MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 7, 51-59  

2ª: Jn/06/30-35 


1.

-Esteban decía: «¡Hombres duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Sois como fueron vuestros padres... que mataron a los profetas!» Al oír esto sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él.

Esteban, en situación de acusado, acusa y ataca primero.

Pero esas frases mordaces, ásperas palabras, de hecho no son más que una reanudación de lo que decía Jesús y decían todos los profetas (Éxodo 33, 3; Jr 4,4). Jesús se mostraba igualmente violento cuando trataba a sus auditores de "serpientes", de «raza de víboras», y los acusaba de «matar a los profetas» (Mateo 23, 33). La Palabra de Dios, la Palabra de Jesús, ¿me penetró suficientemente para ser capaz, como Esteban, de seguir la misma línea que siguió Jesús, de ser su continuación? Y,en primer lugar, ¿soy capaz de dejarme interpelar por esa Palabra exigente? o bien ¿soy quizá un «duro de cerviz» que no quiere ceder, que se mantiene en sus hábitos, que rehúsa convertirse, que rehúsa cambiar?

Señor, para ser portador de tu Palabra, quiero, en primer lugar, escucharla, meditarla en mi interior. Efectivamente a menudo, soy «duro», «me encierro en mí mismo»... en lugar de dejarme dócilmente conducir por tu Espíritu hacia nuevos horizontes, hacia conversiones profundas, las que Tú deseas para todos nosotros.

-Esteban, lleno del Espíritu Santo, los ojos mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios.

Danos, Señor, esa mirada interior que nos hace «ver» a Dios, por el Espíritu.

Esteban, hombre fogoso, contestatario, discutidor vigoroso, es también un hombre de vida interior, contemplativo, un visionario que saca sus ideas, sus palabras, sus actos, de su oración contemplativa.

-«Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios».

Efectivamente, ¡Jesús está vivo, resucitado, exaltado!

Y Esteban vive con El, vive de El. Es el tiempo pascual.

Es en esta visión, alimentada ciertamente por la eucaristía que Esteban saca su fuerza y su certidumbre. A partir de esto, ¡nada puede detenerle!

Reflexiono: Jesús, ¿es alguien para mí? ¿Tengo intimidad, compañerismo con El?

-Gritando fuertemente, se taparon los oídos y empezaron a apedrearle... Habían puesto sus vestidos a los pies de un joven, llamado Saulo.

En una explosión de furor, se le conduce a la muerte.

¡Saulo de Tarso está allí! Pronto cambiará su nombre por el de Pablo. Toda su vida conservará el recuerdo de sus persecuciones a los cristianos. Estaba allí aquel día en que mataban a un hombre a pedradas. Desde aquel día debió de hacerse la pregunta: «¿De dónde le viene esa valentía?» ¿Hay a mi alrededor paganos, no-creyentes, indiferentes, que observan mi vivir? ¿Es mi vida una pregunta, una interpelación para ellos? ¿Pueden adivinar que hay un secreto en mi vida «una mirada fija en el cielo?»

-Mientras lo apedreaban, Esteban rogaba: «Señor, no les tengas en cuenta ese pecado.»

Esta muerte es admirable. Como su maestro Jesús, Esteban perdona. Es la víctima que «ama» a sus verdugos, y «ruega» por ellos, como había pedido Jesús. ¿A quién tengo que perdonar?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 200 s.


2.

-¿Qué señales haces para que veamos y creamos?

El auditorio de Jesús es de gente sencilla, a ras de tierra.

Quieren pruebas concretas. Piden "signos" (Mc 8, 11).

No salen de su horizonte habitual: trabajar... comer... Jesús busca despertar en ellos, a partir de sus necesidades materiales, aspiraciones más altas, de orden religioso y espiritual.

-Nuestros padres "comieron" el maná en el desierto, según dice la Escritura: "Les dio a comer pan del cielo". Díjoles Jesús: "Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os ha dado el verdadero pan del cielo."

Para estos galileos, estos labradores, la multiplicación de los panes de los que se beneficiaron ayer, es un prodigio inferior al maná, porque lo que Jesús les ha dado era un pan ordinario y no un "pan bajado del cielo".

Jesús replica que el maná dado por Moisés no era más que un alimento material y grosero -como lo era también el "pan" dado en la multiplicación- si se lo compara con el "único alimento verdaderamente celeste" que el Padre quiere dar a los hombres.

-"El verdadero pan del cielo"

Hay que dejarse llevar a la contemplación mística de lo que estas palabras nos sugieren.

Hemos sido hechos para Dios querámoslo o no. Nuestra verdadera hambre, es hambre de Dios... nuestro único y verdadero alimento es el que viene de Dios.

"¿Por qué gastáis vuestro dinero no en pan y os afanáis por lo que no es hartura? decía ya Is 55, 1-3.

¿De qué tengo yo apetito? ¿De qué estoy hambriento? ¿Qué es lo que busco?

-El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.

Para los tiempos mesiánicos se esperaba el retorno del prodigio del maná: "Pan venido del cielo" Ex 16, 4; Sal 105, 40; Sal 78, 24.

Jesús, reemprendiendo una antigua tradición de su pueblo, considera el maná como el símbolo de un "don superior", "de un alimento celeste": la Palabra de Dios. Según el Deuteronomio (8, 2-3), en efecto: la finalidad profunda del milagro del maná no fue la de alimentar materialmente a los Hebreos en el desierto, sino la de habituarles a "creer en Dios: "el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios". Jesús hace suya esta fórmula del Deuteronomio para decir a Satán que el "pan material" ¡no basta! La idea de que la Palabra de Dios, los mandamientos de Dios son, para el hombre que los hace suyos, un alimento espiritual muy superior al alimento material, se encuentra a lo largo de toda la Biblia:

Am 8, 11: "Vienen días, dice Yavé, en que mandaré yo sobre la tierra hambre y sed; no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios."

Jr 15, 16: "Cuando tus palabras se presentaban, yo las devoraba. Ellas eran para mí mi gozo y la alegría de mi corazón".

Jesús: "Yo tengo una comida que vosotros no sabéis. Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió." (Jn 4, 32-34).

-Dijéronle: "Señor, danos siempre de este pan." Jesús les contestó: "Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed."

"Sí, el pan nuestro de cada día ¡dánosle hoy!" El verdadero Pan, no son solamente las palabras de Jesús, es Jesús mismo, su persona... de la cual nos alimentamos por la fe "creyendo en El".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 204 s.


3.

1. a) Esteban, el protagonista de la lectura de ayer, lo sigue siendo hoy, esta vez en su testimonio final del martirio. Delante del Sanedrín en pleno, pronuncia con entereza un largo discurso, del que sólo escuchamos aquí el final. Es una pieza de catequesis muy estructurada de la Historia de la Salvación, a partir del AT, con sus grandes personajes Abrahán, José, Moisés, David y Salomón, para llegar al Mesías esperado en la plenitud de la historia.

Aquí es donde empalma el pasaje de hoy, en que Esteban echa en cara a los judíos que se han resistido una vez más al Espíritu y no han sabido reconocer al Mesías: al contrario, le han traicionado y asesinado. La reacción de sus oyentes es furiosa. Sobre todo cuando oyen lo que a ellos les parece una blasfemia: que Esteban afirma que ve a Jesús, el Hijo del Hombre, en la gloria, de pie a la derecha de Dios. Entonces le sacan de la ciudad y se abalanzan sobre él para matarle. Con la intervención de «un joven llamado Saulo».

Parece como si Lucas quisiera subrayar el paralelismo entre la muerte del diácono y la de Jesús: a los dos les acusan ante el Sanedrín unos testigos falsos y les tachan de blasfemos, los dos son ajusticiados fuera de la ciudad, los dos mueren entregando su espíritu en manos de Dios y perdonando a sus enemigos.

b) Es admirable el ejemplo de Esteban, el joven diácono. Y admirable en general el cambio de la primera comunidad cristiana a partir de la gracia del Espíritu en Pentecostés. Esteban da testimonio de Cristo Resucitado y Victorioso. Celebramos su fiesta en Navidad, pero la lectura de hoy nos lo sitúa muy coherentemente en el clima de la Pascua.

También nosotros, en la Pascua que estamos celebrando, somos invitados, no sólo a creer teóricamente en la Resurrección de Cristo, sino a vivir esa misma Pascua: o sea a estar dispuestos a experimentar en nosotros la persecución o las fatigas del camino evangélico, e imitar a Cristo no sólo en las cosas dulces, sino también en la entrega a la muerte y en el perdón de nuestros enemigos. A vivir el doble movimiento de la Pascua, que es muerte y vida.

Las dificultades nos pueden venir cuando con nuestras palabras y nuestras obras seamos testigos de la verdad, que siempre resulta incómoda a alguien. Como el discurso de Esteban. O cuando nosotros mismos nos cansemos o sintamos la tentación de abandonar el seguimiento de Cristo. Entonces es cuando podemos recordar como estímulo el valiente ejemplo de Esteban.

2. a) En el evangelio, la gente sencilla pide «signos» a Jesús. Y casi como provocándole le dicen que Moisés sí había hecho signos: el maná que proporcionó a los suyos en la travesía del desierto. Así ha construido literariamente la escena el evangelista para dar lugar a continuación al discurso de Jesús sobre el pan verdadero.

Todo el discurso siguiente va a ser como una homilía en torno al tema del pan: el pan que multiplicó Jesús el día anterior, el maná que Dios dio al pueblo en el desierto, y el Pan que Jesús quiere anunciar. La frase crucial es una cita del salmo 77, 24: «les diste pan del cielo» (lo que cantábamos antes en latín en la Bendición con el Santísimo: «panem de coelo praestitisti eis»).

Se establece el paralelismo entre Moisés y Jesús, entre el pan que no sacia y el pan que da vida eterna, entre el pan con minúscula y el Pan con mayúscula. A partir de la experiencia de la multiplicación y del recuerdo histórico del maná, Jesús conduce a sus oyentes hacia la inteligencia más profunda del Pan que Dios les quiere dar, que es él mismo, Jesús. Si en el desierto el maná fue la prueba de la cercanía de Dios para con su pueblo, ahora el mismo Dios quiere dar a la humanidad el Pan verdadero, Jesús, en el que hay que creer. Siempre es parecido el camino: de la anécdota de un milagro hay que pasar a la categoría del «yo soy». Aquí, al «yo soy el pan de vida».

b) Nosotros tenemos la suerte de la fe. E interpretamos claramente a Jesús como el Pan de la vida, el que nos da fuerza para vivir. El Señor, ahora Glorioso y Resucitado, se nos da él mismo como alimento de vida.

Aquella gente del evangelio, sin saberlo bien, nos han dado la consigna para nuestra oración. Podemos decir como ellos, en nombre propio y de toda la humanidad: «danos siempre de este Pan». Y no sólo en el sentido inmediato del pan humano, sino del Pan verdadero que es Cristo mismo.

Pero los cristianos no nos tendríamos que conformar con saciarnos nosotros de ese Pan. Deberíamos «distribuirlo» a los demás: deberíamos anunciar a Cristo como el que sacia todas las hambres que podamos sentir los humanos. Deberíamos conducir a todos los que podamos, con nuestro ejemplo y testimonio, a la fe en Cristo y a la Eucaristía. El pan que baja del cielo y da vida al mundo.

«Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos» (oración)

«Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (1ª lectura)

«A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu» (1ª lectura y salmo)

«Yo confío en el Señor, tu misericordia sea mi gozo y mi alegría» (salmo)

«Haz brillar tu rostro sobre tu siervo» (salmo)

«Cristo ha resucitado: él nos ilumina» (aleluya)

«Señor, danos siempre de este pan» (evangelio)

«Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 65-67


4.

Primera lectura : Hechos de los Apóstoles 7, 51-59 Y Esteban dijo: Señor Jesús recibe mi espíritu

Salmo responsorial : 30, 3cd-4.6ab.7b.8a.17.21ab A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Evangelio : Juan 6, 30-35 Les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes pan del cielo.

El milagro de la multiplicación de los panes fue un acontecimiento de tal profundidad, que se constituyó para el evangelista en un verdadero ejemplo de lectura simbólica. Entre las muchas enseñanzas que Juan saca de este milagro está la de que sirve para actualizar nuestra memoria histórica. Los personajes y contenidos de la historia de nada nos sirven, si su memoria no es actualizada, es decir, si ellos no responden a nuestras necesidades vitales actuales. Esto es lo que Jesús les enseñó a los judíos al releer la figura de Moisés, la del maná y la del tiempo del desierto, desde su propia perspectiva.

Jesús bien sabía que si no actualizaba la memoria histórica del pueblo, éste caería, como de hecho estaba cayendo, en el fundamentalismo: entender la historia literalmente, y por eso, no poder cambiar su dirección. Cuando el pueblo cae en el fundamentalismo histórico, pierde el sentido de la novedad y cree que las cosas deben seguir siendo tal y como lo han sido hasta el presente. Jesús quería que lo vieran como la alternativa de cambio que el Padre celestial le enviaba al mundo, en busca de una sociedad alternativa, más justa. Por eso Jesús les enseñaba cómo en Moisés, dador del maná, debían leer al Padre Celestial... cómo en el maná debían verlo a él, verdadero pan del cielo... y cómo en el tiempo del desierto debían ver su propio tiempo.

Quien no tenga esta capacidad de re-lectura, no puede actualizar su memoria histórica. Lo único que hace es congelar» los acontecimientos en una fría memoria, petrificarlos en la historia, imposibilitándoles tener un significado para nosotros hoy. Si no leemos a Moisés, al maná y al desierto, desde Jesús, la antigua historia de Israel pierde su sentido y lo único que haríamos sería condenarnos a repetirla. Y en vez de transformar nuestra historia injusta, congelaríamos las utopías y esperanzas y pensaríamos inexorablemente haber llegado al final de esa historia».

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


5.

La tensión entre judíos y judeocristianos fue creciendo hasta explotar. En el juicio que las autoridades le hicieron a Esteban, éste les reprochó el asesinato de Jesús de Nazaret. Esteban ponía en evidencia la mala conciencia de las autoridades al crucificar a un hombre justo. La resurrección se constituye en una negativa de Dios a la maldad de estos hombres.

La respuesta no se hizo esperar. Los fanáticos religiosos no esperaron sentencia, y asesinaron a Esteban con la ayuda de testigos falsos. De este modo, se repetía el crimen cometido con Jesús: la muerte de un hombre justo y pacífico a manos de autoridades violentas y perversas.

El hecho fue presenciado por Saulo, quien luego encabezó la persecución a los cristianos de Jerusalén. Sin embargo, en medio de la adversidad, el Espíritu de Dios actuaba de manera eficaz y silenciosa transformando el corazón de uno de los más encarnizados perseguidores.

En el Evangelio, Juan nos presenta la respuesta de la multitud a las exigencias de Jesús. Por el signo de los panes y los peces la gente estaba dispuesta a aceptarlo como líder político (6, 15). Pero, ante la exigencia de aceptarlo como término de la fe, la gente pide un nueva señal, una obra que lo reivindique como el enviado de Dios (6, 27). Le recuerdan las señales que Moisés realizó en el desierto: alimentar a los hebreos con el maná. Junto al pan del sustento del cuerpo les dio el pan para el sostenimiento de la comunidad: la ley. Este pan era la vida de las personas y de la comunidad judía. A este grupo Jesús, como enviado de Dios, les parecía poco comparado con Moisés.

Jesús contesta aclarando de dónde procede lo que Moisés les ha dado: todo ha sido un don del Dios de la vida. El don que Dios da al mundo, a la humanidad, significa la vida para todos quienes lo reciben. Pronto, la multitud se adelanta a pedirlo, pero, al presentarse Jesús como Pan de vida, la gente lo rechaza: no puede venir de Dios un hombre al que le conocen su humilde origen (Jn 6, 41-42) .

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Hoy desplazamos la atención del movimiento de la gente al movimiento del que Abaja del cielo". Nos da a conocer a Dios y nos da a conocer a Jesús, pues el propio Jesús afirma a renglón seguido: "yo soy el pan de la vida".

Nos da a conocer a Dios. Es Él quien ha puesto en nosotros el "deseo", el Aprincipio esperanza", el "sueño de Paraíso" (un paraíso que está por delante: de él habla Apoc 22,1-5; y un paraíso que coincide simbólicamente con los cielos nuevos y la tierra nueva en que habita la justicia). Ese deseo no puede ser colmado por las cosas. Lo apuntábamos ayer. Tampoco puede ser cumplido por el amor de pareja, por grande que sea. Lo dice el evangelio y lo dice la experiencia. Hay testimonios bien significativos al respecto. Podéis hallar uno, breve y denso, en una obra que, al margen ya de ese punto, merece ser leída. Se titula "Una pena en observación" y es de C.S. Lewis. Quizá hayáis visto la película "Tierras de penumbra", basada en ese relato lleno de penetrantes análisis y conducido con una lucidez y sinceridad que sobrecogen.

Se realizan aquí las palabras que el profeta pone en labios de Yahvéh: "Yo hiero y yo curo". El deseo es esa herida humanamente irrestañable que Dios ha abierto en nosotros y que sólo Él puede cerrar. Los que nos consideramos creyentes mediocres y como de segunda mano lo vislumbramos a veces; los místicos, ellas y ellos, lo viven, narran y piensan de modo envidiable.

Dios no juega con nuestro deseo. En Él se da un movimiento descendente de respuesta. Es la revelación que se nos hace en el pasaje de hoy: hay un pan que baja del cielo y da vida al mundo. Ese pan es Jesús en persona. No un sucedáneo de Dios, no un espejismo de Dios, no un dios de saldos, no una migaja que cae de la mesa de Dios: Dios en persona. Y no cae: baja. Tampoco lo arrebatamos nosotros tras una escalada titánica, como Prometeo arrebató el fuego de los dioses: baja. Pertenece al mundo de lo trascendente. Está a una distancia literalmente infinita y sólo él puede salvarla. Y la ha salvado, se ha puesto a nuestro alcance, ha bajado hasta nosotros, como bajará del cielo, enviada por Dios, la ciudad santa, Jerusalén (Ap 21,10). Baja, como si sufriera de bio-filia - al decir de algún teólogo - : quiere dar vida (zoé) al mundo.

Es un pan que colma el deseo y al propio tiempo lo dilata. Podemos muy bien decir que es pan para hoy y hambre para mañana. Nos introduce en una vida de comunión que vence el hastío y nos levanta del desfallecimiento, como a Elías lo levantó la hogaza de pan, y la jarra de agua y, sobre todo, la palabra. Pero va a depender de nosotros mantener vivo el deseo del encuentro y la comunión. Porque podemos dejarnos llevar de cierta desgana, y acaso padecer de anorexia ante el pan vivo y vivificante, y podemos seguir mendigando, como la gente de Tabga, migajas que no podrán matar el hambre ni apagar el deseo.

Vuestro amigo.

Pablo Largo, cmf (pldomizgil@hotmail.com)


7. claretianos 2003

El relato de la muerte de Esteban es escalofriante. Cae destrozado por las piedras. A diferencia de lo que sucedió con la mujer adúltera, en esta ocasión no está Jesús para pronunciar las palabras salvadoras: El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Lo que aquí sucede es que los pecados de todos se convierten en piedras arrojadas sobre Esteban. Él acepta la muerte como la aceptó Jesús: perdonando a sus verdugos (Señor, no les tengas en cuenta este pecado) y entregando su vida a Aquel por el que ha aceptado el suplicio (Señor Jesús, recibe mi espíritu).

La muerte de Esteban se sigue reproduciendo en hermanos y hermanas próximos a nosotros en el tiempo. Quizá el caso más conocido es el de Maximiliano Kolbe. Pero existen muchos más. Nosotros mismos podemos ir preparándonos para nuestra muerte iluminados por estas formas extrañas de morir. Lo que más me llama la atención es que en todos estos casos, la muerte no sobreviene como un accidente. Todos, encabezados por Jesús, entregan su vida, convierten la muerte en una ofrenda eucarística, como si, muriendo, se convirtieran en pan para los demás.

¿No supone esta forma de morir una propuesta liberadora en nuestra cultura? Hacemos lo imposible para no morirnos, cuando, en realidad, quien se entrega cada día, está anticipando su muerte. El momento postrero no será ninguna traición sino la conclusión de una vida entregada.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


8. 2002

COMENTARIO 1

v. 30: Le replicaron: -Y ¿qué señal realizas tú para que viéndola te creamos?, ¿qué obra haces?

La gente no se esperaba que Jesús reclamase adhesión a su propia persona; de un profeta esperaban más bien que reclamase fidelidad a Dios. Por eso comprenden que se declare Mesías, pero, para darle su adhesión, exigen un prodigio como los del antiguo éxodo, se­mejante al del maná, el llamado pan del cielo (Neh 9,15; Éx 16,15; Nm 11,7-8; Sal 78,24).

v.31: Nuestros padres comieron el maná en el desierto; así está escrito: «Les dio a comer pan del cielo».

Ellos oponen los prodigios de Moisés a la falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que deslumbra sin comprometer, en vez de lo humano, cotidiano, profundo y de efica­cia permanente.

v. 32-33: Entonces Jesús les respondió. -Pues, sí, os lo aseguro: Nunca os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. 33Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.

La respuesta es tajante: el maná no era pan del cielo ni dio vida definitiva; ésta la da otro pan que tiene su origen en el Padre y que no cesa de llover sobre la humanidad. El pan expresa el amor de Dios creador; el pan del cielo es una manifestación de ese amor, superior a la del pan material.

v.34: Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre pan de ése.

La petición es ineficaz, pues quieren recibir el pan pasivamente, sin comprometerse al trabajo ni acabar de dar adhesión a Jesús.

v. 35:Les contestó Jesús: -Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed.

Este pan es Jesús mismo, don continuo del amor del Padre a la humani­dad; la adhesión a él satisface toda necesidad del hombre (al contrario que la Ley, cf. Eclo 24,21; cf. Jn 4,13a-14). A Jesús lo han tenido delante, pero no descubren el sentido de su acción. Desean el pan, pero no dan el paso. Quieren recibir, pero se niegan a amar.


COMENTARIO 2

Hoy leemos la conclusión de un largo discurso que Esteban pronuncia ante el sanedrín, lo encontraremos, en caso de que queramos leerlo completo, en Hch 7, 1-50.

Se trata de una especie de síntesis de la historia de la salvación, desde la época patriarcal (7, 2-16), pasando por la opresión en Egipto y la liberación por mano de Moisés (7, 17-43), hasta llegar a la construcción del Templo salomónico (7, 44-50). Esteban no hace simplemente una lista o elenco de los acontecimientos, sino que va destacando la respuesta del pueblo a los maravillosos favores divinos. Esta respuesta es negativa: incredulidad, exigencias desmedidas, infidelidades incluso hasta la idolatría, rechazo y persecución de sus enviados. A la luz del discurso podremos entender mejor la conclusión que hoy leímos y que parecería demasiado dura contra los judíos de no tener en cuenta lo anterior.

Las acusaciones de Esteban que hoy escuchamos parecen escalonadas: de las menos a las más graves, desde la simple rebeldía , hasta la infidelidad, la resistencia a la acción del Espíritu divino, el no cumplimiento de la ley divina, el asesinato de los profetas y, finalmente, para desbordar la copa, el asesinato del mismo enviado de Dios, de Jesucristo. El discurso culmina en una visión que Esteban va describiendo a sus oyentes a medida que la contempla. Una visión que no es otra cosa que la afirmación de que el crucificado, Jesús de Nazaret, ha sido exaltado a la derecha de Dios, es decir, ha recibido de Dios la participación de su poder y de su gloria, porque es el enviado definitivo, escatológico del Padre. La reacción de los sanedritas es explicable, no pueden tolerar lo que para ellos es blasfemia, y terminan lapidando a Esteban en las afueras de la ciudad. Dos detalles interesantes: Esteban muere como Jesús, perdonando a sus verdugos y encomendándose a Dios. Así han muerto a lo largo de los siglos los mártires cristianos. El otro detalle es la aparición de un personaje que ocupará progresivamente la escena del libro de los Hechos hasta abarcarla por completo: un joven llamado Saulo, a cuyos pies los ejecutores depositaron los mantos. El autor anota lacónicamente que Saulo aprobaba esa muerte.

Lo dramático del relato nos hace preguntarnos por la razón de la incredulidad de los judíos, su negativa a aceptar el mensaje, primero de Jesús y luego de sus seguidores. Esta misma pregunta se la debieron hacer los cristianos de la 1ª generación. En el NT encontramos una respuesta articulada, compleja y muy positiva en la carta de Pablo a los Romanos, capítulos 9-11, que merecen nuestra lectura atenta. Seguramente Pablo, que tantas veces enfrentó la oposición de los judíos, fue madurando poco a poco esta solución al grave y delicado problema de la incredulidad del pueblo elegido. En el pasaje mencionado Pablo afirma que dicha incredulidad estaba prevista en el plan salvífico de Dios para la humanidad. Era casi “necesaria” para que los pueblos paganos tuvieran oportunidad de acogerse a la misericordiosa condescendencia de Dios manifestada en el Mesías Jesús. Pero quedando a salvo los privilegios del pueblo elegido que, a su debido tiempo, cuando se completase el proyecto salvador, acogerían ahora sí al Mesías y Dios sería glorificado en todos, judíos y gentiles.

El pasaje del discurso eucarístico que hemos leído hoy presenta también, como la 1ª lectura, el contraste entre Antigua y Nueva Alianza, el tiempo de la preparación y la promesa, y el tiempo de la plenitud. Como los judíos retan a Jesús a que muestre sus obras, jactándose ellos del pan milagroso que sus antepasados comieron en el desierto, El les recuerda que no fue Moisés el dador del maná, sino Dios mismo que quiere ahora alimentar a sus hijos con el verdadero pan del cielo. “Yo soy el pan de vida”: Cristo se presenta así como la realización de las expectativas y virtualidades contenidas secretamente en el milagro del maná en el desierto, durante la travesía de Israel desde Egipto hasta la tierra prometida.

Si leemos el pasaje del AT en donde se nos habla del maná (Ex 16), captamos algunas peculiaridades que iluminarán nuestra comprensión de la eucaristía cristiana. En primer lugar el maná, como la eucaristía, es un don de Dios para la comunidad. No podemos aprender a hacerlo por nuestra cuenta, no podemos patentarlo para nuestro provecho. Dios lo da gratuitamente como alimento a su pueblo. Es también un pan de igualdad, tanto para los justos como para los pecadores, para hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, ricos y pobres, en fin, un pan con el cual no podemos hacer diferencias de las que tanto nos gustan. Se trata también de un pan que no se puede acaparar: los israelitas que trataron de recoger más de la cuenta con el fin de guardarlo para otros días, se dieron cuenta de que se dañaba; solo se podía recoger “el pan nuestro de cada día”, el de mañana Dios lo daría también gratuitamente.

El maná, como la eucaristía, mantiene la vida para poder consagrarla al Señor, es lo que significa el hecho de que en sábado, el día del descanso, no apareciera el maná sobre el suelo alrededor del campamento, se comía del maná recogido el día anterior en doble porción, y así el pueblo podía cumplir a plenitud la ley divina. También la eucaristía nos remite a la soberana ley de Cristo: el amor y el servicio a los hermanos. El maná fue alimento del pueblo mientras estuvo en marcha hacia la tierra prometida, dejó de serlo apenas atravesada la frontera de Canaán. La eucaristía también es el viático de la Iglesia en marcha hacia la casa paterna. Allí donde el mismo Dios nos servirá la mesa. Finalmente, así como del maná se puso una porción delante del arca del testimonio como memorial para los israelitas, así también la eucaristía perpetúa a lo largo de los siglos la entrega generosa de Cristo, su amor por nosotros.

Estas son las razones que tiene Jesús para decir a los judíos que El es el pan de vida, que quien está con El no pasa hambre, que quien cree en él no tiene sed nunca más. Esta es la “obra”, el “signo” que da Jesús a quienes lo retan a emularse con Moisés, el mediador del milagro del maná y del agua de la roca en el desierto. Ese milagroso alimento daba vida a los israelitas durante su marcha hacia la tierra prometida. La eucaristía de Jesucristo lo supera en cuanto que es un pan que “da vida al mundo”, un pan universal, la realización de una antigua utopía: de que todos los seres humanos tuvieran a su alcance, sin excepción alguna el alimento necesario.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


9. ACI DIGITAL 2003

30. ¿Qué milagro haces? Asombrosa ceguera y mala fe de los fariseos que hacen tal pregunta cuando acaban de comer el pan milagrosamente multiplicado por Jesús. 31. Véase Ex. 16, 15 - 16; S. 77, 25 s.; I Cor. 10, 3.

32. El "Don perfecto" por excelencia (cf. Sant. 1, 17) es el que ese Padre nos hizo de su Hijo muy amado (cf. 3, 16), el verdadero "pan del cielo", que nos imparte la vida y la sustenta con el pan de su palabra (v. 63) y con su carne hecha pan supersubstancial (v. 51; Luc. 11, 3).

33. Pan de Dios: De estas sublimes palabras viene la expresión popular que suele aplicarse para decir que alguien es muy bueno. Pero ¿cuántos piensan en aplicarla a la bondad del único a quien esas palabras corresponden? (Mat. 19, 16). Desciende del cielo: Nótese aquí, como en los v. 38 y 42, que Jesús es el único Hombre que se ha atrevido a atribuirse un origen celestial y a sostener su afirmación hasta la muerte. Cf. 3, 13; 8, 23 y 38 ss.

34. Siguen creyendo que Jesús habla del pan multiplicado que ellos comieron. No acaban nunca de abrir su entendimiento y su corazón a la fe, como Jesús se lo reprocha en el v. 36. 35. Aquí declara el Señor que El mismo es el "pan de vida" dado por el Padre (v. 32). Más tarde habla del pan eucarístico que dará el mismo Jesús para la vida del mundo (v. 51).


10.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes, porque ya llega la victoria, el poder y el mando de nuestro Mesías. Aleluya» (APC 19,5;12,10).

Colecta (compuesta con textos de los Sacramentarios  Gelasiano, Gregoriano y de Bérgamo): «Señor, tú que abres las puertas de tu reino a los que han renacido del agua y del Espíritu. Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos, para que purificados del pecado alcancen todas tus promesas».

Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».

Comunión: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Aleluya» (ROM 6,8).

Postcomunión: «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarnos con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».

Hechos 7,51-59: Señor Jesús, recibe mi espíritu. La defensa de Esteban ante sus acusadores se transforma en una acusación, ante la incredulidad de los jefes del pueblo, y le acarrea el martirio por medio de la lapidación. Al morir Esteban ruega al Señor en términos similares a los que Éste se dirigió al Padre desde la Cruz. Es el testimonio más antiguo de una oración dirigida a Cristo en la gloria del Padre. La celebración eucarística configura progresivamente nuestra vida cristiana a la imagen ideal de Cristo. Al mismo tiempo nos hace testigos del Señor: nos pone en contacto experiencial con la Palabra de Vida y nos empuja a una actividad apostólica, fruto de la libertad del Espíritu. Comenta San Efrén:

 «Es evidente que los que sufren por Cristo gozan de la gloria de toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús situado a su derecha, porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a los Apóstoles después de la resurrección. Mientras el Campeón de la fe permanecía sin ayuda en medio de los furiosos asesinos del Señor, llegado el momento de coronar al primer mártir, vio al Señor, que sostenía una corona en la mano derecha, como si se animara a vencer la muerte y para indicarle que Él asiste interiormente a los que van a morir por su causa. Revela, por tanto, lo que ve, es decir, los cielos abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir solamente a Cristo en el Jordán, pero abiertos también después de la Cruz a todos los que conllevan el dolor de Cristo y en primer lugar a este hombre. Observad que Esteban revela el motivo de la iluminación de su rostro, pues estaba a punto de contemplar esta visión maravillosa. Por eso se mudó en la apariencia de un ángel, a fin de que su testimonio fuera más fidedigno» (Sermón sobre los Hechos 7).

En tus manos encomiendo mi espíritu. Palabra que en Cristo encuentran plenitud de sentido: el abandono, el sufrimiento, la confianza, la liberación. Invitación a todos los creyentes a una apertura total a Dios que revela los prodigios de su misericordia protectora. Por eso empleamos el Salmo 3, en el que se insertan estas palabras: «Señor, sé la Roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, Tú que eres mi Roca y mi baluarte, por tu nombre dirígeme y guíame. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Tú el Dios leal, me librarás; yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. En el asilo de tu presencia nos escondes de las conjuras humanas».

Juan 6,30-35: No fue Moisés, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Como en otros pasajes del Evangelio, Jesús hace pasar a sus oyentes del sentido material al espiritual. De este modo llegamos al culmen de la revelación de Jesús, cuando éste proclama: «Yo soy el Pan de Vida». Comenta San Ambrosio:

 «¿A qué  fin pides, oh judío, que te conceda el pan Aquél que lo da a todos, lo da a diario, lo da siempre? En ti mismo está el recibir este pan: acércate a este pan y lo recibirás. De este pan está dicho: “Todos los que se alejan de ti perecerán” (Sal 72,27). Si te alejares de Él, perecerás. Si te acercares a Él, vivirás. Este es el pan de la vida; así pues, el que come la vida no puede morir. Porque, ¿cómo morirá aquél para quien el manjar es la vida? ¿Cómo desfallecerá el que tuviere sustancia vital?

«Acercaos a Él y saciaos, porque es pan. Acercaos a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis iluminados (Sal 33,6), porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres, porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Acercaos a Él y sed absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7). ¿Preguntáis quién es éste? Oídle a Él mismo que dice: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed” (Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso estáis muertos; ahora siquiera, creed para que podáis vivir» (Exposición sobre el Salmo 118,28).


11. DOMINICOS 2004

Señor, danos siempre de ese pan

Señor, tú que abres las puertas de tu reino a los que renacen del agua y del Espíritu, acrecienta en nosotros la gracia. Haz que nos sintamos hijos agraciados y fieles.

Hoy en la liturgia ferial avanzamos en el camino emprendido ayer. Esteban, modelo de fidelidad, amor y perdón, es el prototipo de testigo del Señor Jesús. Al escuchar su discurso, nuestra alma se deja invadir por la emoción. ¡Cuán grande llega a ser un hijo de Dios cuando sigue las huellas del Maestro! Mucho sabe amar quien sabe perdonar. En nuestra intimidad surja el deseo de imitar a Esteban, fuerte en su debilidad, y de ponerse en manos del Señor, y el deseo de ponernos en manos del único que tiene palabras de vida eterna.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 7, 51-59:
“El sumo sacerdote interrogó a Esteban: ¿es verdad eso que dicen de ti?... Es que Esteban hablaba así al pueblo, a los ancianos y a los letrados: ‘¡Rebeldes, infieles de corazón y cerrados de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran...?’

Ellos, al oír esas palabras se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. En cambio, Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: ‘veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios’. Entonces ellos, dando un grito estentóreo, se taparon los oídos, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo... Mientras eso sucedía, Esteban repetía esta invocación: ‘¡Señor Jesús, recibe mi espíritu!’. Y luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: ‘¡Señor, no les tengas en cuenta este pecado!’. Y con estas palabras expiró”.

Evangelio según san Juan 6, 30-35:
“En aquel tiempo, oídas las palabras de Jesús sobre el trabajo de creer, la gente le dijo: ¿qué signo nos ofreces para que, viéndolo, creamos en ti?, ¿en qué trabajas?. Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:”les dio a comer pan del cielo”.

Jesús les respondió: Os lo aseguro, no fue Moisés quien os dio pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.

Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Y Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.


Reflexión para este día
La lección clara y esplendorosa de Esteban nos viene dada más por su vida y entrega que por su misma palabra de gracia y perdón. Es una vida que se da sin medida a los demás, hasta la consumación, poniéndose, al final, en manos de Dios Padre, como lo hizo el mismo Jesús en la cruz, al tiempo que perdonaba a sus verdugos.

Alabemos al justo, al hombre de bien, al hombre nuevo en el Reino nuevo. Para Esteban, aceptar el misterio de Cristo que se nos revela como fuente, fuerza, alimento saciador, supone cambiar por completo los planes racionales del hombre y atreverse a vivir más allá de las evidencias, de las apetencias, de los intereses que nos parecerían naturalmente placenteros en la tierra que pisamos.

Eso es lo que llamamos ‘cambio de mente’, ‘novedad de corazón’, ‘renacimiento en el Reino’, y en ello consiste ser de Cristo: vivir como si no viviéramos en nosotros y para nosotros, ver las cosas, gestos, acciones, como si no viéramos con nuestros ojos, amar como si no nos amáramos a nosotros mismos sino a los demás, en Dios.


12. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Si no lo veo no lo creo. ¡Cuántas veces decimos esto con nuestra actitud!, como la de la gente que pide signos y milagros a Jesús en el evangelio de hoy. Seguimos pidiendo y esperando minucias, milagritos diarios, sin darnos cuenta que Jesús ofrece algo mucho más importante: se ofrece a sí mismo y nos ofrece una vida en plenitud. Y cada día nos da pequeños –o grandes- signos para recordárnoslo, lo que pasa es que muchas veces nos pasan desapercibidos, no los distinguimos porque no cuadran con nuestras expectativas, porque vivimos muy de prisa, porque estamos demasiado en lo nuestro, porque nos falta sensibilidad.... Seguimos esperando el maná del desierto y no reconocemos al Pan de Vida.

Hermanos, no nos quedemos anclados en el pasado, abrámonos a la novedad de Cristo. No pidamos signos inútiles sino que, como Esteban, démoslos nosotros con nuestra propia vida, motivados por la fe. Y no tengamos miedo, seamos valientes como Esteban y demos testimonio de nuestra fe. Ciertamente nos toca vivir una época no-fácil a la hora de dar testimonio como cristianos, pero creo que no lo tenemos más difícil que esos primeros cristianos y que otros muchos que vinieron después. Y hay tanta gente que nos espera...

Si hemos de pedir algo, que nuestra petición sea “Señor, danos siempre de ese Pan, tu Pan de Vida”, para que en todo momento estemos dispuestos a VIVIR en plenitud DESDE Ti y PARA los demás.
Vuestra hermana en la fe,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@hotmail.com)


13. 2004 Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

1ª Lectura
He 7,51-60
51 Hombres de cabeza dura e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así sois también vosotros. 52 ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Mataron a los que predijeron la venida del Justo, del cual vosotros ahora sois los traidores y asesinos; 53 vosotros, que habéis recibido la ley por ministerio de los ángeles, y no la habéis guardado».

MARTIRIO DE ESTEBAN
54 Al oír esto estallaban de rabia sus corazones, y rechinaban los dientes contra él. 55 Pero él, lleno del Espíritu Santo, con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, 56 y dijo: «Veo los cielos abiertos y al hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». 57 Ellos, lanzando grandes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron todos a una sobre él; 58 lo llevaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. 59 Mientras lo apedreaban, Esteban oró así: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». 60 Y puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y diciendo esto, expiró. Saulo aprobaba este asesinato.

He 8,1
1 Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén; y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.

Salmo Responsorial
Sal 31,3-4
3 atiéndeme, ven corriendo a liberarme; sé tú mi roca de refugio, la fortaleza de mi salvación; 4 ya que eres tú mi roca y mi fortaleza,
por el honor de tu nombre, condúceme tú y guíame;

Sal 31,6
6 En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me rescatarás, Señor, Dios verdadero.

Sal 31,7
7 Aborrezco a los que adoran ídolos vanos, pero yo he puesto mi confianza en el Señor;

Sal 31,8
8 tu amor ser mi gozo y mi alegría, porque te has fijado en mi miseria y has comprendido la angustia de mi alma;

Sal 31,17
17 mira a tu siervo con ojos de bondad y sálvame por tu amor.

Sal 31,21
21 tú los guardas al amparo de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; tú los cobijas en tu tienda lejos de las lenguas mordaces.

Evangelio
Jn 6,30-35
30 Le replicaron: «¿Qué milagros haces tú para que los veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? 31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo». 32 Jesús les dijo: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; mi Padre es el que os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». 34 Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan».

JESÚS, EL PAN DE VIDA
35 Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá
sed jamás.

* * *

Estos dos textos enmarcan los Hechos de Esteban (6, 8 - 7, 60). El versículo 8, 1 une la sección anterior del martirio de Esteban con la siguiente sobre la persecución a todo el grupo de los Helenistas. En la sección de Esteban tenemos una narrativa y un discurso. La narrativa comienza en 6, 8-15 y continúa en 7, 55-60. El texto está claramente interrumpido por el discurso de 7, 1-54. La transfiguración de Esteban que comienza en 6, 15 continúa en 7, 55-56. Es en medio de esta transfiguración que Lucas inserta el largo discurso de Esteban.

En 6, 8 tenemos el testimonio de Esteban en Jerusalén: lleno de gracia y poder, realiza grandes prodigios y señales. Es una actividad carismática (obra del Espíritu en Esteban), cuyo objetivo es hacer visible en medio del pueblo la resurrección y exaltación de Jesús. Esto provoca la oposición de algunos judíos venidos de la diáspora, pero éstos "no podían resistir a la Sabiduría y al Espíritu con que hablaba" (v. 10). Lucas nos muestra en toda su obra que el testimonio del Espíritu es irresistible. El testimonio difiere de la apología. La apología, normalmente en los tribunales, depende de las pruebas y testigos que se aportan y de la calidad de los abogados. La apología puede ser refutada con mejores pruebas, testigos y abogados. El testimonio es por el contrario irrefutable e irresistible, por ser obra directa del Espíritu en nosotros. Lucas insiste siempre en la necesidad del testimonio y que no nos preocupemos por hacer nuestra apología (Lc. 12, 11-12 y 21, 12-15: dos textos que recomendamos leer atentamente para entender el testimonio en el libro de Hch).

En los vv. 11-14 tenemos el juicio contra Esteban. Este juicio es muy semejante al de Jesús, pues sus enemigos utilizan el soborno y los falsos testigos. Lo acusan de hablar mal (blasfemar) contra la ley y el Templo (vv.11. 13.14). Esteban, y todo el grupo de los Helenistas igual que Jesús, tiene una actitud profética crítica de la Ley y del Templo (en la línea de los profetas Miqueas, Jeremías, Sofonías). Esta posición profética es falsamente interpretada como blasfemia. Esteban no se defiende. Dios solamente lo reconfirma en su fe con una visión, que se hace visible ante todos en una maravillosa transfiguración de Esteban (6,15 y 7, 55-56). Esteban no responde a las acusaciones, sólo da testimonio de que está viendo a Cristo resucitado. El testimonio de Esteban provoca la ira del Sanedrín y su posterior lapidación. Esteban muere, igual que Jesús, haciendo la invocación: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (7, 59 cf. Lc. 23, 46) y luego: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (7, 60 cf. Lc. 23, 34). Esteban es el primer discípulo mártir de Jesús.

El largo discurso de Esteban (7, 1-54) es una composición lucana, pero trata de reconstruir fielmente la teología profética del grupo de los Helenistas. En este sentido es un discurso histórico. En el discurso tenemos una re-lectura cristiana de la Historia de la Salvación. La crítica profética aparece especialmente en vv. 39-43 contra los sacrificios en el Templo, y en los vv. 44-50 contra el Templo mismo. A partir del v. 51 Esteban hace una denuncia profética: "Uds. siempre resisten al Espíritu Santo". Ya no dice "nuestros padres" (como en los vv. 38.39.44.45), sino "vuestros padres", con lo cual manifiesta su ruptura con los líderes de Israel, a los que denuncia como asesinos de Jesús (vv. 51-53).


14.

Reflexión

El hombre de hoy está sediento, está hambriento y no sabe de qué. Por ello ha desatado una búsqueda sin tregua tratando de encontrar algo que verdaderamente los sacie. Lo busca en el placer, en el poder, en la fama, en el dinero, etc.… A final de la búsqueda siempre lo mismo: Vacío y soledad. Y es que solo Jesús es el pan que sacia. Solo la vida en el amor de Dios puede dar sentido a la vida. Jesús dijo: “Yo soy el pan que de la vida” por ello solo él sacia, solo su amor llena nuestros vacíos y nuestras soledades. La vida en Cristo se transforma en plenitud. Por ello quien tiene a Cristo lo tiene todo, quien no lo tiene no tiene nada. Esta Pascua es de nuevo la oportunidad para encontrarnos con Jesús resucitado con el verdadero pan que sacia, con el pan que da la vida que es paz, alegría y amor. Encuéntrate hoy con Jesús en tu oración personal… Está esperándote para saciarte.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


15.

Mientras no creamos plenamente en Jesús, nuestro ser andará buscando saciar su sed y su hambre en cualquier lugar. Por eso, nuestra alma anda inquieta hasta que no descansa en Dios y se nutre del pan de vida que es su Hijo Jesús a través de una plena y verdadera comunión con él. Sin embargo, una vez hemos creído en Jesús de todo corazón, una vez que hemos nacido del Espíritu Santo, entonces nos damos cuenta de que no tendremos sed jamás. Nos damos cuenta que nuestra hambre ha sido saciada y simplemente vivimos en la Presencia del gran Yo-Soy; vivimos dejando que nuestra vida sea guiada por Él, sin temor, sin pedir ninguna señal.

Señor, no queremos tener sed jamás. Ven a nuestro encuentro, te
necesitamos.

Dios nos bendice,

Miosotis


16. 2004

LECTURAS: HECH 7, 51-8, 1; SAL 30; JN 6, 30-35

Hech. 7, 51-8, 1. Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos ante Él nuestro corazón. Dios nos envió a su propio Hijo; sólo en Él tendremos el perdón de nuestros pecados y la salvación eterna. A Él lo escuchamos en su Palabra que se pronuncia sobre nosotros a través de la Sagrada Escritura, no como un libro que se lee, sino como la Palabra Viva que hoy sigue pronunciándose para nosotros con la fuerza santificadora que le da el Espíritu Santo. Pero también lo escuchamos a través de quienes nos lo anuncian y nos lo hacen presente no sólo con sus labios sino con sus obras y con su vida misma. La Palabra de Dios debe ser proclamada por la Iglesia con la valentía que nos viene de Dios. La Iglesia debe ser un auténtico signo profético para el mundo. Si en razón de ello la Iglesia sufre persecución y muerte no debe, jamás, claudicar a causa del temor a los poderosos de este mundo. Mientras la Iglesia viva instalada cómodamente y se vea protegida por gente deshonesta que explota o destruye las conciencias de los demás, estará indicando que perdió su compromiso real con el Señor y con la misión que le encomendó cumplir en el mundo. Vivamos a fondo nuestro seguimiento fiel y amoroso del Señor, aceptando todas las consecuencias que por ello nos venga.

Sal. 30. Dios siempre es bueno para con todas sus criaturas. Quien ha confiado su vida en Dios debe dejarse conducir por Él conforme a su santísima Voluntad. Sólo Dios sabe lo que realmente nos conviene y por ello no debemos vivir rebeldes a Él. Aun cuando pareciera que a veces la vida se nos complicara, si realmente confiamos en Dios debemos saber que Él no se equivoca en su plan de salvación para con nosotros. Esto no nos puede llevar a vivir con estoicismo en la presencia de Dios después de que le hayamos consagrado totalmente nuestra vida, sino con una atención amorosa hasta poder llegar a decir como Jesucristo: Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió. Sólo a partir del amor nuestra vida encontrará su verdadero sentido, pues el Señor, que está con nosotros, nos librará de nuestros enemigos y nos conducirá sanos y salvos a su Reino celestial.

Jn. 6, 30-35. Dios, en su Hijo Jesús, nos dio el verdadero Pan del cielo para saciar nuestra hambre y sed de vida eterna. Quien se alimenta es porque quiere continuar viviendo. Pero el alimento temporal sólo prolonga nuestra vida por un poco de tiempo. El Señor Jesús nos da vida eterna. Quien lo acepte tendrá esa vida, quien lo rechace habrá perdido la oportunidad de vivir eternamente, pues no hay otro camino, ni otro nombre en el cual podamos salvarnos. Pero tener la vida no significa sólo gozarla de un modo egoísta; la vida es como un fruto que los demás deben disfrutar, pues, junto con ellos, estaremos trabajando para que todos vivan con mayor dignidad y se encaminen, también con nosotros, a la posesión de los bienes definitivos que Dios nos ofreció por medio de su propio Hijo, que vino a alimentar nuestra fe, a levantar nuestra esperanza y a hacer arder nuestros corazones con el fuego de su amor. Alimentémonos de Cristo para poder alimentar al mundo, convertidos en pan de vida y dejando de ser, para él, un pan venenoso, podrido o deteriorado.

Señor, danos siempre de ese Pan. Sí, porque nosotros queremos entrar en una relación personal y amorosa con el Señor de la historia. A partir de nuestra comunión de Vida con Él entraremos también en comunión con la Misión que el Padre Dios le encomendó: salvar al mundo entero por medio del amor llevado hasta el extremo. El Señor nos alimenta con su propio Ser. Nosotros, a partir de entrar en comunión de vida con Él, somos transformados en Él, de tal forma que su Iglesia se convierte en un signo visible y creíble de la encarnación del Hijo de Dios. A nosotros, por tanto, corresponde continuar la obra de salvación de Dios en el mundo. Pero no lo hacemos bajo nuestras propias luces ni bajo nuestra propia iniciativa, ni con nuestras propias fuerza. Es el Señor quien continúa su obra por medio nuestro. Por eso aprendamos a confiarnos totalmente a Él. Abramos nuestros oídos y nuestro corazón para que su Palabra sea sembrada en nosotros y produzca frutos abundantes de salvación; sólo entonces seremos realmente un signo profético del amor salvador de Dios para el mundo.

Quienes hemos entrado en comunión de vida con el Señor estamos obligados a hacerlo presente, con todo su poder salvador, en el mundo. No podemos conformarnos con sólo darle culto al Señor. El verdadero hombre de fe vive totalmente comprometido con la historia para convertirse en un auténtico fermento de santidad en el mundo. Proclamar el Nombre de Dios en la diversidad de ambientes en que se desarrolla la vida de los Cristianos nos ha de llevar a no sólo dar testimonio del Señor con las palabras, ni sólo con una vida personal íntegra, sino a trabajar para que vayan desapareciendo las estructuras de maldad y de pecado en el mundo. Si cerramos nuestros labios ante las injusticias, si no somos capaces de fortalecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes, si no volvemos a encender la mecha de la fe y del amor que ya sólo humea, si no somos capaces de devolver la esperanza a las cañas resquebrajadas para que vuelvan a la vida y produzcan frutos abundantes de buenas obras, estaremos fallando gravemente a la misión que Dios confió a su Iglesia. No tengamos miedo ante las amenazas de morir aplastados por los demás; el Señor nos envió a perdonar, a amar y a salvar y no a condenar, ni a destruirnos unos y otros. Aprendamos de Cristo en la cruz lo que es el amor hasta el extremo y lo que es saber perdonar a pesar de las más grandes traiciones u ofensas. Sólo el amor, finalmente, será lo único creíble, en la presencia de Dios, al final de nuestra vida, pues con él habremos sido un alimento de esperanza, de fe y de amor para aquellos que vivían en tierra de sombras y de muerte, y que necesitaban de una Iglesia realmente comprometida con el Señor, para hacerlo presente con todo su poder salvador entre ellos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, convertirnos, por nuestra unión verdadera a Cristo, en un auténtico alimento de vida eterna para el hombre de nuestro tiempo, hasta que finalmente estemos, junto con Él, sentados a la diestra de Dios Padre todopoderoso. Amén.

www.homiliacatolica.com


17. ARCHIMADRID 2004

CORREGIR AL QUE YERRA

Creo que uno de los dramas por los que pasa la sociedad actual es el exceso de susceptibilidad a la hora de corregir a algunos de sus miembros. Me explico. Cuando hace unos días, después de celebrar la Santa Misa, uno de los feligreses llamó a la puerta de la sacristía, puedo aseguraros que, ni de broma, me iba a imaginar en qué consistía su indignación. Esta buena persona, se quejaba de que al escuchar la homilía se sentía aludida por lo que había dicho en ella. Recuerdo que hablé acerca de la responsabilidad de los padres de familia respecto a los hijos, y que era necesario actuar con verdadera coherencia si realmente nos denominamos cristianos. Esa cara desencajada, que se enfrentaba conmigo, me amenazaba con quejarse al obispo por haberme “metido con él de forma tan atropellada”. Debo confesar, que son pocos los años que llevo en el sacerdocio (algo más de diez), pero una situación así, es la primera vez que me ocurre. Sin embargo, creo que de cara al crecimiento en humildad personal, me ha venido “de miedo”. Y es que una de las tentaciones, en las que tan a menudo podemos caer los “curas”, es el pensar que todo lo que decimos sienta bien a todo el mundo, y que sólo hemos de esperar halagos y aplausos.

Ahora bien, hubiera sido estupendo que en lugar de predicar el que suscribe, lo hubiera hecho el propio san Esteban, utilizando las mismas palabras de la primera lectura de hoy: “Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres”. Además, una de las prácticas que, siguiendo al Señor, realizaban con frecuencia los primeros cristianos es la denominada “corrección fraterna”. Ésta, no consiste en otra cosa que, con discreción y cariño, cuando vemos en alguien algo que no se adecua al espíritu cristiano, es bueno recordarle en qué consiste su equivocación. Eso sí, siempre con prudencia, y habiendo llevado a nuestra oración personal tal actitud, porque a veces podemos caer en el error de corregir a personas en cuestiones que son, exclusivamente, una mera opinión personal. Por otra parte, después de advertir (y esto son datos constatados), que en muchos lugares la formación cristiana que se da a los más pequeños (incluso dentro de muchas familias), carece de lo más elemental, no debe de extrañarnos, por ejemplo, el que se ignore una “obra de misericordia” tan importante como es la de “corregir al que yerra”.

Es realmente necesario que tengamos el convencimiento de que necesitamos (¡urgentemente!) que nos corrijan: alguien (un director espiritual, un sacerdote, un amigo en el que verdaderamente confiamos…) que nos recuerde, o nos anime, a avanzar en nuestra vida interior. Quizás muchos nos encontremos indignos de semejante tarea, e incluso nos digan, como a Jesús, palabras del tipo: “Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti”. Sin embargo, no se trata de convertirnos en taumaturgos que, por nuestro encanto personal, hechicemos a la gente para que nos crean, sino que todos, al fin y al cabo, hechos de la “misma pasta”, necesitamos que nos digan, una vez más, que “el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Es curioso observar, en nuestros ambientes, cómo una de las cosas que se han perdido son las que denominan de “sentido común”, y, verdaderamente, ¡cómo extrañamos en ocasiones las palabras sencillas de aquellos catecismos que nos hacían aprender de memoria la doctrina cristiana! Y no es que por aprender uno, viva más coherentemente su fe, sino que Dios nos ha dado el entendimiento para que sea verdadero instrumento suyo. Por eso, al ser tan olvidadizos en cuestiones esenciales, lo que se ha aprendido de verdad, y queda en la memoria, siempre será bueno para que, una vez recordado, lo pongamos en práctica.

Que nadie se tome esto como una “corrección fraterna”, pero, ¡cuánto le agradezco a mi director espiritual cuando me dice, de vez en cuando, que he “metido la pata”!


18. Fray Nelson Martes 12 de Abril de 2005

Temas de las lecturas: Llenen la tierra y sométanla * Es mi Padre quien da el verdadero pan.

1. Verdadero discípulo
1.1 Esteban, el primero de la inmensa legión de los mártires cristianos, mostró en su sabiduría y en su virtud de quién era discípulo; pero sobre todo lo manifestó con su modo de dar la vida. Así como Jesús, también este seguidor de Jesús ruega por sus propios verdugos; y lo mismo que su Maestro, Esteban entrega su espíritu al Creador.

1.2 La semejanza no termina ahí. En los evangelios vimos cómo en Jesucristo se hallaban a la vez una increíble fortaleza y una entrañable misericordia. La compasión no lo hace débil frente al error; la claridad de su denuncia no lo hace feroz ni vengativo son sus mismos adversarios. Así es también Esteban: claro y a la vez intercesor de quienes le traicionan y calumnian. El motivo es simple: a imagen de Cristo, está tan lleno de verdad como de amor.

2. Contemplar la gloria de Cristo
2.1 En el momento de la máxima humillación, Esteban contempla la máxima glorificación. En este hecho hay una enseñanza para nosotros. Esteban no es un maniático ni un fanático; es alguien que ha entendido que el Crucificado es el mismo Resucitado, y que por consiguiente: abrazar la Cruz de Cristo es ser abrazado por la gloria de Cristo.

2.2 La visión de Esteban, por otra parte, no se limita al Señor. Él ve "los cielos abiertos". La imagen de los cielos "cerrados" aparece más de una vez en el Antiguo Testamento. El Deuteronomio amenaza en este sentido por desobediencia a Dios: "Cuidaos, no sea que se engañe vuestro corazón y os desviéis y sirváis a otros dioses, y los adoréis. No sea que la ira del Señor se encienda contra vosotros, y cierre los cielos y no haya lluvia y la tierra no produzca su fruto, y pronto perezcáis en la buena tierra que el Señor os da" (Dt 11,16-17).

2.3 Y de hecho, Elías, el gran profeta, obtuvo fama principalmente por haber cerrado los cielos, en castigo a la apostasía generalizada de Israel, pues así leemos: "Entonces Elías tesbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Ajab: Vive el Señor, Dios de Israel, delante de quien estoy, que ciertamente no habrá rocío ni lluvia en estos años, sino por la palabra de mi boca" (1 Re 17,1).

2.4 Ahora con Cristo Glorioso los cielos se han abierto. Los bienes de lo alto están prestos a descender, especialmente el bien por excelencia, el don por antonomasia, que es el Espíritu Santo.

3. Buena pregunta
3.1 "¿Cuál es tu obra", preguntan los judíos a Jesús. El solo hecho de que esta pregunta se formule atrae nuestra atención. En la perspectiva de Juan la fe no es una apuesta en el vacío, ni una lotería contra el banco de la nada: es el fruto propio de VER una SEÑAL. Las dos palabras aquí destacadas son fundamentales: cuando vemos las señales llegamos a creer. Y una señal es una OBRA; algo que cambia la vida, que trae ser, que hace distinta la historia.

3.2 Este descubrimiento es importante: la fe no es el resultado de un razonamiento elaborado, ni de una emoción cuidadosamente cultivada y encauzada, ni es la consecuencia inevitable d euna costumbre social. La fe brota de VER una OBRA; algo que cambia mi vida; algo que hace distinta la vida.

3.3 Y la obra de Cristo es clara, magnífica, única. Él es el que se da en alimento, el que a través de su suprema donación hace distinta la vida, redimiéndola, salvándola, perdonándola. ¡Bendito Cristo Redentor!