MARTES DE LA SEMANA 16ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ex 14, 21-15, 1

1-1.

Descripción de los últimos episodios del paso del mar Rojo. Hay que comprender este relato de acuerdo con el estilo que le caracteriza: es normal que un pueblo cuente en estilo épico los acontecimientos que rodean su nacimiento (Sal 77/78; 104/105; 105/106; 113/114; Sab 10, 18; 11-14). La versión actual de este texto es un resumen de diferentes tradiciones distintas para las que quien opera el prodigio de la separación de las aguas es la mano de Moisés (sacerdotal) o Dios y el viento (yavista), o también el ángel de Dios (elohista). Pero todos esos relatos conservan unánimemente el carácter providencial y estrepitoso de una intervención de Dios que conduce al pueblo a la libertad mediante la destrucción de los carros y de los caballos de la potencia enemiga.

Las distintas tradiciones que refieren el paso del mar Rojo no tienen evidentemente conocimiento de los hechos en sí. Su visión es ante todo religiosa: se trata para ellas de explicar que los orígenes del pueblo hebreo se deben ante todo a la iniciativa divina. Todos los hechos que se consignan, desde el ángel de Yavhé a la vara de Moisés, desde la columna hasta la oración del patriarca, tienden únicamente a poner de relieve esa prioridad de la acción de Dios en la salvación y en la constitución del pueblo. Esta iniciativa de Dios no necesita, sin embargo, revestir formas extraordinarias, como la de detener las aguas en masas suspendidas verticalmente. Dios actúa más bien con economía de medios y respetando las leyes de la naturaleza; hay sitios en donde un viento abrasador podía efectivamente hacer practicable un brazo de mar poco profundo. En este sentido, la versión sacerdotal -y solo ella por lo demás- no hace ningún servicio ni a Dios ni a sus lectores con su tono enfático. Pero todos los pueblos tienen tendencia a dar un tono épico a sus orígenes y cuando un pueblo como Israel se considera el pueblo elegido de Dios, es normal que este carácter épico resuene hasta en la acción misma de Dios sobre los suyos.

El hombre religioso, desde el primer momento, leyó la presencia de Dios en la naturaleza y especialmente en sus fenómenos extraños o misteriosos. La naturaleza se mostraba mucho más fuerte que el hombre, hostil a sus proyectos, fuente de miedo y de inseguridad, que se manifestaba de este modo como signo de un Dios poderoso, temible y justiciero. Todo esto puede verse en el relato del Éxodo, así como otras conmociones milagrosas. Pero hay algo más.

Los hombres religiosos que han compuesto estos relatos del Éxodo no leen ya a Dios en la naturaleza indómita, sino, por el contrario, en la naturaleza dominada por el hombre y transformada en historia. ¡Gracias al hombre y a la historia, la naturaleza puede, en lo sucesivo, hablar de Dios! ¡Apuesta colosal la que estos autores han hecho al afirmar la posibilidad de leer la presencia de Dios (y de su prioridad, ya que Dios, en donde quiera que se encuentre, no puede ser más que iniciador), no ya solamente en la naturaleza puesta al servicio del hombre, sino en el hombre mismo que se sirve de ella! ¡Cada generación de creyentes sube aún más esta apuesta, y la fe adquiere el precio del hallazgo de la iniciativa de Dios, allí mismo donde el hombre toma iniciativa y decisión!

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 179s


1-2.

El paso del mar Rojo es un acontecimiento que, como un gran fresco figurativo, representa la intervención divina para liberar a su pueblo de la opresión egipcia. Este suceso histórico está relatado en estilo épico, es decir, entusiásticamente amplificado. Los autores no pretenden, sobre todo, describir unos detalles históricos concretos, en el sentido actual del «reportaje». Los redactores de ese texto, escrito mucho después de sucedido, pero partiendo de tradiciones orales, han querido valorizar, una vez más, una lección religiosa. Y nosotros debemos también fijarnos en ella. ¿Qué pasó, de hecho, aquel día? ¿Un viento muy seco que evapora toda el agua de un brazo de mar durante unas pocas horas? Es posible y no es necesario imaginar un fenómeno contrario a las leyes de la naturaleza. De todos modos, los hebreos vieron en ello un signo, un milagro, porque para ellos era un «acto de Dios a favor suyo», y el acto mismo que constituyó a ese pueblo. La tradición cristiana ha establecido siempre un paralelo entre ese paso por el agua y el bautismo del nuevo Pueblo de Dios.

-Moisés extendió el brazo sobre el mar. El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar.

CREACION/PRESENCIA-D: Siempre nos sentimos tentados de no ver la obra de Dios más que en los fenómenos extraordinarios. Sin embargo, sabemos que Jesús rehusó siempre asombrar a los mirones a fuerza de milagros publicitarios (Mateo 4, 5; Lucas 23, 8). Y sobre todo sabemos que Dios no está menos presente en los fenómenos naturales. La salida del sol. La caída de la lluvia. El viento que deseca. Cosas corrientes en que por la fe podemos leer la obra de Dios.

¡Señor, te doy gracias por todo lo que haces por nosotros!

-Los hijos de Israel entraron en medio del mar a pie enjuto... mientras que las aguas envolvieron a los egipcios y cubrieron el ejército de Faraón, sus carros y sus guerreros... Maravillosa epopeya popular. Escena inolvidable. Todo un símbolo. Se hizo justicia: los débiles y los pobres ganaron a los poderosos, los opresores quedaron aniquilados.

Es evidente que las cosas no suelen resolverse tan fácilmente. Pero ¿por qué se impide a los débiles y a los pobres soñar en la liberación radical de sus desgracias?

El bautismo, con su simbolismo, asume los dos aspectos de este acontecimiento: el mal se aniquila, se destruye el pecado original, el agua destruye... pero surge la vida divina, la salvación se hace presente, el agua vivifica...

-Aquel día, el Señor salvó a Israel...

He ahí la clave interpretativa de esta epopeya: su óptica es netamente religiosa.

Se trata de una asistencia divina en una situación desesperada, humanamente hablando: ¡Dios salva! Resulta muy emocionante leer ese antiguo episodio recordando que el nombre de «Jesús» significa precisamente «Dios salva» (Mateo 1, 21).

Ahora bien, Dios es siempre el mismo.

Todavía HOY Dios actúa para luchar contra todo mal y para salvar. Doquiera existe el pecado, existe también una acción salvadora de Dios. En nuestras revisiones de vida, tenemos que habituarnos a contemplar la Presencia de Dios en el seno mismo de las situaciones donde el mal parece que triunfa.

-Israel vio la mano fuerte que el Señor había desplegado... El pueblo temió al Señor... Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron ese cántico al Señor.

Esta «acción de gracias» al final pone de relieve la significación religiosa de esa liberación.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 190 s.


2.- Mi 7, 14-15.18-20

2-1.

Ver SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA


2-2.

El libro de Miqueas termina con una serie de párrafos que datan probablemente del retorno del exilio (Miq 7, 8-20). El texto que se lee hoy en la liturgia es una oración de tipo salmódico dirigida al Dios que perdona las faltas de su pueblo.

En sus orígenes, el yahvismo se presenta como una religión de la fidelidad de la alianza del Sinaí: fidelidad de hombre, manifestada por la escrupulosa observancia de la ley; fidelidad de Dios que concede las bendiciones prometidas a quien evita toda falta. Pero el hombre falla inmediatamente. Los ritos y las abluciones de todas clases no sirven para nada; debe confesarse incapaz de permanecer fiel a la alianza; el exilio convencerá de ello a los más endurecidos y orgullosos.

Por otra parte, Dios manifestará su ira contra el pecador y castiga a la esposa infiel; el pecado es una cosa demasiado seria para pasar sobre él fácilmente la esponja. Dios no es indiferente al pecado, pero no por ello deja de ser fiel a la alianza; Dios no deja de amar a su pueblo. El descubrimiento más importante de los hebreos en el exilio es que Dios les sigue siendo fiel y fundamentalmente benévolo. La fidelidad de Dios se convierte de esta forma en misericordia, en perdón y en gracia (versículo 18).

Esta permanencia del amor de Dios hacia su pueblo, a pesar de la infidelidad de este (cf. Ex 34, 6-7; Jt 2, 13); Sal 50/51, 3; 102/103, 8-14; Lc 7, 36-50; 15, 1-31) es el motivo principal del salmo presentado por la lectura de este día en el que las palabras gracia y fidelidad, piedad y perdón son intercambiables.

Al hombre moderno no le gusta hablar de la misericordia de Dios, no sólo porque esta palabra tiene para él resonancias sentimentales y paternalistas, sino sobre todo porque produce la impresión de una alienación religiosa. Refugiarse en las manos abiertas de un Dios misericordioso y que nos perdona constantemente, ¿no es un modo de tranquilizar la propia conciencia? De hecho, la misericordia de Dios invita a la conversión y al cambio; impulsa a quien de ella se beneficia a practicar a su vez la misericordia (Lc 6, 36). No tiene, pues, nada de alienante, sino que, por el contrario, es una llamada a asumir responsabilidades precisas.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 180


2-3.

-Conduce, Señor, a tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solitario entre malezas...

En este tiempo de vacaciones, de nuevo una imagen pastoral: el amor del pastor, un rebaño conducido por el rabadán. Al hilo de mi imaginación, llevo a la oración esa escena.

-Como en los días de tu salida de Egipto, ¡haznos ver maravillas! Recuerdo de los anteriores beneficios.

Yo también evoco lo que Dios ha hecho por mí en el pasado.

-¿Qué Dios hay como Tú que quite la culpa... que perdone el delito... que no mantenga su ira por siempre... puesto que se complace en el amor...

Se trata de un descubrimiento que hay que ir repitiendo sin cesar. ¡Este Dios! y no otro.

¿Qué Dios hay como Tú? Un Dios que es, ante todo, «bueno», misericordioso, benévolo. Un Dios tenaz que continúa amando a su pueblo a pesar de su infidelidad.

¡Un Dios «que se complace haciendo beneficios»!

Es una de las definiciones más conmovedoras de Dios.

Toda la historia de la salvación nos lo prueba. Dios es así.

Todo el evangelio nos confirma en esta certidumbre: El gozo de Dios es hacer beneficios. (Lucas 15, 7) Soy pecador, lo sé.

Más que mirar mis pecados, contemplo a Dios... el que perdona, el que borra la falta, el que se complace en perdonar...

-Una vez más, ten piedad de nosotros.

Me gusta este «una vez más». ¡De tal modo esto es verdad!

A pesar de las más hermosas resoluciones, uno vuelve a encontrarse con sus pecados.

Una sola solución: «una vez más, ten piedad de mí.» Señor, concédeme la gracia de no dudar nunca de la repetición incansable de tu perdón. Ayúdame a no desanimarme nunca ante mis recaídas, porque yo creo en tu constancia.

P/UTILIDAD:En el deseo de nunca más pecar, ¿no se esconderá el secreto orgullo de llegar a poder prescindir de Ti, Señor? Cuando la misteriosa utilidad del pecado es ayudarnos a tener más viva la conciencia de que «sin Ti no podemos hacer nada» (Juan 15, 5)

-¡Pisotearás nuestras culpas, arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados!

Dos imágenes muy penetrantes: pisotear, arrojar al fondo del océano.

Desde el abismo de nuestra miseria, bajo el peso de nuestros hábitos difíciles de vencer, cuán bueno es pensar que así trata Dios nuestros pecados.

Un olvido total. Como el objeto arrojado por la borda y que desaparece para siempre, en el fondo del abismo.

-Otorga fidelidad a Jacob, tu amor y gracia a Abraham, como juraste a nuestros padres desde antaño.

Efectivamente, nuestra seguridad es esa constante acción de Dios a lo largo de la historia: desde muy antiguo es éste su obrar. No hay razón para que cambie... ¡Millares y millares de veces, ha estado perdonando! ¿Cómo podríamos dudar HOY?

Al hombre moderno, habitualmente, no le agrada depender del perdón de otro. Y el término «misericordia» es rechazado (Véase la encíclica "Dives in Misericordia", de Juan Pablo Il). Da la impresión de alienación: se prefiere construirse cada uno su vida. Pero, ¿es esto posible? Y además la misericordia de Dios no nos reemplaza: suscita la cooperación, el esfuerzo de conversión... y nos invita a ser nosotros misericordiosos para con los demás.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 190 s.


3.- Mt 12, 46-50

3-1.

La mayor parte de las religiones del mundo se apoyan en la familia, comunidad natural, elevada en cierto modo a comunidad religiosa básica. Es conocida la importancia que se da a la familia en la tradición de la sabiduría y de la ley judías, y todas las religiones adoptan principios idénticos. Jesús edifica su religión no sobre las relaciones familiares, sino sobre una comunidad de tipo selectivo, en la cual cada uno escoge a los otros libremente y en virtud de la fe.

Ahora bien: la evolución del mundo técnico tiende a sacar al hombre de sus comunidades naturales para sumergirlo en comunidades más "artificiales" o más "selectivas". La familia vive a menudo de manera dramática el conflicto de las generaciones que caracteriza a nuestra época, y no siempre responde adecuadamente a las condiciones necesarias de la comunidad de culto. Los padres rezarán mejor en compañía de sus amigos que en familia, con sus hijos; estos últimos, a su vez, preferirán hacerlo en las misas, en clase, en la excursión y no en el hogar en compañía de sus padres. Se trata de una evolución normal en la cual no hay motivo alguno para escandalizarse. Sería muy conveniente que nos diéramos cuenta de que el cristianismo, contra lo que pudiera pensarse, no se apoya específicamente en las comunidades naturales para edificar su fe y su culto. El espíritu de familia no es necesariamente el Espíritu Santo, y este último quizá lo encontremos mejor en contacto con grupos o comunidades que se reúnen por razones de hermandad y de libertad.

Uno de los criterios de la eficacia religiosa de estas comunidades selectivas y de la presencia en ellas del Espíritu será la facilidad con que los participantes puedan restituirse a sus comunidades naturales u otras parecidas.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 182


3-2.

-Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con El.

Jesús, por su encarnación, entró a formar parte de nuestra humanidad, de una verdadera humanidad, con los lazos de la sangre, de la raza, del medio, de la cultura: era de raza judía; vivió en un país determinado, Palestina; tenía una madre, María, de la que recibió la sangre; tenía primos -llamados aquí "hermanos" según la costumbre de algunos pueblos-; hablaba la lengua aramea. Estas realidades humanas tienen gran importancia, constituyen realmente, el lugar de nuestra vida.

-Jesús dijo: "¿Quién es mi madre? ¿quiénes son mis hermanos?" Pregunta sorprendente. Todo el mundo, en efecto, sabe quién es su madre. La que está allí fuera.

La pregunta no significa un desprecio de Jesús a los suyos: nadie ha amado a su madre mejor que El. En primer lugar pues, contemplo, en el corazón de Jesús, el amor fuerte y delicado que Jesús tenía a María...

Pero Jesús quiso revelarnos algo muy importante:

-Señalando con la mano a sus discípulos dijo...

Me imagino a Jesús haciendo este gesto solemne: un gesto posesivo.

No se trata solamente del grupo restringido de los Doce, sino de todos sus discípulos, de todos los que han decidido escucharle y seguirle.

-"Estos son mi madre y mis hermanos".

¡Extraordinaria revelación! El discípulo es "un pariente de Jesús". Jesús ofrece a los hombres la cálida intimidad de su familia. Entre Dios y los hombres ya no hay sólo relaciones frías de obediencia y sumisión como entre un amo y los subalternos... Con Jesús entramos en la familia divina, como sus hermanos y hermanas, como su madre. Por todo esto, ¿qué es lo que debe cambiar en mis relaciones con Dios? Sí, los lazos de sangre, de amistad, de relaciones humanas, de raza, por importantes que sean no son los decisivos en el Reino de Dios: una nueva relación familiar se instaura... millones de hermanos de todo el mundo. Y es cierto que un verdadero intercambio de corazón a corazón entre "hermanos y hermanas de Jesús" puede a menudo ser más rico y más fuerte, que entre parientes según la carne. Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad.

Siendo así, ¿qué debo cambiar en mis relaciones con mis hermanos?

-El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo.

Ese es hermano mío y hermana y madre.

La característica esencial del discípulo de Jesús: es "hacer la voluntad de Dios". El que actúa así es un verdadero pariente de Jesús.

Entrar en comunión con Dios, haciendo su Voluntad...

Es, al mismo tiempo, entrar en comunión con innumerables hermanos y hermanas que tratan, ellos también, de hacer esa misma voluntad. Si en todos mis actos de cada día y en todos los minutos, procuro mantenerme unido a Dios, lo estoy también a todas las santas almas de la tierra, a todos los "discípulos" de Jesús esparcidos en todos los países del mundo. ¡Y María, que hizo la voluntad de Dios a la perfección, es, también por ello, "su madre"!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 82 s.


3-3.

1. (Año I) Éxodo 14,21-15,1

a) Los versículos centrales del paso del Mar Rojo, que hoy escuchamos, también los leemos en nuestra Vigilia Pascual.

Para Israel, este hecho es como el artículo fundamental de su fe: Dios los ha salvado de la esclavitud de Egipto. No nos extrañemos que haya varias tradiciones o versiones de este acontecimiento, con repeticiones y divergencias. Unas son más sobrias, otras han mitificado la gran victoria de Dios contra los enemigos de Israel.

La versión más plausible es la primera de las que escuchamos hoy. Los judíos supieron aprovechar una especie de marea baja, cuando el fuerte viento del este secó las aguas más superficiales de aquel paso. Mientras que a los egipcios se les nublaron las ideas, obcecados por dar alcance a los fugitivos, y no se dieron cuenta de que las aguas volvían a su cauce. No tenían que haber entrado en el terreno pantanoso, que fue la ruina de sus carros y de todos ellos. El lenguaje bíblico dice que «Dios endureció sus corazones». La otra versión, que también aparece en la lectura, más épicamente contada, es que las aguas formaron como una muralla a derecha e izquierda del pueblo.

Lo importante es que el pueblo interpreta que «aquel día el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto: Israel vio la mano grande del Señor y temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo».

El salmo narra de nuevo el paso del Mar Rojo, más poéticamente, haciéndonos cantar el cántico que el Éxodo trae a continuación de este suceso fundamental: «cantemos al Señor, sublime es su victoria... al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas...».

b) Cuando leemos este episodio en la noche pascual, o lo cantamos en las vísperas dominicales, deberíamos entender la Pascua en un triple nivel:

- como los judíos, estamos convencidos de que aquel día Dios salvó a Israel; lo cantamos en el pregón pascual: «ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo»; era la primera pascua;

- esa pascua es figura de la segunda, la de Cristo, que pasa a la Nueva Vida de Resucitado a través de la muerte: «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo»;

- pero también recordamos que esa pascua de Jesús nos ha salvado a todos, y que los cristianos, por las aguas del Bautismo, hemos experimentado, de alguna manera, el paso de la tiniebla a la luz, de la esclavitud a la libertad: «esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos». O, como dice la oración que sigue a la lectura en la Vigilia: «el Mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud, imagen de la familia cristiana».

Ya sabemos que ese paso es el inicio del camino: toda la vida estaremos luchando contra el mal, intentando liberarnos de toda esclavitud. Pero en el Bautismo ya nos ha alcanzado el amor de Dios y su gracia liberadora, que no nos abandonarán ya nunca más.

Es una convicción que nos debe dar ánimos en todo momento y que debemos saber comunicar a otros, ante las dificultades de su vida.

1. (Año II) Miqueas 7,14-15.18-20

a) Esta tercera y última página de Miqueas es más esperanzadora que las anteriores.

Es una mezcla de afirmaciones proféticas y de súplica ante Dios, ensalzando su misericordia. La confianza del profeta se basa en que Dios seguirá siendo fiel a las promesas que había hecho, ya desde Abrahán, y que pastoreará al pueblo de su heredad.

Pero, sobre todo, se basa en que Dios seguirá haciendo lo que sabe hacer mejor: perdonar.

Es un retrato entrañable: «¿qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado?... se complace en la misericordia... arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos».

b) Los que hemos escuchado, además de la voz de los profetas, lo que nos dice Jesús sobre el amor de Dios -describiéndolo como el padre del hijo pródigo o como el pastor que busca la oveja descarriada- tenemos todavía más motivos para dejarnos llenar de esperanza y alegrarnos con esta noticia de la misericordia de Dios.

Si tenemos a mano la encíclica de Juan Pablo II «Dives in misericordia» «Rico en misericordia» (de 1980), nos haría mucho bien releerla.

Para nosotros mismos, también necesitamos oir esta buena noticia, porque todos somos débiles y nos alegramos del perdón de Dios. La Eucaristía la solemos empezar con la invocación «Señor, ten piedad». Y, sobre todo, en el sacramento de la Reconciliación participamos de la victoria que Jesús consiguió en su cruz contra el pecado y el mal.

Y para los demás, porque no tenemos que cansarnos de proclamar esta bondad de Dios para con los débiles y pecadores. Dios deja siempre abierta la puerta a la misericordia y a la rehabilitación de las personas y de los pueblos.

El salmo refleja bien la idea del profeta y nuestros sentimientos de confianza: «Señor, has sido bueno con tu tierra, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados... muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».

La última palabra de la historia no es nuestro pecado, sino, como nos dice Miqueas, el amor perdonador de Dios.

2. Mateo 12,46-50

a) El episodio es sencillo: la madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir.

Jesús, quien, seguramente, luego les atendería con toda amabilidad, aprovecha para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Naturalmente, no niega los valores de la familia humana. Pero aquí le interesa subrayar que la Iglesia es suprarracial, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. La familia de los creyentes no se va a fundar en criterios de sangre o de raza. Los que creen en Jesús y cumplen la voluntad de su Padre, ésos son su nueva familia. Incluso a veces, si hay oposición, Jesús nos enseñará a renunciar a la familia y seguirle, a amarle a él más que a nuestros propios padres.

b) Jesús habla de nosotros, los que pertenecemos a su familia por la fe, por el Bautismo, por nuestra inserción en su comunidad. Eso son nuestro mayor titulo de honor.

Pero también podemos aceptar otra lección: pertenecer a la Iglesia de Jesús no es garantía última, ni la prueba de toque de que, en verdad, seamos «hermanos y madre» de Jesús. Dependerá de si cumplimos o no la voluntad del Padre. La fe tiene consecuencias en la vida. Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús.

Como María, la Madre, que entra en pleno en esta nueva definición de familia, porque ella sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mi según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes.

Cuando acudimos a la Eucaristía, a veces no conocemos a las personas que tenemos al lado. Pero también ellas son creyentes y han venido, lo mismo que nosotros, a escuchar lo que Dios nos va a decir, a rezar y cantar, a celebrar el gesto sacramental de la comunión con el Resucitado. Ahí es donde podemos acordarnos de que la familia a la que pertenecemos como cristianos es la de los creyentes en Jesús, que intentan cumplir en sus vidas la voluntad de Dios.

Por eso, todos con el mismo derecho podremos elevar a Dios la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro, que estás en el cielo...».

«Israel vio la mano grande del Señor y creyó en el Señor» (1ª lectura I)

«Arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos» (1ª lectura II)

«Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación» (salmo II)

«El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 170-174


3-4.

Martes 21 de julio de 1998

Miq 7, 14-15.18-20: No hay otro Dios como tú

Mt 12, 46-50: La nueva familia de Jesús

Jesús se encuentra en la sinagoga enseñando a la gente. De pronto, su familia viene a buscarlo. Ellos se quedan afuera y lo mandan llamar. Esperan que el abandone su actividad para que salga a atenderlos. Jesús da una respuesta absolutamente inesperada. Pone su comunidad de discípulos por encima de la parentela. En una sociedad en la que prevalecían los lazos de sangre esto era algo absolutamente alarmante.

La actitud de Jesús está en coherencia con lo que él mismo ha exigido a sus discípulos: total independencia ante la familia y absoluta disponibilidad para anunciar el evangelio.

Jesús ha tomado el arado y no mira para atrás. No espera que sus progenitores fallezcan para comenzar la misión. La urgencia de la evangelización lo lanza a organizar un grupo de personas que como él estén dispuestos a dejarlo todo para anunciar el Reinado de Dios.

La actitud libre y disponible de Jesús crea una nueva familia. Esta no se basa en los lazos de sangre ni en la necesidad de supervivencia. Su fundamento es el compromiso radical por realizar la voluntad de Dios entre los seres humanos. Aquellas personas capaces de supeditar otras actividades para priorizar el anuncio del Reino son los nuevos hermanos y hermanas de Jesús, la nueva familia de Dios.

Actualmente queremos que nuestras iglesias sean verdaderas familias. Sin embargo, la realidad nos muestra lo contrario. Muchas iglesias sólo son conglomerados de personas que se reúnen eventualmente para asistir a una función litúrgica. Jesús hoy nos llama a que convirtamos las masas anónimas en comunidades de hermanos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Ex 14, 21-15.1: Cantemos alabanzas al Señor

Ex 15

Mt 12, 46-50: Los de mi familia

Sorprende el Evangelio de hoy. Pero quizá es uno de los textos que reflejan mejor la relación que su familia tenía con Jesús. No tuvo que ser fácil para ella aceptar que Jesús siguiese su propio camino, su propia vocación. Aceptar que un miembro de la familia abandona los caminos habituales, que no cumple con lo que todos esperan de él como miembro de la familia, no es fácil en nuestros días. Tampoco lo era entonces. Mucho menos debió serlo cuando vieron cómo Jesús se enfrentaba a las autoridades religiosas. Sabían que estaba siendo acusado de blasfemo y que la pena prevista para ese pecado era la muerte. Por eso, pensaron que era mejor decir que estaba loco. En el fondo sólo querían salvarlo -y salvarse-.

Pero Jesús había roto amarras. Sabía perfectamente lo que quería. Su vida estaba totalmente dedicada al servicio del Reino. En los que iban aceptando el Reino en sus corazones iba encontrando su auténtica familia. No debió ser fácil para sus familiares aceptar ese nuevo tipo de relación, no. Ni siquiera para María, su madre. Es que el camino de la fe tiene sus dificultades.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. 2001

COMENTARIO 1

vv. 46-50. «La madre y los hermanos». Se incluía entre los «hermanos» a los parientes próximos en línea colateral (primos hermanos, se­gundos, etc.). En esta perícopa, donde los familiares de Jesús no son mencionados por sus nombres, «la madre» representa a Israel en cuanto origen de Jesús; «los hermanos», al mismo Israel en cuanto miembros del mismo pueblo. Israel se queda «fuera», en vez de acercarse a Jesús. Este rompe su vinculación a su pueblo. Su nueva familia está abierta a la humanidad entera; la única condición es llevar a efecto el designio de «su» Padre del cielo, que se concreta en la adhesión a Jesús mismo (cf. la correspon­dencia entre 3,17: «Tú eres mi Hijo», pronunciado por la voz del cielo, y «el designio de mi padre del cielo»). El designio del Padre, aceptado por Jesús con su bautismo y para el cual el Padre lo ca­pacita con el Espíritu, consiste en que el hombre se comprometa hasta el final en la obra salvadora. Todo aquel que se asocie a este compromiso de Jesús queda unido con él por los vínculos más estrechos de amor e intimidad: se constituye así la nueva familia, el nuevo pueblo universal.

La escena ha estado preparada por las reiteradas alusiones a la respuesta de los paganos y a la infidelidad de Israel (8,10-12; 11, 20-24). La sección comenzó con las dudas de Juan Bautista (11,3), con la constatación de la violencia contra el reinado de Dios (11,12), la incredulidad sistemática de grupos dirigentes (11,16-19) y de las ciudades galileas (11,20-24), la ceguera de los sabios y entendidos (11,25-30), la oposición de los legalistas, que pretenden matar a Jesús (12,1-14), la calumnia de ser agente de Satanás (12,24), la in­vectiva de Jesús contra los fariseos (12,25-37), la petición de la señal (12,38-42) y el aviso a las multitudes (12,43-45). Los dirigentes de Israel combaten a Jesús, las multitudes no se pronuncian abier­tamente por él y corren peligro de volver a su situación anterior, pero empeorada hasta el máximo. No hay mucho porvenir en Is­rael para Jesús y su mensaje. De ahí la declaración de Jesús, quien se desvincula del pueblo elegido y lo pone en la misma condición que cualquier otro pueblo. El designio de Dios ha sido expresado en las bienaventuranzas. Es la opción allí expuesta la que consti­tuye el nuevo pueblo.

Jesús tiene ya una familia, sus discípulos, abierta a todo hom­bre, judío o pagano, que tome la decisión de seguirlo.


COMENTARIO 2

Jesús está instruyendo a sus discípulos, y la ocasión es propicia para ratificar la manera cómo el discípulo debe unirse al maestro y a su proyecto. Jesús ha roto con su familia espiritual (los fariseos) y ahora rompe con su familia según la sangre y la carne: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?, el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo". Jesús hace la pregunta y él mismo la responde, conformando de esta manera, en torno a él, una nueva familia que está unida, no por los lazos de la sangre y de la carne, sino por el compromiso con el proyecto del Padre.

Nuestro texto no significa que los discípulos de Jesús, por ser hermanos suyos, sean también los hijos de su madre. No significa tampoco que exista un parentesco natural entre Jesús y los discípulos. El texto nos invita a pensar sobre la manera como podemos pertenecer al grupo de Jesús y ser parte de su verdadera familia a la cual nos unimos si asumimos su proyecto, es decir, si nos comprometemos en la construcción del Reino de Dios con una actitud profética que esté siempre a la escucha de la Palabra, que no calle ante el dolor y el sufrimiento y que grite con todos sus pulmones contra el hambre, la miseria, la opresión y la muerte; contra la hipocresía y la injusticia; contra el egoísmo; contra la falta de compromiso con los empobrecidos; contra la cobardía e insensibilidad frente a la realidad cruel que vivimos. Ser parte de la familia de Jesús es, en definitiva, compartir su vida y su proyecto: liberar de todas las esclavitudes a los empobrecidos de la tierra.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

Las discusiones de Jesús de Mt 11-12 han puesto de relieve la profundidad del cuestionamiento que produce el Reino de Dios en todo hombre. El rechazo del Reino por parte de los fariseos se ha hecho en presencia de la multitud. A ella mencionada discretamente en esos capítulos (11, 7; 12, 15. 23. 46), Jesús se dirige ahora para invitarlas al discipulado y al seguimiento.

En el v. 46 se da noticias de la presentación de la madre y de los hermanos de Jesús. Con este último término se designa una realidad amplia que puede englobar la pertenencia a la misma familia, pero también el parentesco entre los miembros de un clan o de una tribu. Más importante que la determinación del grado de lazos familiares, adquiere relevancia la indicación del texto el lugar donde están situados (“fuera”) y desde el que pretenden hablar con Jesús.

Ante el aviso de su presencia Jesús pone de relieve la ruptura que el Reino de los cielos introduce en las relaciones humanas en general y de parentela en particular. Primeramente (v. 48b) pregunta sobre los sujetos con quienes lo ligan lazos familiares. Estos no son los que se hallan “fuera” sino los que se encuentran con El, a los que puede señalar con la mano, “los discípulos” (v. 49). Frente a la familia de sangre se presenta la verdadera familia. De esta forma Jesús señala que el vínculo de sangre derivado de la pertenencia a un mismo hogar, clan o pueblo debe ceder ante otro tipo de vínculo: el que surge del discipulado y del seguimiento.

Este nuevo vínculo es circunscrito y definido en el v. 50. Se realiza en torno al Padre del cielo que es capaz de crear un nuevo tipo de unidad familiar. Esta nueva unidad surge de la participación en el mismo querer del Padre, en la asimilación del propio designio al designio divino.

Para pertenecer a la familia de Jesús es necesario colocar como centro de las preocupaciones de la vida la voluntad del Padre. Se trata por tanto, de la constitución de una nueva familia universal que trasciende los lazos de sangre y parentela. Y dicha comunidad universal de hermanos, hermanas, madre, le ha sido dada a Jesús por el Padre del cielo.

Este es el lazo familiar que debe predominar en la existencia del discípulo y en cada una de las personas de la multitud a la que se hace una invitación para incorporarse a esta nueva familia. La nueva familia de Jesús se realiza en todos aquellos que colocan por encima de todo el beneplácito del Padre, realizado en Jesús y en su mensaje.

Reconocer a Jesús, el Servidor que implanta el derecho para todos y responde a las esperanzas de todo hombre (12, 18.21), posibilita formar parte de la comunidad de pequeños que constituye la verdadera familia de Jesús y poder descubrir de esta forma el verdadero rostro de Dios escondido humildemente en la historia de los hombres.

La invitación dirigida trasciende la presencia histórica de Jesús y se dirige a todo hombre a lo largo del tiempo. El Señor, el Dios con nosotros, sigue dirigiéndola a todo aquel que está dispuesto a compartir su suerte y , de esa forma, entrar en la comunión divina y asumir gozosamente sus exigencias.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8.  Martes 22 de julio de 2003

Mt 12, 46-50

El que cumple con la voluntad del Padre ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.

La familia cumple un papel importante en nuestra vida nos brinda seguridad, refugio, apoyo, pero a veces nos volvemos demasiado dependientes de esa seguridad y no maduramos como personas, permitimos que el cariño mal entendido de la familia incida tanto en nosotros que al final resultamos haciendo lo que nuestros padres quieren de nosotros y no lo que nosotros sentimos y debemos ser. A María, como madre, le costó mucho trabajo entender que Jesús tenía una misión que cumplir, una misión que lo llevaba a renunciar al apoyo y a la confianza que le brindaban en su casa, en su familia. Jesús rompía con los lazos de la sangre y empezaba a participar de una familia que cada vez era más extensa, la familia de aquellos que habían aceptado la voluntad de Dios en sus vidas. Los lazos familiares son estrechos y en muchos momentos opuestos a nuestra propia realización como seres humanos, Jesús no siente miedo de romper con ellos, el Reino que Él anuncia es una gran familia en la cual Dios es el Padre y el principio y motivo de toda fraternidad. Cuando a Jesús le dan la razón de que sus familiares están fuera y lo preguntan aprovecha la oportunidad para hacerles caer en cuenta a los que lo están escuchando que ellos ya hacen parte de su familia porque han aceptado y sobre todo porque cumplen con la voluntad del Padre. Las causas unen y hermanan a los hombres y mujeres porque fomentan y establecen lazos de solidaridad, a veces llega uno a sentirse más familia con alguien, con el cual no se tiene ningún vínculo de sangre que con quienes verdaderamente hacen parte de la familia de uno. La experiencia que Jesús tiene de la paternidad universal de Dios le hace romper, en su práctica pastoral, con los vínculos de la sangre y con los límites de su raza y de su pueblo.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-9. DOMINICOS 2004.

No hay otro Dios como nuestro Dios

Señor, muéstranos día tras día tu misericordia.
Tú, Dios de bondad, enséñanos a comprender y a perdonar.
Que tu rostro, Señor, brille en nuestras acciones y en nuestro corazón.



Consoladoras palabras las del profeta Miqueas en su confesión de fe: ‘¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves de la culpa al resto de tu heredad?’

A veces, presumiendo de rigoristas, a nosotros nos parece excesivo predicar de nuestro Dios que ‘volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas’; pero así es: setenta veces siete nos perdonas, porque nos ama. Pero de ese amor perdonador no debemos ni sorprendernos ni burlarnos. No debemos sorprendernos porque Él tiene entrañas de Padre y de Madre, y aguanta hasta el infinito. Y no debemos burlarnos, porque abusar de su amor misericordioso, pisoteando o despreciando a los demás, es poner la primera piedra de nuestra condenación. De Dios nadie se ríe.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Miqueas 7, 14-15. 18-20:
“No cantes victoria enemiga, mía. Si caí, me alzaré... Es el día de la reconstrucción de muros... Vecino solitario de la foresta del Carmelo, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu propiedad; que pasten como antaño en Basán... Que los pueblos, al ver el favor de Dios, se avergüencen.... ¿Hay otro Dios como tú, Señor, que perdonas el pecado y absuelvse la culpa al resto de su heredad?

Tu Dios, pueblo mío, no mantendrá siempre la ira, pues ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá nuestras culpas; arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados”

Evangelio según san Mateo 12, 46-50:
“En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.

Pero él contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a los discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos: El que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”



Reflexión para este día
Comienza creyendo y todo será posible.
Con esas palabras se nos quiere indicar cuál es el inicio de un camino que, arrancando del Corazón de Cristo, va hacia el Corazón del Padre.

En la vida vulgar, inconsciente, se puede ser padre, madre, hermano, pescador, político, maestro o escayolista, y nada más. Pero si queremos vivir la vida teniendo la mirada puesta en lo alto, conscientemente, porque allí está nuestro destino final, hay que comenzar acogiendo la Palabra, adhiriéndose a Cristo, el Hijo del Padre, y luego seguir sus huellas.

La misma Virgen María, Madre de Jesús, comenzó siendo mujer y madre en la fe.

Sin esa fe previa no cabía la realización del misterio de la encarnación del hijo de Dios. Con ella, en cambio, todo se hacía posible, hasta la salvación. Hagamos, pues, de la fe, de nuestra entrega a Cristo, de nuestra total confianza en Dios, la piedra angular de nuestra existencia sobre la tierra, mirando al cielo.

Y en función de nuestra fe, comprometida, sincera, irradiemos sobre el mundo en cualquiera de sus ambientes la alegría que da el creer, la solidaridad que de ella brota,

la fraternidad a que nos mueve y la cercanía a quien nos necesita. Hagamos de la fe, de nuestra entrega a Cristo, y de nuestra total confianza en Dios, la piedra angular de nuestra existencia sobre la tierra, mirando al cielo.


3-10. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Los creyentes descubrimos en los profetas a personas capaces de leer los acontecimientos históricos con los ojos de Dios. Ellos miran el mundo, ponen nombre a cada cosa, se fijan en lo grandioso y especialmente en lo que pasa desapercibido, denuncian injusticias concretas, defienden al débil, ... y al final, abren la puerta a la esperanza, con una fe ciega en que el mal no tiene la última palabra en nuestra historia. En medio de la injusticia mayor sienten que no están solos, que Dios sigue acompañando al mundo, empeñado en que su proyecto siga adelante. De esto último nos habla hoy Miqueas, cuando hace su confesión de fe: ¿Qué Dios hay como tú, que se complace en ser bueno?

Por desgracia, nuestra sociedad y nuestras comunidades cristianas necesitan seguir oyendo este mensaje y convencerse de que éste es nuestro Dios. Muchas veces, al hablar de la fe cristiana, se han cargado las tintas en los preceptos. Se ha predicado mucho más lo que no hay que hacer que lo que estamos llamados a hacer; ¡y mira que hay tema para hablar! De este modo se ha hecho de la fe cristiana un cajón cerrado de cumplimientos. Justo lo contrario a lo que es nuestro Dios: bondad, misericordia, AMOR.

Vivir para cumplir la norma nos hace dudar de todo lo que hacemos (¿estaré haciendo bien?, ¿es esto lo correcto?) y al final nos paraliza. Vivir desde el amor abre horizontes: invita a buscar soluciones a los problemas, porque quien ama cree en las personas y no guarda rencor. Vivir desde el amor invita a entregarse sin medida porque el amor no lleva cuentas; invita a caminar, a crecer, a llevar a plenitud el proyecto del Padre.

En el Evangelio de hoy encontramos una llamada a vivir desde ese Amor: El que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. ¿Cuál fue la reacción de los familiares de Jesús al escuchar estas palabras tan rotundas? Nos las tendremos que imaginar porque ninguno de los tres evangelistas nos la cuentan. La que sí podemos percibir es nuestra reacción: al escuchar estas palabras de Jesús, ¿nos sentimos verdaderamente sus hermanos?, ¿podemos decir que vivimos cumpliendo la voluntad del Padre?

Os invito a que a lo largo del día escribáis vuestro final a este pasaje del Evangelio.
Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde (Mirenelej@hotmail.com)


3-11. Martes, 20 de julio del 2004

Tú arrojarás en lo más profundo del mar
todos nuestros pecados

Lectura de la profecía de Miqueas
7, 14-15.18-20

¡Señor, apacienta con tu cayado a tu pueblo,
al rebaño de tu herencia,
al que vive solitario en un bosque,
en medio de un vergel!
¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad,
como en los tiempos antiguos!

Como en los días en que salías de Egipto,
muéstranos tus maravillas.

¿Qué dios es como Tú, que perdonas la falta
y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia?
Él no mantiene su ira para siempre,
porque ama la fidelidad.
Él volverá a compadecerse de nosotros
y pisoteará nuestras faltas.

Tú arrojarás en lo más profundo del mar
todos nuestros pecados.

Manifestarás tu lealtad a Jacob
y tu fidelidad a Abraham,
como lo juraste a nuestros padres
desde los tiempos remotos.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 84, 2-8

R. ¡Manifiéstanos tu misericordia, Señor!

Fuiste propicio, Señor, con tu tierra,
cambiaste la suerte de Jacob;
perdonaste la culpa de tu pueblo,
lo absolviste de todos sus pecados. R.

¡Restáuranos, Dios, salvador nuestro;
olvida tu aversión hacia nosotros!
¿Vas a estar enojado para siempre?
¿Mantendrás tu ira eternamente? R.

¿No volverás a damos la vida,
para que tu pueblo se alegre en ti?
¡Manifiéstanos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación! R.



EVANGELIO

Señalando con la mano a sus discípulos, dijo:

«Éstos son mi madre y mis hermanos»

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo segun san Mateo
12, 46-50

Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte».

Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor.

Reflexión:

Miq. 7, 14-15. 18-20. Por medio del Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor nuestro, Dios se ha convertido en el Buen Pastor, que no sólo nos lleva a buenos pastos, sino que nos conduce a la posesión de los bienes definitivos. A pesar de que somos pecadores, Dios se ha manifestado para con nosotros como el Dios misericordioso y fiel, de tal forma que jamás se ha olvidado de nosotros. Mediante su muerte en la cruz nuestros pecados no sólo han sido arrojados lejos de Él, sino que han sido perdonados y nuestra deuda cancelada ante Él para que en adelante vivamos como hijos suyos. Creer en Dios como el Dios del Amor, del perdón y de la misericordia no nos puede llevar a vivir desligados del compromiso que tenemos de darle un nuevo rumbo a nuestra vida. La salvación y el perdón que Dios nos ofrece nos hace vivir comprometidos en la realización del bien a favor de todos, y a ser misericordiosos con todos como Dios lo ha sido para con nosotros. La Iglesia, a la par que anuncia el Evangelio ha de encarnarlo en sí misma, de tal forma que se convierta en un signo vivo de la presencia salvadora, amorosa y misericordiosa de Dios en el mundo y su historia.

Sal. 84. El Señor nos ha manifestado su amor y su misericordia saliendo al encuentro del hombre pecador por medio de su Hijo, encarnado en María Virgen. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Pero esa conversión, que nos une nuevamente a Dios, al hacernos participar de la misma vida divina, nos compromete a convertirnos en un signo de vida para nuestro prójimo. Dios se convierte en nuestra alegría y en nuestra paz, que, lograda al precio de la Sangre de Cristo, no debemos perder a causa de nuestras imprudencias y pecados. Pero los dones de Dios no son sólo para que nosotros los disfrutemos al margen de los demás. No sólo hemos de llevar a ellos el perdón, la alegría y la paz que proceden de Dios, sino que nosotros mismos nos hemos de convertir en un signo del perdón, de la alegría y de la paz de Dios para nuestro prójimo. Sólo así podremos decir que en verdad somos hijos de Dios y que permanecemos unidos a Él.

Mt. 12, 46-50. Jesús se está dirigiendo de un modo abierto y decidido hacia Jerusalén; ha recibido amenazas de muerte de parte de los fariseos y de las autoridades civiles y religiosas de Israel. Tal vez lo más prudente sería batirse en retirada para evitar la muerte. Su familia se ha acercado a Él cuando está hablando a la gente; probablemente quieran llevárselo, no tanto porque crean que está perturbado, sino para protegerlo de las asechanzas de muerte de que es objeto. Algo de esto se colige en la respuesta de Jesús cuando le anuncian que su Madre y sus hermanos quieren hablar con Él. La respuesta podemos conectarla con el Jesús adolescente que le dice a su Madre: ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?, indicando con ello su fidelidad amorosa a la voluntad del Padre Dios, muy por encima incluso de los lazos y dependencias a que podría llevarnos la unión a la familia. El Señor no quiere que persona alguna, ni siquiera los más cercanos, le impidan hacer la voluntad del Padre. A Pedro le llamó Satanás por querer ser un tropiezo en el camino de la cruz de Cristo. Si alguien se precia de ser de la familia de Cristo debe no sólo contemplarlo en el camino de su cruz, de su entrega y del amor hacia nosotros llevado hasta el extremo, sino que debe también cargar su propia cruz e ir tras las huellas de su Señor y Maestro. Esta fidelidad a lo que Dios nos ha confiado es lo único que puede identificarnos como de la familia de Dios. Sólo unidos a Cristo en la fe, en el amor y en la fidelidad a su voluntad, en Él seremos en verdad hijos de Dios.

Aquel que cargando en su cruz nuestros pecados, se dirigió al Calvario para morir por nosotros y dar el perdón a todo el que crea en Él, y que al tercer día resucitó de entre los muertos para darnos nueva vida, nos reúne en este día para que, en torno a Él, no sólo celebremos, sino hagamos nuestro este su Misterio Pascual mediante el cual nos ha hecho hijos de Dios. Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, no es sólo fiel a la voluntad salvadora de Dios para nosotros, sino que también es fiel al hombre, pues no sólo nos ha anunciado el Nombre de Dios, sino que Él mismo se ha convertido en la máxima revelación del Rostro amoroso y misericordioso del Padre Dios para nosotros. Reunidos en torno a Él nos quiere en comunión de vida con Él para enviarnos a continuar su obra de salvación en el mundo. Quienes venimos a Él no sólo lo hacemos para orar, sino también para comprometernos, junto con Él, en la construcción de su Reino de amor y de paz entre nosotros. Sólo así seremos en verdad el Reino y Familia de Dios, que sigue viviendo en el amor fiel a Dios y al hombre hasta que todos, unidos a Cristo, lleguemos a celebrar la Pascua, junto con Él, en el Reino de Dios.

En el anuncio del Evangelio, hecho de un modo comprometido con la vida misma, tal vez no sólo haya muchas cosas que nos inquieten, sino que incluso nos espanten. Muchos, midiendo las consecuencias de dicho compromiso, tal vez quieran sólo conformarse con una fe centrada en el cumplimiento de determinados actos de culto o de piedad. Pero no ir más allá para evitar ser víctimas de las burlas, de las persecuciones, de las críticas de los demás nos deja sólo en una fe demasiado superficial e incapaz de darle un nuevo rumbo a nuestra historia. Hay muchas cosas que impiden a muchos caminar con su cruz tras las huellas de Cristo, pues cargar la cruz significa ser honestos, dejando a un lado la corrupción con la que deterioramos a la sociedad misma; significa abrir los ojos ante las necesidades de nuestro prójimo para darles una solución adecuada, sin pasar de largo, de modo indiferente, ante ellos; significa ser conscientes de las diversas manifestaciones de pecado y de muerte, cuyas heridas abiertas en muchos hermanos nuestros hemos de curar en el amor y la misericordia de Dios. ¿En verdad somos hijos de Dios? ¿Somos de la familia de Cristo? Su Iglesia no puede dejarse dominar por la cobardía ni por una falsa prudencia. Quien quiera conservar su vida la perderá, pero quien la pierda por Cristo la encontrará.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de pertenecer realmente a su familia, no sólo por el Bautismo que hemos recibido, sino porque viviendo en la fidelidad a su Voluntad sobre nosotros de llegar a ser conforme a la imagen de su propio Hijo, en Él seamos realmente reconocidos como sus hijos amados en quien Él, como Padre, se complace. Amén.

Homiliacatolica.com


3-12.

Comentario: P. Pere Suñer i Puig SJ (Barcelona, España)

«El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es (...) mi madre »

Hoy, el Evangelio se nos presenta, de entrada, sorprendente: «¿Quién es mi madre» (Mt 12,48), se pregunta Jesús. Parece que el Señor tenga una actitud despectiva hacia María. No es así. Lo que Jesús quiere dejar claro aquí es que ante sus ojos —¡ojos de Dios!— el valor decisivo de la persona no reside en el hecho de la carne y de la sangre, sino en la disposición espiritual de acogida de la voluntad de Dios: «Extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’» (Mt 12,49-50). En aquel momento, la voluntad de Dios era que Él evangelizara a quienes le estaban escuchando y que éstos le escucharan. Eso pasaba por delante de cualquier otro valor, por entrañable que fuera. Para hacer la voluntad del Padre, Jesucristo había dejado a María y ahora estaba predicando lejos de casa.

Pero, ¿quién ha estado más dispuesto a realizar la voluntad de Dios que María? «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por esto, san Agustín dice que María, primero acogió la palabra de Dios en el espíritu por la obediencia, y sólo después la concibió en el seno por la Encarnación.

Con otras palabras: Dios nos ama en la medida de nuestra santidad. María es santísima y, por tanto, es amadísima. Ahora bien, ser santos no es la causa de que Dios nos ame. Al revés, porque Él nos ama, nos hace santos. El primero en amar siempre es el Señor (cf. 1Jn 4,10). María nos lo enseña al decir: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,48). A los ojos de Dios somos pequeños; pero Él quiere engrandecernos, santificarnos.


3-13. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

En este último pasaje del capítulo 12 de Mateo encontramos un texto común a los tres sinópticos. Mateo lo sitúa al final de una serie de conflictos con los fariseos y “esta generación” (vv. 39.45). Mateo quiere demostrar con este texto, la ruptura dramática de Jesús con quienes están más cerca de él: los fariseos y su propia familia. Para comprender este relato hay que recordar la importancia dada a los lazos familiares en el judaísmo.

Las palabras introductorias de este relato: “estaba Jesús hablando a la gente”, parece una simple fórmula de transición (la misma expresión aparece en tres momentos 9, 18; 17, 5; 26, 47). Luego se menciona que la Madre de Jesús y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Los hermanos de Jesús se mencionan en Mc. 3,31, // Mt. 12, 46; Mc. 6, 3 // Mt. 13, 55 (con sus nombres). Son muchas las interpretaciones que se han dado a la expresión; la más común está orientada a interpretar la palabra hermanos como pariente próximo o primo de Jesús. De todas formas el término ha generado profundas discusiones y grandes divisiones en torno al dogma de la virginidad perpetua de María, tema que no es vertebral en este texto.

Jesús está instruyendo a sus discípulos, y la ocasión es propicia para ratificar la manera cómo el discípulo debe unirse al maestro y a su proyecto. Jesús ha roto con su familia espiritual (los fariseos) y ahora rompe con su familia según la sangre y la carne: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?, el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo”. Jesús hace la pregunta y él mismo la responde, conformando de esta manera, en torno a él, una nueva familia que está unida, no por los lazos de la sangre y de la carne, sino por el compromiso con el proyecto del Padre.

Nuestro texto no significa que los discípulos de Jesús, por ser hermanos suyos, sean también los hijos de su madre. No significa tampoco que exista un parentesco natural entre Jesús los discípulos. El texto nos invita a pensar sobre la manera cómo podemos pertenecer al grupo de Jesús y ser parte de su verdadera familia a la cual nos unimos si asumimos su proyecto, es decir, si nos comprometemos en la construcción del Reino de Dios con una actitud profética que esté siempre a la escucha de la Palabra, que no calle ante el dolor y el sufrimiento y que grite con todos sus pulmones contra el hambre, la miseria, la opresión y la muerte; contra la hipocresía y la injusticia; contra el egoísmo; contra la falta de compromiso con los empobrecidos; contra la cobardía e insensibilidad frente a la realidad cruel que vivimos. Ser parte de la familia de Jesús es, en definitiva, compartir su vida y su proyecto: liberar de todas las esclavitudes a los empobrecidos de la tierra.


3-14. Fray Nelson Martes 19 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Los israelitas entraron en el mar sin mojarse * Señalando a los discípulos, dijo: éstos son mi madre y mis herma.

1. La victoria de los pequeños
1.1 En la famosa película de Los Diez Mandamientos se ven murallas de agua a lado y lado de los israelitas que van caminando por el lecho seco del Mar Rojo. Yo vi esa película siendo niño. De joven me dijeron en el colegio que no había tal milagro de paredes de agua, sino que esa especie de "mar" se seca por temporadas, y los israelitas habían podido pasar porque no llevaban carruajes pesados, mientras que los carruajes de los egipcios se trababan en el lecho húmedo y lodoso. Al regresar las aguas, los arrollaron. ¿Con qué explicación se queda uno?

1.2 Yo no tengo inconveniente en que se hable de que la ventaja de los egipcios se volvió a la postre en contra de ellos mismos, y que su pesada maquinaria de guerra fue causa de su desgracia, dejando entre tanto a salvo a los pequeños. Ese modo de hablar va muy de acuerdo con lo que enseña la Biblia de muchas maneras, cuando insiste en que Dios salva a los humildes que confían en él, mientras que la soberbia hace caer a los autosificientes, pues finalmente hay algo que se escapa de sus previsiones, y quedan confundidos y derrotados. Esta es una lección muy profunda y bella.

1.3 Sin embargo, tampoco creo que debamos tener un prejuicio "anti-milagro," que es lo que a veces uno ve en algunos profesores de Biblia o en algunos renombrados teólogos, que piensan que Dios está tan sometido a las leyes que nosotros descubrimos en la naturaleza que no hay manera de que hable si nuestro racionalismo no lo comprende. Admitir el señorío de Dios por encima de todo lo que comprendemos o podemos llegar a comprender de la naturaleza es un homenaje a Dios que sólo Dios merece, y eso también lo predica clarísimamente la Escritura.

2. Los hermanos de Jesús
2.1 Para la mayor parte de los cristianos no católicos el pasaje del evangelio de hoy es una demostración de que Jesús tuvo hermanos y hermanas, que ellos suponen hijos de José y María. Ya uno no debería tener que aclarar esas cosas pero puede ser saludable para muchos, así que comentemos un poco el tema.

2.2 Ante todo hemos de recordar que, aunque en griego existe la palabra para decir "primo", ese término no existe en el arameo corriente, y lo más frecuente para la lengua y la mentalidad en que vivió nuestro Señor era simplemente llamar "hermanos" a los parientes, como vemos que por ejemplo Abraham llama "hermano" a Lot (Gén 13,8), que en realidad era su sobrino (Gén 11,27).

2.3 Además, en la escena del evangelio de hoy aparece María con algunos de estos "hermanos y hermanas". Mas en la crucifixión no hay nadie, y Jesús confía su madre al cuidado de un discípulo, Juan (Jn 19,26-27). Esta escena sería superflua y por completo ajena a la mentalidad hebrea si María hubiera tenido más hijos.

3. La familia de Cristo
3.1 Así que la familia de Cristo no viene de los nacidos de la carne y la sangre. Viene de otra realidad, que enlaza bellamente el texto del evangelio con la primera lectura, pues dice el Señor: "El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). Así como por la obediencia a la voluntad del Padre Cristo es Cristo, por esa obediencia nosotros somos cristianos.

3.2 No dejemos de notar un hecho muy bello, que tantos otros predicadores nos han enseñado: cuando Jesús dice que su "madre" será quien haga la voluntad de Dios no estaba descartando ni dando la espalda a María, que precisamente definió su vida con una consigna nunca quebrantada: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lc 1,38). De modo que el evangelio de hoy, lejos de disminuir la figura de la Madre del Señor, la presenta en su hermosa y formidable proporción.