LUNES DE LA SEMANA 7ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Epístola de Santiago 3,13-18.

El que se tenga por sabio y prudente, demuestre con su buena conducta que sus actos tienen la sencillez propia de la sabiduría. Pero si ustedes están dominados por la rivalidad y por el espíritu de discordia, no se vanagloríen ni falten a la verdad. Semejante sabiduría no desciende de lo alto sino que es terrena, sensual y demoníaca. Porque donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz.

Salmo 19,8-10.15.

La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!


Evangelio según San Marcos 9,14-29.

Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. El les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron". "Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuando estaré con ustedes? ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". "¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree". Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe". Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más". El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". El les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



 

1.- Si 1, 1-10

1-1. SB/TEMOR  /SI/LIBRO:

Comenzamos hoy, lunes de la séptima semana del tiempo ordinario, la lectura del libro de  el "Eclesiástico", así llamado por San Cipriano. Probablemente se debe esta designación al  uso frecuente y oficial que de él se hacía en la Iglesia: El Eclesiástico ha sido, después de  los Salmos, el libro del AT más usado en las lecturas litúrgicas.

El Eclesiástico fue escrito en hebreo hacia el año 190 a. JC. en Jerusalén, por Ben-Sirac,  un judío culto y experimentado. Su obra parece recoger en parte sus enseñanzas de  escuela. El escrito llegó a ser tan popular que un nieto del autor, emigrado a Egipto hacia el  año 132 a. JC. se lo llevó consigo y lo tradujo al griego, en beneficio de cuantos no conocían  el hebreo. Lo prologó, además, con una introducción de su puño y letra en la que hace los  elogios del Libro, del autor y declara las razones que le indujeron a traducirlo.

"Toda sabiduría viene de Dios y está con él eternamente". Es la primera frase del libro y la  clave de todo lo restante. Ben Sirac posee un sólido "humanismo" que llama "sabiduría" que,  a la vez, es inseparable de su fe. Según él, el éxito del hombre, el arte del bien vivir, procede  de una correspondencia, de una sintonía, con la voluntad de Dios.

"Uno solo es sabio, temible en extremo, está sentado en su trono". El autor va a explicar a  modo de programa, que la sabiduría está indisoluble- mente ligada al temor de Dios. Temor  de Dios significa para el autor el sentido religioso del hombre, el reconocimiento de su  puesto dependiente de Dios, que incluye también el cumplimiento de sus mandatos. Es una  actitud humana radical y total.

La sabiduría es la primera criatura de Dios: la empleó para crear el universo y la infundió  en sus criaturas. Aparece, por tanto, en los libros sapienciales como un saber personificado,  una especie de mediador entre Dios y el mundo. Al mismo tiempo es algo de que los seres  vivientes participan, algo que les descubre desde dentro un orden "sabio" de obrar. El hombre que quiera honrar su título de "homo sapiens", es decir, el que desee ser  "sensato" y proceder con acierto, ha de comenzar reconociendo el origen último de la  sabiduría, que es el Señor; ha de recibirla como un don.

Al ir madurando en esa sensatez, en esa manera de ser sabio según la Biblia, el hombre  irá descubriendo que la sabiduría siempre está en Dios y cada vez en mayor participación  en aquellos que le aman.

Debemos empezar por reconocer que no tenemos esta sabiduría que viene de lo alto sino  que solamente nos conducimos por nuestra sabiduría propia -nuestra experiencia personal-  y por la sabiduría del mundo -las máximas y principios de este mundo-. Por eso Jesús se  lamenta en el evangelio de hoy: "¡Gente sin fe!¿Hasta cuándo estaré con vosotros?¿Hasta  cuándo os tendré que soportar?"

Es el desahogo humano del corazón de Cristo ante la perversa obstinación de los  hombres que se fían más de los sentidos que de la Palabra de Dios, que se conducen más  por sus afectos humanos que por el querer de Dios.

Es un aviso para que no caigamos en esa torpeza, en esa insensatez.

Obrad con la sabiduría de Dios.

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El diálogo con el padre de este poseído es una de las perlas del evangelio. Jesús quiere  que el hombre tome conciencia de su poca fe y su pedagogía consiste en empujarle a  descubrir que, para aumentar la fe, hay que darse cuenta antes de que no se tiene.

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AYUNO/SENTIDO: El ayuno no sirve para hacer fuerza a Dios y que me la conceda, sino  como signo muy elocuente de que solamente Dios sea mi alimento, de que solamente Dios  puede saciar mi hambre. Significa que todo lo esperamos de Dios y no de los recursos  humanos.


1-2.

«Jesús, hijo de Sirac», autor de este libro, llamado también «Libro de Sirac el Sabio» es  un escriba de familia acomodada. Un burgués de Jerusalén donde vivía hacia el año 200  antes de nuestra era. Viajó por el imperio griego, y, como todas las clases dirigentes del  tiempo, fue seducido por la «cultura helenística». Abierto a las corrientes de ideas  humanísticas procura hacer una síntesis entre la cultura griega y las tradiciones religiosas  recibidas de sus antepasados judíos.

Ben Sirac tiene un pensamiento sólido y equilibrado. Es un testigo muy estimable de las  costumbres y de la doctrina del judaísmo, inmediatamente anterior a la edad heroica de la  persecución de los Macabeos. Ese libro nos presenta una descripción clásica del alma del  judío piadoso ordinario que perdurará en tiempos de Cristo, más allá de las camarillas  sectarias que oponían a fariseos y saduceos. En muchos de sus pasajes encontraremos ya  algo del evangelio.

-Toda sabiduría proviene del Señor y con él está por siempre.

Es la primera frase del libro y la clave de todo lo restante.

Ben Sirac posee un sólido humanismo que llama «sabiduría», que a la vez es inseparable  de su fe. Según él, el éxito del hombre, el arte del bien vivir procede de una  correspondencia con el pensamiento divino de Dios.

-Sólo uno es sabio y en extremo temible, el que está sentado en su trono: es el Señor  Así «el temor de Dios» -que con frecuencia equivale al «amor de Dios»- es la fuente  misma de la «sabiduría».

Así, en filigrana, ¿no podríamos adivinar ya como un esbozo de la Encarnación? El  Hombre perfecto será pronto aquél que es también la Sabiduría misma de Dios. Y en ese  preludio de Ben Sirac percibimos como un anuncio del prólogo de san Juan:  «Toda sabiduría proviene del Señor... «En el principio era el Verbo...

«Con él está por siempre... «El Verbo estaba en Dios... 

«Sólo uno es sabio: el Señor... «Y el Verbo era Dios... (Juan 1, 1) 

-El Señor creó la sabiduría, la midió y la derramó sobre todas sus obras, en todos los  vivientes conforme a su largueza y la dispensó a los que le aman.

«Todo fue hecho por El y nada se hizo sin El. En El estaba la vida y la vida es la luz de  los hombres» (Juan 1, 3) «De su plenitud, todos hemos recibido.» (Juan 1, 16) 

Es una visión absolutamente optimista del hombre, fundada sobre la convicción de que  Dios «derramó sobre todo ser viviente» algo de sí mismo, una participación de su sabiduría,  de su Espíritu.

1. ¿Estoy convencido de que «buscar a Dios» es también «crecer en humanidad»? ¿Qué  importancia doy a la oración, a la contemplación de la Sabiduría de Dios en Sí mismo? 

2. ¿Estoy convencido, en consecuencia, de que «crecer en humanidad» es aproximarse  a Dios? Todo esfuerzo de promoción, de verdadero humanismo, incluso si  momentáneamente parece ignorar a Dios, va dirigido a la Sabiduría de Dios.

¿Qué importancia doy a la cultura humana, al esfuerzo moral, a la promoción válida de  mis hermanos y mía? 

-La arena del mar, las gotas de la lluvia, los días de la eternidad, la altura del cielo, la  extensión de la tierra, la profundidad del abismo... ¿Quién dirá su número, quien los  explorará? Antes de todo estaba creada la Sabiduría, la inteligencia prudente... ¿Quién  conoce sus recursos, sus finezas? 

Sabiduría. Inteligencia. Fineza. Ciencia... ¡Dones de Dios! 

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 80 s.


1-3. /Si/01/01-20

Hoy empieza la lectura del libro del Eclesiástico. El texto leído glosa dos temas  principales, que al final se entrelazan: la sabiduría y el temor del Señor.

El hombre queda maravillado y sorprendido ante el universo, que lo desborda y que no  puede medir: la altura del cielo, la extensión de la tierra y la profundidad insondable del  abismo. Y, al tiempo que descubre su propia pequeñez y limitación, entrevé que la arena y  las gotas de agua y los días están contados y medidos. No hay nada, por pequeño que  sea, que escape al control. ¿Cómo y por quién? Todas las cosas tienen en su origen, y  como soporte de su existencia, la sabiduría, que de este modo está presente en todo. Y el  hombre que no ha hecho el mundo ni puede abarcarlo, ve la sabiduría salida del Señor,  como una criatura suya. «El Señor en persona la creó, la conoció y la midió, la derramó  sobre todas sus obras» (vv 9-10). Presente y a la vez inaccesible, la sabiduría proclama  que sólo hay un sabio: el Señor. Por tanto, si alguien llega a tener sabiduría, a contemplar  el mundo y la vida sostenidos por ella, no es por la sagacidad de su mente: se trata de un  don que «viene del Señor» ( 1). «El la regaló a los que lo temen» (10).

La segunda parte del texto ensalza el temor del Señor: «Gloria y honor, gozo y corona de  júbilo» (11), delicia del corazón, prenda de larga vida (12) y de bendición en la hora de la  muerte (13). El temor del Señor es al mismo tiempo el principio, la plenitud, la corona y la  raíz de la sabiduría. Con él y con la sabiduría que lo acompaña, la vida de los fieles se ve  colmada de los bienes más deseables y sabrosos: «Llena de tesoros toda su casa y de sus  productos las despensas» (17), «sus brotes son la paz y la salud» (22). Es que quien teme  al Señor trata de ajustar su vida a la sabiduría, que no es sino fuente de bien.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 378


2.- St 3, 13-18

2-1.

Santiago es realista y no se entusiasma por los principios. Por eso nos da signos  concretos y palpables que nos permitan discernir la "verdadera sabiduría" de la falsa. Santiago reacciona aquí contra los que interpretaban mal las cartas de S. Pablo. La Fe  no es resultado de altas consideraciones intelectuales. El verdadero criterio de la Fe se  encuentra en la "vida". ¿Cuál es nuestra conducta?


2-2.

-Hermanos, si hay entre vosotros quien tenga «sabiduría» y «experiencia» que muestre  por su buena conducta las obras hechas con la «dulzura de la sabiduría»...

Santiago tiene un talante realista y no le embarazan demasiado los principios. Nos dará  hoy algunos signos muy concretos y palpables que nos permitirán discernir la «verdadera  sabiduría» de la falsa sabiduría. Santiago reacciona aquí contra los que interpretaban mal  las Epístolas de san Pablo. La Fe no es en principio el resultado de altas consideraciones  intelectuales. ¡La inteligencia es ciertamente útil! Pero, el verdadero criterio de la Fe se  encuentra «en la vida». ¿Cuál es nuestra «conducta»? ¿Qué «obras» son las nuestras?  Puede haber mucha más Fe en un alma humilde, sin grandes ideas, que en el cerebro de  un teólogo o de un intelectual.

¡Que mi vida, mi conducta cotidiana, mis obras estén llenas de tu Sabiduría, Señor. Yo  quisiera, Señor, que mis manos, mi cuerpo, mis trabajos de cada día, mis conversaciones,  todas mis relaciones humanas, estuviesen impregnadas de tu sabiduría... ¡"hechas con la  dulzura de tu Sabiduría"! 

-Si tenéis en vuestro corazón «amarga envidia» y «rivalidades», no os jactéis...

Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca.

¡Lenguaje claro y directo! 

Repite lo que dice también Juan: No se puede amar a Dios, si no se ama a los hermanos.  Como dice el evangelio: la caridad es el criterio de la sabiduría.

Recordamos lo que Jesús nos dijo: seréis juzgados «sobre el amor» (Juicio final, Mateo,  25) 

Nuestra verdadera fe se verifica en la capacidad que nos da de crear a nuestro alrededor  una red de relaciones interpersonales, una red de amor.

Lo contrario de esto es el dejarnos llevar por la «envidia» y las «rivalidades»... en el  fondo, la falta de amor.

¡Dios mío! ¡Qué necesidad tenemos de Ti, para realizar ese programa! ¡Transforma,  Señor, mi corazón egoísta en un corazón de amor! 

-En cambio la sabiduría que viene de Dios es «rectitud», «paz», «tolerancia»,  «comprensión», «misericordia», «fecunda en beneficios»...

Sería conveniente detenerse y dejar que, hasta el fondo de nosotros mismos, se  deslizaran estas palabras, una a una, gota a gota.

«Rectitud», «Tolerancia», «Paz», «Comprensión», «Misericordia», «Abundancia de  beneficios».

La característica fundamental del Cristiano, debería ser la «dulzura», la ausencia de  orgullo, de intriga, de fanatismo. El verdadero «sabio» trata de vivir en comunión,  simultáneamente, tanto con sus hermanos como con sus adversarios... con sus superiores  como con sus subordinados... con los que piensan como él y con los que no piensan como  él. ¿No es éste el auténtico sentido de la palabra «tolerancia», «comprensión»? 

-Frutos de justicia se siembran en la paz para los artesanos de la paz.

Con estos criterios, hago la "verificación", el balance de mi jornada...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984. Pág. 80 s.


2-3. /St/03/3-18 

¿Quién es sabio de verdad? ¿Cuáles son los frutos de la auténtica sabiduría? Hay quien  tiene muchos conocimientos y ha vivido muchas experiencias. ¿Cabe por eso sólo  considerarlo como sabio y experimentado? ¿Es ésta la sabiduría de verdad, la que consiste  en amontonar experiencia y conocimiento? El texto de hoy orienta sobre cómo responder a  estas preguntas.

La verdadera sabiduría no consiste en conocer muchas cosas, ni siquiera sobre sí  mismo. La verdadera sabiduría se basa más bien en conocer aquellas cosas que al hombre  le interesa saber. Porque la sabiduría de verdad lleva en sí misma una especie de impulso  transformador del hombre al hacerle ver cómo tiene que someterse al yugo de las buenas  obras. El sabio se manifiesta no en el cúmulo de conocimientos adquiridos, sino sobre todo  en su buen comportamiento, fruto precisamente de la docilidad a la sabiduría. Esta pone  ante los ojos del sabio la conveniencia de serle dócil, impulsándole a la vez a serlo. Por  tanto la pretendida sabiduría, egoísta y alejada, que con amarga envidia fomenta la  discordia entre los hombres no será sino una sabiduría de mentira y engañosa, envidia y  discordia son el germen del que brotan perturbaciones y todo tipo de acciones malvadas.  Tal sabiduría aparece como una cosa terrena, animal, demoníaca. La verdadera sabiduría,  en cambio, la que viene "de arriba", lleva al sabio a extender el manto de la discreción y  comprensión ilimitada sobre todas las miserias de los hombres, tratando de hacerlos vivir  en paz entre sí, sembrando en ellos la justicia. Esta justicia, difundida por el sabio, no se  limita sólo a dar a cada uno lo suyo, sino que tiende a engendrar otros sabios que se  acerquen a los hombres con el mismo espíritu de paz, perdón, docilidad, misericordia,  imparcialidad y verdad.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 633


3.- Mc 9, 13-28 

3-1.VER 1-1

-Te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, le derriba, le  hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido... Muchas veces le arroja  al fuego y al agua para hacerle perecer.

Estos detalles hacen pensar en una epilepsia. Ya hemos dicho que los antiguos no  tenían nuestros diagnósticos precisos...

Atribuían a los "espíritus impuros" todo lo que ataca al hombre de un modo más  espectacular. Por otra parte, la continuación del relato nos mostrará que este muchacho  padecía un doble mal: una epilepsia y una presencia demoníaca. Jesús llevará a cabo esta  curación en dos tiempos: hay primero un exorcismo que le libra del "espíritu impuro" y deja  al muchacho como muerto; luego la curación definitiva, hecha más sencillamente a la  manera de otras curaciones: Jesús lo tomó de la mano y lo levantó.

-Dije a tus discípulos que lo arrojasen, pero no han podido...

Jesús tomó la palabra y les dijo: " ¡Generación incrédula!'; ¿Hasta cuándo tendré que  soportaros? 

Este milagro parece haber sido relatado para poner en evidencia el contraste entre la  impotencia de los discípulos y el poder de Jesús.

Jesús manifiesta sufrimiento. Hay como un desánimo en estas palabras. Jesús se  encuentra solo, incomprendido, despreciado. ¡Incluso sus discípulos no tienen fe! Y da la  impresión de que tiene prisa por dejar esta compañía insoportable.

Todo esto nos hace penetrar en el alma de Jesús. A fuerza de verle actuar como hombre,  acabamos por encontrar muy natural que "Dios" se haya hecho "hombre". Y no acabamos  de comprender en qué manera esta "encarnación" fue de hecho un anonadamiento, un  encadenamiento, un "descenso: por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del  cielo".

Es evidente que no deben entenderse estas palabras en sentido espacial. Pero sí que  hubo momentos en los que, a Jesús, su "condición humana" debió serle terriblemente  costosa, por los límites que le imponía, y por la promiscuidad que le deparaba. "¿Hasta  cuándo tendré que estar con vosotros? 

-"Todo le es posible al que cree" "Creo. Ayuda a mi incredulidad" Sí, es Fe lo que Jesús  necesita. Es la Fe lo que pide a los que le rodean. Su gran sufrimiento es que en su  entorno las gentes no creen y El sabe las maravillas que la Fe es capaz de hacer.

El padre del muchacho intuye todo esto, y, a la invitación de Jesús, hace una admirable  "profesión de Fe"... admirable porque está llena de modestia. "¡Sí, creo! Pero, Señor, ven a  robustecer mi pobre fe, pues siento ¡que no creo todavía suficiente!

-¿Por qué no hemos podido echarle nosotros? "Esta especie no puede ser expulsada por  ningún medio si no es por la oración.

Poder de la FE = poder de la oración.

Los apóstoles por sí mismos, humanamente son radicalmente incapaces de hacer un  OBRA DIVINA: su poder les viene de Dios y encuentra su fuente en la oración.

-El espíritu impuro salió del muchacho dejándolo como un cadáver, de suerte que  muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, le levantó y se mantuvo  en pie.

Este milagro tiene un tono pascual: muerte y resurrección.

Esto evoca la impotencia radical del hombre, de la cual sólo Dios puede librarnos. La  fatalidad última y esencial sólo puede ser vencida por Dios: ¡Únicamente la fe y la plegaria  humilde pueden liberarnos de esta fatalidad y de este miedo! 

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 334 s.


3-2.

1. (año 1) Sirácida (Eclesiástico) 1,1-10

a) Damos inicio a un nuevo libro bíblico, el Eclesiástico o Sirácida, que fue escrito en  hebreo unos doscientos años antes de Cristo, en Jerusalén, por un judío muy culto,  llamado Jesús hijo de Sira, Ben Sira o Ben Sirac. Un nieto suyo lo tradujo más tarde al  griego, para beneficio de los judíos de Alejandría de Egipto. 

Los libros sapienciales -éste es el último del A T- son un género común a otras culturas  vecinas, pero en manos de los sabios creyentes de Israel ciertamente ofrecen una  sabiduría más rica y religiosa. 

El Eclesiástico o Sirácida es una serie de frases y pensamientos, dichos y refranes  breves, que nos ayudan a mirar sabiamente las cosas, personas y acontecimientos de la  vida. Como iremos viendo, la sabiduría de la que habla Ben Sira es uno mezcla de don de  Dios, de fe, de sentido común y visión religiosa de la historia. Aparece personificada,  capaz de amar y ser amada, de invitar a los hombres y de ser apetecida por ellos. El autor  nos irá transmitiendo con amabilidad y buen sentido práctico las riquezas de su  pensamiento y su experiencia humana y religiosa. Se llama «Eclesiástico» por el gran uso  que se hizo de él en la Iglesia primitiva. 

Hoy escuchamos los primeros versículos, que son como un himno a la sabiduría. Con  una frase inicial que es el resumen de todo: la verdadera sabiduría viene del Señor y está  con él eternamente. Es sabiduría trascendente, misteriosa, insondable. Está, por tanto,  íntimamente unida a la religiosidad y a la fe en Dios. «Uno solo es el Sabio», que ha  demostrado su sabiduría en la creación de este cosmos tan maravilloso, del que no  acabamos nunca de sorprendernos. 

Pero el Sabio, Dios, «ha derramado su sabiduría sobre todas sus obras, la repartió entre  los vivientes, la regaló a los que lo temen». El «temor de Dios» no quiere decir miedo, sino  respeto, admiración y reconocimiento de la grandeza de Dios: o sea, una actitud de fe y  obediencia. Sólo los creyentes pueden tener verdadera sabiduría como participación de la  de Dios. 

Por eso el salmo nos hace cantar nuestra confianza en el Dios creador del mundo: «El  Señor reina... así está firme el orbe y no vacila... tus mandatos son fieles Y seguros». 

b) El inicio de este libro nos recuerda el del evangelio de san Juan. El Sirácida habla de  la sabiduría de Dios, en el principio de todo. Juan habla de que al principio era el Verbo, la  Palabra, que de otra manera también se puede llamar Sabiduría. La Sabiduría viviente de  Dios se llama Cristo Jesús y de su plenitud hemos recibido todos. 

En el mundo de hoy, ¿dónde encontrar la verdadera sabiduría? 

Nosotros lo sabemos: en la Palabra de Dios, que es Cristo mismo, a quien escuchamos  día tras día como interpelación de Dios siempre nueva, sobre todo en la celebración de la  misa. 

Dichoso el que tiene el secreto de esta sabiduría en su vida. Dichoso el que escucha  esta Palabra, la asimila, la recuerda, la pone en práctica, construyendo sobre ella el edificio  de su vida. Dichoso el que se deja enseñar por Cristo Jesús Maestro de sabiduría. 

2. (año II) Santiago 3,13-18

a) Santiago nos describe cuál es la verdadera sabiduría que viene de Dios y cuál hay  que considerar como falsa. Se ve que en las primeras comunidades cristianas había  muchos que se las daban de sabios y maestros y pontificaban a sus anchas. 

Para Santiago, el que se cree sabio lo tiene que demostrar con «la buena conducta, con  la amabilidad propia de la sabiduría»; «la sabiduría que viene de arriba es pura, es amante  de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, sincera». 

Y a la inversa: si uno que se dice sabio tiene actitudes de «corazón amargado por la  envidia y el egoísmo», no es tal sabio, «es pura falsedad». La suya en todo caso es una  sabiduría «humana, terrena, diabólica» («diablo» significa «el que divide»). 

b) Al final de cada día es muy saludable hacer un poco de examen de conciencia y  preguntarnos, por ejemplo, si hemos sido en verdad «sabios» en lo que hemos hecho y  dicho. 

Como nos aconseja Santiago -y antes Jesús en el evangelio, con la comparación de los  árboles que se conocen por sus frutos- tendremos que preguntarnos qué frutos hemos  dado, cuáles han sido nuestras obras y actitudes. ¿Me tengo por sabio? Pues que se vea  en las obras: ¿soy de los que favorecen la paz alrededor mío? ¿o más bien pendenciero y  envidioso? ¿me dejo guiar por la sabiduría que viene de Dios o por la diabólica? Es  interesante que Santiago evalúe la sabiduría que decimos tener, no a partir de  conocimientos o juicios prudentes, sino a partir de nuestra actitud de paz y caridad o de  amargura y egoísmo. Si siembro paz y justicia a mi alrededor, soy sabio. Si no, no. La  verdadera sabiduría es amable, dulce, sencilla, no jactanciosa ni creadora de divisiones.  Cuando celebramos la Eucaristía somos invitados a «darnos fraternalmente la paz». Es  una actitud simbólica muy oportuna en ese momento: no podemos ir a comulgar con Cristo  si a la vez no queremos estar en comunión con el hermano. Pero es una actitud que debe  durar las 24 horas del día. La caridad fraterna es el mejor termómetro de la sabiduría, para  Santiago. 

2. Marcos 9,13-28

a) Al bajar del monte de la Transfiguración, Jesús cura al muchacho epiléptico y mudo, al  que todos consideran poseído por el demonio y al que los discípulos no han sido capaces  de liberar. 

Con sus palabras, Jesús subraya sobre todo la necesidad de la fe para poder vencer el  mal. Ante los discípulos se queja, con unas palabras que parecen un desahogo: «Gente sin  fe, ¿hasta cuándo estaré con vosotros?». Al padre, que tenía algo de fe («si algo puedes,  ayúdanos») le asegura que «todo es posible al que tiene fe». A los discípulos que aparte le  preguntan por qué ellos no han podido curar al poseso. les dice que «esta especie sólo  puede salir con oración y ayuno». 

Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que  en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás  presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus  males, incluso de los demoníacos, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea  el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo  levantó y el niño se puso en pie» (en griego: «égueiren» y «anéste»). 

b) Nuestra lucha contra el mal, el mal que hay dentro de nosotros y el de los demás, sólo  puede ser eficaz si se basa en la fuerza de Dios. Sólo puede suceder desde la fe y la  oración, en unión con Cristo, el que libera al mundo de todo mal. No se trata de hacer  gestos mágicos o de pronunciar palabras que tienen eficacia por sí solas. El que salva y el  que libera es Dios. Y nosotros, sólo si nos mantenemos unidos a él por la oración. Esta es  la lección que nos da hoy Jesús. 

Lo que pasa es que muchas veces nuestra fe es débil, como la del padre del muchacho  y la de los discípulos. Por eso, puestos a hacer de «exorcistas» para Iiberar a otros de sus  males, fracasamos estrepitosamente, como aquel día los apóstoles. Seguramente porque  hemos confiado en nuestras propias fuerzas y nos hemos olvidado de apoyarnos en Dios.  Cuando nos sentimos débiles en la fe y sumidos en dudas, porque no conseguimos lo  que queremos en nuestra familia o en nuestras actividades de la comunidad, por ejemplo  las relacionadas con los niños y los jóvenes, será la hora de gritar, como el padre del  muchacho enfermo: «Tengo fe, pero dudo, ayúdame». 

En el sacramento del Bautismo hay una «oración de exorcismo» en que suplicamos a  Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar: «tú que has enviado tu Hijo al mundo  para librarnos del dominio de Satanás. espíritu del mal»; «tú sabes que estos niños van a  sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del  demonio... Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo,  guárdalos a lo largo del camino de la vida». 

En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos  invita a que, apoyados en él -con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas-  colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo. 

«Toda sabiduría viene de Dios» (1ª lectura)

«Tus mandatos son fieles y seguros,  la santidad es el adorno de tu casa» (salmo, I) 

«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón» (salmo, II) 

«Tengo fe, pero dudo, ayúdame» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 184-188


3-3.

Primera lectura: Santiago 3, 13-18:  Si tienen el corazón amargado por la envidia y el egoísmo, no anden gloriándose.

Salmo: 18, 8.9.10.15:  Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.

Evangelio: San Marcos 9, 14-29:  Tengo fe, pero dudo: ¡ayúdame!

Luego de bajar del monte con sus dos acompañantes, Jesús es saludado por la gente.  Quiere saber sobre la discusión entre un grupo de sus discípulos y la gente. Un hombre  que le ha traído a su hijo poseído por un espíritu le pide que se lo cure, porque ninguno de  los presentes ha sido capaz. Jesús les enrostra su falta de fe. Aquel hombre, al sentirse  interpelado, toma conciencia, en el acto de su poca fe y le pide ayuda para que le realice el  milagro. Y, luego de curar al joven, dentro ya de la casa, dice a sus discípulos con cuáles  elementos se puede sacar la clase de espíritus que obnubilan al ser humano. 

El texto nos pone de manifiesto las limitaciones que tienen las personas del tiempo de  Jesús para entender el camino él que les ha dicho que deben seguir para llegar a Dios. El  primer inconveniente, como se ve, es la falta de fe; el segundo es la impotencia que sienten  sus discípulos para afrontar los problemas que se les presentan. De otro lado, cuando  Jesús aparece, el padre del joven quiere que sea él, el único que deba curarlo y Jesús le  responde que si él no tiene fe, no será posible. El padre del joven con su proceder nos  hace pensar que ahí quien está realmente es él; él es quien sufre la de falta de fe, sólo  cuando acepta su error y testimonia su fe, el milagro se realiza. 

Es importante para nuestra vida comunitaria tener en cuenta que la fe en Dios nos abre  muchas posibilidades y cualidades que tenemos escondidas y dormidas. Al asumir  personalmente la fe, empezamos a ser conscientes de nuestras grandes reservas humanas,  las cuales en seguida deben ponerse al servicio de los demás. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Algo que me llama la atención de este pasaje evangélico es la respuesta que da Cristo a sus discípulos a la última pregunta: "porque este tipo de demonios sólo se pueden echar con oraciones y ayuno".

¿Realmente tiene tanta importancia la oración? Parece que en los evangelios se nos muestra que sí, porque Cristo, cada vez que obraba el bien, elevaba su plegaria a Dios Padre para que le concediera la gracia que le pedía: "...gracias, Padre, porque me escuchaste, Yo sé que siempre me escuchas..." Además antes de tomar grandes decisiones o llevar a cabo acciones que le implicarían un gran sacrificio, Jesucristo ora: ora antes de escoger a los discípulos, ora antes de resucitar a Lázaro, hace una oración que es agonía en el huerto de Getsemaní antes de morir. La oración es el alimento del espíritu de Cristo, es su rato de descanso, en el que penetra en el santuario del amor divino para quedarse allí, solo con su Padre.

Ante el terrorismo, el aborto, la eutanasia... lo que podemos hacer es rezar. Aprendamos a orar, no sólo a rezar, para que nuestro rezo sea una ocasión de orar. Porque rezar es simplemente un repetir fórmulas hechas y se puede repetir sin meter el corazón. Orar significa platicar con Dios, decirle lo que sentimos, nuestros problemas, y encontrar en Él la paz y tranquilidad en los momentos duros. Orar no es> difícil, es como platicar con una persona real que te ve y te escucha. Haz la prueba y verás que Él está allí para escucharte.

P. José Rodrigo Escorza


3-5. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Es la hora de volver. De volver a la vida cotidiana. Lo necesitamos. Lo agradecemos. Hoy comenzamos eso que en la liturgia se llama "tiempo ordinario". En la vida cristiana, como en la vida de todos los días, no todo son fiestas. No podemos pasarnos la vida celebrando y festejando. En la vida hay que trabajar y luchar, viajar y estar en familia, realizar, en suman, las mil y una tareas de la vida cotidiana.

A pesar de todo, en estos días sí que podemos recordar algún destello de los grandes días e iluminar en lo posible las jornadas diarias. Hoy en el evangelio recogemos una luz. No es una luz cualquiera. Es sencillamente una luz que adelanta pálidamente lo que un día será la victoria definitiva sobre la muerte y el pecado. En la curación de este enfermo esa luz no hace más que asomar. Definitivamente un día clareará esplendorosamente venciendo a la muerte y viviendo por los siglos de los siglos. Todas las luces de Jesús, todas sus acciones, todas sus curaciones son, sin embargo, una revelación de lo más hondo de su ser. Diríamos que son revelaciones de Dios y a Él conducen. Estar con Él es lo que cura aquí inicialmente y curará un día definitivamente.

No sé si esto acabamos de comprenderlo. No sé. Con el evangelio en la mano y en el corazón sabemos que estar con Él comienza a sanar a los humanos en esta vida y los sanará consumadamente en el reino de los cielos.

Vuestro amigo.

Patricio García, cmf (patgaba@hotline.com)


3-6. CLARETIANOS 2003

¿Qué tal habéis comenzado esta nueva semana? ¿Cómo afrontáis el lunes? Para empezar entonados, la Palabra de Dios nos ofrece un chorro de luz. No olvidemos que es lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero. ¿Qué sería de nosotros sin este faro? Estaríamos permanentemente expuestos a la provisionalidad de nuestras palabras, a nuestros infinitos y minúsculos combates verbales, al riesgo de no saber en qué dirección caminamos.

El libro del Eclesiástico, cuya lectura comenzamos hoy, arranca con un poema que sirve como pórtico a todo el libro. En él se subraya el origen divino de la sabiduría: Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente.
Para comprender mejor la enseñanza del viejo escriba Jesús Ben Sira, traducida al griego por su nieto, es conveniente ponerla en relación con alguna experiencia nuestra. Leemos en el texto: La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de los siglos, ¿quién los contará? ¿No has tenido nunca una experiencia semejante? Yo recuerdo muy bien lo que experimentaba algunas noches de verano cuando tenía unos ocho o nueve años. Miraba el cielo negro tachonado de puntitos brillantes y me preguntaba cuántos millones de estrellas había en el firmamento, cuánto tiempo llevaban colgadas, qué existía antes de que ellas existiesen, quién las había puesto ahí. Los niños tienen una enorme capacidad para la admiración y la sorpresa. Preguntas de este tipo nos colocan ante el umbral del misterio. No nos separan de la vida cotidiana sino que nos ayudan a taladrar la capa superficial que la cubre. Nos hacen más sabios, no por acumulación de conocimientos, sino por sensibilidad ante el misterio.

El evangelio de Marcos nos presenta el relato de la curación de un epiléptico por parte de Jesús. La descripción del enfermo parece extraída de un manual de patología. Los verbos concatenados transmiten fuerza y dinamismo: Tiene un espíritu que no le deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. ¿Qué os parece esta descripción tan precisa y somera de los síntomas? ¡Ojalá pudiéramos expresarnos nosotros de un modo parecido! En torno a este muchacho epiléptico descubrimos varios personajes. Cada uno de ellos representa una actitud: la gente (curiosidad), el padre del muchacho (fe y duda), los discípulos (impotencia). Y, por supuesto, Jesús. En este relato ofrece reacciones diversas, que van desde la curiosidad y el interés (¿De qué discutís? ¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?) hasta la energía y la autoridad (Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él) pasando por el enfado (¿Hasta cuándo os tendré que soportar?). Aunque sólo fuera por esto, nos ayudaría a no tener una imagen de Jesús demasiado hecha. Pero, además, el relato sirve como marco para hablar del poder de la fe (Todo es posible al que tiene fe) y de la oración (Esta especie sólo puede salir con oración).

¿Qué es un creyente? ¡Alguien que posee el poder de la fe! En tiempos de fe devaluada, como a medias, ¡qué difícil es aceptar que se nos ha concedido una energía capaz de derrotar cualquier mal! Es verdad que la fe se vive en continua tensión (Tengo fe, pero dudo, ayúdame). Es verdad que no poseemos la fe como si fuera una herramienta a nuestro servicio. Es verdad que la fe nos desborda siempre. Pero, ¿no os parece que deberíamos profundizar más en la energía que posee para hacernos vivir? Creo que hoy merecería la pena repetir muchas veces las palabras de Jesús: Todo es posible al que tiene fe.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7. COMENTARIO 1

v. 14 Al llegar él adonde estaban los discípulos vio en torno a ellos una gran multitud y a unos letrados que discutían con ellos.

La discusión que ve Jesús al bajar del monte enfrenta con los letrados al grupo de sus discípulos, al que se asocia una multitud; ésta es grande, indicio de la vastedad del problema y de la gran expectación existente. La presencia de los letrados señala la temática común a esta escena y a la anterior (9,11): según ellos, la llegada del Mesías ha de ser preparada por Elías, «que lo pondrá todo en orden» (9,12); esto significa que hay que esperar de Dios la solución a la situación del pueblo, sin esforzarse por encontrar una solución humana. Los discípulos, por su parte, con la mul­titud, sostienen que hay que pasar a la acción sin esperar más (cf. 9,11). Jesús, en el reparto de los panes, ha mostrado a los discípulos el camino para solucionar la situación del pueblo desesperado, pero como ellos no han entendido esa alternativa y siguen en las antiguas categorías, no salen de su idea reformista, que, en el fondo, es la misma de la multitud y no resuelve su problema.



v. 15 Al ver a Jesús, toda la multitud quedó desconcertada; pero, en seguida, echando a correr, se pusieron a saludarlo.

Al notar la presencia de Jesús, la multitud tiene una doble reacción: primero desconcierto, al darse cuenta de que cuando los discípulos han fracasado, Jesús no estaba con ellos; luego alegría, porque la presencia de Jesús abre una puerta a la esperanza. Jesús se convierte en el polo de atracción (echando a correr).



vv. 16-18 El les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de la multitud le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que lo deja mudo. Cada vez que lo agarra, lo tira por tierra, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen, pero no han tenido fuerza».

Jesús pregunta a los discípulos de qué discutían con los letrados, y le responde uno de la multitud. En la escena que sigue Mc representa la situación de la multitud por medio de dos figuras: el hijo epiléptico representa su desesperación, causada por la doctrina de los letrados que promete una salvación milagrosa en un futuro incierto, omitiendo todo esfuerzo para remediar la injusticia; el padre, por su parte, representa la esperanza de la multitud en Jesús. El estado del hijo/ pueblo es grave; el espíritu que lo posee lo deja mudo, es decir, su postura fanática es tan extrema que no admite diálogo; además le produce paroxismos que lo dejan extenuado.

Han recurrido a los discípulos, pensando que Jesús y ellos eran una sola cosa, pero éstos, que siguen en las categorías judías y no aceptan el mesianismo que Jesús les propone (8,30.32s; 9,l0s), han sido incapaces de ofrecer una alternativa al pueblo.



v. 19 Reaccionó Jesús diciéndoles: «¡Generación infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?, ¿hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo».

Ante la postura de los letrados y la obcecación de los discípulos y, en parte, de la multitud, Jesús se exaspera viendo la inutilidad de sus esfuerzos. La generación infiel es la del Mesías, incluidos los discípulos, que no acepta el programa mesiánico (8,12.38). Jesús va a actuar por su cuenta.



vv. 20-22 Se lo llevaron y, en cuanto lo vio el espíritu, empezó a retorcer al chiquillo; cayó por tierra y rodaba echando espumarajos. Jesús le preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?» Respondió: «Desde pequeño; y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, conmuévete por nosotros y ayúdanos».

El pueblo oprimido y desesperado, poseído por un fanatismo violen­to (espíritu inmundo), se resiste con todas sus fuerzas a que lo acerquen a Jesús; no quiere renunciar a la violencia, en la que ve el único medio para su liberación. La situación desesperada del pueblo es mal antiguo en Israel (desde pequeño). La doctrina de los letrados, que no hacen nada por aliviar su situación, lo lleva a buscar solución en conatos de violen­cia que amenazan con destruirlo: el fuego está en relación con Elías, el reformista violento (1,30s; 9,4); el agua, con Moisés (9,4), el liberador mediante un éxodo violento. El padre, que representa la esperanza de la multitud, pide una solución a Jesús, pero la situación es tan grave que no confía del todo en que pueda ponerle remedio (si algo puedes).



vv. 23-24 Jesús le replicó: «¡Ese "si puedes"! Todo es posible para el que tiene fe». Inmediatamente el padre del chiquillo gritó: «¡Fe tengo, ayúdame en lo que me falta!»

Jesús le reprocha su falta de fe en él; la fe del hombre abre la puerta a la fuerza de Dios: si hay fe, todo es posible. Nueva petición del padre: confía en Jesús, pero reconoce su propia ambigüedad.



vv. 25-27 Al ver Jesús que una multitud acudía corriendo, conminó al espíri­tu inmundo: «¡Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno: sal de él y no vuelvas a entrar en él!» Entre gritos y violentas convulsiones salió. El chiquillo se quedó como un cadáver, de modo que la multitud decía que había muerto. Pero Jesús, cogiéndolo de la mano, lo levantó y se puso en pie.

Es la tercera vez en el evangelio que, después de una multitud judía, aparece una segunda multitud, que representa a los seguidores de Jesús que no proceden del judaísmo (3,20.32; 5,21.24b; 9,14.25). Esta multitud está deseosa de estar con Jesús (acudía corriendo). Como en otra ocasión (7,33), Jesús no quiere involucrar a estos seguidores en cuestiones que atañen al pueblo judío; por eso inmediatamente, y a pesar de su resisten­cia, libera al niño/pueblo de su fanatismo violento. El espíritu es calificado ahora de «mudo y sordo»: no deja que el poseído dialogue ni escuche (7,37). El fanatismo está tan arraigado, que, al renunciar a él, el niño! pueblo queda como muerto. Coger de la mano, levantar, se usan sola­mente cuando el afectado es judío (cf. 1,31; 5,41s). La acción de Jesús le restituye la vida: es como una resurrección.



v. 28 Cuando entró en casa sus discípulos le preguntaron aparte: «¿Por qué no hemos podido echarlo nosotros?»

La casa en que entra Jesús es la del nuevo Israel, constituido por los discípulos (3,20; 7,17). Estos le preguntan aparte, adverbio con el que Mc indica su incomprensión (cf. 4,34; 6,32; 7,33; 9,2). No se explican su fraca­so (cf. 6,7).



v. 29 El les replicó: «Esta ralea no puede salir con nada mas que pidién­dolo».

La respuesta de Jesús implica que también ellos están poseídos por un espíritu del mismo género (esta raleo, reformismo violento). Aludien­do a la petición del padre (24), que obtuvo la liberación del hijo, les insi­núa que ellos no quedarán liberados de su espíritu mudo y sordo hasta que reconozcan que lo tienen y le pidan a Jesús que los libere de su infi­delidad (19; cf. 10,47.48).

COMENTARIO 2

El Reino de Dios exige seguidores dominados por la fe que sean capaces de abandonarse en el poder de Dios. Este abandonarse en el poder de Dios no es igual a caer en pasivismo, sino, por el contrario, junto a Dios ser capaces de vivir una nueva humanidad liberada de toda atadura que esclaviza y deshumaniza.

El niño que recibe el milagro de Jesús es liberado primeramente de un espíritu inmundo que le causa la epilepsia. Esto ocurre bajo la orden de Jesús: "Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él"... El espíritu inmundo sale, pero deja al niño medio muerto.

Se hace necesaria una segunda acción de Jesús sobre el muchacho: Jesús lo toma de la mano, lo levanta y él se pone en píe. Para el seguimiento de Jesús no basta con dejar de ser malo. Es necesario, por la misericordia de Dios, llenarse de la fuerza del amor y ponerse de pie, en capacidad de seguir a Jesús. Pero, sobre todo, es necesario tener fe. Por eso el relato presenta una acción transformadora que realiza Jesús en el padre del niño: lo cura de su incredulidad.

La falta de la verdadera fe es la que impide conocer, aceptar, y seguir a Jesús. Por eso Jesús polemiza en diversos niveles: primero con todos, y los llama "generación incrédula"; después con el padre del muchacho, al cual le dice "que todo es posible para el que cree". Y finalmente con sus discípulos, a quien les explica su impotencia para curar: por falta de oración.

Asumamos la fe como una realidad necesaria para todo aquel que quiere vivir fielmente el compromiso del Reino de Dios como Jesús lo vivió.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

En pocos relatos del evangelio aparece tanta gente. Están, por un lado, los discípulos que discuten con unos letrados y mucha gente alrededor, cuando llega Jesús y es saludado por la gente; de entre la gente destaca uno que resulta ser el padre de un muchacho que sufre ataques de epilepsia, dolencia interpretada entonces como posesión demoníaca. Los discípulos, sin embargo, no han podido echar el demonio que hace sufrir tanto al muchacho.

Jesús achaca esta impotencia a la falta de fe de los discípulos. Éstos, aunque seguidores materiales de su maestro, no han asimilado todavía su estilo de vida ni le han dado su adhesión; por eso no pueden realizar obras liberadoras como Jesús.

Solo la presencia del niño ante Jesús hace que uno de aquellos ataques se reproduzca, como si el demonio -que otras veces había intentado la destrucción del niño arrojándolo al fuego y al agua- pusiese resistencia a la liberación de aquél.

Ante esa situación, el padre del muchacho le ruega a Jesús que se compadezca de él y de su hijo. Y es la fe de aquél hombre la que anima a Jesús a liberar a su hijo para siempre del poder de Satanás.

Los discípulos preguntan entonces a Jesús por qué no pudieron liberar del demonio al muchacho y Jesús les responde que esto sólo es posible con oración.

Por el evangelio sabemos que Jesús se retira para orar en tres ocasiones para pedirle a Dios no caer en la tentación del éxito y del triunfo fácil: al terminar la jornada de Cafarnaún, después del reparto de panes y en el Huerto de Getsemaní. Sin embargo, nunca se dice de los discípulos que oren en este evangelio: tal vez no estaban dispuestos a seguir el camino del maestro y preferían el del poder, el triunfo y los honores. Y por este camino no se puede liberar a los hombres del demonio que los esclaviza. Hace falta que oren para pedirle a Dios comprender que sólo cuando se renuncia a al modo de vida mundano puede comenzar la liberación de los oprimidos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. DOMINICOS 2003

Prólogo al libro del Sirácida
Este libro fue escrito por Ben Sirá al inicio del siglo II antes de Cristo. Lo compuso en hebreo, y, por el 132 a.C., lo tradujo al griego un nieto del autor, en Egipto. Históricamente, corresponde al tiempo en que sobre Palestina comenzaban a reinar los Seléucidas, la helenización y secularización se cernía sobre el pueblo de Israel, y Antíoco Epífanes (175-163) hacía acto de presencia en la historia.
Religiosamente, este libro reaccionaba frente a la secularización inminente y alababa los valores de la tradición, el templo, el culto, la piedad.
 Literariamente, este libro forma parte de los llamados “libros sapienciales” por su estilo literario y de sentencias aplicables a la vida.
En cuanto a doctrina, mantiene la tradicional en la historia de Israel:

que la sabiduría viene de Dios,

que el temor de Dios es el principio de la sabiduría humana,

que Dios es remunerador de los hombres nobles, aunque nosotros no seamos capaces de entender cómo lo realiza.
Al final, una sentencia muy valiosa: Si la Ley y la sabiduría se dan la mano, Israel será feliz, y nosotros también.
ORACIÓN:
Dios y Padre nuestro, fuente de la sabiduría, de la ley y de la gracia, infúndenos tu Espíritu, para que sepamos discernir la luz de tu verdad y guiarnos por ella en el camino de la vida. Amén

Palabra de sabiduría y de fe
Libro del Eclesiástico 1, 1-10
“Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente.
La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de lo siglos, ¿quién los contará?... Antes que todo, antes de los siglos, fue creada la sabiduría, la inteligencia, la prudencia. La raíz de la sabiduría ¿a quién se reveló? La destreza de sus obras, ¿quién la conoció?
Uno solo es sabio, temible en extremo: El que está sentado en su trono. El Señor en persona creó la sabiduría, la conoció, la midió, y la derramó sobre todas sus obras; la repartió entre los vivientes; y, según su generosidad, se la regaló a los que le temen”.
Este elogio de la sabiduría, similar a otros que se repiten en los libros sapienciales, encarece varios aspectos: la Sabiduría como valor eterno, su reflejo en las obras creadas o realizadas por su ingenio, el abismo en que la sabiduría se nos oculta, la participación que de ella tiene el hombre en pequeñas dosis .
Evangelio según san Marcos 9, 13-28:
“En aquel tiempo uno dijo a Jesús:
 Maestro, te he traído a mi hijo porque tiene un espíritu que no le deja hablar; y cuando lo agarra, le tira al suelo... He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han podido hacerlo.
Jesús dijo: ¡Gente de poca fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros?... Traédmelo...
Entonces, el padre del enfermo insistió: Jesús, si puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Y Jesús replicó: ¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe.
Entonces el padre, aturdido, le confesó: Yo, Señor, tengo fe, pero dudo, ayúdame.
Jesús increpó al espíritu... y el enfermo sanó”

Tiempo de reflexión
Sabiduría divina. 
Hacer el elogio de la “sabiduría” es hacer el elogio de Dios, Señor de la sabiduría.
Dios-Sabiduría es quien ha hecho todas las cosas con número, peso y medida, repartiendo la luz, la conciencia, el discernimiento, el sentido del deber, la belleza...
Según el relato del Génesis, todo el cosmos es obra de la sabiduría de Dios, artífice que dotó a cada elemento con aquella participación del saber que convenía a su naturaleza.
Por eso, contemplando el orden, la belleza, la riqueza, la armonía de las cosas (aunque sean imperfectas y estén sometidas a la limitación de toda obra creada), se puede emprender, a partir de ellas, el camino por el que la sabiduría lleva u orienta hacia Dios.
No se trata de un camino estrictamente “científico”, “demostrativo”, calculable matemática o físicamente sino “sapiencial”, pues se dirige hacia Alguien que es Amor, Mente, Fuerza creadora, y asciende por entre nubes de misterio con buena carga de fe y de confianza.
Señor, soy criatura, tengo fe, pero dudo, ayúdame.  
En estas palabras se hace referencia a una actitud mental y contemplativa distinta de la anterior, menos racional y más confiada, más íntima y profunda.
En efecto, un hombre sabio, estudioso de la naturaleza, puede elevarse “con la luz de la razón” y llegar al Creador, y puede también no hacerlo, porque “la razón no es matemática, demostrativa”. En cambio, un discípulo de Jesús no es un ser que puede optar por el Sí o el No sino un ser comprometido con la Verdad, con el Amor, con la Persona de Jesús.
Nadie es discípulo auténtico si no se ha elevado sobre la “razón demostrativa”, si no se ha abrazado y comprometido con Cristo, el Salvador, y si no está sinceramente adherido a Él por fe. 
Pero ¿cuál ha de ser la intensidad, la firmeza, la seguridad de esa fe?
Jesús habla de varios grados de adhesión y fe. Y ello se debe a que un creyente podría contentarse con vivir en una cierta infancia espiritual, sin madurez, poniendo muy poco de su parte en la entrega. A esa actitud se refiere Jesús cuando amonesta a sus seguidores: ¡Hombres de poca fe!
Poca fe  se da cuando bullen los titubeos, cuando afloran excesivos miedos, cuando uno dice que se adhiere al Maestro, pero se reserva una parte de cautela ante la audacia de confiar totalmente en Él.
En el texto bíblico, si lo meditamos bien, encontraremos mencionados tres aspectos del acto y actitud de fe:

-La confianza y seguridad que se da en un creer sin condiciones, de entrega total. A él se nos invita y a él debemos aspirar día a día, con la gracia de Dios.

-La debilidad de un creer con condiciones, con cierta desconfianza y duda, porque nos asaltan múltiples dificultades y no sabemos defendernos de ellas. Esta actitud imperfecta nunca es satisfactoria y clama por algo mejor.

-El alimento y fortaleza necesarios que se dan en la vida de oración humilde y de caridad sincera, con súplica creciente del divino auxilio. Esto es lo que nos mantiene en el creer sincero y lo que hace madurar nuestra conciencia en una entrega sin límites ni reservas. Con esta palanca y el calor del amor, siempre salimos victoriosos.


3-10.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«¡Creo, ayuda a mi poca fe!»

Hoy contemplamos —¡una vez más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez, Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.

Interviene uno de los protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).

¡Es terrible el mal que puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar con fuego!

«He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).

La oración es el diálogo “intimista” con Dios. Juan Pablo II ha afirmado que «la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante “escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.

Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es, sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!


3-11. DOMINICOS 2004

La luz de la Palabra de Dios
Carta del apóstol Santiago 3, 13‑18.
“Queridos hermanos: ¿hay alguno entre vosotros sabio y entendido? Que lo demuestre con una buena con­ducta y con la amabilidad propia de la sabiduría.

Si tenéis el co­razón amargado por la envidia, no andéis gloriándoos, porque esto sería pura falsedad, sirviéndose de una sabiduría que no viene del cielo, sino que es terrena, animal, diabólica... La sabiduría que viene de arriba es pura, amante de la paz, dócil, misericordiosa....”

Evangelio según san Marcos 9, 13‑28.
“Cuando bajaba Jesús del mon­te, al llegar donde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente al­rededor, y a unos letrados discutiendo con ellos.

El les preguntó: ¿de qué discutís? Y uno le contestó: Maestro he traído a mi hijo poseído del demonio y tus discípulos no han podido echarlo del cuerpo. Y Jesús dijo: traédmelo. El mal espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño. Y el padre del niño dijo a Jesús: si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos.

Jesús replicó: ¿Si puedo? Todo es posible para el que tie­ne fe. Y el padre del muchacho gritó: Tengo fe, pero dudo, ayúdame. Jesús increpó al espíritu inmundo: Yo te lo mando, vete y no vuelvas a entrar en él. Y Jesús lo levantó del suelo, donde había caído, y lo cogió de la mano; y el niño se puso en pie”.


Reflexión para este día.
Grandes son la sabiduría y la fe
Valiosa es la sentencia de Santiago: quien se considere sabio, muéstrelo en la cordura de su vida; y no se estime sabio sino por la sabiduría que viene de lo alto con entrañas de amor, paz, tolerancia, misericordia... Y más valiosa aún es la lección de Jesús, confortando nuestra fe y adoctrinándonos en la verdad: no seamos hijos de las dudas, de las incertidumbres, de los temores que surgen desde nuestra debilidad.

Los discípulos de Cristo hemos de hacer realidad su sentencia de Maestro: “para el que cree todo es posible”. Mas eso no significa que nosotros podamos demasiado por nosotros mismos sino que hemos de contar la oración del que implora: ¡Señor, ayúdame”. A Jesús le es suficiente, para venir en nuestra ayuda con que le confiemos humildemente nuestra torpeza y debilidad.

La humildad y la confianza son palancas que mueven el corazón de Dios.


3-12. CLARETIANOS 2004

La fe, don y tarea

¿Quién es el que dijo: “Creer es la capacidad de soportar dudas”? Algo de esto acontecía en el padre, tan angustiado, que suplica de Jesús la curación de su hijo epiléptico. Son tres verbos que retratan impecablemente a muchos de nuestros contemporáneos: tengo fe-dudo-ayúdame. Y Jesús, además de descender a la eficacia, sanándole, indica dos caminos, la oración y la confianza.

Sólo se cree lo que se espera, sólo se espera lo que se ama. Cuando el enamorado proclama convencido: “Creo en ti”, está derrochando amor, confianza, fidelidad, certeza, plenitud. Si digo “creo que lloverá”, navego en la duda; si digo que creo en mi madre, la seguridad es suprema.

Para muchos de nosotros la fe en Jesús arranca en la familia. Primero fueron los gestos: señalar un cuadro de la Virgen, el crucifijo, el Belén familiar; luego la palabra, empezando por el “Jesusito de mi vida”; siempre, la imitación de los padres, de los profesores, de los catequistas. Tristemente, no siempre madurará bien esta semilla. Con frecuencia se agosta al crecer. No se hace personal lo que comenzó social. Crecemos, y el traje se nos queda pequeño; por eso adquirimos una talla más grande. Sin embargo, acaso pretendemos seguir con las expresiones de fe que aprendimos en la infancia y, claro, no nos valen. Y entonces no hacemos el esfuerzo de lograr una vivencia y formulación de la fe de acuerdo con la edad, más crítica y más madura. Como no va a nuestra medida, la abandonamos.

Y, encima, estamos embarcados en una marea de incredulidad. La fe no está apoyada por la cultura dominante. En muchos países europeos, sobre todo en España, nos llamamos socialmente cristianos y –oh paradoja- se favorece la indiferencia religiosa. El ambiente cultural es personalista frente a la tradición y pragmático frente al misterio. Los filósofos de la sospecha pesan mucho todavía. Para Marx la religión es alienación porque proyecta en otro la liberación del hombre y es ideología que justifica un orden injusto. De igual manera, Freud pone el origen de la fe en las debilidades del hombre, que busca en la religión un consuelo a sus frustraciones.

A cada uno de los creyentes y a toda la Iglesia les queda una tarea difícil y apasionante: Purificar nuestra fe. Necesitamos una fe más ilustrada y, sobre todo, urgen unas comunidades cuyo testimonio favorezca una fe más creíble, más apetecible. Lo contrario ocurre cuando se abre el periódico y se ve a los fundamentalistas religiosos encendiendo la guerra, o al jefe del imperio atacante proclamando que Dios está con ellos. Moraleja: Sólo en Jesús podemos tocar a Dios. Y a él seguimos suplicando: Creo, pero aumenta mi fe.

Conrado Bueno Bueno
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-13. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Después de bajar del “monte alto”, Jesús regresa con sus tres compañeros donde el resto de discípulos, a quienes encuentra acompañados de un grupo de gente y en plena discusión con algunos escribas. La reacción de la gente al ver a Jesús es de sorpresa, que es común en Marcos como reacción frente a los milagros y enseñanzas de Jesús, pero al mismo tiempo de acogida. No se precisa el tema de la discusión, sin embargo, el hecho que la pregunta de Jesús a sus discípulos, tenga como respuesta la petición de alguien de la gente por la salud de un muchacho poseído por un espíritu mudo, sugiere que la razón de la disputa era la duda de los escribas del poder curador de Jesús. A continuación se hace una descripción detallada de los síntomas de la enfermedad. Finalmente, el padre del joven informa a Jesús que le pidió a sus discípulos que expulsaran dicho espíritu, pero no fueron capaces.

La dura respuesta de Jesús al padre del joven va dirigida a los presentes: discípulos, escribas, enfermos, padre del enfermo, gente. A toda esta generación les falta fe para aceptar el Reino de Dios, revelado por Jesús, a favor de los enfermos, los pobres y los más necesitados. Las expresiones “¿hasta cuándo tendré que estar con ustedes?” y “¿hasta cuándo tendré que soportarlos?” reflejan no tanto la decepción de Jesús frente a sus seguidores y oyentes, sino sobre todo, una amenaza latente de juicio. Jesús, de manera imperativa, pide que le traigan el muchacho. Una vez en presencia de Jesús, el espíritu se hace sentir, en demostración de poder defensivo, tal como había sucedido en la curación del endemoniado en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-28) y en la del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20). En nuestro relato el espíritu no puede hablar por que es mudo, por esto, provoca en el muchacho las reacciones que ya había descrito su padre a Jesús, hasta el punto de tirarlo al suelo. Todos estos síntomas suponen que estamos ante un caso de epilepsia.

Antes de proceder a la curación, Jesús establece un diálogo con el padre a manera de interrogatorio sobre el tiempo de la enfermedad. El padre contesta que desde la infancia, reafirmando así su gravedad. Complementa su respuesta con nuevas situaciones que ponen en peligro la vida del muchacho. El padre deja por fin de contar las dolencias de si hijo y pasa con angustia a suplicarle a Jesús que “si puede” tenga compasión de ellos. La duda del padre parte probablemente del fallido intento curativo de los discípulos. Jesús, en acto ya compasivo, le devuelve la pregunta al padre del muchacho “¿por qué dices, si puedes”?, para explicarle que siempre que haya fe todo se puede (“Todo es posible para el que cree”), porque ya no somos nosotros quienes vivimos sino que es la fuerza de Dios que vive en nosotros. Queda aquí la más importante exigencia de todo el que quiera seguir a Jesús: tener fe. El padre con un grito reconoce su fe, pero al mismo tiempo pide la ayuda de Jesús porque reconoce que su fe ha sido insuficiente. Ya no sólo el hijo sino también el padre suplican la compasión de Jesús.

La afluencia de público ambienta el desenlace de la curación. Jesús le da dos òrdenes al espíritu sordo y mudo; “sal del muchacho”, que es la expulsión propiamente dicha del espíritu; y “no vuelvas a entrar en él” que significa que la enfermedad era temporal, es decir, había momentos en que sufría las crisis y otras donde estaba sano. El muchacho, como es común en los ataques epilépticos, queda tendido en el suelo como muerto. Jesús al darle la mano y levantarlo aparece como el Dios que levanta de la muerte a la vida, el Dios de una fe que no se queda en palabras sino en acciones de solidaridad, el Dios que rescata a los excluidos, el Dios que valora la fe de los necesitados.

En este punto el relato cambia de escenario. La casa es ahora el lugar para la catequesis de los discípulos que preguntan las razones de su incapacidad para expulsar estos espíritus. La respuesta de Jesús es la oración. Así, la fe y la oración son el marco necesario para la acción misionera.


3-14.

Venerable Charles de Foucauld (l858-1916) ermitaño en el Sahara
Escritos espirituales; Meditaciones sobre el evangelio

“¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!”

La virtud que el Señor recompensa, la virtud que él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces, alaba el amor, como en el caso de Magdalena. Algunas veces la humildad, pero estos ejemplos son raros. Es casi siempre la fe que recibe su aprobación y su alabanza... ¿Por qué?... Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no la más alta (la caridad le pasa delante), por lo memos la más importante, porque es el fundamento de todas las otras, incluida la caridad, y también porque la fe es la más escasa...

Tener fe, verdadera fe que inspira toda acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido; la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría profunda, como un niño cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada y como un juego de niños; la fe que da una tal confianza en la oración, como la confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña que “todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira”, esta fe que hace ver todo bajo otra luz distinta ---a los hombres igual que a Dios---: ¡Dios mío, dámela! Dios mío, creo pero aumenta mi fe. Dios mío haz que ame y que cree, te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. Amén


3-15.

Reflexión

De nuevo, según el estilo de Marcos, nos presenta en un solo pasaje una gran cantidad de material para reflexión. Hoy destacaremos únicamente el hecho de la fe que está a la base de todo el relato. Apenas hace unos días reflexionábamos sobre la identidad de Jesús: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, preguntaba Jesús a sus discípulos. De nuevo aparece, aunque de otra manera, esta pregunta para la multitud. El padre de familia dice: “Si puedes hacer algo por él…”. Este padre de familia, al igual que muchos de nuestra comunidad cristiana, aun no se han dado cuenta que Jesús es verdadero Dios y que por lo tanto puede hacer todo (no siempre querrá hacerlo, pero pude hacerlo). Una de las ideas que nos ha metido el mundo en la cabeza, es que nuestro Dios es una Dios pequeño, incapaz de resolver nuestros problemas. Esto ha hecho que muchos busquen otros “dioses” para resolverlos, siendo que al final se encontrarán en una situación peor. Jesús es verdadero Dios. Cierto, hay que creer, y creer como creyó la Sirofenicia, el ciego, etc.… Puede ser que nuestra fe sea aun pequeña, pidamos pues hoy con sinceridad a Jesús: ¡Aumenta mi fe!

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-16. Curación de un epiléptico

Fuente: Catholic.net
Autor: Luis Felipe Nájar

Reflexión

En estos tiempos donde la ciencia es la primera en levantar la voz altanera, donde la misma razón quiere solucionarlo todo, tratando de imponerse a Dios; se desata la tormenta que golpea contra nuestra barca. Se podría exclamar como el Evangelio: ¡oh generación sin fe!

Este pasaje del evangelio nos recuerda la siguiente historia. En alta mar se desató una tormenta, el vendaval golpeaba contra la pobre embarcación y las olas la movían con ferocidad. Pero un niño que se encontraba en la proa jugando no parecía enterarse del problema. Un marinero sorprendido por su actitud corre hacia él cuando la tormenta ha pasado y le pregunta: -¿no tenias miedo? “No”-, responde con voz aguda, “ porque mi papá era el timonel”

Es en los momentos difíciles de la vida, en la tormenta, en un dolor grande, como el del evangelio cuando desde la niñez ha sufrido. Cristo sólo pide un poco de fe, basta un poco de fe para obrar el milagro. “Todo es posible para el que tiene fe”. La fe es capaz de mover montañas, las montañas del dolor, es capaz de arrebatar el milagro a Cristo, como la hemorroisa, la fe es el faro que nos muestra el camino. Por eso debemos pedir siempre, “Señor, creo pero suple mi falta de fe”. ¿Cuando venga el hijo del hombre encontrará fe en el mundo?


3-17. Implorar más fe

I. La fe es un don divino; sólo Dios la puede infundir más y más en el alma. Es él quien abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural, y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura..., de amor que se abre paso cada vez con más seguridad. Nosotros acudimos a la compasión y misericordia divinas: ¡Señor, ayúdanos, ten compasión de nosotros!. Por nuestra parte, la humildad, la limpieza de alma y apertura de corazón hacia la verdad nos dan la capacidad de recibir esos dones que Jesús nunca niega. Si la semilla de la gracia no prosperó se debió exclusivamente a que no encontró la tierra preparada. Señor, ¡auméntame la fe!, le pedimos en la intimidad de nuestra oración. ¡No permitas que jamás vacile mi confianza en Ti!

II. Aquell os que se cruzaron con Jesús por caminos y aldeas, vieron los que sus disposiciones internas les permitían ver. ¡Si hubiéramos podido ver a Jesús a través de los ojos de su Madre! ¡Qué inmensidad tan grande! Muchos contemporáneos se negaron a creer en Jesús porque no eran de corazón bueno, porque sus obras eran torcidas, porque no amaban a Dios ni tenían una voluntad recta. La Confesión frecuente de nuestras faltas y pecados nos limpia y nos dispone para ver con claridad al Señor aquí en la tierra; es el gran medio para encontrar el camino de la fe, la claridad interior necesaria para ver lo que Dios pide. Hacemos un inmenso bien a las almas cuando les ayudamos para que se acerquen al sacramento del perdón, Es de experiencia común que muchos problemas y dudas se terminan con una buena Confesión, el alma ve con mayor claridad cuanto más limpia está y cuantos mejores son las disposiciones de su volunt ad.

III. Todo nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de frutos. Acompañemos la oración con buenas obras, con un trabajo bien realizado, con el empeño por hacer mejor aquello en que queremos la mejora del amigo que queremos acercar al Señor. Esta actitud ante Dios abre camino a un aumento de fe en el alma. Pidamos con frecuencia al Señor que nos aumente la fe: ante el apostolado cuando los frutos tardan en llegar, ante los defectos propios y ajenos, cuando nos vemos con escasas fuerzas para lo que Él quiere de nosotros. Y nos dirigimos a María, Maestra de fe: ¡Bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor (Lucas 1, 45)

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-18. ARCHIMADRID 2004

EL ARROZ

Hace ya un tiempo preparé una olla de arroz, no tenía demasiados ingredientes así que hice lo que pude pero con el colorante fui generoso, quería que tuviese un colorcillo más amarillo que los limones. Creo que el arroz no hubiera estado del todo mal si no fuese por dos pequeños detalles: se me olvidó echar sal, por lo que estaba más soso que Forrest Gump en una reunión de payasos, y en vez de colorante puse pimentón picante con lo que conseguí un color estupendo y un sabor repugnante que hacía acompañar cada bocado con tres vasos de agua. Son importantes los condimentos, pequeños pero importantes.

“Si tenéis el corazón amargado por la envidia y el egoísmo, no andéis gloriándoos, porque sería pura falsedad”. Cada día conozco a más personas amargadas, tienen buena pinta, parecen sabios, trabajadores, entregados pero cuando te acercas destilan amargura, son más picantes que mi arroz, dejan un regustillo áspero, no transmiten alegría sino discordia y envidias mal disimuladas, tienen una sabiduría “terrena, animal, diabólica” y aunque con el nombre de Dios en la boca todo el día, al final no construyen sino que destruyen.

Ese espíritu malo es difícil de expulsar, es la antonimia de la fe aunque se creen que tienen más fe que nadie y que luchan solos contra el mundo, siempre tienen razón y todos los demás se equivocan. “¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?”, si oyesen ese reproche del Señor le contestarían: “ ¡Yo! ¿sin fe? ¿Más que tú!” y se largarían indignados. En el fondo del corazón todos tenemos esa pequeña remesa de envidia y de egoísmo que nos hace revelarnos ante Dios en alguna ocasión. Aquellos que no subieron al monte no habían visto a Jesús transfigurado, algunos se creían con derecho a “hacer milagros” por ser discípulos de Jesús- aunque no hubieran recibido ese encargo- y otros aprovechan la ausencia del maestro para sembrar la crítica, la discusión y la discordia. Así somos nosotros en algunas ocasiones o intentamos asumir papeles que la Iglesia no nos ha confiado y somos mejores que cualquier sacerdote, obispo o Papa que nos pongan por delante, o aprovechamos la debilidad de otros para hundirlos.

Dentro de dos días comienza la cuaresma, mira si tienes adherido a tu corazón algo de envidia y de egoísmo y pídele al Señor que te aumente la fe, que Él puede arrancarlo de tu interior y aunque creas que si te falta ese fondo te morirás (a fin de cuentas llevas toda la vida conviviendo con ellos) piensa en el chico del evangelio y ten la certeza de que Jesús te hará lo mismo a ti: “lo levantó cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie”.

“Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno”, vete preparando para el ayuno de esta cuaresma (y no sólo espiritual, que dejar de comer de vez en cuando sienta estupendamente), y pídele a María que te acompañe en todos tus ratos de oración, de esta manera el Señor te concederá la sabiduría. “la sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y de buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia”. Merece la pena.


3-19.

LECTURAS: SANT 3, 13-18; SAL 18; MC 9, 14-29

Sant. 3, 13-18. El sabio demuestra que tiene la Sabiduría que viene de Dios con su buena conducta y con su amabilidad para con todos. Finalmente es una persona que ha llegado a la madurez, o por lo menos se encamina presurosa hacia ella. La Sabiduría de Dios nos hace trabajar por la paz y vivir amando, comprendiendo y preocupándonos del bien de los demás con la misma premura con que Dios lo ha hecho por nosotros. Quien se considera sabio conforme a los criterios de este mundo y se ha dejado envolver por ellos vivirá de un modo altivo, esperando que los demás se inclinen hacia él casi dándole culto como si fuera un dios. Esto, en lugar de dar paz al corazón lo llenará de amarguras, de envidias y rivalidades, y hará que la persona se convierta en presuntuosa y que trate de engañar a los demás a costa de la verdad. Si somos de Dios vivamos como hijos suyos amándonos los unos a los otros y buscando el bien de todos con sencillez de corazón.

Sal. 18. La Ley del Señor es perfecta, pues no ha sido elaborada y promulgada por personas humanas, falibles como nosotros. Dios sabe cuáles son los caminos que nos conducen a un encuentro personal con Él, para recibir su perdón, su amor y su salvación. Por eso en la Ley del Señor encontramos reflejada la Sabiduría de Dios y sus preceptos se convierten para nosotros en luz que ilumina nuestro camino. Cumplir confiada y amorosamente la Ley del Señor nos hace ser un signo de su Amor y de su Sabiduría para todos los pueblos. Sin embargo, llegada la plenitud de los tiempos, Aquel que es la Sabiduría eterna, engendrada por el Padre Dios antes de todos los tiempos, se hizo uno de nosotros y se convirtió en el único Camino, en el único Nombre bajo el cual podemos alcanzar la salvación, la unión plena con Dios, no como siervos sino como hijos suyos. Reavivemos nuestra fe en Cristo para que, a través del tiempo, nosotros seamos un signo de esa Sabiduría de Dios para cuantos nos traten.

Mc. 9, 14-29. Conforme al camino de fe que ha seguido el Apóstol Santiago nos invita diciéndonos: Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios ... pero que la pida con fe, sin dudar, pues el que duda se parece a una ola del mar agitada por el viento y zarandeada con fuerza. Un hombre así no recibirá nada del Señor. Hoy el Señor nos recuerda que todo es posible para el que tiene fe. Una afirmación demasiado importante, que jamás hemos de perder de vista. Cristo, bajando del monte en el que se transfiguró a algunos de sus discípulos, se encamina hacia su Gloria, pasando, porque así lo quiso, por la muerte en cruz, para manifestarnos el amor que nos tiene hasta el extremo. Él nos quiere libres de todo aquello que nos ata al autor del pecado y de la muerte. Junto con Cristo hemos de recorrer el camino que nos lleva a la Gloria que Él posee como Hijo unigénito del Padre, sin eludir el paso por la Cruz, no como un momento de dolor buscado de un modo enfermizo, sino como la consecuencia de nuestro amor hacia el Padre y hacia el prójimo. Que Dios nos conceda no ser motivo de dolor, de sufrimiento, de espanto para los demás, sino motivo de gozo, de paz y de amor por la presencia del Señor que nos ha de guiar por el camino del bien.

Nuestro camino de fe culminará en la unión plena con Dios, donde lo contemplaremos cara a cara y disfrutaremos de Él eternamente. Pero mientras llega ese momento, pregustamos los bienes eternos en la celebración del Memorial del Señor. Aquí culmina nuestra fe y de aquí manan, como de una fuente, las acciones con las que continuaremos trabajando a favor del Reino de Dios hasta que éste llegue a su Plenitud en el Reino eterno. Nuestra labor, en este aspecto, no puede realizarse sólo con nuestros medios, por muy importantes que estos parecieran conforme a los criterios de los hombres. Por eso es necesario encontrarnos personalmente con el Señor, orar y no tener miedo incluso a ayunar, no como consecuencia de una actitud enfermiza, masoquista, sino como la mejor disposición que tenemos de encontrarnos amorosamente con el Señor, libres de todo aquello que nos impide tenerlo sólo a Él como centro de nuestra vida. Unidos al Señor, le hemos de pedir que nos conceda su Sabiduría y su fortaleza para poder, así, descubrir sus caminos y seguirlos con gran amor. Sólo a partir de entonces podremos proclamar el Nombre del Señor a los demás, pues nuestra fe será una fe firmemente afianzada en el Señor y no tanto una consecuencia de nuestros esfuerzos dedicados al estudio, pero no a la oración y al ayuno que son medios eficaces para unirnos al Señor y para convertirnos en testigos suyos.

Cuántas veces contemplamos nuestro mundo deteriorado por el pecado; casi al borde de su propia destrucción. No podemos dirigirnos a Dios para que Él vuelva a nosotros y con su poder disipe las tinieblas de nuestros males. Él ha querido permanecer entre nosotros por medio de su Iglesia. A nosotros corresponde continuar la obra del Señor en el mundo y su historia. ¿Somos hombres de fe y trabajamos movidos por el Espíritu de Dios, del que hemos sido hechos partícipes? ¿O, por el contrario, somos generación incrédula e infiel, inmaduros e incapaces de asumir el compromiso que tenemos y que dimana de la Misión que el Señor ha confiado a su Iglesia? No podemos vivir bajo el signo de la cobardía, no podemos quedarnos con las manos cruzadas esperando que el Señor venga a poner orden ahí donde a nosotros corresponde darle cuerpo y voz a Cristo a favor de los demás.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de dejarnos impulsar, guiar por el Espíritu Santo, de tal forma que con toda valentía, la que nos viene de Él, continuemos la obra del Señor, hasta que Él vuelva glorioso para encontrarse con su Iglesia, vigilante y resplandeciente, como digna esposa de Él para llevarla a vivir con Él eternamente. Amén.

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3-20. Fray Nelson Lunes 16 de Mayo de 2005
Temas de las lecturas: Antes que cualquier otra cosa fue creada la sabiduría * Creo, Señor, pero dame Tú la fe que me falta.

1. El elogio de la Sabiduría
1.1 En las pasadas semanas hemos hecho un recorrido por las páginas iniciales de la Biblia. Profundas reflexiones sobre la naturaleza humana, el poder del mal y la grandeza de la misericordia divina nos han acompañado en esta ruta. El panorama cambia discretamente ahora cuando nos acercamos a uno de los más extensos libros de la Sagrada Escritura, un verdadero compendio de sabiduría, el Eclesiástico, también conocido como "Sabiduría de Ben –Sirá".

1.2 Y lo primero que nos ofrece esta obra magna es un elogio amplio de la Sabiduría misma, entendida de un modo casi "hipostático", esto es, casi como si se tratara de una Persona. En realidad, quienes estudian el desarrollo de la relevación a lo largo de la Biblia ven claramente en esta doctrina cuasihipostática de la sabiduría como una anticipación de aquello que luego podremos entender de los versículos de san Juan: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1,1).

1.3 Lo que destaca con más fuerza en el preámbulo que nos ofrece el Sirácida, es decir, Ben Sirá, es la abundancia de la sabiduría, que habla bien de la grandeza del "único" Sabio, el Señor.

1.4 Y es de notar el modo poético y profundo en que este autor inspirado nos regala una perspectiva balanceada entre la trascendencia de la sabiduría misma, que está sólo en casa cuando está con el único Sabio, Dios, y la inmanencia de esa sabiduría que ha sido "derramada" en las obras del Creador. De este modo entendemos a la vez que Dios es inalcanzable y cercano, incomprensible y accesible, deslumbrante y esclarecedor.

2. Algo más que un enfermo
2.1 En el evangelio de hoy continuamos la lectura continua de Marcos, que nos ha ocupado desde el principio del tiempo ordinario. Esta vez la escena es patética: un caso de aparente epilepsia, que es atribuido por la mentalidad de aquella época a la acción del demonio.

2.2 Hay quienes piensan precisamente que el pasaje de hoy es una muestra meridiana de la confusión mítica en que vivía la gente de aquella época, y al parecer Jesús mismo. Según estos, deberíamos aprender del texto de hoy que el demonio es el nombre que aquellos hombres daban a las enfermedades de acusa desconocida.

2.3 Lo malo de este planteamiento es que presupone que el mal del muchacho tenía una sola causa. Nada impide que la acción del demonio concurra con otros malestares, sean ellos físicos, neurológicos o síquicos. Y ese parece ser el caso aquí. Curiosa esta "epilepsia" que "muchas veces" arroja al enfermo hacia el fuego o hacia el agua. ¿Ha oído usted de cosa semejante? Interesante esta "epilepsia" que se dispara en cuanto el muchacho "ve a Jesús".

2.4 No negamos, pues, que haya habido una condición cerebral anómala en este joven, pero sí afirmamos que los síntomas mismos que la tradición nos ha dado permiten hablar de un origen más hondo y oscuro. Y lo importante es saber que también en esa hondonada oscura en que gruñe el demonio sabe desenvolverse Cristo, y dar salud y vida y alegría a cuantos creen en él.