MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 20, 17-27 

2ª: Jn 17, 1-11 = PASCUA 07A 


1.

Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a abandonar Efeso. Las constantes persecuciones de los judaizantes le obligan a modificar continuamente sus planes de viaje: está acosado. Se acerca el desenlace. Sabe que, desde ahora no tardarán en atraparle. En su escala a Mileto se despide de los «Ancianos», venidos expresamente de Efeso. Este discurso de despedida es un verdadero testamento pastoral, está destinado especialmente a los que ejercen un cargo en la Iglesia, He aquí el retrato del «apóstol» según san Pablo:

-«Sirviendo al Señor, con humildad...»

Lo que dice no es su propia palabra: Pablo es «servidor» de otro. En la humildad. Danos, Señor, da especialmente a los sacerdotes ese desprendimiento de cualquier suficiencia, de cualquier orgullo, para estar siempre y exclusivamente a tu servicio.

-Con lágrimas y en medio de muchas pruebas... que me han ocasionado las maquinaciones de los judaizantes.

«El servidor no está por encima de su amo». Tú lo dijiste, Señor. El apostolado no es un tranquilo entretenimiento.

Toda responsabilidad en la Iglesia, toda vida cristiana auténtica están marcadas por la cruz. Para Pablo, su cruz principal vino de los que no aceptaban evolucionar, pasar del judaísmo a la fe en Cristo. Cada uno de nosotros tiene su cruz. Toda "prueba" tiene valor si sabemos asociarla a la redención. La salvación de la humanidad no se logra de otro modo, sino de la manera que Jesucristo ha establecido.

Es duro Señor... pero danos la gracia de aceptarlo.

-Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios.

Valentía. Seguridad. Audacia.

«Yo nunca me acobardé» Esta fórmula deja suponer que alguna vez, Pablo sintió la tentación de «acobardarse», de huir, de callarse, de renunciar.

Perdón, Señor por todas nuestras cobardías, por todos nuestros silencios.

-En público y en privado, daba testimonio a Judíos y a Griegos para que se convirtieran a Dios.

Este fue el auditorio y la búsqueda de Pablo. ¡Sin discriminación! Si los Judíos, por su estrechez de miras, perjudicaron tanto a Pablo, éste no les guarda ningún resentimiento: también a ellos ha de proclamar la Palabra de Dios, como la proclama a los Griegos.

Judíos y Griegos, HOY, diríamos «creyentes de siempre» y «no-creyentes»... También

HOY la Palabra de Dios se dirige a todos.

En los conflictos del mundo de HOY en el que las clases sociales están, a veces, tan diferenciadas, ¡suscita, Señor, apóstoles como san Pablo!

-Ahora, yo, encadenado por el Espíritu... sin saber lo que me va a suceder...

Este es el motor profundo de su acción apostólica. Está acabado. El dice «encadenado», pero por el Espíritu. No hace lo que quiere. Va donde el Espíritu le lleva. Es la aventura integral, sin ninguna previsión posible por adelantado.

-Mi propia vida no cuenta para mí, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús.

Ha dado su vida. Ya no le pertenece. No cuenta para él.

Ama. Vive para otro: Jesús.

-Dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios...

Anunciar, por entero, la voluntad de Dios.

Tal es el contenido del feliz mensaje: el don gratuito.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 248 s.


2.

Esta perícopa contiene el famoso discurso en que Pablo se despide de los ancianos de Efeso en Mileto (18b-35), unas breves noticias introductorias (17-18a) y la mención de los sentimientos que despierta en los destinatarios (36-38).

Es el tercer gran discurso que los Hechos ponen en labios de Pablo y, por eso, es indicio de un momento solemne y de un tema trascendental. Pertenece al género literario de los «discursos de adiós», de los que encontramos numerosos ejemplos en los libros del Antiguo y Nuevo Testamento y en la literatura profana. Viene a ser el testamento pastoral de Pablo, su última voluntad; en él se despide patéticamente el Apóstol de su actividad misionera y exhorta y da normas de gobierno a los «presbíteros-obispos» que han de tomar su relevo. Por eso, el tema ministerial y pastoral es el central. Aunque este discurso, más que ningún otro, despierta en el lector numerosas resonancias de frases paralelas en los escritos paulinos, los exegetas actuales se inclinan a ver en él una creación literario-teológica de Lucas, porque así lo manifiestan la teología y situación de las Iglesias reflejadas en su trasfondo. En el discurso podemos distinguir cuatro partes: 1) una apología que evoca los tres años de apostolado en Efeso (18-21); 2) un anuncio de inminentes tribulaciones y del final de su ministerio (22-27); 3) una exhortación a la vigilancia pastoral (28-32) 4) el ejemplo desinteresado de Pablo (33-35).

Lo que hemos dicho sobre la no autenticidad histórica del discurso de Pablo tiene una intencionalidad que va más allá de la curiosidad científica. Es importante darse cuenta de que la teología y las estructuras ministeriales del discurso son las de la época de Lucas, hacia finales del siglo y reflejan unos rasgos diferentes Y más evolucionados de los que encontramos en las epístolas auténticas de Pablo, para comprender que las estructuras ministeriales de la Iglesia son el resultado de una historicidad dinámica, más abierta y reversible de lo que muchos piensan. Sobre todo en momentos como el actual, en que la Iglesia vive una angustiosa crisis de los ministerios, esto constituye una invitación a actitudes creadoras de una nueva identidad ministerial cara al hoy y al mañana, sin ser prisioneras del ayer.

Lo que se dice en los vv 28-32 sobre la vigilancia pastoral anuncia una verdad de validez permanente en la Iglesia, que en épocas de confusionismo puede revestir una urgencia especial. Pero si esta psicología eclesial se vuelve absorbente, tenemos la tentación del clericalismo, y el Pueblo de Dios pasa a ser objeto y no protagonista. Sin menospreciar el papel de los pastores, las cartas auténticas de Pablo y el Vaticano II subrayan el protagonismo del pueblo de Dios.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 213 s.


3. /Hch/20/17-36

Se trata del testamento pastoral de Pablo y del discurso de despedida a los responsables de la comunidad de Efeso, pronunciado en Mileto, de vuelta a Jerusalén, al final de su tercer viaje. La teología y la situación de las Iglesias que se manifiesta en su trasfondo hacen pensar que se trata de una composición literario-teológica de Lucas, como ocurre generalmente con los discursos de los Hechos. Pero no por eso tiene menos valor o es menos palabra de Dios. Lucas, uno de los más fieles colaboradores de Pablo, interpreta la figura y el pensamiento del Apóstol y los sitúa en el entorno real de las comunidades cristianas hacia finales del siglo. En el discurso se pueden distinguir cuatro partes: a) apología evocando los tres años de apostolado en Efeso (vv 18-21); b) presentimiento sobre inminentes tribulaciones y el fin de su ministerio (22-27); c) patética exhortación a la vigilancia pastoral (28-32); d) el ejemplo del ministerio desinteresado de Pablo (33-35).

En primer lugar, parece importante que nos demos cuenta, con la ayuda de la nueva ciencia bíblica, que Lucas actualiza a Pablo y a las instituciones del cristianismo primitivo sobre las que informa. El NT testimonia la historicidad de la Iglesia y de todas sus estructuras. Con la mirada puesta en el bien de la comunidad y de la misión, numerosos ministerios y estructuras perpetúan el único ministerio sacramental en el gobierno de la Iglesia. Para Lucas y para la Iglesia, vivir en el tiempo y en el espacio exige el aggiornamento constante como forma esencial de fidelidad apostólica y una manera indispensable de salir de la esclerosis que paraliza la misión.

El rasgo más llamativo del discurso es la patética exhortación a la vigilancia pastoral (28-32). Llama la atención que mientras las epístolas auténticas de Pablo van dirigidas a las comunidades y los problemas se han de resolver desde una común responsabilidad en unión con los pastores, aquí se dirige únicamente a los pastores para conjurar el peligro y se silencia el papel de la comunidad. Dos estilos diferentes, de los que el primero tendría que ser la norma y el segundo más bien la excepción. Las comunidades amenazadas por la herejía a finales del primer siglo acaso exigirían un control vigilante de los pastores para bloquear el peligro. Un estado de excepción puede ser necesario en un momento dado a la Iglesia y a la sociedad, pero el clericalismo que monopoliza los ministerios ha sido una tentación del proceder católico.

El ministerio desinteresado de Pablo y el trabajo manual de los ministros para no crear tropiezos a la misión también son un carisma personal. A la larga acaso será la única salida para una Iglesia que se quiera mantener proféticamente libre frente al Estado de los ricos, sobre todo en nuestro mundo secular y pluralista.

El testamento pastoral de Pablo, el mayor evangelizador y fundador de Iglesias en la época del NT, nos ayuda a comprender y a imitar a aquellos insignes animadores de las comunidades cristianas que fueron los santos pastores de la Iglesia.

LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 862 s.


4. D/GLORIA 

Hacia el final de su última reunión con sus discípulos, la tarde del Jueves santo, el tono de Jesús cambia. Juan nos lo muestra rogando al Padre como a su único interlocutor.

-Jesús, levantando los ojos al cielo, añadió:

Una actitud corporal de oración.

Los "ojos" de Jesús... expresan la actitud de todo su ser.

-"Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique".

Este verbo "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases. Esta palabra expresa una densidad de oración de una intensidad extrema: la "gloria", para toda la tradición bíblica, era lo propio de Dios. La palabra hebrea "Kabod" sugiere la idea de "peso". A diferencia de nuestra lengua, la "Gloria" no es pues sobre todo este "brillante exterior del renombre" que desgraciadamente puede existir sin valor real... sino que justamente es aquel peso real de un ser lo que define su importancia efectiva.

Lo que Jesús pide a Dios, su Padre, es que esta Gloria divina se manifieste a la hora misma de su muerte.

-El dará la vida eterna a todos los que Tú le diste y la vida eterna es que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo.

La gloria de Dios, es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios.

La "vida"... "conocer a Dios".

La "vida eterna..." Esta vida ha empezado ya en la medida en que avanzamos en este conocimiento, que no es sobre todo un avanzar intelectual, sino la unión de todo nuestro ser con Dios. Ciertas personas muy sencillas tienen un profundo conocimiento de Dios, que no alcanzan a tener jamas ciertos sabios.

¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!

-He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran y

Tú me los diste y ellos han puesto por obra tu palabra.

La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en la única página del evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces...

El Padre ha "dado" poder al Hijo...

ha "dado" Ia Gloria al Hijo...

ha "dado" palabras al Hijo...

Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres...

"da" las palabras del Padre a los hombres...

Sí, la obra de Jesús, es hacer participar a la humanidad en todo lo que ha recibido del Padre. Dar. Darse. Actitudes esenciales del amor.

-Todo lo que es mío es tuyo, todo lo que es tuyo es mío.

Es una de las más perfectas definiciones del amor, de la Alianza. He aquí lo que Jesús decía de Dios, he aquí lo que él decía a Dios.

¿Puedo yo mismo repetirlo pensando en Dios? Pensando también en todos aquellos a quienes creo amar...

Verdaderamente ¿hago participar de lo mío a los demás?

¿Es verdad también que no guardo nada? Señor Jesús, ven a enseñarnos a amar de verdad.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 252 s.


5.

1. Hechos 20,17-27

a) Hoy y mañana escuchamos el discurso de despedida de Pablo ante los responsables de las comunidades cercanas a Éfeso.

Como en todo discurso de despedida, encontramos aquí una mirada al pasado, otra al presente y una final al futuro de la comunidad (esta última la leeremos mañana).

Pablo, ante todo, hace un resumen global de su ministerio, en el que se presenta a sí mismo como modelo de apóstol y de responsable de comunidad (tal vez hay que entender que es Lucas quien redactó un panegírico tan encendido de Pablo): «he servido al Señor», «no he ahorrado medio alguno», «he predicado y enseñado en público y en privado», «nunca me he reservado nada». Y todo esto con mil contratiempos y «maquinaciones de los judíos» contra él.

Ahora Pablo se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Y de nuevo es admirable su actitud y disponibilidad: «no sé lo que me espera allí», aunque sí «estoy seguro que me aguardan cárceles y luchas». Y sin embargo va con confianza: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el SeñorJesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios».

b) Pablo fue en verdad un gigante como apóstol y como dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas: su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Es un misionero excepcional y un líder nato.

Pablo nos resulta un estímulo a todos nosotros. Lo que él hizo por Jesús y lo que estamos haciendo nosotros en la vida, probablemente no se pueden comparar. Al final de un curso, o de un año, o de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen así de nuestra entrega a la causa de Cristo, de la radicalidad de nuestra entrega y del testimonio que estamos dando de El en nuestro ambiente?

2. Juan 17,1-11

a) Empieza hoy la llamada «oración sacerdotal» de Jesús en la Ultima Cena. Hasta ahora había hablado a los discípulos. Ahora eleva los ojos al Padre y le dirige la entrañable oración conclusiva de su misión.

«Padre, ha llegado la hora». Durante toda su vida ha ido anunciando esta «hora». Ahora sabemos cuál es: la hora de su entrega pascual en la cruz y de la glorificación que va a recibir del Padre, con la resurrección y la entrada en la vida definitiva, «con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese».

También aquí -en un paralelo interesante con el discurso de despedida de Pablo- Jesús resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres», «les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: «consummatum est: todo está cumplido». Misión cumplida.

Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

b) Es la hora de las despedidas: la de Jesús en la Ultima Cena y la de Pablo en Mileto. La oración de Jesús está impregnada de amor a su Padre, de unión íntima con Él, y a la vez de amor y preocupación por los suyos que quedan en este mundo.

Todos nosotros estábamos ya en el pensamiento de Jesús en su oración al Padre.

Sabía de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestro camino cristiano. No quiere abandonarnos:

- pide sobre nosotros la ayuda del Padre,

- él mismo nos promete su presencia continuada; el día de la Ascensión nos dirá: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»; como dice el prefacio de la Ascensión, «no se ha ido para desentenderse de este mundo»;

- y además nos da su Espíritu para que en todo momento nos guie y anime, y sea nuestro Abogado y Maestro.

Con todo esto, ¿tenemos derecho a sentirnos solos? ¿tenemos la tentación del desánimo? Entonces ¿para qué hemos estado celebrando durante siete semanas la Pascua de Jesús, que es Pascua de energía, de vida, de alegría, de creatividad, de Espíritu?

«Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive» (entrada)

«Lo que me importa es cumplir el encargo que me hizo el Señor Jesús: ser testigo del evangelio» (1ª lectura)

«Nuestro Dios es un Dios que salva» (salmo)

«Ellos están en el mundo mientras yo voy a ti» (evangelio)

«El Espíritu Santo os lo enseñará todo» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 146-149


6.

Primera lectura: Hechos 20, 17-27

Nunca me he reservado nada, les he anunciado enteramente el plan de Dios.

Salmo responsorial: 67, 10-11.20-21 Reyes de la tierra cantad al Señor.

Evangelio: Juan 17, 1-11a Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo.

Jesús, antes de partir definitivamente de este mundo, quiso decirles a sus discípulos cosas definitivas. Y lo hizo en forma de oración, ya que las cosas definitivas colocan al ser humano en el &laqnolímite» de sus posibilidades, donde sólo aparece Dios.

¿Cuáles son estas cosas claves que necesitan del concurso de Dios Padre? Ante todo, la fe en Jesús. Creer en él sólo es posible, si una fuerza superior a nosotros mismos nos lleva a ver al Hijo del Padre humillado, oprimido, crucificado y fracasado. Frente a Jesús, cada generación debe hacerse este interrogante: ¿cómo confesar, como Hijo de Dios, a quien esconde su divinidad en la debilidad de su humanidad?

Creer en Jesús significa creer en el "Testigo fiel" por excelencia. Jesús entrega su vida por ser fiel al proyecto que recibió del Padre, a saber: despertar en el ser humano su dignidad de Hijo de Dios, dignidad negada por todos los opresores -personas y estructuras- que hacen del ser humano un ser explotado, oprimido y alienado. Por eso Jesús insiste en que lo único que él ha hecho es transmitir "las palabras" (el proyecto) que Dios tiene sobre nosotros. Y en la medida en que sus discípulos acepten estas palabras -este proyecto- demostrarán creer en él.

Puesto que la genuinidad de Jesús depende de su fidelidad al proyecto señalado por el Padre, este proyecto a su vez depende de la aceptación de las consecuencias del mismo, entre las cuales está su muerte. Aquí es donde se palpa la fidelidad suprema al proyecto de humanizar al ser humano. La fuerza que se opone a la realización de este proyecto humanizador, es la misma que lleva a Jesús hacia la muerte. A esta fuerza maligna Jesús la llama "mundo". Ella recoge toda la codicia y toda la capacidad de muerte de quienes sólo piensan en sus intereses.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

Pablo, desoyendo el consejo de la comunidad y oponiéndose a la voluntad del Espíritu, se encamina a Jerusalén (Hch 20, 23;21, 4b.). A su paso por Mileto tiene oportunidad de fundar la iglesia de Asia con la colaboración de los ancianos de Éfeso. A todos les dirige un discurso. Esta alocución contrasta con dos grandes discursos anteriores. El primero dirigido a los judíos, en el que se empeña en mostrar a Jesús como el Mesías esperado. El segundo, dirigido a los eruditos atenienses que no se dejan convencer con la propuesta monoteísta. El tercero, dirigido a las iglesias fundadas por él. Este discurso es más bien una despedida y un testamento. Les deja el testimonio de su infatigable servicio. De las duras penurias que enfrentó por su empeño en anunciar el Evangelio al pueblo judío. Constata el inmenso fruto que el Espíritu ha producido entre los creyentes griegos y romanos. Sin embargo, mantiene el empeño de regresar a Jerusalén.

Pablo sigue las exigencias de su espíritu sin atender a la prioridad que le ha señalado el Espíritu del Resucitado de ir hasta los confines de la tierra. Los acontecimientos le mostrarán cómo, a pesar de su voluntad, terminará alcanzando el objetivo fijado por el Espíritu Santo: Roma, la capital del Imperio.

El Evangelio nos presenta el "discurso de despedida" de Jesús. A diferencia de Pablo, Jesús, en perfecta sintonía con la voluntad del Padre, se encamina a Jerusalén para dar el testimonio definitivo a favor del Dios de la vida. Allí comprobará cómo la obstinación de su pueblo impide una nueva visión de la obra de Dios. En el momento que Jesús entregue su vida será glorificado, pues ha venido a "dar vida en abundancia a todos los seres humanos" (Jn 17, 2b).

La gloria de Jesús está vinculada directamente a la vida de la comunidad de creyentes. Jesús se dirige al Padre con una oración que recuerda lo acontecido durante su ministerio en Galilea y en Jerusalén Jn 17, 4). Presenta el estado del grupo de discípulos (Jn 17, 6); hace énfasis en la transformación de los seguidores: han recibido el llamado y se han convertido en atentos oyentes de la Palabra de Dios. Pide por la comunidad que continuará en el mundo la obra de Dios animada por el Espíritu (17, 9).

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Vamos a seguir con el evangelio de Juan durante toda la semana. Ya sabéis que, como no tiene asignado un año propio en el ciclo litúrgico, se desquita en las semanas anteriores a Semana Santa y durante el tiempo de Pascua. Como es un evangelio especial, que en ocasiones, como hoy mismo, parece estar construido con piezas yuxtapuestas, podemos adoptar un método también especial: leemos el pasaje, nos quedamos con la música de fondo y nos detenemos en una frase cualquiera, volviendo una y otra vez sobre ella, apurándola, o haciéndola resonar indefinidamente.

Nos quedamos con la frase inicial del evangelio de hoy. Jesús nos revela la conciencia viva que tiene de haberlo recibido todo de su Padre. Sabe hasta qué punto lo ha amado el Padre: hasta el extremo. Y cómo lo ha amado: volcándose en él. (Hay teólogos que hablan de una kénosis intratrinitaria del Padre.) Sabe que el Padre no se ha reservado nada para sí. Todo lo comparte con el Hijo. (De nuevo dirían los teólogos: salvo la diferencia personal, plasmación de la reciprocidad, todo les es absolutamente común. Y absolutamente todo lo recibe el Hijo del Padre.)
Desde ese misterio se nos revela el otro misterio: el amor de Jesús por nosotros. También él nos ha amado, y nos ha amado hasta el extremo, con el "amor más grande". Y todo lo que le ha oído a su Padre nos lo ha dado a conocer. Tampoco él se reserva nada. No se pregunta con hastío: "pero ¡bueno!, ¿se merece mi amor esta gente? ¿Vale la pena un amor a fondo perdido?". Donde pone toda su atención es en el amor que él ha recibido, en la calidad de ese amor, en su intensidad, en su eternidad. Y en esto es en lo que descubrimos cómo es el vivo retrato de su Padre: repite vividamente la lección aprendida de su Padre, reproduce en nuestra historia humana el gesto de entrega intradivina, replica el éxtasis eterno del Padre en su éxtasis temporal.

Y viene el tercer misterio: "este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado". ¿Qué tal vamos aprendiendo la lección? ¿Cómo reproducimos su gesto de entrega? ¿Qué alcance tienen nuestros "éxtasis", nuestras salidas de nosotros mismos? Que él nos conceda ir caminando desde la conciencia viva de ser amados al ejercicio concreto del amor, sin demasiadas recaídas en la pregunta traidora: "pero ¡bueno! ¿Se merece este tipo mi amor?". Él sabe también lo necesitados que andamos de su perdón.

Vuestro amigo.

Pablo Largo, cmf (pldomizgil@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

Pablo presiente que su muerte está cercana. Por eso, ante los presbíteros de Éfeso, realiza un balance de su vida apostólica. Esta emotiva “declaración de Mileto” sintetiza las tres actitudes fundamentales que lo han guiado en su anuncio del evangelio. Son las propias de todo evangelizador:

La humildad. A veces, el que anuncia corre el riesgo de remitir todo a sí mismo, de juzgar la respuesta de las personas según su particular criterio, de perder los papeles cuando las cosas no salen según sus planes. Pablo, por el contrario, reconoce que ha servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas.

La entrega. No es lo mismo ser entusiasta un día que hacer de la propia vida una ofrenda permanente. El entusiasmo de un día puede provocar el aplauso y un reconocimiento efímero. La entrega de toda la vida tiene la eficacia del grano de trigo enterrado. Pablo se ha deshecho por el evangelio, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan y crean en nuestro Señor Jesús.

La fidelidad. La evangelización está llena de riesgos, de cansancios, de búsqueda de compensaciones. ¿Qué buscamos cuando anunciamos a Jesús? Ojalá pudiéramos reconocernos en las palabras de Pablo: Lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es gracia de Dios.

El evangelio de Juan se adentra en el largo y denso capítulo 17. Es un capítulo tan cuajado de contenidos que, ante la imposibilidad de presentarlos detalladamente, bastaría con agruparlos todos bajo las primeras palabras pronunciadas por Jesús: Ha llegado la hora. Al comienzo del evangelio, Jesús es renuente a realizar el signo que su madre le pide en Caná, porque no ha llegado todavía mi hora. En vísperas de su muerte, no hay ya nada que esperar. El trigo está listo para la cosecha. El plazo se ha cumplido. La “hora de Jesús” es la entrega suprema de la muerte. Y, por eso, es también la hora de la glorificación y de la eficacia máxima.

No olvidemos que hoy se celebra la memoria de San Carlos Luanga y sus compañeros mártires. Constituyen un icono de audacia para la iglesia africana y para todos nosotros.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. DOMINICOS 2003

No, yo no dejo la tierra

Esas palabras de Jesús en los días de su  ascensión al Padre nos dicen claramente que su ‘encarnación’ culmina en una ‘glorificación’, pero que al ser glorificado Él nunca olvidará la vida e historia ‘encarnada’.

Me voy, sí, pero
Yo no dejo la tierra.
No. Yo no olvido a los hombres.

¿Cómo podría olvidarnos Jesús glorificado si, como recitamos en un himno de Laudes, nosotros somos su cosecha, el fruto de su pasión y entrega, dándonos nuevo acceso a la vida en Dios nuestro Padre?

Y porque somos ‘cosecha de Cristo salvador’, en estos días preparatorios de Pentecostés habríamos de reconsiderar muchas de las palabras del Maestro.

En ellas vino a enseñarnos cómo, consumada su obra salvífica,

 ya se marca nuestra hora,
comienza nuestra tarea,
y hay que partir a la aurora.

Esa ‘aurora’ del mundo es el anuncio de la Buena Noticia de Cristo por doquier.

Contribuyamos a ella al modo como lo hizo Pablo, sintiéndose amorosamente “forzado por el Espíritu”, “dirigiéndose a Jerusalén, sin saber exactamente qué le espera allí, aunque presienta que le esperan luchas y cárceles por su trabajo por el Reino de Dios”.

Esa sería una buena disposición para hacer el bien, sin dejarse amilanar por las adversidades que puedan sobrevenir, ni presumir de las propias fuerzas, pues la debilidad seguirá acechándonos por todas partes.

OREMOS:

Te pedimos, Dios Padre nuestro, lleno de misericordia, que envíes tu Espíritu Santo sobre nosotros; que Él haga morada en nosotros, nos convierta en templos de su gloria, y nos conduzca  en la evangelización de los pueblos. Amén.

 

Jesús y el Espíritu en la Palabra

Hechos de los apóstoles 20, 17-27:

“Un día Pablo, desde Mileto, llamó a los presbíteros de la iglesia de Éfeso, y les dijo: Vosotros sabéis que durante todo el tiempo que he estado aquí, desde que puse el pie en Asia, he servido al Señor con humildad en las pruebas a que me sometieron las maquinaciones de los judíos. No he dejado de poner medio alguno, he predicado y enseñado en público y en privado... Ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí; sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: Ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios...”

Texto lúcido, sincero, esperanzado, previsor de riesgos. Pablo ha sido fiel al Espíritu, trabajando sin desmayo; testigos de ello son las gentes evangelizadas y las persecuciones sufridas. Ahora se siente movido por el Espíritu y acude a Jerusalén, donde le esperan cadenas. Pero él, poseído por el Espíritu, está por encima de las adversidades. No vive para sí mismo sino para el Señor.

Evangelio según san Juan 17, 1-11:

“Jesús, levantando los ojos al cielo, prolongó su discurso-oración diciendo: Padre, ha llegado las hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo... He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran y tú me los diste... Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti... Te ruego por ellos...”

En labios de Jesús está la palabra, la oración, el compromiso, la esperanza de quien, siendo infinitamente superior a Pablo en su vida y misión, está movido por el mismo Espíritu. Jesús tiene conciencia de su absoluta fidelidad: ha revelado al mundo el misterio de Dios. Pero, como Él se va, ruega por sus colaboradores en la misión, es decir, por todos nosotros que, como hermanos e hijos y profetas hemos de seguir evangelizando.

Momento de Reflexión

Pablo: En el Espíritu, no me importa la vida

Las palabras, convicciones y actitudes de san Pablo en su acción de predicador evangélico de Cristo son, para nosotros, ejemplo a imitar y generosidad que nos confunde.

Ejemplo, en cuanto que en él concurren elementos claves para todo agente de evangelización: asimilación de la doctrina de Jesús, conciencia de enviado, persuasión de que el Espíritu le guía en sus movimientos aunque no los comprenda, entereza para afrontar las adversidades, y hacerlo con equilibrio de ánimo.

Confusión y vergüenza, en cuanto que la generosidad que vemos en Él no tiene límites en la entrega, mientras que la nuestra adolece casi siempre de cobardías, medias tintas, ambigüedades, reservas.  No acabamos de ser totalmente de Cristo.

También nosotros  lo podemos todo con la fuerza del Espíritu.

A nosotros nos falta generosidad y nos sobra cobardía. Es que no nos dejamos ganar por la voluntad del Padre, por la oración de Jesús, por la invitación del Espíritu. Cristo dice al Padre que ha cumplido su misión y que nos ha adoctrinado. Pero reconoce que nos encuentra siempre débiles; y ardientemente ruega por nosotros al Padre. Y al hacer su oración por nosotros, nos va señalando el buen camino: Reconocernos como somos, y confiar en el que puede más que nosotros y está a nuestro lado.

¡Qué hermoso es aventurarnos en la gran aventura de ponernos en sus manos, y, al mismo tiempo, ponernos al servicio del bien, de los hermanos, de los pobres, de cuantos nos necesitan!


11. Martes 3 de junio de 2003
Hch 20, 17-27: Pablo se despide de Éfeso
Salmo responsorial: 67, 10-11.20-21
Jn 17, 1-11: : Oración-testamento de Jesús

Hechos 20,17-27: Pablo se despide de Éfeso

Las primeras lecturas de hoy y de mañana, integran el discurso que Lucas pone en boca de Pablo para despedirse de los responsables de la comunidad que ha fundado en Éfeso. Un elemental marco narrativo (versículos 17 y 36-38) sirve a Lucas para clausurar la actividad evangelizadora de Pablo en Europa Y lo hace con ese “discurso de despedida” que suena a “testamento” espiritual y pastoral, al estilo de las despedidas de Moisés (Dt 29-31) de Samuel (1 Samuel 12) y de Jesús (Jn 13-17). El pasado y el futuro del ministerio de Pablo (capítulos 18-21 y 22-27 de Hechos) se anudan en esta despedida. En esta primera mitad del discurso que leemos hoy, por boca de Pablo ensalza Lucas la figura y la obra de “Pablo apóstol” (20,19-24). Lucas pone el adiós definitivo de Pablo a los presbíteros de Éfeso, en el horizonte del viaje final a Jerusalén (20,25), donde le esperan cárcel y un largo proceso que lo llevará a Roma para el testimonio último. Así nos transmite Lucas el retrato “ideal” de Pablo que quedó en la tradición cristiana.

Juan 17,1-11: Oración-testamento de Jesús

Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús (Jn 17,1-26). En el uso litúrgico se llama oración sacerdotal, desde el siglo XVI. Y en el contexto ecuménico, oración por la unión de los cristianos. Tiene, pues, diferentes lecturas, según los contextos en que se use. En la Biblia es una síntesis de la teología joánica, escrita en el género literario “oracional”. A este género literario pertenecen los discursos-testamento que el AT pone en boca de personajes como Jacob (Gn 49) y Moisés (Dt 31-34).

Esta oración-testamento del evangelio de Juan, resume en boca de Jesús los temas importantes de su misión y su enseñanza, centrándolos en la unidad de amor y de vida de Jesús con el Padre. Unidad, por la que el Hijo participa de la gloria del Padre. La gloria de Dios se manifiesta en la actividad salvadora por la que Dios da nueva vida. De esa gloria participa Jesús como su enviado, porque, unido a Dios Padre, lo da a conocer dando nueva vida. Y los discípulos y discípulas, que han creído en Jesús y permanecen unidos a él, participan en Jesús de su unidad de vida con el Padre y de su misión y su gloria. Por eso Jesús ruega al Padre por ellos, para que sean uno entre sí y con Jesús, porque han de continuar su misión frente a la maldad y la injusticia que dominan el mundo. Hasta ahí leemos hoy (17,1-11).

Toda la oración tiene intención exhortativa. Y es más impactante porque en labios de Jesús se dirige a Dios Padre. Las insistencias, reflejan los problemas reales de asechanzas y divisiones que sufría la comunidad joánica.

SE CUMPLE HOY LA PALABRA PROCLAMADA

Los contenidos teológicos y el clima del género literario de esos dos textos de despedida y testamento de Jesús y de Pablo, nos trasmiten emotivas cargas de responsabilidad en la vivencia testimonial de la fe cristiana. Hay personas que se han entregado totalmente por la Causa del Reino, y han traído así la fe hasta nuestras vidas. Sobre todo Jesús; y, luego, quienes han sido sus testigos para nosotros, desde aquellos primeros, hasta los que hoy conocemos personalmente. La fe se transmite así en la historia, de testimonio en testimonio. Y nuestras vidas alcanzadas por la fe, se han de entregar igualmente por la Causa del Reino de vida, según la justicia y la misericordia del Dios que da nueva vida, digna, justa, filial, fraterna y solidaria.

En la unión vital con Jesús, participamos nosotros de su unión íntima con el Padre. Y su gloria se manifestará en nosotros, en la medida en que colaboremos en hacer efectivo su Proyecto de vida “mejor”, más humana, justa y solidaria, en nuestros prójimos; ante todo, en quienes llevan una vida más inhumana o deshumanizada.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


12. ACI DIGITAL 2003

1. Jesús, que tanto oró al Padre "en los días de su carne" (Hebr. 5, 7), pronuncia en alta voz esta oración sublime, para dejarnos penetrar la intimidad de su corazón lleno todo de amor al Padre y a nosotros. Dando a conocer el Nombre de Padre (v. 6 ss.) ha terminado la misión que El le encomendó (v. 4). Ahora el Cordero quiere ser entregado como víctima "en manos de los hombres" (14, 31 y nota), pero apenas hace de ello una vaga referencia en el v. 19. "Es pues con razón que el P. Lagrange intitula el c. 17: Oración de Jesús por la unidad, de preferencia al título de Oración sacerdotal, que ordinariamente se le da siguiendo al luterano Chytraeus Kochhafen + 1600" (Pirot).

2. Que tu Hijo te glorifique... dando vida eterna: Meditemos aquí el abismo de bondad en el Padre y en el Hijo, ante tan asombrosa revelación. En este momento culminante de la vida de Jesús, en esta conversación íntima que tiene con su Padre, nos enteramos de que la gloria que el Hijo se dispone a dar al Eterno Padre, y por la cual ha suspirado desde la eternidad, no consiste en ningún vago misterio ajeno a nosotros, sino que todo ese infinito anhelo de ambos está en darnos a nosotros su propia vida eterna

3. El conocimiento del Padre y del Hijo - obra del Espíritu de ambos "que habló por los profetas" - se vuelve vida divina en el alma de los creyentes, los cuales son "partícipes de la naturaleza divina" (II Pedro 1, 4). Cf. v. 17 y nota; Sab. 15, 3.

5. Es evidente, como dice S. Agustín, que si pide lo que desde la eternidad tenía, no lo pide para su Persona divina, que nunca lo había perdido, sino para su Humanidad santísima, que en lo sucesivo tendrá la misma gloria de Hijo de Dios, que tenía el Verbo (cf. v. 22; S. 2, 7 y nota).

6. Tu nombre, es decir, "a Ti mismo, lo que Tú eres, y por sobre todo, el hecho de que eres Padre" (Joüon).

7. Hemos visto a través de todo este Evangelio que la preocupación constante de Jesús fue mostrar que sus palabras no eran de El sino del Padre. Véase 12, 49 s.

8. Ellos las han recibido... y han creído: Admiremos, en esta conversación entre las Personas divinas, el respeto, que bien puede llamarse humilde, por la libertad de espíritu de cada hombre, no obstante ser Ellos Omnipotentes y tener sobre sus creaturas todos los derechos. Nada más contrario, pues, a las enseñanzas divinas, que el pretender forzar a los hombres a que crean, o castigar a los que no aceptan la fe. Véase Cant. 3, 5; Ez. 14, 7 y notas.

9. Nueva y terrible sentencia contra el mundo (véase 14, 30; 15, 18; 16, 11 y notas). ¡Nótese el sentido! 1o. Por ellos ruego... porque son tuyos: pues todo lo tuyo me es infinitamente amable sólo por ser cosa del Padre a quien amo. Es decir, que nosotros, sin saberlo ni merecerlo, disfrutamos de un título irresistible al amor de Jesús, y es: el solo hecho de que somos cosa del Padre y hemos sido encomendados por El a Jesús a Quien el Padre le encargó que nos salvase (6, 37 - 40). 2o. En ellos he sido glorificado, es decir, a causa de ellos (cf. v. 19). La gloria del Hijo consiste como la del Padre (v. 2 y nota), en hacernos el bien a nosotros. Jesús ya nos había dicho en 10, 17, que el amor de su Padre, que es para el Hijo la suma gloria, lo recibe El por eso: porque pone su vida por nosotros (véase allí la nota). Ante abismos como éste, de una bondad y un amor, y unas promesas que jamás habría podido concebir el más audaz de los ambiciosos, comprendemos que todo el Evangelio y toda la divina Escritura tienen que estar dictados por ese amor, es decir, impregnados de esa bondad hacia nosotros, porque Dios es siempre el mismo. De aquí que para entender la Biblia hay que preguntarse, en cada pasaje, qué nueva prueba de amor y de misericordia quiere manifestarnos allí el Padre, o Jesús. ¿Es éste el espíritu con que la leemos nosotros? El que no entiende, es porque no ama, dice el Crisóstomo; y el que no ama, es porque no se cree amado, dice S. Agustín. También en otro sentido el Hijo ha sido glorificado en nosotros, en cuanto somos su trofeo. Si no pudiera mostrarnos al padre y al universo como frutos de su conquista, ¿de qué serviría toda su hazaña, toda la epopeya de su vida? Vemos aquí la importancia abismante que se nos atribuye en el seno de la misma Divinidad, en los coloquios del Hijo con el Padre, y si vale la pena pensar en las mentiras del mundo ante una realidad como ésta. Porque si somos del mundo, El ya no ruega por nosotros, como aquí lo dice. Entonces quedamos excluidos de su Redención, es decir, que nuestra perdición es segura.

11. Véase 18, 36; Mat. 16, 16 ss.


13. 2004  SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

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14. DOMINICOS 2004

Envía, Señor, tu Espíritu

No; Yo no dejo la tierra
Me voy, sí,
Pero Yo no dejo la tierra.
Yo no olvido a los hombres

Con esas palabras Jesús, en los días de su Ascensión al Padre, nos dijo claramente que su ‘encarnación’ culminaba en la ‘glorificación’; pero añadió que su exaltación a la derecha del Padre no significará olvido de nosotros.

Me voy, sí, pero Yo no dejo la tierra. Yo no olvido a los hombres.

En un himno de ‘Laudes’ se dice que nosotros somos su cosecha, la cosecha de Cristo, el fruto de su pasión y entrega, por habernos dado nuevo acceso a la vida en Dios nuestro Padre. Si esto es verdad, ¿cómo podría olvidarnos?

En respuesta a tanto amor, sintámonos y vivamos como real ‘cosecha de Cristo salvador’, y en estos días preparatorios a Pentecostés abrámosle el corazón y devoremos sus palabras de luz.

OREMOS:

Te pedimos, Dios Padre nuestro, lleno de misericordia, que envíes tu Espíritu Santo sobre nosotros; que Él haga morada en nosotros, nos convierta en templos de su gloria, y nos guíe en la evangelización de otros pueblos. Amén.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 20, 17-27:
“Un día Pablo, desde Mileto, llamó a los presbíteros de la iglesia de Éfeso, y les dijo:

Vosotros sabéis que durante todo el tiempo que he estado aquí, desde que puse el pie en Asia, he servido al Señor con humildad en las pruebas a que me sometieron las maquinaciones de los judíos. No he dejado de poner medio alguno, he predicado y enseñado en público y en privado...

Ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu.

No sé lo que me espera allí; sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: Ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios...”

Evangelio según san Juan 17, 1-11:
“Jesús, levantando los ojos al cielo, prolongó su discurso-oración diciendo: Padre, ha llegado las hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste.

Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo... He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran y tú me los diste... Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti... Te ruego por ellos...”

Reflexión para este día
¡Qué hermoso es conocer los sentimientos de Pablo en un momento crucial de su vida! Su voz es lúcida, sincera, esperanzada, previsora de riesgos y fuerte por la gracia del Espíritu. Ha sido fiel, ha trabajando sin desmayo, y testigos de ello son las gentes evangelizadas y las persecuciones sufridas. Si ahora, guiado por el Espíritu, ha de caminar hacia Jerusalén cargado de cadenas, sabrá mantenerse más intensamente fiel.

¿Seremos nosotros capaces de imitarle en su generosa entrega?

Tratemos de que nuestra debilidad se haga fortaleza por medio de la vida en el Espíritu, acudiendo a la Palabra, a la oración, al compromiso. Dejémonos guiar por la voluntad del Padre, por la oración de Jesús, por la invitación del Espíritu. Corramos la dichosa aventura de ponernos en sus manos, en servicio del bien, de los hermanos, de los pobres, de cuantos nos necesitan.


15. CLARETIANOS 2004

ESTAMOS DE DESPEDIDAS

Gloria a Dios
¿Qué queremos decir cuando todos los domingos cantamos “por tu inmensa gloria...te glorificamos”? Gloria, en el diccionario, es fama, nombradía, honor, popularidad, triunfo, majestad, aura. La definición clásica latina decía: Clara cum laude notitia. Hablamos, en una imagen muy bella, del “esplendor de la verdad”, como fuente de moral y de estética. En campo más académico, podríamos definir “gloria” como la manifestación (esplendor) de Dios Padre en sus obras, siempre buenas, salvadoras, llenas de amor. En la Última Cena comienza así la Oración Sacerdotal : Padre, glorifica a tu Hijo, que tu Hijo te glorifique. Pero, cómo?

“Tuyos eran”:vivir y conocer
Curioso. Esta oración del Cenáculo no posee los rasgos dramáticos de tristeza que aparecerán en la oración de Getsemaní. Así es cumplida la gloria: que todos tengan vida y la tengan en abundancia. El querer de Dios es siempre de vida. “Que donde yo estoy estén los que me diste”. Mucho antes de que la Coca Cola montase sus anuncios sobre la chispa de la vida, el Evangelio se afianza sobre la vida. Como que Jesús mismo nos dijo: Yo soy la vida. Luego vendrá el desplegarse de esta vida en red con el Padre y el Hijo. Por supuesto, a través de esa sangre del Espíritu.

Así, la vida es conocer la intimidad del Padre Dios y de Jesús, su enviado. No nos es difícil. Todos los milagros y parábolas de Jesús son des-velarnos a Dios como Padre. Acaso cabría en la mente humana pensar en Dios como creador; imposible, llamarle padre. Jesús fue el primero y el único: “Cuando oréis, decid Padre que en los cielos estás”. Junto al Padre, el Hijo, el enviado por el Padre. “Han conocido que yo salí de ti”, “Todo lo tuyo es mío”. Y los hombres y mujeres, en perfecta comunión con el océano inmenso de Dios. “Tuyos eran y tú me los diste”, reza Jesús. La vida se manifiesta en tres puntos: el hombre ha conocido a Dios, ha guardado su palabra, ha creído. Por encima de tanta densidad teológica, una cosa es clara: penetrar el círculo de Dios, experimentar la presencia de su vida, dejarse habitar por el misterio, gozar.

Testamento pastoral
Como Jesús, Pablo está de despedida. Nos deja su testamento, las palabras verdaderas, cuando los ve por última vez. He aquí un retrato pastoral del apóstol. Sólo servir al Señor. En humildad, sin buscarse a sí mismo, desde las penas y pruebas de los enemigos de la cruz, predicando sólo a Jesucristo, siendo testigo del Evangelio hasta la muerte en el martirio. ¿Cuántos cristianos podemos decir como San Pablo: “No me importa la vida”? La vida es un don hermoso pero hay valores más altos por los que, incluso, es grande entregar la vida. Todo esto es bello. Tal vez alguno piense que es demasiado bonito. Sí, es bonito, aunque no todos reciben este don. En todo caso, nos pone en pista y nos marca un ideal. Ah, y muchos de los nuestros lo han cumplido en su vida.

Conrado Bueno Bueno
(cmfcsespino@planalfa.es)


16.

Jesús, en lo que conocemos como la Oración Sacerdotal, pide por cada una de las personas que el Padre le ha dado. Él sabe muy bien en el mundo que nos ha dejado y conoce de todas las dificultades que viviremos por estar en el mundo pero sin pertenecerle. Sin embargo, esta vuelta de Jesús donde el Padre no debe ser considerada por nosotros como un estar solos en el mundo, abandonados, como muchas veces solemos sentirnos. Nada de eso. Jesús ha declarado que somos suyo y que hemos recibido la vida eterna, la cuál no es más que conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo su enviado. ¿Qué puede ser más grande que eso para nosotros? ¿Los problemas? ¿Las angustias? ¿Los miedos? Tal y como dice San Pablo en su carta a los Romanos, en todo esto somos más que vencedores en Aquel que nos amó y quien entregó su vida por cada uno de nosotros y nosotras.

Dios nos bendice,

Miosotis


17. 2004

LECTURAS: HECH 20, 17-27; SAL 67; JN 17, 1-11

Hech. 20, 17-27. Anunciar a Cristo a tiempo y a destiempo. No escatimar nada, con tal de que el Evangelio llegue a todos. Esa es la Misión que el Señor nos confió. Si no queremos ser responsables de la condenación de los demás anunciémosles en su totalidad el Mensaje de Salvación. Hagámoslo no sólo con las palabras, sino con el testimonio de nuestra vida misma. Dios nos quiere fieles a Él, hasta que lleguemos, junto con Cristo, victoriosos al final de nuestra carrera, ahí donde Cristo nos espera para hacernos participar de su Gloria. Ante esta esperanza que tenemos depositada en Él ¿nos angustiará la muerte?. No. Nuestra única preocupación es estar con Cristo eternamente. Y esto sólo lo lograremos en la medida en que hayamos unido a Él nuestra vida, y hayamos cumplido el encargo que recibimos del Señor Jesús: anunciar a todos el Evangelio de la gracia de Dios.

Sal. 67. Dios ha sido nuestra fortaleza, nuestro poderoso protector, nuestro amparo, nuestro auxilio. Dios jamás nos ha abandonado en nuestros sufrimientos, en nuestras pobrezas y enfermedades. Como Padre lleno de amor por sus Hijos Él nos ha colmado de sus favores. Más aún, viéndonos desorientados como ovejas sin Pastor, envió a su propio Hijo para que quienes creamos en Él, en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Esos bienes y esa herencia es lo que el Señor ha preparado para los pobres, que somos nosotros. Por eso sea Él bendito ahora y por siempre, pues nos lleva sobre sus alas para salvarnos y librarnos de la muerte.

Jn. 17, 1-11. Jesús ha llevado a cabo la obra que el Padre Dios le confió: darnos a conocer a Dios como nuestro Padre, y hacernos partícipes de la vida eterna. Conocer, hacer nuestro al Padre y al Hijo, vivir en Él y que Él viva en nosotros en una auténtica comunión de vida, en eso consiste la Vida eterna. Ahora Jesús, llegado al momento supremo de su amor por nosotros y de su fidelidad amorosa a su Padre Dios, le pide a Él que lo glorifique. Es decir que el Padre Dios cumpla también su obra en Cristo Jesús, glorificándolo, elevándolo a su Diestra como Dios y Señor, para que el mundo crea y se salve. Así Cristo se convierte en el único camino que nos conduce a la perfección en Dios, pues no hay ni habrá otro nombre en el cual podamos salvarnos. Nosotros, junto con Cristo, hemos sido glorificados, perdonados, santificados. La salvación, la vida de la que participamos es para que la manifestemos a los demás. Los que hemos sido liberados de nuestras esclavitudes, por medio del Misterio Pascual de Cristo, no podemos continuar viviendo como condenados. Tratemos de continuar trabajando para que el Nombre de Dios sea glorificado entre nosotros.

Reunidos en esta celebración Eucarística, venimos para entrar en una más intima comunión de vida con el Señor. Él nos glorifica a nosotros, pues nos salva y nos hace participar de su Vida y de su Espíritu. Tal vez nosotros no hemos vivido totalmente comprometidos con la glorificación de Dios, dando a conocer su Nombre a los demás con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestras actitudes y con toda nuestra vida. El Señor sabe que somos frágiles; y con gran amor ha escuchado nuestra petición de perdón, que le hemos hecho con humildad. Pero Él no sólo quiere perdonarnos por medio del Sacramento de la Reconciliación. También quiere vernos comprometidos en la manifestación de su Nombre a todas las naciones, para que todos reconozcan públicamente que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Así también nosotros, toda la Iglesia debemos tener ese señorío sobre el mundo; señorío que nos debe llevar a estar al servicio del evangelio, y no como dominadores conforme a los criterios de este mundo. Toda nuestra vida, por tanto, tiene como finalidad convertirse en una continua glorificación del Nombre de nuestro Dios y Padre.

Y glorificamos a nuestro Dios y Padre cuando damos a conocer, desde el rostro descubierto de la Iglesia, el Rostro amoroso de Dios a nuestro prójimo. Habiendo sido renovados en Cristo vivamos amando, como nosotros hemos sido amado por Él. Sepamos perdonarnos mutuamente, sabiendo que si Dios nos ha perdonado no podemos condenar a nadie. Sepamos socorrer a los necesitados, pues Dios no quiere que vivamos de un modo egoísta; los bienes que ha puesto en nuestras manos deben ser como las armas con las que venzamos al mal, pues, como dice la Escritura, el que socorre a los pobres borra la multitud de sus propios pecados. Tratemos de llegar al final de nuestra carrera con las manos y el corazón llenos de buenas obras. Entonces, no importando que hayamos perdido la vida por nuestro amor a Cristo y a nuestros hermanos, seremos coronados con la Vida eterna, pues, siendo de Cristo y permaneciéndole fieles seremos del Padre eternamente.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber abrir nuestro corazón al perdón, a la Vida y al Espíritu de Dios en nosotros, para que podamos glorificar a Dios con una vida recta, dándolo a conocer a nuestros hermanos, hasta que, algún día, nuestro Padre Dios nos glorifique junto con su Hijo en la eternidad. Amén.

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18. ARCHIMADRID 2004

“A mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús”. La vida es un don de Dios. Como todo regalo, lo que se valora es la gratuidad y la generosidad del donante. Por eso, cuando reconocemos como dueño de nuestra vida a Dios, ésta deja de convertirse en un absoluto, transformándose en un instrumento al servicio de Cristo. ¿No nos llama la atención aquellos que están tan aferrados a la vida y, por otra parte, se muestran a favor del aborto? Es como si esos indefensos que están por nacer fueran un estorbo para nuestros deseos de “bienestar”.

Nunca he estado a favor de la pena de muerte, pero entrar en el juego de una demagogia en donde unos “sí” y otros “no”, todo por contentar a unas minorías que reivindican la propiedad de su cuerpo, como si fuera un objeto de compra-venta, me parece fuera de lugar. Cuando Dios pasa a un segundo plano (en muchos corazones al último), todo se complica. Necesitamos inventar argumentos que justifiquen el genocidio “responsable” de millones de inocentes, dando rienda suelta a una imaginación que, más que truculenta, es hija del egoísmo. Y lo más impresionante es el silencio cómplice de todos los medios de comunicación e instituciones gubernamentales. ¿Cómo van a recoger firmas millares de fetos que sólo tienen “derecho” a morir en el seno de unas madres ignorantes o manipuladas?

El mundo se escandaliza porque el cristianismo habla de penitencia y mortificación. Si seguimos el recorrido del apóstol Pablo, a través del libro de los Hechos y de sus cartas, descubrimos cómo su vida está traspasada por el sacrificio y la donación de sí, no por un motivo altruista (una sociedad más justa, la lucha proletaria, o el “go home” para los romanos), sino que todas sus motivaciones tienen un nombre: Cristo. Y ese Jesús que anuncia es el que ha padecido, muerto y resucitado. Cuando san Pablo busca sólo identificarse con su Señor, lo que venga después, aún a riesgo de su integridad física, “le trae sin cuidado”: “Sólo sé que el Espíritu Santo me asegura que me aguardan cárceles y luchas”. Me gustaría que todos aquellos que son tan exquisitos/as a la hora de acicalarse (perfumes, gimnasios, dietas de adelgazamiento…) y, en cambio, tan resueltos en dar su consentimiento para la pena de muerte de un “no nacido”, reflexionaran seriamente acerca del comportamiento del Apóstol de los Gentiles.

“Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado”. ¿Por qué ese empeño de Jesús por distinguir entre el mundo y los discípulos? ¿No son acaso éstos parte del mundo? El problema de las evidencias es dar por supuesto lo que no lo es. Pocos negarán la necesidad de un “ser” superior (llámese energía, poder supremo, dios…), que esté por encima del mundo e intervenga en él “de vez en cuando”. Sin embargo, muchos son los que, sobre todo cuando les van bien las cosas, digan que la fe hay que dejarla en algún rincón de la sacristía, o para asistir a alguna procesión de Semana Santa. La evidencia parece ser la existencia de Dios (en cualquiera de sus formas), y “el dar por supuesto” no es otra cosa sino reducir la práctica de la fe para las beatas, los curas y la monjas.

Comprender que nuestro corazón le pertenece a Dios es tener un horizonte mucho más amplio que el mundo pueda ofrecernos. Es la manera de aprender a vivir con una medida que nadie puede darnos, excepto Él: la vida eterna. Y conocer a Dios como el único y verdadero, y a Jesucristo como su enviado, nos ayudará permitir a vivir a otros… sobre todo, a los más indefensos.


19. Fray Nelson Martes 10 de Mayo de 2005

Temas de las lecturas: Quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús * Padre, glorifica a tu hijo.

1. Testamento De Un Apóstol
1.1 Pablo presiente el final del su camino y, movido por este sentimiento, abre su corazón ante los principales de la comunidad de Éfeso. Las palabras que hemos recibido en la primera lectura son, pues, una especie de testamento espiritual que nos permite entrever la calidad de la entrega de este hombre de Dios, que con palabras, obras y padecimientos mostró en todo ser testigo del Crucificado y Resucitado.

1.2 Un apóstol, un verdadero apóstol, une la humildad y la caridad, la paciencia y la diligencia. Es delicado para consolar y fuerte para exhortar; sabio en su palabra y sencillo en su exposición; oportuno en la enseñanza y generoso para con todos. No está centrado en sí mismo sino en Aquel que le ha enviado y por consiguiente todo lo juzga no en función de su provecho o gusto sino en relación con el noble objetivo que se apoderado de su alma.

1.3 Y sin embargo, no es capitán absoluto de su propio barco; por el contrario, como buen soldado del máximo General, permanece atento y libre para cambiar su rumbo según la estrategia que le sea revelada. Con la mirada puesta en su meta de nada se apega particularmente y a nada teme demasiado. Hace su obra y se aparta con discreción. Es responsable pero no obsesivo; alegre, pero no disipado; sencillo, pero no ingenuo; audaz, pero no temerario.

2. Cristo Sacerdote
2.1 El texto del evangelio de hoy nos deja ver el corazón sacerdotal de Cristo, abierto en oración por sus discípulos y por el mundo entero.

2.2 Cristo pide ser glorificado. Esta petición nos puede extrañar. No es afán de grandeza sino caridad para con nosotros. La Cruz es el lugar de la gran revelación del amor divino, peor eso no es claro para todos. Uno puede quedarse mirando el “fracaso” de este pobre ajusticiado sin descubrir allí la fuerza de la ternura con que el Altísimo se ha abajado en busca de sus ovejas perdidas. Pues bien, poder descubrir ese amor es una gracia que brota de ver la “gloria” de Jesús en su tormento y la “revelación” de Jesús en su rostro desfigurado.

2.3 La oración brota de la estrecha unión entre Cristo y el Padre: “todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío”. Ese compartir, esa comunión, hace posible que la obediencia se funda en amor y el amor se levante en obediencia. Esa comunión hace posible que un mismo designio de salvación atraviese las alturas del cielo, los caminos de la tierra y las cavernas del infierno. Un relámpago de luz ilumina de repente todo cuanto existe y en los cielos se revela el sublime amor de Dios por su creatura; en la tierra se predica el Evangelio de salud y en el infierno se proclama la derrota del odio y se levanta el estandarte del amor incólume y santo.