros tiempos fueron mejores en el camino de la fe; que no había tantos desórdenes ni tentaciones como ahora se nos presentan; que era más fácil creer; esto no debe desanimarnos, sino por el contrario, hacernos poner el mejor de nuestros empeños, pues, en medio de un mundo de voces contrarias, el Señor nos concede los medios necesarios para que podamos proclamar su Nombre a todas las naciones; y de este esplendor no podía gozar antes la Iglesia; ojalá y lo aprovechemos para que el Señor sea cada vez más conocido y más amado.

Sal. 42. En Cristo Jesús no sólo encontramos refugio en contra de nuestros enemigos, sino que, elevados a la dignidad de hijos de Dios en el Hijo, disfrutamos de la Victoria lograda por el Señor. Quien camina en las tinieblas del error y del pecado, quien continúa destruyendo a su prójimo, quien destruye la paz y provoca dolor, sufrimiento y muerte, ni conoce a Dios ni lo ama. Si queremos disfrutar de un mundo más fraterno, quienes creemos en Cristo hemos de manifestar nuestra fe no sólo con palabras, sino con nuestra vida entregada a hacer el bien y a amar a todos a imagen de como Dios nos ha amado en Cristo Jesús.

Lc. 9, 18-22. ¿Quién es Jesús para nosotros? No podemos responder a esa pregunta con palabras magistrales nacidas del estudio. Nuestra respuesta debe ser muy sencilla; nacida de la vida, de lo que realmente hemos experimentado de Él; de cómo le hemos permitido entrar en nuestra vida y darle un cambio a nuestro ser y actuar; o, por desgracia, de cómo lo hemos ignorado o, peor, aún, de cómo lo hemos expulsado de nuestra vida para poder llevar una existencia conforme a nuestros caprichos e inclinaciones equivocadas. Cuando el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está dando a conocer qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su sangre, de su muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de participar de su Gloria a la diestra de su Padre. El quiere, así, que seamos sus amigos y hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que le corresponde como Hijo. Ojalá y el Señor también signifique mucho en nuestra existencia, y aceptando en nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu no sólo digamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino que esa realidad de fe nos ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia y a convertirnos en testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.

El Señor nos manifiesta su amor hasta el extremo en este Memorial de su Pascua; Él sigue amándonos y confiando en nosotros; Él continúa llamándonos para que estemos con Él en este momento de soledad, convertido en momento de soledad sonora por estar en un diálogo de amor con Él. Así como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar solitario a orar, así ahora estamos solos con Él para que en un encuentro personal podamos responder a su cuestionamiento sobre lo que Él significa en nuestra vida. Este momento de encuentro entre Dios y nosotros no puede reducirse a un desgranar oraciones por costumbre; es el momento de tomar conciencia de lo que Dios es en nuestra vida y de lo que nosotros somos para Dios.

Abramos todo nuestro ser para que en Él habite el Señor; entonces será posible esa Comunión de Vida entre Él y nosotros; y nuestro volver a la vida ordinaria será un ir como criaturas renovadas que podrán manifestar su fe viviendo a la altura de hijos de Dios y esforzándose para que el Reino de Dios se haga realidad en medio de las actividades de los hombres, reinando la paz, la justicia, la bondad, la fraternidad, la alegría, la solidaridad. Entonces, en verdad, no sólo habremos venido a visitar a Cristo, sino que Él irá con nosotros e impulsará nuestra vida para que trabajemos de tal forma que no sólo anunciemos su Evangelio con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en una Buena Noticia del amor salvador de Dios para todos los pueblos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

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3-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Ecl 3,1-11 Todas las tareas bajo el sol tienen su sazón
Salmo responsorial: 143 Bendito el Señor, mi Roca.
Lc 9, 18-22: ¿Quién dice la gente que soy yo?

La lectura de las Sagradas Escrituras y su falsa interpretación en el seno del pueblo judío hicieron creer a la gente sencilla, en no pocos casos, que estaba escrito en ellas lo que no estaba escrito en modo alguno. Quienes tenían la llave de la ciencia y de la teología, la clave de interpretación de las Escrituras -escribas y doctores de la ley, sacerdotes y rabinos-, hicieron una lectura de éstas, adaptada y corregida a gusto de las clases dominantes, de las que o formaban parte o eran solidarios. Con el correr del tiempo, el pueblo no supo ya distinguir entre la ganga y el buen metal, entre lo escrito y lo nunca dicho.

Porque ¿dónde está escrito en el evangelio que la jerarquía tenía que asimilarse a los poderosos de la tierra y hacer de obispos y cardenales, príncipes de este mundo con corte, palacio, poder y dinero? ¿Dónde que, para ser cristiano, haya que ser de derechas y que, desde las izquierdas, no se pueda ser creyente? ¿Dónde que los cristianos no se deben meter en política y que sus pastores deban ser neutrales para poder ser principio de unidad de los fieles? ¿Dónde que había que defender a capa y espada en sentido real el evangelio y que éste debía ser impuesto por la fuerza, en lugar de ser anunciado y libremente aceptado por quien buenamente quiera? ¿Dónde que, dentro de la iglesia, comunidad de hermanos e iguales, tenga que haber quienes se constituyan en clase docente y otros queden reducidos a eternos aprendices, con voz, pero sin voto ni capacidad decisiva, y las más de las veces incluso sin voz? ¿Dónde que la iglesia deba dividirse en clero y seglares, sacando del siglo al clero y haciendo de él una clase aparte, con indumentaria especial incluida, a más de célibes por imposición? ¿Dónde que mujeres y niños tengan que ser clases marginadas dentro de la institución, reducidas al silencio en las asambleas, a llenar bancos en liturgias multitudinarias y a vestir santos? ¿Dónde que, para evangelizar, haya que ser prudentes y pactar con el poder establecido para que éste dé una limosna de libertad a quienes nadie puede poner cadenas?

Una lectura simple y libre de prejuicios del evangelio se encarga de deshacer estos entuertos, pues nada de eso está escrito, por más que se haya practicado.

Lo que está escrito en los evangelios va por otros derroteros. Jesús lo anunció de sí mismo a sus discípulos, cuando éstos soñaban un futuro de triunfo y de poder: “-El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y, al tercer día, resucitar”. Lenguaje extraño, camino de dolor y de incomprensión, de amor sin medida que nada tiene que ver con el poder, la riqueza, el prestigio o lo honores, la fuerza y la desigualdad, dentro o fuera de la iglesia. Nada de esto está en los Evangelios.
 


3-14. 25ª Semana. Viernes

I. Jesús, Tú eres el Cristo de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre, Dios y hombre verdadero. Se lo has revelado poco a poco a los apóstoles, y más tarde lo dirás abiertamente a todos. A unos judíos que te preguntaban: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente[34], les
respondes: Os lo he dicho y no lo creéis[35]. Yo y el Padre somos uno[36].

Pero ahora, aún no es conveniente manifestar tu divinidad. Los judíos no están preparados para aceptar este hecho. Ni siquiera al final de tu vida lo entenderán, y por ello precisamente quieren matarte: no queremos lapidarte por obra buena alguna sino por blasfemia; y porque tú siendo hombre, te haces Dios [37]. Por eso ordenas a los apóstoles que no dijeran esto a nadie.

El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores. El ángel anuncia a José: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención,

Jesús dice: «Ésta es mi sangre de la alianza, que va ser derramada por muchos para la remisión de los pecados» [38].

Jesús, eres Dios Todopoderoso. Sin embargo, es necesario que el hijo del hombre padezca muchas cosas: has querido sufrir y morir por mí. Tan grave es el pecado que la redención supuso la muerte de un hombre que era a la vez Dios, de modo que el valor de ese sacrificio fuera infinito, como infinita era la culpa merecida por el pecado. Jesús, que me dé cuenta de la gravedad del pecado y que me determine seriamente a luchar para no volver a pecar más.

II. Hemos de fomentar en nuestras almas un verdadero horror al pecado. ¡Señor -repítelo con corazón contrito-, que no te ofenda más!

Pero no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas
pasiones: sería tonto o ingenuamente pueril que te enterases ahora de que «eso» existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que te unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque Él nos purifica [39].

Jesús, siendo Dios has querido padecer muchas cosas, hasta dar la vida por mí, para redimir mis pecados. Por eso yo quiero corresponder a tu amor con una lucha seria por vivir mi vida cristiana con fidelidad. Sé que sólo cumpliendo tus mandamientos puedo demostrarte mi amor, pues Tú mismo me has dicho: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor [40], y también: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando [41].

Por eso, Jesús, he de fomentar en mi alma un verdadero horror al pecado, que me separa de Ti privándome de la vida de la gracia. Sin embargo, me siento tan débil, tan inclinado a los dictados del pobre cuerpo y de las humanas pasiones... A la que me descuido, no pienso más que en mí: en mi soberbia, en mis gustos, en mis intereses. Pero es precisamente esta debilidad la que hace que te busque y te pida con corazón contrito: ¡Que no te ofenda más!

[34] Jn 10, 24.
[35] Jn 10, 25.
[36] Jn 10, 30.
[37] Jn 10, 33.
[38] Catecismo, 1846.
[39] Surco, 134.
[40] Jn 15, 10.
[41] Jn 15, 14.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-15. La confesión de Pedro

Autor: Comunidad de Carmelitas Descalzas de Toro

Lucas 9, 18-22

Y sucedió que mientras Él estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».


Reflexión

Hay preguntas que no admiten evasivas. En un momento central de la vida cada uno tiene que enfrentarse consigo mismo para hacer luz en su conciencia. Puede ser este el punto de arranque para lograr una vida más serena y comprometida.

Jesús es el Mesías, como reconoce Pedro, pero este mesianismo no se mostrará plenamente más que en la cruz y en la resurrección. Es la piedra de toque. Un cristiano no se entenderá sin la vivencia de la cruz y de la resurrección. Acompañar a Jesús en el triunfo a todos nos agrada, pero seguirlo hasta la muerte requiere coraje, y resulta más fácil salir con evasivas que ligarte a un compromiso que pone en riesgo tu vida. Seguir al Mesías, y un Mesías crucificado, es lo que nos autentifica como cristianos; lo que nos da fuerza para aceptar el dolor; lo que nos capacita para dar una palabra de esperanza ante el sin sentido de la injusticia; lo que nos llena de alegría y paz el sabernos amados por Dios. El que confiesa a Jesús como el salvador de su vida y de la historia, ese es discípulo del Mesías.

Señor Jesús, purifica nuestros labios para que podamos confesar tu nombre en medio de un mundo autosuficiente, y que la alegría de vivir contigo sea motivo para que los hombres te reconozcan como el Mesías, salvador del mundo.


3-16. "¿Quién dice la gente que soy yo?". (Lc 9, 18-22)

Jesús le pregunta a sus discípulos, "¿Quién dice la gente que soy yo?".

Nos preguntamos ¿Por que será que la presencia de Jesús era cuestionada?, ¿Por qué se sigue cuestionando hoy a Jesús?, la respuesta de ayer y de hoy es una sola, la presencia de Jesús cuestiona al mundo.

Tenemos que reconocer que Jesús es un interrogante, así se nos plantea frente a muchas realidades de nuestra vida, y ante eso reaccionamos de muy distinta forma, especialmente cuando vemos que el Evangelio nos contradice a ciertas respuestas que nosotros creemos que deben ser así, y esto sucede porque no conocemos bien a Jesús. En efecto, conocer a Jesús en forma intima, para algunos resulta difícil, y para otros es muy fácil.

El que quiera descubrir, encontrar y hallar a Jesús, tiene que hacerlo con mucha fe, solo así puede ser capaz de penetrar en el profundo misterio que encierra Jesús.

Pero ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?", le pregunta Jesús. Frente a la pregunta Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Pedro esta iluminado por la luz del Espíritu Santo, por eso penetra y descubre la personalidad de Jesús, y le es sencillo reconocer al elegido de Dios, al Hijo de Dios.

Por todas partes del mundo, oímos una pregunta muy importante por sus consecuencias, ¿Quién es Jesús?, frente a esta formulación, tenemos que saber que responder, porque de nuestra respuesta dependerá mucho la vida que seguirá quien la oiga y quien la dice.

Pero también debemos nosotros preguntarnos algo trascendente, ¿Quién creemos que es Jesús?, ¿Qué es para nuestra vida?

Frente a estos interrogantes, tenemos que responder sin vacilación o tropiezo al hablar, en la pronunciación o en la elección de las palabras, y con el testimonio de nuestra vida respaldando nuestras palabras.

Jesucristo, único Hijo de Dios, Ungido por el Padre para traernos la salvación, no hay otro, el es nuestra esperanza, el es nuestra promesa, a El tenemos que descubrir, como lo hizo Pedro, por eso es preciso que nos pongamos en disposición de ser iluminado por el Espíritu Santo, único capaz de descubrir los corazones abiertos a EL.

Jesús le dijo: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

Jesús paso frente a muchas personas que no se dieron cuenta quien era, y cuando comenzó a darse a conocer, sufrió todo tipo de contradicciones, fue perseguido, azotado, humillado, extendió sus brazos sobre la cruz y fue sepultado, pero no todo terminó en el sepulcro, porque resucitó al tercer día.

Jesucristo fue destinado a morir por lo hombres pero al mismo tiempo a resucitar por todos los hombres y la obra y misión de Jesús no terminó ahí, el resucito triunfante e inició una vida gloriosa y celestial.

Nuestra vida debe proyectarse a la salvación, a nuestra resurrección y glorificación con Cristo, en Cristo y por Cristo.

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


3-17. Viernes, 24 de setiembre del 2004

Hay un tiempo para cada cosa bajo el sol

Lectura del libro del Eclesiastés 3, 1-11

Hay un momento para todo
y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para sanar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra y un tiempo de paz.

¿Qué provecho obtiene el trabajador con su esfuerzo?
Yo vi la tarea que Dios impuso a los hombres
para que se ocupen de ella.
Él hizo todas las cosas apropiadas a su tiempo,
pero también puso en el corazón del hombre
el sentido del tiempo pasado y futuro,
sin que el hombre pueda descubrir
la obra que hace Dios desde el principio hasta el fin.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 143, 1a. 2-4

R. ¡Bendito sea el Señor, mi Roca!

Bendito sea el Señor, mi Roca,
Él es mi bienhechor y mi fortaleza,
mi baluarte y mi libertador;
Él es el escudo con que me resguardo. R.

Señor, ¿qué es el hombre para que Tú lo cuides,
y el ser humano, para que pienses en él?
El hombre es semejante a un soplo,
y sus días son como una sombra fugaz. R.

EVANGELIO

Tú eres el Mesías de Dios.

El Hijo del hombre debe sufrir mucho

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 18-22

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con Él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»

Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado».

«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy Yo?»

Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».

Y Él les ordenó terminantemente que no lo anunciaran a nadie, diciéndoles:

«El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».

Palabra del Señor.

Reflexión:

Ecli. 3, 1-11. Sólo somos dueños del presente. En Él nos aferramos, luchando por conquistar una vida mejor, más digna para todos. En él trabajamos los cristianos por hacer realidad el Reino de Dios. Contemplamos un futuro sin todo aquello que hoy nos oprime o nos hace sufrir. Pero no basta con tener buenos, o tal vez los mejores deseos sobre una vida plena; hay que ponernos en camino para llegar a la realización de nuestras esperanzas. Hay Alguien que camina junto a nosotros y que con su ayuda, impulsa nuestra vida y que, aunque Verdadero Dios, es hombre verdadero igual a nosotros, Cristo Jesús. En este camino no podemos sólo entregar nuestra vida para que las futuras generaciones disfruten de una existencia mejor, y de un mundo más perfecto de como nosotros lo recibimos; no podemos esforzarnos por construir la civilización del amor desde Cristo sin que disfrutemos, nosotros mismos, del producto de nuestro trabajo y del esfuerzo de las generaciones anteriores a nosotros. Lo único que se nos pide a nosotros es no estacionarnos y, aunque gozando de nuestros logros, que continuemos esforzándonos y caminando hacia la meta, hasta lograr que llegue a nosotros, en toda plenitud el Reino de Dios.

Sal. 144 (143). Hoy somos, mañana dejamos de existir. Pero hoy tenemos una misión. Hoy somos los responsables de nuestra sociedad y de todo lo creado. Hoy somos los trabajadores de esta jornada. Por eso, los que creemos en Cristo, debemos poner nuestra vida en manos del Señor, para que, fortalecidos por su Gracia, y a la luz de su Espíritu Santo, que habita en nosotros, podamos colaborar para llevar adelante su Obra Salvadora. No huyamos de nuestras responsabilidades; no queramos vivir cobardemente escondidos, incluso recluidos en Dios. Entregarle a Dios nuestra vida no puede llevarnos a eludir el cumplimiento fiel de la Misión que tenemos de darle un nuevo rostro a la humanidad: El Rostro de Cristo; rostro de santidad, de justicia, de alegría, de misericordia, de amor y de paz.

Lc. 9, 18-22. Antes de que nosotros mismos demos respuesta a los requerimientos de Cristo, veamos cómo ha respondido Él mismo a la pregunta de lo que nosotros somos para Él. Su respuesta no la ha dado sólo con palabras cargadas de amor y de ternura; su respuesta la ha dado de un modo vital. Él se hizo uno de nosotros, sufrió mucho, fue rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; fue entregado a la muerte, clavando en la cruz el documento que nos condenaba, dándonos, así, el perdón de nuestros pecados. Y resucitó al tercer día para darnos nueva vida y poder presentarnos santos, como Él es Santo, ante su Padre Dios, para que sea nuestra la Gloria que, como a Hijo unigénito del Padre, le corresponde. Eso es lo que nosotros somos para Cristo. ¿Qué respuesta daremos, cada uno de nosotros, cuando nos está preguntando sobre lo que Él es para nosotros? Ojalá y no nos quedemos dando una respuesta nacida de lo aprendido en el Catecismo, o en la profundización de materias que nos hablan de Dios. Ojalá y nuestra respuesta se dé desde nuestra propia vida, en la que el Señor sea el centro de nuestro amor y Aquel por quien realizamos todo, escuchando su Palabra, haciendo en todo su voluntad y dejándonos conducir por su Espíritu, para poder llegar a poseer los bienes eternos.

Hoy el Señor nos reúne en torno a Él, para que seamos testigos del gran amor que nos tiene. La Celebración del Memorial de su Misterio Pascual nos introduce en una experiencia personal del amor de Dios, que nos pone en camino para encontrarnos definitivamente con Él. Por eso este momento debe ser el más significativo de nuestro día. No venimos al Señor sólo por una tradición heredada de nuestros padre; ni sólo por lo que otros nos han dicho del Señor. Somos nosotros los que nos involucramos en el Misterio de Salvación que Cristo nos ofrece. Hechos uno con Él hemos de manifestar lo que realmente significa Él para nosotros: Nuestro amor, centrado en Él de tal manera que nos dejamos transformar en una imagen suya, lo más perfecta posible en nuestro mundo. Démosle a Cristo plena libertad en nosotros para que, desde nosotros, Él continúe su obra salvadora entre nosotros.

El Señor nos ha hecho suyos y nos ha comunicado todos sus bienes. Los que en verdad hemos aceptado su vida en nosotros debemos vivir, firmemente afianzados en la tierra, cumpliendo con todo aquello que se nos ha encomendado, no destruyendo, sino potenciando más la vida, sin perder de vista los bienes eternos, no como una conquista al final de nuestra vida, sino como algo que ya desde ahora vamos haciendo realidad entre nosotros, de tal forma que día a día vamos gozando de más amor fraterno, de más paz, de más bondad, de más misericordia, de más justicia, y de más alegría, que son dones que proceden de Dios para que los hagamos nuestros. Tratemos siempre de ser hombres de esperanza. No vivamos bajo el signo de la cobardía, pues no hemos sido bautizados en el espíritu del temor, sino en el Espíritu Santo, que dinamiza a la Iglesia y la pone en camino para ir conquistando, ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros siendo testigo vivo del amor de Dios en medio del mundo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amarlo con todo nuestro ser y con toda verdad, de tal forma que, transformados por Él y en Él podamos manifestarle lo que Él significa en nosotros; y colaborar para que, desde nuestro propio testimonio, muchos más puedan encontrar el camino que les conduzca hacia Dios, para que sea Él el que le dé el auténtico sentido a sus vidas. Amén.

Homiliacatolica.com


3-18.

Reflexión

La respuesta de Pedro a Jesús es correcta, sin embrago la idea de Mesías no es la correcta. El pasaje nos deja ver cómo los Apóstoles esperaban un Mesías que les resolviera todos sus problemas, un Mesías que los liberara de los romanos, que les devolviera el poder económico y político. Jesús los corrige de nuevo. El Reino y el mesianismo que él trae está relacionado con la cruz, con la renuncia, con el rechazo por parte de los “importantes”. No es un cristianismo de privilegios sino de esfuerzo y donación. Pude ser que hoy todavía muchos de nosotros estemos esperando este tipo de “Mesías”. Un Mesías “resuélvelo todo”. Sin embargo Jesús nos ha obtenido del Padre el poder del Espíritu Santo, con él y con nuestra colaboración diaria seremos capaces de responder a las exigencias de la vida y llevar adelante nuestros proyectos. Y tú, ¿que tipo de Mesías piensas que es Jesús?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-19.