LUNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA 

 

LECTURAS

1ª: Hch 19, 1-8 

2ª: Jn 16, 29-33 


1.

-Después de atravesar las altas regiones, Pablo llegó a Efeso.

Pablo es un gran viajero. Un misionero itinerante.

Vuelve a Efeso por segunda o tercera vez. Ahora se quedará allá por lo menos dos años y medio, el tiempo de estabilizar esa importante comunidad. Estamos entre los años 53 y 56.

Desde Efeso Pablo enviará dos cartas: la epístola a los Gálatas, y la primera epístola a los Corintios.

Después de la época heroica de las fundaciones y la simplicidad de la primera evangelización, comienza la época de las cuestiones doctrinales. Hay que aportar algunas precisiones de orden intelectual... es preciso también defenderse de las sectas marginales con riesgo de desviarse a la larga...

-Allí encontró algunos discípulos «¿Recibisteis el Espíritu Santo, cuando abrazasteis la fe?» -Pero nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo -«¿Qué bautismo habéis pues recibido?» -«El bautismo de Juan».

En Efeso, ciudad cosmopolita, las más variables sectas religiosas se disputaban los clientes. Los Juanistas, ¿eran simplemente esenios? Entre esta secta y los cristianos discutían sobre la eficacia de sus bautismos respectivos.

Muchos textos del Nuevo Testamento atestiguan esa polémica.

Te ruego, Señor, por todos los variados grupos de cristianos, por las diversas "iglesias" a fin de que no se retrase el movimiento hacia la unidad.

Te ruego también por los que, dentro mismo de la Iglesia católica, se oponen los unos a los otros. Danos la unidad de la fe.

-Pablo les dijo entonces: "Juan bautizó con un bautismo de conversión diciendo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea, en Jesús..."

Efectivamente, el bautismo de Juan era simplemente un signo de conversión: se está aún en lo humano. Se trata de «esforzarse» para cambiar de vida.

Por lo contrario la novedad del bautismo cristiano es la «fe»: se accede a un orden nuevo, se necesitan unos ojos nuevos que sólo el Espíritu puede dar.

-Ellos quisieron ser bautizados en nombre del Señor Jesús. Y cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.

¿Estamos dispuestos a avanzar por una nueva etapa de vida?

Dios actúa en nosotros por etapas. Sus llamadas a una mayor perfección son sucesivas.

Si quisiéramos quedarnos en la etapa a la que hemos llegado, podriamos rehusar esas nuevas llamadas de Dios.

En este momento, ¿hacia qué progreso me empuja el Espíritu?

Para llegar a él, he de renunciar a mis certezas y seguridades anteriores, como los discípulos de "Juan Bautista" debieron aceptar dar un nuevo paso. El milagro de las «lenguas» -glosolalia: los nuevos cristianos investidos del Espíritu se ponían a hablar lenguas incomprensibles -es un fenómeno significativo. Seguir al Espíritu es dejarse introducir por El en las zonas imprevistas de la aventura espiritual.

-Eran en total unos doce hombres

Nos representamos mal la situación de esos primeros cristianos, aislados, muy minoritarios, inmersos en el inmenso paganismo oficial de esas grandes ciudades del Imperio. Son necesarias esas cifras para que nos demos cuenta de ello.

¡Eran «una docena»! Señor, danos una fe valiente.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 246 s.


2.

Ahora el escenario geográfico de la narración es Efeso, «la gran metrópoli de Asia" y una de las ciudades más importantes del mundo de entonces, capital de la provincia romana y punto de confluencia entre el Occidente y las vías de comunicación hacia las regiones interiores de Asia. En este nuevo centro estratégico trabaja Pablo más de dos años, funda una Iglesia, destinataria de una de las epístolas del corpus paulino, y hace de ella un punto de irradiación para «todos los habitantes de Asia" (v 10). El relato de Lucas es un tejido de episodios llamativos: el caso curioso de los discípulos que sólo conocían el bautismo de Juan (1-6), la evangelización de la comunidad con las peripecias acostumbradas de la ruptura con la sinagoga que determina el paso de Pablo a los gentiles (8-10), la figura taumatúrgica de Pablo y los exorcistas judíos (11-17) y la victoria de la nueva fe sobre las prácticas de magia, tan inveteradas en Efeso (18-20).

Los doce discípulos de Efeso que sólo conocían el bautismo de Juan representan un caso curioso. El episodio evoca el paralelo análogo de los bautizados de Samaría que todavía no habían recibido el Espíritu Santo (Hch 8,14-17) y resalta que el Espíritu Santo con el carisma es el rasgo que caracteriza a la comunidad de Jerusalén frente a la de Juan (4-6). Sin embargo, tenemos una vía mejor de explicación en la estrecha afinidad con el caso Apolo (18,24-28), y parece plausible la hipótesis de ver ahí un resto del movimiento del Bautista, que se habría prolongado como un movimiento paralelo y acaso rival del cristianismo. ¡Una lección de ecumenismo! Una Iglesia viva y plural ejerce una atracción espontánea sobre los grupos marginales, que ven en la incorporación una posibilidad de crecimiento.

Hemos dicho que Lucas tiene una marcada tendencia a establecer paralelos en sus escritos, los cuales se ilustran mutuamente y religan la narración Así no resulta difícil encontrar en los Hechos paralelos de la figura taumatúrgica de Pablo, de los exorcistas judíos y de la victoria sobre la magia: pensemos en la sombra de Pedro que curaba a los enfermos (5,15), en el caso de Simón Mago en Samaría ( 8 ,9-24 ) y en el del mago Elimas en Chipre (13,6-12). No se trata de cuestionar racionalísticamente unos hechos reales que, sin embargo, quizá están estilizados en los relatos. Además, las prácticas de magia tendrían muchos adeptos en Efeso, tal vez incluso entre los nuevos creyentes, y el milagro y un mundo intermedio de espíritus y demonios, que intervienen en la historia y en la vida humana, formaban parte de la óptica cultural de la época. Es normal que Lucas nos haya dejado una descripción del influjo liberador de la fe en Efeso desde una perspectiva cultural común a él y a sus lectores.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 209 s.


3. FE/CRUZ  FE/ESCANDALO 

Es el final del último discurso de Jesús después de la cena.

Después de tantas incomprensiones, después de un largo camino sembrado de vacilaciones, de dudas, parece, por fin, que los apóstoles, ¡han llegado a la fe! Por lo menos, esta es una nueva afirmación de su fe... porque el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos, no ha terminado todavía.

"Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios".

Esto es justamente lo que los discípulos han experimentado en su trato con Jesús; sabe las cosas de Dios y sabe cuanto se refiere a la felicidad y a la desgracia del hombre.

"Vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten". La segunda parte de la frase parece incorrecta; lo lógico sería: "no necesitas preguntar a nadie", es decir, puesto que lo sabe todo, no necesita que nadie le informe de nada, no necesita preguntar a nadie. ¿Por qué razón se dice, entonces, "no necesitas que te pregunten?".

Porque la ciencia de Jesús, es decir, el conocimiento que Jesús tiene acerca de Dios y acerca del hombre, es una sabiduría que El comunica a los suyos. No es como los maestros de este mundo, un saber que él guarde exclusivamente para sí y que únicamente va comunicando a los suyos, como a cuentagotas, a base de las preguntas que le vayan formulando.

"Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". "El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad plena".

En esa ciencia reveladora de Jesús quedan superadas todas las preguntas de los discípulos. En todo lo que él nos ha revelado se encuentra la respuesta de todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que uno acepta a Jesús como Señor de su vida y toma en serio su palabra como norma suprema, esas preguntas ya están todas contestadas anticipadamente.

"Les contestó Jesús: ¿Ahora creéis? Pues mirad; está para llegar la hora; mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mi me dejéis solo".

"¿Ahora creéis?" Un interrogante que tiene sabor de sorpresa y de desconfianza.

Desconfianza lógica si el argumento para la fe se apoya en la evidencia externa a la que estamos tan acostumbrados. La mayoría de nosotros creemos, simplemente, porque nos parecen razonables las cosas.

Por eso, cuando llega esa hora que anuncia Jesús, la hora de la pasión y de la muerte, la hora en la que no tiene sentido las cosas que suceden, dejamos de creer.

Los discípulos -como nosotros- aún no tenían fe; la fe está inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando llegó la hora del escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos.

La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación, repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo.

Seguir confiando en Jesús y en su palabra es la única manera de encontrar la paz.

Porque él no está solo. El Padre está con él y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido.


4.

-Ahora sabemos que conoces todas las cosas y que no necesitas que nadie te pregunte. En esto creemos que has salido de Dios.

Es el final del último discurso de Jesús después de la Cena.

Después de tantas incomprensiones, después de un largo caminar entrecortado de vacilaciones, he aquí que los apóstoles parecen por fin ¡haber llegado a la fe! Por lo menos, esta es una nueva afirmación de su fe... pues el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos no está terminado todavía. Jesús, más lúcido que ellos, se lo recordará dulcemente, sin amargura:

-Jesús les respondió: "¿Ahora creéis?" He aquí que llega la hora, y ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y a mí me dejaréis solo.

Sí, la ilusión acecha a los "creyentes" en cada momento, pero sobre todo en la hora de la prueba. Dicen: "sabemos" "creemos"... Jesús les ha hecho ya notar varias veces, la presencia de Judas entre ellos. Este les ha dejado desde algunos cuartos de hora antes.

Creen ahora tener seguridad en su Fe.

Pero ¡es a cada uno que Jesús anuncia su deserción! Le abandonarán, le dejarán "solo"...

Y la negación de Pedro sera el símbolo del comportamiento de todo el grupo.

Esta Palabra de Jesús está dirigida a mí, como lo está a todos los creyentes: quiere revelar la incapacidad de cada uno de nosotros para traducir efectivamente en nuestros actos, la Fe... que afirmamos sin embargo con nuestros labios al recitar el "credo". No, no basta cantar el Credo para enorgullecerse de ser de los que están en la Verdad. ¿Cuántas de nuestras conductas abandonan a Jesús? Señor, haz que seamos humildes. Señor, haced que nuestra vida cotidiana corrresponda a lo que afirmamos el domingo.

-Pero no estoy solo: el Padre esta conmigo.

Cuán emocionante resulta este final de la frase de Jesús.

A sus apóstoles acaba de decirles que todos le abandonarán: vosotros me dejaréis solo... ¡pero no! "No estoy nunca solo... El Padre está conmigo... El, no me abandona nunca... estoy seguro de que puedo contar con El... El, me ama sin fallo..." Entretenerse en decir, y en repetir, esta palabra de Jesús.. . en meditar y volver a meditar esta forma... en contemplar y volver a contemplar lo que esto nos revela del "interior de Jesús.

Y a mí, ¿me llega también la tentación de pensar que estoy solo?

Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡confiad!; Yo he vencido al mundo.

Jesús nos repite aquí nuestra doble pertenencia: los creyentes están "en el mundo", y "en Jesús"... de aquí nuestros quebrantos y nuestros abandonos. Pero de las dos pertenencias una es más fuerte que la otra: confiad, Yo he vencido "al mundo". Así pues, ya no es el sufrimiento el que domina, sino la paz.

Esta es la última palabra que Jesús dirigió a sus amigos. A partir de este momento, Jesús entrará en el misterio de su última plegaria: en lo sucesivo se dirigirá a su Padre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 250 s.


5.

1. Hechos 19,1-8

a) Pablo llega a Éfeso, en su tercer viaje misionero. Éfeso era una de las ciudades más importantes de la época. Allí estuvo más de dos años, fundando una comunidad a la que luego le escribiria una de sus cartas. En Éfeso, como siempre, primero predica a los judíos, en la sinagoga. De los diversos episodios que Lucas cuenta de esta estancia de Pablo en Efeso, hoy escuchamos uno algo extraño: se encuentra con unos doce hombres que eran creyentes, pero que sólo han recibido el bautismo de Juan Bautista y no conocen al Espíritu Santo. Probablemente se cuenta este caso para dar a entender lo que tendrían que hacer otros que están en las mismas circunstancias, como discípulos del Bautista.

Pablo les instruye amablemente sobre la relación entre el bautismo de Juan y la fe en Jesús. Estos doce aceptan la fe, son bautizados de nuevo, esta vez en el nombre de Jesús, y reciben el Espíritu con la imposición de manos de Pablo. El Espíritu suscita en ellos el carisma de las lenguas y de las profecías.

b) Como en Éfeso, también entre nosotros hay situaciones muy dispares a la hora de acercarse a la fe en Jesús. De todo el libro de los Hechos tendríamos que aprender cómo ayudar a cada persona, desde su situación concreta, y no desde unos tópicos generales que sólo están en los libros, a llegar hasta Jesús: los judíos de la sinagoga, o el eunuco que viaja a su patria, o los pensadores griegos del Areópago, o las mujeres que van a rezar a orillas del río, o estos que habían recibido ya el bautismo de Juan.

Para todos tiene respuesta amable la comunidad cristiana. Para todos sabe encontrar el lenguaje adecuado, a partir de lo que ya conocen y aprecian. En concreto Pablo nos da un ejemplo de adaptación creativa a cada circunstancia que encuentra. En este caso, no condena el bautismo de Juan, sino que les conduce a su natural complemento, que es la fe en Jesús, el Mesías al que anunciaba el Bautista.

También nosotros deberíamos evangelizar con esta pedagogía, respetando en cada caso los tiempos oportunos, no desautorizando sin más la situación en que se halla cada persona, partiendo de los valores ya asimilados, y que seguramente constituyen un buen camino hacia el Valor supremo que es Cristo. Como lo teníamos que haber hecho en la historia, no destruyendo, sino completando los valores culturales y religiosos que se encontraban en América o en África o en Asia.

Si lo hiciéramos así, el Espíritu subrayaría, incluso con carismas, como en Éfeso, este carácter de universalidad y pedagogía personal. Porque es él quien regala a su comunidad todo lo que tiene de vida y de imaginación y de animación, evangelizando toda cultura y toda situación personal.

2. Juan 16, 29-33

a) Los apóstoles creen haber llegado a entender a Jesús: «ahora vemos», «creemos que saliste de Dios».

Pero Jesús parece ponerlo en duda: «¿ahora creéis?». En efecto, él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos.

Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo».

b) ¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe.

Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu.

¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias?

El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí».

«El Espíritu os dará fuerza para ser mis testigos» (entrada)

«Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración)

«Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría» (salmo)

«Yo estoy con vosotros todos los días» (aleluya)

«En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo» (evangelio)

«No os dejaré desamparados» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 143-146


6.

Primera lectura: Hechos 19, 1-8 ¿Recibieron el Espíritu Santo al aceptar la fe?

Salmo responsorial: 67, 2-3.4-5ac.6-7ab Reyes de la tierra canten al Señor.

Evangelio: Juan 16, 29-33 En el mundo tendrán luchas; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo.

La pasión de Jesús comenzó mucho antes de su arresto. A medida que el cerco se le cerraba, Jesús sentía la angustia de lo que siendo aún futuro, comenzaba a vivirse ya en su interior. Jesús había diseñado su vida pública con una doble finalidad: anunciar los valores del Reino como "Buena Noticia para los oprimidos" y formar un grupo de discípulos que prolongara este anuncio a lo largo del tiempo y del espacio. La última cena era el final de esta carrera. La traición estaba en la misma mesa.

Por eso, cuando los discípulos le dijeron a Jesús que ahora sí se daban cuenta de que él venía de Dios, él les respondió con una reflexión que apagaba todo optimismo: "¿están seguros de su fe?". Y para que sus discípulos aterrizaran, les pronosticó lo que iba a pasar: "ustedes se dispersarán y me dejarán solo"... (v. 32). La soledad es una realidad que puede derrumbar al ser humano. Jesús ciertamente la palpa. Sin embargo, a pesar de que el evangelista Juan resalte con realismo los rasgos humanos de Jesús, emplea siempre el género literario "de la gloria", para que Jesús no quede aplastado por las limitaciones de su humanidad, y así pueda servirnos de ejemplo para salir a flote en toda amenaza de destrucción.

Por eso Jesús, frente a la soledad en que lo dejan sus discípulos, recurre a la compañía del Padre. Esta conducta es una lección para la comunidad cristiana. Ella no debe quedar aplastada por la soledad, cuando le llegue la persecución. Cada vez que ésta la amenace, debe encontrar en la memoria del Maestro la lección: activar en su interior la presencia del Padre, que no la dejará sola. La soledad de la persecución, por no ser una soledad querida ni necesitada, lleva siempre la carga negativa del abandono, de la amenaza, del límite de la resistencia. Para Jesús, la solución está en saber vivir la presencia interior, amigable y tierna del Padre.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

Algunos de los discípulos del Bautista fueron luego discípulos de Jesús. Parece que muchos de los seguidores extranjeros de Juan Bautista pasaron luego a formar parte de las comunidades cristianas. El mensaje de Juan Bautista y el de Jesús de Nazaret eran distintos; sin embargo resultaron complementándose muy bien a pesar de las diferencias.

Pablo colabora en las comunidades dejadas por los discípulos de Juan. Su trabajo se concentra en consolidar y desarrollar la fe en Jesús. Sobre ellos viene el Espíritu Santo en forma similar a como ocurrió en Jerusalén: "vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas extrañas y comunicaban mensajes proféticos". Los creyentes están simbolizados en "doce hombres". Representan a un nuevo pueblo que asume la imagen de los doce apóstoles, pero con algunas ventajas. Tienen la inmensa virtud de haber recibido el Espíritu y de que entre ellos no hay traidor. Además, los doce no están comprometidos con el judaísmo y se pueden concentrar en la misión a todas las naciones, conforme al impulso del Espíritu. El perfeccionamiento de la comunidad de Efeso partió de una situación de avanzada, porque había recibido el mensaje de Juan Bautista y continuó creciendo con la fe en Jesús de Nazaret.

Desafortunadamente, después de este gran avance, Pablo provoca un conflicto innecesario con la gente de la sinagoga. Esto generará problemas a la comunidad de Efeso, que tiene que ayudarlo luego a salir en medio de un gran alboroto.

En el Evangelio, Jesús pone en claro ante el grupo de discípulos cómo la mera transmisión de la doctrina no es suficiente. El grupo de seguidores comienza a cantar glorias cuando creen, infundadamente, que han comprendido el camino de Jesús. Sin embargo, el necesario paso por la cruz les demostrará cómo la claridad de las palabras no es suficiente.

La comunidad debió enfrentar una situación sumamente difícil, de modo que el testimonio de lucha y tenacidad de Jesús se convirtió en una realidad paradigmática. La suerte del crucificado se transformó para ellos en una referencia existencial ante la inminencia del peligro. La persecución de las autoridades y la abierta amenaza a su integridad personal debieron socavar las seguridades doctrinales. La muerte de Jesús fue percibida entonces no como una realidad lejana; se convirtió en una experiencia de la comunidad.

Hoy, creemos que nuestras seguridades doctrinales son suficientes. Sin embargo, el camino del crucificado nos muestra cuán débiles son nuestras opciones. Huimos y nos dispersamos ante las dificultades.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

¿En qué momento situamos estas palabras de Jesús? Si atendemos al versículo en que predice que los discípulos se dispersarán cada cual por su lado y lo dejarán solo, respondemos: "antes de la pasión". Si nos fijamos en "tened valor: yo he vencido al mundo", parece que tenemos que decir: "después de la resurrección". Jesús, que sin duda, desde cierto punto de vista, ha vivido una duración histórica como la tuya y la mía, parece moverse en una duración que trasciende la secuencia de momentos efímeros, inciertos, opacos, en que discurre nuestro vivir. ¿Qué será de mí esta noche? ¿Cómo afrontaré la tentación de mañana? ¿Sucumbiré una vez más al hostigamiento de mis inquietudes? ¿Habrá un impredecible punto de inflexión en mi camino? No lo sé.

Jesús, particularmente el Jesús de Juan, se encuentra instalado en una duración distinta: como ajeno a toda agonía, habla sin embargo de una victoria; antes del combate final nos da el parte de guerra con un "yo he vencido al mundo".

Él es Él. Su certeza es muy distinta de la seguridad algo arrogante y altiva de Pedro que declara"¿por qué no puedo seguirte ahora? Estoy dispuesto a dar mi vida por ti". Cuando Jesús dice "yo he vencido al mundo" no se refiere al día anterior, miércoles, la antevíspera del día de Pascua; ni a la semana anterior, la que precede a la entrada triunfal en Jerusalén; ni a cualquier pasado remoto o cercano. No declara que ha ganado una batalla. Se proclama vencedor de la guerra. Su "yo he vencido" abarca todo su tiempo y todo el tiempo histórico.

Sí, percibimos que habla desde la Pascua cumplida. Y desde ahí nos sigue hablando a nosotros, inmersos en el tiempo. Hoy y aquí resuenan sus palabras: "en el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo". Ese es nuestro punto de apoyo; mejor, nuestro punto de amarre. Si, braceando en medio del oleaje, nos agarramos a otro cuerpo inestable sacudido por el mismo oleaje, nuestro asidero se nos revelará tan frágil y zozobrante como nosotros. Sólo si estamos anudados a un punto de amarre sólidamente instalado en tierra firme podemos mirar con unos ojos algo más serenos los momentos efímeros, inciertos, opacos, y nos entregamos con más confianza a nuestra misión en el momento presente, y no dejamos que la ansiedad del mañana secuestre el gozo del hoy o duplique su fatiga abrumadora, y nos deshacemos de toda seguridad algo (¿sólo algo?) arrogante y altiva.

Vuestro amigo.

Pablo Largo, cmf (pldomizgil@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

Estamos viviendo la última semana del tiempo pascual. Con ella, concluiremos la lectura continuada de los dos libros que nos han acompañado durante estos cincuenta días: los Hechos de los Apóstoles y el evangelio de Juan. A través de ellos hemos conocido mejor a Jesús y a su comunidad. Hemos aprendido también a encontrar un “punto de vista” objetivo en medio de nuestras incertidumbres. ¿Cuántas veces hemos discutido sobre la identidad de Jesús o sobre la naturaleza de la Iglesia? Muchas de las cuestiones debatidas hoy tienen que ver con estas dos realidades. ¿No nos hemos abandonado a menudo a nuestras impresiones superficiales, a la fuerza de la opinión pública, sin acercarnos a las fuentes que las iluminan?

¡Ojalá, como fruto de la Pascua de este año 2003, hayamos aprendido a dejarnos educar por la fuerza de la Palabra! Nuestras opiniones pueden ser interesantes, novedosas, incluso proféticas, pero la única palabra que “da vida” (y, por lo tanto, que cambia a las personas) es la Palabra de Dios.

Hoy encontramos a Pablo en Éfeso. El encuentro con unos discípulos que habían recibido el bautismo de Juan da pie para acentuar el significado del bautismo cristiano, que no es tanto un signo de conversión cuanto un nuevo nacimiento en el Espíritu. Lo sucedido en Éfeso pone de relieve la acción del Espíritu y los frutos que produce en quienes lo reciben.

En el largo testamento de Jesús, concentrado en los capítulos 13-18 del evangelio de Juan, hoy el Señor advierte a sus discípulos sobre lo que les va a suceder cuando él ya no esté físicamente con ellos: se producirá la dispersión de la comunidad y aumentarán las luchas con el mundo. Frente a estos dos fenómenos, que siguen presentes en toda comunidad cristiana, Jesús nos invita a “tener valor” porque él es la fuente de la paz (Encontraréis la paz en mí) y porque con él la victoria es posible (Yo he vencido al mundo). Por desgracia, estas palabras nos parecen maravillosas hasta el momento preciso en que nos toca vivir en carne propia situaciones reales de dispersión o persecución. Entonces se nos antojan demasiado idealistas y echamos mano de la psicología o de otras destrezas más a ras de suelo. ¿Habremos creído de verdad en lo que Jesús nos promete o lo habremos reducido a una exhortación piadosa sin fuerza real de cambio?

Gonzalo (gonzalo@claret.org)
 


10. 2002

COMENTARIO 1

vv. 29-30: Sus discípulos le dijeron: -Ahora sí que hablas claro, sin usar comparaciones. 30Ahora sabemos que lo sabes todo y que no necesitas que nadie te haga preguntas. Por eso creemos que procedes de Dios.

Los discípulos se figuran entender ya del todo e inter­pretan mal las palabras de Jesús. Creen que ha contestado a su pre­gunta no formulada (16,19) y se admiran de su saber; por eso creen que procede de Dios. Su fe no se apoya en el único argumento que Jesús ha dado: sus obras (5,36; 10,38; 14,11), sino en una pretendida ciencia que le atribuyen.

vv. 31-32: Jesús le replicó: -¿Que ahora creéis? 32Mirad, se acerca la hora, y ya está aquí, de que os disperséis cada uno por vuestro lado y a mí me dejéis solo; aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

Jesús se muestra escéptico. La fe verdadera tiene por objeto a Jesús en la cruz (19,35) como manifestación suprema del amor de Dios (3,16) y su fuerza salvadora (3,14s). Jesús los conoce mejor que ellos mismos. La inadecuación de su fe se va a mostrar cuando se en­frenten con la realidad de la muerte de Jesús. Jesús evoca la imagen del re­baño disperso: ante su detención y muerte, que van a destruir toda es­peranza de triunfo terreno, todos desertaran.

v. 33: Os voy a decir esto para que, unidos a mi, tengáis paz: en medio del mundo tendréis apreturas; pero, ánimo, que yo he vencido al mundo.

Este versículo termina el desarrollo sobre la persecución, co­menzado en 15,18. Jesús quiere tranquilizar a los suyos (cf. 14,1.27). La paz que les deseaba como despedida (14,27) debe ser una realidad en ellos gracias a la unión con él. Esta paz está cercada por la presión del orden injusto en medio del cual se encuentran (12,25; 13,1). La persecu­ción es inevitable (tendréis apreturas) pero no es señal de derrota; cada vez que el mundo cree vencer, confirma su fracaso.


COMENTARIO 2

Reemprendemos la lectura del libro de los Hechos en donde la habíamos dejado el sábado pasado: Pablo llega a Efeso y encuentra allí a un grupo de discípulos de Juan Bautista. Es que el movimiento de Juan Bautista lo sobrevivió algún tiempo, el precursor tuvo discípulos, según el testimonio unánime de los evangelistas y, según anota Juan en el 4º evangelio; algunos de sus discípulos se hicieron discípulos de Jesús. Pero quedaban algunos que permanecieron fieles a la memoria del profeta de la conversión y la penitencia ante el inminente juicio de Dios. A un grupo de estos discípulos de Juan evangeliza Pablo apenas llegado a Efeso. Curiosamente eran 12 personas, como si se tratara del número simbólico de una nueva comunidad cristiana, o se tratara de una reiteración de lo que había sucedido en Jerusalén cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles. Es como un nuevo Pentecostés, pues también comienzan a hablar en lenguas y a profetizar, movidos por la energía divina que los ha invadido, como, años atrás, habían hecho los apóstoles y sus demás acompañantes ante la admiración de los peregrinos de todas partes del imperio que colmaban la ciudad santa.

Ante este pasaje de Hechos podemos decir que siempre es Pentecostés en la Iglesia. Que siempre que un grupo de personas abraza la fe en el Evangelio de Jesucristo y se hace bautizar, viene sobre ellos el Espíritu Santo. Así debe ser también en nuestra comunidad cristiana. Hemos de sentir en nosotros la influencia poderosa del Espíritu divino que tan generosamente se nos da. Y hemos de manifestar esa presencia “hablando en lenguas y profetizando”, es decir, anunciando a quienes podamos, con la palabra y con el ejemplo, la gozosa noticia del amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, en su muerte y en su resurrección. Porque el Espíritu no viene a nosotros falto de poder o de energía, solo espera nuestra disponibilidad para manifestarse también en nosotros portentosamente, como lo hizo en los orígenes de la Iglesia. Cuando nos enseñaron el catecismo nos hablaron de los dones del Espíritu Santo, y de sus frutos en nosotros. Tal vez nos falla la memoria y no podamos enumerarlos como lo hacíamos de niños o de jóvenes, pero en nosotros experimentamos, si somos humildes y sabemos reconocerlos, la sabiduría y la inteligencia, el consejo y la fortaleza, la ciencia, el temor de Dios y la piedad (Is 11, 1-4), los siete clásicos dones del Espíritu, que en plenitud vienen sobre el Mesías, sobre Jesús, pero que Él nos participa también a nosotros al darnos su Espíritu.

En la lectura evangélica, ya casi al final de los discursos de despedida de Jesús que nos trae san Juan, antes de su oración sacerdotal, los discípulos exclaman en coro: “Ahora sí que hablas claro. Ahora vemos que lo sabes todo. Ahora creemos que saliste de Dios”. Ante tanto entusiasmo, Jesús les anuncia la dispersión que sufrirán cuando El sea capturado por sus enemigos, dejándolo solo. Aún en tan grave trance Jesús sabe que el Padre está siempre con El. Y mirando más allá, a la historia futura del mundo y de la Iglesia, Jesús les anuncia a sus discípulos las luchas que enfrentarán en el mundo, cuando los odien por el Evangelio y los persigan por el nombre de Jesús. Como en efecto ha sucedido a los mejores cristianos a lo largo de los siglos. La lista de las persecuciones contra la Iglesia es bien larga, como lo saben nuestros historiadores: en el pasado y hasta el presente; y más larga todavía es la lista de los mártires. El valor con el que tantos cristianos han enfrentado los tormentos proviene de la certeza en el cumplimiento de la palabra de Jesús: “No teman: Yo he vencido al mundo”. Desde su cruz, como tantas veces hemos dicho en estos comentarios, a lo largo del tiempo pascual, Jesús reina y rige la historia, mostrándonos que Dios se hace solidario con el dolor humano, se pone de parte de las víctimas que del mundo solo han recibido dolor y explotación. Que ante la misericordia infinita de Dios ningún poder humano puede instaurar otro criterio diferente para juzgar a los seres humanos.

Esta victoria de Jesús sobre el mundo debe asegurar a los discípulos el don de la paz en medio de las luchas de la evangelización y los sufrimientos de la persecución. El cristiano sabe que ningún poder sobre la tierra es absoluto: no lo fueron los grandes imperios que se han sucedido sin interrupción a lo largo de la historia, no lo serán tampoco los poderes actuales del mercado, la eficiencia, el dinero, la técnica, la globalización informática y económica... Sobre cualquiera fuerza deshumanizadora que se erija en la historia, se levanta la cruz de Jesús que vino a los suyos para que tuvieran vida y vida abundante. Esta es la victoria de Cristo sobre el mundo que asegura a los cristianos la paz en medio de las pruebas.

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


11. DOMINICOS 2003

Oración confiada

La liturgia de la Palabra y de la Eucaristía en este día nos introduce en el sentido íntimo de la celebración desde el primer momento. La misma antífona de entrada a la Misa nos alumbra en la fe y nos pone en situación adecuada para pedir que el Señor que subió a los Cielos nos envíe su Espíritu. Lo hace con estas palabras de confesión de fe tomadas de los Hechos de los apóstoles: “Cuando el Espíritu descienda sobre vosotros, recibiréis la fuerza necesaria para ser mis testigos en Jerusalén y hasta los confines del mundo. Aleluya”.

Y esa misma idea, persuasión y oración hallamos en la Colecta de la misa: “Derrama, Señor, sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y demos testimonio de ti con nuestras obras. Amén”.

Haya, pues, armonía entre los sentimientos de la Iglesia que confiesa su fe, nuestras personales necesidades de ayuda y gracia para mantenernos en fidelidad al Señor, y las urgencias de los hombres que en medio de los afanes terrenos ineludibles precisan de horizontes espirituales para  alcanzar paz profunda y equilibrio en su conducta.

Oración:

Jesús maestro, enséñanos a vivir aquí con la mirada proyectada al más allá.

Jesús maestro, tú que conoces el misterio del Padre y el misterio del alma humana, haz que sintamos necesidad de vivir en Él y de asumir con decoro nuestra dignidad.

Jesús maestro, tú que hablabas con el Padre y con los hombres, sus hijos pequeños, danos la gracia de comunicarnos con Él en sinceridad y gratitud, y de volcarnos sobre sus hijos con generosidad en el servicio.

 

Palabras y signos del Reino

Hechos de los apóstoles 19, 1-8:

“Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró a unos discípulos y les preguntó: ¿recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Contestaron: ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo... Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?  El bautismo de Juan. Pablo les dijo: el bautismo de Juan era signo de conversión...

Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; y cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del Reino de Dios...”

Apolo, Pablo, tú y yo, todos somos creyentes que hablamos desde la fe en Cristo, cada cual desde su peculiar iluminación. El detalle personal puede quedar en segundo plano. Lo importante es que siempre hablemos y actuemos con discernimiento según el Espíritu para que el don de Dios –fe, esperanza, amor, prudencia, fidelidad- quede de manifiesto a favor del Reino de Dios entre los hombres.

Evangelio según san Juan 16, 29-33:

“Al escuchar las solemnes palabra de Jesús, los discípulos le dijeron: maestro, ahora sí que hablas claro y no te sirves de comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten: por ello creemos que saliste de Dios.

Jesús les contestó: ¿ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor. Yo he vencido al mundo”.

Este párrafo, como los que se utilizaron en la semana anterior, pertenece al discurso con el que Jesús prepara su despedida de la predicación para dar testimonio con su entrega hasta la muerte. En él aparecen tanto la admiración al Maestro, por su doctrina profunda, como el anuncio de la debilidad humana; tanto la tensión de vida que han de padecer los discípulos como la presencia de Él en nuestros momentos difíciles.

 

Momento de reflexión

Del bautismo de penitencia, en Juan, al bautismo del Espíritu, en Cristo.

Detengámonos a meditar sobre el encuentro de Pablo con los discípulos de Juan el Bautista. Éstos habían recibido el bautismo de “penitencia”, predicado por el precursor que venía del desierto; y, como buenos discípulos, recordaban, desde Éfeso, a su maestro penitente y asceta, norma de vida. Alabemos su fidelidad.

Pero Pablo, que, por una parte, los ve muy dispuestos y abiertos a cualquier novedad que venga del Señor, se siente impulsado a decirles que den un paso más en su vida y confesión. Vosotros, les dice, discípulos de Juan ¿no habéis recibido también la Buena Noticia de Cristo y la gracia del Espíritu Santo que supera a la de Juan y transforma nuestra vida?

Aquellos doce fieles se quedaron sorprendidos: ¿es que hay algo más profundo y purificador que el bautismo de penitencia? 

Sí, les responde Pablo; está el bautismo en el nombre de Jesús. Y en cuanto les impuso las manos,  fueron tomados por el Espíritu y lanzados a la nueva vida y misión.

¿Hemos tenido nosotros  la dicha de que algún hermano, movido por nuestra fe y obras de amor, nos preguntara si había algo más grande y bello que una vida noble por su ascesis, penitencia y solidaridad meramente humana?

El bautismo en el Espíritu de Cristo no exime de penitencias y sufrimiento.

Tras unos instantes de reflexión sobre el bautismo en el Espíritu, dejémonos ahora iluminar por las palabras de Jesús. En ellas afloran la grandeza de ser hijos, bañados en la sangre del Cordero, convocados a Vida Nueva, y también la debilidad que siempre acompaña a los discípulos del Cordero a dondequiera que vayan: incomprensiones, persecuciones, desprecios, quebrantos.

Eso lo viviremos con especial amargura si no permanecemos muy adheridos a Él en fe y amor.

Si no contamos con el rostro y la fuerza de Cristo a nuestro lado y en nuestro corazón, sufriremos grandes quebrantos, no sabremos superarlos, y nos iremos cada cual a nuestro pobre rincón oscuro, y a Él le dejaremos solo con el Padre.

Mas si las pruebas externas, las adversidades, las tensiones interiores, se multiplican, en esas horas grises no desesperemos. Tenemos la seguridad: de que Él nunca está lejos de nosotros realmente, de que ha vencido al mundo del pecado, y de que acabará concediéndonos la paz del Santo Espíritu Consolador. 

¡Reina, Señor, en nuestro espíritu, para que seamos fuertes en los momentos de prueba y de purificación!


12. Lunes 2 de junio de 2003

Hch 19, 1-8: Pentecostés en Éfeso
Salmo responsorial: 67, 2-7
Jn 16, 29-33: revelación de Jesús a los discípulos

Hechos 19,1-8: Pentecostés en Éfeso

Pablo ha llegado a Éfeso en su último viaje misionero, y encuentra a un grupo de personas bautizadas sólo con el bautismo de Juan. Lucas da forma a una conversación de Pablo con ellos, en la que subraya que el signo distintivo de los cristianos para ser testigos de Jesús es la activa presencia en ellos del Espíritu Santo. Se bautizan “en el nombre del Señor Jesús” (19,5) y, en la imposición de manos de Pablo, acontece la efusión del Espíritu. Un pentecostés en Éfeso, en línea con el de Jerusalén (Hch 2,4) y el de Samaría (Hch 8,17).

La importancia de la misión de Pablo en Éfeso, queda consignada en el libro de Hechos con esa efusión del Espíritu que consagra proféticamente a la comunidad, para ser centro de irradiación del Evangelio de Jesucristo en toda la provincia de Asia. El apunte final de Lucas sobre los tres meses de Pablo “hablando en público del Reino de Dios” (19,8), también cualifica su misión en Éfeso.

Juan 16,29-33: revelación de Jesús a los discípulos

Final del discurso de la Cena. Los discípulos reaccionan a las palabras con que Jesús les ha asegurado que llegó la hora de hablarles del Padre claramente (Jn 16,25-28, lectura del sábado pasado). Jesús resume su itinerario y les hace la gran revelación: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre” (16,28) En esta afirmación, ven algunos comentaristas la mejor síntesis de la cristología joánica: la cruz dará a Jesús la victoria sobre la maldad del mundo y le abrirá la vuelta gloriosa al Padre. “Ahora sí creemos que has venido de Dios”, le dicen los discípulos. Jesús los ve demasiado confiados y les previene: tropezarán ellos con dificultades y sufrimientos, y abandonarán a Jesús (16,31-32); pero, la victoria de Jesús sobre la maldad del mundo, debe unirlos a él y llenarlos de paz y de ánimo (16,33). Así se lo dice, y queda cerrado el discurso joáneo de la Cena.

SE CUMPLE HOY LA PALABRA PROCLAMADA

Desde el bautismo y la confirmación, estamos consagrados proféticamente todos los cristianos y cristianas. Para vivir y anunciar la Causa de Jesús. Nuestro pentecostés comenzó en el bautismo y en la confirmación. Y cada eucaristía reactiva en nosotros la efusión del Espíritu. Para que dispongamos de la fuerza que nos hace fieles testigos de Jesús; servidores, en nuestro ambiente cotidiano, del Reino de vida según la justicia y el amor solidario del Dios de Jesús. Atentos siempre a los signos de los tiempos, por los cuales el mismo Espíritu que nos consagró, nos ilumina, nos llama y nos desafía frente a las situaciones, hechos y tendencias que amenazan, pervierten o matan la vida digna, justa y solidaria en las personas, en las relaciones, en los pueblos, en el medio ambiente...

Esa misión se ha de traducir, dentro de nuestros contextos históricos, en acciones y reacciones concretas; no sólo personales, también sociales, comunitarias. Viene a animarnos y a movernos a ello, el mensaje del evangelio de hoy, que cierra alentadoramente la despedida y el testamento de Jesús en su última Cena, y que se nos hace eficaz en cada eucaristía. La lectura de este texto del evangelio de Juan, alienta nuestra confianza en Jesús y nuestra unión vital con él. Disponemos de la fuerza del Espíritu de amor con que Jesús fue fiel hasta la muerte -hasta la victoria sobre la maldad del mundo y sobre la muerte en cruz- en su misión por la vida de la justicia y del amor solidario del Reino de Dios. Misión que nosotros debemos proseguir en nuestros días, unidos a él.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


13. 2004  SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

El texto de hoy es parte de la misión de Pablo en Éfeso, pero nosotros comentaremos toda la misión en Éfeso: 19, 1-20. Continuamos el texto meditado el Sábado 18, 18b-28.

Misión de Pablo en Éfeso: 19, 1-20: Esta sección se divide en 4 partes:
(1) Pablo llega a Éfeso, encuentro con los 12 discípulos en Éfeso: vv.1-7
(2) Pablo predica en la sinagoga (tres meses): v. 8
(3) Pablo rompe con la sinagoga y enseña en la escuela de Tirano (dos años): todos los habitantes de Asia oyen la Palabra del Señor: vv.9-10
(4) Pablo hace milagros y derrota a los magos: vv. 11-19

Pablo llega a Éfeso (v.1): Éfeso era una de las ciudades más importantes del Imperio romano, capital de la provincia de Asia. Como ciudad libre, tenía su propio senado y asamblea y era gobernada por un procónsul. Era un centro comercial importante, situado en la ruta principal entre Roma y el oriente. En ella vivía gran cantidad de judíos. Éfeso era también conocido como centro religioso.

Pablo y los 12 discípulos en Éfeso (vv. 1-7): Pablo encuentra en Éfeso algunos "discípulos". Se trata de discípulos de Jesús, pues cuando Lucas se refiere a los discípulos de Juan, lo dice explícitamente (cf. Lc. 5, 33 /7, 18 / 11, 1). Pablo además se refiere al día en que ellos "abrazaron la fe" (pistéusantes, aoristo ingresivo, literalmente: cuando empezaron a ser creyentes). La ignorancia de los discípulos sobre el Espíritu Santo, se refiere a la acción especial del Espíritu en el movimiento de Jesús. Como en la tradición de Lucas (y de Pablo) el Espíritu se asocia al bautismo en el nombre de Jesús, entonces la pregunta de Pablo es obvia: "entonces ¿qué bautismo han recibido? Los discípulos responden que ellos han recibido sólo el bautismo de Juan. La repuesta de Pablo es sorprendente: "Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyeran en el que había de venir después de él, e.d. Jesús". Lo que sorprende es que Pablo está hablando a los 12 que ya son discípulos de Jesús (v.2 comentado arriba). La solución a este problema esta a nivel redaccional. Quien habla aquí realmente es Lucas. En su evangelio, Lucas presenta a Juan diciendo: "yo los bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo....él los bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Lc. 3, 7). En los sinópticos Juan bautista no pide fe en Jesús, como sería más bien la tradición del cuarto evangelio, sino que Juan anuncia que Jesús trae el Espíritu. Entonces la frase de Pablo habría que entenderla así: Juan enseñaba al pueblo que "creyeran en Jesús, que es el que los bautizará en el Espíritu Santo". Lucas luego agrega que los doce entonces fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús y "vino sobre ellos el Espíritu Santo" (v. 5-6). La fe de los 12 en Jesús y su conversión no se debe al anuncio de Pablo. Lo que Pablo les anuncia es únicamente la necesidad del bautismo cristiano para recibir el Espíritu Santo. Pablo aquí es presentado en claro paralelismo con los apóstoles Pedro y Juan, que imponen las manos a los samaritanos para que recibieran el Espíritu Santo, a quienes ya habían sido evangelizados y bautizados por Felipe (8, 14-17). El Espíritu Santo es acompañado de glosolalia y profecía, lo que nos remite a 10, 44-46 (Pentecostés en casa de Cornelio). Los 12 discípulos son bautizados por segunda vez. Es el único caso en el N.T. Apolo no es bautizado, pues ya tenía el Espíritu Santo.
Hechos 19, 1-7, que está en cierto paralelismo con el caso de Apolo en 18, 24-26, es otro testimonio histórico de un cristianismo diferente al de Lucas y Pablo. Podemos perfectamente suponer un grupo de discípulos de Jesús que sólo conocen el bautismo de Juan. Aquí el grupo de los 12 no aparece para nada formando un grupo sectario opuesto a la tradición que sigue Lucas. No es un cristianismo sectario o inferior, sino simplemente diferente. Lucas está preocupado de poner estas tradiciones en línea con la de Pablo, que sería la tradición de Jerusalén y Antioquía.

Ministerio de Pablo en Éfeso: vv. 8-10: Pablo comienza su ministerio en la Sinagoga (v. 8). Ahí habla con valentía, discutiendo y persuadiendo acerca del Reino de Dios. Lucas presenta a Pablo en la Sinagoga tal como lo hace con Apolo en la misma Sinagoga (18, 26). Este ministerio de Pablo duró tres meses, tiempo de tolerancia bastante largo, comparado con otras experiencias (en Filipos, Berea y Corinto). El contenido de su predicación es el Reino de Dios. Lo mismo predica Felipe el Samaría (8, 12). En el discurso a los presbíteros de Éfeso Pablo resume su actividad en Éfeso como predicación del Reino (20, 25); igualmente al fin de su vida en Roma (28, 23.31). La predicación del Reino va unida normalmente a "todo lo referente al Señor Jesucristo" (así en 28, 31 cf. 20, 25), o es designada con la expresión genérica de "el camino" (18, 26 /19, 9. 23). Lucas presenta así a Pablo como un predicador del Evangelio del Jesús histórico de Nazaret, en continuidad con la tradición sinóptica.

Pablo rompe con la Sinagoga cuando algunos de ellos hablan mal del camino. La ruptura ahora no tiene una fórmula solemne, como en 13, 46 / 18, 6 y finalmente en 28, 25-28. Pablo simplemente forma grupo aparte con los discípulos y les enseña ahora en la escuela de Tirano, todos los días, durante dos años; una variante agrega: desde las 11 de la mañana hasta la 4 de la tarde ( hora de descanso, cuando la escuela quedaba libre). Esta actividad de Pablo es bastante intensa y larga, lo que significa una evangelización en profundidad. El efecto es contundente: "todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos, pudieron oír la Palabra de Señor" (v. 10). No sólo los de Éfeso, sino toda la provincia del Asia oye la Palabra, lo que implica viajes de Pablo hacia la provincia y participación de los de la provincia en la enseñanza de Pablo en la capital. Lo intenso de este ministerio aparece posteriormente en el discurso a los presbíteros de Éfeso: "acuérdense que durante tres años no he cesado de amonestarlos día y noche con lágrimas a cada uno de Uds."(20, 31). En el ministerio de Pablo en Éfeso hay un contraste intencionado entre los tres meses en la Sinagoga y los dos años en la escuela profana de Tirano. La ruptura con la Sinagoga fue positiva, pues permitió la expansión de la predicación del Evangelio más allá del ámbito judío y más allá de la ciudad capital.

Pablo hace milagros y derrota a los magos (19, 11-19) Esta sección comienza y termina con un sumario (vv. 11-12 y 17-19), enmarcando la narración del centro (vv. 13-16). El primer sumario presenta a Pablo obrando milagros igual como lo había hecho Pedro en 5, 15-16. La narración central cuenta de unos exorcistas judíos ambulantes, hijos de un sumo-sacerdote, que trataban de expulsar espíritus malos, invocando el nombre de Jesús, tal como lo hacía Pablo. Pero los espíritus no obedecen a los exorcistas y el hombre poseído ataca y vence a los exorcistas, que huyen desnudos y cubiertos de heridas. El espíritu malo dice conocer a Jesús y a Pablo, pero desconoce a los exorcistas judíos. Este texto tiene semejanzas con el endemoniado de Gerasa sanado por Jesús (Lc. 8, 26-39). ¿Qué sentido tiene este relato en Hch? El texto tiene contradicciones: al comienzo se trata de muchos hombres poseídos por muchos espíritus malos, luego se trata de uno solo, con un espíritu malo. Además, el espíritu malo domina a unos y otros (v.16), como si se tratara de dos grupos de exorcistas (los judíos ambulantes y los hijos del sumo-sacerdote). Existe una versión diferente del texto, llamada occidental, que soluciona estas contradicciones, pues diferencia claramente entre los judíos exorcistas ambulantes y los hijos del sumo-sacerdote, que ya no aparece como judío, sino pagano. En esta versión hay dos exorcismos: uno de los judíos contra la multitud de los demonios, y otro de los sacerdotes paganos con un demonio. En ambos casos el exorcismo fracasa y los exorcistas huyen desnudos y heridos. ¿Qué sentido tiene esto?

Lucas quiere mostrar la diferencia entre la actividad liberadora de Pablo y aquella de los exorcistas tanto judíos como paganos de la ciudad de Éfeso. Pablo no es un mago y su fuerza liberadora viene del Evangelio de Jesús. Los exorcistas judíos y paganos no creen en el Evangelio, pero tratan de usarlo de un modo mágico (v.13). Los malos espíritus saben correctamente quien es Jesús (así en toda la tradición sinóptica) y quien es Pablo, por eso les obedecen. Por el contrario, disciernen claramente a los falsos exorcistas, a quienes no sólo no obedecen, sino atacan, desnudan y hieren. Los malos espíritus son aquí las fuerzas idolátricas y destructivas del sistema greco-romano (así en toda la tradición apocalíptica). Todos los poderes espirituales del imperio (exorcistas, magos, sacerdotes y sabios) están poseídos por las fuerzas espirituales del mal (cf. Ef. 6, 10-20) y son destruidos por éstas. Solo los discípulos de Jesús (como Pedro y Pablo), con la predicación del Evangelio, pueden derrotar estas fuerzas idolátricas y destructivas y liberar a sus víctimas.

Los efectos del relato, consignados en el segundo sumario (vv. 17-19) son sorprendentes. Primero se nos informa en forma genérica: toda la ciudad se enteró de lo sucedido, tanto judíos como griegos; el temor se apodera de todos y es glorificado el nombre del Señor Jesús (v.17). Es el triunfo del Evangelio de Jesús sobre las fuerzas espirituales del mal que dominan la ciudad. Luego se nos informa de dos hechos concretos: primero, que hay muchos discípulos de Jesús que confiesan y declaran sus prácticas (no son todos, pero "muchos" designa a una mayoría). Segundo, que bastantes de los que practicaban la magia reúnen los libros y los queman públicamente. El primer grupo (los "muchos que habían creído" )son cristianos. No se especifica cuales son las prácticas que confiesan. Algunos autores piensan que se trata concretamente de prácticas de magia, que la mayoría de los cristianos habría realizado; yo prefiero la opinión más genérica, que se trata de todas aquellas prácticas de los cristianos influenciados por las fuerzas idolátricas y destructivas de la ciudad. Esta realidad de los cristianos deja en todo caso mal a Pablo que durante dos años y tres meses había predicado el Evangelio. El segundo grupo (los "bastantes") sería más bien un grupo no-cristiano, que rompe radicalmente con la práctica de la magia. La ruptura se hace pública y evidente en el acto de quemar los libros de magia. El precio de los libros (50 mil monedas de plata) indica que se trata de una cantidad inmensa de libros. Una moneda de plata, un denario, era el salario de un día de trabajo. El precio de los libros quemados corresponde por lo tanto al trabajo de un hombre durante 137 años o al trabajo de 50 mil hombres durante todo un día. La quema de libros ha sido siempre un acto brutal y negativo. Aquí se usa como signo del triunfo del Evangelio sobre la magia y las prácticas idolátricas, opresoras y destructivas, que dominaban a las ciudad de Éfeso.

Conclusión final (v. 20): "De esta forma la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente"
Se trata de la conclusión inmediata del relato anterior sobre la derrota de los magos y exorcistas (así lo sugiere la expresión: "de esta forma"); pero también se refiere a toda la actividad de Pablo en Éfeso, pues retoma el v. 10: "todos los habitantes de Asia oyeron la Palabra del Señor". Mejor aún: podría ser una frase conclusiva a todos los viajes misioneros de Pablo (15, 36 - 19, 19). En forma semejante termina la sección anterior 6, 1 - 15, 35. Es una expresión típica de Lucas: cf. Lc. 1, 80 / 2, 40. 52 / Hch 6, 7 y 12, 24. Es importante destacar que es la Palabra del Señor la que crece y se robustece. A esa Palabra va Pablo encomendar a los presbíteros de Éfeso en su discurso de despedida: "los encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio..." (20, 32). El fortalecimiento de la Palabra es el objetivo de toda la misión de Pablo, y no el fortalecimiento de alguna estructura eclesial. Pablo asegura la Palabra y es ésta la que tiene poder para construir el edificio, e.d. las iglesias.

En Hch no se refleja nada de lo que conocemos directamente por las cartas de Pablo. Pablo estuvo en la ciudad de Éfeso de Diciembre 52 hasta marzo 55 (2 años y tres meses). Desde Éfeso Pablo escribió la carta a los Gálatas y las cartas a los Corintios. Es muy posible (según 1 Cor 15, 32 / Flp 1, 12-14 y 2 Cor1, 8-11) que Pablo estuvo en la cárcel en Éfeso (posiblemente de Dic. 54 a marzo 55) y que desde este cautiverio escribió las cartas a los Filipenses y Filemón. Nada se dice en Hch de estas cartas y de todo que se dice o se refleja en las cartas, de la actividad de Pablo en Éfeso. Es bien posible que Lucas ni las conoce.

Reflexión Pastoral sobre misión en Éfeso: 18. 18b-19, 20

1) Pablo, convencido de la verdad del Evangelio, viaja a Jerusalén y Antioquía antes de su misión en Éfeso, para asegurar la unidad de la Iglesia. ¿Cómo armonizamos hoy en la Iglesia estas dos exigencias aparentemente contrarias? Igual que en la vida de Pablo, también hoy, la defensa de la verdad del Evangelio pone en peligro a veces la unidad de la Iglesia. Igualmente, la unidad de la Iglesia a veces arriesga la verdad del Evangelio. ¿Cómo podemos hoy - siguiendo el ejemplo de Pablo- salvar estas dos exigencias?

2) El movimiento cristiano era en sus orígenes bastante plural y diversificado. ¿Cuáles son las diferencias en Éfeso entre el cristianismo de Apolo, los 12 discípulos y Pablo? ¿Cómo Aquila y Priscila y luego Pablo superan esas diferencias?

3) Pablo en 19, 8-10 tiene dos lugares de trabajo: la sinagoga y el escuela de Tirano. ¿Qué lo lleva a cambiar de un lugar a otro? ¿Qué éxito tuvo Pablo cuando rompió con la sinagoga? ¿No existen también hoy espacios eclesiales que son muy semejantes a las "sinagogas"? ¿Cómo salir hoy de la "sinagoga" hacia nuevos espacios donde anunciar la Palabra de Dios? ¿Cómo vivir hoy las opciones misioneras de Pablo?

4) Pablo, como los demás apóstoles, predica el Reino de Dios con señales y prodigios (19, 11-12). Pero esta práctica carismática de Pablo se diferencia claramente de las prácticas "carismáticas" de algunos judíos y paganos (19, 13-19). ¿Cómo distinguir hoy en la Iglesia entre verdaderos y falsos carismatismos?

5) El resultado de toda la actividad misionera de Pablo es siempre la Palabra de Dios. Después de dos años de actividad en Éfeso, todos los habitantes de Asia escucharon la Palabra (19, 10). Al final de todos sus viajes el resultado es parecido: la Palabra de Dios crecía y se robustecía poderosamente (19, 20). ¿Orientamos también hoy toda nuestra actividad eclesial y misionera al crecimiento y robustecimiento de la Palabra de Dios? ¿Dónde y cómo vemos hoy ese crecimiento de la Palabra de Dios? ¿Cuál es el lugar que tiene hoy la Palabra de Dios en la Iglesia?
 


14. DOMINICOS 2004

 Finaliza la cincuentena pascual, espacio litúrgico que media entre la fiesta de la Resurrección del Señor y la fiesta de Pentecostés. La liturgia de esta séptima semana, entre la Ascensión (que conmemorábamos ayer, domingo) y Pentecostés (que celebraremos el domingo próximo) , es un momento de altísima espiritualidad eclesial.

Elevado el Señor Jesús a los cielos, enviará su Espíritu sobre nosotros, como lo hizo sobre los primeros apóstoles, para confirmar nuestra fe e impulsarnos a la misión. Sólo hará falta que nosotros vivamos, con el corazón abierto, a la espera de su llegada misteriosa, reunidos en oración.
 

Tened valor, yo he vencido al mundo

Ven, Espíritu divino,
Manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.

En la Misa de hoy, la antífona de entrada, con palabras tomadas de los Hechos de los apóstoles, nos pone en situación adecuada para pedir al Señor -elevado a los Cielos- que nos envíe nuevamente su Espíritu.

“Cuando el Espíritu descienda sobre vosotros, recibiréis la fuerza necesaria para ser mis testigos en Jerusalén y hasta los confines del mundo. Aleluya”.

Y la oración colecta insiste en la misma imploración ferviente:

“Derrama, Señor, sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y demos testimonio de ti con nuestras obras. Amén”.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 19, 1-8:
“Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso.

Allí encontró a unos discípulos y les preguntó: ¿recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Contestaron: ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo...

Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido? Contestaron: El bautismo de Juan.

Pablo les dijo: el bautismo de Juan era un signo de conversión...

Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; y cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres...”

Evangelio según san Juan 16, 29-33:
“Un día, al escuchar sus palabras, los discípulos dijeron a Jesús: ahora sí que hablas claro y no usas de comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten: por ello creemos que saliste de Dios.

Jesús les contestó: ¿ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor. Yo he vencido al mundo”.



Reflexión para este día
Dos referencias al Espíritu nos servirán de reflexión.

La primera es propia de san Pablo en su evangelización a los neófitos de Éfeso: ¿habéis alcanzado la plenitud bautismal con la efusión del Espíritu? Los fieles no le comprendieron. Se consideraban muy honrados como discípulos de Juan el Bautista que predicaba ‘bautismo de conversión y penitencia’. Con ese don se sentían salvados. Cuando Pablo les habló de algo tan nuevo como del ‘don de Cristo’, la presencia del ‘nuevo Espíritu’ que transforma nuestra vida, ellos celebraron ese radiante Amor, muy felices. Gocemos nosotros con ellos.

La segunda, propia de san Juan, nos exhorta que interioricemos bien los mensajes del Maestro, pues sólo así podremos vivir según el Espíritu. Él tiene que inundar nuestro corazón para que en ningún momento, grato o adverso, feliz o desdichado, nos dejemos y abandonemos al Señor que nos salva y a los hermanos que peregrinan con nosotros en la vida.


15. CLARETIANOS 2004

DEL BAUTISMO DE JUAN A JESUS

Tendréis luchas
“¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, en soledad y llanto?”. Sólo con la licencia omnímoda que se les otorga a los poetas, puede Fray Luis de León olvidar que, detrás de la Ascensión del Señor, el Espíritu prometido disipa toda soledad. Pero sí que es cierto que no faltarán “el llanto y la amargura”, como canta la misma Oda a la Ascensión. Lo apuntaba Jesús en las palabras de despedida: “En el mundo tendréis luchas”. Pronto, sus discípulos huirán, lo dejarán solo ante el peligro de su pasión y muerte, la traición ya se ha consumado.

El creyente siente, a veces, la tentación de abandonar a Jesús...y sufre. Otras veces -¿las más?-, esta decidido a seguirle hasta la muerte...y sufre las incomprensiones, la dureza de la vida, los poderes diabólicos del mal contra la bondad, de la opresión frente al perdón. No falta la amargura del pecado que experimenta en sus carnes, la distancia entre el ideal y la vida. Constatarlo así no es sumergirse en el morbo del flanco negativo de la vida. Es, más bien, llenarse de realismo para, en seguida, “ascender”, como Jesús, y sorprender una luz inextinguible detrás de una nube de verano. Nube muy negra, pero pasajera.

“Para que encontréis en mí la paz”
Lo sabemos muy bien. Aun en la oscuridad de lo que no se ve, los creyentes sentimos la roca, la seguridad y certeza de lo que creemos. Esa roca no está en nosotros sino en Alguien en quien confiamos. Jesús lo proclama con términos rotundos: “Yo he vencido al mundo”. Y él es el Maestro, el Redentor, al Amigo, el que tiene palabras de vida eterna, el que da la vida por los que ama.

Por un río sacramental nos llega la paz de Jesús. Nosotros, al revés que los cristianos de Éfeso, sí hemos oído hablar del Espíritu Santo. Sí hemos recibido la unción del Espíritu, con la imposición de manos. Sí hemos sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. No un bautismo de conversión, sólo figura pálida, sino bautismo de fe, de vida, de frutos del Espíritu. Pareciera que, con frecuencia, nos anclamos en Juan el Bautista, que es moral austera, rigorista, implacable. Hay que saltar al Espíritu Santo, a la vida del Hijo y del Padre, a la mística, al fuego que enciende sueños insospechados.

La vida del Espíritu
La vida del Espíritu huye de cualquier tufo de espiritualismo volátil. Basta con recurrir al viejo catecismo, en la página que nos enumera los dones y los frutos del Espíritu. La palabra de hoy recala en frutos precisos de esta vida espiritual. Primero, “tener valor”. El Espíritu es fuego, aliento, fuerza, es paráclito. Tener miedo, una vida eclesial a la defensiva, como a veces se observa entre nosotros, no es vida según el Espíritu. En segundo lugar, saber que “El Padre está conmigo”. Es la experiencia fundante. Estar en las cosas del Padre y estar a gusto. Sentir que somos objeto de la ternura de Dios. Parece tan fácil, pero no siempre empapa la espiritualidad cristiana. Finalmente encontrar que “se pusieron a profetizar”. Sin muchas clases de teología, aquellos cristianos de Éfeso pasan pronto de la ignorancia del Espíritu a profetizar, inspirados y empujados por ese mismo Espíritu. No puede quedar en una palabra muerta la proclamación bautismal: sacerdotes, profetas y reyes. Lo contrario serán cristianos “buenecicos”, que sólo esperan órdenes, que no meten bulla, ni son críticos. Pues el Espíritu es “ruido de cielo, como viento recio”.

Conrado Bueno Bueno
(cmfcsespino@planalfa.es)


16. 2004

LECTURAS: HECH 19, 1-8; SAL 67; JN 16, 29-33

Hech. 19, 1-8. Reconocer nuestros pecados y ser perdonados no basta para decir que ya tenemos con nosotros la salvación. Es necesario llegar hasta Cristo y hacer nuestros tanto su Persona como su Evangelio. Debemos sumergirnos en Cristo, para que seamos totalmente cristificados, hechos uno con Él. Sólo entonces el Espíritu Santo podrá hacer su obra en nosotros, no sólo haciéndonos hablar en diversas lenguas, sino haciéndonos caminar como hijos de Dios cada vez más perfectos. La proclamación del Evangelio de Cristo, por tanto, no sólo ha de ilustrar nuestras mentes, sino que nos debe hacer vivir en Cristo como hijos de Dios. Mientras la evangelización no logre este objetivo estaremos errando en la Misión que el Señor confió a su Iglesia.

Sal. 67. Por medio de la Ley, dada en el Sinaí, Dios camina con su Pueblo hasta establecerlo en Sión, su Ciudad Santa. Cuando el Pueblo, una vez establecido en sus diversas heredades en la tierra prometida, caminen hacia el Templo para adorar al Señor, irán al encuentro de Aquel que siempre ha estado con ellos y que los acompaña día y noche por vivir con la Ley inscrita en sus corazones. Cristo Jesús, por medio del amor, ha llevado a su plenitud la Ley; por medio de ese amor inició su camino hacia el hombre, en el cual ha hecho su morada, pues al infundir en nuestros corazones el Don de su Amor, Él habita en nosotros como en un templo. Desde entonces nosotros nos encaminamos, no a la posesión de una ciudad terrena, sino de la Ciudad eterna en los cielos. Nuestro Dios y Padre siempre irá con nosotros, encaminando a su Iglesia hacia su perfección en Cristo. Quienes tenemos a Dios con nosotros debemos ser motivo de socorro para huérfanos y viudas, de auxilio para los desvalidos, de libertad para los cautivos y de alegría para los tristes. Sólo así estaremos manifestando, desde nuestra vida, la Victoria que Cristo nos ha participado y que hemos hecho nuestra.

Jn. 16, 29-33. Entender a Jesús no basta para tener con nosotros la salvación. Es necesario permanecer fieles a Él incluso en las más grandes pruebas. Quienes hemos recibido de Él la vida nueva que Dios nos ofrece debemos conservar la paz, sin angustiarnos porque a causa del Nombre de Cristo tengamos que ser criticados, mal informados, mal interpretados, perseguidos o entregados a la muerte. Veamos a Cristo, consumador de nuestra salvación; con la mirada puesta en Él caminemos tras sus huellas, no hacia la muerte, sino hacia la Vida eterna, aun cuando tengamos que pasar por la muerte o por muchas tribulaciones. En esos momentos difíciles cobremos ánimo, pues Cristo ha vencido al mundo y tenemos la esperanza cierta de que su Victoria es también nuestra Victoria.

Jesús entrega su vida por nosotros, y nos la entrega a nosotros. La celebración Eucarística realiza el Memorial de su entrega llena de amor a favor nuestro. Aparentemente fue derrotado, sin embargo su muerte es ocasión de vida para todos nosotros. Por eso quienes nos unimos a Él en Él encontramos la paz verdadera y la salvación. Ojalá y no vengamos sólo para alabar su Nombre con los labios mientras nuestro corazón permanezca lejos de Él. El Señor quiere que tengamos paz en Él. Y para eso nos pide permanecer en Él aún en los momentos más angustiantes de nuestra vida. Quien persevere hasta el final, se salvará.

Quienes vivimos unidos a Cristo debemos aprender a esforzarnos por construir un mundo más justo, más fraterno y más en paz. Quien entra en contacto con la Iglesia no entra en contacto con un grupo de derrotados, sino con una comunidad que manifiesta la Victoria de Cristo desde una vida renovada y puesta al servicio de la salvación y del bien de la humanidad entera. Las tribulaciones por las que debamos pasar por ser de Cristo no deben desanimarnos ni apocarnos. El Señor nos quiere valientes testigos suyos y no unos traidores. Y traicionamos nuestra fe cuando tal vez somos puntuales en el cumplimientos de nuestras prácticas de culto, pero nos olvidamos de dar testimonio de nuestra fe, y razón de nuestra esperanza en la vida ordinaria, en la vida familiar y en la vida laboral. El Espíritu Santo, que hemos recibido, debe ir conformándonos día a día a Cristo, de tal manera que, siendo fieles en todo al Señor, podamos no sólo confesar que Jesús es el Enviado del Padre para salvarnos, sino que Él nos ha llamado para que, con un amor fiel, continuemos su obra de salvación en el mundo.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber trabajar por la paz verdadera en el mundo, sin diluir nuestra fe en Cristo queriendo agraciarnos con los poderosos de este mundo. Amén.

www.homiliacatolica.com


17. ARCHIMADRID 2004

“VENÍS ANTE EL ALTAR DEL SEÑOR…”

“¿Será éste un ideal imposible para el hombre? ¿Y más imposible todavía en la realización diaria de la vida matrimonial y familiar?”. Estas preguntas las formulaba el Cardenal de Madrid, D. Antonio Mª Rouco, el pasado sábado en su homilía, dirigida especialmente a los nuevos contrayentes: D. Felipe de Borbón y Dª Letizia Ortiz.

Ese ideal del hombre, y su realización en el matrimonio, hacía referencia a la carta de san Pablo a los corintios, en la que habla del amor y su verdadero significado. La primera realidad es que “Dios es amor”. Y desde ahí, ¡sólo desde ahí!, se va entretejiendo la historia de cada uno de nosotros. Somos fruto del amor de nuestros padres y, en primer término, del amor de Dios por el hombre. Esta manera de ver las cosas nos da la garantía, por ejemplo, de no reducir el sacramento del matrimonio a un mero acto social donde lo que cuenta es “la gente guapa”. Los contrayentes son los verdaderos ministros del sacramento, y el resto (empezando por el sacerdote, aunque sea un Cardenal de la Iglesia Católica) son testigos de ese compromiso… y, el primero de ellos, es el de Dios con los nuevos esposos: Él permanecerá fiel hasta el fin de los tiempos.

Es necesario recuperar lo esencial de las cosas. “¡No tengáis miedo!”, aseguraba el Arzobispo de Madrid en la Boda Real, apelando al plan de Dios sobre cada uno de nosotros, un plan que nos permite llenar nuestra vida de un “sentido definitivo”. Nos vienen las dudas, estoy convencido de ello, porque dudamos de Dios. Nos da miedo confiar en Él. Creer en Jesucristo, muerto y resucitado (y ahora ascendido a los Cielos), tiene tales consecuencias que, olvidarlas, es abocarnos a la desesperación y al sinsentido. También puede ocurrirnos, como a los discípulos de Éfeso de la primera lectura de hoy, que ingenuamente aseguran a san Pablo: “Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo”. ¿Será posible que, cualquiera de nosotros, habiendo recibido, como mínimo, el sacramento del Bautismo, ignoremos de la asistencia de Aquél que es el “fuego” de nuestra alma: vivificador, santificador, consolador, defensor…?

Un vez más, por muchos milagros que veamos, si no confiamos en la gracia de Dios, poco útil será nuestra vida, y poco podremos ayudar a los que nos rodean. No podemos esperar con la excusa de que “ya llegará el momento”, “quizás mañana”, “tal vez cuando cambie de trabajo”… Creo que a Dios le molestan un tanto los indecisos. Ese lamento del Apocalipsis acerca de cómo Dios está por vomitar a los tibios, nos da la justa medida de lo que no ha de ser un cristiano. Esperar con los brazos cruzados a que “vengan tiempos mejores”, es no creer en lo que Dios es capaz de realizar a través de nosotros. No somos una máquina de bebidas donde Dios echa una moneda para que funcione. La libertad, don precioso del ser humano, es lo que nos asemeja en todo momento con el querer divino. Descubrir ese don, es poner por obra la gloria de Dios en cualquier quehacer personal. No nos importe que otros no lo vean, hagan caso omiso, o tal vez se sonrían. La talla de lo que somos no se construye con los aplausos del mundo, sino con la cruz de Cristo impresa en nuestro corazón.

“Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo”. ¿Aún pedimos más datos? Si leyéramos seriamente el Evangelio, descubriríamos que todas las respuestas se encuentran en ese libro sagrado. La paz nos la da Cristo. El valor lo tenemos por el don del Espíritu Santo. Y el mundo es el gran escenario donde poner en práctica el ejercicio responsable de nuestra libertad.


18. Fray Nelson Lunes 9 de Mayo de 2005
Temas de las lecturas: ¿Recibieron el Espíritu Santo, cuando abrazaron la fe? * Tengan valor, porque yo he vencido al mundo.

1. Los Dos Bautismos
1.1 Parece fuera de duda hoy que en los primeros tiempos del cristianismo no estaba tan clara para todos la diferencia entre el bautismo de Juan y el bautismo “en el nombre del Señor Jesús”.

1.2 La figura señera del Bautista, con su vigor de profeta sin tacha, tuvo que fascinar a las multitudes, pues no pueden explicarse de otra manera las descripciones que nos dan los evangelios sobre su ministerio a orillas del Jordán. No es extraño que algunos pudieran ver en Jesucristo un “continuador” de la grande y valiente obra del predicador asceta y mártir, el gran Juan. Esta idea podía quedar reforzada por la continuidad cronológica que de hecho se dio entre el ministerio de Juan y el de Cristo, como lo dice expresamente Marcos: “Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios” (Mc 1,14).

1.3 Por ello la Carta a los Hebreos incluye entre los temas de la catequesis elemental “la enseñanza sobre los bautismos” (Heb 6,2), porque seguramente se había vuelto cosa sabida que había que aclarar ese punto de doctrina.

1.4 Pablo, en el texto de la primera lectura, da el argumento fundamental cuando sitúa el bautismo de Juan en su contexto propio: una señal de arrepentimiento nuestro, por una parte, y una señal de esperanza en el Mesías futuro, por otra parte. Lo que prima allí es que NOSOTROS nos arrepentimos y NOSOTROS aguardamos salvación. Por el contrario, en el bautismo cristiano lo que prima es que DIOS nos perdona nuestras culpas y DIOS nos concede salvación. La obra de Juan es grande porque lleva al ser humano a su mejor disposición para que Dios obre, pero ciertamente no reemplaza a la obra de Dios en Cristo, ni puede compararse con ella.

2. Vencer al mundo
2.1 La frase de Jesús en el evangelio de hoy, puesta en boca de algún otro, sonaría a simple locura: “Yo he vencido al mundo”. ¿Cuál es ese “mundo” y qué significa haberlo “vencido”?

2.2 Pueden orientarnos tantas expresiones que hemos venido oyendo en estos capítulos de Juan. Por ejemplo: “ Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia” (Jn 15,18-19). Y en otro lugar dice: “ Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17,14). Pertenecer al mundo es estar bajo su imperio; estar en el mundo sin pertenecer al mundo es vencer al mundo.

2.3 El concepto clave es que el mundo ama lo que le pertenece y odia lo que se le escapa. Como por otra parte no podemos habitar en otra parte que no sea “mundo” la única alternativa es aquello que pide para nosotros el Señor cuando ora a su Padre: “No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno” (Jn 17,15).

2.4 Amar sólo lo que a uno le pertenece es precisamente desfigurar el sentido del amor. Un amor que se obliga a volver sobre sí mismo es la definición de la conveniencia y del egoísmo, es el terreno propio del placer estéril y de la vanidad entronizada. Tales son efectivamente los vicios propios del “mundo” : amar solamente hasta el borde de las propias conveniencias, o con otras palabras: comprar y vender; comprarlo todo y mantener todo en oferta, ya se trate de la paz, la conciencia, el cuerpo, la mujer, la patria.

2.5 Cristo ha vencido al mundo amando al mundo, es decir, dándole lo que él no puede dar. Y aquí vendrá la gran paradoja: el mundo no puede responder al amor gratuito sino con odio gratuito. No puede recibir algo que no pueda comprar porque no quiere tener algo que no pueda vender. Y por eso odia con injusticia y sin remedio a la vez. Cristo, por su parte, sabiendo esto, ama “irremediablemente” al que le odia irremisiblemente, y así manifiesta de quién procede y hacia quién nos dirige. ¡Gloria a Dios!