VIERNES DE LA SEMANA 1ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primer Libro de Samuel 8,4-7.10-22.

Entonces se reunieron todos los ancianos de Israel y acudieron a Samuel en Ramá. "Tú ya eres viejo, le dijeron, y tus hijos no siguen tus pasos. Ahora danos un rey para que nos gobierne, como lo tienen todas las naciones". A Samuel le disgustó que le dijeran: "Danos un rey para que nos gobierne", y oró al Señor. El Señor dijo a Samuel: "Escucha al pueblo en todo lo que ellos digan, porque no es a ti a quien rechazan: me rechazan a mí, para que no reine más sobre ellos. Samuel comunicó todas las palabras del Señor al pueblo que le pedía un rey, diciendo: "Este será el derecho del rey que reinará sobre ustedes. El tomará a los hijos de ustedes, los destinará a sus carros de guerra y a su caballería, y ellos correrán delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y de cincuenta hombres, y les hará cultivar sus campos, recoger sus cosechas, y fabricar sus armas de guerra y los arneses de sus carros. Tomará a las hijas de ustedes como perfumistas, cocineras y panaderas. Les quitará a ustedes los mejores campos, viñedos y olivares, para dárselos a sus servidores. Exigirá el diezmo de los sembrados y las viñas, para entregarlo a sus eunucos y a sus servidores. Les quitará sus mejores esclavos, sus bueyes y sus asnos, para emplearlos en sus propios trabajos. Exigirá el diezmo de los rebaños, y ustedes mismos serán sus esclavos. Entonces, ustedes clamarán a causa del rey que se han elegido, pero aquel día el Señor no les responderá". El pueblo se negó a escuchar la voz de Samuel, e insistió: "¡No! Habrá un rey sobre nosotros, y así seremos como todas las naciones. Nuestro rey nos juzgará, saldrá al frente de nosotros y combatirá en nuestros combates". Samuel escuchó todas las palabras del pueblo y las repitió en presencia del Señor. El Señor dijo a Samuel: "Escúchalos y dales un rey". Entonces Samuel dijo a los hombres de Israel: "Vuelvan cada uno a su ciudad".

Salmo 89,16-19.

¡Feliz el pueblo que sabe aclamarte! Ellos caminarán a la luz de tu rostro;
se alegrarán sin cesar en tu Nombre, serán exaltados a causa de tu justicia.
Porque tú eres su gloria y su fuerza; con tu favor, acrecientas nuestro poder.
Sí, el Señor es nuestro escudo, el Santo de Israel es realmente nuestro rey.


Evangelio según San Marcos 2,1-12.

Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?" Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 

1.- Hb 4, 1-5.11

1-1. DESCANSO/REPOSO:

Este pasaje forma parte del mismo ciclo que el anterior. El autor trata de convencer a los nuevos cristianos procedentes del judaísmo y dispersos entre las naciones de que no piensen en volver a Jerusalén, como si esta ciudad fuese aún para ellos el ideal escatológico del reposo. A este propósito se sirve del Sal 94/95, pero dejando en la sombra el tema de Meribá para detenerse especialmente en el tema de la entrada en Canaán.

Los versículos que se leen este día en la liturgia se detienen, sobre todo, en el contenido de ese reposo que los hebreos del desierto no llegaron a conocer (v. 3; Sal 94/95, 11) y que los cristianos se exponían a no conocer tampoco si persisten en sus murmuraciones y en su falta de fe, en un momento en que el "reposo" de Jerusalén y de la Tierra Prometida parece írseles de las manos (v.1).

La falta de fe ha privado efectivamente a los antepasados de la entrada en el descanso (v.3), pero los cristianos están llamados a un descanso muy superior, que no es ya el de la Tierra Prometida y de Jerusalén, sino el de la vida con Dios (vv. 4-5): el "reposo" inaugurado en el octavo día de la creación como terminación y coronamiento de esta.

Cabe sorprenderse de ver la vida con Dios presentada en forma de reposo, como si el trabajo siguiera vinculado a una alienación tal que solo el reposo pudiera liberarlo de ella y como si el ideal de la felicidad eterna consistiese en vivir en ella como en un "pensionado".

Toda una tradición bíblica, representada de modo particular por Jn 5, 17, ha dicho claramente que Dios no cesaba de trabajar y ha subrayado con toda claridad que la felicidad consistiría en unas responsabilidades cada vez mayores (Mt 24, 47; 25, 21). Por consiguiente, hay que entender el reposo en un sentido más amplio, el que la mentalidad judía atribuía a esta palabra cuando la constituía en símbolo de la paz, de la concordia y de la alegría.

TRABAJO/CULTURA: El concepto que el mundo moderno tiene del ocio corresponde perfectamente a esta idea cuando asocia ocio y cultura, recuperando así un valor que la industrialización había desvirtuado en el siglo último. En efecto, mientras que el artesano del siglo XVI encontraba su cultura en el corazón mismo de su trabajo, que era creación y arte, folklore y culto, el obrero del siglo XX realiza un trabajo en cadena del que queda excluida toda promoción y toda cultura. Por eso reivindica un "ocio" cada vez más prolongado, no solo para descansar físicamente, sino también para recuperar una necesidad de cultura a la que no responde el trabajo industrial. Ante la imposibilidad de dar una respuesta a esta necesidad, la civilización occidental ha reservado la cultura a las clases sociales que podían dedicarse a un trabajo creador, es decir, exclusivamente a las clases intelectuales. Las democracias populares, afortunadamente, han señalado el camino hacia un retorno a la cultura popular y de masas, y puede decirse que el proceso ha comenzado a imponerse incluso en los medios occidentales.

Pero todavía está por hacer. Cuando el ocio se reduce a la ociosidad, cuando se destina a otra actividad profesional no menos alienante, cuando se limita exclusivamente al consumo pasivo de ficción o de irrealidad en el cinema o a la asistencia de un partido de fútbol, el ocio está muy lejos de responder a lo que cabe exigir de él: una ocasión de compromiso político o social, un medio de descubrir nuevas formas de sociabilidad, un descubrimiento más personal de lo hermoso y de lo bueno.

Sí, hay que penetrar en el "reposo" de Dios, pero ha de ser un reposo en el que Dios trabaje en la promoción del hombre. Y se efectuará así confiando en las técnicas de animación todavía adormecidas en nuestro mundo industrializado e individualista.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 18


1-2.

La falta de fe ha privado efectivamente a los antepasados de la entrada en el descanso, pero los cristianos están llamados a un descanso muy superior, que no es ya el de la tierra prometida, sino el de la vida con Dios; este es el reposo inaugurado en el octavo día de la creación como terminación y coronamiento de la misma.

No endurezcáis los corazones por la incredulidad -viene a decirnos el autor de la carta a los Hebreos- porque nosotros, los que creemos, entramos en el descanso de Dios. Para llegar al descanso es condición indispensable la fe.

¿Cuál es el descanso prometido? No es el descanso eterno que deseamos a los seres queridos que abandonan este mundo. Entrar en el descanso de Dios es entablar una relación íntima con el Dios que nos ama de una manera infinita.

/Mt/11/28-30 "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera".

La voluntad de Dios se vuelve ligera si uno se entrega a Jesús. Jesús promete el descanso para el peso abrumador de la vida diaria, para el cumplimiento de la voluntad de Dios en todas las cosas pequeñas.

SABADO/AG: "En el corazón está nuestro sábado. Muchos tienen los miembros ociosos, mientras se fatigan en la conciencia. Ningún malvado puede tener sábado, pues nunca le deja descansar la conciencia. Es menester que viva perturbado. Mas el que tiene buena conciencia, está tranquilo y la misma tranquilidad es el sábado de su corazón" (al Ps 91, 2).


1-3. SABBAT/DESCANSO 

-Hermanos, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, debemos temer que alguno de vosotros no llegue demasiado tarde.

Toda la meditación del día de hoy tratará sobre el «descanso». Es la traducción del término «sabbat» en hebreo.

En el judaísmo el descanso semanal era obligatorio y religioso. ¡Dios quiere que el hombre descanse!

Ya naturalmente, la vida del hombre está hecha de alternación de trabajo y descanso, de movimiento y de paro. El verdadero descanso no es solamente un «cese», una actitud negativa, es el cumplimiento de la actividad. Las posturas hieráticas del Yoga son una buena imagen de un descanso que es «concentración» suprema, y, por lo tanto, una toma de conciencia al máximo.

El «descanso de Dios», de que hablará esta página a los hebreos, es todo lo contrario de la inacción, del aburrimiento, de la pasividad, de la pereza: es la felicidad estable y altamente consciente de existir. La mayor parte de las veces, nosotros, seres humanos, vivimos sólo a medias, en una especie de vaguedad brumosa. Debemos aprender de Dios a «vivir intensamente».

-Ciertamente, hemos recibido la buena noticia lo mismo que aquellos que salieron de Egipto. Pero a ellos no les sirvió de nada oír la palabra porque lo que oyeron no la recibieron en ellos por la fe.

Toda la diferencia está entre «oír» y «escuchar».

Efectivamente en nuestros diálogos humanos, como en nuestras plegarias, nos falta esa concentración que nos permitiría «recibir» intensamente la palabra del interlocutor.

La fe es estar a la escucha intensa de Dios con todo el ser. . .

-Pero, los que hemos creído, hemos entrado en el descanso.

Después de la larga y penosa marcha en el desierto, la tierra prometida era la figura y el anuncio del «descanso definitivo»: el cielo.

En Jesús, el cielo ha comenzado ya: «Acercaos, todos los que estáis rendidos y abrumados, yo os daré respiro "descanso" (Mt. 11, 28).

La oración es a la vez un momento de intensa concentración y un momento de descanso en profundidad. Una madre de familia numerosa, llena de ocupaciones, decía que no podía pasar sin el rato que dedicaba cada día a la oración: «Es mi mejor momento de la jornada. .. el que vigoriza todo lo restante... ¡es mi mejor descanso!»

-Dijo Dios: «Por eso juré en mi cólera: ¡no entrarán en mi descanso!»

Por su falta de atención, por su falta de fe, la «generación del desierto» no pudo entrar en el descanso de Dios. Jesús expresó a menudo esa condenación (Mateo 11, 26; 12, 39; 16, 4; Lucas 11, 29; Marcos 8, 12).

La peor condena, incluso humanamente, es el «stress», la agitación.

Uno de los signos del desequilibrio moderno es esa temible incapacidad de dormir sin somníferos. ¿Por qué Dios, que creó al hombre para vivir con El, no puede ser un profundo factor de equilibrio y por tanto factor también de descanso? «¡Marta, Marta, te inquietas y agitas por demasiadas cosas!» (Lucas 10, 41) «No os inquietéis, como los paganos... buscad primero el Reino de Dios... y todo lo demás se os dará por añadidura...» (Mateo 6, 25-34).

-«Esforcémonos pues, por entrar en ese descanso, para que nadie caiga, imitando a los que desobedecieron.»

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 16 s.


2.- 1S 8, 4-7.10-22a

2-1.

La historia política de Israel llega a uno de sus virajes más importantes. Desde que entraron en la Tierra prometida, hasta aquí, las doce tribus han vivido sin necesidad de ningún gobierno central. Cada tribu posee su propia organización, elemental sin duda. Bajo el peso de algunas amenazas demasiado acentuadas de los vecinos, una tribu se une a otras de vez en cuando, ocasionalmente.

Entonces, un jefe militar, un "Juez" consigue la confederación de dos o más tribus para la defensa común.

Pero, con el tiempo, se considera muy precaria esa organización ocasional y se desea estar tan armados como los pueblos vecinos tanto política como militarmente.

-Se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a ver a Samuel.

La reunión de los ancianos. Su deliberación. Su decisión.

También el hombre moderno pasa mucho tiempo en «reuniones». Se habla mucho de «concertación». Todo ello forma parte de la naturaleza del hombre, ser social, destinado a vivir «con los demás».

Los niveles de concertación incluso se han agrandado considerablemente. El hombre que quiere vivir «solo» o cuyo nivel de participación es muy elemental, corre el riesgo de quedar envuelto por influencias lejanas.

Desde mi Fe y bajo la mirada de Dios, reflexiono sobre esta evolución de la sociedad humana. En tiempo de Samuel, se trataba de pasar de la «tribu» demasiado pequeña, a la «nación».

¿Cuál es mi grado de participación a la vida de la sociedad?, ¿a la vida de la Iglesia?

-«Ponnos un rey para que nos juzgue y gobierne, como todas las naciones.» El argumento principal es pues, "ser como las demás naciones". Es una reacción sana, en el fondo: a problemas nuevos, estructuras nuevas. Dios nos ha dado la inteligencia para «dominar la tierra y someterla». Parece que hay una cierta pereza a remodelar pura y simplemente las soluciones del pasado. Es una tentación constante de todas las organizaciones y de la misma Iglesia: no inventar más, estancarse, permanecer inadaptado a las nuevas circunstancias. Esto es también verdad de mi propia vida humana, profesional, familiar: quien no avanza, retrocede y está muy cerca de quedar vencido. Es también verdad de mi vida espiritual: quien se deja invadir por la rutina, por el sueño, está muy próximo a abandonar.

-Disgustó a Samuel que dijeran: "Danos un rey"... e invocó al Señor. Pero el Señor dijo a Samuel: «Haz caso a todo lo que el pueblo te dice, porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, porque no quieren que reine sobre ellos.»

Se manifiesta ya la divergencia de opción política. El pueblo y los ancianos piden una monarquía... pero el profeta Samuel no está de acuerdo. Y lleva a la oración este asunto. Y he ahí que Dios está de acuerdo con el profeta y, a la vez, con el pueblo: «haz lo que te pide».

Efectivamente, las cosas políticas son complejas.

Por un lado es verdad que el pueblo de Dios es «un pueblo aparte». Y el hecho de pedir un rey, parece un retroceso: hasta aquí Dios era quien gobernaba directamente ese pueblo.

Y el profeta está molesto, disgustado.

Por otro lado también es verdad que el pueblo de Dios es un pueblo humano y regido por las mismas leyes de todas las sociedades humanas: quieren llegar a ser como «las demás naciones».

Al concederles con cierto disgusto la monarquía, Samuel les anuncia, por adelantado, todos los inconvenientes del sistema: el fuero del rey les oprimirá.

Ayúdanos, Señor, a ver claro en nuestras situaciones ambiguas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 16 s.


2-2. /1S/07/15-17 /1S/08/01-22 BI/MALA-LECTURA

En nuestra lectura de la palabra de Dios representa un gran peligro lo que podríamos llamar «comer a la carta», o sea, llegarnos a la Biblia sumidos en nuestros prejuicios y fijarnos solamente en aquellos pasajes que parecen corroborar nuestra ideología o nuestros intereses. Esa instrumentalización de los textos sagrados es especialmente peligrosa en el campo de la política.

El famoso obispo y predicador francés Bossuet había escrito con absoluta buena fe un libro que tituló "Política sacada de la Sagrada Escritura", el cual, por más que estuviera relleno de citas bíblicas, en el fondo se inspiraba en Hobbes y otros pensadores de su tiempo, que le llevaban a justificar teológicamente la monarquía absoluta de Luis XIV. Y podríamos mencionar todavía ejemplos más recientes y más cercanos de la manipulación de la palabra de Dios a favor de determinadas ideas políticas, económicas o sociales.

Las lecturas de estos días sobre la aparición de la monarquía en Israel nos pueden vacunar contra esa enfermedad de nuestra religión al darnos cuenta de que el redactor de los libros de Samuel recogió intencionadamente en su trama narrativa documentos procedentes de ambientes que juzgaban distintamente la institución monárquica. El Espíritu Santo es pluralista. Los textos de hoy (lunes) y los del jueves próximo pertenecen a la versión llamada «antimonárquica», según la cual el deseo de Israel de tener un rey "como todos los pueblos" (8,5) es una especie de infidelidad a la que Yahvé y Samuel acceden de mal grado; las lecturas de martes y miércoles, sin embargo, corresponden a la versión «monárquica», que, si no fuese completada por la anterior, nos llevaría a creer que la iniciativa fue puramente de Dios. No podemos quedarnos con una sola de las dos versiones. Ni tampoco limitarnos a subrayar la contradicción y caer en el escepticismo tanto en lo que se refiere al deseo legítimo de conocer algo del origen histórico de la monarquía en el pueblo escogido como por el interés de extraer de ello alguna consecuencia en relación con la sociedad en que vivimos. Y la conclusión más importante y general que debemos sacar es seguramente la complejidad del fenómeno político y la ambigüedad de su relación con el reino de Dios.

En el comentario del sábado anterior explicábamos la aparición de la monarquía en función del peligro filisteo. Mañana veremos cómo sale Dios al encuentro de las necesidades y aspiraciones de su pueblo y, por medio del profeta Samuel, le otorga un rey.

La lectura de hoy nos muestra cómo, a pesar de todo la monarquía de Israel no debe ser como la de «los demás pueblos»: unos reyes déspotas que además pretenden divinizarse. Dios quería para su pueblo una convivencia fraterna y unos gobernantes al servicio de sus hermanos. Los inconvenientes de la monarquía, descritos en el capítulo 8,10-22, son los que se daban en las ciudades cananeas y que, de hecho, hallaremos asimismo en los tiempos de Salomón.

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 661 s.


3.- Mc 2, 1-12

3-1.

VER DOMINGO/07B


3-2.

1. (año I) Hebreos 4,1-5.11

a) La lectura de hoy habla mucho del «descanso» o el reposo.

DESCANSO/SENTIDO: En un primer sentido se refiere a la historia de Israel en el desierto: Dios les destinaba a la tierra prometida, donde encontrarían el reposo después de cuarenta años de peregrinación por el desierto. Pero por haber sido infieles a Dios, no merecieron entrar en ese descanso: la generación que salió de Egipto no entró en Canaán (Moisés tampoco).

En otras ocasiones se habla del descanso del sábado, imitación del descanso de Dios el séptimo día de la creación. Y también del descanso de Cristo Jesús en el sepulcro, después de llevar a cumplimiento la misión que el Padre le había encomendado: el reposo del Sábado Santo.

El autor de la carta atribuye la no entrada al descanso de los antiguos a su desobediencia y quiere que los cristianos aprendan la lección y no caigan en la misma trampa que los israelitas en el desierto. Tienen que ser perseverantes en su fidelidad a Dios y así conseguir que el Señor les admita al descanso verdadero, el descanso de Dios, el que nos consiguió Cristo con su entrega pascual. Por eso les recomienda encarecidamente: «Empeñémonos en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga siguiendo aquel ejemplo de desobediencia».

El descanso verdadero no es el de una tierra prometida: ése es un descanso efímero. El verdadero es llegar a gozar de la vida y la felicidad total con Dios, en la escatología: y aquí es Cristo Jesús el que, como nuevo Moisés, sí nos quiere introducir en ese descanso definitivo, al que él ya ha llegado.

b) Cada uno de nosotros es invitado hoy a perseverar en la fidelidad, para merecer ese descanso último y perpetuo, el que nos prepara Dios. El del domingo último, ¡el domingo sin lunes! Caminamos hacia delante. El reposo está en el Reino que Cristo nos prepara. El reposo está en Dios. Mejor: nuestro reposo es Dios.

Pero somos conscientes de que sentimos las mismas tentaciones de distracción y desconfianza y hasta de rebeldía. Como los israelitas merecieron el castigo, también nosotros podemos, por desgracia, desperdiciar la gracia que Dios nos ofrece: «También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos: pero de nada les sirvió porque no se adhirieron por la fe a lo que habían escuchado».

Los creyentes sí entraron en el descanso. Los incrédulos y rebeldes, no. ¿Nos sentimos acaso nosotros asegurados contra el fracaso y la posibilidad de desperdiciar la gracia de Dios? Cuando rezamos este salmo: «no olviden las acciones de Dios, sino que guarden sus mandamientos, para que no imiten a sus padres, generación rebelde y pertinaz», ¿lo aplicamos fácilmente a los judíos, o nos sentimos amonestados nosotros mismos ahora? Ser buenos un día, o una temporada, es relativamente fácil. Lo difícil es la perseverancia. El haber empezado bien no es garantía de llegar a la meta. Por estar bautizados o rezar algo no funciona automáticamente nuestra salvación y nuestra entrada en el reposo último. Escuchamos la Palabra, celebramos los Sacramentos y decimos oraciones: pero lo hemos de hacer bien, con fe, y llevando a nuestra existencia el estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Es lo que nos invita a hacer la carta a los Hebreos.

1. (año II) 1 Samuel 8,4-7.10-22

a) La escena de hoy es un momento crucial en la historia de Israel. Después de unos doscientos años bajo la guía de los Jueces, el pueblo pide un rey.

Hasta entonces las doce tribus iban por su cuenta, no muy bien coordinadas. Ahora se dan cuenta de que les iría mejor, social y militarmente (en su lucha contra los filisteos), que hubiera una fuerza unificadora, tal como ven que tienen los pueblos vecinos. Y piden a Samuel un rey.

Se ve en seguida -y se sigue viendo en toda la historia sucesiva- que a Samuel no le gusta nada la idea. Que no es nada «monárquico». Interpreta esta petición como una ofensa a Dios: ¿no les ha ayudado Dios hasta ahora? ¿es que se rebelan contra él? ¿van a olvidar sus incontables beneficios? ¿no es el Señor su rey?

A pesar de que Dios le dice a Samuel que se lo conceda, éste muestra sus reticencias dirigiéndoles un discurso antimonárquico, con una lista de agravios que les esperan si eligen un rey: el rey se «absolutizará», no se sentirá mediador entre Dios y el pueblo, los tiranizará. Esta lista de agravios -que fue escrita ciertamente después, a partir de la experiencia de tantos reyes malos- en aquel momento no consigue convencer al pueblo. Quieren a toda costa «ser como los demás pueblos», lo que no deja de ser legítimo desde el punto de vista técnico y político. Pero Samuel teme con razón que quieran copiar otras cosas: las costumbres morales y la religión idolátrica.

Ciertamente no se pueden negar las ventajas sociopolíticas y militares que la monarquía les aportó, si pensamos en reyes como David y Salomón. Como tampoco se puede ocultar la parte de razón de Samuel, si recordamos otros reyes caprichosos y tiránicos de la historia de Israel.

b) Monarquía o república o cualquier otro sistema político: todo puede ser bueno y malo. Lo importante, en cualquier régimen político, es buscar el bienestar de la comunidad siguiendo fielmente los valores de Dios. Los valores que nos ha propuesto ya en la Alianza del AT, pero sobre todo en la Alianza nueva en Jesucristo. Así será verdad lo de que «dichoso el pueblo que camina a la luz de tu rostro», como decimos en el salmo.

Ciertamente el estilo de autoridad que nos enseñó Jesús a los cristianos es diferente de éste que teme Samuel y que por desgracia han podido experimentar todos los pueblos a lo largo de la historia. Jesús les dice a sus apóstoles que no hagan como los jefes de este mundo, que tiranizan y dominan, sino que entiendan la autoridad como un servicio. Imitándole a él, que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida por los demás.

La consigna de «ser como los demás pueblos» puede tener aspectos legítimos, porque unos y otros podemos ayudarnos en aspectos políticos y económicos, y más si llegamos a una cooperación internacional que tiene en cuenta también a los más débiles. Pero seria una falsa consigna si «ser como los demás» fuera sinónimo de vivir como los no creyentes, de olvidar los caminos de Jesús, de absolutizar dioses falsos, de imitar las costumbres de la mayoría. Porque no siempre está la voluntad de Dios en la mayoría estadística ni en la moda ideológica del momento.

Esto, que nos toca a todos los cristianos, de un modo particular puede ser aviso para los sacerdotes y religiosos, que han aceptado seguir a Cristo a partir de una llamada más radical de cumplimiento de su evangelio. Cuántas veces les dice Cristo a sus seguidores que estarán en el mundo, pero no deben ser del mundo.

2. Marcos 2,1-12

a) Es simpático y lleno de intención teológica el episodio del paralítico a quien le bajan por un boquete en el tejado y a quien Jesús cura y perdona.

Es de admirar, ante todo, la fe y la amabilidad de los que echan una mano al enfermo y le llevan ante Jesús, sin desanimarse ante la dificultad de la empresa.

A esta fe responde la acogida de Jesús y su prontitud en curarle y también en perdonarle. Le da una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. A eso ha venido el Mestas: a perdonar. Cristo ataca el mal en sus propias raíces.

La reacción de los presentes es variada. Unos quedan atónitos y dan gloria a Dios.

Otros no: ya empiezan las contradicciones. Es la primera vez, en el evangelio de Marcos, que los letrados se oponen a Jesús. Se escandalizan de que alguien diga que puede perdonar los pecados, si no es Dios. Y como no pueden aceptar la divinidad de Jesús, en cierto modo es lógica su oposición.

Marcos va a contarnos a partir de hoy cinco escenas de controversia de Jesús con los fariseos: no tanto porque sucedieran seguidas, sino agrupadas por él con una intención catequética.

b) Lo primero que tendríamos que aplicarnos es la iniciativa de los que llevaron al enfermo ante Jesús. ¿A quién ayudamos nosotros? ¿a quién llevamos para que se encuentre con Jesús y le libere de su enfermedad, sea cual sea? ¿o nos desentendemos, con la excusa de que no es nuestro problema, o que es difícil de resolver?

Además, nos tenemos que alegrar de que también a nosotros Cristo nos quiere curar de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo mal. La afirmación categórica de que «el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados» tiene ahora su continuidad y su expresión sacramental en el sacramento de la Reconciliación. Por mediación de la Iglesia, a la que él ha encomendado este perdón, es él mismo, Cristo, lleno de misericordia, como en el caso del paralítico, quien sigue ejercitando su misión de perdonar. Tendríamos que mirar a este sacramento con alegría. No nos gusta confesar nuestras culpas. En el fondo, no nos gusta convertirnos. Pero aquí tenemos el más gozoso de los dones de Dios, su perdón y su paz.

¿En qué personaje de la escena nos sentimos retratados? ¿en el enfermo que acude confiado a Jesús, el perdonador? ¿en las buenas personas que saben ayudar a los demás? ¿en los escribas que, cómodamente sentados, sin echar una mano para colaborar, sí son rápidos en criticar a Jesús por todo lo que hace y dice? ¿o en el mismo Jesús, que tiene buen corazón y libera del mal al que lo necesita?

«Empeñémonos en entrar en el descanso de Dios» (1ª lectura, I)

«Que pongan en Dios su confianza y no olviden las acciones de Dios» (salmo, I)

«Dichoso el pueblo que camina a la luz de tu rostro» (salmo, II)

«Hijo, tus pecados quedan perdonados» (evangelio)

«Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 33-37


3-3.

Primera lectura: 1 de Samuel 8, 4-7.10-22a
Gritaréis contra el rey, pero Dios no os responderá.

Salmo responsorial: 88, 16-17.18-19
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Evangelio: San Marcos 2, 1-12
El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.

La fama de Jesús se ha extendido por toda la región alrededor del lago de Galilea; al regresar a Cafarnaún, mucha gente va a verlo y el habla a la multitud. Traen un paralítico que deben bajarlo por una abertura que hacen en el techo hasta donde está Jesús pues es grande la aglomeración de personas a la entrada de la casa.

Las primeras palabras de Jesús desencadenan los acontecimientos. Dice al paralítico que sus pecados quedan perdonados. Los maestros de la ley que lo escuchan se escandalizan, pues sólo Dios puede perdonar pecados, y sólo lo hace a través de sus intermediarios: los sacerdotes y la estructura organizada para purificar al pecador. Según ellos Jesús no sólo blasfema, sino que usurpa atribuciones. Hay pues dos proyectos confrontados:

- El proyecto de Jesús, que propone una renovación del ser humano desde su interior, que las personas descubran que las estructuras y sus funcionarios los han apartado del proyecto de Dios y que este descubrimiento los lleve a aceptarse como hijos e hijas de Dios, miembros de una comunidad de hermanos y no sometidos a las estructuras alienantes. Por eso, aunque lo prioritario para el paralítico y para quienes lo llevaron era la curación física, Jesús primero le perdona sus pecados.

- El proyecto de los maestros de la ley, quienes piensan que la curación física es lo primordial para ser aceptado en el pueblo de Dios. Según la manera de pensar del momento comienzan por lo secundario, pues la enfermedad era considerada consecuencia del pecado.

Aunque esta curación sirvió de prueba para los presentes de que Jesús sí tenía poder para perdonar pecados, su manera de proceder -perdón de los pecados y después la curación física- relativiza la curación física y da prioridad al cambio interior, a la acogida del que sufre, a quien llama "hijo mío"(v.5)

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 4, 1-5.11: Esforcémonos por entrar en el Descanso de Dios.

Sal 77, 3-4.6-8

Mc 2, 1-12: Jesús cura a un paralítico de su pecado y de su enfermedad.

La actitud de Jesús es integradora siempre, con una visión «holística», diríamos hoy, es decir, dotada de una perspectiva que apunta siempre al todo, al conjunto, a la totalidad; ni siquiera a la suma de las partes, sino a esa unidad mayor que es el todo, que es algo más que la simple «suma de las partes». Jesús cura a aquella persona integralmente: lo cura a la vez de su pecado y de su enfermedad. Y ambas curaciones son parte de su ministerio.

Ni espiritualismo ni materialismo, sino una visión integral y holística. La realidad es una e integral. Somos nosotros muchas veces, con nuestra visión intelectualizada y viviseccionadora, los que partimos la realidad y la separamos. Para Jesús no va por una parte la liberación material y por otra la espiritual: lo que hay que liberar es la persona en su totalidad. La liberación del mal físico (del hambre, de la enfermedad, de toda forma de muerte) es liberación del ser humano, es presencia del Reino, es Reino de Dios, es salvación. Hay una unidad entre la liberación y la salvación. Cuando sanamos el cuerpo, cuando saciamos el hambre, cuando eliminamos la ignorancia, cuando liberamos, salvamos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Hebreos 4, 1-5.11: Hacer el esfuerzo para entrar al Reino

Salmo responsorial: 77,1-8

Marcos 2, 1-12: Tus pecados te son perdonados

En este pasaje de la carta a los Hebreos resuena varias veces la palabra "descanso", como una exhortación a los fieles a que se esfuercen por ser hallados dignos de entrar en el "descanso" de Dios, es decir, en su amistad, su gracia, su amor y su vida. Se trata de una interpretación cristiana de las palabras del salmo 94 (95 en la numeración hebrea): "por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso", aplicadas a la actitud con que sus contemporáneos y paisanos se negaron a recibir a Jesús.

También nosotros, diciéndonos y sintiéndonos cristianos, podemos vernos excluídos de ese "descanso" de Dios. Cuando nuestra falta de fe nos lleve a poner las convenciones humanas, los pequeños intereses personales, las normas y los códigos, sobre el amor y la ayuda a nuestros hermanos más necesitados.

Marcos nos cuenta que, después de un leproso, viene un paralítico en busca de Jesús; está completamente a merced de las buenas personas que lo cargan en su camilla, tal vez sus familiares que perseveran en ayudarle. Como encuentran a Jesús tan ocupado, predicando en la casa, rodeado de tanta gente, hasta el punto de no poder ni verlo ni acercársele, se las ingeniaron para abrir un boquete en el techo y descolgar al paralítico en su camilla, ¡justo a los pies de Jesús! Maravilla tanta fe, tanta determinación y hasta cierta osadía. Jesús no los alaba de entrada, no sana la parálisis, sino que le perdona al paralítico sus pecados, causando escándalo entre los especialistas de la ley, los escribas presentes. Según ellos, solamente Dios puede perdonar los pecados, por tanto Jesús está blasfemando, atribuyéndose poderes divinos.

Jesús adivina sus pensamientos y les sale al paso: "Para que vean que el Hijo del hombre tiene poder de perdonar pecados", sana al paralítico. Y así el perdón de los pecados queda manifestado en la salud corporal recuperada, en la autonomía personal ya no necesitada de la asistencia forzada de los demás, en la liberación de las ataduras de los miembros impedidos de movimiento, en la posibilidad de seguir a Jesús, de valerse por sí mismo, de servir a los demás. El perdón de Dios, concedido por Cristo sin condiciones ritualistas, sin mediaciones interesadas, de manera absolutamente gratuita, como respuesta a la fe que busca empecinadamente recuperar la dignidad humana, alcanza la plena liberación de cualquier atadura antihumana; restablece la relación dialogante entre el hombre y Dios. Por eso la gente sencilla, presente cuando Jesús perdona y sana al paralítico, dice acertadamente: "nunca hemos visto nada igual"; lo mismo que tenemos que decir hoy, nosotros, cuando leemos este Evangelio, esta buena noticia de nuestra liberación.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

“El interés tiene pies”. “Querer es poder”. “El que quiere azul celeste que le cueste”. Estas tres sentencias de la filosofía popular fueron aplicadas con éxito por los parientes del paralítico. Jesús estaba en una casa “atrapado” por las multitudes: imposible el acceso por los caminos convencionales. Así que: ¡fuera techo!

Los familiares del paralítico buscaban la salud para el cuerpo de un pariente. Jesús le dio más y le otorgó también la del alma, mucho más valiosa. Sólo Cristo puede devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Sólo él cura nuestras heridas con el bálsamo de su amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que desmantelar tejados para obtener su perdón! Nosotros mismos podemos acudir sin que nadie tenga que llevarnos...

H. Vicente David Yanes


3-7. CLARETIANOS 2003

El conocimiento de Jesús llega hasta la casa de la verdad. El poder de Jesús llega hasta la casa de la salud. La potestad de Jesús llega hasta la casa de la gracia, donde Dios habita y donde Dios solo llega: hasta hacer de nosotros unas criaturas nuevas, liberadas de la contumacia en el mal y de la impotencia para lo bueno, rescatadas de la rebeldía o indiferencia hacia él, del desapego y la hostilidad contra los otros, y rehechas para la comunión.

Hace unos días leí una obra de Camilo José Cela: “La familia de Pascual Duarte”. Me quedé con ganas de releerla más despacio. Me dejó la impresión de que había en ese texto mucho verismo y una notable penetración sobre cosas oscuras que se dan en la condición humana. De Pascual Duarte había dicho, aproximadamente, el cura del pueblo: “es una rosa crecida en un estercolero”, frase que Pascual no comprendió. No voy a referir el rumbo que tomó su vida. Sólo quiero aludir a tres cosas que cobran particular relieve en el desenvolvimiento de los hechos: el peso que pueden tener sobre ese rumbo la desgracia que recae una y otra vez sobre las personas y una como fatalidad que se cierne sobre ellas; la poderosa y maligna influencia de frases asesinas que machaconamente repetimos a los otros y contra los otros; la presión que sobre los individuos ejercen los “códigos de honor” de una sociedad. Son claves que permiten abrir resquicios para explicarnos los derroteros de la vida de un ser humano.

Pero, si el pecado del mundo gravita poderosamente sobre estas pobres existencias nuestras, la gracia de Dios otorgada en Cristo gravita todavía con mucha más fuerza. Se advierte ya en los más que relámpagos de ternura de ese hombre, en los actos en que logra contener las reacciones espontáneas, en el arrepentimiento sincero, en el relato franco de su historia y las reflexiones que lo escanden. Es verdad que la narración no llega a ser como el libro de las Confesiones de Agustín (o sea, un reconocimiento escrito y público de las misericordias de Dios sobre su propia historia de culpa y retorno); pero que quizá el obispo de Hipona no se desdeñara en prohijar esta novela como un lejano e insospechado retoño suyo. Poco importa que algunos testigos del final de Pascual Duarte insistieran en la pérdida de compostura del protagonista en los últimos momentos. ¿Por qué no esperar que seguía cerniéndose y gravitando sobre él la gracia, y que sobre la tempestad psíquica flotaba a salvo el “hágase la voluntad de Dios” pronunciado poco antes?

La palabra de Jesús llega más hondo que nuestro pecado. No sólo en el momento penúltimo de la vida, sino en el instante en que, por la fuerza de esa palabra, nos levantamos, cogemos nuestra camilla y echamos a andar a la vista de todos.

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


3-8. 2001

COMENTARIO 1

v. 2,1 Entró de nuevo en Cafarnaún y, pasados unos días, se supo que estaba en casa.

Jesús vuelve sin publicidad a Cafarnaún (cf. 1,45). La casa donde está Jesús es figura de «la casa de Israel», en este caso de la comunidad judía de Galilea, representada por la gente de Cafarnaún.


v. 2 Se congregaron tantos que ya no se cabía ni a la puerta, y él les exponía el mensaje.

Los habitantes de la ciudad, que habían intentado hacer líder a Jesús (1,32-34.35-39), acuden en gran número. Para sacarlos del exclusivismo y nacionalismo que habían mostrado, Jesús les expone el mismo mensaje proclamado antes por el leproso curado, pero ahora con un horizonte más amplio: el reinado de Dios no estará limitado a Israel ni centrado en él, se abre a los hombres de todos los pueblos.

vv. 3-4 Llegaron llevándole un paralítico transportado entre cuatro. Como no podían acercárselo por causa de la multitud, levantaron el techo del lugar donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.

El mensaje que propone Jesús se escenifica en la curación del paralíti­co, figura de la humanidad «pecadora» (5), es decir, según el modo de hablar judío, pagana (cf. Gál 2,15); ésta acude a «la casa de Israel» bus­cando su salvación en Jesús. El paralítico y sus portadores representan dos aspectos de esa humanidad: los cuatro portadores (alusión a los cua­tro puntos cardinales, indicador de universalidad) representan su anhelo de salvación; el paralítico, incapaz de valerse por sí mismo, su situación prácticamente de muerte. La comunidad judía impide el acceso a Jesús, no deja paso. Pero el anhelo de salvación de los paganos es tan grande que los portadores no se arredran, rompen el cerco judío.


v. 5 Viendo Jesús la fe de ellos, le dice al paralítico: «Hijo, se te perdonan tus pecados».

Jesús ve la fe de los portadores (revelada en sus acciones), pero habla sólo al paralítico (prueba de la identidad de unos y otro). El apelativo «hijo» se usaba, en sentido teológico, respecto al pueblo judío (Ex 4,22; Is 1,2; Jr 3,19; Os 11,1); Jesús lo aplica al que representa a la humanidad pagana. La fe o adhesión a Jesús y a su mensaje cancela el pasado peca­dor del hombre (cf. 1,4).


vv. 6-7 Pero estaban sentados allí algunos de los letrados y empezaron a razo­nar en su interior: «¿Cómo habla éste así'? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios solo?»

Los letrados allí sentados (instalados), que nunca hablan en voz alta, son figura de la doctrina teológica oficial, que domina aún la mente de los presentes: éstos, dóciles a lo que les han enseñado, no admiten que un hombre pueda hablar así y piensan que Jesús blasfema, queriendo usurpar el puesto de Dios.



vv. 8-11 Jesús, intuyendo cómo razonaban dentro de ellos, les dijo al momen­to: «¿Por qué razonáis así? ¿Qué es mas fácil, decirle al paralítico «se te perdo­nan tus pecados» o decirle «levántate, carga con tu camilla y echa a andar»? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para per­donar pecados...» -le dice al paralítico: «A ti te digo: Levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa».

Por primera vez usa Jesús la denominación el Hijo del hombre, inspira­da en Dn 7,13, que designa en el evangelio al que posee la plenitud del Espíritu (1,10). El reinado de Dios consiste en la creación del hombre nuevo en su doble aspecto: liberándolo del pasado que lo paraliza y comunicándole vida (Espíritu, cf. 1,8) y autonomía para que pueda dis­poner de sí mismo y desarrollar libremente su actividad (12). Jesús, el Hombre-Dios, ejerce en la tierra (universalidad) las funciones de Dios mismo. En su tanto, todos lo que participen de su Espíritu (1,8) tienen la misma misión.

El contacto del Reino con los paganos, no será, pues, para dominar­los, como lo expresaba el texto de Dn 7,13-14 y lo concebía el mesianismo davídico, sino para darles vida. Y la humanidad no judía que da su adhesión a Jesús no tiene que abandonar su propia cultura para incorpo­rarse a Israel (oposición entre en casa, v. 1, y márchate a tu casa, v. 11).



v. 12 Se levantó, cargó en seguida con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron atónitos y alababan a Dios diciendo: «¡Nunca hemos visto cosa igual!»

La gente no sólo queda admirada, sino que, al percibir la nueva vida que Jesús comunica, acepta este mensaje y se dirige adonde está Jesús para seguir escuchando su enseñanza. El mar, apertura al mundo pagano (cf. 1,16).



COMENTARIO 2

Muchas veces el anuncio de la Palabra encuentra obstáculos a causa del particularismo humano, presente incluso en los propios dirigentes de la institución religiosa. En tiempos de Jesús los escribas, encargados de transmitir la Palabra, se habían convertido en obstáculos para su comunicación debido a las múltiples prescripciones y leyes con que la acompañaban, ahogando la Palabra viva de Dios.

También hoy en las mejores instituciones y grupos religiosos pueden existir nuevos escribas, personas preocupadas de tal forma por la letra y las prescripciones que dificultan, a veces, la difusión de la Buena Noticia de salvación.

Acarrear a la humanidad doliente para presentarla ante Jesús supondrá, como en aquellas cuatro personas que trasladaban al paralítico, romper el techo de la casa en lo que tiene de impedimento para la actualización de la sanación y del perdón.

Desde el poder que tiene el Hijo del hombre para perdonar los pecados, la comunidad eclesial debe convertirse en el lugar de la transmisión de dicho perdón aunque, a veces, esa tarea se convierta en fuente de conflictos aún dentro de la propia institución religiosa.

Aferrarse a toda costumbre o ley que signifique legitimar ámbitos de exclusión es la actitud de los escribas, que se sienten dueños de la casa en que se encuentra también Jesús y que, invocando motivos religiosos, impiden la realización del designio divino.

Se hace necesario, por tanto, revisar toda práctica comunitaria que no esté en consonancia con la práctica de la misericordia de Dios que debe manifestarse en los seguidores del Hijo del hombre.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. 2002

Jesús vuelve a Cafarnaún, continuando la activi­dad sanadora iniciada en aquella ciudad. Al enterarse los habitantes «fueron allá tantos...» Se trata, por tanto, de una multitud de judíos que acude a oír su enseñanza. Pero Marcos, para quien la enseñanza de Jesús son sus obras, en lugar de referir el contenido de ésta, narra la curación del paralítico, de fuerte valor simbólico. El hombre, llevado por «cuatro» (el nú­mero de los puntos cardinales, que indica totalidad), simboliza a la humanidad pecadora, incapaz de valerse por sí misma, que llega a la puerta de la casa (de Israel) en busca de salvación. Pero Israel impide el acceso del paralítico-humanidad a su casa donde Je­sús se encuentra. Allí no caben los paganos, ni los pecadores, ni las prostitutas, ni los excluidos del pue­blo, ni los pueblos excluidos...

Por eso, para llegar a Jesús, los portadores del paralítico tendrán que romper el cerco judío que se ha quedado con Dios en exclusiva y que propugna un «día de gracia para el pueblo» y espera otro en el que los pueblos paganos experimenten la venganza y el casti­go divinos (Is 61, 1-2).

Pero llama la atención que esta enseñanza de Je­sús sea aceptada por la gente sencilla que alaba a Dios. Ya empiezan a comprender en qué consiste la sociedad alternativa o Reino de Dios: una comunidad de hombres y mujeres, abierta a todos, donde todos se sienten hermanos, y tienen todos un mismo Padre.

¿Dónde está esta comunidad? Otro gallo nos cantaría a la Iglesia si diésemos esta imagen de acogida...

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10.

Comentario: Rev. D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)

«Hijo, tus pecados te son perdonados (...). A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»

Hoy vemos nuevamente al Señor rodeado de un gentío: «Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio» (Mc 2,2). Su corazón se deshace ante la necesidad de los otros y les procura todo el bien que se puede hacer: perdona, enseña y cura a la vez. Ciertamente, les dispensa ayuda a nivel material (en el caso de hoy, lo hace curando una enfermedad de parálisis), pero —en el fondo— busca lo mejor y primero para cada uno de nosotros: el bien del alma.

Jesús-Salvador quiere dejarnos una esperanza cierta de salvación: Él es capaz, incluso, de perdonar los pecados y de compadecerse de nuestra debilidad moral. Antes que nada, dice taxativamente: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc 2,5). Después, lo contemplamos asociando el perdón de los pecados —que dispensa generosa e incansablemente— a un milagro extraordinario, “palpable” con nuestros ojos físicos. Como una especie de garantía externa, como para abrirnos los ojos de la fe, después de declarar el perdón de los pecados del paralítico, le cura la parálisis: «‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos» (Mc 2,11-12).

Este milagro lo podemos revivir frecuentemente nosotros con la Confesión. En las palabras de la absolución que pronuncia el ministro de Dios («Yo te absuelvo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo») Jesús nos ofrece nuevamente —de manera discreta— la garantía externa del perdón de nuestros pecados, garantía equivalente a la curación espectacular que hizo con el paralítico de Cafarnaum.

Ahora comenzamos un nuevo tiempo ordinario. Y se nos recuerda a los creyentes la urgente necesidad que tenemos del encuentro sincero y personal con Jesucristo misericordioso. Él nos invita en este tiempo a no hacer rebajas ni descuidar el necesario perdón que Él nos ofrece en su alcoba, en la Iglesia.


3-11. Reflexión

Que importante es la fe de los demás, aun para nuestra propia salvación. En este pasaje nos relata san Marcos que fue precisamente por la fe y la cooperación de los que acompañaban al paralítico (que lo llevaron y luego se ingeniaron para poder presentárselo), que Jesús le perdonó sus pecados y después hasta le dio la salud física. Tú también puedes ser el instrumento de Dios para que alguno de tus amigos o amigas se acerquen al sacramento de la reconciliación. Algunas personas tienen mucho tiempo sin acercarse pues piensan que saldrán regañadas… y están en un error. El sacramento de la Reconciliación es el SACRAMENTO DEL AMOR DE Dios. Es el espacio en que nuestro pecado se encuentra con la misericordia de Dios. Los que llevaban la camilla estaban convencidos que Jesús haría algo por su amigo. Si tú realmente crees esto, ayuda a quien no conoce bien el sacramento y que está esperando oír: Tus pecados te son perdonados.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-12. Curación de un paralítico

Fuente: Catholic.net
Autor: Miguel Ángel Andrés Ugalde

Reflexión:


¡Qué atrayente es la persona de Jesús! ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían!. Es cautivadora su figura porque refleja el amor del Padre. Él les hablaría del amor misericordioso de Dios que perdona al que le ofende y luego de perdonarle le ama como al más querido de sus hijos. No le guarda resentimiento, sino que le da todo lo que daría al hijo fiel y todavía más porque sabe que es débil y necesita de un mayor amor y cuidado.

Sin embargo, no todos los presentes le escuchaban por primera vez, al menos así parece por la forma de actuar. Quizá le estaban siguiendo desde tiempo atrás, quizá le habían visto obrar y habían convivido con Él. No lo sabemos. El hecho es que aparecen cuatro personas que conducen a un enfermo a Cristo. ¿Por qué lo hacen? Lo más seguro es que ya conocían al Maestro y también conocían el amor que en ese momento enseñaba a los demás. Quizá habían sido objetos de su bondad divina y ahora se dedican a pregonar la gran novedad del amor de Dios. Ha sido tan grande su experiencia y es tan grande la felicidad que han sacado de ella, que se dedican a comunicarla a los demás y a tratar de hacerla partícipe al mayor número de personas posibles. Es tan grande su deseo de transmitirla que rompen el techo de la casa para que un hombre más goce de la felicidad que da ser blanco del amor divino.

Así debemos hacer cada uno de nosotros en nuestras vidas: Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo al mayor número de personas posible, por encima del cansancio o del sacrificio que ello pueda implicar. La verdadera felicidad de muchas personas depende de nuestro mensaje. No lo reservemos para nosotros mismos.


3-13.

Desde hace muchos años, este es un pasaje de los evangelios a través del cual me siento directamente interpelada por Jesús. Sus palabras son directas y claras para mí, así las oigo: “Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y echa a andar” Sin embargo, no siempre mi corazón es todo oídos a esas palabras. Muchas veces me cuesta ponerme delante del Señor y pedirle que me levante de la cama en la que estoy postrada. Gracias a su infinito amor, tengo hermanas y hermanos en Cristo que, como a este paralítico, me llevan cargada en dicha camilla y me ponen frente a él. Ese ponerse delante de Jesús no es tarea fácil. Requiere de mucha fe, confianza y amor a Él. Muchas cosas me lo impiden. En algunos momentos estoy tan acostumbrada a la camilla que me da miedo salir de ella. ¿Qué haría yo de pie? ¿Qué haría si pudiera andar? Levantarse de la camilla es un acto de confianza en Dios que debemos renovar cada día. Saber que desde ese momento en adelante, él tendrá el control de nuestras vidas nos aterra. Nuestra condición humana lucha contra ello. Queremos nosotros controlar, por eso preferimos quedarnos en la camilla. En algunas ocasiones pensamos que es mucho más fácil lidiar con el dolor que sobrellevamos, que con la felicidad que nos tiene preparada nuestro Dios, por eso preferimos quedarnos postrados.

Señor, permíteme que día a día pueda renovar ni confianza en ti. Renovar delante d ti, día a día mi decisión de ponerme delante de ti y echar a andar. Quiero dar gracias por tantas hermanas y hermanos quienes día a día, aunque sea con una sencilla oración, toman mi camilla y la ponen delante ti.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-14. DOMINICOS 2004

SAMUEL, TU ERES VIEJO; DANOS UN REY

No olvidemos las acciones del Señor.
Contemos sus hazañas a las generaciones futuras.
Que los hijos no imiten las rebeldías de sus padres infieles.

Avanzamos rápidamente en la lectura del libro de Samuel.
Entre los capítulos 4º y 7º se cuentas numerosas victorias y derrotas de los israelitas en su afán de conquista y dominio de Palestina.

El símbolo de la protección de Dios, el Arca de la alianza, está unas veces en manos de israelitas, y otras en campo de los filisteos. Una montaña es testigo de la victoria, y un valle lo es del fracaso.

Así pasan los años, hasta que Samuel, en su ancianidad, confía sus funciones de juez y árbitro en manos de sus hijos. Pero éstos no poseen dotes de caudillaje y no satisfacen al pueblo. Les falta carisma, intuición, perspicacia, y los pueblos enemigos –vencedores- se ensoberbecen.

Ante esa situación delicada el pueblo pide a Samuel que le nombre un Rey, como lo hacen los otros pueblos, y Samuel tiembla ante semejante petición. Teme que se eclipse la presencia divina en la vida del pueblo elegido. Pero pronto, iluminado por Yhavé, cede a la petición del pueblo. El realismo y la prudencia se imponen.

LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS

Libro primero de Samuel 8, 1-7. 10-22 :
”Cuando envejeció Samuel, puso para jueces de Israel a sus dos hijos, Joel y Abia ..., y éstos juzgaban en Berseba. Pero los hijos no siguieron los caminos del padre...; recibían presentes y violaban la justicia.
Entonces se reunieron los ancianos de Israel y vinieron a Samuel, en Rama, y le dijeron: “Tú eres ya viejo, y tus hijos no siguen tus caminos; danos un rey para que nos juzgue, como todos los pueblos.
A Samuel le disgustó..., y se puso a orar al Señor.
El Señor le respondió: Haz caso al pueblo en lo que te pidan. No te rechazan a ti sino a mí... Samuel comunicó la palabra del Señor... y les expuso los derechos del rey ...
El pueblo no quiso hacer caso a Samuel e insistió...: ¡Queremos un rey... que gobierne y salga al frente de nosotros...!”

Evangelio según san Marcos 2, 1-12 :
“A los pocos días de haber curado a un leproso, volvió Jesús a Cafarnaúm...
Acudieron tantos a su casa que no quedaba sitio ni a la puerta. Pero les proponía la palabra.
De pronto, llegaron cuatro llevando a un paralítico..., abrieron un boquete en el techo y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían , dijo al paralítico: hijo, tus pecados quedan perdonados..... Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa...”

REFLEXIÓN PARA ESTE DÍA

Experiencia del pueblo de Dios.

En el libro de Samuel los israelitas parecen vivir experiencias religiosas y sociales importantes que conviene actualizar y revisar con mentalidad nueva.

1) El hecho de sentirse “pueblo elegido, pueblo de Dios”, ¿significa que Dios haya de ir delante de sus soldados en las campañas militares y que guíe sus conquistas sociopolíticas o que garantiza el éxito en unas acciones interesadas?
Ese Dios sería como una máquina que fabrica éxitos; no nos vale.

2) ¿Cabría, entonces, pensar que el “pueblo elegido” puede y debe seguir en su organización y vida el camino cultural, político, organizativo, que se va suscitando entre los otros pueblos?

Sí, naturalmente. Quien se aisla muere antes de tiempo.

3) ¿Peligra, en ese caso, que el “pueblo elegido” cumpla los designios de Dios y sea cauce histórico de salvación por el Mesías venidero? En modo alguno. Cualquier pueblo puede beneficiarse de los bienes humanos y culturales sin alejarse y abandonar a su Dios.

No es bueno confundir o mezclar lo divino y lo humano, sobre todo para defender lo que nos interesa. Si los reyes o las leyes o las costumbres no son buenas, será culpa de la maldad de los hombres, no de la sabiduría y voluntad de Dios.


3-15.

LECTURAS: 1SAM 8, 4-7. 10-22; SAL 88; MC 2, 1-12

1Sam. 8, 4-7. 10-22. ¿Esta clase de nepotismo y favoritismo, de la que hoy nos da cuenta el primer Libro de Samuel, continuará vigente entre los gobernantes actuales? Dios no rechaza a los gobernantes legalmente constituidos. Pero sí rechaza los abusos que muchas veces cometen. Estar al frente de un pueblo como gobernante es convertirse en servidor de todos para procurar el bien de todos. El poder no puede utilizarse para los propios intereses, pues de lo contrario el gobernante se convertiría en un opresor de su pueblo. Toda autoridad viene de lo alto. ¡Y qué ejemplo tan maravilloso se conserva en algunas naciones cuando al inicio del mandato se jura, sobre la Biblia, servir a su pueblo, supongo que bajo la luz y la guía de la Palabra de Dios! pues de lo contrario no tendría por qué utilizarse la Biblia sólo como un ritual sin sentido. Pero ¿se amolda la vida de los gobernantes a esa Palabra de Dios? ¿Esa Palabra les acompaña en sus tomas de decisiones y en los proyectos a favor de los suyos, como proyectos de vida y no de muerte? Que la Palabra de Dios nos acompañe a todos los cristianos para que, incluso en el ambiente familiar, estemos al servicio del Evangelio y de la salvación de todos.

Sal. 88. Dios siempre está con nosotros. Pareciera que a veces nuestros enemigos nos cobraran ventaja. Sin embargo, al igual que en Cristo, en nosotros la muerte no tiene la última Palabra. Dios siempre estará de nuestra parte y hará que, junto con Cristo, nos levantemos victoriosos sobre el pecado y la muerte. Por eso, quienes hemos puesto nuestra fe en Dios y caminamos a su luz nos sentimos confiados en el Señor como niños recién alimentados en brazos de su madre. Dios es nuestro honor y nuestra fuerza; Él es nuestro escudo y nuestro Rey ¿a quien vamos a tenerle miedo? ¿quién podrá hacernos temblar? Si Dios está con nosotros ¿quién estará en contra nuestra? ¿quién podrá vencernos? Confiemos en el Señor y dejémonos guiar por su Espíritu Santo.

Mc. 2, 1-12. Cuando proclamamos el Evangelio ¿hasta dónde llega nuestra fe? ¿Sólo queremos ilustrar la mente de los demás hablándoles con discursos magistralmente preparados? La finalidad de la evangelización es conducir a todos a Cristo, aún con los medios más creativos e inverosímiles para encontrar en Él, no sólo la curación o la ayuda en las necesidades materiales, sino el perdón de los pecados y el ser hechos hijos de Dios, por nuestra unión al Señor. Sólo basta dejarse conducir por el Espíritu Santo, quien nos ayudará a descubrir los caminos necesarios para cumplir con la misión que Dios nos ha confiado. Y esto, porque no basta que, por ejemplo, en una celebración hablemos de Cristo. A través de los años muchos han oído hablar de Él y casi se les ha hecho una costumbre, que a veces malamente soportan. Tendremos que preguntarnos si a través de tantos años de escuchar hablar del Señor realmente hemos sido conducidos a un encuentro personal con Él. Pues si esto no se ha hecho realidad en nosotros quiere decir que inútilmente nos estamos desgastando por Cristo; que tal vez los demás alaben nuestras palabras, pero que éstas den poco fruto en ellos. Y esto no solo es para que lo reflexionen los Ministros, sino toda la Iglesia, que por voluntad de Cristo, está al servicio del Evangelio.

Ojalá y no vengamos a esta Eucaristía sólo para recibir de Dios favores, tal vez materiales, tal vez de salud. Quienes no conocen a Dios se preocupan por todas esas cosas; en cambio, nosotros sabemos que Dios conoce todo lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos. Por eso, busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá a nosotros por añadidura. El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía para levantarnos y ponernos en camino como hombres que dan testimonio de su fe con una vida que ha sido renovada en Cristo. Entrar en comunión de vida con el Señor nos convierte en testigos del amor de Dios en el mundo. La Iglesia de Cristo no puede quedarse como paralítica, sólo recibiendo los dones de Dios, sino que ha de ir por todas partes para cumplir la Misión que su Señor le confió: Hacer que el anuncio del Evangelio llegue hasta los últimos rincones de la tierra.

La vida de los que creemos en Cristo no ha quedado separada del mundo y de las responsabilidades que tenemos en Él. En el desarrollo de nuestras diversas actividades nos hemos de manifestar no como opresores, sino como servidores de los demás. Quien lo tiene todo, que le dé gracias a Dios y que abra los ojos para ser justo con su prójimo y no querer aprovecharse de él, ni querer comprarlo por un par de sandalias. Quien vive como trabajador, que también le dé gracias a Dios, y que viva con gran responsabilidad aquello en lo que se ha comprometido, de tal forma que su trabajo no se convierta en un fraude para quienes han requerido de sus servicios. Dios nos quiere a todos en camino de amor servicial, no sólo para construir la ciudad terrena, sino para que, en medio de las realidades temporales vayamos haciendo realidad entre nosotros los auténticos valores que distinguen la presencia del Reino de Dios entre nosotros, como pueden ser: trabajar por la verdad, vivir y caminar en el amor fraterno, hacer nuestra la auténtica justicia social, dar las mismas oportunidades a todos para que todos puedan disfrutar una vida digna. Finalmente, quienes nos sabemos hijos de Dios no podemos dedicarnos a hacer el mal a nadie, sino pasar haciendo el bien a todos, especialmente a los más pobres y necesitados. Y esto, como fruto de nuestra unión y cada vez mayor identificación con Cristo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sentirnos amados por Dios. De saber que en su amor Él no sólo nos perdona y nos comunica su Vida y su Espíritu, sino que nos quiere en camino para hacer que a todos llegue su amor salvador, como a nosotros ha llegado. Que Dios nos conceda vivir, no orgullosamente, sino con la sencillez de quien se reconoce pecador y no dueño, sino siervo puesto a favor del Evangelio de Cristo. Amén.

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3-16. CLARETIANOS 2004

CUANDO SE TE CIERRAN TODAS LAS PUERTAS SIEMPRE QUEDA UN HUECO POR EL TEJADO. Tal es el mensaje del evangelio de hoy. Vamos por partes. Jesús entra en una casa. Todos se agolpan para escuchar su palabra. Mejor dicho, no todos: un paralítico no puede llegar hasta Jesús a causa del gentío. Sus compañeros deciden subirle por el tejado, abrir un hueco y descolgar la camilla. Hace falta ser muy osados, estar muy necesitados, tener mucha prisa y poco sentido del ridículo para hacer lo que aquellos hombres hicieron. En esta lectura se esconde un mensaje de esperanza: nunca se puede hablar por completo de que todas las puertas se han cerrado, de que las cosas no tienen arreglo. Y aunque las puertas estén cerradas siempre queda un hueco por el tejado. Dios, dice el refrán, aprieta pero no ahoga . Dios aprieta pero no ahoga porque lo suyo es la esperanza, que además es lo último que se pierde. De la historia del paralítico saco algunas reflexiones, algunas actitudes que nos pueden venir muy bien a cada uno de nosotros:

AUDACIA: Ser capaces de ver más allá de nuestras narices. Significa conocer la realidad, dar vueltas a las cosas y proponer soluciones inteligentes al alcance de nuestra mano. A alguien se le tuvo que ocurrir la brillante idea de subirse al tejado.

RIESGO: No es fácil tomar esta decisión. No es fácil cargar con un paralítico y ascender a un tejado. Lo más cómodo es esperar sentado que llegue nuestro turno. Esperar sentados parece que no es una actitud muy acorde con el Reino de los Cielos.

CONFIANZA: Muy seguro hay que estar de que me van a solucionar mi situación para obrar de tal manera. Muy seguro tengo que estar de mi Dios.

LLAMAR LA ATENCIÓN: Imagino que el primer sorprendido de la escena sería el propio Jesús. Después de esbozar una sonrisa concedería lo que le pidieron. Parece, por tanto, mejor estar dispuestos a ser llamativos, porque cuestiona más, que unos pobres cristianos del montón.

NO TENER MIEDO AL RIDÍCULO: al qué dirán, a que a uno le tachen de cualquier cosa. Porque al final Dios se saldrá con la suya.

CREATIVIDAD. Parece el resumen de todo lo dicho anteriormente. Nuestro Dios es Novedad, nosotros, cristianos, apostamos por la creatividad.

Creo que merecen una sencilla reflexión aquellos cuatro camilleros que subieron al paralítico. En ocasiones seremos paralíticos, en otras camilleros. Gracias a su esfuerzo y tenacidad aquel hombre pudo regresar por su propio pie. Ellos también tuvieron un premio a su esfuerzo.

SANACIÓN TOTAL. Nosotros, en muchas ocasiones, solemos separar lo corporal de lo espiritual, a Dios de nuestra vida de todos los días. La sanación, el encuentro con Dios es algo total, algo que implica todas las realidades de la vida. Sólo así podemos entender que Jesús curara y perdonara pecados, que en sus labios y en su vida fueran una misma cosa.

Vuestro amigo y hermano Oscar
(claretmep@planalfa.es)


3-17. ARCHIMADRID 2004

QUE BUEN VASALLO…

De ese gran personaje de nuestra historia que fue Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid (del que últimamente se hacen hasta películas de dibujos animados) ha quedado en nuestra memoria una frase de estas “antológicas”:, ¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor! Las tramas y las traiciones de la Corte consiguieron poner en su contra al rey Alfonso VI por el que había dado su vida. Había mostrado todas sus habilidades y puesto en riesgo su vida para defenderlo a él y a su reino, pero fue desterrado injustamente.

El Cid no pudo elegir señor, su fidelidad mandaba, era un caballero no un mercenario o soldado de fortuna. En la lectura de hoy el pueblo de Israel pide un rey a Samuel rechazando al Señor, su Dios. Samuel no les pinta nada bien el panorama, les intenta explicar que los deseos de un rey humano serán caprichosos, que se moverá muchas veces por la codicia o el afán de poder, que abusará de ellos y sus posesiones e incluso les dice: “vosotros mismos seréis sus esclavos”. Ante un futuro así cualquiera pensaría aquello de “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy” pero no, la motivación del pueblo es poderosísima “Así seremos nosotros como los demás pueblos” y hacen oídos sordos a los avisos de Samuel. Por lo tanto, el Señor les concede lo que piden: “Hazles caso y nómbrales un rey”. Parafraseando a los burgaleses del Cantar del Mío Cid podríamos decir ¡Oh Dios, que buen Señor eres si tuvieses buen vasallo!.

Leyendo hoy la lectura podríamos pensar: ¡Qué torpes y necios los israelitas, qué mal eligieron, cómo se equivocan…!. Pero mira tu vida sinceramente, ¿cuántas veces actuamos para ser igual a los demás aunque sea rechazando a Dios?, ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por el qué dirán sin acogernos a Dios?, ¿cuántas veces podemos pensar a posteriori: “¡qué torpe y necio fui, que mal elegí, cómo me equivoqué…!. Es la historia del pueblo de Israel y cada una de nuestras historias, nuestra infidelidad y falta de gratitud frente a la cercanía compasiva de Dios que nos quiere.

Lo peor de equivocarse no es creérnoslo (habitualmente todos nos damos cuando nos hemos equivocado) sino reconocerlo ante los demás y ante Dios. Muchas veces necesitamos ayuda como el paralítico del evangelio de hoy. Para el paralítico hubiera sido muy difícil llegar hasta Jesús y mucho más ante un gentío que se agolpaba a la puerta de la casa, a él sólo le parecería imposible arrastrase a través de tantas piernas y la multitud le aplastaría aun sin quererlo. Era una verdadera “misión imposible” que ni Tom Cruise podría superar. Pero allí estaban esos cuatro amigos, las dificultades se allanan, lo que parecía un muro infranqueable se convierte en trampolín que le acerca a la salvación, la altura que nunca alcanzaría arrastrándose con sus manos le desliza ahora frente a frente al Maestro.

Claro que allí también se encuentran los “torpes y necios” que no saben elegir a su Señor, escucharían a Jesús por curiosidad o para ponerle alguna trampa pero sin prestarle atención, preferían seguir esclavos de sus tradiciones que escuchar al que es la Palabra de Dios. Pero Dios, compasivo y misericordioso no les niega el presenciar el milagro de la curación del alma y del cuerpo. Una oportunidad más para reconocerle como Dios y Señor. Tú y yo somos muchas veces paralíticos y necesitamos la ayuda de un director espiritual, de un buen amigo para no elegir a otro rey que no sea Dios. Tú y yo somos amigos de muchos paralíticos, con María y con cariño les ayudaremos a llegar hasta Cristo, hasta su salvación. ¡Oh Dios que buen Señor, yo quiero ser fiel vasallo!.


3-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Heb 4, 1-5.11: Apresurémonos a entrar en el descanso del Señor.
Salmo responsorial: 77, 3-4.6-8: No olvidéis las acciones de Dios.
Mc 2, 1-12: El poder para perdonar los pecados.

Conforme vamos avanzando en el relato del evangelista Marcos descubrimos cosas nuevas. Este Mesías, Santo de Dios, Hijo de hombre lo hemos visto arrojando demonios, sanando enfermos, ofreciendo una doctrina nueva con autoridad... hoy al leer este texto con el que inicia el capítulo segundo nos muestra algo que causó admiración y sobre todo escándalo: Él declara sin medias palabras que tiene el poder de perdonar los pecados.

Llama la atención que nadie le había pedido eso pero Jesús, en este relato de Marcos, por propia iniciativa, frente a un hombre que se encuentra por primera vez y que le pedía ser curado de su parálisis, le ofrece algo inaudito: “Hijo, se te perdonan tus pecados”.

Al iniciar este tiempo ordinario y seguir día a día este Evangelio de Marcos se nos quiere revelar que en Jesús realmente llegó el Reino de Dios y la liberación de las enfermedades y de los demonios no es sino un aspecto de la presencia de ese poder salvador que puede perdonar los pecados.

Preguntémonos qué tan grande es nuestra fe, ojalá como la de esos hombres, para pedir a Jesús que nos sane de nuestras parálisis ocasionadas por los rencores, amarguras, envidias y demás pecados y vicios que anidan en nuestro corazón y muchas veces nos dejan en “la camilla”. Que Dios nuestro Padre nos conceda a través de su Hijo Jesús este milagro en nuestras vidas el día de hoy.


3-19. Fray Nelson Viernes 14 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Apresurémonos a entrar en el descanso del Señor * El Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados.

1. El descanso de Dios
1.1 "Y Dios descansó..." nos enseña la Biblia, ya desde el principio (Gén 2,2). El descanso puede ser signo de muchas cosas: desocupación, inactividad, o lo más sencillo: cansancio. Pero nosotros no adoramos a un Dios cansado; ni siquiera a un Dios "cansable", pues ya nos predica Isaías: "¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa" (Is 40,28). Luego debe haber algo muy profundo y muy bello en eso de entrar al descanso de Dios. No debe ser algo tan obvio y elemental como "dejar de trabajar".

1.2 El énfasis que tantos libros de la Escritura ponen en esto del descanso, bajo el tema del "sábado", que por cierto viene de la misma raíz en hebreo, apunta en la misma dirección. No es difícil encontrar textos proféticos que defienden el sábado como una institución sagrada y liberadora que no debe ser transgredida. Uno se queda estupefacto, por ejemplo, leyendo a Jeremías cuando bendice con tanto entusiasmo a los observantes del sábado: "si me escucháis con atención --declara el Señor--no metiendo carga por las puertas de esta ciudad en día de reposo, y santificáis el día de reposo, sin hacer en él trabajo alguno, entonces entrarán por las puertas de esta ciudad reyes y príncipes que se sienten sobre el trono de David; vendrán montados en carros y caballos, ellos y sus príncipes, los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre" (Jer 17,24-25).

1.3 ¿De dónde le viene semejante dignidad a este día? La razón puede ser esta: el sábado, el día de descanso, es una degustación del descanso de Dios. En el acto de descansar de sus trabajos para dedicarse a "santificar" el día, el hombre aprende a no vivir para lo que vale menos que él sino a orientarse hacia quien vale más que todo y que todos. En el sábado, así entendido, el hombre reencuentra su dignidad, su vocación, su destino eterno, lo más íntimo y a la vez lo más alto de su mente, lo más puro y lo más bello de su corazón.

2. Jamás vimos algo así
2.1 De tantas cosas que es bello comentar en el pasaje del evangelio que hemos escuchado hoy destaquemos la admiración que Cristo despierta. Los que vieron aquello del paralítico "daban gloria a Dios diciendo: ¡Jamás habíamos visto una cosa semejante!".

2.2 Ahora bien, para Cristo la obra grande y primera es el perdón de los pecados. Perdonar fue lo primero que él hizo ante este paralítico, que según parece sufría también de parálisis en su alma. El acto del perdón suscitó extrañeza, el acto de la sanación despertó asombro. Y no debiera ser así. ¿Qué es eso de aplaudir los milagros y sospechar de los perdones? Mas esa es la condición humana, que prefiere la salud para hacer la propia voluntad, antes que el perdón que establece en la voluntad del Creador.

2.3 De todos modos, es grande lo que hace Cristo, y seguramente en su mirada compasiva cabe entender que los seres humanos heridos por el pecado empezamos primero por lo más visible (la parálisis) para llegar a entender la gravedad de lo invisible (el pecado), y empezamos por lo que limita nuestra voluntad (la parálisis) para un día darnos cuenta de cómo hemos obstaculizado la voluntad de Dios en nosotros (el pecado). Así que, mejor que renegar de nuestra ingratitud y miopía, gocémonos en su piedad y en su paciencia.


3-20.

Comentario: Rev. D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)

«Hijo, tus pecados te son perdonados (...). A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»

Hoy vemos nuevamente al Señor rodeado de un gentío: «Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio» (Mc 2,2). Su corazón se deshace ante la necesidad de los otros y les procura todo el bien que se puede hacer: perdona, enseña y cura a la vez. Ciertamente, les dispensa ayuda a nivel material (en el caso de hoy, lo hace curando una enfermedad de parálisis), pero —en el fondo— busca lo mejor y primero para cada uno de nosotros: el bien del alma.

Jesús-Salvador quiere dejarnos una esperanza cierta de salvación: Él es capaz, incluso, de perdonar los pecados y de compadecerse de nuestra debilidad moral. Antes que nada, dice taxativamente: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc 2,5). Después, lo contemplamos asociando el perdón de los pecados —que dispensa generosa e incansablemente— a un milagro extraordinario, “palpable” con nuestros ojos físicos. Como una especie de garantía externa, como para abrirnos los ojos de la fe, después de declarar el perdón de los pecados del paralítico, le cura la parálisis: «‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos» (Mc 2,11-12).

Este milagro lo podemos revivir frecuentemente nosotros con la Confesión. En las palabras de la absolución que pronuncia el ministro de Dios («Yo te absuelvo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo») Jesús nos ofrece nuevamente —de manera discreta— la garantía externa del perdón de nuestros pecados, garantía equivalente a la curación espectacular que hizo con el paralítico de Cafarnaum.

Ahora comenzamos un nuevo tiempo ordinario. Y se nos recuerda a los creyentes la urgente necesidad que tenemos del encuentro sincero y personal con Jesucristo misericordioso. Él nos invita en este tiempo a no hacer rebajas ni descuidar el necesario perdón que Él nos ofrece en su alcoba, en la Iglesia.


3-21.

Reflexión:

Heb. 4, 1-5. 11. Hemos de vivir en el amor fiel a Dios. Amor fiel que nos ha de mantener como peregrinos, siempre con la mirada fija en los bienes eternos; sin volver la mirada, ni el pensamiento, ni los deseos hacia un pasado de maldad y de esclavitud. Cargando nuestra cruz de cada día hemos de ir tras las huellas de Cristo, cuyo ejemplo nos hace saber que hemos de vivir nuestro amor a Dios amando a nuestro prójimo y luchando constantemente por su bien; amor fiel que nos debe llevar, incluso, a entregar nuestra vida por nuestro prójimo, de tal forma que la Buena Noticia del amor de Dios no sólo se la anunciemos con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos para él en el Evangelio viviente del amor del Padre, por nuestra unión a Cristo Jesús. Apresurarnos a entrar en el descanso del Señor, en la Patria eterna, no es tanto el querer morir lo más pronto posible, sino el vivir, ya desde ahora, como hijos de Dios, libres de todo aquello que nos ha alejado del amor a Dios o del amor al prójimo. El Señor nos llama a estar y permanecer con Él eternamente. Hagamos realidad ese encuentro del Señor con nosotros ya desde ahora.

Sal. 78 (77). Dios nos llama a entrar en una vida íntima con Él. Y lo ha hecho por medio de su Hijo, Jesús. En Él se nos ha abierto el camino que nos une con Dios. No hay otro nombre, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en lo profundo del abismo, en el que podamos alcanzar la salvación, sino sólo en Jesús, Hijo de Dios y Hermano nuestro. Dios se ha manifestado para con nosotros con gran amor y misericordia, pues nos ha trasladado del reino de las tinieblas al Reino de la Luz, el Reino de su Hijo amado. No olvidemos de dónde nos ha sacado el Señor. Recordemos siempre el gran amor que nos ha tenido y demos testimonio de Él ante las generaciones que vienen después de nosotros, de tal forma que, sin olvidar nuestras obligaciones temporales, aprendamos a vivir con la mirada puesta en los bienes eternos, dirigiendo hacia ellos nuestros pasos no sólo mediante la oración, sino con nuestro amor fiel al Señor, sabiendo escuchar su Palabra y poniéndola en práctica conscientes de que somos sus hijos.

Mc. 2, 1-12. Cuando proclamamos el Evangelio ¿hasta dónde llega nuestra fe? ¿Sólo queremos ilustrar la mente de los demás hablándoles con discursos magistralmente preparados? La finalidad de la evangelización es conducir a todos a Cristo, aún con los medios más creativos e inverosímiles para encontrar en Él, no sólo la curación o la ayuda en las necesidades materiales, sino el perdón de los pecados y el ser hechos hijos de Dios, por nuestra unión a Él. Sólo basta dejarse conducir por el Espíritu Santo, el cual nos ayudará a descubrir los caminos necesarios para cumplir con la misión que Dios nos ha confiado. Y esto porque no basta que, por ejemplo en una celebración, hablemos de Cristo. A través de los años muchos han oído hablar de Él y casi se les ha hecho una costumbre, que a veces malamente soportan. Tendremos que preguntarnos si a través de tantos años de escuchar hablar del Señor realmente hemos sido conducidos a un encuentro personal con Él. Pues si esto no se ha hecho realidad en nosotros quiere decir que inútilmente nos estamos desgastando por Cristo; que tal vez los demás alaben nuestras palabras, pero que éstas den poco fruto en ellos. Y esto no solo es para que lo reflexionen los Ministros, sino toda la Iglesia, que por voluntad de Cristo, está al servicio del Evangelio, pues el Señor quiere no sólo concedernos el remedio a nuestros diversos males, sino que vivamos libres de la esclavitud al pecado y a la muerte para lleguemos a ser, con dignidad, hijos de Dios.

Ojalá y no vengamos a esta Eucaristía sólo para recibir de Dios favores, tal vez materiales, tal vez de salud. Quienes no conocen a Dios se preocupan por todas esas cosas; en cambio, nosotros sabemos que Dios conoce todo lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos. Por eso, busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá a nosotros por añadidura. El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía para levantarnos y ponernos en camino como personas que den testimonio de su fe con una vida que no sólo haya sido renovada en Cristo, sino que vaya tras las huellas del Señor. Entrar en comunión de vida con el Señor nos hace entrar en el descanso de la paz que tenemos al ser reconciliados con Dios y con los hermanos; pero esto también nos convierte en testigos del amor que hemos recibido del Señor. La Iglesia de Cristo no puede quedarse como paralítica, sólo recibiendo los dones de Dios, sino que ha de ir por todas partes para cumplir la Misión que su Señor le ha confiado: Hacer que el anuncio del Evangelio llegue hasta los últimos rincones de la tierra.

La Iglesia de Cristo no puede quedarse únicamente en una promoción humana. Es verdad que no podemos pasar de largo ante tantas desgracias, opresiones, injusticias, pobrezas y limitaciones que afectan a muchos hermanos nuestros. Es ahí, en medio de ese mundo concreto de dolor, de sufrimiento, de marginación y de impotencia ante las injusticias donde la Iglesia debe hacer oír su voz a favor de los más desfavorecidos. Pero la misión de la Iglesia no termina ahí. Mientras no hagamos que llegue a los demás el llamado a la conversión para el perdón de sus pecados; mientras aquellos por los que luchamos para que disfruten de una vida más digna y justa no alcancen a reconciliarse con Dios y con el prójimo, y se encaminen con seguridad a la posesión de los bienes definitivos, estaremos fallando rotundamente en la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado. Por eso hagamos de la Evangelización una Evangelización integral, que busque el bien y la salvación del hombre completo para que todos puedan disfrutar de una vida digna, pero para que también sean capaces de llegar a glorificar a Dios no sólo con sus palabras, sino con su vida misma.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sentirnos amados por Dios. De saber que en su amor Él no sólo nos perdona y nos comunica su Vida y su Espíritu, sino que nos quiere en camino para hacer que a todos llegue su amor salvador, como ha llegado a nosotros. Que Dios nos conceda vivir con la sencillez de quien se reconoce pecador, y siervo puesto a favor del Evangelio de Cristo. Amén.

Homiliacatolica.com


3-22.

Reflexión

Que importante es la fe de los demás, aun para nuestra propia salvación. En este pasaje nos relata san Marcos que fue precisamente por la fe y la cooperación de los que acompañaban al paralítico (que lo llevaron y luego se ingeniaron para poder presentárselo), que Jesús le perdonó sus pecados y después hasta le dio la salud física. Tú también puedes ser el instrumento de Dios para que alguno de tus amigos o amigas se acerquen al sacramento de la reconciliación. Algunas personas tienen mucho tiempo sin acercarse pues piensan que saldrán regañadas… y están en un error. El sacramento de la Reconciliación es el SACRAMENTO DEL AMOR DE Dios. Es el espacio en que nuestro pecado se encuentra con la misericordia de Dios. Los que llevaban la camilla estaban convencidos que Jesús haría algo por su amigo. Si tú realmente crees esto, ayuda a quien no conoce bien el sacramento y que está esperando oír: Tus pecados te son perdonados.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro