JUEVES DE LA SEMANA 13ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Gn 22, 1-19

1-1.

-Dios probó a Abraham.

Es la cumbre de la vida de ese «hombre de Fe». Abraham lo dejó todo por Dios. Contra toda apariencia creyó en las promesas de Dios. Por su larga fidelidad, acabó por tener a ese hijo tan deseado: nació por fin Isaac, su hijo muy querido.

Ahora bien, parece que Dios quiere pedirle el «sacrificio» supremo: sacrificar lo que hay de más amado en el mundo... según los usos de esa época primitiva en la que los padres tenían la costumbre de sacrificar a su «primogénito», en honor a su dios y para obtener sus favores.

En un cierto sentido, puede decirse que Dios no ha querido nunca ese asesinato. Pero se sirvió de esa costumbre de la época para sondar hasta dónde llegaba la Fe de Abraham.

Así existen quizá HOY en mi vida unas situaciones anormales y aún inhumanas, que pueden ser «recuperadas» para un bien mayor. El sufrimiento es un mal y sigue siendo un mal. Pero, en ciertas condiciones, puede ser utilizado como «prueba de la Fe» y del amor.

No hay que hacer a Dios responsable de ciertas desgracias que nos suceden; y en ese sentido la expresión «Dios nos ha enviado tal cosa», es falsa. Porque Tú, Señor, sólo quieres la felicidad de tus hijos. Pero tus designios son misteriosos: algunos grandes sufrimientos son, como el sacrificio de Isaac, una cúspide hacia la que conduces de la mano a tus hijos.

Me detengo a evocar las «pruebas», las mías de HOY.

¡Ayúdame a soportarlas en espíritu de Fe! Aunque no vea el final.

-No me has negado tu hijo, tu único.

Cuando se lee esta frase pensando en Jesucristo, Tu único Hijo, toma un sentido enteramente nuevo. Es verdad. Si Abraham fue dispensado de tal prueba en tu amor paternal... Tú, oh Padre, has ido hasta e1 final. Esta página de la Biblia es ya el evangelio de la Cruz. Esta cúspide de la montaña es el anuncio del Calvario.

El sufrimiento no es inútil si es «testimonio de un amor»: ¡no hay amor más grande que dar la vida por los que se ama!

¿Sabré, Señor, transfigurar mis pruebas dolorosas en una prueba de amor? Sin embargo, te pido, Señor, que no me anonaden.

¡Te pido, por mis hermanos que sufren, la fuerza de superar su prueba!

-Porque tú has aceptado esto, te colmaré de bendiciones.

La alegría y la felicidad triunfan siempre... al fin.

La gloria de Pascua sigue al anonadamiento del Viernes Santo.

Señor, Tú finalmente quieres la felicidad así como la plena realización de tus hijos. Pero será quizá preciso que, como tu Hijo, pasen por la Cruz. Esto es difícil de comprender y duro de admitir y no obstante es el único y auténtico consuelo en las más difíciles pruebas. Es «la única luz capaz de iluminar la última prueba»: la muerte. Si la resurrección no existe, la vida no tiene sentido y la muerte es el absurdo más horrible.

Gracias, Señor, por darnos a entender a través de nuestra Fe, que «colmas» luego a los que «has probado». Que el sacrificio no es más que un momento pasajero y meritorio.

Que la muerte es sólo un pasaje hacia la vida.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 158 s.


1-2.

La historia conocida con el nombre de sacrificio de Isaac, de cuño elohísta, sobresale entre todas las narraciones patriarcales por su profunda emotividad, por su valor literario y por la densidad teológica. Por debajo de la forma actual se insinúan diversos niveles de tradición, con una historia rica, pero no siempre clara.

Los dos versículos iniciales iluminan todo el relato que sigue y aclaran su sentido. Se trata de una prueba que Dios pone a Abrahán, con la cual el patriarca ha de acreditar, una vez más, su fidelidad a su Señor. La prueba, sin embargo, no es sencilla, pues le exige la ofrenda del hijo de las promesas (las palabras divinas subrayan el sacrificio inmenso que se le pide: «Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac») y pone de manifiesto la incomprensibilidad de la decisión divina: su hijo, depositario de los deseos de Abrahán y de los planes salvadores de Dios, esperado durante tanto tiempo y con tan gran deseo, ahora, inesperadamente, ¡debe ser ofrecido en holocausto! El lugar de la oblación está vagamente precisado: en una montaña, en el país de Moria (probable alusión a la montaña en que fue edificado el templo de Jerusalén; cf. 2 Cr 3 ,1). La respuesta diligente de Abrahán, en el versículo primero, preludia su docilidad a la orden divina, cuya gravedad va a comprender en seguida. Si la llamada inicial de Dios comportaba abandonar su país de origen y su enraizamiento en el pasado, el sacrificio de Isaac equivalía a cortar sus amarras con el futuro.

El viaje está descrito con pinceladas vigorosas y con detalles muy significativos, especialmente después que Abrahán y su hijo se separaran de los criados con la justificación de que querían ir a orar en la montaña, tal como se solía hacer al pasar cerca de un santuario o lugar sagrado conocido. Se indica, delicadamente, que Abrahán tomó los objetos peligrosos, como el fuego y el cuchillo. La mención de que falta el cordero para el sacrificio, en el diálogo entre padre e hijo, hace subir la tensión del relato, así como el silencio que se cierne sobre el último tramo doloroso del camino.

En el último instante, el ángel de Yahvé (=Dios mismo) impide el holocausto del hijo, una vez que el temor de Dios o la obediencia de Abrahán han quedado suficientemente demostrados. Un carnero, que Abrahán ve enredado en la espesura, lo sustituirá. Desde entonces, aquel lugar llevará el nombre de "Yahvé provee" o «Yahvé ve», que puede tener varios sentidos: Yahvé ve la obediencia de Abrahán, provee la ofrenda, etc. Los vv 15-19 son una adición posterior y tratan de conectar la narración con el tema central de la promesa.

La sublime ejemplaridad del relato es manifiesta.

J. MAS ANTO
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 89 s.


2.- Am 7, 10-17

2-1.

-Amacías, sacerdote de Betel, mandó decir a Jeroboam: «Amós conspira contra ti... el país no puede tolerar más sus discursos.» Y Amacías dijo a Amós: «Vete de aquí con tus visiones, huye a la tierra de Judá; allá podrás ganarte la vida y profetizar, pero en Betel no sigas profetizando porque éste es el dominio real y el santuario del rey.»

No es sólo hoy que se expulsa a los profetas, a los oponentes políticos o religiosos, los Soljetisne, los Martín Luter King...

No es de hoy que se quiere acallar las voces que estorban.

Jesús también es una de esas voces que se ha procurado acallar, con la muerte.

No es de hoy que la gente situada -Amacías era sacerdote oficial- tratan de conservar a cualquier precio, sus privilegios.

-Amós respondió: «Yo no era profeta ni hijo de profeta; era un simple pastor y picador de sicómoros. Pero el Señor me escogió...»

Había, en aquel tiempo, profetas de oficio, profetas hijos de profetas que ganaban su vida atendiendo las consultas de la gente, ávida de conocer el porvenir. Amós es alguien muy distinto. El no se dio su vocación: "¡Dios me escogió" Soy un hombre libre. El dinero no cuenta para mí.

¿No me siento tentado alguna vez de edulcorar la Palabra de Dios para evitarme disgustos? ¿Me dejo yo «prender» por Dios? ¿Me atrevo a decir ciertas palabras aun corriendo el riesgo de perder ciertas ventajas? ¿Me avengo a ciertos abandonos, a ciertos compromisos para que me dejen en paz?

Concédenos, Señor, la valentía de mantener nuestras opiniones, nuestras convicciones.

-El Señor me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo Israel.»

Ser apóstol no procede de un prurito de actuar, ni de un deseo de tener una influencia.

Es la respuesta a una llamada apremiante de Dios.

A pesar de la apariencia, Amós no tiene nada de anarquista; aunque se le acusa de querer cambiar el orden establecido... no es un revolucionario animado, sólo, por una ideología humana... es un enviado de Dios: "es el Señor quien me ha llamado".

Aprovecho esta ocasión para revisar delante de Dios las motivaciones profundas de mis compromisos. ¿Cuál es la finalidad de mi actuación? ¿Por qué causa milito?

-Pues bien, así dice el Señor: «Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán por la espada; tus tierras serán repartidas a cordel; tú mismo morirás sobre un suelo impuro, e Israel será deportado lejos de su país.»

La Palabra de Dios no está encadenada, decía san Pablo (2 Timoteo 2, 9).

A pesar de las amenazas, Amós era ya capaz de decir a los poderosos de este mundo las palabras más difíciles de decir.

Te ruego, Señor, por todos los que tienen la responsabilidad de "decir la verdad", en la Iglesia como en el mundo. Ayuda, Señor, a los que tienen la responsabilidad de informar a la opinión pública para que, alguna vez, tengan la valentía de disipar las ilusiones y de hablar contra corriente de las facilidades...

"Que vuestra palabra sea sí, si es sí; no, si es no", decía Jesús.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 158 s.


3.- Mt 9, 1-8

3-1.

Ver Paralelo DOMINGO 07B del TO


3-2. I/PERDON/P

La Iglesia, Cuerpo de Cristo, es el arraigo histórico de la obra de Cristo, y a este título dispone del poder de perdonar los pecados. Privada de este poder ya no sería la Iglesia de Cristo, porque Cristo no estaría verdaderamente presente en ella. No sería ya el sacramento de salvación del hombre. Por el contrario, afirmar que tiene el poder de perdonar es decir que la historia de la salvación continúa en ella, porque el ejercicio del perdón divino supone que la iniciativa amorosa de Dios encuentra aquí abajo un corresponsal, a saber, la Iglesia de Cristo.

Jesús ha comunicado su poder de perdonar a sus apóstoles, es decir, a aquellos que, durante todo el tiempo de la iglesia, tienen la misión de hacerla existir como Iglesia ejerciendo el ministerio que les ha sido confiado. Cuando los apóstoles o sus sucesores perdonan en nombre de Cristo, es todo el pueblo de Dios el que se encuentra comprometido en el misterio de la cruz y en el acto divino-humano de perdón que allí tomó cuerpo. La Iglesia entera, por el ministerio apostólico, está constituida en acto de misericordia en provecho de toda la humanidad. En este sentido se puede decir que el cristiano es ministro del perdón (Mt 18, 15-18; Sant 5, 16).

Pero si es verdad que todos los miembros del Cuerpo de Cristo participan, en su lugar, en la obra eclesial de misericordia, todos, sin ninguna excepción, tienen también que someterse al poder eclesial del perdón; todos son pecadores y deben apelar al perdón de Dios. El bautismo ha marcado ya en cada uno de ellos el signo inviolable del perdón divino; pero el bautizado, aún pecador, ha recibido la competencia requerida para someterse al poder de las llaves.

En toda la extensión de su acción sacramental y eucarística, la Iglesia ejerce su misericordia con respecto a sus miembros. Lo hace más particularmente por medio del sacramento de la penitencia. En este encuentro sacramental Dios se presenta al hombre que confiesa su pecado como el padre del hijo pródigo, que no piensa más que en preparar el festín familiar; en el mismo momento la Iglesia entera se hace partícipe con Dios en este perdón al reintegrar al penitente a la comunidad eclesial.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 114


3-3. SO/SIGNO-SENSIBLE:

-Jesús subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a Cafarnaúm, su ciudad.

Después de su viaje a territorio pagano vuelve a su país.

-Le presentaron un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, Jesús dijo al paralítico: "¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados".

Mientras Marcos (2, 4) y Lucas (5, 19) insertan aquí los detalles de la camilla bajada desde el techo después de levantar algunas tejas... Mateo, más sobrio, va directamente a lo esencial, el perdón de los pecados.

Es la primera vez que Mateo menciona este tipo de poder.

Hasta aquí hemos visto a Jesús curando enfermos, dominando los elementos materiales, venciendo los demonios; y he aquí que ¡también perdona los pecados! No debo pasar rápidamente sobre estas palabras ni sobre la actitud de Jesús que ellas expresan. ¿Qué pensaste entonces, Señor, cuando por primera vez dijiste "se te perdonan tus pecados"'?

-Entonces algunos escribas o letrados dijeron interiormente: "Este blasfema".

Es Verdad que ese poder está reservado a Dios. Pues el pecado atañe a Dios ante todo.

Al hombre moderno, en general, le cuesta entrar en esta concepción. Vemos, más o menos, que el mal nos atañe, que somos nosotros los dañados por él. Constatamos que, a veces, son los demás los dañados, que les hace mal. Pero es importante captar que también Dios es vulnerable, en cierta manera.

Es una cuestión de amor.

Porque nos ama. Dios se deja "herir" por nuestros pecados. Señor, haz que comprendamos esto mejor. Para que comprendamos mejor también el perdón que nos concedes.

-Para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, dijo entonces al paralítico:

Ponte en pie, carga con tu catre y vete a tu casa.

Los escribas pensaban que la enfermedad estaba ligada a un pecado. Jesús denunció esa manera de ver (Jn 9, 1-41) "ni él ni sus parientes no pecaron para que se encuentre en este estado". Pero Jesús usa aquí la visibilidad de la curación corporal, perfectamente controlable, para probar esa otra curación espiritual, la del alma en estado de pecado.

Los sacramentos son signos visibles que manifiestan la gracia invisible. En el sacramento de la Penitencia, el encuentro con el ministro, el diálogo de la confesión y la fórmula de absolución, son los "signos", del perdón.

Hoy, uno se encuentra, a menudo con gentes que quisieran reducir esta parte exterior de los sacramentos -"¡confesarse directamente a Dios!"- De hecho, el hombre necesita signos sensibles. Y el hecho que Dios se haya encarnado es el gran Sacramento: hay que descubrir de nuevo el aspecto muy humano del sacramento.

Jesús pronunció fórmulas de absolución -"tus pecados son perdonados"-, hizo gestos exteriores de curación -"levántate y vete a tu casa"-.

De otro modo, ¿cómo hubiera podido saber el paralítico, que estaba realmente perdonado?

-Al ver esto el gentío quedó sobrecogido y alababa a Dios, que da a los hombres tal autoridad.

El final de la frase de Mateo es ciertamente intencionada.

Amplía voluntariamente la perspectiva: no se trata solamente del "poder" que Jesús acaba de ejercer... sino también del que ha confiado a "unos hombres", en plural.

Mateo vivía en comunidades eclesiales donde ese poder de perdonar era ejercido, de hecho, por pobres pecadores, a quienes se les había conferido ese poder, pero al fin y al cabo, hombres ¡como los que iban a pedir el perdón! La Iglesia es la prolongación real de la Encarnación: como Jesús es el gran Sacramento -el Signo visible-de-Dios... así la Iglesia es el gran Sacramento visible de Cristo. La Iglesia es la misericordia de Dios para los hombres.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 50 s.


3-4. Misa votiva por el perdón de los pecados

EN ESTE MUNDO NO HAY PECADO QUE MIL AÑOS DURE

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Animo, hijo! tus pecados están perdonados». Algunos letrados se dijeron: «Éste blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil, decir: "Tus pecados están perdonados", o decir: "Levántate y anda "? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados dijo, dirigiéndose al paralítico: "Ponte en pie, coge tu camilla, y vete a tu casa "». El paralítico se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal poder.

En aquel momento histórico, los judíos, relacionaban el desastre, la desgracia y la enfermedad con el mal moral. Dios, para ellos, pagaba ahora y aquí según la conducta personal o familiar. Esto era sumamente grave y peligroso para cualquier hombre pues uno consigue ser lo que cree que es. Tenemos la capacidad de hacer que la imagen que sustentamos de nosotros mismos llene toda nuestra conciencia y si uno se cree pecador, imagínate. . .; de ahí nacen las castas de intocables, contaminantes y despreciables. Jesús, con la expresión: «¡Animo hijo!, tus pecados están perdonados», abre a la esperanza al paralítico.

No hay pecado que sea imperdonable porque no hay situación de la que el hombre no pueda salir. Nadie puede descender demasiado bajo para Dios. Por muy podrido que uno esté, por mucho asco que se dé a sí mismo y a los demás, Dios puede con él.

La fe, ese don o regalo que Dios da al hombre, si es auténtica, es capaz de llevarle a la conversión, a la reorientación de su vida y de su marcha hacia la felicidad, hacia la salvación. Y como para Dios el valor de un hombre no está en función de su pasado, de lo que ha hecho, sino de su futuro, de lo que puede alcanzar a ser, su pasado queda perdonado. Dios valora el futuro y perdona el pasado. Dios no juzga lo que hemos sido, sino lo que vamos a ser y por eso la muerte, el momento de la muerte, es el momento moral por excelencia, a partir del cual uno ya no puede cambiar, pero mientras hay vida hay esperanza de crecimiento, de cambio, de conversión y por tanto de perdón.

Algunos de los letrados se dijeron: «Éste blasfema».

Se pone en evidencia que el Dios de Jesús no era el dios de los dirigentes de su pueblo. Tenían lecturas distintas.

También nosotros corremos el peligro de hacernos un Dios a nuestra medida; con toda honradez debemos pararnos a escrutar y discernir quién es nuestro Dios, cómo es: ¿El que predicó Jesús, o una caricatura de él hecha a nuestro uso y manera? Debemos autoexaminarnos para ver si, como los letrados, en vez de tener ideas propias y pensar por nosotros mismos somos esclavos de un sistema ideológico que nos piensa y piensa por nosotros. Si esto ocurre y siempre que ocurra esto, el hombre cae en un fanatismo fundamentalista que le lleva a la autodestrucción o al cataclismo de hacerle matar por amor a Dios, en nombre de Dios y para servirle.

La gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Resulta apasionante tratar de vivir y de hacer vivir al auténtico Dios, al Dios Padre; ese Dios que la debilidad humana, demasiado a menudo, ha deformado y olvidado.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 54-56


3-5.

1. (año I) Génesis 22,1-19

a) En verdad «Dios puso a prueba a Abrahán». Hemos escuchado una patética escena, una de las más famosas de la Biblia: Abrahán, por ser fiel a Dios, está dispuesto a sacrificar a su propio hijo.

No hace falta recordar que Isaac es el hijo de la promesa, al que durante tantos años había esperado. ¿No le había asegurado Dios, una y otra vez, que su pueblo iba a ser numeroso como las estrellas del cielo? Y ahora le pide que se lo sacrifique. Antes había renunciado a su buena posición en Ur. Era como ofrecerle el pasado. Ahora está dispuesto a renunciar a su hijo. Es la negación del futuro. Dios es consciente de la prueba que le pide a su amigo: se trata de «tu hijo único, al que tanto amas».

Tal vez, con este relato el autor del Génesis busque desautorizar ante los israelitas todo sacrificio humano, costumbre bastante extendida en las culturas vecinas. Pero, sobre todo, es la fe de Abrahán la que se pone de relieve.

No es extraño que la Carta a los Hebreos ponga a Abrahán como modelo de fe y de disponibilidad ante Dios: «Por la fe, Abrahán, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11,17-19).

b) ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser fieles a Dios o a seguir a Cristo en su estilo de vida?

¿Seguimos a Cristo cuando todo va bien, o también cuando nos parece que no sale el sol y no le vemos sentido a lo que hacemos, aunque sepamos que es voluntad de Dios? ¿le seguimos sólo el domingo de Pascua o también el Viernes de la cruz, cuando la enfermedad o los fracasos o la fatiga ocultan la presencia del Señor en nuestra vida? ¿somos capaces de salir de nuestro Ur, de la situación a la que nos habíamos acostumbrado, y de sacrificar nuestro Isaac, lo que más amamos en la vida? ¿somos capaces de asumir la postura de Abrahán -«Dios proveerá»-, sin rebelarnos interior o exteriormente?

Hoy podemos espejarnos en esta gran figura del AT. La primera Plegaria Eucarística, al ofrecer el sacrificio de Cristo y el nuestro a Dios, dice: «acéptala (nuestra ofrenda) como aceptaste el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe». Si nos mostramos tan disponibles ante Dios, también nosotros tendremos descendencia numerosa y podremos decir con el salmo: «caminaré en presencia del Señor en el país de la vida... El Señor guarda a los sencillos; estando yo sin fuerzas me salvó».

Pero, sobre todo, miremos a Jesús, que sí llegó hasta la muerte en su solidaridad y en su entrega, y subió al monte llevando la cruz, como Isaac la leña para el fuego, camino del monte Moría. Jesús es el modelo acabado de fidelidad, el que va por delante de todos en la fe: «corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios... No desfallezcáis faltos de ánimo» (Hb 12,1-4).

1. (Año II) Amós 7,10-17

a) La voz del profeta Amós resulta incómoda para Jeroboam, el rey, y para Amasías, sacerdote del templo de Betel. Por eso le persiguen.

El sacerdote Amasías, que se ve que se daba por aludido, le invita a que se marche del reino del Norte, que se vuelva al Sur, de donde provenía, y que profetice allí, si quiere.

Amós se defiende. Él no es profeta por interés, como si buscara así un modo de ganarse la vida. Si está profetizando, es porque Dios le ha llamado, no porque él lo haya buscado.

No puede dejar de obedecer a Dios: «el Señor me dijo: ve y profetiza a mi pueblo de Israel». Y con valentía, sin dejarse acobardar por las amenazas, sigue anunciando los castigos de Dios para con los dirigentes del pueblo, por su corrupción y su materialismo.

b) Desde siempre, los profetas verdaderos son perseguidos, porque dicen, no lo que el pueblo o sus gobernantes quieren escuchar, sino lo que ellos creen que es la voz de Dios.

Por eso, tanto en el AT como en el NT, en la historia antigua y en la moderna, se les quiere hacer callar o se les destierra o se les elimina sin más. Como a Cristo Jesús, el profeta por excelencia.

Lo cual nos da lecciones en dos sentidos. Ante todo, los cristianos somos llamados a dar testimonio de Cristo y de su evangelio en medio del mundo de hoy, y tendríamos que ser valientes y diáfanos en ese testimonio, aunque resulte contra corriente y podamos ser perseguidos o mal comprendidos.

Con nuestro testimonio no nos buscamos a nosotros mismos, ni las ventajas económicas o sociales. Sino que buscamos el bien de los demás, tal como lo quiere Dios, aunque nos comporte dificultades. Cuando quisieron hacer callar a Pedro, que estaba dando testimonio de Cristo ante el pueblo, él respondió a las autoridades que debía obedecer a Dios y no a los hombres.

Por otra parte, cuando también a nosotros alguien nos pueda decir una palabra profética, o sea, cuando alguien ejercite con nosotros ese raro y precioso servicio de la corrección fraterna, deberíamos saber aceptar su voz como venida de Dios y pensar en qué puede tener razón. Lo mismo, cuando a la Iglesia o a la humanidad una voz profética les recuerde los caminos que Dios quiere, y no los de la moda de turno. La reacción debería ser de humilde acogida, sin echar mano de las mil excusas que se nos ocurren siempre que nos dicen algo incómodo.

Lo que tenemos que buscar en nuestra vida no es la comodidad o el interés propio, sino la voluntad de Dios. Con el salmo tenemos que recordar que «los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos... Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón».

2. Mateo 9,1-8

a) De vuelta del territorio pagano de los gerasenos, en Cafarnaúm le presentan a Jesús un paralítico. Mateo no recuerda, como Marcos, el detalle de que tuvieran que descolgar la camilla desde el techo de la casa. Jesús no sólo le cura, sino que le perdona los pecados, con gran escándalo de los letrados y «sabios» que le escuchaban.

La salvación que Cristo quiere para la humanidad es integral, de cuerpo y de espíritu. El signo externo -la curación de la parálisis- es el símbolo de la curación interior, la liberación del pecado. Como tantas otras veces en sus milagros.

Después de la tempestad calmada y de la curación de los endemoniados, que leíamos en los dos días anteriores, hoy Jesús nos muestra su poder sobre el mal más profundo: el pecado.

b) ¿Cuántas veces nos ha curado Cristo a nosotros, diciéndonos «ponte en pie y camina»?

Todos sufrimos diversas clases de parálisis. Por eso nos gozamos de que nos alcance una y otra vez la salvación de Jesús, a través de la mediación de la Iglesia. Esta fuerza curativa de Jesús nos llega, por ejemplo, en la Eucaristía, porque somos invitados a comulgar con «el que quita el pecado del mundo». Y, sobre todo, en el sacramento de la Reconciliación, que Jesús encomendó a su Iglesia: «a los que perdonareis los pecados les serán perdonados».

Jesús nos quiere con salud plena. Con libertad exterior e interior. Con el equilibrio y la alegría de los sanos de cuerpo y de espíritu. Ha venido de parte de Dios precisamente a eso: a reconciliarnos, a anunciarnos el perdón y la vida divina. Y ha encomendado a su Iglesia este mismo ministerio.

Esta sí que es buena noticia. Como para dar gracias a Dios por su amor, y por habernos concedido en su Hijo, y en la Iglesia de su Hijo, estos signos de su misericordia. También nosotros, como la gente que presenció el milagro de Jesús y su palabra de perdón, reaccionamos con admiración siempre nueva: «la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad».

«Por haber hecho eso, por no haberte reservado tu hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes» (1ª lectura I)

«Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida» (salmo I)

«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (salmo II)

«Animo, hijo, tus pecados están perdonados» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 101-104


3-6.

Primera lectura : Amós 7, 10-17 Ve y profetiza a mi pueblo.

Salmo responsorial : 18, 8.9.10.11 Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Evangelio : Mateo 9, 1-8 La gente alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

El Evangelio de Mateo nos presenta la curación que Jesús hace de un paralítico. Por el poder de Dios, Jesús le perdona al paralítico sus pecados y los letrados y otras personalidades que le escucharon se escandalizaron y le miraron como un blasfemo.

Jesús interpela a los que están hablando mal de lo que ha hecho y los pone en una difícil situación al preguntarles qué cosa es más fácil decir: "¿tus pecados te son perdonados, o levántate y anda?".

Dios conoce lo profundo de las personas, y sabe que la invalidez profunda del paralítico que le han presentado es fruto del pecado manifestado en su egoísmo, en su incapacidad para servir, en su desamor. Jesús sabe muy bien que para que el paralítico se levanten de la camilla es necesario hacer de él una persona nueva, y por lo tanto es necesario el perdón de sus pecados.

A la orden dada por Jesús al paralítico de levantarse y de caminar, sus piernas vuelven a tomar vida porque su espíritu ha sido purificado, ha sido limpiado. El milagro que Jesús ha hecho es el de la liberación interior que se proyecta inevitablemente hacia afuera. Jesús realiza este milagro porque el hombre tullido tenía fe en Jesús y tenía deseos de comenzar una vida nueva que girara en torno al servicio y en medio de la comunidad, que lo recibirá y que dará testimonio de el cambio que Dios ha realizado en su interior.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7.

Génesis 22, 1-19: Te colmaré de bendiciones

Salmo responsorial: 114

Mateo 9, 1-8: Tus pecados quedan perdonados

Mateo nos narra el milagro de la curación del paralítico, en medio de una discusión de Jesús con los letrados sobre el poder que él tiene para perdonar los pecados. Esta idea se menciona tres veces en el texto (vv. 2. 5. y 6). De igual manera el texto nos dice que Jesús se admira de la fe que tenían, es decir, porque reconocían la cercanía del Reino de Dios, lo cual suponía dar fe al que lo anunciaba, a Jesús. En este relato, la fe se describe como el deseo que tiene el paralítico y los que lo llevan de aproximarse a Jesús y logran obtener de él su acción salvífica, la cual presupone disponibilidad y apertura para el cambio de vida que es condición para ser parte del Reino de Dios.

Esta disposición funda las palabras que Jesús dirige al paralítico: "¡Animo, hijo!, tus pecados te son perdonados". Estas palabras están llenas de cariño y afecto, y expresan el ámbito universal de su mensaje que no hace diferencias entre hombres y pueblos porque su mensaje rompe con las barreras que ha puesto Israel al considerarse pueblo elegido y por tanto los únicos hijos de Dios.

El milagro es una obra en respuesta a la fe, en este caso del paralítico. Por otra parte, la fe en Jesús es una confesión implícita del pecado y de la disposición al arrepentimiento. Las enfermedades, los dolores y aflicciones de la condición humana eran consideradas consecuencia del pecado, y el perdón de los pecados suprime las raíces del mal. Las palabras de Jesús son sorprendentes. Se habría esperado que hubiera curado al paralítico, pero lo que hace es declarar perdonados sus pecados. Teniendo en cuenta lo anterior, se podría decir que la parálisis no es tanto una invalidez física cuanto una invalidez del espíritu del hombre provocada por el peso de su propio pecado. De esta manera, el milagro es algo más que una manifestación maravillosa; es, ante todo, un símbolo y una prenda del proceso salvífico que se ha iniciado en Jesús. Esta concepción del milagro escandaliza a los letrados que ven en las palabras de Jesús una afirmación de prerrogativas divinas.

Ante la actitud de los letrados Jesús responde: ¿qué es más fácil: decir que se perdonan los pecados o mandar al enfermo que se levante y camine?. Con esto Jesús hace algo completamente nuevo: que el paralítico se levante tome su camilla y regrese a su casa. Todos son signos de salud total, del paso de la muerte a la vida y de esta manera volver a caminar es volver a vivir. La curación del paralítico es la prueba decisiva de la autoridad de Jesús y el rechazo a la acusación de blasfemia. Jesús demostrará sin lugar a dudas que Dios está con él y él con Dios.

El mensaje de este texto afirma que Dios, por su amor universal, a través de Jesús, ofrece su Reino a todos los hombres por igual, sin distinción de pueblo o raza. Por la cercanía a Jesús queda borrado el pecado del hombre que lo paraliza y se le comunica un nuevo espíritu que lo levanta y lo hace caminar. El relato, de igual manera, muestra la resistencia e incredulidad de los letrados judíos ante este mensaje y la nueva vida, por el perdón de sus pecados, que aparece en el que se suponía indigno y excluido del Reino.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-8. claretianos 2002

Si no creyéramos que Amós es un enviado de Dios no podríamos tolerar sus palabras. Resultan tan duras, tan poco complacientes, que casi invitan más a una reacción airada que a una conversión profunda. Pero hay algo en el fragmento de hoy que me resulta luminoso. Amós no habla así por simple indignación ética o porque arrastre traumas de la infancia o porque haya hecho mal la digestión. Él no presume de profeta ni exhibe su condición para humillar a los demás. Se considera simplemente un pastor y un cultivador de higos. Pero ha experimentado en carne propia el fuego de Dios. Lo dice sin tapujos: "El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel". Él denuncia y anuncia porque se siente empujado. Es algo superior a sus fuerzas. Tiene conciencia de que a él no se le hubiera ocurrido por sí mismo meterse en esos líos. Toda profecía es siempre un lío en el que nos mete Dios.

El evangelio juega con dos niveles de rehabilitación: el nivel físico y el nivel espiritual. Uno es metáfora del otro. Perdonar es ayudar a alguien a ponerse en pie. Me encanta el modo como lo presenta el evangelio de Mateo. Jesús perdona los pecados a un paralítico. De entrada, uno tiene la impresión de que no hay ninguna relación directa entre la situación (la parálisis física) y la acción de Jesús (el perdón de los pecados). Pero, leyendo el texto, caemos en la cuenta de que cuando se sana la raíz, toda la persona queda sanada. Jesús no es un simple curandero, sino un sanador que nos rehabilita en nuestro centro personal herido por el pecado. Estas palabras suenan un poco "religiosas", pero no es difícil conectarlas con experiencias de deterioro y de frustración que se dan en nuestras vidas. Un pensador se atrevió a decir que la única doctrina cristiana verificable empíricamente es la del pecado original.

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


3-9. 2001

COMENTARIO 1

v. 1: Subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a su propia ciudad.

Dos veces han aparecido ya paralíticos en este evangelio (4,24; 8,6). Ahora va a explicar Mateo la causa de la parálisis y el poder de Jesús para curarla. El «paralítico», el hombre incapaz de toda ac­tividad, es el muerto en vida. Curar a un paralítico es dar al hom­bre la posibilidad de caminar, de elegir su vida, de ejercer su actividad.

v. 2: En esto, intentaban acercarle un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, Jesús dijo al paralítico:

-¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados.

Son varios los que presentan el paralítico a Jesús, y Jesús «ve» su fe. Sin embargo, se dirige sólo al paralítico para anunciarle que sus pecados están cancelados. «Los pecados» en Mateo significan el pasado pecador del hombre, antes de su encuentro con Jesús. La fe en Jesús, que es la adhesión a él y a su mensaje, cancela el pasado pecador del hombre, le da una nueva oportunidad de vida; significa un nuevo comienzo.

Existe en el texto una aparente in­coherencia: mientras Jesús «ve la fe de ellos», dirige sus palabras únicamente al paralítico. Dado que la fe es la que obtiene la libe­ración del pasado, esto significa que la figura del paralítico incluye las de sus portadores; representa así a los hombres en su condi­ción de muerte y en su deseo de salvación. Los portadores expresan el anhelo por encontrar salvación en Jesús; el paralítico, la situación concreta de los hombres. Jesús lo exhorta a confiar («Ani­mo») y lo llama «hijo», término que se aplica a los israelitas (15,26). Jesús considera a este hombre como miembro de Israel.

vv. 3-5: Entonces algunos letrados se dijeron: Éste blasfema.4Jesús, consciente de lo que pensaban les dijo: 5¿Por que pensáis mal? A ver, ¿qué es mas fácil decir: «se te perdonan tus pecados» o decir «levántate y echa a andar»? 6Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados...

Aparecen los letrados hostiles a Jesús, cuya enseñanza se apoya en la tradición. Sin expresarlo en voz alta, juzgan que Jesús blasfema, es decir, que insulta a Dios atribuyéndose una función divina. Jesús intuye lo que piensan y los desafía proponiendo la curación del paralítico como prueba de su autoridad para perdo­nar pecados. El sujeto que posee la autoridad es «el Hombre» (cf. 8,20), el Hijo de Dios (3,16s), que es el «Dios entre nosotros» (1,23). La doctrina sobre la trascendencia de Dios había excavado tal abismo entre él y los hombres, que resultaba imposible para los letrados admitir que el Hombre pudiese tener condición divina. La autoridad de Jesús es universal, se ejerce «en la tierra», lugar de habitación de la humanidad.

vv. 5b-8: le dijo entonces al paralítico: -Levántate, carga con tu catre y vete a tu casa. 7El hombre se levantó y se marchó a su casa. 8Al ver esto, las multitudes quedaron sobrecogidas y alababan a Dios, que ha dado a los hombres tal autoridad.

Con sola su palabra cura al para­lítico. La curación significa el paso de la muerte a la vida («levántate», verbo aplicado a la resurrección en 27,63.64; 28,6.7). El hom­bre, muerto por sus pecados, no solamente es liberado de ellos, sino que empieza a vivir. La fuerza del argumento propuesto por Jesús («para que veáis») está en esto: la vida y libertad que él comunica al hombre (hecho constatable) prueban que éste ya no depende de su pasado (cancelar los pecados), sino que es dueño de lo que antes lo tenía atado (carga con tu camilla).

Los circunstantes son «multitudes» determinadas, alusión a las que lo siguieron después del discurso en la montaña (8,1). Su reacción es de temor y, al mismo tiempo, de alegría. Alaban a Dios por haber concedido tal autoridad «a los hombres». Esta última expresión, en paralelo con «el Hijo del hombre», muestra que «el Hijo del hombre» es una condición que puede extenderse a otros. De hecho, como aparecerá más tarde, el destino del «Hijo del hombre» será el de sus dis­cípulos (16,24s); su autoridad será comunicada a los suyos (18,18).


COMENTARIO 2

El texto nos dice que Jesús se admira de la fe que tenían los que llevaban al hombre paralítico; es decir, reconocían la cercanía del Reino de Dios, lo cual suponía dar fe al que lo anunciaba, a Jesús.

Esta disposición funda las palabras que Jesús dirige al paralítico: "¡Animo, hijo!, tus pecados te son perdonados". Estas palabras están llenas de cariño y afecto y expresan el ámbito universal de su mensaje que no hace diferencias entre hombres y pueblos porque su mensaje rompe con las barreras que ha puesto Israel al considerarse pueblo elegido y por tanto los únicos hijos de Dios.

El milagro es una obra en respuesta a la fe, en este caso del paralítico. Por otra parte, la fe en Jesús es una confesión implícita del pecado y de la disposición al arrepentimiento. Las enfermedades, los dolores y aflicciones de la condición humana eran considerados consecuencia del pecado, y el perdón de los pecados suprime las raíces del mal. Las palabras de Jesús son sorprendentes. Se habría esperado que hubiera curado al paralítico, pero lo que hace es declarar perdonados sus pecados. Teniendo en cuenta lo anterior, se podría decir que la parálisis no es tanto una invalidez física cuanto una invalidez del espíritu del hombre provocada por el peso de su propio pecado. De esta manera, el milagro es algo más que una manifestación maravillosa; es, ante todo, un símbolo y una prenda del proceso salvífico que se ha iniciado en Jesús. Esta concepción del milagro escandaliza a los letrados que ven en las palabras de Jesús una afirmación de prerrogativas divinas.

Ante la actitud de los letrados, Jesús responde: ¿qué es más fácil: decir que se perdonan los pecados o mandar al enfermo que se levante y camine? Con esto Jesús hace algo completamente nuevo: que el paralítico se levante, tome su camilla y regrese a su casa. Todos son signos de salud total, del paso de la muerte a la vida; y de esta manera volver a caminar es volver a vivir. La curación del paralítico es la prueba decisiva de la autoridad de Jesús y el rechazo a la acusación de blasfemia. Jesús demostrará sin lugar a dudas que Dios está con él y él con Dios.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. 2002

Luego de su incursión por Gadara, país pagano del otro lado del lago, Jesús regresa a su “ciudad” (9, 1), término que indica primeramente Cafarnaún pero también engloba a todo Israel. Y las oposiciones y resistencias a la actuación de Jesús suscitadas en el país extranjero estarán presentes en su propia patria. La primera de ellas surgirá a propósito de la curación de un paralítico.

El v. 2 presenta a un enfermo que, llevado por otras personas, se acerca a Jesús. Portadores y paralítico son considerados como una unidad como se refleja en una cierta incoherencia de la construcción: Jesús “ve” la fe de los portadores, pero se dirige sólo al paralítico para anunciarle el perdón de los pecados. Por tanto, todos ellos representan la humanidad en búsqueda de salvación. En las palabras de Jesús se revela la causa de la parálisis ligada al pecado, al pasado pecador del hombre que ha hecho de él un muerto en vida, un ser incapaz de toda acción. Por ello Jesús se dirige a él pidiéndole confianza: “ánimo” y anunciándole el perdón de sus pecados. El acercamiento a Jesús con fe ofrece al hombre esclavizado por el pecado una nueva posibilidad de existencia.

Enfermo y portadores representan, por tanto, la doble condición de los hombres sometidos a la parálisis y en búsqueda de salvación a la que Jesús responde con una Palabra poderosa.

Pero esta situación es el punto de partida que desencadena una controversia entre Jesús y sus adversarios, los “letrados”. Estos piensan en su interior que la afirmación de Jesús constituye una blasfemia (v. 3). Aunque, sin manifestarlo, consideran que Jesús se arroga una prerrogativa que corresponde sólo a Dios. Y Jesús, que conoce el interior de los corazones, sale al encuentro de ese “mal pensamiento”.

La curación de la parálisis es presentada entonces como prueba de la autenticidad de la prerrogativa de Jesús que los escribas discuten. Este poder está ligado al Hijo del Hombre, Dios con nosotros, en quien Dios se ha acercado a la humanidad. El Dios lejano de la mente de los escribas debe ceder su lugar al Dios cercano que cura al paralítico. Este pasa así de la muerte a la vida como se indica por el uso de uno de los verbos típicos de la resurrección: “levántate”.

En esta curación de la parálisis del enfermo se puede constatar visiblemente que el hombre es liberado de su pasado pecador que había encadenado su vida y adquiere la plena libertad de actuación. Por ello puede ponerse en pie (“resucitar”) y reiniciar una vida plena en libertad frente a los demás.

El versículo conclusivo (v. 8) señala la admiración de la multitud. Pero el punto que desencadena esa admiración es el poder que Dios ha concedido a “los hombres”. Con ello se produce una extensión de la prerrogativa concedida a Jesús que alcanza, de esa forma a los miembros de su comunidad. La autoridad de Dios en Jesús podrá ser ejercida por los discípulos de éste, por los integrantes de la comunidad de sus seguidores.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. Jueves 3 de julio de 2003
Tomás

Ef 2, 19-22:Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles
Salmo: 116, 1-2
Jn 20, 24-29: ¡Señor mío y Dios mío!

En el evangelio de Juan (11,16), Tomás comparte con Jesús la voluntad de morir con él si fuese necesario y anima a los otros discípulos a hacerlo; por eso es denominado como "mellizo", esto es, parecido a Jesús. Sin embargo, aunque Tomás se había mostrado decidido a morir con Jesús, no oteaba el horizonte de vida que aguardaba a su maestro después de la muerte. Por esto no cree las palabras de los discípulos, cuando le anuncian que han visto a Jesús e, incrédulo, pone una condición que no llegará a cumplir: verlo y tocarlo para creer. Para Tomás, todo acaba con la muerte; la muerte no es, como para Jesús, un paso (que esto significa "pascua") hacia la vida definitiva que se manifiesta en la resurrección.

Ocho día después, Jesús se muestra a la comunidad, esta vez con Tomás, y se dirige a él para invitarlo a cumplir su deseo de tocarlo; a cambio tendrá que escuchar también un reproche de labios del Maestro. Al oír las palabras de Jesús, Tomás no siente ya necesidad de tocar y pronuncia la exclamación que define mejor a Jesús resucitado: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús es Señor de Tomás, pero su señorío no consiste en dominar al discípulo, sino en servirlo ("Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy. Pues si yo el Señor y el Maestro os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros, Jn 13,13-14). Jesús también es Dios- la primera vez que se le llama así en el Evangelio-, esto es, el proyecto de ser humano plenamente realizado, el ser humano tan abierto a la divinidad que se funde con Dios mismo, que se hace Dios y es Dios en persona, amor puro que ha entregado su vida por todos, como Dios. Y este es el modelo de Tomás que lo llama “Dios mío”.

[Pero la experiencia de Tomás no es ejemplar. Una vez muerto Jesús, a él no se llega por la vista o por el tacto, sino viviendo la experiencia del amor mutuo en la comunidad. Éste es el único camino seguro de acceso a él. Por eso Jesús pronuncia una última bienaventuranza: “¡Dichosos los que, sin haber visto, han llegado a creer". Esta bienaventuranza va dirigida a todos nosotros que tenemos que descubrir en la práctica del amor al prójimo la presencia viviente del Dios amor y de su mejor manifestación: Jesús, Señor y Dios nuestro. ]

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-12. DOMINICOS 2004

Vete y profetiza en nombre del Señor

Si eres sensible a la voz del Espíritu, habrás de ‘profetizar’ más de una vez. Si tu conciencia percibe la maldad y la denuncia, muchas veces sufrirá castigo, en vez de ser escuchada y agradecida. La suerte de los ‘hijos de Dios’ no es disfrutar de una providencia que los ampare de todos los infortunios humanos, sino sobrellevar su vida con dignidad, fortaleza, confianza, aun en medio de las dificultades comunes.

Aprendamos hoy en la liturgia la lección que nos ofrecen tres personajes: Amós que profetiza y denuncia en nombre del Señor, Amasías, sacerdote, que lo acusa por la dureza de sus vaticinios, Jeroboam, rey, que lo persigue.


La luz de Dios y su mensaje en la biblia
Lectura del profeta Amós 7, 10-17:
“Amasías, sacerdote de Casa-de-Dios (Betel), envió un mensaje a Jeroboam, rey de Israel (siglo VIII a.C.) diciendo: Amós conjura contra ti en medio de Israel; la tierra ya no puede soportar sus palabras. Así es como predica Amós: “Morirá a espada Jeroboam. Israel saldrá de su país al desierto”.

Además, Amasías dijo a Amós: vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá: come allí tu pan, profetiza allí. No vuelvas a profetizar en “Casa-de-Dios”, porque es el santuario real, el templo del país. Amós le respondió: no soy profeta, ni hijo de profetas, sino pastor y cultivador de higos; pero el Señor... me dijo: “vete y profetiza a mi pueblo de Israel”... Y ahora escucha la palabra del Señor: tu mujer será deshonrada en la ciudad; tus hijos e hijas caerán a espada; tu tierra será repartida a cordel, y tú morirás en tierra pagana, e Israel saldrá de su país al destierro”.

Evangelio según san Mateo 9, 1-8:
“En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y se fue a la ciudad. Allí le presentaron a un paralítico, acostado en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: ¡ánimo, hijo! tus pecados están perdonados.

Al oírlo, algunos letrados se dijeron: este blasfema... Y Jesús replicó: ¿por qué pensáis mal? ¿Qué es más difícil: decir “tus pecados están perdonados” o decir “levántate y anda”? ...Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa

Él se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se quedó sobrecogida...”


Reflexión para este día
Nuestra fidelidad a Dios será probada en vida.
No nos hagamos ilusiones los creyentes, oficialmente amigos de Dios, pensando que todo no ha de ir como ‘de rosas’. Observemos más bien los hechos, leamos la Palabra que nos amonesta y enseña, y aprendamos:

La fidelidad al Señor nos es imprescindible en todo buen servicio humano y cristiano: en el hogar, en el ministerio sacro, en la vida social y política.

Pero esa fidelidad –siempre difícil, por nuestra parte y por parte de cualquier profeta- molesta a veces a nuestros hermanos, los hombres, y podremos ser denunciados, acusados, perseguidos por ellos.

Si eso nos acontece, aceptemos los hechos con resignación, fortaleza, valentía, y, como reacción, no nos dejemos dominar por la ira.

Confiemos siempre en el Señor en quien creemos y esperamos.

Miremos a Jesús. Él, como nos enseña el Evangelio del día, sabe “curar” y “perdonar”, ‘sufrir’ y ‘bendecir’.

Todos los mortales necesitamos de amor para ser fieles, de perdón, por nuestras infidelidades, de sanación, por nuestras llagas y dolencias. Nadie está totalmente limpio y puro.


3-13. CLARETIANOS 2004

Comencemos nuestro comentario de hoy con unas frases del salmo: los mandatos del Señor alegran el corazón, dan luz a los ojos, son verdaderos, más preciosos que el oro fino...

¿Estás de acuerdo con el salmista? ¿Vives así la Palabra? da gracias por el alimento que es la Palabra para la vida, la luz que proyecta sobre los acontecimientos...

Las lecturas de este día reflejan la oposición entre sacerdocio-profetismo, entre Jesús-doctores de la Ley. Tanto Amós como Jesús hacen gala de una extraordinaria libertad, ya que la fuerza de su palabra y milagros no proceden de ellos mismos: “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel”, “la gente alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad”. El profeta y Jesús son invadidos y poseídos por el Otro, en cuyo nombre hablan y actúan, esta es la fuente de su tremenda personalidad y libertad.

Vamos a detenernos un poco en cada lectura, están cargadas de vida:

Amasías, el sacerdote del orden institucional previene las fuerzas del poder con las que se ha aliado, al tiempo que se enfrenta despectivamente con el profeta, acusándolo de buscar su propio provecho en esto de profetizar (piensa el ladrón que todos son de su condición...): vete, profetiza en otro lugar, come allí, no vuelvas a atentar con tus palabras contra el santuario real. Amós responde con frases que nos recuerdan a muchos la experiencia de la propia vocación: yo estaba tranquilo guardando mis rebaños y cultivando higos, no tengo antecedentes proféticos, pero el Señor me dijo: Ve y profetiza. La llamada del Señor desinstala. Si te sientes tranquilo sentado en tu sillón, pregúntate en qué Dios crees.

La fe en Jesús hace que él te levante, nos hace recobrar la dignidad de hombres y mujeres en pie de lucha. El poder de Cristo cura las enfermedades no sólo físicas, también las que nos agobian por dentro. Levantarse es signo de la resurrección de Cristo y la nuestra, signo del resurgir del pecado a la vida, de nuestra conversión.

Siente hoy al orar con esta Palabra, el poder de la mano de Jesús que te levanta de tu postración y abatimiento.
Vuestra hermana en la fe

Consuelo Ferrús, Misionera Claretiana
(rmiconsueloferrus@telefonica.net)


3-14.

Comentario: Rev. D. Francesc Nicolau i Pous (Barcelona, España)

«Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»

Hoy encontramos una de las muchas manifestaciones evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestras aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora pública, pasando por muchas otras curaciones de enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa también en parábolas, como la de la oveja descarriada, la didracma perdida y el hijo pródigo.

El Evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y, puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2).

¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.

Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y, en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.

Nuestra confianza en Él se ha de afianzar. Pero sintámonos pecadores a fin de no cerrarnos a la gracia.


3-16.

Reflexión

Este pasaje Jesús nos hace ver la importancia de la comunidad en nuestra vida de conversión. Nos encontramos con un hombre que por sí solo no podía llega hasta Jesús. Son sus amigos, quienes han hecho posible que tuviera este encuentro. Cada uno de nosotros puede ser el instrumento para llevar a Jesús a aquellos que están impedidos para hacerlo. Y cuando me refiero a "impedidos" este impedimento no tendría que ser forzosamente físico. Hoy nos encontramos con tantos hermanos que debido a una falta de formación religiosa o a experiencias negativas en su vida de fe, se encuentra "inválidos", de manera que no pueden caminar hacia una conversión profunda. Invitarlos con frecuencia a nuestras reuniones de oración, a nuestras asambleas, a un retiro, a una plática religiosa, a ir a misa con nosotros... en una palabra, a facilitarles el camino hacia Jesús, es mostrarnos verdaderamente como amigos, como hermanos, como apóstoles en el sentido auténtico de la palabra. Creo que no hay una experiencia más gratificante que el llevar a una persona al encuentro de Jesús, de manera particular al sacramento de la confesión en donde él escuchará, como este paralítico: "Ten confianza hijo, tus pecados te son perdonados". lo que le permitirá levantarse y caminar hacia la Luz.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-17. 2004. Estudio de los textos

(Algunas indicaciones generales sobre el libro del profeta Amós se ofrecen en el comentario del lunes de la semana 13ª)

Tanto el texto del profeta Amós que hoy nos ofrece la liturgia, lo mismo que el que nos encontraremos mañana, pertenecen a la sección de las visiones. Ambos interrumpen la secuencia y se interponen de forma extraña a partir de algún elemento precedente tomado como pretexto. Los elementos inspiradores de la narración de hoy los tenemos al final de la visión anterior: la amenaza de destrucción de la casa de Jeroboán, de los altos de Isaac y de los santuarios de Israel. A pesar de cortar la sucesión de visiones, el texto revela importantes datos de la vida del profeta y del conflicto de esta institución con el sacerdocio

La narración está en prosa (única vez que se utiliza esta forma en todo el libro) y es realizada por una tercera persona. Se compone de tres escenas susceptibles de ser representadas, organizadas en torno a la intervención de los personajes principales: Amasías, sacerdote de Betel (en el texto “Casa-de-Dios”) y el profeta Amós. La primera señala el mensaje que Amasías envió al Jeroboán. El sacerdote informa al rey que Amós conjura contra él y contra el país. La segunda escena prorrumpe sin previo aviso, Amasías se dirige a Amós y en tono severo le lanza una serie de imperativos (“vete”, “refúgiate”, “profetiza...”, “no vuelvas a profetizar...”), ordenándole que se marche de Israel. La tercera escena está protagonizada por Amós, su discurso tiene dos partes. Primero el profeta da razón de su actividad, el Señor lo ha enviado a profetizar en Israel, no lo hace por oficio. En segundo lugar, a partir de las palabras dirigidas contra él por Amasías responde con una nueva amenaza proveniente del Señor: su familia caerá ante la espada enemiga, él morirá en país extraño, Israel entero saldrá del país y la tierra será repartida.

El elemento más importante de la primera escena es lógicamente Amasías. Es el sacerdote principal del santuario real de Betel, pertenece al grupo oficial que, como vemos en el texto, hacía las veces de portador de noticias ante el rey. De la segunda escena sobresalen el contenido de la acusación contra el profeta y la orden de que se marche a su tierra. Del primero se distinguen una acusación y una crítica. Una acusación velada, Amós se ha situado por encima de sus propias competencias, se ha entrometido en un país que no es el suyo, se ha colocado por encima del sacerdocio. Y una crítica explícita, el profeta, aprovechándose de su oficio ha insultado al rey y al pueblo al amenazar con la muerte y el destierro. La orden que dirige el sacerdote contra el profeta expresa también una acusación. Acusación o insulto, porque lo llama vidente, es decir, visonario en sentido despectivo, puede haber alguna alusión a las agrupaciones de profetas que habían capitulado ante los cultos paganos de los santuarios locales (cfr. 1Sam 9, 7), no es ilusorio que Amasías vea en las palabras de Amós una amenaza contra su propio papel (no hay que olvidar que el de Betel era el santuario oficial en los prósperos tiempos del rey Jeroboán II). La orden es consecuencia lógica de esta acusación, el oficio de profeta lo ha de realizar en su tierra de origen.

En respuesta a las acciones y palabras de Amasías Amós le presenta sus credenciales. Él no es un profeta profesional, su oficio es pastor y cultivador de higos (una actividad consistente en la puntura de sicómoros para dejar escapar el insecto que contienen, ya está atestiguada en tiempos del Imperio Medio de Egipto), un fruto insípido que servía de alimento a los pobres. Rechaza de este modo la acusación de tener intenciones económicas en el desempeño de su cargo que él mismo entiende como intervención directa de Dios (aparece el elemento común de todas las vocaciones proféticas, la aceptación de la misión no por propio deseo, sino porque Dios lo llama y lo envía, véase al respecto Jer 1, 1ss., o Is 6, 1ss.). El original hebreo “no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos” es ambiguo, puede ser traducido tanto por un presente, como aquí, y entonces Amós se situaría fuera del marco de los profetas de oficio, o en pasado, con lo que habría que entender que Amós se hizo profeta y abandonó su antigua profesión. En un segundo momento el profeta describe con los elementos típicos, la invasión inminente y el destierro (la tierra impura es Asiria, definida de este modo por su idolatría).

Como responsorial se nos presentan a continuación cuatro versos del salmo 18 (el 19 de la Biblia Hebrea). Este es un salmo bastante desconcertante, de los 15 versículos que tiene, los siete primeros se centran en la alabanza a Dios por la naturaleza, mientras que del v. 8 al 15 la alabanza es motivada por la Ley (Torah). Dado que los vv. 5bc-7 están dedicados a la alabanza por la creación del sol que surca el espacio y llena todo con su calor, los investigadores proponen que tenemos una comparación entre el astro solar o la luz y la Ley, lo cual aparece también en otros textos (Is 2, 5; Mal 3, 20; Prov 6, 23; Sab 5, 6; 18, 4; Lc 1, 78; Jn 1, 9). Otros se distancian de tal interpretación y creen que se trata de un antiguo himno de culto al sol o a los elementos naturales originado en Mesopotamia o Egipto al que se le habría añadido la segunda parte en el postexilio. Para nuestro comentario no es determinante optar por una u otra opinión, pero sí es iluminador entender este salmo como una alabanza a Dios por su obra creadora que manifiesta en sus elementos su gloria (Sal 8, 104; 148), principalmente en el sol, que recorre con su calor todos los rincones del espacio. Del mismo modo se manifiesta en la Ley, obra también de sus manos, que otorga al hombre alegría, veracidad, instrucción, etc., la Ley rige el cosmos que es el hombre. De ahí que los versos finales (13-15) formen una súplica en la que el salmista pide a Dios que lo libre de aquello que le impida su cumplimiento.

Los versículos propuestos para hoy se ubican en la segunda parte del salmo. Apenas si toleran una profundización en el sentido de sus términos que no sea ya evidente por sí misma al lector. Podríamos conformarnos con decir que se trata de una alabanza a la Ley del Señor a través de numerosos sinónimos cuyo objetivo es dar colorido a esta misma idea. Sin embargo, un análisis detenido de los elementos revela algo mucho más interesante. Pongamos dos ejemplos. El primero tomado del escrito en su lengua original, el segundo en su traducción al español. En su forma hebrea se perciben extrañas coincidencias, se usa el nombre de Dios (Yhwh) seis veces, se encuentran también seis sinónimos de Ley, seis adjetivos, etc. No se usa el número siete, que alude a la perfección, ¿por qué? No es sacar consecuencias equivocadas si pensamos que el autor ha querido hacer de la forma el significante de lo que quiere expresar: que la perfección sólo le corresponde a Dios (para nuestra sorpresa, la séptima vez que aparece el nombre de Dios es en la última parte del salmo cuando se dice que Yhwh es roca y redentor). También resulta esclarecedor si entendemos la segunda parte de cada hemistiquio como resultado de la primera. Al aplicar esto a los vv. 8, 9 y 10 comprendemos que el ámbito hacia el que se dirige la Ley es, permítasenos la expresión, espiritual (descanso del alma, instrucción del ignorante, alegría del corazón, luz de los ojos, es lo que permanece o es estable y es lo justo), mientras que la cuarta estrofa nos sitúa por contraposición en el ámbito material y evidencia su inferioridad (aún tratándose de los elementos más preciosos, en este caso, el oro y la miel). Insistimos en que no se debe malinterpretar lo que acabamos de decir, la utilización de la distinción material/espiritual no es filosófica, sino meramente metodológica.


(Algunas indicaciones generales sobre el evangelio de Mateo se ofrecen en el comentario del lunes de la semana 12ª)

La curación del paralítico que aparece en la narración del evangelio de hoy se encuentra inmediatamente después del texto que estudiábamos ayer. Tiene sus paralelos en los otros dos sinópticos (Mc 2, 1-12; Lc 5, 17-26), aunque la ubicación varía. Si bien en Mateo aparece tras la tempestad calmada y la curación de los endemoniados gadarenos, en un momento bastante avanzado de la obra, en Marcos y Lucas la historia se encuentra más bien al principio, y en ambos después de la curación de un leproso. Sí coinciden en lo que viene después, el relato de la vocación de Mateo y la cuestión sobre el ayuno. Los detalles del relato varían, el más significativo ya lo anotábamos ayer, la brevedad con que Mateo presenta la historia dificulta en muchos momentos su comprensión. Tres más llaman nuestra atención, primero, para Marcos y Lucas Jesús está enseñando, no así en Mateo. En segundo lugar, ambos refieren la escena con más aparatosidad (el paralítico es bajado desde el tejado de la casa hasta el lugar donde se encontraba Jesús). El tercer detalle es que Mateo, al final, no recoge las palabras de admiración del gentío, se queda en sus sentimientos, que él interpreta de forma enigmática. El tema principal para Mateo es la potestad que Jesús tiene para perdonar pecados, si bien esto no resta importancia a la fe con que se acercan las personas con el enfermo (que es central en los otros evangelistas). Pasemos ahora a analizar los detalles propios de nuestro texto

El escenario del relato es la otra orilla del mar, en “su ciudad”, Cafarnaún, el lugar donde Jesús vuelve siempre durante su ministerio en Galilea, no da a entender que estuviera en una casa (cfr. 8, 20). Ya hemos dicho que se omiten algunos detalles, como la presencia de las multitudes o el introducir al enfermo por un boquete abierto en el techo. El milagro es una respuesta a la fe de quien se acerca a Jesús, implícitamente hay una confesión del pecado y una propuesta de arrepentimiento. Sin embargo, esto no sólo hace posible la curación, sino que provoca la manifestación de que él tiene autoridad para perdonar pecados. Ambos elementos quedan unidos en la narración, la curación conlleva la reinserción del pecador-enfermo en la sociedad y el restablecimiento de sus relaciones con Dios (según la concepción del momento el Mesías aniquilaría a los pecadores, enfermos, injustos, etc., arrojándolos fuera de la comunidad), por eso las palabras que enfrentan a Jesús con los letrados son expresión de que el perdón de los pecados sólo puede comprobarse mediante la observación, el efecto de la sanación demuestra que está presente el poder restaurador y salvífico sobre el pecador. Los letrados son los escribas o los dirigentes religiosos de Israel. La expresión “en su interior” puede comprenderse como “razonaban entre sí” (cfr. Mt 16, 8). La acusación de blasfemia será la decisiva en el momento de la condena de Jesús (Mc 14, 60-64), se trata de la apropiación de prerrogativas divinas (cfr. Sal 103, 3; Is 43, 25; 1Jn 1, 9), como vemos se va fraguando a lo largo de los diversos encuentros de Jesús con los religiosos de Israel. La conclusión es evidente, Jesús actúa con el poder de Dios (12, 22-28), que es lo mismo que decir que él es el Hijo de Dios, así se reconoce en los signos que realiza. El final desconcertante (como ocurría en el texto de ayer) traslada a los hombres el motivo de la acción de gracias a Dios de la gente, Mateo está pensando en su comunidad y en la convicción que tiene de haber recibido de Jesús este mismo poder para perdonar pecados (16, 19; 18, 18). Jesús se vuelve a identificar aquí con el Hijo del Hombre, ya nos ha salido en otras ocasiones, puede consultarse lo que decíamos en el estudio del texto evangélico del lunes 28 de junio.

Comentario teológico

Consideremos los textos desde perspectivas distintas. En primer lugar desde los acontecimientos que narran. Dos de ellos (la lectura y el evangelio) se apoyan en estructuras polares, el otro desarrolla su temática centrado en un único elemento. Fijémonos en los dos primeros. El profeta Amós se enfrenta con el sacerdote Amasías, en el análisis del texto atisbábamos que detrás del acontecimiento se está reflejando una situación que aparece en otros momentos de la historia de Israel: el problema entre el sacerdocio-profetismo y su papel en la corte. Lo vemos, por ejemplo cuando David elige a Abiatar (1Sam 22, 6-23; 23, 6) y en un segundo momento a Sadoc (2Sam 20, 23-26), o cuando Jeroboán I instaló en Betel sacerdotes del pueblo (1Re 12, 31). Después, dependiendo del rey que gobierne, se mantendrán o no (cuando Salomón asciende al trono destierra a Abiatar, por ejemplo). Amasías entiende la predicación de Amós como una amenaza contra su santuario, para él se trata de una conspiración política (2Re 9, 14; 10, 9; 11, 14), es decir, para él su oficio es el de funcionario del rey, con quien tiene buenas relaciones, no caben otros funcionarios del rey del campo religioso. Al elevar el conflicto a términos generales queda claramente reflejada la polaridad a la que antes aludíamos, se trata del conflicto sacerdocio-profecía, religión oficial-religión no oficial, funcionariado-carisma. Polaridad semejante es la que constatamos en el texto mateano, los términos son Jesús y los letrados. No hace falta que repasemos las veces en que encontramos estos enfrentamientos en los evangelios, la lista sería interminable. Si en la primera lectura el motivo era que Amós predica donde no tiene “jurisdicción”, aquí es porque Jesús ejerce mal de Mesías (recordemos lo dicho acerca del pecado y el mesianismo en la religiosidad del momento). Hasta aquí nos ha llevado la primera perspectiva (más difícil resulta establecer el tipo de polaridad presente en el salmo, se puede entender que la Ley está frente a todo lo que a ella se opone). Es evidente la relación que todo esto guarda con nuestra situación actual, no resulta tan clara su aplicación, que los textos dan la razón a uno de los polos.

Pero podemos atender también a los personajes principales, no tanto en los acontecimientos, como acabamos de hacer, así el salmo queda perfectamente incluido. Pues bien, los personajes son Amós, la Torah y Jesús. Sus acciones y su fuerza no proviene de ellos mismos, “el Señor me sacó de junto al rebaño”, dice Amós, la ley “del Señor”, constantemente repite el salmo, “la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad”, afirma el evangelio. Hay una fuerza que los sostiene a ellos mismos y que los demás perciben como contraria. En sus acciones (en Amós y Jesús) se repiten ciertas constantes, el anuncio de cosas negativas a la luz de sus interlocutores, crítica por parte de éstos, expulsión, etc., y al mismo tiempo esto reafirma sus convicciones. En el nivel individual se exponen de esta manera las notas que hacen de alguien un verdadero profeta.

Por último, fijémonos brevemente en las comunidades que están detrás de los relatos y los personajes. Para Amós es un pueblo, y su papel es el de declarar las consecuencias de su proceder, para el salmista la comunidad que escucha su experiencia, para el evangelio es comunidad que se siente con el poder de Jesús. Llevaría al absurdo egoísta si sus acciones no tuvieran al lado una comunidad. El texto nos abre algunas perspectivas para entender la misión del creyente en su propio grupo.


3-18.

Cada pecado, cada dolencia, cada herida que nos tiene postradas y postrados en nuestra vida, Jesús tiene poder para perdonar, sanar, liberar. Se le ha concedido toda potestad para hacerlo y no duda en perdonar los pecados del paralítico, aún cuando es cuestionado y acusado por los escribas. Jesús apela en este momento a la misericordia de Dios. Apela por la sanación integra de esta persona y por tanto no hay diferencia en las palabras que use. Sean cuáles sean, la sanación integra del paralítico se realizará. No por las palabras que utilice, sino por el poder que se le ha conferido de lo alto. Es esa investidura lo que permite que el paralítico pueda levantarse, tomar su camilla e irse a casa. Es esa misma potestad la que el día de hoy nos dice en cada momento de nuestras vidas, en cada situación en la que pensamos que estamos postradas o postrados, “levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Es posible caminar con la camilla a cuesta. Es posible modificar la situación.

Jesús, te pido que abras mi mente y mi corazón para entender lo que me está pasando en este mismo momento y pasar de ser un ente pasivo a uno activo que pueda, junto contigo, caminar en cualquier situación.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-19. Curación del paralítico

Fuente: Catholic.net
Autor: Jaime Rodríguez

Reflexión

Golpea ver que Jesús frente a esta escena se comporta de modo inesperado y sorprendente. Aquellos hombres usaron su técnica para superar el obstáculo de la altura y la gran muchedumbre que circundaba la casa donde estaba el maestro. Encaramarse al techo, destaparlo, tal vez sin el permiso del dueño, bajando luego con sogas la camilla con el enfermo. Es una operación que comporta una cierta dosis de riesgos y una buenos ánimos y determinaciones. Lo han hecho para ayudar a este querido amigo, dado que Jesús, "el hombre de los milagros", lo curará definitivamente. Y ¿qué es lo que le dice Cristo? “Acércate”, lo mira, lo conforta y le dice "te son repuestos tus pecados".

Para este Maestro la enfermedad más grave y urgente del paralítico no es su enfermedad física sino su enfermedad del alma, el pecado. Y no sólo, porque para Jesús, la parálisis física es más fácil de curar que la apatía del alma que no se abre a la fe, al amor del Padre. Ciertamente, el Creador del universo puede curar absolutamente todas las enfermedades “patologías". Pero para la curación de las enfermedades espirituales, es necesaria la colaboración espontánea y sobre todo libre del "paciente" porque Dios no puede ir en contra de nuestra libertad. La muchedumbre, llena del temor de Dios, nos dice el evangelista san Mateo, se fue dando gracias a Dios por el regalo concedido a aquel hombre. ¿No nos sentimos de igual forma nosotros, cuándo recibimos del sacerdote la absolución de nuestros pecados, después de una eficaz confesión?


3-20. Fray Nelson Jueves 30 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: El sacrificio de nuestro patriarca Abrahán * La gente glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres.

Más información.

1. Un Mundo de Extremos
1.1 Cuando uno cambia de un lugar muy oscuro a otro muy iluminado, o lo contrario, los ojos necesitan adaptarse. Cuando uno pasa de estar muy ocupado trabajando a ser un jubilado la mente necesita adaptarse. Cuando uno pasa de mirar por horas un microscopio a mirar de nuevo este mundo nuestro con sus tamaños y figuras también necesita adaptarse. Estos comentarios van a la primera lectura de hoy. Para comprender la belleza y la grandeza de Abraham en el acto de sacrificar a su propio hijo nuestra mirada tiene que adaptarse a una realidad, a una escala y a un mundo que son muy diversos de los nuestros.

1.2 Para nosotros existen los Derechos Humanos. Contamos con siglos de desarrollo filosófico y de instituciones sociales que presumimos estables, como referencias con las cuales contamos espontáneamente: leyes, gobiernos, policía, juzgados, sistemas jurídicos, penales y de pensamiento en los que nos sentimos cómodamente instalados, hablando en general. Nada de esto tenía Abraham.

1.3 El mundo de Abraham tenía otros referentes. Un mundo de tribus que hoy llamaríamos semisalvajes, acostumbradas a matar o morir, si se daba confrontación con otras tribus. Un mundo agreste en el que los débiles no tenían otro destino sino una temprana muerte. Un mundo plagado de incertidumbres, en el que cada cual a su manera trataba de ganarse el favor de los dioses.

1.4 Con cierta lógica, ese mundo funcionaba bajo el esquema del comercio con la divinidad: el que da poco a los dioses espera recibir poco de ellos; el que da mucho espera tener asegurado mucho. Abraham no podía conocer otro mundo distinto de ese. Y en ese mundo los papás sacrificaban sus hijos precisamente porque los amaban. Como eran preciosos para ellos, consideraban que destrozando el propio corazón con un sacrifico de tanto precio se estaban asegurando una generosidad proporcional de parte de sus dioses. Por eso al iniciar un proyecto "grande," como por ejemplo: intentar fundar una ciudad, echaban los cimientos sobre el cadáver sacrificado de un hijo, a menudo el primogénito. De todo esto hay constancia bíblica y extrabíblica.

2. ¿Dios Pidiendo Sacrificios Humanos?
2.1 En ese contexto que choca tanto con nuestros ojos, en ese mundo, entre la niebla de una Humanidad primitiva y cerril, Abraham escucha un mandato del Dios en el que cree. Este Dios le ordena que haga un imposible, que sacrifique al hijo de la promesa, el hijo que no sólo era lo más precioso para Abraham, sino que había sido un regalo, un milagro, un hecho a todas luces irrepetible. Dios nos parece inhumano en semejante exigencia.

2.2 ¿Realmente quería Dios la muerte del inocente Isaac? Los hechos demostraron que no. Y sin embargo, Dios hablaba el lenguaje de ese tiempo, que, repitámoslo una vez más, era dramáticamente diverso del nuestro. No cualquier lenguaje es comprensible en cualquier tiempo. Podemos decir que Dios "se adaptaba" a la rudeza de la época pero a la vez la superaba, porque Isaac no fue sacrificado: el precio de esa vida inocente quedó como testimonio de la fe inconmovible de Abraham, a quien desde entonces lo llamamos "nuestro padre en la fe."

2.3 Nosotros tenemos la idea de que las palabras y los argumentos pueden clarificarlo todo. Probablemente estamos errados en eso. Dios no se pone a darle clases de filosofía y valores a Abraham: le habla en el tono que este beduino analfabeta de corazón inmenso puede entender. Y el mensaje es claro: "NADA, ni siquiera tu propio hijo, puede ser más valioso para ti que la alianza que los dos tenemos, Abraham."

2.4 Esta enseñanza básica permanecerá en realidad como una constante a lo largo de la Biblia. Es el primero y más importante de los mandamientos: no hay más dioses; nada puede interponerse entre Dios y el corazón del hombre (Deuteronomio 4,35; 32,39; 2 Samuel 7,22; Salmo 83,18; Isaías 43,10-13; 1 Corintios 8,4; Efesios 4,6). Y por eso, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deuteronomio 6,5; Marcos 12,29-30).