VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

 

LECTURAS 

1ª: Jr 20, 10-13 = DOMINGO 12A

2ª: Jn 10, 31-42 


1.

En el evangelio de hoy, nos encontramos de nuevo ante el complot que, esos días, se trama contra Jesús y que acabará en su arresto.

La figura de Jeremías y su plegaria, evocan un contexto equivalente.

-Escucho los denuestos de la muchedumbre.

Jeremías. Jesús.

Dos justos que sufren.

Es el misterio del Cuerpo Místico de Cristo: nosotros, pobres seres humanos, somos los «miembros del Cuerpo de Cristo» de Cristo sufriente, perseguido. Jeremías perseguido, era ya Jesús perseguido.

En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8)

Pero también, todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Un hombre escarnecido, abucheado por la multitud, traicionado por sus amigos, puede hacer que capte yo mejor lo que sucedió con Jesús.

-«¡Terror por doquier! ¡Denunciadle! ¡Denunciémosle!»

Efectivamente, Jesús vivió momentos de esa índole.

Momentos de "terror". El hombre acorralado.

Cercana ya la Semana Santa, no debemos tratar de evitar esa contemplación. Es preciso procurar imaginarnos el clima que se iba desarrollando alrededor de Cristo, y que forzosamente repercutía en su alma. No podemos pensar que se dejara abatir por el desánimo... y sin embargo era un hombre del cual el evangelio mismo deja entrever su hastío y su profunda pena.

-Todos aquellos que eran mis amigos...

Esta fue una de las mayores penas de Jesús: el abandono de sus amigos... su cobardía.

Me detengo para contemplar los sentimientos de Jesús.

Trataré de vivir más íntimamente contigo, la semana próxima.

-Pero el Señor está conmigo...

La intimidad con Dios, en las horas más graves es el único recurso. Concédeme esta gracia en medio de mis propias angustias y a la hora de mi muerte. Concede esa gracia a todos los que están "aplastados".

Incluso ese consuelo puede fallar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

-A ti he confiado mi causa.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...»

A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Eso puede provenir de nuestros propios pecados, de nuestros límites humanos... Puede proceder de los pecados de los demás, cuyas consecuencias sufrimos...

La desgracia no prueba que se ha cometido el mal y que de él sea el castigo. Esta explicación seria demasiado sencilla. De hecho Jesús era perfectamente «justo» e «inocente» y sería descabellado pensar que su Padre fue quien le impuso en su situación de crucificado.

No fue así. Sino que, en su situación extrema de crucificado, que procedía del pecado de los hombres, Jesús «confió su causa a Dios... se puso en sus manos».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 158 s.


2.

El evangelio nos presenta un clima de discusión entre los judíos y Jesús. Los judíos quieren obtener de él una declaración franca y clara sobre sus orígenes. Pero instalados en su ortodoxia, no tienen la actitud vivencial de la fe, y aunque vean las obras que realiza y escuchen la proclamación de ser Hijo de Dios, consagrado y enviado por el Padre, no están dispuestos a creer en él.

MISA DOMINICAL 1990/07


3. FE/PREJUICIOS:

Una vez más y con ocasión de la fiesta de la dedicación del Templo, que conmemoraba la victoria de Judas Macabeo con la que el pueblo fue liberado y el templo nuevamente consagrado, Jesús se paseaba por el templo, bajo el pórtico de Salomón. "Los judíos lo rodearon y le dijeron "¿Hasta cuándo nos vas a tener en celo? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez".

Jesús les respondió: "os lo estoy diciendo y no lo creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, están dando testimonio de mí, pero vosotros no me creéis...". "El Padre y yo somos una sola cosa". Jesús dice que su actuación y obra en el mundo se fundamentan en su unidad con Dios. Jesús aspira a una filiación divina" tan singular que, según la opinión de los judíos, parece amenazada la unicidad de Dios, el monoteísmo radical.

Esa concepción judía sigue vigente hasta hoy, y es realmente difícil llegar a un acuerdo en este punto.

La fe cristiana es una fe monoteísta: lo mismo que la fe judía y musulmana; creemos en un solo Dios todopoderoso. Creador de cielo y tierra.

Pero la fe cristiana resalta la singularidad de Jesús frente a todos los hombres por lo que respecta a sus relaciones con Dios. Por esto se empeña en mostrar claramente al no cristiano, sea judío o musulmán, que no pretende poner en entredicho el monoteísmo. Pero la fe cristiana descansa, se apoya, en el testimonio de Cristo, él es el revelador de Dios: "mi doctrina no es mía, sino del Padre que me ha enviado", "todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer". La fe cristiana se transmite, no por evidencia, sino por testimonio. Cristo es testigo del Padre (Jn 3, 11); los apóstoles mensajeros son testigos de Cristo (Hch 1, 8) y muestra fe descansa en su testimonio. Una verdad sobre Dios que no proceda de Cristo no es una verdad divina y una verdad sobre Cristo que no haya llegado a nosotros con el refrendo de los mensajeros autorizados no es una "verdad" cristiana. Cristo es el centro de todo este conocimiento, de todo esta atestiguación, pues si él da testimonio del Padre, también el Padre da testimonio de El (Jn 8,18).

De nuevo los oyentes (como en 8,59) se sienten tan irritaos por la afirmación de Jesús, que toman piedras para tirárselas.

Entienden esa afirmación de Jesús: "El Padre y yo somos una sola cosa" como una blasfemia.

Ahora Jesús, no huye sino que afronta a sus adversarios, resuelto a convencerlos de que están equivocados. Aun sabiendo que ellos se han escandalizado al oírle declarar que es una sola cosa con el Padre, mantiene su afirmación y les llama la atención sobre las "muchas obras buenas" que el Padre le encomendó y que ha llevado a cabo en presencia de ellos; les pregunta en cuál de todas esas obras encuentran motivo para lapidarlo. Los judíos rechazan que quieran matar a Jesús por sus buenas obras. Si pretenden matarlo es a causa de su blasfemia contra Dios, la cual consiste en su pretensión de hacerse a sí mismo Dios, cuando no es más que un simple hombre. Este es el punto clave para ellos.

La "blasfemia contra Dios" está en que Jesús alimenta una pretensión total y absolutamente injustificable y hasta imposible como es la de hacerse Dios no siendo más que un hombre.

"Si no hago las obras de mi Padre no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre".

Las obras que Jesús hace demuestran su unidad con Dios. Deberían dejarse convencer por las obras de Jesús. Pero sus cabezas están llenas de razones y por eso rechazan a Dios en Jesús y acaba matando a Jesús.

A quien es un hombre como ellos, que encima no halaga sus deseos de gloria y de poder, sino que permanece humilde y exigiendo un modo de vida sincero y honrado frente a ese Dios para quien nada hay oculto.

Es difícil. Es imposible cuando se tienen todos esos prejuicios.

Jesús ha dicho que sólo los limpios de corazón verán a Dios. Si no estoy preparado para amar, si no hay en mí un deseo sincero de conocer a Dios, no le veré, aun cuando, como en el caso de estos judíos, se me faciliten todo género de pruebas.

"Si tú me dices, muéstrame a tu Dios, yo te diré a mi vez; muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón" (·Teófilo-SAN, obispo de Antioquía. Miércoles 3ª semana de Cuaresma)


4.

En la paz de Cristo.

-Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle.

Tu pasión, Señor, comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado ... vivir en medio de gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida.

¿Tienes amigos a los que puedas hablar y confiar lo que piensas?

-El Padre está en mi y Yo en el Padre...

Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado. "El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda.

Transparencia total.

-Muchas obras os he mostrado de parte de mi Padre... ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?

Hablan a tu aIrededor de lapidarte... llevan ya las piedras en la mano, pero Tú, en este mismo momento, hablas de "bondad"...

Hablas del Padre.

Hazme vivir en compañía del Padre.

-Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la la blasfemia: porque Tú, siendo hombre, te haces Dios.

Esto será precisamente la "causa de muerte".

En el fondo, los jueces del Sanedrín creerán, sin duda de buena fe, castigar a un verdadero blasfemo... "¡a alguien que dice ser Dios!".

Con los siglos pasados desde entonces, y la obra que dura siempre, nos es difícil imaginar lo que pasaba entonces por su mente. ¡Los judíos de aquel tiempo estaban realmente ante una novedad absoluta e inverosímil! Se comprende que no hayan querido creerle. Tenían delante a un hombre de carne y hueso. ¡Dios había "descendido de su altura", se paseaba, allí, por la calle! ¡Se le podía apedrear!

-Aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo... el Hijo de Dios.

Es así como Tú te presentas.

Es la cumbre de tu enseñanza. Más allá de todas las doctrinas de tipo moral o social, Tú dices una verdad esencial que tiene ramificaciones infinitas.

Dios se ha encarnado.

Dios ha querido vivir la "condición humana" Dios ha realizado, así, la condición humana.

-"Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo

Los Padres de la Iglesia de las primeras edades cristianas, reflexionando sobre el misterio de la Encarnación, se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". Esto no debe engreírnos. No lo hemos merecido. Es un "don de Dios", una gracia. ¡Y una gran responsabilidad!: Exigencia de santidad. Llamada a la perfección.

Vocación al amor absoluto. El ideal del hombre es nada menos que Dios.

Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 162 s.


5.

1. A una semana del Viernes Santo, el primer día del Triduo Pascual, de nuevo aparece Jeremías como figura de Cristo Jesús en su camino de la cruz. Con unas situaciones muy parecidas a las que meditábamos el sábado de la cuarta semana de Cuaresma. A Jeremías -que cuando fue llamado por Dios a su vocación de profeta era un muchacho de menos de veinte años- le tocó anunciar desgracias y catástrofes, si no se convertían. El suyo fue un mensaje mal recibido por todos, por el pueblo, por sus familiares, por las autoridades. Tramaron su muerte, y él era muy consciente de ello.

Pero en la página de hoy se ve que, a pesar del drama personal que vive -y que en otras páginas incluso adquiere tintes de rebelión contra Dios-, triunfa en él la oración confiada en Dios: «el Señor está conmigo... mis enemigos no podrán conmigo... el Señor libró la vida del pobre de manos de los impíos».

Jeremías representa a tantas personas a quienes les toca sufrir en esta vida, pero que ponen su confianza en Dios y siguen adelante su camino. De tantas personas que pueden decir con el salmo de hoy: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó».

2. Contra Jesús reaccionan más violentamente aun que contra Jeremías. Sus enemigos de nuevo agarran piedras y le quieren eliminar. Es el acoso y derribo.

Una vez más se suscita el tema crucial: «blasfemas, porque siendo un hombre, te haces Dios». Por eso le quieren apedrear. Su «yo soy» escandaliza a los judíos. Los razonamientos de Jesús están llenos de ironía: «¿por cuál de las obras buenas que he hecho me queréis apedrear?», «¿no está escrito en la ley (salmo 82,6): sois todos dioses, hijos del Altísimo?».

En parte, Jesús les da la razón. Si él no probara con obras que lo que dice es verdad, serian lógicos en no creerle: «si no hago las obras de mi Padre, no me creáis». Pero sí las hace y por tanto no tienen excusa su ceguera y su obstinación. Otras veces le tachan de fanático, o de endemoniado, o de loco. Hoy, de blasfemo. Cuando uno no quiere ver, no ve.

Menos mal que «muchos creyeron en él».

3. Nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días.

Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jeremías, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: «me cercaban olas mortales, torrentes destructores».

Ojalá no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó... yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi libertador... desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos». Como tuvo confianza Jeremías. Como la tuvo Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en Dios su Padre: «mi alma está triste hasta la muerte... no se haga mi voluntad sino la tuya... a tus manos encomiendo mi espíritu».

Es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua.

«Mis amigos acechaban mi traspiés» (1ª lectura)

«El Señor está conmigo, como fuerte soldado» (1ª lectura)

«En el peligro invoqué al Señor y me escuchó» (salmo)

«El Padre está en mi y yo en el Padre» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 105-107


6.

Primera lectura : Jeremías 20, 10-13 A ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él
Salmo responsorial : 17, 2-3a.3bc-4.5-6.7 En el peligro invoqué al Señor y me escuchó
Evangelio : Juan 10, 31-42 ¿No está escrito en la ley de ustedes: "Yo se lo digo: ustedes son dioses"?

Tener la ilusión de llegar a ser hijo de Dios puede ser para unos una utopía, mientras para otros puede convertirse en una blasfemia. Todo depende del tipo de Dios en que se crea. Y Jesús sentía a Dios como un Padre. Se veía a las claras que su espiritualidad estaba marcada por el texto fundamental del Génesis: "Hizo Dios al ser humano -hombre y mujer- a su imagen y semejanza" (1, 27), es decir, lo hizo como si fuera un hijo suyo.

Siempre que Jesús hablaba de Dios, pensaba en un Dios que, por ser Padre, lo amaba a él como a un hijo. Jamás Jesús negó a los demás seres humanos este mismo privilegio.

Por lo mismo, para Jesús todo ser humano -hombre o mujer- era hijo de Dios y podía llegar a identificarse con este Padre en la medida en que amara como este Padre lo hacía.

El problema de la divinidad de Jesús, en términos de una filiación que se obtenía por naturaleza, fue un planteamiento de la comunidad primitiva pospascual, después de que la resurrección lo planteó y lo demostró. El evangelista Juan, lo mismo que los evangelistas sinópticos, cuando narraban episodios de la vida de Jesús, proyectaban en la vida terrenal de su Maestro esa fe en su divinidad que ellos habían logrado adquirir sólo después de la resurrección.

No podemos abandonar el planteamiento sencillo que Jesús quiso hacer a las personas que lo seguían: para un hijo la mayor alegría es hacer las obras de su padre. A Jesús le ilusionaba parecerse a su Padre Celestial. Por eso hacía las obras que sabía eran del agrado del Dios de la justicia. Por eso, si trataban de matarlo, debía quedar claro por cuál de aquellas obras lo condenaban. Y la conclusión era obvia: lo iban asesinar, porque las obras de justicia que él realizaba, que eran las que Dios haría, ponían en evidencia el pecado del mundo», la injusticia de los dirigentes judíos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

Está bien; el conflicto sigue, aún se ven las piedras que toman los judíos para lanzarlas a Jesús; se constata el peligro que corre la persona de Jesús. Pero vamos a presenciar la defensa que él mismo hace y el final, casi de película rosa: el protagonista gana esta vez: muchos creyeron en él.

¿Qué llegarán a ser los que escuchan la Palabra que Dios envía? Serán dioses. Pero, a veces, nos obstinamos en lo de abajo. Nos contentamos con comer, nosostros que estamos hechos para la altura y la belleza de Dios. Recordemos la parábola del aguilucho que se crió en el gallinero: no podía aceptar el sentir en sus alas el llamado de la altura y se resignaba a picotear el piso. Así somos en la mayoría de los casos. No nos creemos la posibilidad que se nos da, no arriesgamos, no asumimos la Palabra con lo que ella implica y nos quedamos en la crítica.

Al final, de todas maneras, la Palabra tiene que huir al otro lado del Jordán, allá, donde Juan bautizaba, donde Jesús fue ungido por el Espíritu para anunciar Buenas Nuevas, donde se inicia la vida pública. La palabra se esconde porque no queremos aceptar la gran oportunidad.

¿Qué actitud tenemos nosotros hoy ? ¿Seguimos encasillados ? ¿Buscamos la Palabra ? ¿Tenemos el espíritu y la gana y la garra de asumir eso de ser "dioses" ?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Muchos hombres quieren creer y no pueden, no acaban de ver. Otros no quieren creer. Otros nos saben si podrían creer. Algunos judíos del tiempo de Jesús -Jesús los conocía bien- no querían creer.

¿Cómo creer que un hombre sea Dios? ¿Cómo puede hacerse hombre el Dios eterno? ¿Cómo puede hacerse hombre y seguir siéndolo para siempre, ese Dios que por lo demás da tan poderoso testimonio de su sagrada independencia? Esta pregunta debió de estremecer hasta el fondo a San Juan: ¿Cómo puede ser eso? Él encontró la respuesta, y es ésta: porque Dios ama. Por eso se inclina tan infinitamente hacia el hombre de tal modo que se hace uno con él. Se hace hombre para que el hombre, los hombres, nos hagamos dioses y seamos bienaventurados como Él lo es.

Así de maravilloso. Así de incomprensible. Esta cercanía entrañable de Dios inquieta a algunos hombres, inquietó a Herodes, porque pensaba que Dios lo iba a destronar para siempre. Siempre, pensamos los humanos que dejando entrar a Dios en nuestra vida se nos va a impedir vivir.

Sin embargo, Dios, nuestro Dios, no acaba con nadie, no tira por tierra nada, en todo momento edifica. Dios solo echa abajo nuestros ídolos, llamémoslos por su nombre: egoísmo, insolidaridad, oscuridad de corazón, altivez, etc., que, en realidad de verdad, no nos liberan sino que nos esclavizan. La luz entra en conflicto con las tinieblas, pero está como en su casa cuando se encuentra con otra luz.
Tinieblas debió de encontrar Jesús entre el pueblo judío cuando dice San Juan que los suyos no lo recibieron. ¿Será porque en nosotros hay demasiada tiniebla por lo que no acogemos a nuestro Dios? ¿Será por eso?

Vuestro amigo.

Patricio García (cmfcscolmenar@ctv.es)


9. CLARETIANOS 2003

Estamos ya al borde de la Semana Santa. En la liturgia de hoy se masca la tragedia. El evangelio de Juan dice que los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Como se ve, lo de la “intifada” viene de lejos. En la inhóspita Judea tienen predilección por las piedras: para construir el templo de Jerusalén, para estampárselas a Goliat en la frente, para cargarse a la mujer adúltera ... o para eliminar a Jesús. Menos mal que Jesús se les escabulló de las manos. En varios pasajes evangélicos se alude a este Jesús escurridizo que no se deja atrapar, como si el hecho físico de la desaparición fuera un símbolo de un hecho más profundo: Jesús no está al alcance de nuestra mano. Es un don gratuito, pero no una baratija que podamos manejar a nuestro antojo.

Vayamos al grano. ¿Cuál es la razón por la que quieren lapidarlo (y quizá también dilapidarlo)? El mismo evangelio pone en boca de los judíos la acusación: No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios. Cuando se escribe el evangelio de Juan, la comunidad cristiana, en lucha con varias herejías, ha madurado mucho su comprensión del misterio de Jesús. Se insinúa aquí la que va a ser la causa de su muerte. En ese te haces Dios se concentra la razón religiosa por la que Jesús será ajusticiado, aunque luego se disfrace con razones políticas.

Tengo la impresión de que hoy sucede algo semejante. Jesús cae bien a casi todo el mundo porque habla de las más nobles aspiraciones humanas: verdad, libertad, justicia, fraternidad. Cualquiera que luche por estos ideales puede convertirlo en símbolo. Lo que ya no suscita tanto entusiasmo es ese incómodo te haces Dios porque si esta afirmación es verdadera, entonces Jesús ya no puede ser un Che Guevara al uso, sino Alguien que tiene que ver conmigo y yo con él, Alguien que me confronta con la verdad de mí mismo y con la respuesta que estoy dando al sentido de mi vida. Y, claro, esto es pedir demasiado. A este Jesús tan pretencioso hay que matarlo. Digámoslo con claridad: algunas teologías, muchas ideologías y millones de personas hemos conseguido matarlo. Reducido a eslogan nos hace un apaño. Convertido en Dios nos fastidia la vida y no interesa.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2001

COMENTARIO 1

Dice el evangelista que "los dirigentes cogieron de nuevo piedras para apedrearlo". Jesús les replicó: "Muchas obras excelentes os he hecho ver, que son obras del Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?" Pero ellos no lo apedrean por sus obras, sino por blasfemia, porque, siendo un hombre, se hace Dios (vv.30-33).

Jesús se distancia de ellos y dice: "¿No está escrito en vuestra Ley: «Yo he dicho: Sois dioses»? Si llamó dioses a aquellos a quienes Dios dirigió su palabra, y ese pasaje no se puede suprimir, de mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿vosotros decís que blasfemo porque he dicho: «Soy hijo de Dios»? Si yo no realizo las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las realizo, aunque no me creáis a mí, creed a las obras; así sabréis de una vez que el Padre está identificado con­migo y yo con el Padre" (vv. 34-37).

Jesús no considera suya la ley, sino que la llama "vuestra Ley" (v. 34; cf. 7,19; 8,17; 15,25). Según esa ley, ellos son "dioses", apelativo que indica una particular semejanza con Dios; en el AT se aplicaba a los que reflejaban el poder de un Dios justiciero (los jefes en cuanto jueces); por eso Jesús se distancia del texto que cita (Sal 82,6) (vuestra Ley), pues la semejanza con Dios no está en el poder, sino en la actividad del amor (vv. 37-38).

Y continúa desafiándolos: "Si yo no realizo las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las realizo, aunque no me creáis a mí, creed a las obras; así sabréis de una vez que el Padre está identificado con­migo y yo con el Padre" (vv. 37-38a): la calidad del hombre se prueba por la de sus obras; él demuestra ser enviado e Hijo de Dios con las obras que realiza. Ellos, los embusteros y asesinos (8,44; 10,1.8.10), no pueden de ningún modo representar a Dios. Las creden­ciales jurídicas de que se glorían no cuentan; las únicas que atestiguan una misión divina no son siquiera las palabras (no me creáis), sino las obras. De ellas deben deducir la unidad entre Jesús y el Padre (v.38b); ambos tienen el mismo objetivo, dar vida al hombre.

Y como no tienen respuesta, intenta prenderlo (v. 39). Como de cos­tumbre, apelan a la violencia (7,30; 8,20.59). Jesús sale definitivamente del templo.

Después de la ruptura definitiva con la institución, Jesús efectúa la segunda etapa de su éxodo, el paso del Jordán, que recuerda el de Josué con el pueblo israelita para entrar en la tierra prometida (Jos 3-4). A su comunidad, -nueva tierra prometida-, la sitúa fuera del país judío que lo rechaza (se quedó allí). Muchos lo si­guen en su éxodo (v. 41), la nueva comunidad empieza a existir.


COMENTARIO 2

Para comprender el Evangelio de hoy hay que volver a la pregunta que durante la fiesta de la dedicación del Templo, los judíos hicieron a Jesús: "Si tu eres el Mesías, dínoslo claramente". Jesús responde de dos maneras: en los vv. 25-31 revela su mesianidad y en los versículos que nos conciernen revela su divinidad. Los judíos intentan apedrear a Jesús por su afirmación del v. 30: "Yo y el padre somos una sola cosa". La reacción de Jesús es tranquila, convencido de que sus acciones han sido realizadas al aire libre y procedentes del Padre. Los interlocutores, que parecen reconocer las obras buena de Jesús, justifican su persecución por las pretensiones divinas de Jesús. Por fin han entendido bien, sólo que al revés. Creen que el hombre Jesús se ha hecho Dios, cuando la verdad es que Dios es quien se ha hecho hombre. Jesús entonces refuerza sus argumentos, al mejor estilo de los rabinos, acudiendo ahora a la Escritura y a sus obras. La prueba bíblica es tomada literalmente de la traducción de los LXX del Salmo 82,6. La segunda prueba, más importante todavía, son las obras, signo de su divinidad, porque a través de éstas Jesús demuestra su íntima comunión con el Padre. Jesús debe huir y se va al Jordán. El mismo lugar donde Juan había bautizado y lo había anunciado como "el cordero de Dios que carga con el pecado del mundo" (1,29), donde había comenzado su vida pública e invitó los primeros discípulos a seguirlo (1,39). Ahora es el lugar donde termina un período de su vida pública. Los vv. 42 y 43 son una especie de sumario para presentar el final de la actividad pública de Jesús ante el pueblo de Israel. Si en los textos precedentes, Israel y sus dirigentes se niegan a creer en el enviado del padre, existe también otro Israel dispuesto a aceptar su palabra como revelada del Padre. ¿Estamos con nuestras obras, de parte de los que creen?

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. 2002

Ante el intento de apedrearlo por parte de sus contrincantes, Jesús les pregunta por cuál de las bue­nas obras que les ha hecho ver de parte del Padre lo van a ejecutar. La lapidación era el castigo por gravísimos pecados, entre otros el de blasfemia. La contrarréplica de Jesús es contundente, las obras que hace en nombre del Padre demuestran la validez de su pretensión: "el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Esta es la gran diferencia entre la fe judía y la fe cristiana: que nosotros, los cristianos, afirmamos que en Jesús de Nazaret se hizo presente el mismo Dios en nuestro mundo, su bondad y su amor misericordioso, especialmente para con los pobres y los pequeños. En cambio los judíos no pueden aceptar el carácter divi­no de la persona de Jesús pues para ellos sería la negación de sus más profundas convicciones.

El evangelio de San Juan quiere explicar a sus lectores quién es realmente Jesús, en nombre de quién viene y actúa. También quiere explicarles por qué los judíos de su tiempo, sus autoridades más exactamente, llegaron a crucificarlo: porque no entendieron sus palabras ni interpretaron sus gestos y sus milagros.

Todo esto nos debe llevar a valorar nuestra fe cristiana y a testimoniaría como Jesús: con nuestras palabras de bondad y de perdón y con nuestras obras de amor para con los demás.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. DOMINICOS 2003

GRACIA, PERDÓN Y SALVACIÓN

En este sexto viernes de cuaresma, vísperas de la Semana Santa, recordemos que estamos viviendo espiritualmente momentoS de gracia, perdón y salvación.

Momento de gracia, porque toda la obra de Dios en Cristo, Dios encarnado, no tiene otra explicación que el desbordamiento de amor misericordioso por parte del Padre que nos quiere para sí, en su regazo. Momento de perdón, porque la ofrenda que Cristo hace de sí mismo al Padre abre a todo corazón arrepentido las puertas de acceso a la amistad, al abrazo, al júbilo del hogar paterno. Momento de salvación, porque a quien accede a la vida de fe y esperanza en Cristo se le asegura que, si es fiel al Señor, ha comenzando ya a gustar de la vida eterna.

Colocándonos espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda intimidad:

Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;

tú que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,  

vuelve tus ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguir empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
 

Oye, Pastor, que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,

pues tan amigo de rendidos eres.  

Espera, pues, y escucha mis cuidados.
Pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?
 

PALABRA Y VIDA             

En las lecturas encontraremos hoy expresiones sorprendentes, sutiles, amenazantes.

Jeremías, el profeta, se siente amenazado espiritual, moral y físicamente; y Jesús se pregunta y pregunta a las gentes : ¿por qué motivos tratáis de apedrearme?

Compartamos, pues, con Jeremías y con Jesús esos momentos de dificultad y angustia, devolviendo a Jesús en gratitud un poco siquiera de lo que él nos da en su Palabra, en la Cruz, en la Eucaristía. 

Libro del profeta Jeremías 20, 10-13 :

“ Oía en torno a mí –dice el profeta- el cuchicheo de la gente que decía : ... delatadlo, vamos a delatarlo.

Así mis enemigos me acechaban a la espera de un traspiés: a ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.

¡Menos mal que el Señor está conmigo, como soldado fuerte...!

¡Señor de los ejércitos!, tú que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, haz que yo vea la venganza que tomas de ellos...”

Primera actitud: rechazo del hombre de Dios, porque molesta. Segunda: conciencia de profeta perseguido, pero con obligación de ser fiel al Señor. Tercera: confianza en Dios bueno y justo, que hará justicia.

Evangelio según san Juan 10, 31-42 :

”En cierta ocasión los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús, y él les replicó: ante vuestros ojos he realizado muchas obras por encargo de mi Padre: ¿ por cuál de ellas me apedreáis? 

Le contestaron los judíos: no te apedreamos por ninguna obra buena sino por blasfemia,  pues, siendo un hombre, te haces Dios ... Jesús les respondió: ... Si yo no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, y así comprenderéis y sabréis  que mi Padre está en mí y yo en el Padre. Entonces intentaron de nuevo detenerle, pero se les escabulló de las manos...”

Gesto de hombres insensibles es querer apagar la voz del justo, Jesús. ¿Por qué lo hacen? Les parece que es blasfemo, pues se cree y confiesa ‘Hijo de Dios’. Y Jesús da respuesta por los signos: ved lo que hago y cómo lo hago por el poder de Dios y por amor. Conclusión de ceguera: hay que eliminarlo.

MOMENTO DE REFLEXIÓN

1. ¡A ti, Señor, encomiendo mi causa!

Tenemos ante nuestros ojos a la figura y a la realidad.

Jeremías es como una figura, un anticipo, un bosquejo de lo que será Jesús en los meses más duros de su vida: vigilado, perseguido, apedreado, caminando hacia la muerte salvífica.

No podemos decir que al profeta Jeremías le correspondiera un papel brillante, ilusionante, alegre, anunciador de gloria inmediata. Él, como Jesús, experimentó cuán duro y difícil es asumir alguna responsabilidad en la denuncia de las conciencias que se sienten amadas y perdonadas, privilegiadas y agraciadas de Dios.

¡Un falso santo es una cruz atormentadora, bajo capa de virtud!

Los judíos que atacan a Jesús lo son. Ellos, ocultándose bajo capa de ley y de  fidelidad a Dios, no llegan más allá de sus intereses, y acaban incapacitados para atisbar un futuro nuevo, remozado, prometedor, el de Jesús.

Aprendamos la lección que ese supone para nosotros. Busquemos santidad verdadera y abierta

2 .¡Hablo de mi Padre y padre vuestro y me condenáis!

La intensidad del sufrimiento de Jesús, pasible más que nosotros mismos, debió ser grandísima. Era la encarnación del amor, que se veía despreciado; era la propuesta y oferta de vida nueva, que se veía aplastada; era la revelación del Hijo, que se tomaba por engaño, soberbia, blasfemia...

En el texto se distinge muy bien lo que Jesús dice, como revelacion del Padre, y lo que los judíos entienden como blasfemia de un impostor. Visiones contrapuestas: La verdad, misterio, sólo se alcanza por fe, y los judíos no quieren CREER. Jesús, por su parte, no puede MOSTRAR la entrañas del misterio, sólo ofrece signos; y para leer los signos  se requiere voluntad, apertura, amor.   

Tengamos nosotros  esa disposición,  y seremos bienaventurados.


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado» (Sal 30,10.16.18).

Colecta (del misal anterior y, antes, del Veronense y Gregoriano): «Perdona las culpas de tu pueblo, Señór, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad».

Comunión: «Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,24).

Postcomunión: «Este don que hemos recibido, Señor, nos proteja siempre, y aleje de nosotros todo mal».

Jeremías 20,10-13: El Señor está conmigo como fuerte soldado. El profeta Jeremías es una figura de Jesucristo en su Pasión, como ya hemos recordado varias veces. Fue perseguido, pero el Señor lo sostuvo. El profeta manifiesta su dolor con un lenguaje similar al de muchos salmos, como el de la antífona de entrada. Han intentado matarlo hasta sus propios familiares y vecinos. Pero él confía firmemente en el Señor, en Él ha puesto su seguridad.

El cristiano, que vive en la caridad de Cristo, ha de ir más lejos, seguro por el Amor de Dios manifestado en su muerte. Sin temor a los que matan el cuerpo, pensará solo en confesar a Dios ante los hombres con su fe y su conducta. (Mt. 10,26-33; Jn 10,38). Santo Tomás de Aquino dice:

«El Señor padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeció también de los Príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos que lo abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra por las irrisiones y burlas que le infligieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes» (Suma Teológica 3, q.46, a.5).

–Con el Salmo 17 meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores: «En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos»

Juan 10,31-42: Intentaron detener a Jesús, pero se escabulló de las manos. Ante sus adversarios, dispuestos a prenderle, Jesús afirma su filiación divina. Él es Aquel a quien el Padre consagró y envió al mundo. El Padre está en Él y Él en el Padre. El misterio de la Palabra hecha carne ha de ser aceptado por la fe. ¡Los enemigos de Jesús! Pero, ¿no nos ponemos también nosotros en las filas de los enemigos de Jesucristo? ¿No es cada pecado un desprecio de Jesús, de sus preceptos, de su doctrina, de sus bienes, de sus promesas, de su gracia divina...? Dice San Basilio:  

«En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien» (Regla monástica, 2,1).

Y Orígenes:

«Quien soporta la tiranía del príncipe de este mundo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado» (Tratado sobre la oración 25).


14. DOMINICOS 2004

"En el peligro invoqué al Señor y me escuchó"

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Jeremías 20,10-13

Pues he escuchado la calumnia de la gente:

«¡Terror por todas partes! ¡Anunciadlo, anunciémoslo!».

Todos los que eran mis amigos me espiaban a ver si daba un paso en falso:

«¡Quizás se deje seducir; nosotros lo venceremos y nos vengaremos de él!».

Pero el Señor está conmigo como un héroe potente: caerán mis adversarios derrotados; ahí están en su fracaso avergonzados, en ignominia perpetua, inolvidable.

¡Señor omnipotente que juzgas con justicia, que ves los sentimientos y los pensamientos, haz que yo vea tu venganza sobre ellos, pues en tus manos he dejado mi causa!

Cantad al Señor, alabad al Señor, porque él libra al pobre del poder de los malvados.

Evangelio: Juan 10,31-42

De nuevo los judíos agarraron piedras para apedrearlo.

Jesús les replicó:

«He hecho muchas obras buenas ante vosotros de parte de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?».

Los judíos le contestaron:

«No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios».

Jesús les respondió:

«¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: sois dioses? Si la ley llamó dioses a los que se dirigió la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, ¿por qué decís que blasfemo yo, que he sido consagrado y enviado al mundo por el Padre, porque he dicho: Soy hijo

de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed en las obras, para que sepáis y reconozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre».

Por eso intentaban prenderlo de nuevo, pero se les escapó de las manos. Fue nuevamente al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado al principio bautizando, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían:

«Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo sobre éste era verdad».

Y muchos creyeron en él.

 

Reflexión para este día

“El Señor está conmigo; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso”.

            Jeremías permanece fiel al querer de Dios. Continúa proclamando que el Señor no está conforme con la conducta de su pueblo. Les echa en cara sus errores y pecados, pero también les presenta una solución: Arrepentirse y acogerse a la misericordia de Dios. Ese es el camino que les ofrece para que recuperen la libertad, la paz y la esperanza.

            A la vez, Jeremías perseguido, pero sostenido por Dios en sus sufrimientos, profetiza a Jesús en su Pasión.

“Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?”.

            La persecución contra Jesús arrecia. El Señor apela a la evidencia probativa de “sus obras buenas”. Pero los dirigentes judíos están obcecados, cerrados a la luz de la verdad y del bien que irradia el Señor. Es tal su cerrazón, que no tienen inconveniente en acusarle de blasfemo: “Porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”.

            Los cristianos, “porque el discípulo no es más que su Maestro”, tienen un difícil desafío: Afrontar la adversidad y la persecución. Esa es la oportunidad que tienen, para dar su testimonio fehaciente de su fidelidad a Jesús.  Estamos comprometidos a continuar “haciendo obras buenas”. Esta expresión de amor es lo más importante que tenemos entre manos. Para superar todas las dificultades, pensemos que no estamos solos, que “el Señor está con nosotros”. Este modo de comportarnos nos hará partícipes de la Pasión y resurrección de Jesús. En comunión con Él, estamos haciendo y aplicando Historia de la Salvación.


15. CLARETIANOS 2004

Queridas amigos y amigas:

Por muy negra que sea la noche, siempre hay lugar para la esperanza. Jeremías, el profeta, siente el terror de saberse perseguido, asediado, amenazado de muerte por haber hablado en nombre de Dios. El peligro es inminente: oye el cuchicheo de la gente y crece el pavor en su corazón... Pero, al tiempo, experimenta la certeza de un Dios que no le abandonará. Su fuente más honda de paz y serenidad es “a ti he encomendado mi causa”.

En esta misma línea, el salmo nos apremia a invocar al Señor en el peligro con la certeza de que siempre nos escucha.

Quien más, quien menos, en algún momento de la vida, hemos conocido el sabor amargo de esas horas terribles en que todo parece convertirse en tinieblas y la desesperación nos atenaza como la más negra de las sombras. Es en ese contexto en el que la Palabra nos invita a la esperanza, a levantar los ojos hacia lo alto y recordar que, en definitiva, todo tiene sentido y siempre vuelve a renacer la luz disipando las sombras. Saber esperar: esa es la ciencia. Esperar anclados en una promesa que, al cabo, tendrá su cumplimiento.

El Evangelio, por su parte, sin conexión aparente con la primera lectura, nos pone ante los ojos la cara más oscura de la condición humana: la envidia, la desconfianza, la cerrazón, la negación incluso de una realidad que está ante los ojos: Jesús ha curado enfermos, ha resucitado muertos, ha dado de comer a la multitud... Ha dicho al pueblo que Dios es Padre y que su amor es para todos, ha gritado que Dios se revela a los sencillos, que para vivir según Dios amar es suficiente, ha declarado buenos todos los alimentos y hasta se ha atrevido a proclamar que el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado... Evidentemente, molesta. Es muy fácil tacharlo de “blasfemo” disolviendo en la calumnia las obras de una vida. Y deciden apedrearlo.

No puedo dejar de preguntarme: ¿cuántas piedras tiramos a quienes no piensan o no hablan como nosotros? Tendríamos, como Jesús nos dice, que “mirar las obras” y aprender a reconocer en ellas el único signo inequívoco del Reino: el amor.

¡Si lográramos abrir los ojos del corazón y contemplar la realidad como Dios la ve! Puede que descubriéramos ¡por fin! el Rostro del Amor que nos ha llamado a la vida y que nos promete la Vida. Y así, junto a la confianza que sostiene a Jeremías aprenderíamos a descubrir a nuestro alrededor la Luz que nos llega en palabras sencillas y sencillos gestos de amor que Dios mismo pone cada día a nuestro lado.

Vuestra hermana en la fe,
Olga Elisa Molina (olga@filiacio.e.telefonica.net)


16.

Comentario: Rev. D. Carles Elias i Cao (Esplugues de Llobregat-Barcelona, España)

«¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?»

Hoy viernes, cuando sólo falta una semana para conmemorar la muerte del Señor, el Evangelio nos presenta los motivos de su condena. Jesús trata de mostrar la verdad, pero los judíos lo tienen por blasfemo y reo de lapidación. Jesús habla de las obras que realiza, obras de Dios que lo acreditan, de cómo puede darse a sí mismo el título de “Hijo de Dios”... Sin embargo, habla desde unas categorías difíciles de entender para sus adversarios: “estar en la verdad”, “escuchar su voz”...; les habla desde el seguimiento y el compromiso con su persona que hacen que Jesús sea conocido y amado —«Maestro, ¿dónde vives?», le preguntaron los discípulos al inicio de su ministerio (Jn 1,38)—. Pero todo parece inútil: es tan grande lo que Jesús intenta decir que no pueden entenderlo, solamente lo podrán comprender los pequeños y sencillos, porque el Reino está escondido a los sabios y entendidos.

Jesús lucha por presentar argumentos que puedan aceptar, pero el intento es en vano. En el fondo, morirá por decir la verdad sobre sí mismo, por ser fiel a sí mismo, a su identidad y a su misión. Como profeta, presentará una llamada a la conversión y será rechazado, un nuevo rostro de Dios y será escupido, una nueva fraternidad y será abandonado.

De nuevo se alza la Cruz del Señor con toda su fuerza como estandarte verdadero, como única razón indiscutible: «¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (cf. Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad!» (San León Magno). Jesús ha de huir al otro lado del Jordán y quienes de veras creen el Él se trasladan allí dispuestos a seguirle y a escucharle.


17. Jesús, uno con su Padre

Fuente: Catholic.net
Autor: José Cisneros

Juan 10, 31-42

En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Reflexión

Los corazones cerrados de los enemigos de Jesús nos dan una enseñanza importante: la fe no se basa sobre la evidencia. Éstos escuchan a Cristo que predicaba abiertamente en las plazas y no se escondía. Lo han visto dar la vista a los ciegos, sacar demonios, resucitar muertos. Muchas veces se han empeñado en serias discusiones con Él acerca de la autoridad y la autenticidad de lo que decía y hacía y, viendo, no veían.

¿Por qué su corazón se había endurecido? ¿Qué debería haber hecho Jesús que no hubiese ya probado? La fe no se funda sobre la evidencia, sino sobre la seguridad de aquello que Dios nos ha revelado.

La fe es la fuente de la fidelidad y de la perseverancia, y a su luz se interpretan todos los acontecimientos de nuestra historia personal. En vez de ver cosas extraordinarias para creer, la fe descubre la mano de Dios en lo ordinario. La fe posee ya en germen aquello que todavía espera en plenitud. La fe conoce realmente y de manera cierta sin ver plenamente y con claridad.


18. La fe tiene que convertirse en vida para mí

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez


Jr 29, 10-13
Jn 10, 31-42

Ante el testimonio que Jesucristo le ofrece, ante el testimonio por el cual Él dice de sí mismo: ?Soy Hijo de Dios?, ante el testimonio que le marca como Redentor y Salvador, el cristiano debe tener fe. La fe se convierte para nosotros en una actitud de vida ante las diversas situaciones de nuestra existencia; pero sobre todo, la fe se convierte para nosotros en una luz interior que empieza a regir y a orientar todos nuestros comportamientos.

La fundamental actitud de la fe se presenta particularmente importante cuando se acercan la Semana Santa, los días en los cuales la Iglesia, en una forma más solemne, recuerda la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor. Tres elementos, tres eventos que no son simplemente «un ser consciente de cuánto ha hecho el Señor por mí», sino que son, por encima de todo, una llamada muy seria a nuestra actitud interior para ver si nuestra fe está puesta en Él, que ha muerto y resucitado por nosotros.

Solamente así nosotros vamos a estar, auténtica- mente, celebrando la Semana Santa; solamente así nosotros vamos a estar encontrándonos con un Cristo que nos redime, con un Cristo que nos libera. Si por el contrario, nuestra vida es una vida que no termina de aceptar a Cristo, es una vida que no termina en aceptar el modo concreto con el cual Jesucristo ha querido llegar a nosotros, la pregunta es: ¿Qué estoy viviendo como cristiano?

Jesús se me presenta con esa gran señal, que es su pasión y su resurrección, como el principal gesto de su entrega y donación a mí. Jesús se me presenta con esa señal para que yo diga: ?creo en ti?. Quién sabe si nosotros tenemos esto profundamente arraigado, o si nosotros lo que hemos permitido es que en nuestra existencia se vayan poco a poco arraigando situaciones en las que no estamos dejando entrar la redención de Jesucristo. Que hayamos permitido situaciones en nuestra relación personal con Dios, situaciones en la relación personal con la familia o con la sociedad, que nos van llevando hacia una visión reducida, minusvalorada de nuestra fe cristiana, y entonces, nos puede parecer exagerado lo que Cristo nos ofrece, porque la imagen que nosotros tenemos de Cristo es muy reducida.

Solamente la fe profunda, la fe interior, la fe que se abraza y se deja abrazar por Jesucristo, la fe que por el mismo Cristo permite reorientar nuestros comportamientos, es la fe que llega a todos los rincones de nuestra vida y es la que hace que la redención, que es lo que estamos celebrando en la Pascua, se haga efectiva en nuestra existencia.

Sin embargo, a veces podemos constatar situaciones en nuestras vidas ?como les pasaba a los judíos? en las cuales Jesucristo puede parecernos demasiado exigente. ¿Por qué hay que ser tan radical?, ¿por qué hay que ser tan perfeccionista?

Los judíos le dicen a Jesús: ?No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios". Esta es una actitud que recorta a Cristo, y cuántas veces se presenta en nuestras vidas.

La fe tiene que convertirse en vida en mí. Creo que todos nosotros sí creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, Luz de Luz, pero la pregunta es: ¿lo vivimos? ¿Es mi fe capaz de tomar a Cristo en toda su dimensión? ¿O mi fe recorta a Cristo y se convierte en una especie de reductor de nuestro Señor, porque así la he acostumbrado, porque así la he vivido, porque así la he llevado? ¿O a la mejor es porque así me han educado y me da miedo abrirme a ese Cristo auténtico, pleno, al Cristo que se me ofrece como verdadero redentor de todas mis debilidades, de todas mis miserias?

Cuando tocamos nuestra alma y la vemos débil, la vemos con caídas, la vemos miserable ¿hasta qué punto dejamos que la abrace plenamente Jesucristo nuestro Señor? Cuando palpamos nuestras debilidades ¿hasta qué punto dejamos que las abrace Cristo nuestro Redentor? ¿Podemos nosotros decir con confianza la frase del profetas Jeremías: ?El Señor guerrero, poderoso está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso, y su ignominia será eterna e inolvidable??

¿Que somos débiles...?, lo somos. ¿Que tenemos enemigos exteriores...?, los tenemos. ¿Que tenemos enemigos interiores...?, es indudable.

Ese enemigo es fundamentalmente el demonio, pero también somos nosotros mismos, lo que siempre hemos llamado la carne, que no es otra cosa más que nuestra debilidad ante los problemas, ante las dificultades, y que se convierte en un grandísimo enemigo del alma.

Dios dice a través de la Escritura: ?quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable?. ¿Cuando mi fe toca mi propia debilidad tiende a sentirse más hundida, más debilitada, con menos ganas? ¿O mi fe, cuando toca la propia debilidad, abraza a Jesucristo nuestro Señor? ¿Es así mi fe en Cristo? ¿Es así mi fe en Dios? Nos puede suceder a veces que, en el camino de nuestro crecimiento espiritual, Dios pone, una detrás de otra, una serie de caídas, a veces graves, a veces menos graves; una serie de debilidades, a veces superables, a veces no tanto, para que nos abracemos con más fe a Dios nuestro Señor, para que le podamos decir a Jesucristo que no le recortamos nada de su influjo en nosotros, para que le podamos decir a Jesucristo que lo aceptamos tal como es, porque solamente así vamos a ser capaces de superar, de eliminar y de llevar adelante nuestras debilidades.

Que la Pascua sea un auténtico encuentro con nuestro Señor. Que no sea simplemente unos ritos que celebramos por tradición, unas misas a las que vamos, unos actos litúrgicos que presenciamos. Que realmente la Pascua sea un encuentro con el Señor resucitado, glorioso, que a través de la Pasión, nos da la liberación, nos da la fe, nos da la entrega, nos da la totalidad y, sobre todo, nos da la salvación de nuestras debilidades.


19. Reflexión

El problema con el mundo no es que hayamos o no hecho cosas buenas (o incluso malas) el verdadero problema es que nuestra manera de vivir y de pensar va en contra del mundo… esta es la verdadera causa del rechazo. Es por ello que cuando nuestra vida transcurre con demasiada tranquilidad, es muy posible que nuestro testimonio cristiano no esté siendo muy creíble a los ojos de los demás. Nuestras obras dan testimonio, o deben darlo, de nuestra personalidad cristiana pues, al igual que Jesús, nosotros realizamos las obras que él mismo realizó a fin de llevar a cabo el proyecto del Padre para nuestro mundo. No se trata pues de hablar tanto, sino de mostrar con nuestra propia vida que pertenecemos a Cristo, que su camino es nuestro camino, que sus proyectos son los nuestros, en fin que ya no somos nosotros lo que vivimos sino que es Cristo quien vive en nosotros. ¿Tus proyectos son los de Cristo? Y si son, ¿los defiendes y realizas con todo tu corazón?

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


20.

La oración de Getsemaní

Viernes De La Quinta Semana PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

I. Después de la Última Cena, Jesús siente una inmensa necesidad de orar. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú. Jesús está sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres, y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condiciones, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.

II. Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.

III. Los santos han sacado mucho provecho para su alma de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (MISAL ROMANO, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI).

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre Encuentra.com


21. Evangelio para el 02 de Abril

238. 5ª. Semana de Cuaresma. Viernes

¿A quien el Padre santificó y envió al mundo, decís vosotros que blasfema porque dije que soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en las obras, aunque no me creáis a mí, para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre. Intentaban entonces prenderlo otra vez, pero se escapó de sus manos. Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y allí se quedó. Y muchos acudieron a él y decían: Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo Juan acerca de él era verdad. Y muchos allí creyeron en él. (Jn 10, 36-42).

I. Jesús, a pocos días de tu muerte ya hay una confrontación clara entre Ti, que dices que eres el Mesías Hijo de Dios, y los jefes de los judíos, que han decidido matarte. Te defiendes: Creed en las obras, aunque no me creáis a mí. Pero no aceptan ninguna prueba, y tienes que escapar hasta que llegue la Pascua de los judíos y sea la hora de nuestra salvación.

¿Cómo debías sentirte ante estos acontecimientos? Por un lado, la angustia del dolor que se avecinaba; por otro, la necesidad de cumplir la misión para la que habías venido al mundo. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora (Jn 12,27). Jesús, estoy acostumbrado a verte sufrir en la cruz y no me doy cuenta de lo que sufriste también en los días anteriores.

Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y la pidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste (Mt 23,37).

Jesús, quiero acompañarte estos días teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio. (...) Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados (Pío XII, encíclica "Mediator Dei", 22).

II. Si unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría (Forja, 785).

Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño grano de arena a la Redención.

Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz. De este modo, esos sufrimientos adquirirán un valor infinito y redentor, aumentará su valor, se harán un tesoro. Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo Juan acerca de él era verdad. Jesús, aunque no haga milagros, siempre puedo, como Juan, hablar de Ti a los que me rodean: con mi ejemplo, con el modo de afrontar las contradicciones grandes o pequeñas que todo el mundo padece. Al ofrecer esos sufrimientos, uniéndolos a los tuyos en el santo sacrificio de la Misa, no habrá pena que no venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que me quite la paz y la alegría. Y el resultado de una vida vivida con esa fe y esa esperanza será portentoso, como el fruto del apostolado de Juan: muchos allí creyeron en él.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: UNA CITA CON DIOS, Tomo I, EUNSA 


22. 2004

LECTURAS: JER 20, 10-13; SAL 17; JN 10, 31-42

Jer. 20, 10-13. ¿Quién, viviendo con lealtad su fe en Cristo y proclamando su Nombre a los demás, no sólo con las palabras, sino con el testimonio de su misma vida, podrá verse libre de burlas, de persecuciones y de amenazas de muerte? Sin embargo no podemos acobardarnos ante las reacciones contrarias de quienes viven seguros en su poder, en sus injusticias o en su economía. El Señor nos ha enviado a hacer un fuerte llamado a la conversión, no sólo para que todos vuelvan a Él, sino para que, uniendo a Él su vida, cada uno pueda volverse también hacia su prójimo con un corazón misericordioso. En medio de todo lo que tengamos que padecer por el Evangelio aprendamos a poner nuestra vida en manos de Dios, y Él será nuestro protector, defensa y fortaleza. No pidamos para quienes nos maldicen o persiguen castigos ni venganzas; pues son ellos, los pecadores quienes necesitan el perdón y la salvación que nos viene de Dios y que nosotros, también pecadores, pero perdonados por Dios, les proclamamos desde nuestras palabras, desde nuestras obras, desde nuestras actitudes y desde nuestra vida misma.

Sal. 17. Dios, por medio de su Hijo, Cristo Jesús, se ha convertido para nosotros en nuestro poderoso Salvador. Mediante su Muerte y Resurrección nosotros hemos sido liberados del pecado y de la muerte. Hechos hijos de Dios estamos llamados a participar de la vida eterna. Por eso, reconociendo que somos pecadores, si nuestra fe en Cristo es sincera, sepamos acercarnos con plena confianza al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y encontrar la gracia de un socorro oportuno. Dios no sólo quiere ser nuestro Salvador; quiere que su Iglesia sea también un signo de su salvación para toda la humanidad. Por eso la Iglesia no sólo se contempla a sí misma en una relación personalista con Dios, sino que vive de cara a la humanidad, para trabajar constantemente por el bien de todos en todos los niveles, hasta que todos logremos vivir unidos como hermanos y sepamos, ya no destruirnos, sino amarnos conforme al mandato y al ejemplo que hemos recibido del Señor.

Jn. 10, 31-42. Jesús no pretende llamarse Hijo de Dios; Él es Hijo de Dios no por sí mismo, sino porque todo lo que Él es lo ha recibido del Padre. ¿Cómo negar esa realidad? Si alguien no lo acepta así es más digno de lapidación que Aquel que, no sólo con sus palabras sino también con sus obras, está dando a conocer su propia esencia divina. Si Él negara lo que siempre ha sido sería un mentiroso. La Palabra dirigida a los Jueces del Antiguo Testamento hace que Dios los llame "dioses", y la Palabra de Dios no puede anularse al respecto. Ellos son de origen humano, santificados por la Palabra que se pronunció sobre ellos. Pero Jesús es la Palabra misma, enviada al mundo; es Dios entre nosotros que ha plantado su tienda de campaña en medio de la nuestra para hacernos también a nosotros hijos de Dios. ¿Lo recibiremos o también lo rechazaremos para continuar en nuestras tinieblas de maldad y de muerte?

La celebración de la Eucaristía nos une a Aquel que el Padre Dios consagró, reservó para sí mismo, y envió al mundo para santificarlo, es decir, para reservarlo para Sí mismo. Consagrado al Padre, Jesús, amorosamente fiel a su voluntad, entrega su vida por nosotros para que seamos santos como Él es Santo. El Memorial de la Pascua de Cristo, que estamos celebrando, no sólo actualiza ese Misterio del amor de Dios por nosotros, sino que nos compromete para que también nosotros vivamos consagrados a Dios en favor del mundo. Reconocemos que somos pecadores, y que muchas veces también nosotros hemos cerrado nuestro corazón a la presencia de Dios. Sin embargo ahora, ante Él, estamos dispuestos a vivir en el mundo sin ser del mundo, y a trabajar para que todas las cosas encuentren en Cristo su plenitud. El Señor nos consagra y nos envía como testigos suyos para que su Iglesia sea, en nuestros tiempos, la Palabra que Dios sigue pronunciando para la salvación de todos.

El camino de la entrega de Cristo es el mismo camino de la entrega de su Iglesia. A través de ella se continúa la presencia salvadora de Dios en el mundo. Esta es nuestra gran responsabilidad. No estamos llamados para sentarnos en tronos de gloria y dedicarnos a recibir honores de los demás. Nuestra vocación mira a entregar nuestra vida para que los pecadores vuelvan a Dios, y para que vivamos como hermanos en torno a nuestro único Dios y Padre. Consagrados a Dios, separados para Él, no vivimos fuera del mundo sino en él, debiendo ser un auténtico fermento de santidad en el mundo. No amemos sólo de palabra, sino en verdad y con las obras. No nos llamemos hijos de Dios; demostremos que lo somos porque todo lo que hagamos sea el mejor lenguaje con el que demos a conocer la realidad que no podemos negar: nuestro ser de hijos de Dios, no por nosotros mismos, sino porque todo lo que somos es porque también lo hemos recibido del Padre, gracias a nuestra fe y a nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo amado. Estando a un paso de celebrar la Pascua abramos nuestro corazón al amor infinito de Dios para que, perdonados de toda culpa, podamos ser un signo creíble de su amor en medio de nuestros hermanos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de acoger a Cristo en nuestra vida. Sólo mediante Él se podrá hacer realidad la santidad de vida en nosotros. Permaneciendo en Él seamos los primeros en trabajar por la paz, y por una convivencia más fraterna basada en el amor que procede de Dios. Amén.

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23. ARCHIMADRID 2004

LA GENERACIÓN “PROZAC”

Cuentan que esta primera generación del siglo XXI se denomina la del “Prozac”. Como sabéis, esta medicina no es otra cosa sino un ansiolítico que ha adquirido gran fama por la cantidad de gente que la consume por prescripción médica. Sin ánimo de señalarme, creo que una gran mayoría, de una manera u otra, sufrimos el fatídico síndrome de la ansiedad. Todos somos testigos de las “prisas” que tiene nuestra sociedad por “hacer cosas”. El problema, da la impresión, se encuentra en que ese ajetreo que busca, o bien estar a la última, o ver quién llega antes a descubrir lo más novedoso (aunque, como también hemos visto, muchos de esos progresos pueden inducirnos a actuar contra la propia condición humana: abortos, eutanasia, embriones…), no supone, en definitiva, un aporte a lo que el ser humano necesita. Y nos hemos convertido, más bien, en objeto curioso de estudio para algunos, prometiéndonos en un futuro no muy lejano (creo que esas promesas llevan siglos realizándose), una vida mucho más prolongada, y con un alto grado de bienestar. Y así, de la misma manera que nos jactamos de sacar a la luz miles de encuestas sobre las cosas más absurdas, habría que realizar la más importante, con una pregunta muy concreta: “Pero, ¿es usted verdaderamente feliz?”.

“Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis”. Gracias a Dios, la Cuaresma es un tiempo que nos hace colocarnos en el lugar adecuado. Contemplar la vida de Jesús, es descubrir que, aunque de manera distinta, existían otras ansiedades en los corazones de los hombres, y que no podían soportar la “desfachatez” de la verdad. Intentan matar al Señor porque se hace pasar por Dios. Y, ¿cuál es su respuesta?: que tú y yo estamos también llamados a ser dioses. ¡Qué maravilla!… Somos hijos en el Hijo. Hemos sido elevados a la condición divina por los méritos de Cristo, y aún queremos hacer más “cosas” para demostrarnos… ¿el qué? Que lo importante es recordar que sólo en Jesús nuestras ansias y nuestros agobios encuentran el sosiego y la paz definitivas. ¡Que sí!, que hay que trabajar, que hay que procurar el ejercicio del bien común en esta sociedad que nos toca vivir… pero, todo con el corazón puesto en la debida rectitud de intención: dar gloria a Dios, y que sólo Él brille ante los ojos del mundo.

“Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí”. Quiero suponer que, una vez más, el Señor se retira a un lugar apartado para orar. ¿No sería realmente admirable que cuando fuéramos a pedir la receta correspondiente del Prozac, nuestro médico nos extendiera un papel que rezara lo siguiente: “… y todos estos medicamentos han de estar bien condimentados con una buena dosis de oración y paciencia”. Sé que para muchos resulta difícil recuperar lo esencial, porque se trata de algo que no se percibe a través de los sentidos (mucho más fácil es sentarse delante del televisor, y pasar horas “tontas” ante él, pues creemos que así nos evadimos de nuestros problemas). Pero, tal y como nos decía el “zorro” en el hermoso cuento del “Principito”: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Sí, creo que es la hora de tomar los 20 mg. de Prozac, pero te aseguro que tengo más ganas de que lleguen las siete de la tarde, y así poder celebrar la Eucaristía, y pasar un buen rato con mi Dios… “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte”.


24. Fray Nelson Viernes 18 de Marzo de 2005

Temas de las lecturas: El Señor está a mi lado como guerrero poderoso * Intentaron apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.

1. Más allá del miedo
1.1 Los tiempos que vivimos han quedado sellados por una palabra: "terrorismo". El miedo ha entrado en nuestras vidas de muchos modos: pavor de una epidemia por enfermedades nuevas; desasosiego por los vaivenes caprichosos y crueles de la economía; incertidumbre ante las fuerzas en conflicto en países como Colombia; inseguridad física por la delincuencia; escepticismo ante la gestión económica y política de los poderosos de nuestras naciones o de otros pueblos; dolor ante las crueldades del fundamentalismo, el satanismos o las guerras de religión; miedo incluso de una guerra total o... de un cometa que caiga sobre el planeta Tierra y nos extinga, como un día se extinguieron los dinosaurios.

1.2 La vida de Jeremías fue una vida marcada por muchos miedos, especialmente debidos a la incomprensión y dureza de su propio pueblo. Marcado por una soledad dolorosa, que no carecía de significado en el conjunto de su ministerio profético, este hombre admirable vivió con intensidad singular lo que significa "amar a Dios sobre todas las cosas". En su voz, aterrada por las amenazas de sus enemigos, sigue siendo más fuerte el amor a Dios y a su alianza.

1.3 Tal es la fuerza de la fe. No es un blindaje que nos impide sentir la oposición, la burla, el dolor o la incomprensión. No es una anestesia que nos distrae mientras el mundo nos ataca con su crueldad o nos castiga con su indiferencia. Es una luz sobrenatural que nos permite reconocer detrás de toda bruma el esplendor de un amor que se ha entregado entero por nosotros; es una energía interior que nos mueve más allá de nosotros mismos a una fidelidad que no es otra cosa sino la fidelidad divina obrando adentro de quienes han estado dispuestos a creer.

2. La causa de la muerte
2.1 Mucho se ha hablado de la causa de la muerte de Jesús. Hay quienes ven en esa muerte el desenlace esperable para un revolucionario que se atrevió a cuestionar los poderes económicos y sociales de su tiempo. Hay quienes ven en su muerte un episodio más del juego de alianzas entre Roma y Judea, un "accidente" en la trama política de la época. Hay quienes buscan otras explicaciones, sin descartar una especie de suicidio por afán de coherencia o por exasperación ante un estado de cosas.

2.2 Estamos a las puertas de la Semana Santa y pronto escucharemos los textos de la Pasión del Señor. No es lo mismo mirar un accidente, un suicidio o un crimen político que ver en el dolor y en la muerte de Cristo un evento que perdona pecados y trae salvación. Y para esto segundo nos ayuda el turbio episodio de hoy, en que vemos una acusación clara de parte de los enemigos del Señor: "No es por ninguna obra buena que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú, siendo hombre, te haces Dios".

2.3 Sin duda, en la muerte de Cristo confluyen muchos factores, y esto no debe extrañarnos pues muchos son los rostros de la maldad. La injusticia económica y la corrupción política pueden haber obrado tanto como la fría sevicia de un Pilatos o la envidia religiosa y el falso celo de fariseos y saduceos.

2.4 Lo importante es descubrir que detrás de muchos maldades hay un misterio de iniquidad que hunde sus raíces muy profundamente en el alma humana. Y saber que Cristo tenía esto muy claro que nos amó "hasta el extremo". Y agradecer con corazón creyente que nos haya amado así y que haya orado con ese amor por nosotros precisamente cuando pretendíamos arrebatarle la vida.