MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Ezequiel 47,1-9.12.

El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho. Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura. Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable. El hombre me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?", y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda. Entonces me dijo: "Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio".

Salmo 46,2-3.5-6.8-9.

El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar;
Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo.
El Señor está en medio de ella: nunca vacilará; él la socorrerá al despuntar la aurora.
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob.
Vengan a contemplar las obras del Señor, él hace cosas admirables en la tierra:


Evangelio según San Juan 5,1-16.

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. . Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Ez 47, 1-9.12 

2ª: Jn 5, 1-3a.5-16


 

1.

En esta primera lectura, el profeta utiliza la imagen del torrente. Los torrentes son en el A.T. símbolo de la vida que Dios da, especialmente en los tiempos mesiánicos. Ezequiel utiliza la imagen de la corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo (el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es agradable), y todo lo inunda con su salud y fecundidad. En san Juan (7. 35-37) este agua es el Espíritu que mana de Cristo glorificado.

MISA DOMINICAL 1990/07


2.

En el evangelio de hoy, Jesús cura a un paralítico, cerca de la piscina. Es el tema del agua viva, agua que vive y da la Vida. Escuchemos también esa revelación en la visión del profeta Ezequiel.

-En el curso de una visión recibida del Señor.

He aquí que debajo del umbral del templo, salía agua...

No hay que tomar todos los detalles en sentido material; son imágenes simbólicas. Dios anuncia aquí unos tiempos maravillosos: del Templo sale una fuente, cuyo curso crece, crece hasta llegar a ser un torrente caudaloso. A la distancia de mil codos, el agua alcanza los tobillos del profeta... a los dos mil, el agua sube hasta las rodillas... y rápidamente es un torrente que no puede atravesarse.

Abundancia.

Dios no retiene sus bienes, los reparte a profusión.

Me sirvo de esa imagen concreta del río que va creciendo para evocar las gracias que cada día irrumpen en abundancia sobre la humanidad... sobre mí...

Sin cesar, Dios vierte la abundancia de su vida en mí.

¿Qué atención presto? ¿Cómo respondo a ese don?

-¿Has visto, hijo de hombre?

Efectivamente, a menudo no veo.

Haz que vea, Señor.

HOY, trataré de ver ese río de gracia. En mi oración de la noche, trataré de recapitular, y de decir: «Gracias».

-Mira, a la orilla del torrente, a ambos lados, había gran cantidad de árboles... toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se marchitará. Todos los meses producirán frutos nuevos.

Visión maravillosa. Es el comenzar de nuevo del paraíso terrestre: el desierto de Judá, al sur de Jerusalén se cubre «de árboles de la vida». No dan solamente «una» cosecha, sino «doce» cosechas... ¡una por mes! Decididamente, ¡no habrá hambre!

Es un sueño.

¿Es realidad? Por contraste, no puedo dejar de pensar en los que sufren, en los que no tienen agua, ni frutos, en los que pasan toda su vida en la miseria. Realiza, Señor, tu promesa.

-Esta agua desemboca en el «Mar Muerto» cuyas aguas quedan saneadas... así como las tierras en las que penetra, y la vida aparece por dondequiera que pase el torrente.

Hay que haber visto el «Mar Muerto» y su paisaje desolado para captar toda la metamorfosis prometida. Las aguas de este mar, verdaderamente «muerto», tienen tal cantidad de sales, que ningún pez tiene vida en ellas y en sus alrededores también reina la muerte.

He aquí pues un «agua nueva» que tiene como un poder de resurrección: suscita seres vivos. Es un agua que da vida.

Su signo actual es el bautismo. En el fondo, ¿por qué no creeríamos en esa fuerza divina? ¿Acaso, no sería Dios capaz de transformar el desierto de nuestros corazones en jardines florecientes de vida? ¡Oh Dios, impregna nuestras vidas de tu vida!

Mi bautismo es una fuente de Vida. ¿Cómo la haría yo más abundante, más exultante, más llena de vida?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 140 s.


3. 

El agua, como principio de vida, es una imagen que se encuentra con frecuencia en los libros sagrados (por ejemplo, Jl 4,18 Zac 14,8; Is 35, etc.). No es de extrañar que Ezequiel use, pues esta imagen al hablar de los efectos vivificantes que produce la presencia de la gloria del Señor en el templo. Dado que la imagen del agua es tan frecuente, esta visión puede tener diversos puntos de referencia: las aguas de los cuatro ríos del paraíso (Gn 2,10-14); o los ríos y canales de Palestina (Guijón, Cedrón, etc.); o, tal vez, los mismos famosos canales de Babilonia, tantas veces contemplados por los desterrados.

El agua que sale del templo (hacia el oriente, quizá es la zona más árida) y que comienza siendo una fuente y un riachuelo, luego se hace un río caudaloso a pocos kilómetros de su nacimiento. Es decir, el poder vivificante se ha ido desarrollando ganando en fecundidad y en calidad. Su salubridad llega hasta curar todo lo que toca, incluido el Mar Muerto (v 8), a que broten gran cantidad de árboles que producen toda clase de frutos y hasta una cosecha por mes; y en ella viven gran cantidad y variedad de peces. Todo por el hecho de brotar del templo, donde está la presencia del Señor, que fecunda al pueblo en continua fidelidad a la alianza (7). En definitiva, dar fecundidad, crear vida, es trabajar por la justicia, por el bienestar por el bien; el egoísmo, en cambio, crea muerte, crea aridez.

Adán dejó yermo el Paraíso al ser echado fuera por su pecado.

El agua de Ez 47 es prototipo de la de los últimos tiempos abiertos por Cristo: «Quien tenga sed, que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de agua viva brotarán de su entraña» (Jn 7,37-38). En él se ha cumplido esta profecía de Ezequiel; de él nos viene la gran efusión del Espíritu que simbolizaba el agua. Únicamente de él nos puede venir la fecundidad, la vida, a nivel personal y a nivel colectivo. Todo ha de pasar forzosamente a través de él. La única salvación, la única solución se encuentra en Cristo, según indicó Pedro al pueblo de Jerusalén: «La salvación no está en ningún otro, es decir, que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos invocar para salvarnos» (Hch 4,12).

J. PEDROS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 824 s.


4.

En el evangelio de hoy, san Juan nos presenta a Jesús realizando un "signo", un milagro, en sábado; no únicamente por motivos humanitarios, sino porque Él viene a salvar, porque se presenta como liberador (el sábado estaba consagrado al recuerdo de la liberación de Egipto: Dt 5. 12-15). Concretamente su liberación consiste en emancipar al hombre de las prácticas formalistas y elevarlo por encima de los avatares de la vida. Liberación que se adquiere no por medios mágicos, como el correr del agua, sino mediante un encuentro personal con el Señor.

MISA DOMINICAL 1990/07


5.

Como el agua de Caná y la del pozo de Jacob, también la de Betesda era estéril; no podía curar al enfermo. Como el agua de la piscina, tampoco la ley de Moisés podía dar vida al pecador: sólo podía mostrarle sus transgresiones y confirmar la pobreza de la condición humana. En lugar de salvarle, le encerraba, le mantenía en su pasado. Paralizado desde hacía treinta y ocho años...

Jesús pasó: "¿Quieres quedar sano?". El Hijo descendió a la morada de la muerte y cargó con nuestras enfermedades. En medio de las quejas mantuvo la promesa. Incluso el mar Muerto, condenado a la esterilidad, va a poder dar peces milagrosos. El hombre que estaba paralítico desde hacía treinta y ocho años, encadenado a su pasado de desdicha, se pone de pie. La tierra es recreada; los árboles, cuyas hojas no conocen ya los efectos del hielo, dan nuevos frutos cada mes. Cuando Dios da el agua viva, el viejo mundo desaparece.

Hermanos, nosotros somos una creación nueva. Dios ha hecho que brotase del costado de su Amado sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto penetra. Nuestra vida reverdece cuando el Espíritu nos inunda. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a una tierra liberada. Nos ha hecho atravesar el mar y nos ha sumergido en el río de la vida. Pertenecemos al mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo enterrará nuestras obras estériles, y oiremos el grito de la victoria.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989
.Pág. 80 s.


6. H/ENFERMO

El hombre está enfermo y necesita ser sanado. Entonces, el amor de Dios viene al mundo hecho hombre, cual un médico. Encuentra al mundo convertido en un gran hospital; pasa por entre los enfermos y los observa a todos. No todos tienen la enfermedad de modo visible en su cuerpo, pero sí que todos están, por lo menos, espiritualmente enfermos. Cristo en todos no ve sino a uno solo: a Adán, el hombre por antonomasia; el paralítico del evangelio de hoy es su imagen, es Adán, y está enfermo de muerte. Hace ya treinta y ocho años que duran sus dolores.(NU/000038-AÑOS)

·Agustín-SAN nos explica lo que este número tiene de significado místico. Cuarenta (NU/000040-DIAS) es el número de los días de Cuaresma que nos traen la salud, cincuenta (NU/000050-DIAS) es el número de la salud ya cumplida, son los días que siguen a Pascua, los días benditos de Pentecostés. En estos últimos los penitentes reciben la recompensa de su trabajo. Es la paga de los trabajadores en la viña, es la posesión de Dios. Esta recompensa pone fin al tiempo de penitencia para iniciar el de la salvación, convierte los cuarenta días de antes de Pascua en los cincuenta que la siguen, la Cuaresma se torna Pentecostés.

Pero a condición de que haya precedido la labor de los cuarenta días de ayuno y penitencia; en tanto que el hombre no se resuelva a realizar este esfuerzo, seguirá enfermo. Lleva ya treinta y ocho años enfermo; no son todavía cuarenta porque le faltan dos cosas que le sanarán, después de completarle el número de cuarenta: son dos mandamientos que, en realidad, la ley de Moisés le había ya escrito en el corazón, pero que únicamente con el advenimiento de Cristo consiguen todo su alcance: "Amarás al Señor, tu Dios y al prójimo como a ti mismo". El amor de Dios, hecho visible en la persona de Cristo, ha de apoderarse del corazón del hombre, enfermo por el pecado, a fin de inflamarlo y llevarlo por los caminos de la penitencia.

Este amor quiso hacerse visible entre nosotros e incluso hablarnos: "¡Levántate, toma tu camilla y anda!". ¡Levántate, recorre el camino de la penitencia, el camino de la cruz, que lleva a Dios! Entonces serás curado, te verás sano, tendrás la vida eterna. Entonces habrás dado el primer paso para salir de tu enfermedad de treinta y ocho años, y al momento, de un salto, te vas a poner no sólo en la salud de la Cuaresma, sino también en la bendita Quincuagésima, el Pentecostés que sigue a Pascua.

Entonces vas ya a marchar sano por la tierra de Dios, por la tierra de la verdadera vida, y tus apetitos desordenados, tus pasiones, a los que antes estabas atado como a un lecho, quedarán ahora dominados. Cierto que tendrás que llevarlos sobre ti como una carga, pero los llevarás -así lo querrá Dios-, como lleva el lecho uno que ya está sanado, y no vas a tener que verte echado sobre ellos como un enfermo.

Así habla Cristo en el evangelio de hoy a los catecúmenos y a los pecadores. Son ellos los enfermos que languidecían desde muchos años hacía en sus pecados y no había quien los acercara al agua de la salud. Ahora, Cristo se ha hecho este hombre que les precisaba; el enfermo tiene a este hombre ante sí, ¡y más que hombre! Bajo la figura de su Iglesia, Cristo toma al enfermo por la mano, lo saca fuera del lecho y le dice: "¡Levántate y anda!" Cristo, además, es el ángel que mueve las aguas del Bautismo para que, puestas en efervescencia, se hagan agua de vida y de salud, llenas del Pneuma divino, fuente de un nuevo nacimiento.

Hoy, Cristo brilla de un modo muy especial en la misa, puesto que hoy desciende El al torbellino del sufrimiento y de la muerte humana, y, como el ángel de Dios, pone este mar en saludable efervescencia, lo vivifica con su muerte. De sepulcro del pecado lo torna seno maternal de la nueva vida. Viene, coge al enfermo "que no tiene a nadie", lo toma El mismo sobre sus hombros -se reviste del cuerpo de Adán, enfermo por el pecado-, baja con él a la corriente de la muerte y lo vuelve a subir consigo, sano y salvo a la luz. Desciende cual viejo y enfermo Adán y vuelve a subir nuevo y regenerado.

Por tales razones,la presencia mística de Dios, que nos proporciona el Santo Sacrificio, es una auténtica fuente de juventud para todos los fieles, quienes constantemente están expuestos a la contaminación del mal y a la enfermedad del pecado. En el santo sacrificio, el agua del Bautismo vuelve a brillar para el fiel cristiano y le recuerda aquella hora en la que Cristo bajó a por él, le tomó consigo y lo sanó en el agua.

Le exhorta a que procure sea duradera la salud allí recibida, y si por su ligereza volviese a correr peligro, tan sólo una cosa podrá salvarle: es la hora presente, en la cual el médico divino se le acerca de nuevo, le brinda el baño salvador de su propia sangre y le dice: "¡Levántate y anda!".

Esto lo dice al pecador, nos lo dice a nosotros, pues ¿quién de entre nosotros está sin pecado? Su palabra nos invita a emprender, animosos, el camino del arrepentimiento y de la penitencia; nos llama para obligarnos a salir de la calentura del pecado, para que tomemos sobre nuestros hombros el lecho de nuestra enfermedad y nos apresuremos, a través del desierto de este mundo, hacia Dios y hacia la vida eterna. ¡Cuán profundamente no debía entrar esta palabra en el corazón de los catecúmenos de la antigua Iglesia! ¡Qué eco de arrebatadora alegría no despertaría en ellos al sentirse llamados a emprender el camino de la salud después de largos años de enfermedad y al ver centellear por vez primera el agua de la salud, el santo Bautismo! Tal llamada no impresionaría menos a los penitentes del tiempo antiguo. ¡Qué esperanza, qué infinito agradecimiento al pensar que el médico les quiere sanar otra vez y al darse cuenta de que a diario baja para remover el baño de la salud.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 250 ss.


7. ENFERMEDAD/P:

Desde el pecado de Adán ya no ha habido ningún hombre sano sobre la tierra. La desobediencia al mandato de Dios echó a perder la unión de amor existente entre Dios y el hombre, arrancando así al hombre de su verdadera vida. Dios dejó de ser para él la atmósfera que respiraba y desde entonces el hombre enfermó. Y el motivo de haber venido Dios al mundo fue el de salvarnos y sanarnos. "Los enfermos, dice Cristo, son los que tiene necesidad de médico" (Lc/05/31). No hay por qué hacer distinción entre enfermedad y salud del cuerpo por un lado y enfermedad y salud del alma por el otro. La verdadera enfermedad del hombre es la que le aparta de Dios, el pecado, y éste ataca a todo el ser, tanto al cuerpo como al alma; ambos precisan por igual de la acción salvífica de Dios.

La enfermedad del cuerpo no es sino una parte, la más pequeña, de esta dolencia general que afecta al hombre. Y lo externo delata y simboliza la peligrosa enfermedad del alma, pues el exterior habla siempre del interior. Desde este punto de vista, la enfermedad del cuerpo tiene que mirarse tan sólo como una consecuencia necesaria del pecado. Y no es únicamente un castigo, como les parecía a los fariseos en sus estrechas miras, sino un síntoma del descalabro general que sufre el hombre. Osaríamos decir que el pecador es siempre, incluso en su aspecto corporal, un enfermo, por más que la enfermedad de la naturaleza humana no llegue aún a descubrirse en síntomas externos.

P/CUERPO-DE-CRISTO :¡Claro está que este principio no puede invertirse diciendo que todo enfermo corporalmente tenga que ser un pecador! Porque la humanidad total, después de caer Adán, está atacada y enferma por el pecado; siempre que peca un miembro de este cuerpo que es toda la humanidad, entonces el cuerpo total, además de ser cargado con un nuevo pecado, es cargado con nueva enfermedad. De aquí que la enfermedad de un determinado hombre no sea expresión muchas veces de sus pecados personales y que la dolencia corporal aparezca en unos sí y en otros no. Cada miembro peca en todos los demás así como entre todos se reparte la enfermedad.

Al manifestarse en tal o cual miembro del cuerpo la enfermedad corporal, es todo el cuerpo de la humanidad entera el que se da cuenta de su falta y de la enfermedad interna que le afecta. El ciego de nacimiento curado por Jesús, no había recibido su ceguera ni por faltas personales ni por pecados hereditarios, sino, como dice Jesús, "para que se manifiesten en él las obras de Dios" (/Jn/09/03), para que se eche de ver en él la ceguera que el pecado ha impuesto a todo el cuerpo de la humanidad. Además, se hará patente en él también la iluminación y la vuelta a la claridad de la visión interior por la acción salvífica de Dios.

Por tanto, el enfermo no es siempre un pecador, igual que el pecador no siempre se presenta como hombre enfermo. Pero sí que siempre, como llevamos dicho, la enfermedad corporal, bien ataque al pecador o al santo, es símbolo de la dolencia común que recayó sobre toda la humanidad. "Símbolo" (SÍMBOLO) aquí se toma en su sentido originario, que era de "parte, trozo", una mitad de un todo con el que está estrechamente ligada, como la parte visible y la invisible, como el cuerpo y el alma. En este sentido, podríamos decir en este sentido pleno, es en el que Cristo, la Sagrada Escritura, la Iglesia y la Liturgia, hablan de enfermedad y de salud, salvación y desdicha del hombre entero. Basta tener presentes las diversas oraciones de Cuaresma que repiten tan a menudo tales palabras. No podemos detenernos a hacerlo aquí; digamos, tan sólo, que siempre nos es dado descubrir en ellas en estrecha relación el ayuno corporal y el espiritual, la salud del cuerpo y la del alma.

Jesús viene a confirmárnoslo, al decir al paralítico: "¡Mira, has sido curado; no vuelvas a pecar!" (Jn/05/14). (...) Dar la salvación es, pues, obra de Dios; sólo Dios puede hacerlo.

Dios la produce y la da en el misterio, en la renovación cultual de su obra redentora, en la liturgia. Aquí es donde sopla el aliento salvífico de la vida divina. Y todo cuanto el hombre puede hacer en pro de su salud, es entrar en esta atmósfera santificadora, dejarse llenar de la vida divina que le hace sano porque es ella misma totalmente incontaminada; buscar "bajo sus alas" la salvación (15). Incluso los santos médicos, cuya iglesia hoy visitan los fieles romanos, no pueden contribuir de otro modo que trayendo al hombre enfermo a la presencia salvadora de Dios y poniéndolo en contacto con El: "Señor, que tu misterio nos asegure la salvación! Te lo imploramos por los méritos de tus santos mártires Cosme y Damián" (Poscomunión).

Todo depende, ciertamente, del acto de entrega que hagamos de nosotros mismos para sumergirnos en el ambiente vital de la vida litúrgica. Únicamente de Dios depende la realización de la salvación; pero si el enfermo escapa de sus manos, ¿en quién la va a realizar? El hombre sólo puede verse sanado y seguir con plena salud, si cumple la voluntad de Dios. Su salud, según dijimos ya, está condicionada a la observancia de los mandamientos. Tal idea cobra ahora todo su profundísimo sentido místico: la voluntad de Dios es salvar al hombre, y todos los mandamientos, como ya indicábamos ayer, se reducen a uno solo: "amar a Dios", "tener sed del Padre" (·Clemente-A-SAN de Alejandría, Exhortatio ad paganos, 10, 94, 2). Buscar la proximidad de Dios, permanecer junto a El, respirar su propia vida: he aquí el único mandamiento que Dios impone al hombre para hacerle salvo. El hombre lo cumple "cuando toma frecuente parte en el misterio".

/Jr/07/04:Las palabras "tomar parte" nos indican que también a nosotros se dirige la exhortación del Profeta en la epístola de hoy. No basta con andar diciendo templum Domini, templum Domini, templum Domini est, que podríamos traducir en cristiano: "Dios lo hace todo, la Iglesia lo hace todo por renovar místicamente la obra de la redención: no he de hacer más que asistir, y todo se andará". No; tomar parte en la celebración del misterio es una participación activa, un contribuir a la ejecución de la obra redentora. La renovación de la presencia del sacrificio de Cristo produce de nuevo, cada vez, mi salud, pero para que sea eficaz para mí, he de tomar parte en ella; tenemos que participar en la muerte de Cristo, muerte que nos trae la vida. Si queremos tener parte en la vida de Cristo, fruto de su muerte, tenemos que participar activamente en ésta.

Nuestra sangre tiene que mezclarse con la del Señor en el "caliz de salud" si queremos beber con El la "perpetua salvación" (Canon de la misa). Cual grano de trigo tenemos que caer con El en tierra y morir; sólo así conseguiremos comer el pan de su mesa de "vida eterna" (Canon de la misa). Su muerte es nuestra salvación, su pasión es nuestra salud, pero sólo con tal que también nosotros -como cuerpo suyo- suframos y muramos místicamente con El. De ahí viene la paradoja -frase, sin embargo, muy cristiana- de que morir es salvarnos.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 338 ss.


8.

La puerta de las ovejas, por donde entraban los rebaños en la capital. Los cinco soportales o pórticos de la piscina responden a una realidad histórica, pero establece una relación entre la piscina y el templo, que le da un sentido más allá del histórico.

Los pórticos del templo eran el lugar de la enseñanza oficial de la Ley de Moisés, que hacía de Jerusalén la ciudad del saber teológico-jurídico del judaísmo, donde acudían alumnos de todo el mundo conocido.

Al mismo tiempo, la orden que Jesús va a dar al inválido estará en contradicción con la Ley (5,10); el tema de todo el cap 5 que se va a leer durante tres días, es la sustitución de la ley por la persona de Jesús, y al final se hará mención de Moisés el dador de la Ley; esto hace ver que los cinco pórticos son un símbolo de los cinco libros de la Ley, bajo cuya opresión vivía el pueblo.

"Y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos".

Los tres adjetivos no designan tres clases de enfermos, sino tres males que los afligen a todos: están ciegos por obra de la tiniebla, que les impide conocer el designio de Dios; tullidos, es decir, privados de actividad, reducidos a la impotencia; resecos, carentes de vida: son un pueblo muerto.

Era una fiesta de los judíos, pero la multitud, tirada en los pórticos, está, por tanto, excluida de la fiesta, de la alegría de la vida, de la felicidad.

-"Estaba también allí un hombre que llevaba 38 años enfermo".

Este hombre es la encarnación de la muchedumbre. La curación que va a efectuar Jesús no va dirigida únicamente a un individuo; la curación de este hombre es el signo de la liberación de la multitud sometida a la ley. Así se explica la violenta reacción de los dirigentes, que, inmediatamente, pensarán en matarlo.

"Llevaba 38 años enfermo". Esta cifra hay que interpretarla en relación con 40. 40 años es el tiempo de una generación. Equivaldría a la vida entera del individuo en su condición de invalidez. Está, por tanto, al final de su vida, y es en este momento cuando se le acerca Jesús.

Referidos al pueblo recuerdan sobre todo los 40 años de estancia en el desierto donde murió toda la generación que había salido de Egipto, sin llegar a la tierra prometida. Por tanto, la situación de esta muchedumbre es la de quienes van a morir sin haber salido del desierto, sin haber conocido la felicidad que Dios prometía (Dt 2, 14-17).

"Jesús, al verlo echado y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: ¿Quieres quedar sano?" A este hombre, a este pueblo, Jesús quiere darle la salud. Al hombre sin fuerzas, incapaz de movimiento y acción, víctima de su enfermedad; hombre en condición infrahumana, sin creatividad ni iniciativa. Jesús le abre una esperanza de salud, ofreciéndosela implícitamente.

El enfermo desea la curación, pero está fuera de su alcance.

El agua es factor de vida, pero hay aguas, como la del pozo de Jacob y ésta de la piscina de los cinco pórticos que, aunque la prometen, no la pueden dar.

El agua de vida es la del Mesías (4, 14), el Espíritu que brotará de él como de nuevo templo, las aguas mansas de Siloé, la piscina del Enviado (9, 7), situada fuera de la ciudad.

"Jesús le dice: levántate, toma tu camilla y echa a andar".

Inmediatamente le da la salud y con ella la capacidad de actuar por sí mismo. El hombre puede disponer de la camilla que lo tenía inmóvil y puede caminar a donde quiera. La camilla, nombrada cuatro veces, adquiere un significado importantísimo. Ella cargaba con el hombre inválido; ahora, curado, el hombre carga con ella.

Jesús lo hace dueño de aquello que lo dominaba; le hace poseer aquello que lo poseía.

Se arrastraban allí cantidad de lisiados y multitud de mendigos. Se juntaban al borde de la piscina esperando poder algún día recobrar la salud. Imagen de una humanidad que vive esperando inútilmente la salvación. El agua de Betesda era estéril, no podía producir un nacimiento nuevo.


9.

Jesús pasó. "¿Quieres quedar sano?" El Hijo descendió a la morada de la muerte y cargó con nuestras enfermedades. Incluso el Mar Muerto, condenado a la esterilidad va a poder dar peces milagrosos. El hombre que estaba paralítico desde hacia 38 años, encadenado a su pasado de desdicha, se pone de pie. Cuando Dios da el agua viva, el viejo mundo desaparece.

Hermanos, nosotros somos una creación nueva. Dios ha hecho que brotara del costado de su Hijo amado sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto penetra. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a un mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo enterrará nuestras obras estériles.

Las aguas del Mar Muerto, tienen tal cantidad de sales, que ningún pez tiene vida en ellas y en sus alrededores también reina la muerte.

Aquí hay un "agua viva" que tiene como un poder de resurrección: suscita seres vivos. Es un agua que da vida.

"Levántate y anda". Comienzo de una vida nueva. Significa también la vida nueva de los bautizados. Dios quiere un "hombre de pie", un hombre que avanza. El pecado es una parálisis.

-El hombre que no podía tenerse en pie es capaz de llevar su camilla, es capaz de soportarse a sí mismo.


10.

"¡Vivir!" El agua, símbolo de la vida: el bautismo.

Durante las últimas semanas de Cuaresma, la Iglesia nos propone lecturas sacadas del evangelio de san Juan. Es la última preparación de los catecúmenos que recibirán el bautismo en Pascua, y es también nuestra preparación, la de todos los que queremos renovar nuestros compromisos de bautizados en la vigilia pascual. Dejémonos prender por el símbolo del agua.

-Hay en Jerusalén una piscina... junto a ella yacía una multitud de enfermos: ciegos, cojos, tullidos...

Una humanidad que sufre. Una humanidad que se sabe "disminuida" físicamente. Una humanidad marcada por los accidentes y por la enfermedad.

-Había allí un hombre que llevaba 38 años enfermo. Jesús, conociendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: "¿Quieres ser curado? Jesús "sabe". Jesús comparte interiormente el sufrimiento de este hombre. Y sin embargo, le hace una pregunta... ¿Por qué? La respuesta parece tan evidente.

"¿Quieres, tú?" Es la pregunta que Jesús hace siempre, hoy.

"¿Quieres ser bautizado?" Así comienza todo bautismo.

A través de esta curación, símbolo del bautismo, Jesús afirma que la vida cristiana es ante todo una respuesta de nuestra libertad. Me pregunto: ¿Quiero vivir? ¿Quiero curar? ¿Quiero aceptar el don de Dios?

-El enfermo respondió: "No tengo a nadie que me meta en la piscina".

Otro símbolo. El gran sufrimiento es "no tener a nadie". Lo que salva, en primer lugar, es el amor... es ¡el tener a alguien! En esta página del evangelio, ¿hay una llamada? ¿Quién me llama hoy?

-Jesús le dijo: "Levántate y anda".

Para el paralítico fue el comienzo de una vida nueva.

Espiritualmente significa también la vida nueva de los bautizados. Dios quiere "un hombre de pie", un "hombre que avanza". El pecado es una parálisis.

Y no estamos solos para esta vida cristiana, para este combate de cada día. Jesús está aquí, junto a nosotros, como lo estaba también con el paralítico.

Si rehúso la Palabra de Jesús, si no acepto su ayuda vital, "no tengo a nadie"... me quedo como el paralítico al borde de la piscina, incapaz de nada.

Misterio de la gracia. La vida cristiana es una vida humana a la que se incorpora la vida de Cristo.

Señor, ven, tómame de la mano... dame voluntad de avanzar.

-Le preguntaron: "¿Quién es el hombre que te ha curado?"

¿Quién es este Jesús? Es una pregunta que hay que hacerse siempre. Todo depende de esto. Si no es más que un hombre, no nos puede ayudar en profundidad. Pero sabemos que en él está el poder mismo de Dios.

-"Has sido curado. No vuelvas a pecar."

Se nos hace de nuevo patente que es a ese nivel donde Tú te colocas espontáneamente: Los milagros físicos son una especie de introducción. Tu verdadero combate es contra el mal del pecado. Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

Verdaderamente, ¿quiero yo "curarme de este mal, de esta parálisis?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 144 s.


11.

1. La lectura profética nos prepara a entender luego la escena del evangelio: el tema común es el agua que cura y salva, y por tanto, en el marco de la Cuaresma, el recuerdo de nuestro Bautismo, que tendrá su actualización más densa en la Vigilia Pascual.

Las aguas que brotan del Templo, o sea, que vienen de Dios, lo purifican y lo curan todo a su paso, hacen que los campos produzcan fértiles frutos y que el mar muerto se llene de vida. Es un hermoso simbolismo que volveremos a escuchar en la Vigilia Pascual. Apunta, por una parte, con un recuerdo de añoranza, al paraíso inicial de la humanidad, regado por cuatro ríos de agua, y, por otra, al futuro mesiánico, que será como un nuevo paraíso.

2. Durante tres días vamos a leer el capítulo quinto de Juan.

La piscina de Betesda tenía aguas medicinales. Pero a aquel pobre hombre paralítico nadie le ayudaba a llegar al agua. Cristo le cura directamente. No sin reacciones contrarias por parte de sus enemigos, porque este signo milagroso lo había hecho precisamente en sábado.

3. El agua, tanto la que anuncia poéticamente el profeta como la del milagro de Jesús, estará muy presente en la Noche de Pascua. De Cristo Resucitado es de quien brota el agua que apaga nuestra sed y fertiliza nuestros campos. Su Pascua es fuente de vida, la acequia de Dios que riega y alegra nuestra ciudad, si le dejamos correr por sus calles. ¿Vamos a dejar que Dios riegue nuestro jardín?

El agua es Cristo mismo. Baste recordar el diálogo con la mujer samaritana junto al pozo, en Juan 4: él es «el agua viva» que quita de verdad la sed. Si el profeta ve7'a brotar agua del Templo de Jerusalén, ahora «el Cordero es el Santuario» (Ap 21,22) y de él nos viene el agua salvadora. La curación del paralítico por parte de Jesús es el símbolo de tantas y tantas personas, enfermas y débiles, que encuentran en él su curación y la respuesta a todos sus interrogantes.

El agua es también el Espíritu Santo: «si alguno tiene sed, venga a mi, y beba el que crea en mi: de su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7,37-39).

Dios, en la Pascua de este año, quiere convertir nuestro jardín particular, y el de toda la Iglesia, por reseco y raquítico que esté, en un vergel lleno de vida. Si hace falta, él quiere resucitarnos de nuestro sepulcro, como lo hizo con su Hijo. Basta que nos incorporemos seriamente al camino de Jesús. ¿Nos dejaremos curar por esta agua pascual? ¿de qué parálisis nos querrán liberar Cristo y su Espíritu este año?

Pero, además, ¿ayudaremos a otros a que se puedan acercar a esta piscina de agua medicinal que es Cristo, si no son capaces de moverse ellos mismos («no tengo a nadie que me ayude»)?

Lo que dice el salmo se refiere a nuestra pequeña historia: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios... teniendo a Dios en medio, no vacila». El agua salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. La aspersión bautismal de los domingos y sobre todo la de la Vigilia Pascual nos quieren comunicar simbólica y realmente esta agua salvadora del Señor.

«Del umbral del templo manaba agua, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente» (la lectura)

«Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza» (salmo)

«Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar» (evangelio)

«Que esta Cuaresma disponga el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual» (oración)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 80-82


12.

Primera lectura : Ezequiel 47, 1-9.12 Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente tendrán vida
Salmo responsorial : 45, 2-3.5-6.8-9 El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob
Evangelio : Juan 5, 1-3a.5-16 Levántate, toma tu camilla y echa a andar

El relato de la curación del enfermo de la piscina de Betesda nos coloca, frente a la polémica típica de los evangelios: la primacía del amor sobre la ley. Una vez más, Jesús demuestra que la necesidad del ser humano prima sobre toda otra ley, aunque ésta sea una ley cultual, referida al mismo Dios. Todos los milagros que enfrentan este problema están llamados a introyectar en la conciencia humana el principio del amor, liberándola del peso de la ley. De esta manera el milagro se sigue repitiendo en la conciencia humana, dejándola libre para volar, en alas de un amor sin barreras y sin fronteras.

Quisiéramos, sin embargo, subrayar en este milagro de la piscina el hecho de que Jesús quiera superar la espera resignada de un enfermo que aguarda que unas aguas se agiten, para ver si tiene la oportunidad -tantas veces antes negada- de llegar primero al agua. Para el enfermo, símbolo de tantos que esperan, la agitación del agua era algo que lo mantenía en esperanza, aunque esta esperanza llevaba ya muchos años sin verse cumplida. El círculo vicioso que Jesús quiere romper es el de la espera que no termina de concretarse, por traer una liberación limitada, para unos pocos, y estar siempre a merced de la suerte y no de un proceso abierto.

Jesús quiere superar así las esperas inútiles que tiene el pueblo, que cree que su liberación viene por algún tipo de agitación que sólo ocasionalmente involucra su vida y la mejora. Si no aplicamos un discernimiento que nos lleve a superar las falsas esperas en métodos ocasionales de transformación personal y social, prolongamos el hecho de la liberación y lo ponemos en métodos que no terminarán nunca de liberar, porque no hacen un trabajo de transformación permanente y profunda del interior. Hay que abandonar las liberaciones superficiales, ocasionales, violentas. Vivir de la casualidad prolonga innecesariamente el dolor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


13.

El hecho de que sea Juan el único evangelista que trae este relato es de por sí un dato que nos ayudará a entenderlo. El objetivo del relato, como algunos otros que trae Juan (Bodas de Caná, Samaritana, etc.), es darnos una lección fuerte frente a la enseñanza judía. Concretamente hoy nos pone frente a la posibilidad de llegar hasta Dios, y la capacidad de permitirlo o no como un privilegio de alguna casta sacerdotal.

Los enfermos están junto a la piscina, no pueden entrar al Templo, están esperando una posibilidad de encontrarse con Dios, así sea momentáneamente, cuando se mueva el agua; pero Jesús se acerca a ellos, concretamente a uno que lleva treinta y ocho años, casi cuarenta, toda una vida ahí, esperando por Dios, esperando que otros le den la posibilidad de Dios; pero Dios se le ha acercado a él y se le acerca para que recupere su capacidad, para que no espere que sean otros pies los que lo lleven sino los suyos propios los que le permitan entrar al Templo, llegar a Dios.

Por otro lado está la oposición de la estructura religiosa que niega esa presencia de Dios, porque era Sábado, porque se profanó una institución divina. Jesús libera de esas estructuras opresoras aunque religiosas; permite acercarse a Dios, da libertad y nos pide que llevemos esa libertad a los ambientes diversos donde estamos, incluidos los ambientes difíciles y cerrados.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


14. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Esta vez (continuamos con el "Libro de los signos" de Jesús, o sea, con el libro de sus milagros) es el propio Jesús el que tiene la iniciativa. No olvidemos la circunstancia: se celebraba una fiesta. Al final del relato se nos dice que caía en sábado. No olvidemos tampoco que en el evangelio de Juan Jesús sube varias veces a Jerusalén. Allá, en la piscina probática (la piscina de las ovejas, que se ha localizado en las excavaciones hechas cerca de la iglesia de Santa Ana), a dos pasos imposibles del agua de la salud, a un metro insalvable, abismal, lleva treinta y ocho años postrado un enfermo. Es un abandonado, casi un apestado: no ha habido, en tanto tiempo, nadie que lo metiera en la piscina. Cuando Jesús le pregunta si quiere quedar sano, le habría bastado responder con un sí cargado de la impaciencia de miles de días y noches. Pero sus palabras (al fin y al cabo duran unos segundos más perfectamente tolerables) son una confesión de impotencia. Era un mal competidor. Siempre había alguien que le llevara la delantera. Sí, realmente estaba a dos pasos infinitos de la fuente de la salud.

Jesús lo cura. Y, lo mismo que se lo dirá a la mujer sorprendida en adulterio, le indica a él: tras la experiencia del indicativo de la gracia, vive el imperativo de la ley buena. El final ("no peques más, no sea que te ocurra algo peor") no es ninguna amenaza: es el experimento cotidiano, es la triste certeza, tan comprobada, de que las recaídas siempre son peores, en el cuerpo, en la mente y en el espíritu.

Un bautizado como nosotros no lo debe olvidar.

Vuestro amigo.

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


15. CLARETIANOS 2003

Se dice pronto: treinta y ocho años. Si un minuto son cincuenta y nueve segundos demasiado largos, ¿qué será ese cúmulo interminable de esperas? No ya esa que ejerces, de vez en cuando, toda la santa tarde, ni todo el santo día. Infinidad de hojas marchitas caídas del calendario, un sinnúmero de intentos fallidos por llegar el primero, miles de amargas comprobaciones de la propia impotencia y del abandono ajeno.

Pero ahora conoce el paralítico la gracia de una presencia y una palabra inesperadas. Y se da cuenta de hasta qué punto es verdad lo del salmo: “es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de la fatiga: Dios lo da a sus amigos mientras duermen”. Ha bastado una palabra de un desconocido y ahí lo tenemos, erguido, cargando con la camilla. Y ha podido cantar la nueva revelación:

Tras el temblor opaco de las lágrimas,
no estaba yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre,
no estaba yo solo.
Tras el dolor estéril de las horas,
no estaba yo solo.

¿Creyó este hombre? No se nos dice nada. Sí tiene un nuevo encuentro con Jesús y recibe un aviso saludable para el futuro. Quizá no siempre hemos respondido con gratitud al regalo que se nos ha hecho. Basta recordar la historia que narra Lucas sobre los diez leprosos. Sólo un samaritano se vuelve para agradecer a Jesús y dar gloria a Dios por el don recibido. Y, sin embargo, volvernos más conscientes de todo lo bueno que se nos ha dado, quizá de una curación muy largamente y muy impotentemente buscada, pudiera constituir una clave decisiva para la orientación de nuestra vida.

Ante situaciones de dolor e impotencia, como la de tantas personas en esta situación de guerra, nuestro deseo se inspira en palabras de Jesús en el apocalipsis sinóptico: “que se acorte el tiempo de la prueba de los elegidos «de todos estos sufrientes»”. Situaciones como ésta, y otras que están dejadas de la mano de los MCS y quizá también de nuestra memoria, siempre se nos hacen largas, por más que el tiempo del reloj no dure esa eternidad de 38 años.

(Para los que deseen un comentario más técnico del pasaje, remitimos a R. Schnackenburg, quien escribe sobre el número treinta y ocho: “Desde la época patrística se busca por debajo del número una referencia simbólica a los años de la peregrinación por el desierto «Dt 2,14: “el tiempo que estuvimos caminando... fue de treinta y ocho años...” », de tal modo que el hombre vendría a ser algo así como un símbolo del pueblo judío, que al final aún encuentra gracia o una encarnación de la ingratitud del mismo pueblo judío”.)

Pablo Largo: pldomizgil@hotmail.com


16. 2001

COMENTARIO 1

Jesús sube por segunda vez a Jerusalén, pero no al templo/ institu­ción, sino a encontrar al pueblo oprimido (representado en el inválido). El episodio muestra la fuerza que Jesús infunde y la libertad que da al hombre, ha­ciéndolo dueño de sus propias decisiones (8: levántate ... y echa a an­dar).

Aquí aparece de nuevo el tema de las ovejas (v.2: la Puerta de las Ovejas, que Jesús echó fuera del templo (éxodo)). La muchedumbre representa al pueblo, abandonado por los dirigentes. Los pórticos relacionan a este lugar con el templo, en cuyos pórticos se enseñaba la Ley. La fiesta oficial contrasta con la situación de los excluidos de ella (2 Sm 5,8). La muchedumbre (v.3) está ciega por obra de la tiniebla, la falsa ideología que le impide su desarrollo y plenitud humana; tullida, pri­vada de actividad, reducida a la impotencia; reseca, sin vida; es un pue­blo muerto (Ez 37,1-14).

El enfermo (v.5) representa a la entera muchedumbre. Llevaba treinta y ocho años enfermo, los mismos que la generación de israelitas que murió sin ver la tierra prometida (Dt 2,4); con esta cifra se indica que la muchedumbre va a morir sin encontrar salvación.

La enfermedad del inválido es suya (v. 1,5), es decir, el hombre es responsable de ella por haber acep­tado la ideología del sistema, que apaga la vida.

El inválido se imagina que Jesús lo ya a meter en el agua: "Señor, no tengo un hombre que, cuando se agita el agua, me meta en la piscina; mientras yo llego, otro baja antes que yo". (v.7). Agitarse se usa en el NT sólo de personas y de multitudes; la agitación del agua representa las revueltas mesiánicas del tiempo, en las que el pueblo oprimido espe­raba vanamente encontrar remedio a sus males. Jesús responde de otro modo a la expectación del enfermo / pueblo: le da la capacidad de actuar por sí mismo, sin depender de otros, y lo incita a usar de su libertad (cargar con la camilla en día de fiesta, contra la prescripción legal) (8). Esta acción lo hace dueño de su pasado (camilla), para que pueda desecharlo.

La perícopa expone el modo como Jesús va liberando al pueblo. Su propósito es darle la posibilidad de abandonar la institución que lo oprime y le quita la vida. Jesús comunica una nueva vitalidad que permite a los hombres levantarse de su postración y buscar su propio camino.

Jesús no se ha preocupado de cumplir el precepto del descanso (v.9b); para él cuenta sólo el bien del hombre en cualquier circunstancia. Para los dirigentes judíos, por el contrario, cuenta sólo la observancia de la Ley (v.10). La observancia del precepto del descanso equivalía a la de toda la Ley; su violación lo era de la Ley entera. Interpretada y controlada por los diri­gentes, la Ley no tolera la libertad del hombre; por eso quieren quitarle la libertad que le ha dado Jesús; éste le ha dicho que viole el precepto, porque es la sumisión a la Ley, instrumento de opresión, la que causa la postración del pueblo.

A los dirigentes no les alegra que el hombre haya recobrado la salud; los alarma, en cambio, que alguien se atreva a dispensar de las obligaciones religiosas que ellos imponen. No les preo­cupa el pueblo, pero sí su propio poder.

El individuo está en el templo (v. 14), no ha echado a andar: sigue aceptando el dominio de la institución (2,14ss). Ése era el pecado que causaba su enfermedad, la de la muchedumbre (1,29: el pecado del mundo, la adhesión a ideologías / tiniebla que impiden la plenitud hu­mana).

El antes ciego, recibido el aviso de Jesús, se presenta ante los dirigentes: por boca de este hombre, el pueblo liberado atribuye su salvación a Jesús y da testimonio de ella ante sus antiguos opresores.


COMENTARIO 2

En el Evangelio encontramos un relato con dos escenas complementarias: un milagro de curación y una controversia sobre el sábado.

Estamos en Jerusalén, durante una fiesta que no se especifica. Con el milagro se nos muestra el gesto solidario de Jesús con quien por 38 años (toda una vida) padecía una enfermedad incurable. El drama ocurre concretamente en la piscina de Betesda (casa de la misericordia), que tiene cinco pórticos. Muchos piensan que los pórticos evocan los cinco libros de la ley, que mal interpretados sólo sirven para encerrar la muerte. A diferencia de los sinópticos (Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; Lc 5,17-26), Jesús no exige la fe antes de la curación, simplemente pregunta ¿quieres curarte?. El hombre, que no sabe quién es el que le habla y que no piensa que pueda ayudarlo, no le pide ayuda sino que le cuenta su drama. Jesús, sin más vueltas, le ordena al enfermo realizar tres acciones (levantarse, tomar la camilla y andar) que aseguraban su curación sin necesidad de entrar en la piscina. Para Juan es claro que la salvación no viene de la "magia" del agua o de la observancia estricta de la ley, sino de la persona de Jesús, del hijo de Dios, que es el único que tiene el agua de la vida y la generosidad para darla en abundancia.

La siguiente escena deja saber que la curación se realizó en día sábado, lo que es motivo de controversia con los judíos, no tanto por lo que hizo Jesús, que fue una acción de palabra, sino por haber mandado a caminar el que estaba enfermo. Mientras los judíos con su manera particular de interpretar la ley ponían duras cargas al pueblo hasta mantenerlo esclavo de la Torá, el encuentro con Jesús nos permite recobrar la vida y caminar con libertad. Pero la libertad no siempre es bien comprendida. En el segundo encuentro de Jesús con el hombre curado, le amonesta diciéndole: "No peques más". Esta expresión tiene un contexto de pasado en cuanto está afirmando que la curación incluyó el perdón de los pecados, pero al mismo tiempo es una advertencia para elegir la vida en el futuro.

 1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


17. 2002

Este milagro es uno de la serie de siete que San Juan ha relatado en su evangelio. Ninguno de los cuales es exorcismo o expulsión de demonios, y a partir de los cuales surge la fe, sea en los beneficiarios del mi­lagro, sea en los testigos de los grandes "signos" de Jesús, los "semeia" -como se llaman en griego -, las más espectaculares de sus "obras". Y es que Juan tal vez quiso ilustrarnos acerca del verdadero significado de los milagros de Jesús: El no es un mago que deje boquiabiertas a las gentes con sus artes de prestidigi­tador. Sus milagros no son propiamente pruebas de su divinidad, ni actos de poder para imponer su doctrina como cierta. Son, por encima de todo, signos que nosotros los creyentes sabemos interpretar. Signos que nos hablan de la voluntad de Dios Padre que Jesús viene a revelarnos, de la "vida eterna" que Jesús vie­ne a otorgarnos en nombre de Dios.

El agua milagrosa de la piscina de Betesda no es nada sin la palabra liberadora de Jesús, que es la que cura definitivamente al paralítico. El agua de nuestro bautismo es el sello de nuestra fe en lo que Jesús anuncia: la Buena Noticia de que Dios Padre nos ama, más allá de las normas rituales del culto y de la religión. Renovados en el bautismo, curados de la parálisis de nuestros pecados, podemos salir al encuentro de nuestros hermanos para anunciarles las maravillas de Dios. Las que Él hace siempre a favor de los humil­des, los pequeños, los enfermos y los pobres.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


18. DOMINICOS 2003

Cielo nuevo y tierra nueva en el amor

Hoy, como ayer, como cada día, en la liturgia se respira hondo.

Hoy se nos descubre nuevamente que cielo y tierra se renuevan, si cabe hablar así, regando el campo con agua y amor.

Hoy, junto a las corrientes de agua viva que manan en el umbral del templo del Señor y que hacen fecundas todas las tierras de sus riberas, se siente la presencia del Señor.

Hoy, en el  simbolismo del agua se nos ofrece tanto la imagen de purificación como la de fecundidad. En el caudal de la gracia nos bañamos espiritualmente y nos renovamos

La liturgia nos lo sugiere sirviéndose de la Palabra del profeta Ezequiel y del evangelista san Juan. Sus palabras rebosan de fantasía y de luz, porque reflejan la bondad poderosa de un Dios que está siempre dispuesto a regar y a hacer fecunda nuestra existencia.

Un mandamiento nuevo os voy a dar: Que os améis y que améis incluso a quienes os odian. Y esa novedad de amor será irradiación de otro mandamiento primero: Que améis a Dios como a Padre, siendo hijos.

¿Nos resignaremos a ser menos de lo que estamos llamados a ser?

¿No será nuestro cielo y tierra formar parte de la familia de los hijos de Dios por el amor y la gracia?

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro,Tú nos dijiste, por medio de Jesús, que los hombres conocerán que somos discípulos  e  hijos por la fuerza y brillantez de los signos de amor, porque nos amamos unos a otros. Concédenos que apreciemos como se merece el gran tesoro de una vida nueva, renovada, en la cual el fuego de amor puro, comprometido, solidario, renovado y recrecido en la Eucaristía, sea reflejo fiel de que vivimos en Ti. Amén.

 

La luz de Dios y su mensaje en la Biblia

Profeta Ezequiel 47, 1-9.12 :

 “Un ángel me hizo volver a la puerta del templo[para que viera] : bajo del umbral del templo manaba agua que iba hacia Levante... Salí a la la puerta Norte, ....y  el agua iba corriendo por el lado derecho... Salió el ángel hacia Levante..., midió mil codos, y me hizo atravesar las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros mil, y me hizo cruzar las aguas: ¡agua hasta la rodilla...!   Entonces me dijo: ¿Has visto, hijo de Adán?

Luego me condujo a la vuelta por la orilla del torrente, y al regresar vi a la vera del río una gran arboleda en sus dos márgenes...”

Descripción idealizada de la fuente Guijón, en Jerusalén, cuyas condujo Ezequías a la piscina de Siloé. El profeta ve sus aguas manando del templo, corriendo luego por el Jordán, regando y fecundando sus riberas, hasta el mar Muerto. Para nosotros es ‘la fuente de gracia que mana del tempo y vida en Dios.

Evangelio según san Juan 5,1-3. 5-16 :

“En aquel tiempo se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo “Betesda”. Tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos..., entre ellos uno que llevaba treinta y ocho años enfermo... Al verlo, Jesús le dijo: ¿quieres quedar sano?. Sí, pero no tengo quien me meta en la piscina... Yo te digo: levántate, toma la camilla y echa a andar... 

Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: hoy es sábado y no se puede llevar una camilla. ... Más tarde, Jesús encuentra en el templo al hombre sanado y le dice: mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor”.

Por gracia, don de Dios, el agua purifica, limpia, sana, si hay fe en su mediación. Sólo viviendo en Dios se posee la virtud que vigoriza nuestra existencia y nos hace ser y sentirnos ‘hijos de Dios’. La fe de los ‘hijos’ hace milagros.

 

Momento de Reflexión

Simbolismo del agua purificadora.

Centrémonos en el simbolismo del agua. El agua es vida, purificación, bautismo, sanación, fecundidad, chorro que salta a la vida eterna. El agua es gracia, novedad.

Recordamos que en el delicioso jardín del Edén, es decir, en la obra de la creación , morada del hombre, había cuatro ríos que regaban las tierras y las hacían fecundas y daban pan a las criaturas. Así en el amor divino que se derrama sobre nosotros.

Pues bien, Ezequiel recompone en cierta forma aquella escena bíblica y hace salir el torrente de vida y gracia por medio de cuatro canales que distribuyen el agua de un manantial que ahora brota del umbral del templo de Dios para regar y hacer fecundo todo.

¡Fantasía prodigiosa, gracia prodigiosa, significación prodigiosa del bautismo y de la vida en Dios!

Amigo, ¿quieres la gracia de la curación?

San Juan en esta escena del evangelio recoge la acción fecundante y purificadora del agua, y la aplica a la  fuerza sanadora que ella misma posee tanto en la naturaleza como en la acción sacramental.

Ante nuestros ojos, Jesús se preocupa del enfermo que esperaba años y años sin verse beneficiado de las cualidades del agua; se detiene ante él y le pregunta: ¿quieres la sanación por el agua del amor y gracia?  

¿Quién no desea la salud? ¿A quién no le apetece disfrutar de la vida sana? Pues yo soy, le dije Jesús, el agua viva: el agua que cura el cuerpo y el alma. Te doy las dos cosas: salud corporal y amor gratuito de hijo. Pero cuida de lo uno de lo otro, pues yo tal vez no pase otro día a tu lado, si espiritual y corporalmente vuelves a necesitar de la piscina de “Betesda”.

Vive en la novedad de ‘hijo de Dios’. Contempla la existencia como oportunidad de devolver amor donde hallaste amor. Gratuitamente viniste a la existencia en el cosmos. Vive desprendido para que en la gratuidad de tu amor tengas la llave de la eternidad.


19.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Sedientos, acudid por agua –dice el Señor– venid los que no tenéis dinero y bebed con alegría» (cf. Is 55,1).

Colecta (del Veronense, Gelasiano y  Sermón 47 de San León Magno): «Te pedimos, Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los hombres la grandeza de tu salvación».

Comunión: «El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas» (Sal 22,1-2).

Postcomunión: «Purifícanos, Señor, y renuévanos de tal modo con tus santos sacramentos que también nuestro cuerpo encuentre en ellos fuerzas para la vida presente y el germen de su vida inmortal».

Ezequiel 47,1-9.12: Por debajo del umbral del templo manaba agua e iba bajando; a cuantos toquen este agua los salvará. Es una prefiguración del agua que salió del costado de Cristo en la Cruz por la lanzada del soldado, como símbolo del Espíritu Santo que brota del Resucitado, y también del agua purificadora del bautismo.

Este pasaje es muy importante para San Juan (7,37; 21,8-11; 19,34; Ap 21,22-32). Cristo resucitado, en efecto, es el centro del culto de la nueva humanidad. Su santidad es de tal naturaleza que justifica a todos los hombres que participan en ella; su victoria sobre el pecado y la muerte está a punto de hacerse tan definitiva que cualquier hombre puede estar seguro de resucitar a la vida de la gracia y de haber sido justificado de su pecado.

Nosotros estamos bautizados, somos hijos de Dios, herederos del cielo. Seamos fieles a nuestro bautismo, para que podamos oir un día estas palabras: «Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado desde el comienzo del mundo» (Mt 25,34).

–El profeta Ezequiel nos ha hablado de aguas salvíficas, de las acequias que corren alegrando la ciudad de Dios, que simbolizan a las aguas bautismales que, limpiándonos del pecado, nos han dado la alegría de la salvación. El agua que corre es signo de la especial protección de Dios en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia.

El Salmo 45 reconoce esta predilección y cuidado: «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio no vacila, Dios la socorre al despuntar la aurora. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra».

Juan 5,1-3. 5-16: Al momento el hombre quedó sano. Jesús cura en Jerusalén a un paralítico en sábado. Controversia entre los judíos. En el sábado se puede hacer el bien, aunque aquellos contemporáneos de Jesús no lo consideraron así. Además, Dios está por encima del sábado y Cristo es Dios. Comenta San Agustín:

«No debe nadie extrañarse de que Dios haga milagros; lo extraño sería que los hiciera el hombre. Más gozo y admiración nos debe producir el haberse hecho hombre Nuestro Señor Jesucristo que las obras divinas que, como Dios, hizo entre los hombres. Y más valor tiene el haber curado los vicios de las almas que curar las enfermedades del cuerpo.

«Pero el alma no conocía quien era el que la había de curar, porque tenía los ojos de la carne para ver los hechos corporales, pero no los ojos de un corazón limpio para ver a Dios que en ellos estaba. El Señor realiza obras que ella podía ver para curar aquello por lo que no podía ver. Entró en un lugar donde yacía una gran multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos... y curó a uno solo, cuando podía curar a todos con una sola palabra... Este enfermo que Él sana simboliza al hombre que abraza la fe, cuyos pecados venía a perdonar y cuyas enfermedades venía a curar» (Tratado 17 sobre el Evangelio de San Juan).


20. DOMINICOS 2004

"Sedientos, acudid por agua"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Ezequiel 47,1-9.12
Después me llevó a la entrada del templo. Allí, bajo el umbral del templo, brotaba agua en dirección este, pues la fachada del templo miraba al este. Estas aguas se deslizaban de debajo del costado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por la puerta norte y dar la vuelta por fuera hasta la puerta exterior, que da al este, y he aquí que las aguas corrían por el lado derecho. El hombre salió en dirección este y con un cordel que llevaba en la mano midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos.

Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas; midió quinientos más, y me hizo atravesar otra vez el agua; me llegaba hasta la cintura; midió, por fin, otros quinientos. Era ya un río que no podía atravesar, pues el agua había crecido y sólo se podía pasar a nado.

Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?». Después me hizo volver a la orilla del río y, al volver, vi que junto al río, a una y otra orilla, había una arboleda espesísima.

Y me dijo: «Estas aguas que se deslizan hacia la región oriental bajan a la Arabá y desembocan en el mar, en el agua salada, que queda saneada. Por dondequiera que pase este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá; los peces serán muy abundantes, porque donde llegan estas aguas todo queda saneado; la vida prosperará donde llegue este río. Junto al río crecerán, a una y otra margen, toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se marchitará y cuyo fruto no se agotará nunca. Todos los meses darán frutos nuevos, porque sus aguas manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de medicina.

Evangelio: Juan 5,1-16
Después de esto, los judíos celebraban una fiesta, y Jesús fue a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Bezatá, con cinco soportales. En estos soportales había muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Periódicamente bajaba un ángel a la piscina y agitaba el agua y el primero que se mentía, apenas agitada el agua, quedaba curado. Había allí un hombre, enfermo hacía treinta y ocho años. Jesús lo vio echado y, sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dijo: «¿Quieres curarte?».

El enfermo le respondió: «Señor, no tengo a nadie que, al agitarse el agua, me meta en la piscina; y, en lo que yo voy, otro baja antes que yo».

Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda».

En aquel mismo instante el hombre quedó curado, tomó la camilla y comenzó a andar.

Aquel día era sábado. Los judíos dijeron al que había sido curado: «Es sábado y no puedes llevar tu camilla».

Él les dijo: «El mismo que me curó me dijo: Toma tu camilla y anda».

Le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda?».

Pero él no sabía quién era, porque Jesús había desaparecido entre la mucha gente que allí había. Más tarde Jesús lo encontró en el templo y le dijo: «Mira, has sido curado. No peques más, para que no te suceda algo peor».

Él fue y dijo a los judíos que le había curado Jesús, y los judíos perseguían a Jesús porque hacía tales cosas en sábado.


Reflexión para este día.
“El agua iba corriendo por el lado derecho del templo”.
Habréis observado que en este martes de Cuaresma se hace referencia constante a la presencia del agua. Del Templo de Jerusalén, lugar de la presencia del Dios de la Alianza, mana un torrente vigoroso de agua. Cubre y empapa cuanto encuentra, dejando a su paso fertilidad y vida. Todo un simbolismo de purificación transformadora, que el pueblo israelita consideraba como presencia y bendición de Dios. El detalle de que el “agua discurría por el lado derecho del templo”, los Apóstoles y los primeros discípulos lo interpretaron como preaununcio de la sangre y el agua que manaron del costado del Crucificado, fuente fecunda del Sacramento del bautismo.

“Había junto a la piscina de Betsada un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús le dice: ¿Quieres quedar sano? Levántate, toma tu camilla y échate a andar. Y al momento el hombre quedó sano”.

Como buen israelita, el hombre enfermo se había acercado a la piscina en busca de salud. Estaba convencido de la fuerza sanadora y purificadora del agua, por la acción de Dios. Jesús se acercó al enfermo a quien nadie ayudaba. Jesús sí deseaba ayudarle de verdad. Más aún, quería revelarle y revelarnos que Él era la “fuente de la salvación” capaz de curar al ser humano entero. El hombre enfermo creyó en el Señor y se dejó ayudar por Él. Fue entonces cuando recobró la salud corporal y la espiritual. Por eso se puso en camino con ilusión y con alegría.

Cuaresma, oportunidad maravillosa de gracia, de purificación. Tiempo especial de encuentro con la salvación de Dios. A los cristianos no nos está permitido “echar en saco roto esta gracia”. Necesitamos que Jesús nos cure y compartir nuestra vida purificada con quienes esperan nuestra ayuda. Esa es la mejor contraseña para anunciar “que ha sido Jesús quien a sanado nuestra vida enferma”.


21.

Comentario: Rev. D. Àngel Caldas i Bosch (Salt-Girona, España)

«Jesús, viéndole tendido, le dice: ‘¿Quieres curarte?’»

Hoy, san Juan nos habla de la escena de la piscina de Betsaida. Parecía, más bien, una sala de espera de un hospital de trauma: «Yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos» (Jn 5,3). Jesús se dejó caer por allí.

¡Es curioso!: Jesús siempre está en medio de los problemas. Allí donde haya algo para “liberar”, para hacer feliz a la gente, allí está Él. Los fariseos, en cambio, sólo pensaban en si era sábado. Su mala fe mataba el espíritu. La mala baba del pecado goteaba de sus ojos. No hay peor sordo que el que no quiere entender.

El protagonista del milagro llevaba treinta y ocho años de invalidez. «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6), le dice Jesús. Hacía tiempo que luchaba en el vacío porque no había encontrado a Jesús. Por fin, había encontrado al Hombre. Los cinco pórticos de la piscina de Betsaida retumbaron cuando se oyó la voz del Maestro: «Levántate, toma tu camilla y anda» (Jn 5,8). Fue cuestión de un instante.

La voz de Cristo es la voz de Dios. Todo era nuevo en aquel viejo paralítico, gastado por el desánimo. Más tarde, san Juan Crisóstomo dirá que en la piscina de Betsaida se curaban los enfermos del cuerpo, y en el Bautismo se restablecían los del alma; allá, era de cuando en cuando y para un solo enfermo. En el Bautismo es siempre y para todos. En ambos casos se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.

El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se “mueven” mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad? El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que Él —su gracia— nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión, de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.


22. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

En una primera leída, el Evangelio de hoy me deja atónita, parece un diálogo de besugos. Es increíble, ante la recuperación de un hombre, para algunos lo único importante es que el día no era el correcto. ¿Después de toda una vida? ¡Los hay sinsentido! ¿Podemos llegar a estar tan empecinados en lo política o religiosa o socialmente correcto hasta perder el sentido? ¿Tan ridículos podemos ser?

Jesús, como siempre, directo al corazón. Tras observar se acerca y le pregunta. Nos pregunta: - ¿Quieres curarte? Es curioso, ¡cuantas veces respondemos igual que este hombre! Nos pregunta que si deseamos estar sanos y respondemos explicando porqué seguimos así. ¿Quizá nos acostumbramos a mal vivir? ¿Conformismo? ¿Comodidad? ¿Poca confianza en nuestras posibilidades? Levántate, toma tu camilla y echa a andar.

El encuentro con Jesús siempre es un encuentro revitalizador. Así habla también el profeta Ezequiel de la experiencia de Dios: Por donde pase este torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá (v.9). La experiencia de Dios es multiplicadora. Moviliza. Genera espacios donde es agradable vivir.

¿Dónde nos movemos? ¿En que espacios buscamos, nos nutrimos, nos enraizamos…? (cf. Hch 17,24-28)

Vuestra hermana en la fe,
Ermina Herrera, javeriana (erminahv@yahoo.es)


23. Lucha paciente contra los defectos

Es necesario saber esperar y luchar con paciente perseverancia, convencidos de que con nuestro interés agradamos a Dios. La adquisición de una virtud no se logra con esfuerzos esporádicos, sino con la continuidad en la lucha, la constancia de intentarlo cada día, cada semana, ayudados por la gracia

I. No podemos nunca “conformarnos” con deficiencias y flaquezas que nos separan de Dios y de los demás, excusándonos en que forman parte de nuestra manera de ser, en que ya hemos intentado combatirlos otras veces sin resultados positivos. La Cuaresma nos mueve precisamente a mejorar en nuestras disposiciones interiores mediante la conversión del corazón a Dios y las obras de penitencia que preparan nuestra alma para recibir las gracias que el Señor quiere darnos. El Señor siempre está dispuesto a ayudarnos, sólo nos pide nuestra perseverancia para luchar y recomenzar cuantas veces sea necesario, sabiendo que en la lucha está el amor. Nuestro amor a Cristo se manifestará en el esfuerzo por arrancar el defecto dominante o alcanzar aquella virtud que se presenta difícil adquirir, y en la paciencia que hemos de tener en la lucha interior.

II. Es necesario saber esperar y luchar con paciente perseverancia, convencidos de que con nuestro interés agradamos a Dios. La adquisición de una virtud no se logra con esfuerzos esporádicos, sino con la continuidad en la lucha, la constancia de intentarlo cada día, cada semana, ayudados por la gracia. El alma de la constancia es el amor; sólo por amor se puede ser paciente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica) y luchar, sin aceptar los defectos y los fallos como algo inevitable. En nuestro caminar hacia el Señor sufriremos derrotas; muchas de ellas no tendrán importancia; otras sí, pero el desagravio y la contrición nos acercarán todavía más a Dios. Este dolor es el pesar de no estar devolviendo tanto amor como el Señor se merece, el dolor de estar devolviendo mal por bien a quien tanto nos quiere.

III. Además de ser pacientes con nosotros mismos hemos de serlo con quienes tratamos con más frecuencia, sobre todo si tenemos obligación de ayudarles en su formación, o una enfermedad. Hemos de contar con los defectos de quienes nos rodean. La comprensión y fortaleza nos ayudarán a tener calma, sin dejar de corregir cuando sea oportuno y en el momento indicado. La impaciencia hace difícil la convivencia, y también vuelve ineficaz la posible ayuda y la corrección. Debemos ser especialmente constantes y pacientes en el apostolado. Las personas necesitan tiempo y Dios tiene paciencia: en todo momento da su gracia, perdona y anima a seguir adelante. Con nosotros ha tenido esta paciencia sin límites. Pidamos a Nuestra Madre paciencia para nosotros mismos y para los que nos rodean.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


24. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Un nuevo signo nos presenta el evangelio de Juan (aunque no dé el nombre “signo” al gesto), aunque no sea fácil comprender por qué Juan ha mantenido este signo entre los que ha seleccionado. Como empieza a ser cada vez más frecuente en el cuarto Evangelio, al signo lo sigue un conflicto que desemboca en un discurso. Propiamente hablando todo forma una unidad, especialmente porque el discurso da “luz” al signo. La liturgia se detiene exclusivamente en el signo y insinúa brevemente el conflicto a lo que se dedicará en el próximo evangelio junto con el discurso.

Juan empieza precisando el acontecimiento, aunque no con todo detalle: se trata de “una fiesta de los judíos”, y expresamente no dice cuál, cosa que sí hace en muchos otros momentos; esto revela que su intención no era que sus lectores establecieran la relación. El punto radica en que Juan, cuando las menciona, con frecuencia hace referencia al sentido de la fiesta y muestra cómo eso se debe enfocar de una nueva manera en Jesús (ver la comparación de Jesús con el maná al recordar el éxodo en la fiesta de Pascua, en Jn 6, o la referencia a Jesús como luz del mundo en la fiesta de las tiendas, en Jn 9).

Juan usa en este relato, con frecuencia, el tiempo presente, lo cual ha llevado a algunos sectores conservadores a afirmar que el Evangelio de Juan fue escrito antes de la caída de Jerusalén, en el año 70, ya que dice “hay una piscina” y esta fue destruida por los romanos en ese año. Pero este es un modo literario común en los evangelios que suele conocerse como “presente histórico”, habitual en las narraciones y no hay que sacar más conclusiones de estos elementos.

Llama la atención el enfermo: no sólo se encuentra en esa situación desde hace 38 años, sino que manifiesta una completa apatía para salir de la situación echando siempre la culpa a otros (“no tengo nadie... otro baja antes que yo”), además, toma la camilla curado sin preguntar quién es el que lo sanó; esto lleva a algunos a pensar en una enfermedad psicológica, lo que no es improbable, pero no es este el punto importante en la narración. De su enfermedad sólo se la llama “enfermedad”, o literalmente “debilidad” (’astheneía). Su semejanza con el relato sinóptico del paralítico (Mc 2,1-12), y la referencia a la camilla -que puede ser cama de enfermos, no necesariamente de paralíticos- llevó a identificar ambos relatos y enfermos; pero también hay marcadas diferencias, no sólo geográficas sino también se destaca la importancia del conflicto por el sábado.

La capacidad curativa de las aguas puede tener un origen ligeramente mágico, como el añadido “porque el ángel del Señor movía las aguas” parece suponerlo, pero ciertamente el contraste está dado por la capacidad curativa de la palabra de Jesús. Seguramente para destacar esta capacidad es que se destaca que el enfermo lleva 38 años en esa situación. Es común en los signos joánicos resaltar siempre un “plus” de poder en Jesús: el vino de Caná es “mejor”; el ciego es “de nacimiento”; Lázaro lleva “4 días muerto”, el hijo del funcionario se cura “a la misma hora”, y en este caso, lleva nada menos que 38 años enfermo, lo que representa más de la mitad de su vida. Como en tantos milagros de curación, la constatación del milagro es simple y evidente: “tomó su camilla y se puso a andar”.

Sin embargo, hay un conflicto latente en todo esto: por una parte, el acento en que todo ocurre un sábado. Es tan importante el tema del sábado en el relato que uno puede preguntarse si el relato existiría en el cuarto Evangelio sin este “detalle”. Pero lo importante del dato de la curación en sábado, no radica en la libertad de Jesús, en la soberanía sobre la ley, en la incomprensión de Israel, todos estos temas ciertamente importantes, pero no centrales en la ocasión; la clave radica en que la violación del sábado pone en marcha un tema que será central en Juan: un juicio a Jesús se ha desencadenado. Lo importante de todo el evangelio es que mientras Jesús es juzgado por sus actitudes, en el fondo todos son juzgados según sea su actitud frente a Jesús. Un juicio definitivo se juega en nuestra historia. Por eso es importante la pregunta ¿qué quiere decir “el día aquel”? En la Escritura (ver Jer 31,8s; Sal 146,4; Is 29,18) se refiere al final de los tiempos, el día “del fin”. En Jn (14,20; 16,23.26) se remite al tiempo de la Pascua. Todos son juzgados definitivamente según sea su actitud frente a Jesús, él es quien establece el tiempo pleno de vida y salvación. “El día” definitivo es el mismo Jesús, ante él nos jugamos la historia. Sobre el conflicto que se desata, ver el comentario al día de mañana.

Como un pueblo, como todo “discípulo”, el antiguo enfermo se pone “a andar”; los vergonzantes ya no “andan” con Jesús (6,66), y quien lo siga “no andará en tinieblas” (8,12) ya que el que “anda de noche tropieza” y “el que anda de día no tropieza” (11,9.10) y debe andar “mientras tiene luz” (12,35). ¿Cómo se deben entender las enigmáticas palabras “no peques más”? Ciertamente Jesús no parece hacerse eco de la opinión que veía en cada enfermedad un pecado (ver 9,2-3), pero si hemos de hacer una lectura simbólica y ver al enfermo como al detenido en el camino (el que no camina detrás de las huellas de Jesús, el que no sigue su camino), la invitación parece una propuesta de “seguir adelante”, no tanto mirar atrás, sino mirar adelante; el que está en camino no debe detenerse “en adelante”.

El último problema lo tenemos con un término que presenta dos versiones en el texto griego: muchos manuscritos dicen que el curado “fue a contar” (apeggelein), mientras que la mayor parte, y los más antiguos dicen que fue a “anunciar” (anéggelein); en el primero de los casos sería hasta casi una denuncia, en el segundo un testimonio. La insistencia en “el que me ha curado” (vv. 11.15) parece alentar la segunda variante, Jesús es el que sana, el que mira el bien de los demás aunque las normas estrechas de la ley lo prohíban, y debe anunciarse (no, “denunciarse”) tan buena noticia. La historia ha llegado a su culmen y esta está en favor de la vida. Esto debe proclamarse a todos y ser testigos de esto.

Comentario

El relato del Evangelio parece un nuevo simple texto de “curación”, aunque hay una serie de elementos que llaman la atención. No solamente la cantidad de años que hace que el enfermo está postrado, sino la actitud del enfermo que parece no interesado en Jesús. Esto llama la atención, especialmente en Juan donde los “milagros” son siempre signos que revelan algo de Cristo. Para comprenderlo plenamente, debemos complementarlo con el evangelio de mañana que es la continuación. Pero veamos esta parte:

La insistencia en la debilidad del enfermo es importante, especialmente porque sanado se pone a andar, palabra que en Juan indica “ser discípulo”. La curación ocurre un sábado, y eso es destacado en el texto, pero no para mostrar la superioridad de Jesús sobre la ley sino para dejar muy claro que hay un juicio -contra Él- que ya ha comenzado. Ese juicio seguirá adelante...

Pero a pesar de su torpeza, y aparente desidia, el enfermo no puede ocultar que es Jesús quien lo ha beneficiado, y es el que lo anuncia a los judíos. Casi sin quererlo se ha transformado en discípulo, y como tal anuncia que Jesús es portador de la vida.

En la historia de las comunidades cristianas, también hemos sido testigos de centenares de discípulos que anunciaron el Evangelio de la vida. Uno de los casos más insignes de América Latina es el de Toribio de Mogrovejo, que realizó frecuentes sínodos para que el evangelio se pudiera predicar a la cultura y no fuera ajeno a los habitantes de la tierra aplicando la predicación del Concilio de Trento a la tierra americana; fue predicador incansable que como tantos otros misioneros y mártires “murió en la calle”, allí donde había salido para recorrer toda su diócesis y anunciar la palabra, teniendo que soportar incluso la crítica del virrey que le cuestionaba que pasaba más tiempo “visitando indios que estando en la sede”. Toribio también se puso a andar y anució a todos que Jesús es dador de vida.


25. Reflexión

Como es la costumbre de san Juan, tomando un hecho histórico de la vida de Jesús y por medio de muchos elementos simbólicos nos da toda una serie de enseñanzas. Centremos hoy nuestra atención en las palabra del paralítico: “No tengo nadie que me meta en el agua…”. Ya en san Lucas habíamos oído una historia parecida, pero en esa ocasión el paralítico si tuvo quien lo ayudara. Una de las actitudes fundamentales en el cristianismo es la Solidaridad. El hombre de la piscina, al igual que hoy en día muchos hermanos, no tienen quien les tienda una mano, quien los ayude a salir de su problemas… quien los lleve a conocer a Jesús. ¿Te has puesto a pensar cuánta gente a tu alrededor está esperando que le tiendas la mano?

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


26. Curación de un paralítico

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Rodrigo Saucedo

Jn 5, 1-3.5-16

Reflexión

El milagro del ciego de la piscina es conmovedor. Cristo se acerca a aquel hombre y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo decide curarle.

Aquel enfermo era ciertamente un hombre de gran corazón. De ésos que no se desaniman a pesar de los problemas. No sabemos, pero tal vez no era de Jerusalén, y se había hecho traer hasta la ciudad en busca de curación. Quizá tenía parientes a quienes ayudaba con su trabajo, o que al menos apreciaba como cualquier otro hombre. (Y de los cuales llevaba ya mucho tiempo sin tener noticias). Quizá muchas veces habría querido que todo terminase pronto para él. Quizá pensó que su vida ya no tenía sentido; que vivía sólo para sufrir, aceptando las burlas y las muecas de la gente que acertaba a pasar por ahí. Cuántos amaneceres y atardeceres habrían pasado por encima de aquel pobre hombre, y él no perdía la esperanza de que el buen Dios de Israel le auxiliaría.

Confiaba, y así pasó mucho tiempo hasta que Cristo se acercó. Y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo de sufrimiento, se acercó para restablecerle la salud.

El Señor había previsto el encuentro para aquel momento preciso. No porque no hubiese querido ahorrarle el sufrimiento de tantos años, sino porque quiso regalarle un don mayor: la fe y poco más tarde el perdón de sus pecados.¿Quieres curarte? Le preguntó el Maestro. Y al punto el enfermo respondió con lo que había sido su tormento durante tanto
tiempo: no tengo a nadie que me ayude...

En efecto, uno de los males de nuestros días es la soledad. A pesar de vivir en un mundo tan modernamente comunicado. Porque solo se puede sentir tanto el millonario en medio de sus negocios y fiestas como el mendigo que lucha día con día por encontrar algo que le llene el estómago; tanto el ama de casa que tiene un marido que la desprecia y unos hijos que no le hacen caso como el profesionista que no encuentra trabajo... Pues la soledad no es no tener a nadie físicamente a nuestro alrededor, sino no tener a nadie cerca de nuestra alma.

Todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida yendo en contra de las costumbres frívolas del mundo en que vivimos. Porque Él quiere permanecer con nosotros en nuestras almas, por medio de la gracia. (Bajo la condición de que respetemos sus mandamientos.)

Entonces, el recuerdo de Cristo y su presencia en nosotros bastarán para aceptarnos y aceptar los pequeños sacrificios de nuestra vida diaria.


27. Nuestra condición humana, más que centrarnos en las soluciones, nos centra en los alrededores de ella. El enfermo de Betesda, a la pregunta de Jesús de que si quería quedar sano, contesta con una algo totalmente distinto a la pregunta en cuestión. Aprovecha la ocasión para lamentarse, para sacar fuera toda la frustración que lleva de estar postrado por 38 años; desanimado porque nadie se apiada de él y lo mete en la piscina. Toda la experiencia vivida no le deja oír claramente lo que se le pregunta, mucho menos responder. Pero Jesús, que conoce mejor que nosotros mismos lo que necesitamos da la sanación física al enfermo. Igualmente, Jesús se preocupa por su sanación espiritual. No quiere que tampoco sea sumergido de nuevo en el pecado.

Oh Señor, abre mi mente, mi oído y mi corazón a tus palabras. Libera esta condición humana de su estrechez y permíteme seguirte y dar la respuesta de mi parte que esperas.

Dios nos bendice,

Miosotis


28. 2004

LECTURAS: EZ 47, 1-9. 12; SAL 45; JN 5, 1-3. 5-16

Ez. 47, 1-9. 12. No podemos presentarnos inútilmente ante el Señor. Quienes venimos buscándolo es porque queremos comprometernos con Él, de tal forma que podamos producir frutos abundantes de buenas obras. Dios ha infundido su vida en nosotros. Al paso del tiempo el número de los creyentes se ha hecho demasiado grande; pero ¿en verdad vivimos y caminamos en la presencia del Señor como hijos suyos? Su Iglesia está llamada a generar la vida, a llevar el remedio de los diversos males, a sanar los corazones incluso de los más grandes pecadores que parecería que ya no tenían esperanza de salvación. El Señor ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Ese es el mismo camino de la Iglesia hasta el final del tiempo y hasta el último rincón de la tierra.

Sal. 45. En medio de un mundo en el que en muchos de sus ambientes se va generando una esterilidad de obras buenas y una fecundidad en obras pecaminosas y destructivas, la Iglesia, que posee en abundancia, más aún, en plenitud el Espíritu de Dios, debe ser como un río que no sólo alegre al mundo, sino que lo fecunde para que vaya surgiendo una nueva sociedad que viva y camine en el amor. Dios está con nosotros no sólo como un huésped que nos da dignidad; Él está con nosotros para que en su Nombre podamos continuar su obra de salvación en el mundo. Por eso desde la Iglesia el mundo debe ver las cosas sorprendentes que ha hecho el Señor sobre la tierra. Ojalá y no denigremos el Santo Nombre de Dios con una vida contraria a nuestra fe.

Jn. 5, 1-3. 5-16. El Señor nos pide que no cerremos nuestros ojos ante las necesidades de aquellos que no tienen quien vele por ellos. El reclamo de aquel paralítico no sólo resonó en los oídos de Jesús, sino en su corazón lleno de compasión por todos: "Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua". Jamás podemos darnos descanso en hacer el bien a los demás. El Señor nos da ejemplo de ello. Y Él no sólo hacía el bien en Sábado, sino siempre, de tal forma que no le dejaban tiempo ni para comer. Hay muchas esperanzas en muchos corazones, que no pueden llevarse a feliz término porque sus miserias los han marginado. El Señor vino a sanarnos de nuestros diversos males, vino a perdonarnos nuestros pecados, vino a darnos la capacidad de caminar. Si alguien se considera realmente su discípulo debe ir tras las mismas huellas que Él nos ha dejado, huellas de amor y de servicio a los demás. Vivamos ese compromiso de fe en Cristo.

El Señor salió a nuestro encuentro para curarnos de nuestros males, para perdonarnos de nuestros pecados, para hacernos hijos de Dios. Él nos ha sumergido en las aguas bautismales para que quedemos libres de todo lo que nos ataba al mal. Dios nos quiere hijos suyos, capaces de dar testimonio de su Nombre, de su Vida y de la presencia de su Espíritu en nosotros. Cuando entramos en comunión de vida con el Señor su Vida llega con mayor abundancia a nosotros. Pero no podemos encerrarla para nosotros mismos. El Señor no quiere una Iglesia anquilosada, estancada. Nos quiere en camino. Quiere que vayamos por todas partes para hacer el bien a todos. La participación en la Eucaristía nos hace responsables de ser portadores de la salvación de Dios para todas las naciones en todo tiempo y lugar.

Tomar nuestra camilla y caminar frente a los demás significa darles testimonio de lo que el Señor ha hecho con nosotros, pues habiendo sido unos inútiles a causa del pecado, ahora trabajamos por el Reino de Dios, comenzando por los de nuestra casa. Las aguas bautismales, que son signo de la comunicación de la Vida y del Espíritu Santo a nosotros, deben mover continuamente nuestra vida para que, produciendo abundantes frutos de salvación, pasemos siempre haciendo el bien a todos. Quien en lugar de hacer el bien, paraliza más a su prójimo, no puede llamarse en verdad hijo de Dios. Tal vez nosotros mismos hemos generado muchas desgracias en los demás. Seamos conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros y decidámonos, con humildad, a trabajar para que entre nosotros haya más justicia social, más amor fraterno, más solidaridad con los necesitados y más capacidad de perdonar y de amar como nosotros hemos sido perdonados y amados por Cristo.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de tener la apertura necesaria a la presencia del Espíritu Santo en nosotros, de tal forma que podamos ser una auténtica Iglesia convertida en portadora del amor y de la salvación para todas las gentes de todos los tiempos y lugares. Amén.

www.homiliacatolica.com


29. ARCHIMADRID 2004

RESPETUOSO TEMOR

El casi siempre genial grupo argentino “Les Luthiers” en su “Visita a la universidad de Wilstone” tiene un pasaje en que cuenta: “La atmósfera seria y solemne de las clases ha cambiado mucho últimamente, sin embrago cierto respetuoso temor no ha desaparecido de las aulas, sigue existiendo,… en los profesores.” Algo parecido pasa en nuestras iglesias, cierto respetuoso temor a hablar del infierno no ha desaparecido de las predicaciones, sigue existiendo,… en los sacerdotes.

Treinta y ocho años, unos 13879 días, al borde de una piscina. Viendo día tras día que otro se te adelanta en tirarse a la piscina sanadora, que nadie te ayuda pues cada uno piensa en sí mismo o en su enfermo. ¿Se podría pensar una tortura más dura?, ¿Mayor impotencia y pasar minuto tras minuto sintiéndote inútil y sentirse frustrado cada día cuando viese la zambullida de otro en el agua?. Es difícil pero: “Mira, has quedado sano, no peques más no sea que te ocurra algo peor.” ¿Peor? Sí, convéncete, el pecado es peor que la más dura enfermedad corporal, alejarse de Dios, rechazarlo en nuestra vida es abandonar el torrente de vida y adentrarse “en el mar de la aguas pútridas”, es huir de la alegría para echarse en brazos de la eterna melancolía, de la tristeza embriagadora, del odio eterno a todo y a todos, incluso a sí mismo.

“Cierto respetuoso temor”, hablar de la posibilidad cierta y real de la condenación no es agradable, puede parecer que vamos a “meter miedo” a la gente, que lo importante es “el amor” (dicho con tono melifluo y ñoño), que no es un asunto con el que tengamos que “asustar”. En el fondo el miedo está muchas veces en los predicadores a plantearse realmente que se juegan la vida eterna, es el intento de auto-convencerse de que lo que se silencia no existe, es el tapar tras el gesto displicente, la mueca burlona o el comentario sarcástico, una realidad que tememos y que creemos, como niños pequeños, que si nos tapamos los ojos desaparecerá.

“No sea que te ocurra algo peor”. Ciertamente si fuésemos conscientes de todos los dones que Dios nos da, de las veces que nos ha levantado de nuestra postración y nos ha dicho: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”, seríamos incapaces de ser tan ingratos de olvidarlo y ni imaginarnos el apartarnos de su lado, de hacer nada que Dios no quiera, de tener otro pensamiento, otra alegría, otra ilusión que no sea estar a su lado y anunciarle a todos y en todas partes. Pero eso sólo lo ha conseguido Santa María que no contaba con el lastre del pecado, que tenía el corazón libre para amar completamente a su Dios y Señor. Nosotros, tristemente, participamos del pecado, nos olvidamos de la infinitud de los dones de Dios, de las gracias diarias que recibimos, del amor entrañable, profundísimo y constante de Dios, “las maravillas que hace en la tierra”. Por eso nos viene estupendamente, a nosotros y a los que nos oyen, que les recordemos la fea cara del pecado, como tras lo que se presenta como agradable, deleitoso o más tristemente, indiferente, se encierra la inmundicia, la desolación, la muerte eterna. El infierno existe y tenemos que recordarlo, ya que, si lo callamos, tal vez algún día nos encontremos allí con un ex - amigo que nos escupa a la cara, nos mire con ira y nos pregunte por qué nunca le habíamos hablado de que éramos capaces de abandonar el amor a Dios, que éramos tan libres para elegir y elegimos lo peor. Santa María, reina del cielo que nunca, nunca, me ocurra.


30. Fray Nelson Martes 8 de Marzo de 2005

Temas de las lecturas: Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad * Al momento el hombre quedó curado.

1. Sanear el mar muerto
1.1 La primera lectura de hoy presenta ante nuestros ojos un imposible realizado: sanear al Mar Muerto.

1.2 Lo de "muerto" no es un chiste ni una exageración. Siglos de acumulación de sales minerales del Jordán han hecho de esta masa de agua una imagen de la muerte. El Mar Muerto, como sabemos, se encuentra cientos de metros por debajo del nivel del Mar Mediterráneo, de modo que las aguas que allí llegan no tienen adonde correr y simplemente salen por evaporación, dejando una acumulación creciente de sales que impiden la vida y que le dan el nombre que tiene: Mar Muerto.

1.3 La radical soberanía de la muerte en ese inmenso charco salino es una imagen viva de lo irreversible. Todo el mundo sabe que el agua se puede salar, pero ¿cómo quitarle esa sal para hacerla potable y útil a la agricultura? No hay procedimiento sencillo que lo logre, sobre todo: no lo había cuando Ezequiel nos cuenta que hay un agua tan poderosa, tan sana, tan santa, que tiene fuerza para limpiar y sanear el agua muerta de ese Mar.

1.4 Agua limpia que limpia al agua sucia: algo que va contra nuestra experiencia. Lo que conocemos es que el agua sucia ensucia al agua limpia. Pero Dios puede transmutar la flecha del tiempo, por así decirlo, y vencer en las tierras de lo improbable y lo imposible. Y si puede hacerlo con esa agua muerta, ¿no lo podrá con nuestras vidas, que han acumulado la sal mortífera del pecado y que se han vuelto pozos de muerte?

2. Cristo, Agua Viva
2.1 El tema del agua sigue en el evangelio de hoy. Esta vez se trata de una piscina con propiedades que hoy llamaríamos "mágicas" : el enfermo que logra acercarse al agua cuando se revuelve, queda curado. Método que es absurdo en realidad, porque implica sanar siempre al que está menos enfermo, que es el que seguramente tiene más fuerzas para imponerse sobre los otros y llegar al "momento mágico" en que se le va a dar la salud.

2.2 Esa piscina se parece al sistema financiero capitalista que ayuda más al que menos necesita. Como dijo un chistoso: "para que den un préstamo en un banco, debes demostrar que no lo necesitas".

2.3 El método de Jesús es diferente. Sus ojos están particularmente atentos a ese que siempre queda relegado, ese que siempre ha sido pospuesto, ese que nunca le interesó a nadie. Jesús hace lo que se esperaba de esa "magia", pero no por magia sino por la fuerza de su Palabra y de una vida en unión con Dios.

2.4 En efecto, le advierte al paralítico curado: "no peques más, no sea que te suceda algo peor". Como en otros pasajes, Jesús recuerda discretamente al enfermo físico de la enfermedad espiritual que también padece, y así muestra que no es un "mago" repartiendo favores, sino el Hijo de Dios, consolando, perdonando y redimiendo a su Pueblo.


31.

 Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?
Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?

¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?

Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.

El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios.