MARTES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 16, 22-34 

2ª: Jn 16, 5b-11 


1.

-La gente se amotinó contra Pablo y Silas... Les arrancaron los vestidos, les azotaron con varas... Molidos a palos, los echaron a la cárcel.

¿Por qué todo esto?

Sencillamente, porque Pablo había exorcizado a una pobre muchacha, endemoniada, que daba mucha ganancia a sus amos por sus dotes adivinatorias.

Así, los azotes recibidos en Asia procedían de los judíos, descontentos de ver la creciente expansión de la nueva Fe... Pero los primeros azotes, recibidos por san Pablo en Europa, ¡proceden de una historia de brujería!

Señor, ¿qué es lo que quieres decirme, por medio de estos detalles? La violencia es de todos los tiempos. En todo tiempo se ha tratado de impedir a la Iglesia que llevara a cabo su obra. «Dichosos seréis, si, por mi causa, se dice cualquier clase de mal contra vosotros.»

-Hacia la medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, y los otros prisioneros los escuchaban.

Viven esa bienaventuranza. Son felices. ¡Cantan!

Su actitud misma es una predicación del Evangelio: los otros prisioneros parecen sorprendidos: ¡Gente "molida a palos" y cantando! Esto ha de tener una explicación...

Dios es el todo de su vida.

En las dificultades de la vida puede suceder que uno se rebele, y así es a veces.

O bien, de modo un tanto misterioso, uno puede aceptar la extraña "bienaventuranza":

¡Felices los que lloran! Repítenos, Señor, cómo ha de ser asumido el sufrimiento para que se convierta en un valor. No es porqué sí -por nada- que se está contigo en la cruz, porque no es porque sí -por nada- que Tú estuviste primero en la cruz. De hecho, ¿por qué, Señor, padeciste en la cruz?

-De repente, un terremoto... la puertas de la cárcel quedan abiertas... El carcelero se despierta y quiere suicidarse creyendo que los presos habían huido.

El pobre hombre, al cuidado y servicio de la cárcel está perturbado. Se cree en falta.

-Pablo le grita al carcelero: «No te hagas ningún mal, estamos todos aquí. Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y toda tu familia.»

¡Divertida situación! Es el prisionero quien reconforta a su guardián y quien le comunica la "buena noticia": ¡no te hagas ningún mal! ¡Dios no quiere el mal de los hombres! ¡Dios quiere que la humanidad sea feliz!

-En seguida el carcelero los llevó consigo a su habitación, lavó sus heridas, preparó la mesa y exultó de gozo con toda su familia.

La no-violencia desarma. Extraña escena final, en la que se ve al verdugo curando a la víctima y recibiéndola en su mesa familiar. Escena simbólica. ¿Es quizá el anuncio del mundo de mañana? ¿Cómo puedo comprometerme en esta vía ya desde HOY? ¿Con quién puedo reconciliarme?

-Exaltó de gozo, por haber creído en Dios.

Después de una comerciante, ahora un policía del Imperio.

La fe progresa... como la alegría que la acompaña. Alegría y fe.

¡Aumenta nuestra fe, Señor! ¡Aumenta nuestra alegría, Señor! Y que la cruz no sea fuente de tristeza.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 236 s.


2.

La ciudad y colonia romana de Filipos, donde Pablo funda la primera comunidad cristiana de Europa con ocasión de su segundo viaje (12-15), es el escenario geográfico de la narración. Esta comunidad floreciente, dirigida por «obispos y diáconos» (Flp 1,1), y a la que Pablo escribirá más tarde la más afectuosa de sus cartas, parece exigir una larga estancia del Apóstol en la ciudad. Pero Hch no dice casi nada, y el autor pasa del hecho inicial, la conversión de Lidia (11-153, a los conflictos finales que provocan la marcha de los misioneros. El relato incluye toda una secuencia de episodios perfectamente entrelazados: la pitonisa, que alaba inoportunamente a los mensajeros cristianos y a la que Pablo libera del espíritu impuro (16-18); la detención de Pablo y Silas tras la denuncia de los amos de la sirvienta, los cuales ideologizan los hechos (19-24); la liberación milagrosa, que lleva a la conversión del carcelero y de su familia (25-34); la condición de ciudadano romano que invocan los misioneros, lo que obliga a los magistrados a presentar excusas (35-39).

Parece que la casa de la hospitalaria Lidia (15) se convirtió en lugar de encuentro de esta primitiva comunidad (40).

El relato es una buena muestra del entramado de hechos y narraciones maravillosas que presenta por doquier el libro de los Hechos, muy en consonancia con la tradición bíblica del Antiguo Testamento y del Nuevo. La pitonisa que adivina, la consiguiente liberación del espíritu impuro y el terremoto que abre las puertas de la prisión y deshace las ligaduras de todos: todo esto, que constituyó las delicias de los primeros lectores y de tantas generaciones de creyentes hasta hoy, puede convertirse en piedra de escándalo para los lectores de nuestro mundo secular. Conviene que nos familiaricemos con los géneros literarios bíblicos, si queremos captar su mensaje. Sin ninguna intención de excluir de golpe la objetividad de los hechos, debemos decir que los relatos maravillosos son en la tradición bíblica un recurso serio y adecuado para narrar la presencia de Dios en la marcha de la historia santa. Por otro lado, la conocida tendencia redaccional de Lucas a establecer paralelos en el curso de la narración fundamenta la sospecha de una cierta estilización literaria: compárese el caso de la pitonisa (16-18) con el del poseso de Cafarnaún (Lc 4,33-36), la liberación milagrosa de Pablo y Silas (25-34) con la de los apóstoles y Pedro (Hch 5,17-20; 12,1-11). También debemos resaltar en este relato la valiente actitud de Pablo, que no duda en invocar sus derechos de ciudadano romano (cf. también 22,25-28 Y 25,10-12) y fuerza a los magistrados a presentar excusas. Eso podía ser muy importante para salvaguardar el crédito de la comunidad cristiana ante los paganos. Además, por más que Pablo anuncie con énfasis un mesías crucificado (1 Cor 1,23), el cristianismo no es una especie de culto a la cruz por la cruz, sino al amor y al servicio, que a menudo tienen forma de cruz.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 205 s.


3.

En su primer discurso después de la Cena (Jn 13, 33; 14, 31), Jesús había anunciado a sus apóstoles su próxima partida y estos le asaltaron a preguntas más o menos oportunas (Jn 13, 36; 14, 5). Jesús les había respondido que todos se volverían a encontrar junto al Padre (Jn 14, 1-3), y que el amor (Jn 13, 33-36) y el conocimiento (Jn 14, 4-10) podían compensar la ausencia.

En su segundo discurso, Cristo anuncia de nuevo su partida (v. 5). Como los apóstoles se guardan de hacerle preguntas, aun cuando la tristeza se refleja en sus rostros (v. 6), Jesús observa, no sin ironía, que, sin embargo este sería el momento oportuno para interrogarle (v. 5).

a) La partida de Cristo y el aparente abandono en el que deja a sus apóstoles constituye el tema esencial de la perícopa. Cristo afirma que su partida está cargada de sentido: El vuelve al Padre (Jn 14, 2, 3, 12; 16, 5), porque su misión ha terminado y el espíritu Paráclito será el testigo de su presencia (Jn 14, 26; 15, 26). Jesús compara la misión del Espíritu con la suya; en efecto, no se trata de creer que ha terminado el reino de Cristo y que es reemplazado por el del Espíritu. Sino que de hecho, la distinción reside más bien entre el modo de vida terrestre de Cristo que oculta al Espíritu y el modo de vida del que El se beneficiará después de su resurrección y que no será ya perceptible por los sentidos, sino solamente por la fe: un modo de vida "transformado por el Espíritu" (Jn 7, 37-39). Volvemos a encontrar aquí, pues, la pedagogía del Cristo resucitado, que no deja de utilizar para convencer a sus apóstoles de que no busquen ya una presencia física, sino que descubran en la fe la presencia "espiritual" (entendiendo aquí espiritual no solamente como opuesto a físico, sino designando verdaderamente el mundo nuevo animado por Dios; cf. Ez 37, 11-14-20; 39, 28-29).

b) La nueva presencia del Señor en medio de los suyos presentará las características de un juicio y de una contestación.

En efecto, si el nuevo modo de vida en "espíritu" se opone al modo de vida del mundo, resultarán de ello enfrentamientos e incluso persecuciones (Jn 15, 18-16, 4). Por eso la presencia del Espíritu revestirá un carácter judicial (tema del Paráclito defensor). En el curso de su pasión, Cristo perderá su proceso contra el mundo: será convicto de pecado (Mt 26, 65), no le será reconocida su justicia (Act 3, 14) y un juicio le condenará a muerte (Jn 19, 12-216; 8, 15). Pero el Espíritu apelará y cambiará la sentencia: el mundo será convicto de pecado y se hará justicia a Cristo ante el tribunal del Padre. El juicio final pronunciará la condenación del Príncipe de este mundo (vv. 3-11).

La vida del cristiano en el Espíritu y el modo de vida de Cristo plenamente divinizado por su resurrección constituirán este juicio de apelación que establece que Cristo es realmente Dios.

c) Aparte del aspecto judicial de la presencia del Espíritu, el Evangelio subraya su papel educativo (v. 13). En efecto, Cristo que aún tiene muchas revelaciones que hacer (contrariamente al primer discurso: Jn 15, 15), confía esta tarea al Espíritu.

¿Quiere esto decir que el mundo aprenderá verdades nuevas que Cristo no habría enseñado? No. Jesús solo es la Palabra, El lo ha dicho verdaderamente todo. Pero aún queda el profundizar en su enseñanza, el mejor comprenderla y el confrontarla con los acontecimientos. Los apóstoles no pueden realizar este trabajo, porque solo disponen todavía de un conocimiento demasiado material, únicamente basado en la visión y en la inteligencia.

Una vez que participa en la Eucaristía, el cristiano está habilitado para emprender la contestación del mundo. Es la forma concreta del juicio del Espíritu. En efecto, el Espíritu suscita hombres particularmente sensibles a los valores auténticos y la Eucaristía los capacita para comprometerse efectivamente en la contestación de los seudovalores.

Es cierto que un hombre animado por el Espíritu no puede tolerar el beneficio económico erigido en absoluto, la prosecución alienadora del rendimiento, el totalitarismo que desprecia las libertades fundamentales, el nacionalismo que pone a una comunidad por encima de otra y a expensas de las colaboraciones internacionales, o la guerra considerada como medio de mantener el orden establecido.

Por otra parte, la contestación del cristiano y del Espíritu no se detiene en el simple hecho de no tolerar estos abusos, sino que debe tomar forma concreta y manifestar su juicio mediante acciones eficaces. El cristiano se juega hasta su salvación en estas cuestiones, porque implica en ellas al Espíritu Paráclito.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969
.Pág. 212


4.

En la primera parte de este discurso. Tomás había dicho a Jesús que no sabían adónde se marchaba y, por tanto, no podían saber el camino para seguirlo. Los discípulos siguen sin comprender la muerte como marcha al Padre; para ellos es el fin de todo. No piden explicaciones, que consideran superfluas, sino que se llenan de tristeza al pensar en la separación, que ellos interpretan como soledad definitiva. El mundo se presenta para ellos como un adversario formidable y, sin Jesús, se sienten indefensos.

"Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a nosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré".

Jesús dice que hará más bien a los discípulos la presencia y ayuda del Espíritu Santo que su propia presencia externa. Sin embargo, para comunicar el Espíritu tiene que dar antes la prueba última, definitiva y radical de su amor por el hombre, esa última prueba que tiene que llevar su condición humana al término del proyecto creador (19. 30. Todo está terminado).

Como el grano de trigo, si muere, se transforma por la fuerza de vida que contiene y se multiplica en otros granos (12, 24), lo mismo la muerte de Jesús, su don total, libera en él toda la fuerza del Espíritu que contiene, haciéndolo comunicable.

El Espíritu va a dar a los discípulos la posibilidad de amar como Jesús. Ahora bien, no sabrán cómo los ha amado Jesús ni podrán entender, por tanto, todo el alcance de su mandamiento, hasta que él no dé la vida por ellos (15, 13).

Por eso les conviene que se marche, porque no podrán ser como él hasta que muera. Hasta ahora es para ellos un modelo, y ni siquiera completo; el Espíritu hará que sea la fuente interior de su vida.

(7, 37-39) "El último día de la fiesta, el mas solemne, puesto en pie, Jesús gritó: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí... De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado".

El Cristo pascual y el Espíritu son inseparables, no sólo en el misterio de cada uno de ellos que no puede existir sin el otro sino también en el conocimiento que podemos tener de ellos. En su Pascua, Jesús es el mediador a la vez del don del Espíritu y del conocimiento de ese Espíritu.

Una vida centrada en el Espíritu Santo no es una vida cristiana; podrá ser muy carismática, muy angelical, muy pietista, muy... lo que se quiera.

Durante estos últimos días de este tiempo grande de Pascua debiéramos pensar más sobre este inmenso don del Espíritu Santo que Dios Padre, por Jesucristo, nos ha dado.

Quisiera proponer tres aspectos de reflexión, de oración.

Primero: no estamos solos, tenemos en nosotros, en cada uno de nosotros, en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello.

Segundo: este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo. Es decir, pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jc.

Tercero: nuestra oración debe ser PEDIR con toda confianza esta venida a nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra vida de cada día.

Pidámoslo hoy y durante toda la semana.


5.

-Voy al que me ha enviado... Voy al Padre...

Jesús está a pocas horas de su muerte. El lo sabe. Lo ha dicho.

Lo comenta así.

Es para El algo muy simple, como un "retorno a casa". Sé a dónde voy... Alguien me espera... Soy amado... Voy a encontrar a Aquel a quien amo...

Dejo resonar en mí estas palabras.

Pensando en mi propia muerte, son también estas palabras las que he de repetir después de Jesús y con El.

Paz. Certidumbre. Gozo íntimo.

-Ninguno de vosotros me pregunta "¿A dónde vas?"

Atmósfera de partida. Como cuando en el andén del tren o en el aeropuerto, se abraza a un ser querido que se va por mucho tiempo.

-Antes, porque os hablé de estas cosas, vuestro corazón se llenó de tristeza.

Mientras Jesús estaba con ellos, era una "Presencia" reconfortante. El anuncio de su partida ahoga cualquier otra reflexión. Más tarde, quizá, llegarán a dominar su tristeza porque comprenderán la "significación" de esta partida: el retorno de Jesús al Padre, el paso a la Gloria del Padre, origen de la efusión abundante del Espíritu.

-Pero os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya. Porque si no me fuere, el Espíritu Santo, el Defensor, no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré.

Cada uno puede probar de entender estas frases misteriosas.

He aquí un intento de explicación.

Durante su estancia en la tierra Jesús ha sido una "Presencia" visible de Dios. Pero esta

Presencia, tan útil para nosotros, seres corpóreos y sensibles, era al mismo tiempo, una pantalla, un límite: a causa de su humanidad, a causa de su cuerpo, Jesús estaba "limitado" a un tiempo y a un lugar. Y era consciente de ello: "os conviene que Yo me vaya".

Enviando al Espíritu, Jesús es consciente de multiplicar su Presencia: el Espíritu no tiene ningún límite, puede invadirlo todo.

"Oh Señor, envía tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra".

El Espíritu es la Presencia "secreta" de Dios... después de la Presencia "visible" que ha sido Jesús.

Pero el "tiempo del Espíritu" es también el "tiempo de la Iglesia". Es la Iglesia, somos nosotros, los que hemos venido a ser el Cuerpo de Cristo, su "visibilidad"... con todo lo que esto comporta de "límites" y de imperfecciones... pero también con esta certeza de que el Espíritu está aquí, con nosotros, animando siempre el Cuerpo de Jesús.

-Y en viniendo éste, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.

Mañana por la mañana, ante el Gran Consejo de la Sinagoga, y ante el Gobernador romano, Jesús sera "condenado"... y todas las apariencias irán contra El: podrá creerse que no era más que un impostor y un blasfemo, y que después de todo recibió el castigo merecido por su pecado, por su osadía en decir que era Hijo de Dios y que destruiría el Templo. Pero he aquí que la situación se invertirá: el mundo será condenado, y Jesús será glorificado.

Y el Espíritu Santo vendrá para convencer, interiormente a los discípulos de que Jesús no es el "vencido", el "pecador", sino el vencedor del mal; el muy amado del Padre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 240 s.


6.

1. Hechos 16, 22-34

a) Ayer tocaba éxito. Hoy, la persecución, la paliza y la cárcel.

El motivo de la detención -que no leemos en esta lectura- fue que Pablo, al curar y convertir a una muchacha que actuaba de vidente o pitonisa, malogró el negocio de los que explotaban esta habilidad. Y además, las autoridades romanas sospecharon que estaba difundiendo el judaísmo en la ciudad, cosa que no querían.

La cosa es que apalearon a Pablo y sus acompañantes y los metieron en la cárcel. La escena que sigue -que parece de película- está llena de detalles a cuál más interesantes:

- a media noche, Pablo y Silas, a pesar de estar medio muertos por la paliza, cantan salmos a Dios,

- un oportuno temblor del edificio abre las puertas de la cárcel y rompe las cadenas,

- pero Pablo no aprovecha para escapar, sino que se preocupa de que el carcelero no se haga daño

- y le instruye en la fe a él y a toda su familia, y les bautiza,

- y todo termina en una fiestecita en casa del carcelero.

Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la tensión creada.

Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón... cuando te invoqué, me escuchaste».

b) ¿Cuántas palizas hemos recibido nosotros por causa de Cristo? ¿cuántas veces hemos sido detenidos?

Probablemente, ninguna. Al lado de Pablo podríamos considerarnos unos «enanos» en la fe. Ni con mucho hemos hecho tantos viajes para anunciar a Cristo, ni hemos recibido azotes o ido a parar a la cárcel, ni hemos sido apaleados casi hasta la muerte, ni hemos sufrido peligros de caminos y de mares. Ante dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos. ¿Seríamos capaces de estar a medianoche, molidos de una paliza, cantando salmos con nuestros compañeros de cárcel?

Pablo nos interpela en nuestra actuación como cristianos en este mundo. La comunidad cristiana está empeñada también hoy, después de dos mil años, en la evangelización: en guiar a la fe a los niños, a los jóvenes, a los ambientes profesionales, a los medios de comunicación, a las comunidades parroquiales, a los ancianos, a los enfermos... Cada uno de nosotros, no sólo nos hemos de conformar con creer nosotros, sino que debemos intentar dar testimonio de Cristo a los demás, de la mejor manera posible y con toda la pedagogía que las circunstancias nos aconsejen. Pero con la valentía y la decisión de Pablo. ¿Sabemos aprovechar toda circunstancia en nuestra vida para seguir anunciando a Jesús, como hizo Pablo en el episodio del carcelero?

2. Juan 16, 5-11

a) Jesús, en sus palabras de despedida, aparece a punto de «rendir viaje», volviendo al Padre. El que había «bajado» de Dios (eso es lo que el evangelio de Juan repite en los doce primeros capítulos) se dispone ahora a «subir», a «pasar de este mundo al Padre» (como anuncia Juan desde el capítulo 13, en el inicio de la Ultima Cena). Esta vuelta al Padre es la que da sentido a su misión y a su misma Persona.

La tristeza de los discípulos es lógica. Pero Jesús les da la clave para que la superen: su marcha, a través de la muerte, es la que va a hacer posible su nueva manera de presencia, y el envío de su Espíritu, el Paráclito, o sea, el Abogado y Defensor. El mejor don del Resucitado a los suyos es su Espíritu. Por eso «os conviene que yo me vaya». La actuación del Espíritu va a ser muy dinámica.

Va a revisar el proceso que se ha hecho contra Jesús. Los judíos habían condenado a Jesús como malhechor y como blasfemo. La sentencia era firme y se ejecutó. Pero ahora va a haber como una apelación a un tribunal superior. Dios, al resucitar a Jesús de entre los muertos, inicia el nuevo proceso. Y es, según Jesús, el Espíritu, el Abogado, el que va a desenmascarar y argüir la falacia del primer proceso. El que quedará ahora desautorizado y condenado es el mundo, mientras que Jesús no sólo será absuelto, sino rehabilitado y glorificado delante de toda la humanidad.

Es un proceso que todavía está en pie. Que sólo llegará a término al final de los tiempos, cuando, según el Apocalipsis, sea definitiva la victoria del Cordero y se consuma el hundimiento del Maligno con sus fuerzas.

b) A nosotros nos encantaría poder ver a Jesús, experimentar claramente su presencia en medio de nosotros. Como les hubiera encantado a sus apóstoles no haber oído nada sobre su marcha o su Ascensión. A todos nos gustan las «seguridades», las comprobaciones visibles a corto plazo.

Y sin embargo, en su Ascensión, el Señor no abandonó a su Iglesia. Nos ha prometido una doble presencia que tendría que llenarnos de ánimos:

- la del mismo Cristo, ahora Resucitado, que no ha dejado de estarnos presente («yo estoy con vosotros todos los días»): lo que pasa es que lo que antes era presencia visible, ahora sigue siendo real, pero invisible. Su «ausencia» es «presencia de otra forma», porque él ya está en la existencia escatológica, definitiva, pascual;

- y la presencia de su Espíritu, que actúa de abogado y defensor, de animador de nuestra comunidad, de eficaz protagonista de los sacramentos, de maestro que hace madurar la memoria y la fe de los cristianos.

Si creyéramos en verdad esto -y hacia el final de la Pascua ya sería hora de que nos hubiéramos dejado convencer de la presencia del Resucitado entre nosotros y del protagonismo de su Espíritu- no caeríamos en el desaliento ni la tristeza, ni nos conformaríamos con una vida lánguida y perezosa.

La Eucaristía es una de las formas en que más entrañablemente podemos experimentar la presencia del Señor Resucitado en nuestra vida, nada menos que como alimento para nuestro camino. Y es el Espíritu el que hace posible que el pan y el vino se conviertan para nosotros en el Cuerpo y Sangre del Señor, y que nosotros, al participar de la comunión, podamos también irnos transformando en el Cuerpo eclesial de Cristo, unido, sin divisiones, lleno de su misma vida. La Eucaristía es el mejor cauce para que la Pascua produzca en nosotros sus frutos.

«Con alegría y regocijo demos gloria a Dios» (entrada)

«Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu» (oración)

«Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad» (salmo)

«Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma» (salmo)

Que esta Eucaristía «nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 125-128


7.

Primera lectura: Hechos 16, 22-34 Cree en el Señor Jesús y te salvarás tu y tu familia.

Salmo responsorial: 137, 1-2a.2bc-3.7c-8 Señor, tu derecha me salva.

Evangelio: Juan 16, 5b-11 Les conviene que yo me vaya porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito.

Está claro en Jesús su preocupación por no dejar sin la presencia del Espíritu a la humanidad, en especial a todos los que han creído en el mensaje de su anuncio. Promete que apenas se vaya enviará ese Protector, que es el Espíritu, el que será encargado de hacer justicia y dinamizar el encuentro con el Padre para todos aquellos que de una manera u otra lo buscan con sincero corazón. El Espíritu será capaz de una vez por todas de identificar y destruir al Maligno y realzar el proyecto del Reino que a ratos parece opacado.

El legado que deja Jesús a toda la humanidad no puede ser nada mejor que la presencia de ese don gratuito que es el Espíritu; que se hace presente entre las personas que lo activan haciéndose conscientes -y, sobre todo, viviendo consecuentemente con- su filiación de Dios. El cristiano no debe temer al Maligno que ya éste ha sido derrotado por Jesús con su la redención. El nos enseñó a hacernos hijos de Dios entregando la propia vida, no acaparando nada para sí mismo, sino destruyendo el egoísmo y apoyándonos en la fuerza del Espíritu. Entonces ya no existirá ninguna posibilidad de caer en una tentación que nos aparte del Reino.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8.

La comunidad cristiana representaba un camino de liberación para los hombres y las mujeres esclavizados. Este sector de la humanidad era sometido a dura explotación. Cuando la mujer deja de poner sus artes adivinatorias al servicio de sus amos, éstos toman duras represalias contra los cabecillas de la liberación.

Los azotes y la cárcel pretendían silenciar la obra de la comunidad cristiana. Sin embargo, la afrenta fue motivo de conversión. El carcelero pidió una luz y se vio iluminado por la luz de Cristo. En adelante él y toda su familia entraron a formar parte de la comunidad de creyentes. El Espíritu actúa de manera eficaz aun en medio de la adversidad.

En el Evangelio, Jesús nos comunica la fuerza del Espíritu. El es consciente de la misión que se le ha encomendado: dar testimonio del Padre. Toda su acción y sus palabras son la expresión de la voluntad de Dios. Después de su muerte, los discípulos continúan su obra bajo la dirección del Espíritu. Ellos saben que continuar la obra no es repetir milimétricamente los gestos de Jesús. La repetición, la imitación, constituyen una acción puramente exterior. Los discípulos se abren al Espíritu del Resucitado para que los transforme y los configure con el Hijo. De este modo, su acción y sus palabras se convierten en una fuerza creativa que actualiza la presencia de Jesús en nuestra historia humana.

El Espíritu de Jesús es para la comunidad de discípulos una luz que ilumina la realidad. Así, se descubre quién incurre en pecado: todo aquél que prescinde de una opción ética para vivir; quién es inocente: el ser humano que entrega su vida como testimonio de la justicia y la verdad; y quién recibe el juicio de Dios: el sistema que tiene la injusticia como ley.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Muchas veces nos cuesta entender ciertos acontecimientos hasta que cambiamos la óptica, el punto de vista, las categorías desde las que los afrontamos. Después de que el tiempo y la vida nos concede nuestra particular "jornada de reflexión" miramos los hechos de otro modo. Creo que esa experiencia se verifica con la ausencia de Jesús. "Os conviene que yo me vaya". A nosotros nos encantaría poder ver a Jesús, experimentar claramente su presencia en medio de nosotros. Como les hubiera gustado a sus discípulos no haber oído nada de su marcha o su Ascensión. Porque en el fondo a todos nos gustan, en cierto modo, las "seguridades", la doctrina clara, las comprobaciones visibles a corto plazo. Y sin embargo, hemos de afirmar algo paradójico: Jesús en su Ascensión no abandona a los suyos, no abandona a la Iglesia. Es un cambio de presencia. Jesús se va, pero promete la presencia del Espíritu. El Paráclito actúa como defensor, como animador, como maestro, como fundamento de la unidad eclesial y de la diversidad carismática, como protagonista de los sacramentos. La presencia del Resucitado continúa en la comunidad, en la Palabra, en el ministro, en los hermanos más débiles, en un trozo de pan y un poco de vino que se convierten para nosotros en Cuerpo y Sangre del Señor. Comulgar la eucaristía es hacer presente al Resucitado en ti para hacerle presente entre los demás. La etapa de Jesús está cumplida. Llega la era del Paráclito. La hora del Espíritu. No olvides poner en hora el reloj de tu vida.

Vuestro amigo.

Carlos M. Oliveras, cmf (carlosoliveras@hotmail.com)


10. CLARETIANOS 2003

En los últimos días he estado trabajando con un grupo sobre lo que significa evangelizar hoy. Como es natural, hemos repasado algunos de los análisis que están en boca de todos. Hemos compartido preocupaciones, preguntas, desalientos. “¡Qué complicado es todo esto!”, dijo uno. Por desgracia, esta es la impresión que muchos tienen cuando se acercan a “lo cristiano”. Se les antoja, todavía hoy, una inmensa mole de creencias, normas y ritos que parecen casar muy mal con el espontáneo sentimiento de libertad con el que parece que nos conducimos en la vida ordinaria. ¡Sólo quien ve en la propuesta de Jesús un camino más liberador (nunca menos) se arriesga a circular por él! Me llama la atención la fórmula que Pablo utiliza en su diálogo con el carcelero: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Hay aquí un par de verbos que nos dan una pista para entender mejor qué es evangelizar, incluso en situaciones extremas:

Cree en el Señor Jesús. Lo esencial de la fe es la adhesión incondicional a la persona de Jesús. Es verdad que esta adhesión implica, en la práctica, muchas cosas, pero, sin ella, todo lo demás carece de sentido y se hace insoportable. ¿Seremos capaces de proceder así, de dejar el primer plano de la película de la fe al Señor? ¿Se percibe en nosotros que lo que nos importa, lo que nos mueve, lo que nos apasiona, es el Señor Jesús?

Te salvarás tú y tu familia. El efecto de la fe es la salvación. Quien cree vive ya como un salvado, como alguien que sabe por qué y para qué existe, que se siente amado, libre, con razones para esperar. ¿Puede ser creíble lo que llamamos fe cuando no produce en nosotros frutos de salvación? Se trata, además, de una salvación de largo alcance: afecta también a quienes comparten nuestra vida. Hoy somos tan absolutamente sensibles al individuo que nos cuesta entender eso de que se pueda bautizar una familia entera (caso de Lidia) o de que se prometa la salvación a otra familia (caso del carcelero). Más allá de las explicaciones sociológicas acerca del concepto antiguo de “familia” y de “casa”, que tan importante papel jugó en la evangelización primera, hay aquí algo más profundo: la dimensión comunitaria y social de la fe, sin la cual la experiencia individual se reduce a un titánico ejercicio de supervivencia.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


11. 2002

COMENTARIO 1

v. 5-6: Ahora, en cambio, me marcho con el que me envió pero ninguno de vosotros me pregunta adónde me mar­cho. 6Eso sí, lo que os he dicho os ha llenado de tristeza.

Nunca les había hablado Jesús de la persecución futura; hasta ahora, el blanco había sido él, quien, además, podía defenderlos. Los discí­pulos siguen sin comprender la muerte como ida al Padre. No piden explicaciones, que consideran superfluas, pero se llenan de tristeza al pensar en la separación, que ellos interpretan como desamparo (cf. 14,18). Sin Jesús, se sienten indefensos ante el mundo.

v. 7: Sin embargo, es verdad lo que os digo: os conviene que yo me vaya, pues si no me voy, el valedor no vendrá con vosotros. En cambio, si me voy, os lo enviaré.

Para Jesús, la presencia y ayuda del Espíritu hará más bien a los dis­cípulos que su propia presencia corporal. Pero para comunicar el Espíritu tiene que dar antes la prueba última y radical de su amor por el hombre. Mientras se apoyen en la presencia física de Jesús, los discí­pulos no aprenderán a tomar su plena responsabilidad ni tendrán la au­tonomía propia del que obra por convicción interior. Les conviene que se marche, para actuar por si mismos bajo el impulso del Espíritu.

v. 8: Cuando llegue él, le echará en cara al mundo que tiene pecado, que llevó razón y que se ha dado sentencia.

El sistema injusto se ha erigido en juez de Jesús y lo ha condenado como a un criminal. El Espíritu va a reabrir el proceso para pronunciar la sentencia contraria. Los que se hicieron jueces son los culpables; el condenado tenía razón y, en consecuencia, el sistema que se atrevió a cometer semejante injusticia está condenado por Dios.

vv. 9-10: Primero, que tiene pecado, y la prueba es que se niegan a darme su adhesión; 10luego, que llevo razón, y la prueba es que me marcho con el Padre y dejaréis de verme...

El mundo designa aquí al círculo dirigente que condenó a Jesús. Su pecado es »el pecado del mundo» (1,30), que consiste en impedir, reprimir o suprimir la vida, impidiendo la realización del proyecto crea­dor (1,10); este pecado ha alcanzado su máxima expresión en el rechazo de Jesús (15,22).

La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida del Padre (v.10), de la que la comunidad tendrá plena conciencia a través de la experiencia del Espíritu que de él va a recibir (15,26). El Padre va a refrendar toda la obra de Jesús; al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio dado por el mundo. Al marcharse con el Padre, Jesús dejará de estar presente como antes.

11y por último, que se ha dado sentencia, y la prueba es que el jefe del orden este está ya condenado.

El orden injusto va a considerarse más seguro por la muerte de Jesús, pero la comunidad experimentará que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él.


COMENTARIO 2

Hoy escuchamos un episodio bastante movido de la evangelización en Filipos. En los versículos anteriores (no leídos en la liturgia) se nos ha relatado la causa del encarcelamiento de los misioneros Pablo y Bernabé: Pablo había liberado de un demonio pitoniso, es decir, adivino, a una esclava que había dado en seguirles por toda la ciudad profiriendo grandes gritos. Los dueños de la esclava que habían perdido una fuente de ingresos, pues la explotaban haciéndola adivinar por dinero, fueron los causantes del encarcelamiento y del castigo a que los magistrados de la ciudad sometieron a los apóstoles. Fueron arrojados a la mazmorra, es decir, al lugar más profundo y seguro de la cárcel y se les trabaron los pies con el cepo, un pesado tronco de madera que les impediría caminar.

Aún en estas circunstancias los apóstoles mantienen alto el ánimo: oran y cantan, asombrando seguramente a los demás encarcelados que, pronto, podrán explicarse el motivo de tanta entereza: nos dice el autor que una especie de terremoto liberó milagrosamente a los apóstoles del cepo y las cadenas, y abrió las puertas de la cárcel. Milagros como este son comunes en el libro de los Hechos y plantean agudamente el problema de su historicidad. Pero la mirada del creyente no puede quedar enredada en la maraña de las explicaciones racionalistas de tales episodios. Ha de penetrar a profundidad y acoger el significado de la Palabra de Dios. Se nos quiere decir que el Evangelio no puede ser encadenado. Que aún la cárcel es territorio de misión. Cuántos cristianos han llegado a la fe, precisamente, escuchando la proclamación del Evangelio en la cárcel. Ha habido incluso carceleros convertidos a la fe gracias al testimonio evangélico de algunos de sus prisioneros. Como en el caso del carcelero de Filipos que fue preservado del suicidio por la confortadora palabra de Pablo: “no te hagas daño, aquí estamos todos”.

Y lo que había comenzado tan dolorosa y dramáticamente termina en la alegría y en la luz y los cantos de la fiesta. El carcelero junto con su familia hace fiesta por la fe recibida, y agasaja a los apóstoles. Así son los caminos de Dios. Para que aprendamos a valorar el don precioso que se nos ha hecho concediéndonos conocer, amor y creer en Jesucristo. Para que nos aseguremos de que, aún en medio de las circunstancias más adversas, podemos comunicar a otros nuestra fe, ser misioneros.

Las palabras de Jesús que hemos leído hoy en el evangelio de Juan, pertenecientes a la última parte de los llamados “discursos de despedida”, presentan dificultades de interpretación reconocidas por mentes tan poderosas como la de san Agustín y la de santo Tomás de Aquino. Es que en la Sagrada Escritura, tanto en el AT como en el NT, hay pasajes así, difíciles de interpretar, de entender, para nosotros que estamos tan lejos en el tiempo y en el espacio de los autores inspirados que los compusieron. Pero la dificultad no puede impedir que hagamos un esfuerzo, con humildad y docilidad a la inspiración divina, para captar el mensaje.

En primer lugar Jesús constata la tristeza de sus discípulos ante su inminente partida, una tristeza tan grande que les impide incluso preguntarle nuevamente a dónde va. Se han quedado callados y preocupados. Jesús trata de subirles los ánimos insistiéndoles en que les es conveniente su partida pues, de lo contrario, no recibirían al Paráclito, el abogado defensor, el amigo consolador, el Espíritu de Dios que vendrá sobre ellos para suplir a plenitud la presencia visible de Jesús.

Por otra parte, Jesús les revela algo de la futura acción del Espíritu: es como una especie de juicio ante un tribunal, como si se anticipara el juicio final. El lenguaje empleado aquí por el evangelista pertenece claramente al mundo de la jurisprudencia de la época. El Espíritu que ha de confortar y fortalecer a los discípulos en cambio declarará reo al mundo, manifestará cuál ha sido su pecado, ejercerá la justicia y dictará la sentencia.

En el conjunto del Evangelio ha quedado claro que el mundo, entendido, como hemos dicho ya, en el sentido de las fuerzas sociales, históricas y económicas opuestas al plan divino, ese mundo ha rechazado a Cristo, se ha negado a aceptar su Palabra, ha preferido sus tinieblas de pecado a la luz poderosa de la bondad y la verdad divinas. Ese es el pecado del mundo que el Espíritu revelará especialmente ante los mismos discípulos para que puedan apreciar en su justa medida la inocencia de Cristo condenado injustamente a muerte, y la maldad del mundo cerrado sobre su orgullo y egoísmo. El Espíritu hará justicia, o mejor: mostrará a los discípulos la justicia de Dios que resucitando a Jesús de entre los muertos lo entroniza a su derecha, por eso ya no lo ven, porque ha vuelto a la invisible gloria del Padre. Y, también, porque manifestará a los discípulos que el mundo es reo de su pecado, de haber rechazado la presencia de Dios en Jesús. Viene luego, por supuesto, la sentencia o la condena que recae sobre “el Príncipe de este mundo”. Se trata de la personificación de las fuerzas malignas de la historia: la injusticia ejercida sobre los inocentes, la opresión de los pobres con su secuela de males, la tiranía de los sistemas totalitarios. El Espíritu de Dios, declara Cristo a sus discípulos, realizará este juicio de la historia, en el cual brillará la justicia y la bondad divinas a favor de los suyos.

A nosotros corresponde escrutar en los acontecimientos de nuestro tiempo, este triunfo del amor y de la justicia de Dios, sin dejarnos intimidar por la aparente potencia del mal y del pecado. Las palabras de Jesús aseguran nuestra esperanza.

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


12. DOMINICOS 2003

Adonde vaya Jesús, vaya el apóstol

Una confidencia muy importante se nos hace en la liturgia de hoy, Jesús, cumplida su misión salvífica en la tierra, nos dice con ternura y afecto: ha llegado el momento en que a vosotros os conviene que yo me vaya y que vosotros entréis en un nuevo régimen providencial de vida. Os habéis acostumbrado a caminar bajo mi protección. Es ya hora de que os liberéis y emprendáis más personalmente vuestra tarea, continuadora de la mía.

Oídas esas palabras, los apóstoles temieron la realidad de su ausencia, mas no se atrevieron a preguntarle: ¿adónde vas, Señor? ¿por qué no nos llevas contigo...?

Intentemos vivir hoy nosotros en la celebración litúrgica esa misma experiencia de despedida de la persona y maestro amado, de temor por su ausencia, a causa de nuestras miserias, de debilidad que no quiere enfrentarse a situaciones difíciles, de cristianismo piadoso que quiere y busca complacencias divinas abundantes...

Y, confiados en la verdad y amor divinos que nos piden entereza de vida y misión, no neguemos nada de lo que podemos hacer con nuestras energías en tensión, pero siendo conscientes de que el Señor nunca se va del todo sino que permanece en toda conciencia dispuesta a arriesgar su vida en prueba de fidelidad.

 Oración

Señor, Dios nuestro, si el cielo con todas sus estrellas fueran míos, aún me quedaría algo más que pedir y desear. Si todas las riquezas que atesora la tierra fueran mías, aún me quedaría algo más que pedir y desear. Pero si mi amistad contigo, Padre, Hijo, Espíritu, fuera tan grande como la belleza del cielo o la fecundidad de la tierra, entonces me bastaría con una gruta en la tierra y con el silencio en el corazón, porque la felicidad de abrazarte sería tan inmensa que no desearía ni querría nada más que a Ti. Amén.

 

Palabra de poder y de amistad

Hechos de los apóstoles 16, 22-34:

“La plebe se amotinó contra ellos, y los magistrados dieron orden de que desnudaran a Pablo y Silas y los apalearan. Y después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel...

En la cárcel, a medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios; y los otros presos escuchaban. De repente, vino una sacudida muy violenta..., las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas.

El carcelero..., asustado, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pablo le calmó y le dijo: no hagas nada, que estamos todos aquí...

Y el carcelero preguntó: Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme...?”

En el nombre de Jesús se hacen maravillas. Y en ocasiones, Jesús, poderoso Maestro, hace prodigios de amor y gracia que nos sorprenden gratamente.

Evangelio según san Juan  16, 5-11:

“Jesús continuó su discurso diciendo a sus discípulos: me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?, sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es verdad: os conviene que yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré...”

Esta divina sabiduría no está a nuestro alcance. Jesús, enviado por el Padre, vino a nosotros; y él, al volver al Padre, nos promete su Espíritu para que siempre estemos bajo la amorosa providencia que nos protege y alienta.

 

Momento de Reflexión

Sea alabada la entereza del predicador.

¡Qué desengaños acompañan a veces al evangelizador de la Buena Noticia de Cristo! Va por el mundo, como Pablo y Silas, con su mensaje espiritual de amor, paz, gratitud a Dios; va feliz en su sentido de filiación y amistad divinas, y se encuentra con que lo divino y lo humano, lo gratuito y lo mercantil, lo celeste y lo terreno se entremezclan y dañan la vida.

Recordemos: cuando Pablo y Silas aguantan las impertinencias de la “pitonisa” que, como la voz de sus amos, adivina lo que sus señores quieren, porque da dinero, todo va bien; pero si la pitonisa, la poseída del espíritu, cesa en su función, porque los apóstoles la despojan de su careta, todo cambia, y entonces no hay inconveniente en promover campañas contra los apóstoles diciendo: “perturban la paz con su religión y mensajes”; queden, pues, prisioneros del orden.

El profeta que denuncia, aunque diga la verdad, sabe de desprecio y de cárcel, antes y ahora. Pero hasta eso puede ser ocasión de predicar, testificar y convertir a alguno. 

Tristeza de quedar sin el Señor

Cuando el evangelista Juan redacta el texto que leemos y meditamos en el día de hoy, ya tenía honda experiencia de las maravillas que obra el Espíritu de Cristo en sus fieles, como nos declarará en días sucesivos.

Hoy conviene centrar la atención en la tristeza por el anuncio de la ausencia, en la delicadeza de Jesús al decirlo, y en la confianza que nos pide como amigo sincero y leal. Si él lo dice y anuncia y enseña, no lo dudemos:

Es bueno que el Hijo vuelva al Padre y que nos deje bajo el amparo de su Espíritu, y que aprendamos a vivir dejándole actuar intensamente en nuestra historia, personal y colectiva.


13. ACI DIGITAL 2003

5. Ya no os interesáis como antes (13, 36; 14, 5) por saber lo mío, que tanto debiera preocuparos, y sólo pensáis en vuestra propia tristeza, ignorando que mi partida será origen de grandes bienes para vosotros (v. 7). Nótese, en efecto, que cuando Jesús subió al cielo, sus discípulos ya no estaban tristes por aquella separación, sino que "volvieron llenos de gozo" (Luc. 24, 52).

7. Se refiere a Pentecostés (Hech. 2). El don del Espíritu (Luc. 24, 49 y nota), que es su propio espíritu (Gál. 4, 6), nos lo obtuvo Jesús del Padre, como premio conquistado con su Sangre. Se entiende así que el Espíritu Santo no fuese dado (7, 39) hasta que Jesús "una vez consumado" (Hebr. 5, 9 s.) por su pasión (Hebr. 2, 10) entrase en su gloria (Luc. 24, 26) sentándose a la diestra del Padre (S. 109, 1 ss. y notas). Cf. 20, 22 y nota.

8. Presentará querella: "Desde entonces el mundo es un reo, sentado en el banquillo de Dios, perpetuamente acusado por el Espíritu. ¿Cómo podría tener la simpatía del creyente si no es por la engañosa seducción de sus galas?".

10. Es decir porque Él va a ser glorificado por el Padre, con lo cual quedará de manifiesto su santidad; y entre tanto sus discípulos, aunque privados de la presencia visible del Maestro, serán conducidos por el Paráclito al cumplimiento de toda justicia, con lo cual su vida será un reproche constante para el mundo pecador.

11. El Espíritu Santo dará contra el espíritu mundano este tremendo testimonio, que consiste en demostrar que, no obstante las virtudes que suele pregonar, tiene como rector al mismo Satanás. Y así como ha quedado demostrada la justicia de la causa de Cristo (v. 10), quedará también evidenciada, para los hijos de la sabiduría humana, la condenación de la causa de Satanás. Esto no quiere decir que ya esté cumplida plenamente la sentencia contra el diablo y sus ángeles. Véase II Pedro 2, 4; Judas 6; Apoc. 20, 3, 7 y 9.


14.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Con alegría  y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha establecido su reinado. Aleluya» (Ap 19, 7.6).

Colecta (del Gelasiano): «Que tu pueblo, Señor,  exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente».

Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante».

Comunión: «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya. (cf. Lc 24,46.26).

Postcomunión: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas».

Hechos 16,22-34: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Pablo y Silas, víctimas de un tumulto, son aprisionados y más tarde liberados de modo milagroso. El carcelero, desesperado, es salvado por Pablo y Silas: abraza la fe en el Señor Jesús y recibe el bautismo junto con toda su familia. La experiencia salvífica es fuente de gozo y de alegría familiar celebrada en torno a la mesa; así también la salvación experimentada en la celebración eucarística tiene que manifestarse en una vida personal alegre y que esa alegría sea irradiada alrededor. Comenta San Juan Crisóstomo:

 «Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas» (Homilía sobre los Hechos, 36).

–Justo es que demos gracias a Dios por la salvación recibida. Salvación corporal de los apóstoles; salvación espiritual del carcelero y en su familia. También nosotros somos salvados. Y los hacemos con el Salmo 137: «Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste; acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».

Juan 16,5-11: Si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito. La marcha de Jesús provoca la tristeza de sus discípulos. Mas es necesario que venga el Paráclito, el Defensor, el Espíritu de la Verdad y les ayude en sus tareas apostólicas. Así lo explica San Agustín:

«Veía la tormenta que aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo a perder la presencia corporal de Cristo y, como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse privados de su presencia carnal. Bien conocía Él lo que les era más conveniente, porque era mucho mejor la visión interior con la que les había de consolar el Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino infundiéndose Él mismo en el pecho de los creyentes...

«Os conviene que esta forma de sierpe se separe de vosotros: como Verbo hecho carne, vivo entre vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con un amor carnal... Si no os quitare los tiernos manjares con que os he alimentado no apeteceréis los sólidos... No podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer a Cristo según la carne... Después de la partida de Cristo, no solamente el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron  en ellos espiritualmente...» (Tratado 94, 4 sobre el Evangelio de San Juan).


15.

Comentario: Rev. D. Lluís Roqué i Roqué (Manresa-Barcelona, España)

«Os conviene que yo me vaya»

Hoy contemplamos otra despedida de Jesús, necesaria para el establecimiento de su Reino. Incluye, sin embargo, una promesa: «Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16,7).

Promesa hecha realidad de forma impetuosa en el día de Pentecostés, diez días después de la Ascensión de Jesús al cielo. Aquel día —además de sacar la tristeza del corazón de los Apóstoles y de los que estaban reunidos con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,13-14)— los confirma y fortalece en la fe, de modo que, «todos se llenaron del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les impulsaba a expresarse» (Hch 2,4).

Hecho que se “hace presente” a lo largo de los siglos a través de la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, ya que, por la acción del mismo Espíritu prometido, se anuncia a todos y en todas partes que Jesús de Nazaret —el Hijo de Dios, nacido de María Virgen, que fue crucificado, muerto y sepultado— verdaderamente resucitó, está sentado a la diestra de Dios Padre (cf. Credo) y vive entre nosotros. Su Espíritu está en nosotros por el Bautismo, constituyéndonos hijos en el Hijo, reafirmando su presencia en cada uno de nosotros el día de la Confirmación. Todo ello para llevar a término nuestra vocación a la santidad y reforzar la misión de llamar a otros a ser santos.

Así, gracias al querer del Padre, la redención del Hijo y la acción constante del Espíritu Santo, todos podemos responder con total fidelidad a la llamada, siendo santos; y, con una caridad apostólica audaz, sin exclusivismos, llevar a cabo la misión, proponiendo y ayudando a los otros a serlo.

Como los primeros —como los fieles de siempre— con María rogamos y, confiando que de nuevo vendrá el Defensor y que habrá un nuevo Pentecostés, digamos: «Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (Aleluya de Pentecostés).


16.Promesa del Espíritu Santo

Fuente: Catholic.net
Autor: Xavier Caballero

Reflexión:

Me gusta la soledad, pero no el aislamiento. Si estoy solo es, o para estar con Dios, o para encontrarme con algunos de mis mejores amigos: los hombres que escribieron grandes libros o música profunda. Es una soledad muy acompañada...

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que se va. Que nos deja. Toda despedida conlleva una fuerte carga emocional. Los discípulos se angustian y les cuesta asimilar la noticia. Se quedarán solos. «Os conviene que yo me vaya» - añade Jesús. En realidad sólo se está solo de veras cuando se ama. Esa es la soledad sonora, la que nos empuja mejor hacia los demás. La soledad del egoísmo es una laguna seca. ¿Y el signo visible que distingue la una de la otra? Es la alegría. Dios está alegre – o mejor: es alegre – porque vive en soledad creando y fecundando.

Quien en soledad mira su propio ombligo no imita a Dios, sino al demonio, que vive la más infecunda de las soledades.

Y es que nos enviará el Espíritu Santo que será nuestro compañero y guía de camino. Él es el artífice de nuestra santificación. Precisamente, hace falta zambullirse en esa «soledad acompañada» para conocerle y descubrirle en nuestro interior. Luis María Martínez lo llamaba: «el Gran Desconocido». ¡Qué poco se le conoce! Mientras más le tratemos, mayor será nuestra confianza en la vida. La carga llevada entre dos es más ligera, más llevadera. En este caso, es Él quien lleva la parte más costosa, la más difícil. Es nuestro socio en la aventura de ser felices de verdad. «Lo que cuenta – aquí como en todo sector de la vida cristiana – es la confianza que brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu.

Nosotros únicamente somos colaboradores y, cuando hayamos hecho todo lo que hemos podido, debemos decir: “Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que debíamos hacer”> (Lc 17, 10)». (Redemptoris Missio, n. 36) Hagamos de nuestra vida una auténtica amistad con el Espíritu Santo y colaboremos con Él, haciendo lo que debemos hacer como verdaderos cristianos. Es una fuente segura de felicidad y de realización.


17.

Un rasgo que encontramos en nuestra condición humana es el de
no-confrontación. Tenemos tanto miedo a qué pasará después que confrontemos una situación, que preferimos evitarla. Nos cuesta tanto aceptar lo que pasará, que siempre vivimos evadiendo la confrontación, no sólo con las situaciones, sino con nosotros mismos, con Dios. Sin embargo, el evitar confrontar nos hace parecer que no perdemos, pero olvidamos que tampoco ganamos. Jesús le advierte esto a sus discípulos. “...ninguno de ustedes me pregunta: “¿Adónde vas?”.......y sin embargo les digo la verdad, les que conviene que yo me vaya, por que si no me voy, el Espíritu consolador...”

Confrontar la realidad, y aceptarla traerá grandes cambios en nuestras vida. Sólo debemos confiar en que nuestras vidas están en las manos de Dios.

Dios nos bendice,

Miosotis


18.

Reflexión

Quizás una de las acciones más importantes que ejerce el Espíritu Santo en nuestro corazón es el de “convencernos de pecado”. Sin este convencimiento interior, el hombre se considera justo, santo, bueno. Es común encontrarnos con personas que dicen: “Yo no soy malo, no robo, no mato, no hago grandes cosas malas”. Esto es verdad, sin embargo la realidad del pecado va mucho más allá. En la medida en que el Espíritu Santo va tomando fuerza en nuestro corazón por la conversión, vamos siendo capaces de descubrir “nuestro propio pecado” y nos va haciendo comprender interiormente la realidad destructora de éste. Se hace presente a nuestra consciencia, como dice san Pablo, esa fuerza interior que nos lleva a hacer el mal que no queremos. Cuando somos capaces de descubrir esta fuerza y nuestra incapacidad de vencerla, nace en nosotros la necesidad imperiosa de aceptar y vivir la salvación de Cristo, pues solo él es capaz de vencer la realidad destructora del pecado. Este es el paso definitivo de una conversión profunda y verdadera. Por ello, pide al Espíritu Santo que te haga comprender interiormente la necesidad de Dios, pídele que te convenza de pecado para que puedas, con la ayuda divina, evitarlo y vivir la paz y la alegría del Reino.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19. DOMINICOS 2004

Os conviene que yo me vaya, dice Jesús.

Estáte, Señor, conmigo,
siempre, sin jamás partiste,
y cuabndo decidas irte,
llévame, Señor contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de su tú sin mí te vas.

Nuestra vida de apóstoles va a ser siempre similar a la de Jesús, con gratitudes e ingratitudes, acogimientos y persecuciones, como le sucede a Pablo en sus viajes.

¿Nos conviene que Jesús se vaya? Sí, para que nosotros –como discípulos- entremos en un nuevo régimen providencial de vida. Nos lo dice el mismo Jesús con suma ternura y delicadeza.

Él acostumbró a sus discípulos a caminar bajo su protección, preparándolos para que luego, con libertad y madurez, emprendieran más personalmente su propia tarea, continuadora de la suya.

Pero ¿cómo no temer su ausencia? Hoy, al leer en el Evangelio que los apóstoles no se atrevían a preguntarle al Maestro ¿a dónde vas, Señor?, hemos de sentirnos afectados e invitados a reflexionar como lo hace el poeta.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 16, 22-34:
{Nos dicen los Hechos que en Filipos había una muchacha que poseía el espíritu pitónico y que con sus adivinaciones producía buen negocio a los amos a los que servía. Un día la pitonisa siguió a Pablo y Silas, y decía: “estos hombres son siervos del Dios Altísimo...”. Pablo, en nombre de Jesús, mandó al espíritu que saliera de ella, y éste la dejó. Pero con ello privó de su negocio a los amos que la explotaban, y el hecho provocó la reacción de los señores y del pueblo contra los apóstoles}

“La plebe se amotinó contra ellos, y los magistrados dieron orden de que desnudaran a Pablo y Silas y los apalearan. Después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel... Allí a medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los otros presos les escuchaban. De repente, vino una sacudida muy violenta..., las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero... sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo le dijo: no hagas nada, que estamos todos aquí... Entonces el carcelero preguntó: Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme...?”

Evangelio según san Juan 16, 5-11:
“Jesús siguió diciendo a sus discípulos: me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?, sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón.

Sin embargo, lo que os digo es verdad: os conviene que yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré...”


Reflexión para este día
El profeta que denuncia infidelidades, aunque diga la verdad, sabrá de desprecios y de cárcel, antes y ahora. Pero no debe importarnos, pues, incluso eso puede ser ocasión de predicar, testificar y convertir a alguno. Aprendamos de Pablo y Silas. Aguantan las impertinencias de la “pitonisa” que, al parecer, adivinaba lo que sus señores querían, porque daba dinero. Pero cuando irrumpen y denuncian el engaño, se les declara “perturbadores de la paz con su religión y mensajes”. ¡Miseria humana!

No dudemos. La verdad de Cristo no puede estar encadenada. En cada momento, el Espíritu nos enseñará, si le dejamos actuar, a propagar la verdad con entereza, a saborearla con deleite, a convertirla en juez y árbitro de nuestras conductas. Recapacitemos, pues, y asintamos: Si Jesús lo dice, es bueno que el Hijo vuelva al Padre y que nos deje bajo el amparo de su Espíritu


20. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Para iluminar la primera lectura de hoy será bueno recordar la causa que provoca la persecución de Pablo –está narrada en los versículos 16-19-: ha curado a una muchacha que actuaba de vidente y, con ello, se ha cargado el negocio de los que explotaban esa habilidad de la chica. Por ello es acusado, golpeado y encarcelado. Como en el caso de Jesús un juicio apañado con falsas acusaciones. Recordemos aquellas palabras: “porque el discípulo no es más que su Maestro”, sino que experimentará lo que el Maestro ha experimentado.

En esta situación... ¿qué le tendría que importar a Pablo, tras haber sido acusado injustamente, golpeado y encarcelado, la suerte, la vida, del carcelero? El Señor le concede la libertad... ¿por qué preocuparse de lo que le pueda pasar al carcelero? Ése fue el testimonio que abrió el corazón –con palabras de la primera lectura de ayer- al carcelero. Este hombre que sigue a Jesús ve mas allá de sus propios dolores y sufrimientos, de la impotencia y quizás hasta la rabia por la injusticia cometida con él, se trasciende a sí mismo y le ve a él, al carcelero. Resuenan de fondo las palabras del Maestro en la Cruz: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen”. Es un ejemplo más de cómo se puede vencer al mal a fuerza de bien. Todos los que hoy oímos esta Palabra somos invitados a hacer vida, realidad, encarnar estas actitudes hoy.

El Evangelio nos hace una segunda llamada: “dejemos a Dios ser Dios”. La vieja tentación de decir a Dios lo que tiene que hacer y cuándo lo tiene que hacer. Para los discípulos la despedida de Jesús no les deja ver mas allá, sienten tanto su futura ausencia que están ciegos y cerrados a lo que se les pueda ofrecer después. La presencia de Jesús resucitado en medio de la comunidad va a ser reforzada por la presencia del Espíritu. Pero para eso hay que hacer un acto de fe, de confianza. Volver a decir al corazón que el Señor sabe mejor que yo lo que me conviene, lo que más nos conviene. Un acto de abandono confiado.
Vuestro hermano en la fe,

Juan Ángel Artiles Roberto
(jaarcmf@yahoo.es)


21. 2004

LECTURAS: HECH 16, 22-34; SAL 137; JN 16, 5-11

Hech. 16, 22-34. La Pascua de Cristo, al ser vivida por nosotros mismos, continuamente nos hace pasar a una vida cada vez más perfecta, hasta que gocemos de su plenitud en la Vida eterna. Aquel carcelero, del que nos da razón la lectura de este día, tiene, en pocos momentos, un proceso de conversión, que culmina en el reconocimiento de Jesús como Salvador, bautizándose en su Nombre y celebrando una fiesta familiar. Tal vez la mayoría de nosotros, bautizados desde pequeños, vivamos nuestra fe, más por tradición familiar que por un auténtico compromiso personal con el Señor. Él nos invita en este día a reflexionar sobre las razones de nuestra fe, pues no la hemos de tener como una luz que se ha ocultado debajo de una olla de barro, sino que la hemos de manifestar a través, no sólo del culto, sino también del bien que hagamos a los demás, limpiando las heridas de su pobreza, de las injusticias de las que hayan sido víctimas, de sus pecados que les hayan deteriorado su espíritu. La Iglesia de Cristo está, por tanto, llamada, a continuar la obra de salvación en el mundo. Tratemos, pues, de cumplir con la misión que Dios nos ha confiado para que todos lleguemos a participar de la alegría que nos viene por creer en Cristo Jesús.

Sal. 137. Dios nos ama; Él está siempre junto a nosotros como Padre lleno de amor y de misericordia. Él jamás abandona la obra de sus manos, pues Él nos creó por amor y nos llamó, con santa llamada, para que estemos con Él eternamente. Por eso cuando lo invocamos siempre está dispuesto a librarnos de la mano de nuestros enemigos; y aquello que se había convertido en causa de nuestra tribulación el Señor lo convertirá en causa de salvación para los demás. A nosotros corresponde solamente seguir confiando en el Señor, por muy grandes que sean nuestras pruebas y tribulaciones, pues Dios siempre caminará junto a nosotros, que vamos cargando nuestra cruz de cada día tras las huellas de Cristo, que se encamina, a través de su muerte en Cruz, a la victoria definitiva sobre sus enemigos, y a su eterna glorificación a la diestra de Dios su Padre. Ese es nuestro camino, ese es nuestro destino si permanecemos fieles en el seguimiento del Señor, confiando en Él en todo momento.

Jn. 16, 5-11. Nos conviene que el Señor se vaya ya a Aquel que lo envió. Él ingresa en la Gloria del Padre una vez concluida su misión de buscar y salvar todo lo que se había perdido; no volverá, por tanto, al cielo con las manos vacías, sino llevando sobre sus hombros las ovejas que se habían descarriado, malgastándolo todo y hechos una verdadera desgracia; pero ahora, revestidos de Cristo, son presentados por Él ante el Padre Dios con la misma dignidad de Hijo que a Él le corresponde, y de la que nos ha hecho coherederos suyos. Salvados y renovados por Él, sentado a la diestra de su Padre Dios, ha enviado a nosotros su Espíritu Santo, para que acompañe nuestro caminar por este mundo y podamos ser testigos de la vida nueva de la que hemos sido hechos partícipes. El mundo conocerá desde el amor, desde la entrega, desde la glorificación de Cristo a los auténticos discípulos del Señor, y sabrá que quien permanezca en el pecado aún no conoce a Dios ni el amor que nos tiene, y que, por tanto, la victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, es algo inútil en el pecador, aun cuando con los labios llame Padre a Dios, el único Justo, el único en quien podremos ser santificados y salvados para siempre.

El Señor nos reúne como hijos suyos en torno a la Mesa Eucarística. Sabemos que Dios nos ha hecho partícipes de su amor. Su vida es nuestra vida, y su Espíritu habita en nosotros, invadiendo todo nuestro ser. Somos conscientes de que aún hay muchas cadenas que deben caer de nuestras manos, de nuestro corazón y de nuestro espíritu. Por eso debemos estar en una continua conversión para volver al Señor con un corazón sincero y para alabarlo, no sólo con las palabras sino con una vida íntegra. Al participar de la Eucaristía estamos haciendo nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. En el Señor estamos siendo renovados como criaturas nuevas. Que la Eucaristía nos sirva para unir nuestra vida cada vez con mayor lealtad a Aquel que nos ha amado, y que nos quiere como testigos creíbles de su amor en el mundo.

Estamos llamados a denunciar el pecado que ha esclavizado muchos corazones, y que ha hecho que muchas personas se conviertan en injustas, generadoras de maldad, destructoras de la paz, envenenadoras de inocentes, buscadoras de una economía desahogada y del disfrute de los bienes materiales a cualquier costo. No sólo hemos de preocuparnos de la atención de los pobres, de los enfermos, de los desvalidos, de los pecadores. Debemos ir a la raíz de todos estos males y hacer que la Victoria de Cristo llegue a todos los corazones de tal forma que seamos capaces de construir una sociedad más justa y más fraterna. Así, la misión profética de la Iglesia, corriendo todos los riesgos en el fiel y amoroso cumplimiento de la misma, no sólo debe denunciar el pecado del mundo, sino proponer soluciones adecuadas, nacidas del Evangelio para una vida y un camino nuevo del hombre. Avalando todo esto debe estar nuestra propia vida, pues de nada serviría tratar de impulsar la vida nueva en Cristo en los demás, mientras uno mismo se fuese por un camino equivocado en contra del mismo Evangelio.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser leales a la fe que profesamos, para que desde una vida recta podamos dar testimonio de la misma y colaborar para que los demás se encuentren con Cristo, se comprometan en seguirlo con amor y logren, junto con nosotros, la vida eterna. Amén.

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22. ARCHIMADRID 2004

PECADO, JUSTICIA Y CONDENA

Sólo quedan cuatro días para la boda. Los programas “especiales” de televisión y radio se han convertido en “ordinarios.” Mi madre, que es sabia, cuando le preguntan qué opinión tiene sobre Doña Leticia, simplemente dice que hay que rezar por ella. La verdad es que no sabe más, no ve los documentales, programas del corazón y de las entrañas, ni se preocupa demasiado de la boda. Ante tamaña ignorancia una amiga suya ha salido en su socorro y le ha proporcionado una bolsa con quince kilos de revistas con un tema único: el real enlace. Es intolerable que haya una sola persona que no se empape de la vida de los contrayentes y quite la foto de la boda de su hija del salón para poner un recorte de Doña Leticia con seis añitos en la playa de Gandía y estudie suficientes horas como para conseguirse un “Master” en historia de las bodas de la realeza.
“Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?” Si tuviésemos la misma preocupación por responder a esta pregunta como por enterarnos del menú del convite de la boda real, el mundo andaría por otros caminos. Y cuando venga (el Paráclito) dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena.”
“De un pecado porque no creen en mí.” Cada día me asombra más la falta de formación religiosa, de interés por quiénes somos: hijos de Dios. Cuando tenemos a nuestra disposición tanta información sobre cualquier persona y conocemos su vida y virtudes, de Cristo sabemos cada día menos. Mucha gente parece que lo conoce de Jesús es lo que ha aprendido al leerse “El caballo de Troya”, pero ni se le ocurre abrir cada día las páginas del Evangelio e inscribirlas en su corazón.
“De una condena, porque me voy al Padre y no me veréis.” Cuando cada día celebro la Santa Misa pienso que podría ser la última y procuro, con todo mi despiste y mi pecado, unirme al Señor cada vez más íntimamente. No me imagino la vida sin la Eucaristía, podré olvidarme de comer o de pagar el impuesto de circulación del coche, pero no de la Misa. Por eso me da lástima tantos niños que hacen su primera y casi única comunión, padres y madres que se plantean el domingo como el día de lavar el coche pero no echan de menos encontrarse con Cristo. Cuanto más lo pienso menos lo entiendo, me parece que es condenarse a ser un alejado del Amor, encadenándose voluntariamente a una esponja y al parabrisas.
“De una condena, porque el Príncipe de este mundo ya está condenado.” Resulta increíble: cuando uno mira a su alrededor parece que el pecado triunfa, pero ten la certeza que el Príncipe de este mundo ya está condenado. Cada acto de amor, cada vez que celebras o asistes a la Eucaristía, cada momento de oración, es unirte al triunfo de Cristo. No lo dudes, el Señor ya ha vencido y te quiere con Él.
¿Saber todo sobre la boda? Si te entretiene no está mal, pero procura saberlo todo sobre Cristo, pídele a Santa María que te acerque el Paráclito que te lo enseñará todo y conociéndolo lo amarás y amándolo te darás cuenta que ahora, y siempre, está triunfando en el mundo.