SÁBADO DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Segundo Libro de Samuel 12,1-7.10-17.

Entonces el Señor le envió al profeta Natán. El se presentó a David y le dijo: "Había dos hombres en una misma ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía una enorme cantidad de ovejas y de bueyes. El pobre no tenía nada, fuera de una sola oveja pequeña que había comprado. La iba criando, y ella crecía junto a él y a sus hijos: comía de su pan, bebía de su copa y dormía en su regazo. ¡Era para él como una hija! Pero llegó un viajero a la casa del hombre rico, y este no quiso sacrificar un animal de su propio ganado para agasajar al huésped que había recibido. Tomó en cambio la oveja del hombre pobre, y se la preparó al que le había llegado de visita". David se enfureció contra aquel hombre y dijo a Natán: "¡Por la vida del Señor, el hombre que ha hecho eso merece la muerte! Pagará cuatro veces el valor de la oveja, por haber obrado así y no haber tenido compasión". Entonces Natán dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita. Así habla el Señor: 'Yo haré surgir de tu misma casa la desgracia contra ti. Arrebataré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a otro, que se acostará con ellas en pleno día. Porque tú has obrado ocultamente, pero yo lo haré delante de todo Israel y a la luz del sol'". David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás. No obstante, porque con esto has ultrajado gravemente al Señor, el niño que te ha nacido morirá sin remedio". Y Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y él cayó gravemente enfermo. David recurrió a Dios en favor del niño: ayunó rigurosamente, y cuando se retiraba por la noche, se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa le insistieron para que se levantara del suelo, pero él se negó y no quiso comer nada con ellos.

Salmo 51,12-17.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, y mi lengua anunciará tu justicia!
Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza.


Evangelio según San Marcos 4,35-41.

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



 

1.- Hb 11, 1-2.8-19

1-1. FE/PARADOJA:

La página que leeremos hoy empieza un comentario bastante extenso sobre el tema de la Fe. El autor extraerá del Antiguo Testamento algunos ejemplos de «hombres de Fe» .

-La fe es anticipo de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.

Fórmula admirable que no hay que desflorar con ningún comentario de tipo demasiado racional... pero que hay que dejar resonar indefinidamente en uno mismo.

La fe es una paradoja: nos hace «poseer» ya lo que no tenemos y además nos hace «conocer» lo que cae fuera de la capacidad de nuestros sentidos.

La fe es Dios en el hombre, es un inicio del cielo, es la alegría eterna, presente ya en el seno de la monotonía cotidiana.

La fe es un dinamismo vital extraordinario, una aventura en compañía de lo invisible.

La fe es la familiaridad con un inmenso entorno de realidades invisibles a los demás.

La fe es un nuevo modo de conocimiento, unos «ojos nuevos» para verlo todo.

Miles de hombres y de mujeres antiguos y actuales, ni más ni menos inteligentes que los demás han dado «sentido» a su vida por la fe.

Miles de hombres y mujeres, sobre todo desde los últimos siglos, por lo contrario estiman que la vida no tiene ese sentido, o aún que no tiene ningún sentido, que la vida va... a la nada.

Ayúdanos, Señor, a ser hombres de fe, hombres que esperan o ¡poseen ya lo que esperan!

-Gracias a la fe, Abraham obedeció a la llamada de Dios...

Partió sin saber a donde iba... Esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

La fe es confiar en la palabra de alguien... es ponerse en camino... es avanzar en la noche hacia la luz... es esperar una ciudad perfecta donde ¡todo será «edificado» sobre el amor! La fe es también trabajar en ese «sentido» sin ver aún los resultados... pero con la seguridad que está el taller preparado y que ya se construye, porque Dios actúa: El es a la vez el arquitecto, que hace el plano, el constructor, el que realiza la obra día a día.

-Gracias a la fe, Sara también, aun fuera de la edad, recibió vigor para ser madre porque creyó que Dios sería fiel a su promesa.

Creer en la fecundidad de mi vida, a pesar de las apariencias contrarias. Trabajar según mis medios y confiar en las promesas de Dios: cuando se ha hecho todo como si no se esperase nada de Dios, aún es preciso esperarlo todo de El como si uno mismo no hubiera hecho nada...

-En la fe murieron todos ellos sin haber conseguido la realización de la promesas, pero la habían visto y saludado desde lejos. De hecho aspiraban a una patria mejor, la de los cielos.

El «hermoso riesgo de la fe» llega hasta aceptar morir pensando que la muerte no es caer en la nada, sino en las manos del Padre. Se deja una patria por otra mejor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 42 s.


2.- 2S 12, 1-7a.10-17

2-1.

-Envió el Señor a Natán donde David.

Se trata del mismo profeta que había anunciado a David las maravillosas promesas divinas. Se atreve ahora a ir donde el rey para un mandado muy diferente. Los profetas son la conciencia viviente del pueblo de Dios.

Pero su habilidad como educador y su delicadeza son notorias. Natán no condena desde el exterior. Cuenta una parábola y conduce al rey a que tome conciencia por sí mismo y a que sea él mismo quien aporte un juicio sobre su pecado.

Gracias, Señor. Ayúdanos a respetar siempre el lento caminar de las conciencias.

-"Tú eres ese hombre".

Cuando la conciencia de David se hubo despertado, el profeta sólo tuvo que constatar y autentificar. "Es verdad lo que dices: tú eres ese hombre.» Y esa bonita historia del "pobre y del rico" nos recuerda al mismo tiempo, y una vez más, que Dios, sistemáticamente toma la defensa de los pobres, de los oprimidos, de las víctimas... Si esto nos irrita, es porque nos colocamos a nosotros mismos entre los «ricos». Del mismo modo, si nos escandalizamos de la parábola de la centésima oveja que el pastor busca, abandonando las restantes noventa y nueve, es porque nos situamos entre esas «noventa y nueve».

Peor para nosotros.

¡Gracias, Señor. por tomar la defensa de los pobres! ¡Del fondo de mi corazón te digo: "Gracias"!

Ayúdame a tomar conciencia de mis pobrezas y Iimitaciones. Ayúdame a no caer jamás en esa terrible pendiente que es la nuestra, que era la de David, que es la de todo hombre, de "aplastar a su hermano". El hombre, víctima del hombre. El fuerte aplastando al débil. El rico aplastando al pobre. Perdónanos. Señor.

¡Tú eres ese hombre!

¿Soy yo? ¿Cuál es mi forma de opresión sobre los demás? ¿De utilización de los otros en provecho propio? Resulta muy fácil condenar a David.

-He pecado contra el Señor.

-El Señor perdona tu falta.

La verdadera santidad de David es ¡haber sabido reconocer su falta! "Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Devuélveme la alegría de tu salvación. Exímeme de la sangre".

Esto es ya como un avance del sacramento de la Penitencia, con el papel del penitente, y el del confesor que escucha la confesión y transmite el perdón divino.

Sólo Dios cambia el corazón del pecador: pero ha sido necesaria la mediación de un diálogo, de una conversación con Natán, para que David "se entienda" y haga un juicio más objetivo sobre sí mismo. «Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos.» Ese tema del perdón se encuentra a todo lo largo de la Biblia: ¡es una revelación tuya, Señor! «Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.»

El verdadero sentido del pecado en la Biblia no es solamente un sentimiento de «culpabilidad» moral, no es tan solo la «transgresión de una ley». El pecado no se entiende de veras en su profundidad más que en el marco de las relaciones personales entre el pecador y Dios. Hay que ser un santo, hay que ser muy sensible a Dios, para «pecar» de veras. Muchos hombres, faltos de amor a Dios se quedan al nivel de la transgresión moral.

Señor, haz que comprendamos tu amor. Danos el sentido del pecado.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 42 s.


3.- Mc 4, 35-40

3-1.

VER DOMINGO 12B


3-2.

Después de la serie de parábolas, Marcos aborda una serie de milagros. Los cuatro milagros citados aquí por san Marcos no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los discípulos... para ellos, para su educación. Es algo así como con las parábolas, de las que Marcos cuida varias veces de advertirnos de "que Jesús lo explicaba todo, en particular, a sus discípulos". (Mc 4, 10; 4, 34).

-Jesús había hablado a la muchedumbre. Llegada ya la tarde dijo a sus discípulos: "Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre, le llevaron según estaba en la barca...

Imagino esos instantes de intimidad más tranquilos, en los que Jesús está solo con su grupito.

El es quien ha previsto y preparado esos instantes: "pasemos al otro lado". Deja la Galilea, donde desde ahora las gentes están y le acosan. Va a la región pagana, de los Gerasenos, país nuevo donde la Palabra de Dios no ha sonado todavía, país de misión... donde viven nuevos creyentes en potencia y donde hay nuevas conversiones posibles.

Va allá "con sus discípulos". Tendrán algo más de tiempo para hablar, con la mente reposada, tranquilamente, lejos de la gente.

Señor, si lo quieres, sube a menudo a mi barca, salgamos juntos.

-Se levantó un fuerte vendaval. Las olas se echaban sobre la barca, de suerte que se llenaba de agua.

¡Sorpresa! ¡No, evidentemente, no habían dejado la Galilea para esto! Lo imprevisto de Dios. La ráfaga que empuja la vela y, de repente, sin esperarlo, tumba la barca. El lago Tiberíades parece estar habituado a estos bruscos asaltos inesperados. Dios que confunde. Dios desconcertante.

¿Acepto yo dejarme conducir por Dios, hasta no saber adónde me va a llevar?

-El estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal.

¡Es realmente desconcertante! Humanamente, para llegar a esto, para dormir tranquilamente en lo profundo de la tempestad, se necesita:

--Sea un equilibrio natural excepcional...

--Sea una fatiga inmensa...

Contemplo a Jesús durmiendo, su cabeza sobre el cabezal, en la popa del barco.

-Sus compañeros le despiertan y le gritan: "Maestro, ¿no te importa? Estamos perdidos.

Admirable escena.

Plegaria para ser repetida: un grito... una audaz familiaridad... una pregunta... ¡Cuántas veces tenemos también nosotros esta impresión! Señor, ¿Tú duermes? ¡Despiértate!

-Y despertando, mandó al viento y dijo al mar: "Calla, sosiégate". Y se aquietó el viento y se hizo completa calma.

Sueño, Señor, con esa completa calma que siguió...

Contigo, ¿cómo temeré?

-Jesús les dijo: "¿Por que teméis? ¿Aún no tenéis fe?" Y sobrecogidos de gran temor se decían unos a otros: "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

Es la primera vez que Marcos anota esta cuestión, en el grupo de los discípulos.

Cuestión esencial sobre la persona profunda de ese joven rabí con quien se han embarcado: ¿quién es? ¿Para qué clase de aventura? ¿Dónde nos conducirá? Por de pronto no hay respuesta... tienen miedo. Es natural.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 296 s.


3-3.

1. (año I) Hebreos 11,1-2.8-19

a) Para animar en la perseverancia a sus lectores, el autor de la carta les pone delante unos modelos del AT, personas que han tenido fe y han sido fieles a Dios en las circunstancias más difíciles.

Ante todo dice lo que podría ser la definición de fe: «Fe es seguridad de lo que se espera, prueba de lo que no se ve». Fe no es, por tanto, evidencia. El que tiene fe se fió de Dios, cree en él, le cree a él.

El ejemplo de Abrahán es impresionante: si salió de su patria «sin saber adónde iba», si vivió como extranjero, si creyó en las promesas de Dios, aunque parecían totalmente imposibles, si llegó a estar dispuesto a sacrificar a su único hijo, es porque tuvo fe en Dios, creyó en él, se fió totalmente de él.

En verdad tenían mérito los creyentes del AT, porque creyeron en Dios en tiempos de figuras y sombras, sin llegar a ver cumplidas las promesas.

b) La figura de Abrahán es también estimulante para nosotros.

Tendemos a pedir seguridades y demostraciones en nuestro seguimiento de Cristo Jesús. ¿Estaríamos dispuestos a abandonar nuestra patria y nuestra situación a los 75 años, sin saber a dónde nos lleva Dios? ¿seguiríamos creyendo en él si nos pidiera, como a Abrahán y a Sara, tener que vivir en tiendas, en tierra siempre extranjera, sin reposo, siempre esperando en las promesas, y hasta con la petición de que sacrifiquemos a nuestro Isaac preferido? Muchas veces nuestra fe es tan débil y hasta interesada, que si no vemos a corto plazo el premio que esperamos, se nos debilita y puede llegar a claudicar.

¿Creemos también en tiempos de crisis y de «noche oscura del alma»? ¿o sólo cuando Dios nos regala la sensación de su cercanía?

Con razón presenta la carta a Abrahán, el patriarca de los creyentes, como modelo de fe para animarnos en tiempos que a nosotros nos parecen difíciles. Su fe en la fidelidad de Dios la deberíamos tener también nosotros, los que en el Benedictus de Laudes (y hoy como salmo responsorial), decimos que nos alegramos de la fidelidad de Dios, porque actúa «recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán»; los que confiamos en que, como decimos en el Magníficat de Vísperas, Dios se acuerda «de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

1. (año II) 2 Samuel 12,1-7.10-17

a) Después del pecado, el arrepentimiento sincero de David.

El profeta Natán, que en otras ocasiones le transmite al rey palabras de bendición y promesas, ahora denuncia valientemente su pecado, con ese expresivo apólogo del rico que le roba al pobre su única oveja.

David reacciona bien y reconoce su culpa, pidiendo perdón a Dios. El autor del libro interpreta las desgracias que le llegarán a David, en forma de muertes e insurrecciones, como castigo de Dios por su pecado. Además de ese primer hijo con Betsabé, otros más le murieron prematuramente a David: Absalón, Adonías...

b) El Salmo 50, el «miserere», que hoy cantamos como salmo de meditación de la primera lectura, cuyo autor desconocemos, aunque se haya atribuido a David, es la oración modélica de un pecador que reconoce humildemente su culpa ante Dios y le pide un corazón nuevo. Es un salmo que resume los sentimientos de tantas personas que, en toda la historia de la humanidad, han experimentado la debilidad pero que se han vuelto confiadamente a la misericordia de Dios.

También nosotros somos débiles. No matamos ni cometemos adulterio. Pero si podemos, en niveles más domésticos, aplastar de algún modo los derechos de los demás y tener un corazón enrevesado. Pues bien, somos invitados a reaccionar como David.

Podríamos rezar despacio el Salmo 50, aplicándolo a nuestra vida.

Cada vez que celebramos la Eucaristía empezamos con un acto penitencial que quiere ser como un ejercicio sencillo de humildad ante la santidad infinita de Dios, mientras que nosotros somos tan imperfectos y débiles. En el Padrenuestro volvemos a pedir a Dios que perdone nuestras ofensas.

Y sobre todo en el sacramento de la Reconciliación expresamos nuestra conversión a Dios, le pedimos perdón y nos dejamos comunicar con confianza el triunfo de Cristo en la Cruz sobre el pecado.

2. Marcos 4,35-40

a) Después de las parábolas, empieza aquí una serie de cuatro milagros de Jesús, para demostrar que de veras el Reino de Dios ya ha llegado en medio de nosotros y está actuando.

El primero es el de la tempestad calmada, que pone de manifiesto el poder de Jesús incluso sobre la naturaleza cósmica, ante el asombro de todos. Es un relato muy vivo: las aguas encrespadas, el susto pintado en el rostro de los discípulos, la serenidad en el de Jesús. El único tranquilamente dormido, en medio de la borrasca, es Jesús. Lo que es señal de una buena salud y también de lo cansado que quedaba tras las densas jornadas de trabajo predicando y atendiendo a la gente.

El diálogo es interesante: los discípulos que riñen a Jesús por su poco interés, y la lección que les da él: «¿por qué sois tan cobardes? ¿aún no tenéis fe?».

b) Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme.

El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia.

A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades.

Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana sabe mucho de persecuciones y de fatigas. A veces son dudas, otras miedo, o dificultades de fuera, crisis y tempestades que nos zarandean.

Pero a ese Jesús que parece dormir, sí le importa la suerte de la barca, sí le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. No tendríamos que ceder a la tentación del miedo o del pesimismo. Cristo aparece como el vencedor del mal. Con él nos ha llegado la salvación de Dios. El pánico o el miedo no deberían tener cabida en nuestra vida. Como Pedro, en una situación similar, tendríamos que alargar nuestra mano asustada pero confiada hacia Cristo y decirle: «Sálvame, que me hundo».

«La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve» (1ª lectura, I)

«Para que le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días» (salmo, I)

«He pecado contra el Señor» (1ª lectura, II)

«Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza» (salmo, II)

«¿Por qué sois tan cobardes? ¿aún no tenéis fe?» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 90-94


3-4.

Primera lectura: 2 de Samuel 12, 1-7a. 10-17
He pecado contra el Señor

Salmo responsorial: 59, 12-13. 14-15. 16-17
¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro!

Evangelio: Marcos 4, 35-40
¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

El Evangelio de este día nos narra cómo los discípulos pierden la calma y vacilan en la fe frente a un acontecimiento natural como una tormenta en medio de la travesía por el mar. Ellos creían que ir con Jesús les hacía estar libres de que alguna calamidad alterara la buena marcha en la travesía. Fue el momento para caer en cuenta que aun junto a él, también las olas se sienten fuertes y hacen estremecer la barca.

Jesús al ver que sus discípulos lo llaman con tanto susto, los interpela y les reprocha haber perdido la calma con tanta facilidad. Ellos estaban acostumbrados a la presencia del maestro. Pero Jesús los lanza a la aventura de poder enfrentarse a la vida con fe, ya que la pérdida de fe es pérdida de rumbo en la buena marcha de los compromisos adquiridos con el maestro.

Mientras transcurre el tiempo de nuestra vida, necesitamos tener fe. Ya que en la medida en que nosotros dudemos seremos presa fácil en mano de nuestros opresores que tienen tanta fuerza como aquel mar que hacía tambalear la barca. Pero una fe solida tendrá la fuerza de destruir toda fuerza que genere división y muerte en medio del pueblo.

La Iglesia debe aunar esfuerzos para luchar por la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Sabiendo que todos los días hay que renovar nuestra fe para no desfallecer en la causa, ya que muchas veces nuestro barco también es tambaleado por la fuerte tormenta del egoísmo, de la desilusión, de la falta de fe...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Hb 11, 1-2.8-19: Recordemos a los testigos de la fe.

Interleccional: Lc 1, 69-75

Mc 4, 35-40: Jesús calma la tempestad.

Hoy y el lunes tenemos en la primera lectura la parte quizá más bella de la carta a los Hebreos. El autor, que e escribe esta carta precisamente para animar a sus destinatarios, apela a la memoria de los testigos de la fe que nos han precedido, enumera ndo, lleno de fervor, las gestas que por la fe hicieron nuestros antecesores.

Animarse en la fe con la memoria de los mártires es algo que debemos hacer, por fidelidad a su memoria. Y es algo además necesario, sobre todo en tiempo de dificultad y desánimo como éste.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

Hebreos 11, 1-2 y 8-19: Sólidos cimientos

Salmo responsorial: Lucas 1, 68-79

Marcos 4, 35-41: El viento amainó

Acercándose ya al final de su escrito, el autor de la carta a los Hebreos, insiste en exhortar a la comunidad a asumir determinadas actitudes. Hoy la exhortación tiene que ver con la fe. Y, primero, nos recuerda los modelos de la fe más radical que se encuentran en el AT: los patriarcas, Abrahán, su esposa Sara, Isaac, Jacob. Estos remotos antepasados de Israel, cuyas historias leemos en el libro del Génesis del capítulo 12 al 37, se convierten en modelos de una confianza ilimitada en el Señor. Abandonaron su propia patria para ir en pos de la que les prometía Dios, vivieron de la esperanza en la ciudad celestial mientras habitaban en tiendas de campaña. A pesar de la esterilidad creyeron en la promesa divina de que tendrían una numerosa descendencia; Abrahán incluso llegó a dar un supremo testimonio de obediencia cuando dispuso todo para el sacrificio de su hijo Isaac, que al final Dios cambió por un carnero. La fe como "prueba de lo que se espera y seguridad de lo que no se ve" esta fundada en una profunda confianza en Dios que es capaz de dar vida a los muertos, como lo hizo resucitando a Jesús, ya prefigurado en el sacrificio de Isaac. Dice el autor que los patriarcas incluso murieron en la fe, pues no viendo cumplidas en vida las promesas divinas, tuvieron que contentarse con saludarlas de lejos, aceptando ser peregrinos y huéspedes que caminan hacia su verdadera patria y hogar. Esta exhortación a emular e incluso a superar la fe de los antiguos patriarcas, debe ser acogida por nuestras comunidades, también peregrinas y huéspedes en la tierra de la opresión y de la injusticia, de la guerra y de la desigualdad. Caminamos hacia el patria de la libertad y la solidaridad, de la verdadera fraternidad e igualdad entre los seres humanos, y la actitud que caracterice nuestro peregrinaje debe ser la de una inquebrantable fe en Dios, que hizo fértil el seno estéril de Sara, que devolvió vivo a Isaac cuando su padre se aprestaba a sacrificarlo. Una fe que nos lleve a esperar, incluso más allá de la muerte, en que las promesas de Dios se cumplirán.

La escena que contemplamos hoy en el evangelio de Marcos, la tempestad calmada, entronca perfectamente con el tema de la fe que reflexionamos a propósito de la primera lectura: los discípulos de Jesús temen que la tormenta haga naufragar la barca; por supuesto que temen por sus vidas, y despiertan a Jesús que mientras tanto duerme, tal vez cansado o confiado. Después de apaciguar los vientos y contener las olas, Jesús hace un reproche extraño a sus amigos: ¿"Por qué son tan cobardes? ¿aún no tienen fe?" -reproche que sólo puede comprenderse teniendo en cuenta la presencia de Jesús en la barca. El mismo reproche recae sobre nuestras comunidades cristianas cuando nos dejamos asustar por las dificultades, persecuciones, incomprensiones y demás problemas. Si creemos de verdad que Jesús está presente entre nosotros, como nos lo prometió, debemos mantenernos serenos y confiados frente a los vientos y las olas.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7.

      "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?"... Jesús dormía. No es que no le importase que los apóstoles muriesen anegados por las aguas. Es que dolores más fuertes y urgencias más amargas pesaban sobre su Corazón fatigado: los pecados de los hombres, el hambre de las almas, el desconcierto de un rebaño sin pastor... Eso preocupaba al Señor. Al fin y al cabo, nada puede una tormenta contra la claridad de un alma en gracia; los vientos y las olas, cuando se apoderan de la barca en que navega un hijo de Dios, pueden llevarla a la otra orilla del Lago o a la playa de la eternidad... Nada más. Y, en todo caso, basta con decir: "¡Silencio cállate!", y la tempestad se amansa obediente ante la voz del Verbo. Es como para preocuparse, sí... Pero hay cosas peores.

      ¡Ojalá bastase, para acallar la tormenta de pecados que zarandea a los hombres, con decir: "¡Silencio cállate!"!... Días enteros exponiendo ante los hombres la Palabra no habían sido suficientes para devolver a su Padre el rebaño. Esto es lo que le importaba a Jesús; esto es lo que tenía su Corazón ahogado en un gemido y vencido hasta el sueño. Porque el pecado tiene el poder que no poseen todas las tormentas de la Tierra desatadas al unísono: el de enviar al hombre a la Gehenna. Hay mayor mal en una sola infidelidad del corazón humano que en el huracán más poderoso con que pueda verse agitada la Tierra.

      La guerra parece muy próxima. Nos acercamos a Jesús pidiendo paz, y hacemos bien, porque Jesús quiere la paz y no la guerra... Pero no nos asombremos si el Crucifijo calla. Quizá gritemos: "¿No te importa que nos hundamos?"... Claro que le importa. Pero -mira bien al Crucifijo-... Está dormido. Los pecados de los hombres han fatigado tanto su Corazón que se ha dormido en la muerte para redimirlos. Y esos pecados le importan más que todos los horrores de la guerra. Una sola mentira tiene en sí mayor cantidad de mal que todas las armas de destrucción masiva. Una fornicación encierra en su seno más horror que todos los arsenales nucleares. Una falta de caridad supone una amenaza mayor para el hombre que el sufrimiento causado por la metralla. Eso es lo que preocupa a Jesús Crucificado. Nosotros le pedimos paz porque nos asusta el sufrimiento; Él padece porque los hombres pecan y se pierden.

      Y cuando Jesús, agitado por nuestros ruegos, despierte y traiga la paz... ¿Despertaremos nosotros y llevaremos la paz a su Corazón? ¿Acallaremos el pecado en agradecimiento a quien acalló la tormenta? Tras la santidad vendría la paz, y esa paz sería para siempre.

      Ahora vamos a despertar a Jesús. Vamos a pedirle a su Madre, la Reina de la Paz, que acaricie su Rostro hasta que sus ojos se abran, y que le pida que nos libre de esta guerra... Pero, en adelante, no olvidemos cuál es el peor de los males, aquél que causa todas las guerras, aquél que taladra el Corazón de Cristo.

 


3-8. CLARETIANOS 2003

 No estaría nada mal imprimir con un tipo de letra grande todo el capítulo 11 de la carta a los hebreos, convertirlo en póster, y tenerlo en algún lugar en el que podamos verlo con frecuencia, porque es uno de esos textos que nos hacen vivir. Es una verdadera “teología narrativa” de la fe. Creyentes fueron Abrahán, Isaac, Jacob, Sara, y también ...

¿Podríamos confeccionar una lista con los hombres y mujeres que nos han enseñado a creer, aquellos que han mantenido la confianza, que han salido sin saber a adónde iban? Es imposible la fe personal aislada de la cadena de testigos. Por eso necesitamos tanto contarnos unos a otros el desenlace de las vidas de aquellos que creyeron y siguen creyendo. Tuvieron dudas como nosotros, en algún momento todo les pareció un timo y, sin embargo, confiaron hasta el final. Prestaron más adhesión al Misterio de Dios que al enigma de su pequeño corazón humano. Y acabaron viendo la luz, pisando el umbral de la tierra prometida.

Quizá nosotros nos reconocemos espontáneamente en los discípulos que, cuando las olas rompen contra la barca, gritan: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Jesús no les reprocha su poca destreza para mantener el rumbo sino algo más simple y, al mismo tiempo, más difícil: su falta de fe: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

La fe no es una botica de la que vamos sacando recetas para todos los males de nuestro mundo. La fe no nos libera de la dureza del camino, de la búsqueda compartida, del remar contra corriente, pero nos mantiene en la seguridad de que el Señor está con nosotros. La fe es hoy una “reserva de confianza” en un mar embravecido.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. COMENTARIO 1

v. 35 Aquel día, caída la tarde, les dijo: «Crucemos al otro lado».

Después de exponer el mensaje universalista de Jesús, Mc saca sus consecuencias y anticipa al tiempo de la vida histórica de Jesús la misión entre los paganos, que comenzó en realidad después de su muerte (aquel día, como en 2,20, indica el de la muerte de Jesús).



v. 36 Dejando a la multitud, se lo llevaron mientras estaba en la barca, aun­que otras barcas estaban con él.

Pero la misión tropieza con dificultades provocadas por el grupo judaizante, representado por los discípulos (38: Maestro). De hecho, este grupo quiere monopolizarla (se llevaron a Jesús mientras estaba en la barca), para conducirla según las categorías del judaísmo (superioridad de Is­rael, salvación de los paganos a través y por subordinación a Israel), e impide que el grupo no israelita tome parte en ella (aunque otras barcas estaban con él).



v. 37 Entonces sobrevino un fuerte torbellino de viento; las olas se abalanza­ban contra la barca, y la barca se iba llenando.

El torbellino de viento es figura del mal espíritu de los discípulos: las tesis judaizantes exasperan a los paganos (las olas se abalanzaban) y corre peligro la misión y la existencia misma del grupo (la barca).



v. 38 El se había puesto en la popa, sobre el cabezal, a dormir. Lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»

Jesús se echa a dormir (= no se deja sentir su presencia). Los discípu­los están, sin embargo, tan convencidos de su ideología que se extrañan del fracaso y reprochan a Jesús su falta de apoyo, sin reconocer que son ellos los culpables.



v. 39 Una vez despierto, conminó al viento (y se lo dijo al mar): «¡Silencio, estáte callado!» Cesó el viento y sobrevino una gran calma.

Jesús conmina al viento como a un espíritu inmundo (cf. 1,25; «silen­cio»: alusión al espíritu fariseo, cf. 3,4) y cesa la tempestad. Es decir, al hacer callar las pretensiones judías (el viento) y proponerse a los paganos (y se lo dijo al mar) el auténtico mensaje, el de la igualdad de todos los pueblos, cesa toda hostilidad (y sobrevino una gran calma): la aceptación es tan grande e inmediata que hace patente la fuerza divina del mensaje de Jesús.



v. 40 El les dijo: «¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

Reprocha a los discípulos su cobardía, que nace de su falta de adhe­sión (¿Aún no tenéis fe?). Temen que ese proceder con el mundo pagano signifique perder para siempre la posibilidad de llevar adelante los idea­les judíos, lo que ven como su fracaso como individuos y como pueblo.



v. 41 Les entró un miedo atroz y se decían unos a otros: «Pero entonces, ¿quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Temen ahora por sí mismos (les entró un miedo atroz). Dominar el mar era propio de Dios (Sal 107,29s); no entienden al Hombre-Dios (¿Quién es éste?), pero sienten miedo del poder de Jesús y de posibles represalias por su conducta anterior.

La perícopa encierra un mensaje permanente para la comunidad cris­tiana. Enseña que no se puede discriminar entre los pueblos ni se puede mezclar el mensaje de Jesús con elementos culturales ajenos a él, por entrañables que sean. Los que pretenden monopolizar a Jesús o manipu­lar su mensaje muestran carecer de verdadera adhesión: no se adhieren ellos al mensaje de Jesús; quieren, por el contrario, que éste se adapte a su ideología.

Cuando la comunidad actúa sin contar con Jesús, él queda inactivo. No se le puede ignorar en la misión: ésta no predica una estructura ni un sistema religioso, sino la persona y el mensaje de Jesús: el del amor de Dios a todos los hombres y pueblos por igual, con el propósito de comu­nicarles vida.



COMENTARIO 2

Para adentrarnos en el pasaje evangélico de Marcos que nos presenta hoy la liturgia, es necesario comprender el problema de la persecución que vivía la comunidad seguidora del resucitado alrededor de los años 60 y 70, tiempo en el cual se puso por escrito la Buena Noticia según Marcos.

Durante esas dos décadas los cristianos vivían tiempos de persecución, de caos y de muerte, y el miedo estaba apoderándose de los creyentes. El miedo en la comunidad imposibilitaba el comprender, aceptar y confesar a Jesús como el Señor de la vida y de la historia, aquel que triunfa sobre los poderes de la muerte y sobre la muerte misma.

Frente a la realidad de persecución y de miedo que vivía la comunidad seguidora del Cristo Resucitado, el evangelista se sirve del testimonio que tienen los creyentes: que Jesús durante su vida histórica, en algún momento, se enfrentó con las fuerzas de la naturaleza cuando ellas eran incontrolables. Las fuerzas del mar fueron increpadas por Jesús de Nazaret y este acontecimiento se quedó grabado en la conciencia de los seguidores del Resucitado y lo proclamaron a lo largo de sus ministerios apostólicos.

Para el pueblo de Israel y para la teología israelita el mar era el lugar de los poderes de la muerte, donde la vida de cualquier ser humano estaba en peligro y frente a este grave problema el único que podía enfrentar dicha realidad era el mismo Dios. Jesús entra a calmar la tempestad, y por lo tanto el evangelista le coloca a Jesús los mismos atributos que en el Antiguo Testamento se le daban a Yahveh.

Los discípulos estaban en un grave problema. La tempestad, es decir las fuerzas del mal, no había dejado que la travesía hubiera sido lo más placentera posible. La vida se encontraba amenazada y era necesario que Dios mismo entrara a defenderla. Jesús por lo tanto se enfrenta a los poderes del mal, los increpa y los desautoriza, haciendo de esta forma prevalecer la vida allí donde la muerte quería imponer su dominio y su imperio.

Con este trozo evangélico Jesús es declarado verdadero Señor de la historia y sus seguidores se comprometen a seguirle con confianza y con fe.

También nosotros hoy como Iglesia, estamos llamados a superar los temores que pueden aparecer en nuestra práctica eclesial. Temores que no nos dejan anunciar y construir desde nuestra propia experiencia de vida el Reinado de Dios, experiencia alternativa de soberanía de Dios en esta historia humana llena de injusticia, de violencia y muerte.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. ACI DIGITAL 2003

40. Véase Mat. 8, 23 ss.; Luc. 8, 22 ss. La barca abandonada a las olas es una imagen de la Iglesia, que sin cesar tiene que luchar contra toda clase de tormentas; más Cristo está en la barca para conducirla a través del "tiempo de nuestra peregrinación" (I Pedr. 1, 17) "en este siglo malo" (Gál. 1, 4). Tengamos, pues, confianza.

41. ¿Quién es entonces?: Vemos por esta expresión la incertidumbre en que aun estaban estos discípulos respecto de Jesús, no obstante la admirable confesión de Natanael en Juan 1, 49: Natanael le dijo: "Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel".


3-11. Despertar al Cristo dormido en nosotros.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fintan Lelly

Se levantó una fuerte borrasca...
Mc 4,35-41

La fe nos exige creer en la presencia de Dios, incluso cuando no lo sentimos.

La vida es como una ensalada bien variada: hay momentos de tranquilidad y de turbación. A veces nos sentimos con tanta fuerza como para mover el mundo con un dedo y otras veces nos sentimos caídos en el fondo de un pozo, abandonados, sin esperanza.

Los apóstoles tuvieron la experiencia de un gran peligro: las aguas les iban a tragar y lo peor era que el único Hombre que podía ayudarles estaba durmiendo tranquilamente.

La experiencia de la tempestad o adversidades es común a todos los hombres, de todas las razas, culturas, lugares y tiempos. La cruz nos persigue como nuestra sombra. ¿Qué hay que hacer? Hay que despertar al Cristo que está durmiendo dentro de nosotros.

Para algunos hombres, Cristo está ausente de sus vidas, pues no tienen ningún contacto personal con Él. No le hablan en la oración y no lo experimentan en los sacramentos.

Para otros, Cristo murió dentro de ellos. Hubo un tiempo, tal vez cuando eran jóvenes, en que caminaban mano a mano con Él. Lo veían en todas partes: en la belleza de la naturaleza y en las maravillas del firmamento. Como dijo un poeta irlandés, Joseph Mary Plunket: "Dios ha hecho tres cosas muy bellas: las estrellas del cielo, las flores del campo y los ojos de los niños".

Pero para muchos el pecado ya ha obstaculizado esta experiencia de Dios. Él es sólo un eco arcano del momento de su Primera Comunión o de su boda.

Para otros más, Cristo está dentro de ellos, pero durmiendo. Tratan de despertarlo por medio de su fe. A veces la fe se hace auténtica. Es la fe de los mártires que no ven nada que no sea la punta de un fusil. La fe no es un sentir, sino un aceptar voluntariamente la presencia de un Dios que no vemos con los ojos, pero estamos seguros que está ahí.

La experiencia del Cristo durmiendo en la barca de nuestra vida es bastante común. Muchas veces uno escucha: "Padre, he perdido mi fe". Y uno le pregunta: "Pero, ¿es que ya no cree en Dios?" La persona responde que sí cree en Él, pero que no lo siente.

Pero a Dios no se lo siente como si fuese un caramelo.


3-12. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

El relato de la tempestad calmada nos ha impresionado siempre. Contrastan la serenidad de Jesús y su dominio sobre los elementos, con la angustia de los discípulos y su perplejidad ante los poderes divinos desplegados por Jesús. Él es el señor de las tormentas, el creador de los vientos y las aguas, el dueño del cosmos. Ellos son apenas unos pobres mortales que pueden ser arrebatados en un segundo por las olas y precipitados a lo más profundo del mar.

Esta parábola, nos recuerda el libro de Jonás, el profeta fugitivo de Dios, que también debió enfrentar una tormenta en alta mar, sus compañeros lo arrojaron al agua pensando que el peligro en que se encontraban era por culpa suya. Aquí los discípulos no culpan a Jesús, pero no acaban de entender el misterio profundo de su persona.

Como Jesús, en compañía de la comunidad de discípulos, atraviesa el lago y los lleva a un puerto seguro; de la misma manera conduce la iglesia a través de los mares y las tormentas de los siglos. A veces nos parece que el Señor se duerme y que las olas amenazan con hundirnos. Pero Él va con nosotros y nada tenemos que temer. No podemos ser hombres y mujeres de poca fe, no podemos ser cobardes. Al desembarcar, iremos por los caminos y las aldeas a proclamar el Reinado de Dios que ya viene, y Jesús seguirá estando siempre con nosotros, seguirá saliéndonos al paso, no ya en los elementos dominados, sino en los pobres y oprimidos del mundo a quienes anunciaremos el Evangelio, la buena noticia, y con quienes construiremos la Iglesia.


3-13. DOMINICOS 2003

 La luz de la Palabra de Dios
Libro segundo de Samuel 12,17.10-17:
“En aquellos días el Señor envió a Natán donde David. Entró ante el rey y le dijo: Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criado e iba creciendo con él y sus hijos, comiendo de su pan y bebiendo de su vino... Era como una hija.

Llegó una visita a casa del rico, y, no queriendo perder una oveja o un buey para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped.

David se puso furioso...: ¡Vive Dios, que el que haya hecho eso es reo de muerte!...

Entonces Natán dijo a David: Ese hombre eres tú..., quedándote con la mujer de Urías...”


Evangelio según san Marcos 4, 35-41:
“Un día al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra orilla.

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, y otras barcas lo acompañaban.

Se levantó un huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua, pero él estaba a popa, dormido... Lo despertaron diciendo: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Él se puso en pie, increpó al viento y vino una gran calma... Y les dijo: ¿por qué sois tan cobardes? ¿Aún tenéis poca fe?

Ellos se quedaron espantados y se decían: ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”



Reflexión para este día
Pecador, ése eres tú; cambia de vida.
Hermosa y valiente es la acción y la palabra del profeta Natán.

Primero, una parábola con profundo mensaje de ‘justicia’ frente a ‘injusticia’. Luego, el juicio y discernimiento de David, rey: reo de muerte por conducta vil.

Después, el grito de la conciencia: ése personaje vil eres tú.

Ojalá tuviéramos en todos los tiempos hombres-profetas, denunciadores de las injusticias a cara descubierta, y gobernantes que oyeran, reconocieran sus errores y volvieran a la verdad. Para que eso se cumpla, necesitamos ‘un hombre mejor’. Y para que esto se vaya logrando se hace indispensable que a todos llegue -en la educación familiar, escolar y ciudadana- una orientación clara sobre el sentido de su existencia como personas, ante Dios y ante los demás.

Bien lo sabía san Juan Bosco cuando decidió atraer hacia Cristo a los jóvenes más abandonados.

No malogremos la ocasión de hacer el bien y de alumbrar a las mentes.


3-14.

Comentario: Rev. D. Joaquim Fluriach Domínguez (Sant Esteve de Palautordera-Barcelona, España)

«¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?»

Hoy, el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el Enviado y todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al mismo Señor, nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y “valentía”.

En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.

Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.

Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?

Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!


3-15.

LECTURAS: 2SAM 12, 1-7. 10-17; SAL 50; MC 4, 35-41

2Sam. 12, 1-7. 10-17. ¿Quién de nosotros puede sentirse libre de culpa? Dios conoce nuestras maldades, miserias y pecados. ¡Ojalá y con grandes penitencias hubiésemos logrado lavar nuestras culpas! Hay Alguien que, por nuestros pecados, aceptó ir libremente a la muerte para purificarnos y presentarnos libres de culpa ante su Padre Dios. Y por más ayunos, por más sayales que nos hubiésemos puesto, por más oraciones elevadas ante Dios, por nosotros mismos jamás hubiésemos logrado ser perdonados. Por eso no podemos decir que hubiésemos podido evitar que Cristo muriera, pues la Salvación sólo nos llegaría por su Muerte Salvadora. A nosotros corresponde no vivir encadenados al mal, sino aceptar esa salvación que sólo nos viene de Dios por medio de su Hijo. Por eso, reconozcamos con humildad que hemos pecado, confesemos nuestros pecados, aceptemos a Cristo como nuestra única salvación, y Dios tendrá compasión de nosotros y nos dará vida eterna.

Sal. 50. Sólo Dios puede crear en nosotros un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Él, el Dios misericordioso, nos dará su salvación y nos renovará para que caminemos ante Él con un corazón puro. A nosotros sólo corresponde ponernos en las manos de Dios y dejarlo llevar adelante su obra de salvación en nosotros. Nuestras buenas obras manifestarán que realmente la salvación ha llegado a nosotros. Y nuestra fidelidad nos hará cada día más dignos de confianza ante Dios que, finalmente, nos confiará los bienes eternos, no sólo para que los disfrutemos, sino para nos esforcemos en hacerlos llegar a los demás. Por eso, habiendo experimentado el amor de Dios, enseñemos a los descarriados los caminos del Señor para que los pecadores vuelvan a Él, pues, desde nuestra experiencia de Dios no estaremos anunciando fábulas ni inventos humanos, sino al Dios vivo y verdadero que se ha hecho cercanía amorosa y misericordiosa para con nosotros.

Mc. 4, 35-41. Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creemos realmente esto? Si es así entonces no podemos tener miedo ni aunque se levante una tempestad tormentosa que quisiera acabar con nosotros. Al proclamar el Evangelio del Señor tratamos, como instrumentos del Espíritu Santo que habita en nosotros, de suscitar la fe en Jesús. Tal vez este anuncio sea acompañado de señales que ayuden a comprender que no vamos en nombre propio, sino en Nombre de Dios. Pero finalmente esas señales no son tan importantes cuanto sí lo ha de ser el lograr la finalidad del Evangelio: Que Jesús sea reconocido como Dios y como el único Salvador de la humanidad. Vivamos confiados en Dios y dejémonos conducir por su Espíritu para que al anunciar su Nombre a los demás no queramos hacer nuestra obra, sino la obra de Dios para que todos encuentren en Cristo el camino que nos conduce al Padre.

Nos reconocemos pecadores; pero sabemos que Dios nos sigue amando. Con humildad nos acercamos a Él, confundidos por nuestra maldad, para pedirle que tenga misericordia de nosotros por la Sangre que su Hijo derramó por nosotros. Y Dios ha tenido misericordia de nosotros; nos ha perdonado y nos ha recibido nuevamente en su casa como a hijos suyos. Nuestro encuentro con Él en esta Eucaristía es el momento culminante de su amor y de su perdón. Por eso nos acercamos a Él llenos de gratitud, pues no nos abandonó a la muerte ni dejó que nuestra vida se hundiera en la maldad. Dios nos pide, así, que no nos detengamos, sino que sigamos con paso firme, fortalecidos con su Espíritu Santo, hasta que alcancemos la otra orilla donde nos encontraremos definitivamente en la casa eterna de nuestro Padre Dios.

Mientras caminamos por este mundo debemos esforzarnos porque el Reino de Dios y la misericordia de nuestro Padre llegue a todos, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios jamás se ha olvidado de nosotros; Él va siempre como compañero de viaje en nuestra vida. Sin embargo Él no está con nosotros para suplir lo que a cada uno corresponde realizar en la vida. Cada uno de nosotros debe aportar todo su esfuerzo, toda su vida para construir un mundo que no se quede estancado en la maldad, ni se resigne con las realizaciones logradas; siempre será necesario ir más allá, hasta que, por obra y gracia de Dios, logremos llegar a la perfección del mismo Dios conforme a la invitación de Jesús: Sean perfectos como su Padre Dios es perfecto. Sabemos que esto no lo lograremos en esta vida, pero sí debemos hacer de nuestro mundo un signo cada vez más claro del Reino de Dios por el amor fraterno, en que todos disfrutemos de la Paz y vivamos la solidaridad, la comunión fraterna y la justicia social.

Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir totalmente comprometidos con su Reino, pidiéndole al mismo Dios que nos purifique de todo pecado para que siempre pasemos haciendo el bien a todos siguiendo las huellas de Jesús, nuestro Salvador. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-16. ARCHIMADRID 2004

ESAS ALEGRÍAS TAN BREVES

“Noches alegres, mañanas tristes; borracho mío…¿dónde estuviste?.” Cada vez más personas los domingos por la mañana (o lo que ellos llaman “por la mañana” ,es decir, hacia las dos del mediodía), mascan en su boca la reseca, el resultado de ese “planazo” propuesto el día anterior y que, casualmente, era el mismo de todos los fines de semana, que dejará huellas en sus neuronas y en su hígado, pero no en su corazón. Buscar la alegría parece difícil, siempre va unida al miedo a que se acabe (“poco dura la alegría en casa del pobre”, por seguir con los dichos), a que la alegría sea un momento y que la época de prueba dure bastante más. Por eso se nos proponen alegrías momentáneas, una tras otra, esperando que no se acaben o, por lo menos, que nos hagan más corta la espera entre un momento placentero y otro, entre una copa y otra, una pastilla y otra, un “rollete” y otro. Hay que “vivir el momento”, “Carpe Diem” que nos grita el “Club de los poetas muertos” y un montón de películas en que se exalta el hacer lo quieras, cuando quieras, pero sin consecuencias posteriores, y que además llenan la vida de “no momentos” pues parece que es imposible “vivir intensamente” la rutina del trabajo, el estudio, los ratos con la familia…, y esos ratos se convierten en “no momentos”.

El “Carpe Diem” del rey David fue Betsabé, aprovechó “tanto” el momento que tuvo un hijo pero ¡a qué precio!, al precio de mandar matar a Urias, al precio de la muerte posterior de su hijo, al precio de perder su relación de amistad con Dios que le había designado rey de Israel. Visto desde fuera parece una barbaridad y alguno exclamará ¡Qué Dios tan cruel!, como David exclamó: “¡Vive Dios, que el que ha hecho esto es reo de muerte!” pero al comprender su pecado sólo le queda buscar la misericordia de Dios, tener ante Dios “un corazón puro”, pues comprende que ese “momento” de su vida con Betsabé no es un hecho aislado, David no tenía “no momentos”, toda su vida era delante de Dios que lo había elegido, lo había ungido y le mantenía en su presencia. Por un instante de placer, de falsa felicidad, sufrió la amargura. Sólo él y Natán comprendieron la profundidad de su pecado y, por seguir con los dichos, “en el pecado llevó la penitencia”.

A nosotros nos toca aprovechar el momento, cada momento, como si fuera el último pero sabiendo que en nuestra vida no hay “no momentos”. Cada cosa que hagas, la más espectacular o la más rutinaria, la haces en la presencia de tu Padre Dios que te quiere en cada instante, que ama – como los padres que miran embelesados los primeros pasos de sus hijos- cada uno de tus pensamientos , de tus acciones, de tus sentimientos.

Te parecerá que esto no es posible, que Dios no puede comprender el ajetreo de tu vida diaria, que estás en medio de un mar proceloso, de una tormenta en la que es imposible encontrarte con Dios, pero escúchale en el fondo de tu alma, el Señor dirá a tanta actividad desordenada: “Silencio, cállate!” y te vendrá una gran calma pues estarás con Jesús, como lo estuvo María, como lo han estado los santos.


17. Fray Nelson Sábado 29 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios * ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!.

1. El Poder de la Fe
1.1 Hay dos dimensiones en la fe, podemos decir. Por una parte, la fe implica unos contenidos, porque uno no cree en el vacío, sino que cree afirmando algo. Eso que uno afirma es un contenido, por ejemplo: "Dios existe"; "María, la Madre de Jesús, es siempre virgen"; "Cristo está real y verdaderamente presente en la Eucaristía". Todos estos son "contenidos".

1.2 Mas, en otro sentido, la fe es una fuerza, un ímpetu que surge de la confianza, la entrega de sí mismo, la obediencia. No sólo creemos algo, sino que en primer lugar le creemos a alguien. Este es el aspecto "existencial" o vivencial de la fe, y por él la fe nos pone en camino, nos ayuda a superar barreras, nos levanta de nuestras caídas, nos conduce finalmente hasta la meta.

1.3 El autor de la Carta a los Hebreos conoce muy bien estos dos aspectos y por eso nos dice: "la fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve". En cuanto es "prueba de lo que no se ve", nos entreabre e introduce en la verdad de unos contenidos que sobrepujan a nuestra razón, como por ejemplo: Cristo es Dios y hombre. No se trata de una ilusión, ni de una fantasía, ni mucho menos de una mentira; es algo que es cierto, pero comprender ese enunciado hasta el fondo es como hundirse en un abismo de luz que nunca acaba.

1.4 Y sin embargo, antes de ser "prueba de lo que no se ve", la fe es "fundamento de lo que se espera". Es el cimiento y el nuevo piso sobre el que avanzan con audacia maravillosa y con serenidad sorprendente los santos, de los cuales esta carta nos ofrece algunos ejemplos, sobre todo el de Abraham, en el capítulo 11.

2. ¿Todavía no tienen fe?
2.1 Y el mismo tema de la fe como confianza radical lo encontramos en el evangelio de hoy. ¡Qué pregunta la del Señor! "¿Todavía no tienen fe?". A esa pregunta, que es también un reproche, le viene, de parte de los discípulos, a modo de respuesta, otra pregunta, que en realidad es una alabanza: "¿quién es éste...?". Sobrecogidos de admiración descubren que no conocen a su Señor. Y fue maravilloso regalo del Cielo que hicieran este descubrimiento porque la conciencia de la ignorancia suele ser principio de conocimiento.

2.2 El viento y el lago obedecen a la voz de Jesús; ¿yo obedezco la voz de Jesús? Los astros y los planetas lejanos obedecen la voz del Jesús; ¿obedece la humanidad a la voz de Jesús?

2.3 A los discípulos les maravilló que el lago obedeciera a Jesús; ¿debe admirarnos menos o más que un corazón humano llegue a obedecer a Jesús? ¿No es cierto que es un milagro bellísimo encontrar una sola alma que le diga a Jesús: "Yo quiero hacer tu voluntad; yo quiero creer en tu palabra"? ¿y qué tal que esa alma fueras tú hoy?


18.

Comentario: Rev. D. Joaquim Fluriach Domínguez (Sant Esteve de Palautordera-Barcelona, España)

«¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?»

Hoy, el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el Enviado y todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al mismo Señor, nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y “valentía”.

En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.

Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.

Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?

Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!


19.

Reflexión:

Heb. 11, 1-2. 8-19. Somos peregrinos hacia la posesión de los bienes definitivos. Delante nuestro va Cristo, que le ha dado sentido a nuestra entrega, a nuestro sacrificio, a nuestro caminar sin volver la mirada atrás, a nuestra esperanza en los bienes definitivos. No vamos tras de un sueño ni de una imaginación, sino tras de una realidad: La Gloria, junto con el Hijo de Dios, a la diestra del Padre. Es verdad que se levantan muchas voces que quisieran desanimarnos, o que quisieran que viviésemos con la mirada puesta únicamente en lo pasajero. Sin embargo no hemos de perder de vista el llamado que Dios nos ha hecho para que vivamos con Él eternamente. Aún en medio de las más grandes pruebas hemos de conservar el rumbo hacia la Patria eterna. Cuando lleguemos a ella entenderemos que tuvo sentido el haberlo entregado todo para hacernos uno con Cristo, como Hijo de Dios, Hijo amorosamente fiel en todo a la voluntad del Padre, y hermano nuestro, amorosamente entregado para ganarnos a todos y conducirnos a la participación de su vida y de su Gloria eternamente.

Lc. 1, 69-75. ¿Creemos realmente en Cristo? Si es así entonces aceptamos que nos visite y que se haga huésped de nuestro corazón. Y Él vive en nosotros para que nosotros día a día nos vayamos revistiendo de Él, y su salvación se haga realidad en nosotros. Estando Él con nosotros se pondrá de parte nuestra y se levantará victorioso, salvándonos de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos aborrecen. Dios, así, nos ha cumplido sus promesas de salvación. A pesar de nuestras miserias, y tal vez grandes pecados, Él ha sido misericordioso para con nosotros, nos ha perdonado y, por nuestra unión a Él, nos ha hecho hijos de Dios, llamándonos a una vida de plenitud en Él, para que sirvamos a Dios sin temor, con santidad y justicia, perseverando en la fe hasta el final en que Dios mismo nos salvará, y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial, que es nuestro destino, nuestra Patria eterna. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor. Que el Señor nos conceda profesar nuestra fe en Él no sólo con los labios, sino con todo nuestro ser convertido en una manifestación de obras nacidas del amor que procede de Dios.

Mc. 4, 35-41. Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creemos realmente esto? Si es así entonces no podemos tener miedo ni aunque se levante una tempestad tormentosa que quisiera acabar con nosotros. Al proclamar el Evangelio del Señor tratamos, como instrumentos del Espíritu Santo que habita en nosotros, de suscitar la fe en Jesús. Tal vez este anuncio sea acompañado de señales que ayuden a comprender que no vamos en nombre propio, sino en Nombre de Dios. Pero finalmente esas señales no son tan importantes cuanto sí lo ha de ser el lograr la finalidad del Evangelio: Que Jesús sea reconocido como Dios y como el único Salvador de la humanidad y llegue a cada uno para revestirlo de su dignidad de Hijo de Dios. Vivamos confiados en Dios y dejémonos conducir por su Espíritu para que al anunciar su Nombre a los demás no queramos hacer nuestra obra, sino la obra de Dios para que todos encuentren en Cristo el camino que nos conduce al Padre.

Nos reconocemos pecadores; pero sabemos que Dios nos sigue amando. Con humildad nos acercamos a Él, confundidos por nuestra maldad, para pedirle que tenga misericordia de nosotros por la Sangre que su Hijo derramó por nosotros. Y Dios ha tenido misericordia de nosotros; nos ha perdonado y nos ha recibido nuevamente en su casa como a hijos suyos. Nuestro encuentro con Él en esta Eucaristía es el momento culminante de su amor y de su perdón. Por eso nos acercamos a Él llenos de gratitud, pues no nos abandonó a la muerte ni dejó que nuestra vida se hundiera en la maldad. Dios nos pide, así, que no nos detengamos, sino que sigamos con paso firme, fortalecidos con su Espíritu Santo, hasta que alcancemos la otra orilla donde nos encontraremos definitivamente en la casa eterna de nuestro Padre Dios.

Mientras caminamos por este mundo debemos esforzarnos para que el Reino de Dios y la misericordia de nuestro Padre llegue a todos, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios jamás se ha olvidado de nosotros; Él va siempre como compañero de viaje en nuestra vida. Sin embargo Él no está con nosotros para suplir lo que a cada uno corresponde realizar en la vida. Cada uno de nosotros debe aportar todo su esfuerzo, toda su vida para construir un mundo que no se quede estancado en la maldad, ni se conforme con las realizaciones logradas; siempre será necesario ir más allá, hasta que, por obra y gracia de Dios, logremos llegar a la perfección del mismo Dios conforme a la invitación de Jesús: Sean perfectos como su Padre Dios es perfecto. Sabemos que esto no lo lograremos en esta vida, pero sí debemos hacer de nuestro mundo un signo cada vez más claro del Reino de Dios por el amor fraterno, en que todos disfrutemos de la Paz y vivamos la solidaridad, la comunión fraterna y la justicia social.

Roguémosle a Dios que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir totalmente comprometidos con su Reino, pidiéndole al mismo Dios que nos purifique de todo pecado para que siempre pasemos haciendo el bien a todos siguiendo las huellas de Jesús, nuestro Salvador. Amén.

Homiliacatolica.com