TIEMPO DE NAVIDAD

 

DÍA 9 DE ENERO

 

1.- 1 Jn 4, 11-18

1-1.

Después de haber precisado cómo Dios es la fuente del amor (1 Jn 4, 7-10), Juan vuelve a sus ideas predilectas. Insiste de manera especial en el pasaje de este día sobre los signos de la comunión que podemos tener con Dios y que son la caridad (v.12) y la confesión de la fe (v.15).

* * *

a) El dogma sostiene la moral. Eso es lo que sabemos del amor redentor de Dios respecto a nosotros (la fe), que nos impulsa también a nosotros a amar (la moral). Cierto que la fe y el amor se encuentran aquí abajo en cierto modo en estado de caducidad. La fe se apoya tan sólo en un testimonio (v.14) porque nadie ha visto aún a Dios y no le verá sino en la eternidad (v.12). También el amor es una aventura, puesto que el amor de Dios nos resulta imperceptible.

Y, sin embargo, fe y amor son los criterios de nuestra comunión con Dios (tema de la morada: vv. 12 y 15). Para Juan las dos virtudes se compenetran y se apoderan juntas de la persona del cristiano. Toda decisión de fe implica el amor, puesto que obliga a una conversión que no puede ser más que don de sí.

VCR/FE-OBRAS: La vida cristiana posee una doble dimensión, vertical y horizontal. La primera nos hace tomar conciencia de que Dios es amor (v,16), de que efectivamente nos ha amado hasta el punto de enviarnos a su Hijo (v.14) y de que quiere establecer su morada en nosotros (vv. 15-16). Esto forma parte de nuestra profesión esencial de fe (v.15). Esta fe nos fuerza a amar a nuestros hermanos como nosotros somos amados por Dios (v.12).

b) Si este pasaje enfoca, por una parte, el temor y la seguridad en función del juicio último, sostiene, sin embargo, por otra, que el amor puede ser ofrecido en plenitud al cristiano ya desde esta vida. Y precisamente porque este puede vivir por él en la comunión con el Padre y con el Hijo, por lo que no vive ya bajo el temor del castigo, sino que puede acercarse a Dios con audacia y confianza. Una seguridad así no descansa sobre la impecabilidad del cristiano -sería una seguridad ilusoria (1 Jn 1, 8)- , sino sobre el mismo Dios, que lo sabe todo (1 Jn 3, 20) y conoce especialmente nuestra debilidad.

La caridad destierra el temor no sólo en los perfectos y los santos; incluso los débiles pueden llegar hasta esa caridad, puesto que ella misma extrae de Dios su poder de eliminar el temor y no de lo que una conciencia puede reprocharse a sí misma.

* * *

TEMOR: Debido a estos temas de temor y de amor, este pasaje evoca las actitudes más fundamentales de nuestra psicología. El hombre es radicalmente temeroso; le falta casi ontológicamente seguridad en un mundo que se levanta contra él y sobre todo frente al mundo de las divinidades y de lo misterioso sacral. El hombre pagano trata de liberarse de ese temor inventando ritos que presume le inician en lo sagrado; el hombre ateo se asegura a base de sus propios medios, transformando su yo y su técnica en medios de autodivinización; el hombre judío se lanza por otro camino muy distinto eliminando el temor a las fuerzas superiores anónimas para descubrir en cada acontecimiento, bueno o malo, la presencia del amor y de la misericordia de Yahvé. A partir de ese momento, el temor a lo sagrado deja de ser un temor ciego; aparece más bien como una exigencia de conocimiento de Dios y de correspondencia a su amor.

Ahora bien, Jesucristo lleva más lejos aún el descubrimiento de los judíos: descubre que el hombre que es El mismo es copartícipe activo de Dios en la realización de su designio salvífico: la trascendencia de Dios está a salvo y eso no obstante, el hombre es en adelante, con todos los medios que le son propios, copartícipe de la realización del designio de Dios.

En consecuencia, el cristiano se asemeja al ateo en la confianza que pone en los medios humanos para responder a los desafíos del hambre, de la guerra, de la injusticia social e internacional; pero al hacerlo así, da testimonio de la verdad del hombre realizado en Jesucristo.

La Eucaristía es el lugar de encuentro del hombre temeroso y de Dios trascendente, pero ese encuentro se realiza en Jesucristo, en quien ha triunfado el amor sobre el temor en nombre de la colaboración que Dios ofrece al hombre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 292


1-2.

-Si Dios nos amó de tal manera...

El don de su Hijo.

La muerte voluntaria de su Hijo, por amor.

No hay que pasar rápidamente sobre esas palabras.

«Si Dios os amó de tal manera que nos entregó a su Hijo...»

«Ni la muerte, ni el pecado no sabrían arrancarnos».

«Al amor que nos viene de El...»

Permanezco unos momentos en contemplación...

-Debemos amamos también unos a otros.

El amor que profesamos a nuestros hermanos no es tan solo un sentimiento natural, que brota espontáneamente de una necesidad afectiva muy humana... ni tampoco un reflejo que bastaría con dejar que se manifestase... Ese amor es un "deber": debemos amarnos unos a otros.

Y esto viene de Dios: «Si Dios nos ha amado tanto, debemos también nosotros...» No podemos por menos de hacer como Dios. Se trata de un amor absoluto, infinito, universal... como el de Dios.

-A Dios, nadie le ha visto.

Pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros.

La significación es clara: el verdadero amor hace visible al Dios invisible.

Cada vez que amo de veras, "hago visible" a Dios. Dios está allí. Si en casa, en mi ambiente de trabajo, pongo amor, Dios se habrá hecho visible allí.

Pienso a veces en cambiar de ocupación, de estilo de vida, de empleo del tiempo. Pero es mi «corazón» lo que tendría que cambiar: haz, Señor, que sepa amar la situación en que me encuentro, a las personas que me rodean... "Dios está allí, Si nos amamos unos a otros".

-Y nosotros, en la fe, hemos conocido el amor que Dios nos tiene.

Así es, efectivamente.

Reconocer, identificar. Frecuentemente no sabemos reconocer el amor de Dios. Está ahí y lo ignoramos.

-Dios es amor.

Y yo, a menudo, soy lo contrario. Soy egoísmo. Cada uno de mis pecados es una falta de amor.

Señor, Tú que eres Amor, ven a mí. Libera toda mi potencia de amar.

-Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

«Permanecer en Dios.» «Permanecer en el amor.»

Saborear esa vivencia sería una fuente de gozo indestructible.

-Nuestra vida en este mundo imita lo que es Jesús.

No hay temor en el amor... quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.

Jesús no tenía «miedo» de Dios, y El es nuestro modelo.

San Juan nos invita a abandonar todo temor delante de Dios. El amor sólo es el que debe impulsar nuestro obrar.

Danos, Señor, esa seguridad. No quiero tener miedo de Ti ni de tu Juicio... quiero amarte y nada más.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 86 s.


2.- Mc 6, 45-52

2-1.

El relato de Marcos nos cuenta lo siguiente: Es de noche en el mar de Galilea. Los discípulos de Jesús se encuentran en el lago con su barca, remando con grande esfuerzo porque el viento les es contrario. Jesús, desde tierra, contempla sus trabajosos esfuerzos, y hacia la cuarta vigilia de la noche se dirige a ellos andando sobre el agua. Para poner a prueba su fe, pasó muy visiblemente por donde ellos se encontraban. Mas los discípulos, temiendo que fuera un fantasma, se pusieron a gritar, "porque, como dice el evangelio, su corazón estaba ofuscado". Pero Jesús les dijo: "Soy yo, ¡Confiad y no temáis!". Y al subirse con ellos al bote se apaciguó el viento y la barca corrió hacia la orilla.

Tal nos acontece a diario a nosotros mismos en el mundo del espíritu. Nos esforzamos, en la noche de esta vida, con la práctica de ayunos y otros ejercicios, no paramos de trabajar en nuestra conversión moral. A base de enormes trabajos probamos de hacer arribar nuestra barquichuela a la playa, es decir, a la paz de la unión con Cristo. Pero el viento nos es contrario; tropezamos con la tempestad de la agitación del mundo exterior, de nuestro propio destino y sobre todo, con el viento de nuestras pasiones que nos impulsan, muy a pesar nuestro, y nos llevan mar adentro de los apetitos desordenados. Ponemos en práctica todo cuanto la escuela de la ascética y de la moral cristiana nos pueden enseñar; aplicamos el timón de la voluntad, ora probando con maña, ora con ímpetu; usamos los remos de un trabajo lleno de celo; desplegamos las velas del anhelo y de la añoranza de Dios... ¡Pero no conseguimos avanzar y Jesús parece estar muy lejos de nosotros! Sin embargo, a la cuarta vigilia de la noche, hacia la madrugada, a la hora de celebrar la santa liturgia, Cristo se nos aparece. Y nosotros, enfrascados en las cosas exteriores incluso ahora cuando lo tenemos presente a El, que puede infinitamente más que nosotros y que todos nuestros esfuerzos, seguimos ciegos y sin darnos cuenta de su dulce presencia. No osamos arriesgarnos a dejar los remos y a lanzarnos al agua al encuentro de Jesús, dejando el estrecho bote de nuestro propio ser. No osamos arriesgarnos en esta hora -que es la hora de Cristo-, en esta hora de la presencia de Dios en el sacrificio y de su obrar en nosotros, a entregarnos a El por completo, a darnos a su presencia divina, que nos trae la paz y la salud eternas, según se nos enseña al final del evangelio. Y, en cambio, dejamos que la multitud sencilla y crédula del pueblo nos pase delante y nos lleve ventaja, movida solamente por su fe viva y su activo amor:

"Cuantos le tocaban, quedaban sanos" (Mc 6, 56). Mientras que nosotros, a despecho de la presencia del Señor, permanecemos en un desconcertante alejamiento de la salud. (...)

La liturgia es el sabbat, el "día santo del Señor", y puede muy bien aplicársele lo que dice el profeta: "Si haces que tus pies respeten el sabbat -el reposo sagrado- y miras de no hacer tu propia voluntad en mi santo día, si llamas al sabbat día lleno de delicias y día santo del Señor, si lo respetas sin seguir tus caminos, sin hacer tu querer y sin decir palabras vanas, entonces te vas a gozar en el Señor y Yo te voy a levantar más alto que toda la tierra y te voy a dar pasto en la heredad de tu padre Jacob. La boca del Señor ha hablado" (Is/58/13-14).

LITURGIA/GOZO: Esto es lo que nos falta. Y si no sabemos apreciar en la santa liturgia el sabbat de la divina presencia, ¿cómo podemos entonces hablar de que celebramos la liturgia? Aquel que está de fiesta, reposa. Sin duda que la liturgia es un obrar, pero es un obrar de Dios; y allí donde es Dios quien obra, al hombre no le queda más que la alabanza, la admiración, el hacer fiesta. Dios es el que obra y nosotros celebramos la obra del Señor: Quam magnificata sunt opera tua, Domine! "¡Cuán magníficas son tus obras, Señor!" (Sal/091/06). "Me has llenado de gozo, Señor, con tus obras. ¡Estallo de entusiasmo ante la obra de tus manos!" (/Sal/091/05).

Precisamente lo que nos hace falta es este "gozarnos en el Señor", el sentirnos en paz en su presencia y el saber contemplar con tranquilidad sus obras. Tenemos delante al Señor de la casa, pero nosotros seguimos obrando como si no hubiese aún llegado y continuamos preparando afanosos la casa para su venida. ¡Como si el resplandor de su presencia no fuese mucho más potente que todo nuestro afán de purificación! Luego ¿se va a seguir de aquí que tenemos que renunciar a lo moral y a lo ascético? ¡Ni mucho menos! Lo que pasa es que olvidamos con demasiada frecuencia el hecho de que el ejercicio no es más que cosa subordinada y preparatoria, a la vez que descuidamos también el más importante de todos los ejercicios, que es la mortificación de la propia voluntad. "Haz que tus pies respeten el sabbat y mira de no hacer tu propia voluntad en mi santo día; no digas palabras vanas". A veces, el renunciar al ejercicio resulta ser la más costosa de las mortificaciones.

Si nos empeñamos en seguir obrando y el viento nos es contrario, ¿qué puede el hombre entonces? Cuando el Señor está presente se hace por sí sola la calma y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos en la orilla. Pero, ¿cómo va a reinar en mí la paz si no quiero calmarme al punto que el Señor lo ordena? Si no quiero renunciar a mis trabajos en el mar, ¿cómo va a poder el Señor hacerme arribar a la orilla? El ayuno de la propia voluntad, por más que sea ésta una voluntad recta y que nos incite a la piedad y a la mortificación, es el más imprescindible ejercicio de penitencia. Ello adereza el sitio para el Señor que se va a hacer presente, y entonces el "gozo en el Señor" colma todas las humanas aspiraciones. Como dice la Escritura, "sapientia complevit labores illius", pues cuando interrumpimos una obra por obedecer a la voluntad de Dios, su sabiduría la lleva a cabo (Sb/10/10). Y si para honrar su presencia en el sabbat hemos dejado incluso de pronunciar una palabra, ésta es la primera que Dios escucha: Delectare in Domino, et ipse dabit tibi petitiones cordis tui. "Pon en el Señor tu gozo y El te dará lo que pide tu corazón" (/Sb/36/04).

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 212 ss.


2-2.

La marcha sobre las aguas: un nuevo signo. ¿Qué significa? ¿Qué es lo que Dios quiere decirnos a través de este signo?

-Enseguida, después de la multiplicación de los panes, Jesús mandó a sus discípulos subir a la barca y precederle al otro lado, frente a Betsaida, mientras él despedía a la muchedumbre.

Hay aquí una intención. ¿Cómo explicar este comportamiento algo especial? Si bien los apóstoles estaban dispuestos a participar en la organización de las comidas, como "ministros", -la palabra significa "servidores", en griego-... no lo estaban todavía para canalizar los entusiasmos demasiado triunfantes ni las ambigüedades que surgen en esta muchedumbre sobreexcitada por el milagro: quieren hacer de Jesús su rey (Juan, 6, 15). Es un riesgo siempre actual: el riesgo de la confusión entre lo temporal y lo eterno, entre lo político y lo religioso.

Encerrarse en lo temporal, es, para los ministros de la Iglesia una terrible tentación y un temible subterfugio; es arriesgarse a abandonar la tarea esencial de la Iglesia... es el riesgo de invadir "la autonomía necesaria" de las tareas temporales (Concilio Vaticano II).

Viendo que sus apóstoles no están maduros para esta distinción necesaria, viendo que se dejarían arrastrar por la pendiente natural de la muchedumbre, Jesús les obliga a partir -estaban prestos a dejarse llevar por la multitud- y El mismo se encarga de poner las cosas en su sitio.

-Después de haberlos despedido se fue a un monte a orar.

Ya tenemos un segundo signo.

Aquí está lo esencial para El.

Aquí está el hambre esencial del hombre, como dirá mañana (Juan, 6, 27). Aquí está el único alimento imperecedero.

Aquí está la tarea irreemplazable de la Iglesia. Cuando la Iglesia se compromete, como tal, en lo temporal, no olvidemos que se trata, normalmente, de una suplencia pasajera que no ha de ser nunca un subterfugio que la dispense de la tarea que sólo ella está encargada de realizar.

-Llegado el anochecer, se hallaba la barca en medio del mar y él solo en tierra. Viéndolos fatigados de remar porque el viento les era contrario, hacia el fin de la noche vino a ellos andando sobre el mar...

Una noche de esfuerzos agotadores.

Una tentativa para remar contra el viento.

Así parece ser a menudo la barca de la Iglesia Los discípulos hacen humanamente lo que pueden, hasta la venida de Jesús.

-Hizo ademán de pasar de largo.

Cuán curioso es volver a encontrar aquí este símbolo. La tarde del día de Pascua, también, Jesús "hará como quien va más lejos" dejando estupefactos a los discípulos de Emaús (Lucas, 24, 8). Dios es sorprendente. No corresponde siempre a lo que se esperaba. Siempre va más allá que nosotros.

Señor, acepto dejarme sorprender por ti.

-Comenzaron a dar gritos. Pero Jesús les habló en seguida y les dijo: "¡Animo! Soy Yo. No temáis". Subió con ellos a la barca y el viento se calmó. Presencia.

-Se quedaron en extremo estupefactos, pues no se habían dado cuenta de lo de los panes; su corazón estaba endurecido.

Abre nuestros corazones a los signos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 90 s.


2-3.

1. Juan, en su carta, no se cansa de repetirnos las mismas ideas. Por tanto, nosotros no deberíamos cansarnos de escucharlas y tratar de que impregnen nuestra vida.

Ante todo, en relación con Dios. Conocemos su amor, creemos en Jesús y así llegamos a la comunión de vida con él, que es la meta de toda la carta: «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él», «quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios». El amor de Dios lo hemos conocido en que «nos envió a su Hijo como Salvador del mundo» y además en que «nos ha dado de su Espíritu».

El amor hace que en nuestra vida ya no exista el temor o la desconfianza. Si vivimos en el amor que nos comunica Dios, ya no tendremos miedo al día del juicio, ya que es nuestro Padre y hemos nacido de él, y actuaremos en nuestra vida como hijos, que no se mueven por miedo sino por amor.

Pero del amor de Dios sacamos una vez más la conclusión de nuestro amor fraterno: «si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud». «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él». Realmente, cada frase de la página tiene una densidad y un mensaje que puede cuestionar nuestras seguridades y llenar de sentido nuestra visión de la vida.

2. Después del milagro de los panes, Jesús ofrece otra manifestación de su misión calmando la tempestad.

Los discípulos van de sorpresa en sorpresa. No acaban de entender lo que pasó con los panes, y en seguida son testigos de cómo Jesús camina sobre las aguas, sube a su barca y domina las fuerzas cósmicas haciendo amainar el recio viento del lago.

3. a) La carta de Juan nos anima una vez más a vivir en el amor. Tanto en dirección a Dios como en dirección a nuestros hermanos.

Nadie creerá que es excesiva la insistencia del apóstol, porque somos conscientes de que necesitamos que nos lo digan muchas veces: es lo que más nos cuesta en la vida.

Si asimiláramos ese amor, nuestra relación con Dios no estaría basada en el miedo o en el interés, sino en nuestra condición de hijos y en nuestra confianza en el Padre, en el Hijo que se ha entregado por nosotros, y en el Espíritu que nos ha sido derramado en nuestro corazón y que nos hace decir: Abbá, Padre.

Si asimiláramos un poco más ese amor, nuestra relación con el prójimo estaría impregnada de una actitud de comprensión, de entrega. No sólo cuando las personas son amables y simpáticas, sino también cuando lo son un poco menos. Porque el motivo de nuestro amor no son las ventajas o el gusto que encontramos al amar (eso sería amarnos a nosotros mismos en los demás), sino como respuesta al amor que a todos nos ha regalado gratuitamente Dios, y que se ha manifestado de modo entrañable en estas fiestas de Navidad.

b) En nuestra vida también pasamos a veces por el miedo que experimentaron aquella noche los discípulos, a pesar de ser pescadores avezados. A nuestra barca particular, y también a la barca de la Iglesia, le vienen a veces vientos fuertes en contra, y tenemos miedo de zozobrar. Como para aquellos apóstoles, la paz y la serenidad nos vendrán de que admitamos a Jesús junto a nosotros, en la barca. Y podremos oír que nos dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».

La expresión «no tengáis miedo», que tantas veces aparece dirigida por Yahvé en el A.T. y por Jesús en el N.T. a los llamados a realizar alguna misión, se nos dirige hoy a todos. Es también una de las consignas que el papa Juan Pablo II ha ido repitiendo en las diversas partes del mundo a unas comunidades cristianas que están a veces asustadas por las dificultades del momento presente.

La invitación a permanecer en el amor, y la seguridad de que Cristo Jesús es el que vence a los vientos más contrarios, nos deben dar las claves para que nuestra vida a lo largo de todo el año esté más impregnada de confianza y alegría.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Pág 147 ss.


2-4.

Primera lectura: 1 de Juan 4, 11-18
Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

Salmo responsorial: 71, 2.10.12-13
Que todos los pueblos te sirvan, Señor.

Evangelio: San Marcos 6, 45-52
Animo, soy yo, no tengan miedo .

Después de la multiplicación de los panes Jesús sube a una montaña, a orar. Sus discípulos se fueron en barca, al otro lado del lago. Esa noche sobrevino en la zona un viento tempestuoso que impedía que los discípulos avanzaran. Estar en el lago de madrugada, con tempestad, era peligroso. Jesús se percató de ello y quiso estar junto a sus discípulos en ese momento de dificultad. ¿Cómo lo hizo? Esto no importa tanto como el contenido de lo que hizo.

La narración tiene elementos simbólicos que nos revelan lo que el evangelista quiso que recordáramos de esa noche de tempestad. Por una parte, la oscuridad de la madrugada y la obnubilación espiritual de los discípulos que no terminaban de conocer a su Maestro como él quería que lo conocieran... Y por otra, la solidaridad del Maestro, y su empeño en que sus discípulos no lo vieran como un ser con poderes extraños que los beneficiara y al mismo tiempo los asustara. Un Jesús así, no sería el Jesús del Reino. Este debía ser reconocido en su divinidad encarnada en una humanidad que debía hacer el recorrido de los oprimidos: pasando por el dolor y el camino de cruz, llegar hasta la resurrección.

Esto era lo que les ocurría a los discípulos: seguían mirando a Jesús como un fantasma lleno de poderes extraños, sin aceptar los límites de su encarnación, que lo asemejaban a los pobres. El gran milagro de esa madrugada, más que el viento tempestuoso que se amainó, fue haber recibido el mensaje de un Jesús solidario con ellos. Cuando más tarde, después de su muerte y su resurrección, ellos lleguen a conocer a Jesús como él quería, se darán cuenta que ya las bases estaban puestas: Jesús era y seguirá siendo el Dios encarnado, cercano y solidario con todo el que tiene su vida en peligro.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-5.

1 Jn 4, 11-18: En el amor perfecto no hay temor.

Sal 71, 2-10.12-13

Mc 6, 45-52: Soy yo, no tengan miedo.

La profundidad o densidad de las palabras de Juan hoy tocan un punto importante en el que puede ser bueno que fijemos nuestra atención: nos referimos a la relación entre el amor y el temor. Dice Juan: En el amor no hay temor; el amor perfecto echa fuera el temor. (4, 18)

Podría ser puesta esta afirmación en relación con aquel otro principio bíblico clásico: El inicio de la sabiduría es el temor del Señor (Pro 9, 10). ¿Tiene validez o sentido el «temor de (a) Dios»? El temor de Dios ha sido un principio tradicional de la espiritualidad. Con frecuencia la predicación ha tratado de inculcar el temor de Dios como el medio mejor para asegurar una vida cristiana practicante y fiel. En los tiempos de la edad media y del barroco, la estrella del firmamento del imaginario cristiano fue precisamente el tema de la condenación eterna; el temor a Dios, a su justicia, a la condenación, al infierno... vino a ser la pieza clave indiscutible, el «principio y fundamento» sobre el que construir la vida cristiana...

Hoy día las cosas no son ya así, y no lo son, «afortunadamente», porque hoy, con la carta de Juan en la mano, vemos con más claridad que una vivencia cristiana centrada en el temor no es compatible con la madurez cristiana. Quizá el temor de (a) Dios sea el «principio de la sabiduría» -como dice Pro 9, 10-, pero quizá sea sólo eso, el «principio». Continuar ahí años y años, o de por vida, indicaría que nuestra fe no creció suficientemente. Igual que nos pasa en nuestra relación con nuestros padres humanos, cuando se llega a amar con amor adulto ya no tiene cabida una relación de temor, aunque ese temor haya sido precisamente una pauta pedagógica que sirvió para adentrarnos en el amor. Es normal, y hasta quizá bueno (?) en cierta pedagogía, que el niño tema al papá, pero sería absurdo que el hijo adulto maduro continuara temiéndolo... El amor perfecto echa fuera el temor, dice Juan.

Y el evangelio de hoy coincide en el mismo mensaje: No tengan miedo, soy yo. Si lo que está detrás de todas estas cosas que nos pasan, detrás de toda esta tormenta amenazante que atravesamos, es nada menos que la mano providente de Dios... no debemos tener miedo. Entonces es la fe la que tampoco deja cabida al temor.

Que la eucaristía de hoy nos afiance en el amor y en la fe y aleje de nosotros el temor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-6.

Jn 4, 11-18: En esto conocemos que tenemos vida

Salmo 71, 1.9-11

Mc 6, 45-52: ¡Animo, soy Yo!

Hoy leemos uno de los últimos pasajes de la primera carta de Juan, al concluir el tiempo de Navidad-Epifanía. Vuelven a resonar en nuestros oídos las hermosas palabras de ayer: Dios es amor. Como una especie de resumen de todas las lecturas de estos días, se nos habla de que permanecemos en Dios, así no lo veamos nunca, cuando amamos; de que hemos recibido el Espíritu de Dios que nos mueve a confesar a Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado; de que Dios nos ama irrevocablemente, como lo hemos celebrado y percibido celebrando esta Navidad.

Al final del pasaje, una afirmación trascendental: en el amor no hay temor. El amor de Dios nos libera del miedo y de la angustia que aquejan a tantos seres humanos. Angustias y temores causados por el remordimiento, el sentimiento de culpabilidad, la sensación de la propia impotencia, del fracaso existencial, el impacto del mal del mundo en nosotros y en quienes amamos. Pero la carta primera de Juan nos asegura que "el amor perfecto expulsa el temor", porque es comunión con Dios, fiel y misericordioso, que nos ha amado en Jesucristo

Ayer contemplábamos a Jesús predicando a la multitud que lo seguía y calmando su hambre. Hoy lo seguimos contemplando: despide a los discípulos, se retira a orar a solas en el monte, y cuando ve que bregan en el lago, contra las olas y los vientos, los alcanza caminando sobre el lago, los tranquiliza, pues creen ver un fantasma, entra a la barca y el viento se calma. Los discípulos no acaban de entender. Nosotros sí podemos entender: es que en Jesús, cuyo nacimiento acabamos de celebrar, se hace presente Dios con su poder y su misericordia. No quiere que suframos enfrentados a las fuerzas desencadenadas del mal; no quiere que estemos perplejos, sin entender. Viene a nosotros y su presencia calma los vientos amenazantes. La barca sobre el lago, los discípulos en ella, y con ellos Jesús, es una de las imágenes más hermosas de la Iglesia. Imagen que inspira confianza en los creyentes que se saben seguros al lado del Señor. No un confianza ingenua que nos excusa de bregar, de remar, de testimoniar lo que vemos y oímos.

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2-7. CLARETIANOS 2002

El mes pasado hablamos sobre el miedo. Volvemos sobre el asunto, que tiene muchas ramificaciones. Hoy se nos narra que los discípulos, en medio de la noche y a punto de zozobrar, se espantan de Jesús al confundirlo con un fantasma.

Una de las jugadas maestras que gana y una de las bromas pesadas que gasta el miedo es ésta: deforma nuestra percepción de la realidad, incluso de la mejor realidad. Proyectamos sobre el "objeto intencional" (perdonad la expresión) nuestros peores sueños. ¿Cómo vencer esta emoción negativa? Contraria contrariis curantur: aprender o reaprender a ver las cosas en su objetividad. Así es como actúa Jesús con su "Ánimo. Soy yo". Sólo con voluntad de objetividad nos zafamos de ese poder negativo que tiene aherrojadas nuestras posibilidades vitales y merma nuestro servicio a la vida.

Se dice que el miedo es libre. No estoy seguro de adivinar qué significado verdadero se puede esconder bajo tales palabras. Quizá se quiera insinuar que nadie tiene derecho a decir a otro: "¡le prohíbo sentir miedo!". Bastante problemas tiene uno con el miedo para que le vengan encima con órdenes impertinentes que evocan su mal y lo exacerban.

La salvación es un proceso de liberación, tanto de malos poderes interiores como de fuerzas negativas exteriores. Dios nos concede que "libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad". Y los mártires no tenían ese particular apego a la vida que cursa indefectiblemente con el miedo a la muerte. Habían aprendido la rara sabiduría de amar la vida y a la vez renunciar a ella por un amor más grande.

Descartes, el filósofo que promovió una ciencia más empírica y eficaz, pensaba que con el tiempo se llegaría a superar la vejez e incluso la muerte. Sin embargo, creía haber aprendido algo mejor: a no temer a la muerte. No es él nuestro gran maestro, sino los mártires, y más aún Jesús, que conoció el pavor mortal, pero también "soportó la cruz sin miedo a la ignominia" (Heb 12,2).

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


2-8. CLARETIANOS 2003

Para el discípulo de Jesús, todos los detalles del maestro, todas sus palabras y gestos son extraordinariamente significativos. Se fija en ellos, los contempla con pasión de enamorado, los escruta y se deja interpelar por ellos. Como de pasada el pasaje evangélico de hoy nos trasmite el dato de que Jesús se fue al monte a orar. Se trata de un dato bien atestiguado. Jesús practica la oración. Necesita la oración; busca la soledad de la noche para orar.

Este dato nos pone en la pista del misterio de Jesús y su relación con el Padre. Tal vez a algunos discípulos de hoy nos resulta un dato extraño, ello significaría que estamos contemplando a Jesús desde su divinidad consumada; tal vez nos resulta obvio y no nos llama la atención, lo cual significaría que lo contemplamos desde su humanidad, pero que no tenemos en cuenta su novedad, su originalidad. El hecho de la oración de Jesús es revelador de su relación con Dios. Jesús es uno de los grandes orantes de la historia. No escribió textos de oración, pero el icono del Jesús orante nos hace sintonizar con su identidad más profunda de su filiación. Es un icono para nuestra contemplación. Y también para nuestra reflexión cristológica sobre el significado de Jesús.

Otro dato nos trasmite el texto de hoy. Se refiere al discipulado. El evangelista Marcos se complace en acentuarlo. Sus comunidades no lo reciben como desautorización de los líderes ni como un mal expediente académico de los apóstoles. No reconocen a Jesús que camina sobre el lago; lo confunden con un fantasma. Cuando Jesús se da a conocer ellos siguen llenos de estupor. Y añade el texto evangélico: “no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender”. Mateo y Lucas trasmiten este dato, pero a veces lo omiten y otras lo corrigen. Para los que hoy recorremos el camino del discipulado nos ayuda esta torpeza de los discípulos primeros. Anticipa la nuestra, la refleja. Nos da consuelo y esperanza, puesto que también nosotros sentimos la torpeza de nuestros corazones para vivir según el estilo de Jesús. A pesar de los esfuerzos, a pesar del tiempo dedicado, a pesar de las Cristofanías que hemos contemplado, vemos que estamos muy lejos del estilo evangélico de vida. Pero vemos también que la lectura atenta de la Palabra va transformando nuestro corazón y nuestra vida entera.

Bonifacio Fernández (boni@planalfa.es)


2-9. COMENTARIO 1

v. 45. Enseguida obligó a sus discípulos a que se montaran en la barca y fue­ran delante de él al otro lado, en dirección a Betsaida, mientras él despedía a la multitud.



Venciendo la resistencia de los discípulos (obligó), Jesús los aleja inmediatamente, evitando que sigan en contacto con la multitud. Una vez que ésta ha aceptado plenamente el mensaje, no debe experimentar de nuevo el influjo de los discípulos, que siguen suscitando el deseo de la restauración de Israel.

La barca es figura de la misión, y Jesús los envía a Betsaida, fuera de los límites de Israel, en la orilla norte del lago. Deben ir por segunda vez a tierra pagana (4,35-5,1) para ver si se abren a la universalidad. Jesús va a despedir a la multitud: la había acogido para enseñarle (8,34); ya que ha captado el mensaje, ahora, por su propia iniciativa, tiene que vivirlo y difundirlo. Jesús no pretende tenerla bajo tutela.



v. 46. Cuando se despidió de ellos se marchó al monte a orar.

Es la segunda vez en este evangelio que Jesús ora; como en 3,13, el monte es símbolo de la esfera divina (elevado) en contacto con la historia humana (radicado en la tierra); indica, de manera figurada, la esfera humano-divina en que vive y actúa Jesús. Como en otro tiempo en Cafarnaún (1,35), los discípulos interpretan mal su ser y su misión; la petición a Dios por ellos es muy necesaria en este momento, en que los envía a una misión fuera de Israel. En la misión pasada habían fracasado (4,35-5,1), quiere que no fracasen en ésta.



v. 47. Caída la tarde estaba la barca en medio del mar y él solo en tierra.

El dato temporal caída la tarde tiene un valor figurado: la falta de luz señala la incomprensión de los discípulos (4,35, cf. 1,32); la expresión en medio del mar aparece en contextos relativos al éxodo de Egipto (Ex 14,16.22.23.24; Neh 9,11) e indica aquí que, al enviarlos hacia Betsaida, Jesús pretende sacar a los discípulos del país judío, tierra de opresión; salir del territorio judío significa abandonar las categorías del judaísmo. La barca estaba en medio del mar, estática: el éxodo está en suspenso, sin eficacia.



v. 48a. Viendo el suplicio que era para ellos avanzar, porque tenían el viento en contra...

Jesús ve la situación en que se encuentran, pero no acude en seguida; deja que experimenten su propia dificultad para cumplir la orden que les ha dado. El obstáculo que impide a los discípulos avanzar es el vien­to, que, como en la travesía anterior (4,37), es figura de su mala actitud, de su propia resistencia interior; de hecho, Jesús ha tenido que obligarlos a emprender el viaje (6,45). Se han embarcado en contra de su deseo de permanecer en territorio judío, donde, apoyados por la multitud, se ofre­cía la posibilidad de comenzar un movimiento popular de signo refor­mista.



v. 48b ... en el último cuarto de la noche fue hacia ellos andando sobre el mar, con intención de pasarlos.

Había dos maneras de dividir la noche: una, propia de los judíos, la dividía en tres partes; la otra, propia de los romanos, en cuatro (cf. 13,35). La expresión el último cuarto de la noche supone la división romana y pone la escena en el contexto de la misión entre los paganos, conforme a lo que indicaba el destino señalado por Jesús, Betsaida (6,45).

La primera travesía terminaba con la pregunta que se hacían los dis­cípulos: «¿Quién es éste, que hasta el mar y el viento le obedecen?» (4,41); ahora quiere Jesús responder a ella. Con objeto de vencer el apego de los discípulos a la tradición judía, a la que atribuyen autoridad divi­na, quiere mostrarles su condición de Hombre-Dios, que garantiza la verdadera autoridad divina de su mensaje. Jesús se acerca a los discípu­los. Caminar sobre el mar se consideraba propio y exclusivo de Dios (Job 9,8: «Sólo él... camina sobre el dorso del mar»).

La condición divina de Jesús está subrayada por la frase siguiente: con intención de pasarlos, que alude a Ex 33,22s, donde se narra la manifes­tación de Dios a Moisés (cf. Ex 34,6).



vv. 49-50a. Ellos, al verlo andar sobre el mar, pensaron que era una aparición y empezaron a dar gritos; porque todos lo vieron y se asustaron.

Los discípulos no pueden concebir que un hombre tenga la condición divina (cf. 4,41). Reconocen a Jesús (al verlo), pero la calidad de Hombre-Dios que se manifiesta en él no puede para ellos ser real, y lo consideran una aparición. Lo que ven los agita y los perturba (gritos), porque ame­naza sus seguridades, poniendo en cuestión los ideales nacionalistas del judaísmo con que ellos se identifican.



v. 50b. El les habló en seguida y les dijo: «Animo, soy yo, no temáis».

La manifestación no consigue su objetivo, y Jesús les habla inmedia­tamente, mostrando ahora su condición divina en las palabras que pro­nuncia, en particular con la fórmula yo soy, que indica en el AT la presen­cia salvadora de Dios (Dt 32,39; Is 41,4; 43,10; 52,6) y con la exhortación no temáis que aparece en textos de manifestación divina (Gn 15,1; Jos 8,1; Dn 10,12.19). Es el segundo intento que hace Jesús para que los discípu­los comprendan: quiere darles confianza, disipando su miedo; no es una aparición ni representa una amenaza para ellos. Es el de siempre, el que, por su amor (3,13), ha constituido con ellos el Israel definitivo.



vv. 51-52. Se montó en la barca con ellos y el viento cesó. Su estupor era enorme, pues no habían entendido cuando lo de los panes; pero su mente estaba obcecada.

Jesús sube a la barca. Por el mero hecho de estar con ellos, el viento cesó (cf. 4,39), es decir, su presencia y su palabra invalidan los fundamen­tos de la postura de los discípulos. Ya no pueden sostener que era una aparición: están ante un Jesús que se ha manifestado como Hombre-Dios. Quedan estupefactos y desconcertados ante lo inexplicable. No tie­nen argumentos que oponer, pero no rectifican. El episodio de los panes no les ha enseñado la calidad mesiánica de Jesús, antes al contrario, la esperanza de triunfo los ha fijado aún más en las categorías del judaís­mo. La obcecación (cf. 3,5, de los fariseos) corresponde al viento contra­rio (48).

COMENTARIO 2

Tres veces aparece Jesús orando en el evangelio de Marcos. La primera, después del primer día de actividad en Cafarnaún, cuando expulsó un demonio de la sinagoga, curó a la suegra de Simón y sanó a muchos; la segunda, después de dar de comer a la multitud; la tercera será en el huerto de Getsemaní. En las tres está en juego la verdadera imagen de un Mesías que no se queda en el triunfo fácil, ni en el éxito logrado, sino que considera que el verdadero triunfo se consigue cuando se entrega la vida para dar vida.

Por eso, cuando en Cafarnaún los discípulos le dicen «todo el mundo te busca», Jesús les dice: «vámonos a otra parte a predicar también allí, pues para eso he salido». No hay tiempo para recoger éxitos y aplausos, pues hay mucha misión por delante.

Cuando da de comer a la multitud en territorio judío, Jesús despide a la gente e invita a los discípulos a hacer la travesía del mar hasta llegar a las paganos, que están a la otra orilla, a quienes hay que anunciar también el Evangelio.

En el huerto, la tercera vez, Jesús pide a Dios aceptar el duro camino de la cruz para abrir un sendero de vida para todos. Esta es la decisión que Jesús toma en oración con el Padre. Tal vez en aquella ocasión pediría a Dios que sus discípulos aceptasen seguir el mis­mo camino. Los veía tan poco identificados con este proyecto, que, mientras Él oraba, se durmieron.

1. J. Mateos-F. Camacho, Marcos. Texto y Comentario. Ediciones El Almendro. Córdoba

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-10. Reflexión

Cuando las olas de la vida se levantan con ímpetu sobre nuestra pobre vida, incluso nos puede parecer que el mismo Jesús pasará de largo dejándonos a merced del viento. El evangelio de hoy nos muestra que Dios siempre está con nosotros, que “viendo nuestros esfuerzos” por alcanzar la orilla, se pone en camino para rescatarnos y llevarnos a puerto seguro. Es importante darnos cuenta del esfuerzo que estaban haciendo los discípulos. Lo mismo Dios nos pide simplemente cooperar a su gracias, que no es otra cosa que hacer lo que está en nuestras manos, con la confianza puesta en que él mismo completará la obra y nos sacará de la crisis. Por ello, nunca te sientas ni solo ni defraudado, las crisis nos sirven para crecer y para aprender a confiar totalmente en Dios.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-11. Reflexión

Después de la multiplicación de los panes Jesús ofrece otra manifestación de su misión calmando la tempestad sobre las aguas. Una vez más sus discípulos son los protagonistas de este pasaje y aún no acaban de entender lo que pasó con los panes, y enseguida son testigos de cómo Jesús camina sobre las aguas.

En nuestra vida también pasamos por el miedo que experimentaron aquella noche los discípulos, a pesar de ser expertos pescadores. A nuestra barca particular, y también a la barca de la Iglesia le vienen vientos fuertes en contra y tenemos miedo de zozobrar. Sin embargo, del mismo modo como para aquellos apóstoles, la paz y la serenidad nos vendrán de que admitamos a Jesús junto a nosotros. Sólo así podremos oír que nos dice: “ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.

Este “no tengáis miedo” va dirigido cantidad de veces por Yahvé en el Antiguo Testamento, y por Jesús otras tantas en el Nuevo Testamento a los llamados a realizar alguna misión. Y hoy nos interpela a nosotros. Es además una de las consignas que el Papa Juan Pablo II ha ido repitiendo en las diversas partes del mundo a unas comunidades cristianas que están asustadas por las dificultades del momento presente.

Por tanto, hoy Cristo nos invita a permanecer en su amor y a ser fuertes ante las dificultades. Porque Él está con nosotros y sólo con Él seremos capaces de vencer los vientos más fuertes que arrecien contra nuestra barca.


2-12. DOMINICOS 2004

Dios nos amó. Amémosnos

Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Él. En el amor no hay temor. El amor perfecto expulsa el temor (Juan)


Esos son los pensamientos fundamentales que hoy podemos meditar en la celebración litúrgica. Cuantos hemos celebrado la Natividad del Señor, Hijo de Dios hecho hombre por amor a las criaturas, debemos borrar de nuestro diccionario religioso toda clase de temor servil que nos ponga en situación espiritual de esclavos ante Dios, como si éste fuera déspota dominador de nuestras vidas.

Somos hijos del amor y de la luz. Y nuestro camino espiritual o de santificación se va construyendo con piedras sólidas de fidelidad, caridad, generosidad, solicitud por los demás, con reconocimiento y alabanza del Creador y Padre nuestro.


La luz de la Palabra de Dios
Primera carta de san Juan 4, 11-18:
“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca.

Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.

En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo.

Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios...”

Evangelio según san Marcos 6, 45-52:
“Después que se saciaron los cinco mil hombres {con cinco panes y dos peces}, Jesús apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente.

Y después de despedirse se retiró al monte a orar.

Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago, y Jesús solo en tierra.

Viendo el trabajo con que remaban..., va hacia ellos, andando por el lago y haciendo ademán de pasar de largo. Ellos... pensaron ver un fantasma y dieron un grito... Pero él les dirigió la palabra y les dijo: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo...”


Reflexión para este día
Nuestro Dios es y se llama Amor.
Dios es el que es. No tiene nombre. Es inefable. Sin embargo nosotros sentimos necesidad de darle nombre. Así podemos expresar en nuestro lenguaje muchas cosas. Expresamos cómo lo vemos en relación con la obra de la creación que está ante nuestros ojos, y así lo llamamos Dios creador. Expresamos cómo lo vemos especialmente en la obra de nuestra creación, y así lo llamamos Dios hacedor del hombre a su imagen y semejanza. Expresamos cómo lo vemos en la obra de nuestra restauración o re-creación por medio de Cristo, y así lo llamamos Dios Trinidad: Dios Padre, que envía a su Eterno Hijo, que se encarna por obra de Dios Espíritu Santo.

Y no contentos con eso, viendo que la obra de la creación y redención es obra de sabiduría y amor, decimos que Dios es inteligencia pura e infinita y amor inagotable.

En realidad, si Dios es nuestro padre, podemos llamarle como queramos con palabras gratitud y amor, porque él nos entiende y ama; pero hemos de hacerlo comprometiéndonos a obrar entre nosotros como personas que se aman al modo como Él nos amó.

Entremos en el corazón de Cristo y en las entrañas del Padre, y vivamos la experiencia de estar en Dios y Dios en nosotros, aún en medio de las adversidades más crueles que nos hieran el alma.


2-13.

Comentario: Rev. D. Melcior Querol i Solà (Ribes de Freser-Girona, España)

«Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar»

Hoy, contemplamos cómo Jesús, después de despedir a los Apóstoles y a la gente, se retira solo a rezar. Toda su vida es un diálogo constante con el Padre, y, con todo, se va a la montaña a rezar. ¿Y nosotros? ¿Cómo rezamos? Frecuentemente llevamos un ritmo de vida atareado, que acaba siendo un obstáculo para el cultivo de la vida espiritual y no nos damos cuenta de que tan necesario es “alimentar” el alma como alimentar el cuerpo. El problema es que, con frecuencia, Dios ocupa un lugar poco relevante en nuestro orden de prioridades. En este caso es muy difícil rezar de verdad. Tampoco se puede decir que se tenga un espíritu de oración cuando solamente imploramos ayuda en los momentos difíciles.

Encontrar tiempo y espacio para la oración pide un requisito previo: el deseo de encuentro con Dios con la conciencia clara de que nada ni nadie lo puede suplantar. Si no hay sed de comunicación con Dios, fácilmente convertimos la oración en un monólogo, porque la utilizamos para intentar solucionar los problemas que nos incomodan. También es fácil que, en los ratos de oración, nos distraigamos porque nuestro corazón y nuestra mente están invadidos constantemente por pensamientos y sentimientos de todo tipo. La oración no es charlatanería, sino una sencilla y sublime cita con el Amor; es relación con Dios: comunicación silenciosa del “yo necesitado” con el “Tú rico y trascendente”. El gusto de la oración es saberse criatura amada ante el Creador.

Oración y vida cristiana van unidas, son inseparables. En este sentido, Orígenes nos dice que «reza sin parar aquel que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos considerar realizable el principio de rezar sin parar». Sí, es necesario rezar sin parar porque las obras que realizamos son fruto de la contemplación; y hechas para su gloria. Hay que actuar siempre desde el diálogo continuo que Jesús nos ofrece, en el sosiego del espíritu. Desde esta cierta pasividad contemplativa veremos que la oración es el respirar del amor. Si no respiramos morimos, si no rezamos expiramos espiritualmente.


2-14.

Cánticos de Salomón
(texto cristiano de principio del siglo II

“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”

Mi gozo es el Señor, y mi alma tiende a él.
Hermosa es la ruta hacia el Señor, pues él me sostiene.
Se da a conocer él mismo en su simplicidad;
su benevolencia es más grande que su majestad. Se hizo semejante a mí para que le acoja; se hizo semejante a mí para que me revista de él.
Su vista no me espanta, pues él es la misericordia.
El tomó mi naturaleza para que yo le conozca, y asumió mi rostro para que no me aparte de él.
El Padre de la sabiduría es el Hijo de la sabiduría.
El que creó la sabiduría es más sabio que las criaturas.
El que me creó sabía antes que yo existiese lo que haría yo una vez llamado a la existencia.
Por esto tuvo misericordia de mí y me dio la posibilidad de dirigirme a él en la oración y participar de su sacrificio.

Sí,Dios es incorruptible, es la plenitud de los mundos y es su Padre. El se manifestó a los suyos para que conocieran a su hacedor, y no pensasen que tienen en ellos mismos las raíces de su origen.
El ha abierto un camino hacia el conocimiento, ha ensanchado el conocimiento, lo ha prolongado y conducido a su perfección.
El ha marcado el conocimiento con las huellas de su luz, desde el principio hasta el fin, porque el conocimiento es obra suya.

El se ha complacido en su Hijo. A causa de la salvación ejerce su omnipotencia y el Altísimo será conocido por los santos;
Para anunciar la venida del Señor a los que cantan, para que salgan a su encuentro y le alaben gozosos.


2-15.

Los discípulos, solos en la barca, todavía están digiriendo lo que ha pasado con la multiplicación de los panes. Todavía no comprenden. Están en el comienzo del proceso de su travesía espiritual. Ese es el simbolismo de la barca en el lago. Nuestra vida en el mundo. Dice el evangelio que ellos estaban remando con trabajo pues había viento contrario. Esto aumentaba el miedo de ellos. Primero no comprenden el milagro, se sienten aturdidos; y para colmo tienen que enfrentarse a vientos contrarios. Es así para muchas personas en nuestras vidas. Hemos conocido de Dios, hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador en nuestras vidas, pero todavía estamos en el comienzo de la travesía. No comprendemos muchas cosas que pasan en ella; y, ante cualquier viento contrario tenemos miedo. El evangelio nos comunica una buena noticia para esos momentos en que la travesía parece endurecerse por lo contrario del viento. Dice la palabra que Jesús miraba a los discípulos desde tierra mientras ellos estaban en medio del lago. Él ve el esfuerzo con el que está remando y decide ir hacia ellos. Debemos tener fe. Jesús está mirando la situación por la cuál estamos pasando, ya sea individualmente o como colectividad. Él vendrá en nuestro auxilio, se dará prisa en socorrernos.

Pidamos a Dios que nos llene de su amor para estar atentos a la llegada de Jesús en medio de la tribulación y podamos invitarlo a subir a nuestra barca.

Dios nos bendice,

Miosotis


2-16. 2004

LECTURAS: 1JN 4, 11-18; SAL 71; MC 6, 45-52

1Jn. 4, 11-18. Entre Dios y nosotros hay algo en común: Él nos ama; y nosotros amamos a nuestros hermanos. El amor hacia los demás es el lazo de unión entre Dios y nosotros. Entre más perfecto sea ese amor, más llegaremos a la perfección en Dios. Por eso: Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. Quien quiera identificarse con Cristo, Hijo de Dios, debe llegar a la perfección en el amor. Entonces, junto con Cristo, será heredero de los bienes eternos. Quien ama no hace mal al ser amado, sino que busca su bien en todo. El que ama no puede vivir pecando, pues el pecado es una forma de rechazo del ser amado. Amemos, para que así Dios permanezca en nosotros y nosotros en Dios. Entonces, en el día del juicio estaremos tranquilos, pues nuestra conciencia nada nos recriminará, en razón de haber vivido, en esta vida, como Jesucristo vivió: amando hasta dar la vida por nosotros; así nosotros nos hemos de amar los unos a los otros.

Sal. 71. Es el Señor quien tiene misericordia de los pobres y desvalidos. Ante Dios no hay acepción de personas, pues Él es el Creador de todos. Si aquí en la tierra muchos se han aprovechado de sus hermanos y los han precipitado a la ruina, o se han aprovechado de ellos para sus propios intereses, o los han explotado como si fueran animales, Dios se ha puesto de parte de los pobres y de los humildes para librarlos de la mano de los poderosos y salvarles la vida. Finalmente el Espíritu del Señor está sobre su Mesías; y lo ha ungido para evangelizar a los pobres y para liberar a los cautivos de su prisión. La Iglesia de Cristo continúa esa obra de salvación siguiendo las huellas de su Señor.

Mc. 6, 45-52. Ojalá y no nos quedemos sólo admirando a Jesús, sino que lo reconozcamos como nuestro Dios y como nuestro Salvador. Hay muchas cosas que, al embotar nuestro espíritu y nuestro corazón, nos impiden abrir los ojos ante Aquel que es nuestro Salvador. Ojalá y no lo dejemos pasar de largo junto a nosotros, sino que lo recojamos en la barca de nuestra vida, para que nos acompañe y nos ayude a darle su verdadero sentido, su verdadera dimensión a nuestra existencia. Nuestra oración sólo tendrá sentido en la medida en que nos acerquemos a todo hombre que sufre para ayudarle a salir de sus miserias y hacer que sus momentos tormentosos se calmen. No podemos pasar de largo ante aquellos que viven en condiciones infrahumanas azotados por la pobreza. Si queremos ser para ellos un signo claro de Cristo será porque habremos llegado hasta ellos y les hayamos dado ánimo para seguir luchando para darle un nuevo rumbo a su vida; pues, junto con ellos, trabajaremos para transformar nuestro mundo en algo más justo, más digno y más fraterno.

Que Dios es amor no podemos negarlo cuando, reunidos en esta Eucaristía, celebramos el Memorial de su Pascua, de su entrega por nosotros. Así nos ha demostrado el gran amor que nos tiene. Por medio de su encarnación, el Hijo de Dios se hizo cercano a nosotros en medio de todos los males que muchas veces nos han aquejado. Él no se quedó en el cielo, contemplándonos cómo caminábamos penosamente por la vida, oprimidos por el mal o por personas deshonestas y egoístas. Él bajo de su cielo y se puso junto a nosotros, no para infundirnos terror conforme a imágenes equivocadas que de Él hubiésemos podido tener, sino para tener misericordia de nosotros y darnos su paz. Hoy se hace cercanía a nosotros en la sencillez de un mendrugo de pan y un poco de vino convertidos en su Cuerpo y en su Sangre, con todo su poder salvador de Dios. No tengamos miedo de ir hacia Él; Él jamás se volverá en contra nuestra, sino que siempre estará dispuesto a perdonarnos y a recibirnos en la celebración festiva del banquete de su Reino.

¿Cómo demostramos ante los demás que nosotros hemos nacido de Dios? ¿porque los amamos como Dios nos ha amado a nosotros? Dios quiera que así sea. Pues, efectivamente, no sólo nos hemos de dejar amar por Dios; quienes tenemos a Dios por Padre debemos amar a los demás como Dios nos amó a nosotros. Por eso no podemos convertirnos en una mala imagen del poder salvador de Dios aterrorizando a los demás con actitudes contrarias al Evangelio. No podemos echar a perder las conciencias de inocentes, no podemos destruir a nuestro prójimo acabando con su paz, con su felicidad, con su seguridad y continuar llamándonos hijos de Dios. El Señor nos quiere cercanos entre nosotros, como hermanos, para buscar el bien unos de otros. Quien nos dé cabida en su corazón es porque va a encontrar en nosotros no una tormenta, sino la paz. Quienes acudimos al Monte Santo a orar no podemos vivir desligados de las angustias y tristezas que aquejan a buena parte de la humanidad. Regresados a nuestra vida ordinaria vamos con el poder y el Espíritu del Señor para fortalecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes, para devolver la esperanza a los decaídos y la alegría a los tristes, pues llegaremos amándolos con el mismo amor que Dios nos ha tenido y que ha infundido en nuestros corazones.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de ser un signo del amor de Dios para nuestros hermanos, especialmente para los más desprotegidos, para los que sufren y para quienes han perdido el sentido de su propia vida, para que, recuperando la paz en Cristo, nos encaminemos juntos a la posesión de la Patria eterna. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-17. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

“Tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz" , dice el biógrafo de San Eulogio de Córdoba cuya memoria libre propone hoy el calendario litúrgico. ¡Qué gran milagro! ¡Sacar a los hombres de su miseria! ¡Elevarlos al reino de la luz! Para tener esta gracia supongo que tuvo que descubrir al Jesús capaz de andar sobre el lago y dejarse tocar por sus palabras: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo” .

Ciertamente no deberíamos tener miedo cuando se trata de reconocer a Cristo, sobre todo en medio de noches cerradas, con el viento en contra. Reconocerle, descubrirle, fiarse sin miedo de Él, ilumina toda la existencia. Nos saca de nuestras miserias y nos lleva al reino de la luz. Reino de gozo y esplendor en el que desaparece todo temor y aletea el Espíritu del Amor, el Espíritu del Hijo. Quien experimenta este Reino permanece en el Amor y, por tanto, permanece en Dios. Un Dios que no hemos visto, pero sí hemos conocido por el Amor. El Hijo del Altísimo, manifestado a todas las gentes, nos muestra el Amor de Dios. Como dice la 1ª Carta de Juan, nos muestra que Dios es Amor, igual que es Espíritu, Vida y Luz.

Que lleguemos al dominio de la Luz, al lugar de la Vida, al señorío del Amor. Para confinar toda tiniebla, desterrar toda muerte y proscribir todo odio de este mundo.

Si necesitamos algún “Eulogio”, aunque no sea de Córdoba, no dudemos: fiémonos de su gracia. De cualquier modo, salgamos de nuestras miserias para llegar.

Vuestro hermano en la fe,
Luis Ángel de las Heras, cmf ( luisangelcmf@yahoo.es )


2-18. ARCHIMADRID 2004

EL APOSTOLADO O EL MIEDO A CREER

“Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo”. La palabra “apostolado” no es precisamente una de las empleadas en el vocabulario del cristiano. Cuando los discípulos de Jesús recibieron ese mandato imperativo de ir al mundo entero y predicar el Evangelio, seguro que no se pararon a pensar qué podía significar ser apóstoles; simplemente habían sido testigos de algo maravilloso: en Cristo se habían cumplido todas las promesas anunciadas durante siglos, y habían reconocido en Él (con su vida, muerte y resurrección), al verdadero Mesías. Era necesario que todos conocieran tan gran noticia… todos sin excepción.

“No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor”. Cuando los “respetos humanos” (el “qué dirán”, “caeré bien”, “me mirarán de otra manera”, “qué pensarán de mí”…) se apoderan de nuestras acciones, entonces ser apóstol (vocación que tenemos todos los cristianos por el mero hecho de estar bautizados) se vuelve una carga insoportable y, en la mayoría de las ocasiones, algo absurdo que no está acorde con los tiempos de hoy. Resulta sorprendente ver la sensación de ridículo que tienen tantos católicos cuando se les acusa (o acosa) por ser tales. ¿Cuál es el problema?: que el amor se vuelve escaso. Creemos que la sociedad, la familia, los amigos, o el primero que nos encontremos por la calle, nos va a mirar mal, o se van a reír, si confesamos nuestra condición de creyentes y convencidos seguidores de Jesús. En definitiva, no nos creemos que Cristo viva en nosotros, y que gracias a Él nuestra vida tenga verdadero sentido. Tenemos miedo, y ese miedo proviene de nuestra falta de fe.

“Después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar”. ¿Cómo es posible que Jesús, el Hijo de Dios, necesitara de la oración? Son muchos los pasajes del Evangelio en los que se nos habla de cómo Jesús pasaba ratos en oración… y a veces noches enteras. Así pues, rezar no es sólo para gente con “problemas”: de la misma manera comemos todos los días, o que necesitamos respirar, también el alma necesita de su alimento vital para poder subsistir, y esto no es una mera analogía sin más; se trata de algo verdaderamente esencial para avivar nuestra fe y dar sentido a nuestro apostolado.

“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Estas palabras de aliento siempre las encontraremos en medio de las pequeñas y grandes dificultades. Cuando pienses que has sido “dejado de la mano de Dios”, vuelve a tu interior y reza. Comprenderás que todo aquello que estás pasando ya lo experimentó el propio Jesús aquí en la tierra: incomprensiones, insultos, falsos juicios, difamaciones, soledad, padecimientos físicos… y muerte cruenta. ¡No estamos solos!, y no ha motivo para tener miedo. Ya decía San Pablo: “Si Cristo está con nosotros, ¿quién actuará en contra nuestra?

Y una vez vencido el miedo y puestos en oración, el apostolado se desprenderá también, de forma natural, de nuestro propio obrar y sentir. Una conversación, un comentario en el trabajo, un momento de diversión, un diálogo con los hijos o los nietos, una pequeña diferencia con tu mujer o tu marido… cualquier situación es idónea para que los demás vean en nosotros, no un obstáculo, sino una manera fácil para llegar a Dios. No pongamos obstáculos a la gracia, y veamos en los que nos rodean almas, no gente anónima sin más; almas que necesitan perder el miedo, como lo tuvimos nosotros, y que han de fortalecer su fe mediante la oración.


2-19. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1Juan 4,11-18: Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros
Salmo responsorial: 71: Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
Marcos 6,45-52: Lo vieron andar sobre el lago

«A Dios nadie lo ha visto nunca». He ahí un Juan desconocido y como que «secularizado». ¿A Dios no lo ha visto nadie nunca? ¿No está negando Juan la revelación, las visiones místicas, las apariciones, los oráculos de los profetas que dicen haber escuchado la voz de Dios o visto su rostro...? Juan dice: todo eso es inseguro, hasta engañoso. Puede ser una ilusión, un espejismo, una fantasía, un error de percepción. Lo seguro, lo único seguro, es -una vez más- el amor. Si nos amamos, ahí, en el amor que nos tenemos, está Dios. El amor es la prueba que atrapa a Dios, como el «cuerpo del delito».

Quien permanece en el amor, permanece en Dios. Es, de nuevo, como una «guía para el encuentro con Dios». Juan no da otras indicaciones ni se fía de otras pistas. Para él la pista segura, la definitiva, es -una vez más- el amor. Si queremos estar seguros de «permanecer» con seguridad en Dios, hay que permanecer en el amor.

En el fondo se trata de un mensaje que está por encima de una práctica religiosa concreta, incluso de una religión concreta... Nos quiere decir: más allá de una religión u otra, más allá de unas pruebas religiosas u otras, de unas u otras prácticas religiosas, lo verdaderamente seguro, es simplemente que nuestra vida sea realmente una donación amorosa a los demás, en el cariño a los más cercanos, en la lucha por la Justicia para todos, en el amor gratuito a los más menesterosos. Quien camina por ese camino, está en lo cierto, «permanece en Dios». Seguro.


2-20.

Temas de las lecturas: Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros * Lo vieron caminar sobre el agua.

1. El amor perfecto expulsa el temor
1.1 El amor hace visible a Dios, pues "a Dios nadie lo ha visto nunca; si nosotros nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros". Sucede así porque el amor hizo visible a Dios, según las palabras del arcángel a la Santa Virgen: "el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35). La carne de Jesús es la manifestación visible, el punto hacia donde nuestros ojos pueden dirigirse cuando quieren saber qué significa "amor".

1.2 Ahora es nuestra carne, es nuestra conducta, nuestro modo de ser en este mundo, quien irradia el misterio divino. Hemos recibido la vida "que se ha manifestado" (1 Jn 1,2) y por eso manifestamos esa vida como la manifestó Jesús, en el amor de unos por otros. Es el fruto natural de aquello que hemos recibido creyendo en al Autor de la vida. De esta manera, la fe se vuelve amor; la escucha a la Palabra se vuelve obediencia a sus mandamientos; la profesión de la fe se vuelve un modo de ser y vivir.

1.3 Es lógico entonces afirmar que quien permanece en este amor que brota de la revelación divina lleva a Dios en sí, y quien le tiene no le teme. No tememos la llegada porque ya nos gozamos en la presencia. Y sin embargo, es más lo que esperamos que lo que tenemos. Esperamos el día del juicio, pero ese juicio no cambia sino que perfecciona lo que ya sido juzgado y expulsado de nosotros, es decir, el pecado y al autor del pecado. No tememos porque ya hemos pasado por ese juicio y ese juicio fue libertad para nosotros y castigo para la maldad que nos hacía daño.

2. Las otras epifanías
2.1 Estos días posteriores a la solemnidad de la Epifanía tienen sus ecos, y esto se ve particularmente en los textos evangélicos que la Iglesia nos regala para la Santa Misa.

2.2 Hay en esta escogencia un hecho muy bello. Si recordamos, las lecturas del adviento nos hablaban precisamente de cómo habrían de manifestarse la fidelidad y la misericordia de Dios en el Mesías. Lo que estamos leyendo es el cumplimiento de esas promesas. De ese modo, cabe decir que la epifanía es la sobreabundante respuesta al adviento.

2.3 Ayer escuchábamos el relato de la multiplicación de los panes. Una epifanía maravillosa de la bondad de Dios pero también un mensaje claro sobre su majestad, que no tiene fronteras. Hoy, de algún modo, el milagro se prolonga. Cristo se acerca a la barca caminando sobre el agua. Apenas podemos imaginarnos lo que esto significaba para aquellos galileos, herederos del pavor judío hacia las masas de agua. El pánico les hace gritar como niños aterrados, y es necesaria la voz de Jesús para que recobren la calma, no sin dejar de notar que el viaje se ha acortado misteriosamente.

2.4 Estamos, pues, ante una espectacular epifanía digna de una película de ficción. Mas ya sabemos que a Jesús no le interesa la ostentación; no es ése su móvil entonces cuando se acerca a ellos de un modo tan particular. Yo aventuro una hipótesis.

2.5 Cristo quería llevarlas a las tierras de sus miedos. También el miedo necesita ser evangelizado. El terror reporta poder sobre la raza humana y es capaz de adueñarse de nuestras decisiones y preferencias. Cristo se hace presente en ese "mar" de nuestros terrores más profundos para "exorcizar" de nosotros la fuerza que la oscuridad, la ignorancia y las tradiciones populares han alcanzado. Él es el Señor, y su señorío no puede ni debe entenderse por el viento, el mar, los recuerdos o las historias que van de boca en boca. Sólo es el Rey. Sólo Él.


2-21.

Reflexión

Cuando las olas de la vida se levantan con ímpetu sobre nuestra pobre vida, incluso nos puede parecer que el mismo Jesús pasará de largo dejándonos a merced del viento. El evangelio de hoy nos muestra que Dios siempre está con nosotros, que “viendo nuestros esfuerzos” por alcanzar la orilla, se pone en camino para rescatarnos y llevarnos a puerto seguro. Es importante darnos cuenta del esfuerzo que estaban haciendo los discípulos. Lo mismo Dios nos pide simplemente cooperar a su gracia, que no es otra cosa que hacer lo que está en nuestras manos, con la confianza puesta en que él mismo completará la obra y nos sacará de la crisis. Por ello, nunca te sientas ni solo ni defraudado, las crisis nos sirven para crecer y para aprender a confiar totalmente en Dios.

Pbro. Ernesto María Caro


2-22. Jesús caminando por el mar

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexion

Una constante en Jesucristo es que cuando se encuentra solo toma ese tiempo para platicar con su Padre. ¿Cuánto desearía Cristo estos momentos de oración? Por eso despide a sus discípulos y se preocupa de que los demás vayan tranquilos a sus casas. ¿Qué amor tiene Dios por sus hijos, que los despide uno a uno deseándoles lo mejor para el viaje? Imagínate que es Dios amoroso quien te invita todos los días a vivir cerca de Él. Dios nos da un ejemplo grandísimo: después de un día lleno de trabajo, se aleja en la montaña para orar. Eso hay que hacerlo todos los días, al final de la jornada, para agradecer de la manera más fácil a Dios por los beneficios recibidos.

Es Él realmente quien viene a nuestro encuentro en los momentos de dificultad. Viene como un Padre amoroso que quiere ayudarnos. Por eso no nos sintamos como los apóstoles, que ante el cansancio de una noche de trabajo no le reconocemos al acercarse. El nos dice: “Ánimo, no temáis”. Por lo tanto, refugiémonos en la fe, porque ella nos dará la certeza de estar siempre cerca de Cristo y que Él nunca nos abandonará.