TIEMPO DE ADVIENTO

 

VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA

 

1.- Is 29, 17-24

1-1.

"Mirad este país que Yahvé dio a vuestros padres..." La injusticia y la opresión reinan en todas partes; la administración está corrompida, y los pobres no disponen de recurso alguno contra la arbitrariedad. En efecto, un "tirano", es decir, la pandilla de los bien provistos y de los consejeros regios, tapa la iniquidad de las sentencias dictadas por los tribunales del rey.

Ya no se presta atención a la palabra de Dios; por el contrario, los aduladores están bien instalados. ¿Es ése el reino de la justicia y de la santidad? Pero Dios va a derribar a los que así se mofan de él. La transformación será radical. El Líbano llegará a ser como el Carmelo; el bosque soberbio no será más que un huerto. Entonces los ciegos verán y los sordos oirán; entonces los pobres exultarán en el Señor. Fiel a sus promesas, Yahvé habrá borrado la vergüenza de la casa de Jacob.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 25


1-2.

-El ojo del profeta vislumbre como cercana la salvación total. Esta salvación está ya presente en el corazón de los que esperan aunque no aparezca en el orden externo. Se la entiende como liberación de la pobreza de la tierra, de toda tara personal, de todo abuso social.

Será un vuelco total que sufrirá la creación entera y nuestro propio corazón cuando llegue la hora.

Cuando triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido. Tanto el mal cósmico como el humano habrán desaparecido. Todos escucharán y todos verán porque todos vivirán pendientes de la palabra de Yavhé, de su voluntad salvífica.


1-3.

Página profética, que expresa la espera de la humanidad.

Página poética, toda ella llena de imágenes concretas y sugestivas. No olvidemos que esos oráculos de Isaias, en el texto hebreo, no están escritos en prosa, sino en verso: son «poemas» líricos.

-Dentro de poco tiempo, muy poco, y el Líbano se convertirá en vergel

Una «selva» que, de súbito, se convierte en "vergel". ¡Todos los árboles improductivos se ponen a dar frutos! Sí, en los tiempos mesiánicos, la naturaleza misma se asocia a la gran renovación de los corazones humanos. Promesa de felicidad total. Sentido de la creación que participa a los decaimientos y a los enderezamientos del hombre.

-Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro y saliendo de la oscuridad y las tinieblas los ojos de los ciegos verán.

El profeta-poeta ha escogido dos de las más dramáticas deficiencias humanas y simbólicamente nos anuncia la liberación de «todos» los achaques.

Me detengo a evocar en mi memoria los achaques y sufrimientos de aquéllos que conozco... No para aumentar mi visión pesimista del mundo, sino para sentir mejor la belleza y la originalidad de la buena nueva que se nos anuncia en ese día.

-Los humildes volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se regocijarán en Dios, el santo de Israel.

Señor, ayuda a todos los que sufren esperando "aquel día" que nos has prometido. ¡Que venga aquel día! Mensaje de esperanza para los humildes y los pobres.

Estas son, por adelantado, las palabras mismas del Magnificat. María, toda ella, estaba como impregnada de esos pasajes de la Biblia, que ahora leemos diariamente. Ella había leído ese poema de Isaías, lo aprendió en la escuela de su pueblo; y a su vez, como madre lo enseñó a Jesús.

Un pueblo entero, alimentándose de esa Palabra, esperaba la era mesiánica. María debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos».

El Mesías ha venido. La era mesiánica ha comenzado y ¡ha llegado el tiempo anunciado por los profetas!

Y, no obstante, son todavía muchos los pobres que sufren y gimen, y ¡que están muy lejos de exultar!

¿Soy de los que trabajan esforzadamente para que la miseria vaya desapareciendo?

-Porque habrá llegado el fin de los tiranos...

Los que se burlan de Dios, desaparecerán...

Y serán exterminados todos los que desean el mal...

En adelante, Jacob no se avergonzará.

Ciertamente esto es lo que esperan los pobres de todas las épocas: no ser aplastados, ni explotados, ni despreciados.

Ante todo reclaman su dignidad «¡no sentirse avergonzados!»

¿Presto atención a los más pobres que yo? ¿a los que, comparativamente, podrían avergonzarse ante mí? ¿qué puedo hacer para ayudar a la promoción colectiva de los más desheredados? ¿para reducir las diferencias enormemente escandalosas entre las situaciones? ¿Cuáles son mis compromisos al servicio de los demás?

Igualmente me interrogo sobre mi plegaria al servicio de los demás.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 16 s.


1-4. /Is/29/13-24:

La apostasía de Israel está en su culto insincero, puramente externo. Mientras habla de Dios con las palabras y con los labios, su corazón permanece lejos de él. Dios prepara un castigo que sus sabios no han sabido prever (13-14). La violación de los derechos morales, los contravalores éticos no son tan graves como la pretensión de poder engañar a Dios: «¡Ay de los que ahondan para esconderle sus planes a Dios! Hacen sus obras en la oscuridad, diciendo: ¿Quién nos ve, quién se entera?» (15). En los vv 18-24 el profeta vislumbra la restauración de Israel, su recuperación integral. El pobre se alegrará porque se acabarán la tiranía y la injusticia. Israel no volverá a ser despreciado porque cesarán la infidelidad y la desobediencia. Esta reacción positiva viene de los pobres: son los que tienen el coraje de fiarse de Dios, de saber descubrir el signo de su presencia. Los pobres manifiestan la sabiduría de la fe.

Dios es soberano y sigue su propio camino: «Fracasará la sabiduría de sus sabios, y la prudencia de sus prudentes se eclipsará» (14). Este comportamiento lo glosa bellamente Pablo: "De hecho, el mensaje de la cruz de Cristo es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, para nosotros, es un portento de Dios, pues dice la Escritura: Perderé la sabiduría de los sabios y anularé la cordura de los cuerdos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el estudioso de este mundo? ¿No ha demostrado Dios que el saber de este mundo es locura?" (1 Cor 1,18-20). Ante la actuación soberana de Dios, que escapa absolutamente a todo juicio humano, la sabiduría de este mundo se nos muestra impotente y ridícula. La auténtica sabiduría está solamente allí donde está Dios y Dios se encuentra cerca de la paradoja, de la insignificancia de la cruz de Cristo. ¿Qué valor puede tener, por tanto, una sabiduría que justamente rechaza la cruz? Cuando el creyente triunfa en vencer el escándalo de los signos humildes, se decide por la verdad oculta de Dios, y entonces siente la palabra de la cruz como fuerza de Dios.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 31


2.- Mt 9, 27-31  MIGRO/CIEGOS-DOS

2-1.

VER DOMINGO 30B


2-2. H/DIGNIDAD:

¡Qué fácil es hacer que se condene a los pobres y a los sencillos que ni siquiera conocen sus derechos! Les arrojas un poco de polvo a los ojos y quedan cegados y entregados en manos de quienes no buscan más que hacer caer a los inocentes. Ya se puede recitar ante ellos el libro de la ley: para ellos no pasa de ser letra muerta. ¿Quién les dará la clave para poder orientarse? Generación tras generación, así se burlan de Dios y de los hombres los tiranos. Tiranía que aquí y allá reviste aspectos gigantescos, en los que pueblos enteros son humillados; pero tiranía asimismo insidiosa que, en pequeña escala, se conforma con hacer tropezar, uno a uno, a los pequeños. "¡Mentid, mentid... siempre queda algo!".

"Un poco de tiempo todavía, dice el profeta, y todo eso va a cambiar". Pero los pobres se preguntan: ¿cuándo va a ser eso? Y su noche se alarga... hasta un día en que por el camino pasa alguien que les dice simplemente: "¿Crees que puedo hacer eso por ti?".

Entonces Jesucristo abre los ojos a los ciegos. Es el final de los tiranos. ¿Cómo? Jesucristo explica a cada hombre la dignidad de serlo, y basta con que un hombre alce la cabeza ante el opresor para que quede derrotada la tiranía, pues ésta no ha alcanzado su objetivo, que no era otro que degradar al hombre.

Jesucristo explica al mundo el amor de Dios, y basta un vislumbre de amor para que el poder y la maldad sean vencidos.

"Un poco de tiempo todavía, muy poco tiempo, dice el Señor".

Hermano, déjale a Dios abrir tu corazón, y verás cómo tu pobreza es un manantial de felicidad. Sólo que no vayas a contárselo a todo el mundo: ¿quién te comprendería? Hace siglos que los tiranos creen que dirigen el mundo: pobres ciegos... Con los ojos abiertos cuanto pueden, no ven más que tiniebla. Pero para nosotros ha despuntado el día: el día de una luz interior.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 26


2-3.

El Mesías ya ha venido y "abrió los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos".

La era mesiánica ha comenzado y ha llegado el tiempo anunciado por los profetas.

Pero aún somos muchos los que no creemos de verdad en "aquel día que se nos ha prometido".

Creemos que es mayor el pecado del mundo que la fuerza salvadora de Jesús.

Creemos que el "misterio de iniquidad" es más poderoso que el misterio de la gracia.

Creemos que el egoísmo es de nuestro corazón es un muro tan impenetrable que no lo puede traspasar el Señor resucitado.

-¿Creéis que puedo hacerlo?

-Ten compasión de nosotros.

La comunión es la prenda de que Cristo puede transformar "nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo".


2-4.

-Jesús iba de camino...

Dos ciegos le salieron al encuentro gritando...

Me paro un instante a imaginar esta escena concreta como si yo asistiera también. ¿Qué tipo de plegaria me sugiere esta escena? Me pone de nuevo en el tema de la espera, del adviento.

Hombres, mujeres, jóvenes, niños... a mi alrededor esperan algo de mí. Todos no gritan, pero su grito es quizá interno.

El "grito" es un signo. Signo de una necesidad muy fuerte, de un sufrimiento muy intenso, signo de una sensibilidad afectada a lo vivo.

Una necesidad fuertemente sentida, ni que sea solo de tipo humano, (sufrimiento físico o moral, ansia de pan o de amistad, aspiración a una vida mejor), puede ser el punto de partida, el inicio, de una búsqueda de Dios.

-"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!"

Su plegaria es muy simple: es su grito, grito que brota de su sufrimiento.

Mi plegaria, también debería ser a veces simplemente esto: la expresión sincera de que algo no marcha bien en mí, alrededor de mí... mi sufrimiento... los sufrimientos de los que yo soy el testigo...

"Ten compasión de nosotros, Señor. Kyrie eleison." En cada misa, se nos sugiere a menudo este tipo de plegaria.

Sabemos darle un contenido concreto: plegaria de intercesión.

Al decir "Hijo de David", los dos ciegos reconocen a Jesús un título mesiánico. Tú eres aquel que ha de venir, aquel que ha sido prometido por los profetas.

-Luego que llegó a su casa, se le presentaron los ciegos.

Jesús parece haber querido poner a prueba su plegaria: de momento no les contesta. A menudo, Señor, nos da la impresión de que Tú no nos oyes.

Imagino la escena que se prolonga: los dos ciegos que se apegan a El, que continúan siguiendo a Jesús por la calle, que continúan gritando, rogando... hasta la casa, y entran con El.

-Jesús les dijo: "Creéis que puedo hacer eso que me pedís?"

-"Sí, Señor".

Jesús interroga. Quiere asegurarse de la autenticidad de su fe. Desea purificar esta Fe.

La necesidad humana que está en el origen de su plegaria podría no ser sino el deseo de un milagro... para sí mismos, para ellos dos. Y esto tiene ya su importancia, lo hemos visto.

Y Dios lo escucha. Es un punto de partida, ambiguo, pero tan natural...

Jesús, con su pregunta, trata de hacerles progresar hacia una fe más pura: elIos pensaban en "sí mismos"... Jesús les orienta hacia su propia persona, hacia El. "~Creéis que yo puedo hacer esto? Jesús les pregunta si tienen Fe. Don de Dios; el milagro que se dispone a hacer no es una cosa automática ni mágica. Los sacramentos no son actos mágicos: los sacramentos requieren Fe.

Lo que me llama la atención Señor, es el respeto que tienes a la libertad del hombre: Suscitas en ellos la espera, el deseo, la fe... No quieres forzar... hace falta una cierta correspondencia, en el hombre, para que Tú le colmes.

-Entonces les tocó los ojos diciendo: Según vuestra fe, así os sea hecho.

Sí, Tú no has obligado. Has esperado y has suscitado su Fe. "Así se haga, según vuestra Fe." Señor, aumenta en nosotros la Fe.

-Se les abrieron los ojos, mas Jesús les conminó diciendo: Mirad que nadie lo sepa.

Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca.

Ese secreto que Jesús les pide pone de manifiesto que no desea levantar un entusiasmo superficial. No es lo sensacional ni lo prodigioso lo que cuenta.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 16 s.


2-5.

1. Qué hermoso el panorama que nos presenta el profeta. Dios quiere salvar a su pueblo, y lo hará pronto. Los sordos oirán. Lo que estaba seco se convertirá en un jardín.

Los que se sentían oprimidos se verán liberados, mientras que los violentos recibirán su castigo. Ya no tendremos que avergonzarnos de ser buenos y seguir al Señor. ¡Qué buena noticia para los pobres de todos los tiempos!

Los ciegos verán y la oscuridad dejará paso a la luz.

Es una página muy optimista la que hoy leemos. Nos puede parecer increíble y utópica.

Pero los planes de Dios son así, y no sólo hace dos mil quinientos años, para el pueblo de Israel, sino para nosotros, que también sabemos lo que es sequedad, oscuridad y opresión.

Cuando leemos los anuncios de Isaías los leemos desde nuestra historia, y nos dejamos interpelar por él, o sea, por el Dios que nos quiere salvar en este año concreto que vivimos ahora. El programa se inició en los tiempos mesiánicos, con Cristo Jesús, pero sigue en pie. Sigue queriendo cumplirse.

Hoy podemos proclamar las páginas del profeta al menos con igual motivo que en la época de su primer anuncio. Porque seguimos necesitando esa salvación de Dios. También nosotros, con las palabras del salmo, decimos con confianza: «el Señor es mi luz y mi salvación», y eso es lo que nos da ánimos y mantiene nuestra esperanza.

2. Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David».

Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación.

Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús.

Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas.

Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».

3. a) El Adviento lo estamos viviendo desde una historia concreta. Feliz o desgraciada. Y las lecturas nos están diciendo que este mundo nuestro tiene remedio: éste, con sus defectos y calamidades, no otros mundos posibles.

Que Dios nos quiere liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De las opresiones. De los miedos.

Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar.

b) Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?

El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros.

La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús».

c) Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz.

En este Adviento se tienen que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 27-30


2-6.

Is 29, 17-24: Aquel día los humildes se alegrarán con el Señor porque habrá desaparecido el tirano y serán exterminados los que hacen el mal.

Sal 26: A nadie puedo temer si estoy con el Señor.

Mt 9, 27-31: Por la fe se abren los ojos de los ciegos.

El profeta Isaías había presentado en el texto anterior al que escuchamos, un oráculo contra los que quieren edificar su vida sin tener en cuenta a Yahveh. Pero, a pesar de esto, no todo está perdido. En el texto de la liturgia de hoy aparece la esperanza de la acción reparadora de Dios, que comprende toda la creación: el desierto será un vergel, y el vergel será un bosque frondoso; pero sobre todo, el nuevo orden toca al hombre de manera definitiva: el tirano desaparecerá, reinará la paz, la justicia y la salud.

Pero si para el Antiguo Testamento todo esto era sólo una esperanza, para nosotros hoy es una realidad por la presencia de Jesucristo Liberador entre nosotros. Nos estamos preparando para reactualizar su venida y esto implica prepararnos también para escuchar sus palabras y ver sus obras; hasta ahora hemos actuado como si fuéramos ciegos y sordos; el desorden del mundo es la consecuencia de haber dejado de lado la palabra de Dios. El evangelio nos da una solución: reconocer la presencia del Señor en medio de nosotros y exclamar como los ciegos desde el fondo del corazón: ¡ten piedad de nosotros! Tenemos que suplicarle que abra nuestros ojos, que destape nuestros oídos, y que nos ayude a descubrirle en los millones de niños desnutridos, en los huérfanos y las viudas, en los pobres, en los encarcelados, en las mujeres explotadas, en todos aquellos que sufren.

Y como el Señor no niega su protección a quienes acuden a él con fe, la esperanza de la liberación de América Latina será una realidad: la justicia será implacable con el tirano, los jueces serán insobornables, los pobres y los humildes serán reconocidos, y todos, hasta los insensatos descubrirán en el niño de Belén la salvación que ha venido a ofrecer a quienes quieran recibirlo y acogerlo con amor en todos los hombres y mujeres que esperan la salvación.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-7.

Is 29, 17-24: La naturaleza al servicio del ser humano

Mt 9, 27-31: La fe de los ciegos

Jesús obraba prodigios a partir de la fe que la gente manifestaba. Casi todos los que acudían a él tenían la fe puesta en su obra, en lo que el significaba para el pueblo. Por eso lo llamaban "Hijo de David". Este era un título mesiánico que designaba al liberador nacional de Israel.

El episodio de hoy nos narra una señal muy especial. Dos ciegos lo siguieron después de que escucharon como él había recuperado la salud de la hija del jefe del pueblo. Es raro ver a dos invidentes ir detrás de una persona, pero la necesidad que ellos tenían de recuperar su visión pudo más que sus limitaciones. Sin embargo, Jesús no obra la señal a la vista de todos. Se dirige a su casa y allí los ciegos van a buscarlo.

Jesús después del Sermón en el monte, en el evangelio de Mateo, rehuye las multitudes que lo aclaman como liberador nacional. El continúa haciendo el bien pero de modo sumamente discreto. Sabe que sus paisanos buscan un líder para proclamarlo rey y él no es partidario de seguir esas aspiraciones populares. El sabía bien que convirtiéndose en el gobernante de una aldea o de una región no iba a cambiar las cosas. Pues, la práctica de Jesús nos muestra que él quería cambiar las cosas desde abajo, desde la base, desde las comunidades concretas de hombres y mujeres. Si hubiera cedido a las presiones de sus paisanos le hubiera tocado aceptar algún cargo y jerarquía en un sistema que él no consideraba válido. Por eso, el escoge los espacios discretos y desde allí continúa su obra transformadora.

Los ciegos le manifiestan una fe decidida en lo que él significa para ellos: un liberador nacional. Jesús les acepta esa fe, pero les abre los ojos para que vean que él es radicalmente diferente a lo que ellos suponían. Los ciegos recuperan la visión y superan la perspectiva de una liberación puramente nacionalista; entonces, no se pueden contener y salen a anunciar la obra de Jesús.

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2-8.

Is 29,17-24: "¿No falta acaso, muy poco tiempo...?"

Mt 9,27-31: Jesús cura a dos ciegos

"Aquél día...", sigue diciendo Isaías, "...los sordos oirán... y los ciegos volverán a ver...".

El profeta insiste en el anuncio del cambio.

Pero agrega algo a sus predicación: "Falta muy poco tiempo para que el Líbano se convierta en un jardín y éste último en un bosque". Ya se ve la aurora de la Liberación, ya se ve el final del dolor.

El profeta enumera los signos y las consecuencias del este final:

La felicidad y la alegría de los pobres, "ya no habrá más dictador..." los corruptos, los que se beneficiaban de la poca instrucción del pobre, caen, los que maltratan a la justicia en contra del pobre, son eliminados, ...es el final del reino del mal. Y es la restauración del pueblo que ha sufrido tanto mal.

Desde la boca del profeta Dios insiste, una y otra vez, y de muchas maneras, en que es necesario esperar que se cumpla su proyecto.

En el evangelio Jesús aparece cumpliendo una parte de este anuncio: dos ciegos recobran la vista.

Pero tanto para el profeta como para Jesús, el recobrar la vista no es en sí mismo un signo de este nuevo estado de cosas que se promete.

El recobrar la vista es poder volver a ver la vida como la ve Dios, es poder caminar a la luz del proyecto de Dios, es no verse a sí mismo, como un ciego de la realidad.

La ceguera de no ver el dolor del otro, el desamparo, la injusticia, el llanto del desocupado, la inseguridad de la juventud, quedará iluminada para que se pueda ver las cosas tal como Dios las ve.

Si así fuera, podríamos ver el dolor en toda su magnitud, y al verlo podríamos esperar que los causantes de ese dolor caigan, tal como lo prevé Isaías.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-9. CLARETIANOS 2002

Aquellos ciegos del evangelio eran incansables y eso les salvó. Jesús no les atendió hasta que llegaron a casa. ¿Por qué? Porque para Él era fundamental la relación personal, y ésa se tiene en casa. No era cuestión de montar un espectáculo en la calle sino de entablar una conversación. La clave del milagro radicaba en la atención personal. Jesús les hace partícipes de su milagro, coprotagonistas. En seguida nos viene a la memoria la respuesta silenciosa a los deseos de Herodes, que lo único que deseaba era el espectáculo del prodigio. Allí no había posibilidad de diálogo, por eso Jesús le niega la Palabra, y sin la Palabra no hay milagro, como tampoco hay creación.
Jesús valora la Palabra, más aún, Él mismo es la Palabra, pero siempre en diálogo, preocupándose por conocer la situación de cada uno, sus necesidades, sus decepciones. Entonces todo milagro es posible. Pero con frecuencia somos nosotros los que nos negamos a entablar el diálogo, renunciamos a los momentos de intimidad, de oración, donde entramos en comunicación con Aquél que todo lo puede. Pretendemos hablar siempre a gritos y en la calle, y a Él le gusta sobre todo hablar en casa, en la intimidad. "A solas con el solo". Así, en el diálogo personal, comprenderemos que los milagros no dependen sólo de Él sino de nosotros y nunca le pediremos lo que nosotros somos capaces de llevar a cabo con nuestros propios medios.

Recuerdo la historia de aquel hombre que iba de un sitio a otro proclamando que era profeta y que podía obrar milagros. Un comerciante, harto de oírlo, lo llamó y le dijo:

- Abre esta puerta, de complicada cerradura, sin llave.

A lo que contestó el hombre:

- ¿Acaso he dicho que fuera cerrajero?

Y otra cosa. Si de verdad llegas a disfrutar del milagro de ver, no te olvides al salir de hablar de ello con todos los que encuentres, porque lo que es bueno para ti lo será para otros que aún no se han encontrado en el camino con Jesús, o si le han encontrado no han sido capaces de seguirle hasta su casa.

Vuestro hermano en la fe, Vicente.


2-10. 2001

COMENTARIO 1

La frase inicial de esta perícopa está en paralelo con la que introducía la llamada de Mateo (9,9); “al salir de allí”, conexión con la perícopa anterior, lo siguen dos ciegos que le piden la curación y lo aclaman reconociéndolo como Hijo de David. Este título ha aparecido encabezando la genealogía de Jesús (cf. 21,9), junto con el de hijo de Abrahán (1,1). Es la herencia que le corres­ponde por la ascendencia de José, pero su realidad es muy supe­rior a ella. El mismo negará en el templo que el Mesías sea «hijo/ sucesor» de David (22,41-46). El no tiene padre humano y no se define, por tanto, por la ascendencia de José. Su dependencia de la tradición de Israel se rompe por el nacimiento virginal. Nacido por obra del Espíritu y teniendo por Padre a Dios, se define como el Mesías Hijo de Dios (cf. 16,16; 26,63) y como «el Hombre». Ada­marlo como hijo de David significa no conocer su verdadera rea­lidad, considerarlo un Mesías nacionalista (cf. 20,30). Solamente después de su entrada en Jerusalén, cuando haya cumplido la profecía de Zac 9,9 sobre el Mesías no violento (21,4s) y haya hecho la denuncia del templo que manifiesta su ruptura con la institución judía (21,13), tendrá este título su verdadero sentido mesiánico y será aceptado por Jesús (21,15s). Aquí son ciegos los que lo acla­man como hijo de David; en el templo serán precisamente aquellos a quienes él ha curado de su ceguera. Jesús no reacciona ante la aclamación de los ciegos. «La casa» es símbolo de su comunidad y allí se le acercan los ciegos. Jesús se refiere solamente a la peti­ción implícita que le han hecho («ten compasión de nosotros», en relación con 5,7).

Ante la fe de los ciegos, toca sus ojos y pronuncia una frase en todo semejante a la que dijo al centurión («Según la fe que tenéis, que se os cumpla»). Dar vista a los ciegos era uno de los signos de la salvación definitiva, anunciada por los profetas, como símbolo de la liberación de la tiranía (Is 29, l8ss; 35,5.10; 42,6s; 49,6.9s). Las tinieblas se desvanecen ante la revelación de Dios (cf. Is 60,1). «Abrir los ojos a los ciegos» representa, por tanto, sacarlos de la esclavitud y continuar el éxodo que ha de llevar a la tierra prometida.

Siendo estos ciegos israelitas, como aparece por la aclamación «Hijo de David», que delata su concepción nacionalista del Mesías según la doctrina oficial, la obra de Jesús consiste en sacarlos de esa ideología, que, encarnada en la interpretación de la Ley, procura la muerte. Jesús les prohíbe comunicar el hecho, pero ellos no le obedecen. Lo divulgan por toda la comarca, la misma que ha oído la noticia de la resurrección de la hija del jefe (9,26).

¿Por qué no había prohibido Jesús que se divulgase ésta y, en cambio, prohíbe a los ciegos comunicar la noticia de su curación? Israel debe saber que es la Ley del exclusivismo la que impide su vida, pero no debe saber aún que Jesús inicia un éxodo que lleva a una nueva tierra prometida, la nueva comunidad. Si esto se di­vulgase ya desde ahora, le impediría llevar a cabo su misión. Aún no ha roto Jesús abiertamente con la sinagoga.


COMENTARIO 2

El breve pasaje de Mateo que leemos hoy, nos presenta la escena de los dos ciegos que siguen a Jesús pidiéndole que los cure. Lo llaman, llenos de fe y de esperanza, "Hijo de David", es decir, Mesías, enviado de Dios. Da a entender el evangelista que Jesús no los curó inmediatamente, que esperó a llegar a la casa adonde se dirigía y que además los interrogó sobre su fe. Parecería que fue la fe, no el simple contacto de la mano de Jesús, lo que curó a los ciegos. La fe que es confianza incondicionada de que el bien vence al mal, de que Dios es más grande que nuestros males, nuestros egoísmos y nuestras ruindades. Jesús exige a los ciegos curados que no divulguen el milagro. ¿Acaso fue hecho en secreto? ¿No hubo testigos que seguramente contarían a otros la maravilla acontecida? Tal vez Jesús no quiere la falsa propaganda, ser equiparado a un simple curandero, ser recibido por el interés en sus poderes. Pero los ciegos no pueden callar; dice Mateo que divulgaron la noticia por toda la comarca. No la noticia del milagro, sino la noticia de que podíamos encontrarnos con alguien tan compasivo y misericordioso, alguien tan poderoso, que sería capaz de curar nuestra ceguera y nuestra sordera, de asumir la defensa de los pobres y los oprimidos y de castigar a los jueces y gobernantes corruptos.

Todo esto quiere decir que se hacen realidad las palabras de Isaías escuchadas en la 1ª lectura. Esta es una convicción que se nos quiere inculcar en este tiempo de Adviento: que en Cristo, cuyo nacimiento estamos próximos a celebrar, se realizan las más grandes esperanzas de la humanidad, las promesas que Dios hizo al pueblo elegido, los anhelos de bien y de amor que anidan en todos los seres humanos de buena voluntad.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-11. 2002

La liturgia de Adviento ha recurrido a este pasaje evangélico con el fin de esclarecer uno de los aspectos de la actuación del Mesías esperado. Para ello se nos coloca frente al cumplimiento de una de las profecías más significativas sobre los tiempos prometidos: la curación de la ceguera, la restitución de la vista a ciegos, como se consigna también en la primera lectura.

La comunidad cristiana vive de la convicción de que el futuro depende de la acción de Dios que desea el bien de la Humanidad. Los tiempos mesiánicos producen una transformación de toda la realidad que recupera la finalidad original para la que ha sido creada. Las tinieblas cederán su paso a la luz, la injusticia sucumbirá ante la justicia de Dios que se revela en plenitud a los seres humanos.

Esta expectativa no se coloca exclusivamente en el futuro temporal de la existencia sino que ha comenzado a ser operante en la realidad con la actuación histórica de Cristo que, aunque colocada en el pasado, representa la realización de las posibilidades a las que el ser humano está llamado.

Por ello, en la curación de los dos ciegos, más que una simple sanación física, debemos ser capaces de descubrir la transformación que produce ya ahora en el ser humano la acción de Jesús de Nazaret.

Las fuerzas de los imperios ocupantes fueron entendidas en el pasado de Israel como una acción caótica en que se podía descubrir la acción de las tinieblas que se habían adueñado de la tierra y del ser humano. Este dominio de las tinieblas ha producido la ceguera de la existencia humana, la incapacidad de distinguir la realidad y de asignarle su sentido.

Por ello, los dos ciegos que aparecen en el pasaje representan al pueblo israelita doliente y necesitado de compasión, al que pertenecen estas personas como se revela en el título de "Hijo de David" con que se dirigen a Jesús.

Sin embargo, ese título no expresa adecuadamente toda la realidad de Jesús. Es necesario que se abran a un reconocimiento más profundo, el de la fe que les lleva a proclamar a Jesús como el Señor y a un acercamiento fruto del caminar hasta su "casa" (v.29).

La fe produce en los ciegos una liberación de la esclavitud de las tinieblas. En ellos la acción de Dios se manifiesta como revelación de un nuevo éxodo y de un nuevo acto creador capaz de separar la luz de las tinieblas y , por lo mismo, de la recuperación de la capacidad de visión.

Los ciegos obtienen así la misma respuesta que había obtenido el centurión en 8,13 y en ambas respuestas se hace patente el cumplimiento de las promesas ligadas a la fe.

Sin embargo, hay una diferencia entre uno y otro caso. Aquí Jesús prohíbe divulgar lo acontecido a fin de evitar que Israel, al que los ciegos pertenecen, pueda interpretar la curación desde una perspectiva de un Mesías nacionalista entendido exclusivamente como el Hijo de David.

El encuentro con Jesús, por tanto, debe significar para cada integrante de la comunidad cristiana una liberación de la ceguera y la entrada en el ámbito de una libertad, capaz de superar todo exclusivismo producto de intereses de razas o de grupos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-12. ACI DIGITAL 2003

21. Entendamos bien lo que significa hacer su voluntad. Si buscamos, por ejemplo, que un hombre no le robe a otro, para que la sociedad ande bien, y no para que se cumpla la voluntad de Dios, no podemos decir que nuestra actitud es cristiana. Ese descuido de la fe sobrenatural nos muestra que hay una manera atea de cumplir los mandamientos sin rendir a Dios el homenaje de reconocimiento y obediencia, que es lo que El exige. ¡Cuántas veces los hombres que el mundo llama honrados, suelen cumplir uno u otro precepto moral por puras razones humanas sin darse cuenta de que el primero y mayor de los mandamientos es amar a Dios con todo nuestro ser!


2-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Viernes 5 de diciembre de 2003. Sabas

Is 29, 17-24: Los más pobres gozarán con el Santo de Israel
Salmo responsorial: 26, 1.4.13-14: Espera en Yahvé, ten valor y firme corazón
Mt 9, 27-31: Ten piedad de nosotros, Hijo de David

El interés del pasaje de Isaías se centra en recordar que la inviolabilidad y firmeza del pueblo futuro y de la Sión escatológica dependerán de la calidad de su fe en el Mesías. El garantizará la seguridad de la ciudad y la de sus habitantes. Podemos observar que el pueblo de Dios es el resto de los pobres. Ese pueblo será “el pequeño resto” y su único apoyo será su fe en el salvador.

En el Evangelio aparece Jesús con el título de “Hijo de David”, título mesiánico, comúnmente aceptado en el judaísmo y aplicado a Jesús en el evangelio, como vemos en Mt 12,23; 15,22 y otros lugares. Este título designaba un Mesías que todos esperaban y se fundaba en los antiguos vaticinios proféticos en los que se describe al Mesías como otro David: “Mirad que vienen días en que suscitaré a David un Germen justo”(Jer 23,5). Jesús acepta con reservas dicho título, ya que implicaba una concepción demasiado humana del Mesías y prefiere el misterioso título de “Hijo del Hombre”.

Los dos ciegos piden su curación a Jesús reiteradamente. Jesús les pregunta si realmente creían que Él les podía curar; con ello Jesús pretende mostrar a los mismos ciegos y a los que se hallaban presentes, que para conseguir una gracia de Dios se requiere como previa condición una fe llena de confianza. Ellos responden afirmativamente, con lo cual, reciben el don de ser curados.

Jesús tocó los ojos de los ciegos y al instante ellos vieron. Muy a menudo los evangelistas colocan a Jesús tocando a los enfermos, al tiempo que los cura. Esto significa imperio y mandato sobre la enfermedad y hace patente la virtud de su humanidad para curar las enfermedades de los seres humanos.

Hoy también, cada uno de nosotros, quién más quién menos, necesitamos que se abran nuestros ojos para poder ver mejor las cosas de Dios. Con frecuencia nuestros ojos se cierran o se dificultan para las cosas del Espíritu. En otra parte del evangelio Jesús nos advierte que para ver las cosas de Dios se necesita tener el corazón limpio (Sal 27,4-4).

Rectitud de conciencia, limpieza de ojos, inocencia de corazón para poder ver a Dios y llegar al conocimiento de los secretos divinos. En tu oración diaria no dejes de pedirle al Señor que te descubra y te haga conocer los secretos del Reino.


2-14. DOMINICOS 2003

Ven, Señor, a mí y a todos

En este primer viernes de adviento quiero, Señor, abrir mi corazón a ti y a mis hermanos, los hombres.

Escucha las palabras que brotan de mi pobreza, debilidad y confianza. Son para ti, mi Señor. Acógeme.

Yo  creo en ti, mi Señor, Señor de la luz y de la Vida, y creo en tu amor inmenso a la humanidad.

Nos diste lo que somos, pero somos débiles y tornadizos; concédenos ser más fuertes que los odios, violencias, injusticias.

Yo confío en ti, mi Señor, y espero que tu verdad, luz y ternura salven a este mundo, agitado por insaciable hambre y sed de poder, ambición, dinero.

Yo te amo, mi Señor, y quiero que tu amor, creador de la belleza y la vida, haga felices a todos tus hijos en hermandad, orden, caridad.

Hoy vengo a ti, Señor de la gracia, fortaleza, generosidad; estoy dispuesto a recibirte con júbilo cuando llames a mi puerta y me pidas que en adviento purifique el corazón...

Cambia en mí, cambia en todos los hombres, sus pensamientos malvados, los proyectos manipuladores de personas, familias y pueblos.

Haznos reflexionar hondamente para que haciendo el bien, sembremos por todas partes amor a ti, paz para los hombres, justicia y verdad, felicidad de hijos en peregrinación a tu hogar. Amén.

La Luz de da Palabra de Dios

Isaías 29, 17-24:

 “Esto dice el Señor: pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en un vergel ... Aquel día {que vendrá) los sordos oirán las palabras del Libro, los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad, los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los pobres gozarán con el Santo de Israel, porque los opresores serán extirpados, los cínicos fenecerán, y serán aniquilados los que viven de hacer el mal ...”

Evangelio de san Mateo 9, 27-31 :

 “Un día, al marcharse Jesús {de Cafarnaúm}, le siguieron a casa dos ciegos gritando: ten compasión de nosotros, Hijo de David...

 Jesús les dijo:¿creéis que puedo curaros? Contestaron: sí, Señor.

Entonces él les tocó los ojos diciendo: que os suceda conforme a vuestra fe. Y los ojos se les abrieron...”

Reflexión para este día

Rompamos las cadenas de opresión y la tierra será un vergel

Situemos el texto de Isaías en su lugar. Se refiere a un enfrentamiento del profeta con la injusticia y opresión que ejercen en Israel sobre el pueblo unos administradores corrompidos. Sus sentencias no hacen honor a la verdad y justicia sino que encubren la iniquidad que mora en la conciencia del rey y de sus consejeros.

Como a  ellos la Palabra de Dios les resbala, algunos del pueblo se preguntan: ¿habrá de ser así el reino de Dios en la tierra? En modo alguno, replica Isaías. Llegará el día en que Yhavé derribará a esos poderosos opresores y la tierra que habitan será un vergel donde reine la paz y la verdad.

En esas vibrantes palabras se contiene el mensaje esperado del retorno de toda la humanidad a la paz, a la verdad, a la justicia, a la dignidad, al amor.

 ¿Cuándo y cómo sucederá?  Cuando en el mundo triunfe la fe, la gracia, la dignidad del hombre y de la mujer. Así nos predica Jesús con sus palabras y gestos en la plenitud de los tiempos compartiendo la realidad viviente de los seres humanos que, desde su debilidad, llaman a Dios y nos llaman a todos. Oigamos su voz y, como Jesús, amasemos un ungüento de fe y amor que cure las llagas de los corazones.


2-15. 2003

LECTURAS: IS 29, 17-24; SAL 26; MT 9, 27-31

Is. 29. 17-24. El mal no desaparece cuando a los enfermos, sino erradicando la fuente de la enfermedad, los focos de infección. ¿Queremos que haya más justicia y que la pobreza quede erradicada en el mundo? No basta darles voz a los desvalidos, ni socorrer a los pobres. Es necesario que la Palabra de Dios penetre hasta lo más íntimo de aquellos cuyo orgullo ha desviado su corazón y son los causantes de todos estos males. Es necesario confrontar la propia vida con la Palabra de Dios para que los extraviados entren en razón y los inconformes acepten las enseñanzas que nos vienen de Dios. El Hijo de Dios ha sido enviado a nosotros para que, viendo sus acciones, aprendamos a ir por el camino que Él nos mostró y, no sólo con las palabras, sino con las obras y la vida misma, santifiquemos su Nombre entre nosotros. Dios espera de nosotros que no cerremos nuestros ojos, ni taponemos nuestros oídos ante la salvación que nos ofrece. Él nos quiere hombres de fe para convertirnos en un reflejo de su amor para todos los hombres.

Sal. 26 ¡Ven, Señor Jesús! Esperamos alegre y confiadamente en la venida de nuestro Señor Jesucristo, para estar continuamente en su presencia. Por eso, nos armamos de valor y fortaleza y, sin descuidar nuestro trabajo en las realidades temporales de nuestra vida diaria, nos esforzamos, guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo, que habita en nosotros, en poder llegar a vivir en la casa del Señor todos los días de nuestra vida. Dios nos ha favorecido por medio de su Hijo Jesús, mediante el cual nos llama para que seamos hijos suyos. Escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

Mt. 9, 27-31. Jesús realizó muchos signos mediante los cuales nos manifestó que en Él se estaban cumpliendo las promesas mesiánicas. Jesús nos dejó muy en claro el camino que hemos de seguir nosotros, sus discípulos; esto lo ha hecho de un modo especial en el así llamado, sermón de la montaña. Pero se acerca la hora de su entrega, en amor hasta el extremo, por nosotros. Unos ciegos, sin nombre, representando a la humanidad que ha caminado en la oscuridad provocada por el pecado, ante las palabras y las obras de Jesús, perciben que el Hijo de David, prometido por Dios, ha llegado a nosotros como poderoso salvador, para hacérnoslo contemplar, no sólo con los ojos del cuerpo, sino con los ojos de la fe. Él ha venido como salvador nuestro, y, a pesar de nuestros muchos pecados, en Cristo encontramos el camino que nos reconcilia con Dios y nos salva. Pero no basta llamarle con los labios Hijo de Dios, o Mesías, o Hijo de David, o Señor. Hay que permitirle reconciliarnos con Dios y con el prójimo, y dejar que haga su obra de salvación en nosotros. ¿Creemos que puede hacerlo? La respuesta a esta pregunta no se da con los labios, sino con la sinceridad de quien en verdad se deja moldear en las manos de Dios, como el barro tierno se deja moldear por las manos del alfarero, hasta que nos haga llegar a la perfección de su propio Hijo, enviado por Él a nosotros como Salvador, y como el único Camino que nos lleva hacia la perfección del mismo Dios.

A pesar de que muchos pudieran poseer grandes cantidades de bienes materiales, o poder temporal, sin embargo todos venimos a esta Eucaristía conscientes de que muchas veces hemos estado ciegos para Dios y ciegos para hacer el bien a nuestro prójimo. Esta ceguera que puede compararse también con la pobreza, con la falta de un auténtico amor, nos hace presentarnos ante el Señor con la sencillez y humildad que nace de un corazón que busca al Señor para dejarse llenar de Él y de las auténticas riquezas que le darán sentido a nuestra vida. Dios quiere que abramos los ojos, tanto para contemplarlo a Él y amarlo sobre todas las cosas, como para contemplar a nuestro prójimo y no pasar de largo ante sus necesidades en todos los niveles. La Eucaristía, a la que el Señor nos ha convocado, nos une a Cristo y nos compromete a trabajar por su Evangelio, por su Reino, por hacer el bien a todos, amándolos como el Señor nos ha enseñado en su entrega sacrificial por nosotros.

Jesús nos ha invitado a seguirlo cargando nuestra cruz de cada día. Él no se dirige a la muerte, sino a la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre; aun cuando para llegar a ella deba padecer y pasar por la muerte. Si queremos ir tras de Él para llegar hasta donde nos ha precedido Aquel que es nuestro Principio y Cabeza, no podemos caminar con los ojos ciegos a causa de nuestras esclavitudes al pecado. Quien ha tomado en serio su seguimiento de Jesús ha de reconocerlo como Dueño y Señor de su vida, de tal forma que esté dispuesto a escuchar en todo su Palabra y ponerla en práctica. No puede, por tanto, un hombre de fe, conformarse con sólo darle culto al Señor, sino esforzarse por construir el Reino de Dios ya desde este mundo; Reino en el que el amor a Dios y al prójimo tenga la primacía. Entonces podremos vivir como hermanos, y no pasaremos de largo ante los pecados, ni ante las necesidades de nuestros hermanos. Quien vive destruyendo la paz, quien en lugar de darle seguridad al mundo desestabiliza la vida social, no puede, por ningún motivo llamarse hijo de Dios y, mucho menos, puede pensar que, cargando su propia cruz, se encamina a poseer la Gloria a la que Cristo nos llama; más bien tendría que decir que aún vive ciego, cegado por sus egoísmos y por sus miradas miopes acerca de lo que es la verdadera paz y el auténtico amor fraterno.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de reconocer con humildad nuestras propias miserias y egoísmos, para que, dejándonos transformar por el Espíritu de Dios, seamos criaturas nuevas que, siguiendo las huellas de Cristo, demos a nuestro mundo el rumbo del auténtico amor, y seamos capaces de caminar unidos hacia la posesión de los bienes definitivos. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-16.

Reflexión

La gente de hoy vive angustiada porque no ha sabido distinguir los limites de su acción. No sabe dejar a Dios actuar. Y esto se debe, principalmente, a una gran falta de fe. La pregunta fundamental que llevará a la realización del milagro en este pasaje, es la que Jesús les formula a los ciegos: ¿Creen que puedo hacerlo? El hombre cuando es encuentra en dificultad y recurre a Dios, muchas veces no considera la posibilidad de que Dios pueda actuar PODEROSAMENTE en su vida. El Resultado: Que se realice conforme a tu fe. Pidamos al Señor que aumente nuestra fe… Muchas cosas en nuestra vida cambiarán con la dependencia de Dios.

Pbro. Ernesto María Caro


2-17.

Cuando Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les preguntó: «¿Creen que puedo hacerlo?» Ellos le contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Que se haga en ustedes conforme a su fe». Y se les abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Que nadie lo sepa!» Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella región.

Reflexión

Contemplamos a estos dos ciegos con sus bastones por el camino. Van corriendo “a trompicones”. Quizás siguen apresuradamente a algún lazarillo que les lleva detrás de Jesús hasta que agotados lo alcanzan. Pero el Maestro parece no darse cuenta de su estado. Les pregunta: “Creéis que puedo curaros...” ¿No habrían demostrado ya su fe corriendo a ciegas, y aún clamando misericordia por el camino? Jesús quiere provocar en ellos una adhesión plena porque eran hombres iluminados por la fe. Para ellos, recuperar la vista física será consecuencia de esa otra visión, más necesaria y profunda: su fe. El verdadero milagro es invisible y está en el interior de cada hombre que cree.

La fe que estos hombres tenían en sus corazones no les ahorró ningún esfuerzo, ninguna dificultad a la hora de alcanzar a Jesús. Es verdad que gracias a la fe nuestra vida espiritual crece y se “ilumina”, sin embargo, ni siquiera en el ámbito espiritual tener fe significa automáticamente poseer un conocimiento cierto, o una seguridad completa. Porque la fe sólo es auténtica cuando se conquista paso a paso, entre caídas y temblores, entre oscuridades y gritos de auxilio. Le fe es una lucha, al estilo de san Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe” (2Tim 4, 7-8).

No dudemos, y sobre todo no temamos a las oscuridades y a las dudas de la vida. Cuando todo esto nos ocurra en el camino, por más arduas que se presenten, precisamente por eso, debemos alegrarnos de que así sea. Las pruebas de la fe son garantía de su autenticidad. Entonces nuestro caminar será parecido a aquel que un día recorrieron “a trompicones” dos pobres ciegos iluminados por la luz de su fe y siguiendo al Señor.

José Rodrigo Escorza


2-18.

I. Jesús, otro milagro. Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad: Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente [15]. Pero cómo cuesta arrancártelo. Durante tus años de vida pública te resistes a hacer milagros: sólo los realizas cuando hay una razón suficiente.

No quieres llamar la atención de los jefes judíos, pues sabes que los milagros, al mostrar tu divinidad, pueden ponerte en peligro de muerte. Por eso procuras que no se divulgue la curación: Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Al igual que en ese otro milagro en las bodas de Caná, cuando le dijiste a tu madre: todavía no ha llegado mi hora [16], te resistes ha hacer cosas extraordinarias.

Sin embargo, Jesús, acabas realizando el milagro. Y Tú mismo explicas por qué: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Estos dos ciegos creían en Ti. Por eso venían siguiéndote y gritándole: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Su fe es capaz de arrancarte cualquier favor. Yo también necesito que me ayudes. Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides. Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.

II. Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.

-Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo [17].

Jesús, quiero prepararme para tu nacimiento, y me doy cuenta de que me falta mucha visión sobrenatural: ver las cosas como Tú las ves. Las veo todavía según mis intereses: ahora tengo que estudiar y que nadie me moleste; ahora me debo un rato de música; mi deporte nadie lo toca; este programa no me lo puedo perder; etc...

Tú me conoces: aún me falta mejorar mucho. Lo único que me pides es la humildad de reconocerlo, y lucha para rectificar. Acercarme más a Ti y, si hace falta, pedirte a gritos, como los dos ciegos: ten piedad de mí. Y la manera de pedirte las cosas es: con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.

Jesús, me preguntas: ¿Crees que puedo hacer eso? Te respondo: Sí, Señor. Tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día. Y aunque es muy difícil moverse a oscuras, Tú me pides que te siga primero un poco a ciegas, fiándome de Ti, como te siguieron estos dos ciegos antes de darles la vista. Si los dos ciegos hubieran esperado a ver todo clarísimo antes de dar un paso, no lo hubieran dado nunca, ni tampoco se hubieran curado.


Igualmente, si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada. Que me decida, Jesús, a empezar a caminar: a seguirte más de cerca, a tener más vida interior, a rezar más, a santificar el trabajo día a día. Si lo hago así, me darás la visión sobrenatural que necesito, y -como los ciegos- sabré divulgar tu mensaje a mi alrededor.

[15] Card. J. H. Newman, Sermón para el domingo IV después de Epifanía.
[16] Jn 2,4.
[17] Forja, 379.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-19. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

¿No es verdad que nos falta gente con visión, dirigentes con visión? Más todavía: ¿qué decir de los visionarios, de aquellas personas a las que les es concedido el don de la “videncia”? Sin embargo, ¡cuánta oscuridad nos rodea!, como la que había tomado posesión de los dos ciegos, a los que hoy se refiere el Evangelio.

Lo acabamos de comprobar: “Nada es imposible para el que cree”, “La fe mueve montañas”. “Quien la sigue, la consigue”, dice nuestro refranero

Los dos ciegos que siguen y persiguen a Jesús hasta ser curados, son un modelo para nosotros. Tantas veces no vemos las cosas claras, caminamos a tientas, no sabemos qué decisiones tomar, ni hacia dónde vamos. Una sociedad sin visionarios está llamada a la esterilidad. Los que ven, son los capaces de dar futuro, esperanza. Jesús hizo ver a los ciegos. Jesús puede seguir siendo la Luz de nuestro mundo. El contacto íntimo con Jesús nos devuelve la visión.

El visionario apocalíptico es aquel que en medio de todos los fracasos, de todos los dolores imaginables, descubre la llegada de la nueva Jerusalén, del reinado definitivo de Dios. Esa visión nos ayuda a no desesperar, a ser pacientes, a tener alta la moral. Es un excelente mensaje para este Adviento.

Podemos estar ciegos sin saberlo y creernos incluso que vemos. Jesús se lo decía a los dirigentes de Israel. También se lo dice a nuestros dirigentes, sean políticos o religiosos. Pueden estar ciegos y no saber discernir lo que realmente ocurre. Estar a los pies del Maestro escuchando sus enseñanzas nos da la visión.

Vemos según la medida de nuestra fe. Quien no ve no camina, se paraliza, tiene miedos, juega siempre a la defensiva. Quien quiere ver está siempre en camino. El visionario ve en el futuro lo que el presente no da. Pero, si un ciego guía a otro ciego… Esa es la impresión que a veces podemos dar… No ofrecemos luces a nuestra sociedad, sino tantas veces, sólo nos quejamos… Hay que tener visión para iluminar y no solo para hablar sobre la luz-

Conclusión: “fe ciega en momentos cruciales”

“Fe ciega en Jesús” en momentos cruciales, sería la síntesis de este día. Trae consigo la posibilidad de recuperar la mirada, la visión, para reorientar nuestros proyectos y caminos.

Vuestro hermano en la fe.

José Cristo Rey García Paredes (cmfxr@hotmail.com)


2-20.

CIEGOS Y LOCOS.

Algunas veces me dan envidia los ciegos que aparecen en el Evangelio. Se acercan a Jesús implorando a gritos su curación y, una vez recuperada la vista, anuncian con agradecimiento el favor recibido. Desobedientes a veces, pero agradecidos siempre.

Cuando vamos al oculista y nos dice que nos hacen falta gafas puede molestarnos si pensamos que va a afectar negativamente a nuestra imagen, pero cuando te coloca los cristales y te das cuenta que todo lo que creías que veías bien estaba borroso, y notas que existe la profundidad y que los objetos tienen perfiles definidos, parece que estás en un mundo nuevo. Sales a la calle mirando a tu alrededor como si fuese la primera vez que contemplas el mundo que te rodea.

Otra cosa son los locos. No les hará falta visitar a Barraquer pero interpretan el mundo a su manera. Cuando has tenido que visitar algún psiquiátrico y ves a alguna ancianita a la que el paso de los años ha ido asemejando increíblemente con las tortugas Ninja y se cree una “sex-simbol” que provoca pasiones a su alrededor, te da verdadera lástima. Los que en su familia padecen a un enfermo de Alzehimer saben que son agotadores.

Hablando de la fe podríamos pensar que hay muchos “ciegos”. Yo creo que no. El ciego busca. Cualquiera tiene a su disposición, a unos cuantos “clic” de ratón, la posibilidad de conocer todo el Magisterio de la Iglesia, tiene fácil acercarse al Evangelio y tratar de vivirlo. Aunque encuentre dificultades en su ambiente para descubrir a Cristo buscará donde sea necesario, pedirá ayuda, reconocerá su ceguera. Gritará en una buena confesión: “¡Soy ciego!”. Y Cristo le dirá “¿Crees que puedo hacerlo?” y le concederá de nuevo la vista. Verá el mundo de una manera nueva, como si fuese la primera vez, con los ojos de Cristo.

Las cegueras en la fe son quizá menos peligrosas y más reversibles. No así determinadas “locuras”. En este mundo nuestro hay muchos mas “locos”. Interpretan la fe a su manera. Hacen que Dios haga siempre su voluntad (extraña pirueta del Padrenuestro). Lo que no les convence es integrista, la doctrina es intolerancia, la cruz y la mortificación son masoquismo. Para otros “locos” la caridad es modernismo, la conversión es contemporizar, el diálogo es laxitud. Se les distingue fácilmente, sus frases suelen contener los dichosos “para mí”, “en mi opinión” “a mi entender”.

Los “ciegos en la fe” a veces me dan envidia, son capaces de volver a ver, sin acostumbrarse a Dios, de una manera nueva. Los “locos en la fe” me agotan y me aburren, no hay manera de sacarlos de sus “particularismos”.

“Pronto, muy pronto” llegará el Señor (es tan corta una vida larga). Madre mía, si he sido ciego guíame para que ese día “sin tiniebla ni oscuridad verán los ojos de los ciegos”; pero no me dejes ser loco y entonces “los que habían perdido la cabeza comprenderán y los que protestaban aprenderán la enseñanza” y, comprendiendo, no quiera salir de “mi mundo”

ARCHIMADRID


21. Creer es poder

San Mateo 9, 27-31
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?» Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe». Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!» Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Lectura
El evangelio nos presenta a dos ciegos que se acercan a Cristo, pidiéndole que les cure. Acuden a él como quiene se acerca al Mesías que ha de venir, llamándole a gritos el Hijo de David. Piden su compasión y Jesús les pide, como pago por adelantado, un acto de fe: «Creéis que puedo hacer esto?» Ellos contestan que sí; Cristo les responde que les sucederá conforme a su fe. Quedan curados y lo pregonan por toda la comarca.

Meditación
La debilidad de Cristo es la fe. Todo el Evangelio está salpicado de hechos milagrosos en que Cristo es inducido a favorecer al necesitado a fuerza de fe. A ciegos, pecadores, leprosos, poseídos, Cristo les concede su curación y casi siempre acaba con la frase «Anda. tu fe te ha salvado» La fe de las almas mueve a Cristo a dar no sólo lo que piden, -la curación o beneficio físico-, sino algo más... «Tu fe te ha salvado», un beneficio espiritual.

La verdadera relación con Cristo debe enfocarse y dar como fruto una renovación espiritual. Y se trata de una fe personal;: por eso, les pregunta: ¿Creéis que yo puedo hacer esto? Es decir, les pregunta si su fe tiene como objeto la mismísima persona del Mesías – Cristo. Los apóstoles, testigos freciemtes de estos hechos, comienzan a comprender que la fe es la llave del Reino, la llave de los bienes de Dios. En una ocasión, le pedirán que les aumente su fe. Cristo responde que «si tuvierais fe como un gran de mostaza, diríais a este árbol: arráncate y trasplántate en el mar y, os obedecería».

La fe es el arma poderosa del cristiano, el signo del cristiano. Los judíos de aquellos tiempos esperaban un gran señor que derrotara a los romanos y les liberara de ese yugo. Pero Dios obra de otro modo, pide fe a todos los protagonistas: María, José, los pastores, los magos... todos. Dios obra a su gusto en un entorno de fe. Donde no existe, no puede obrar. Como se nos dice en otro lugar, cuando Cristo visita su pueblo, Nazaret: «No podía hacer allí ningún milagro...Y se maravilló de su falta de fe»

Oración
Señor, haz de mí un gigante de la fe. Que sea testimonio ante este mundo de la grandeza de tu amor. Que Tú puedas resplandecer ante quienes me rodean por mi ejemplo de fe.

Actuar
Hoy haré mía la oración «Creo, Señor, pero aumenta mi poca fe»


22.  SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 29,17-24: los humildes aún se alegrarán con YHWH
Sal 26.1.4.13-14
Mt 9,27-31: Que les suceda conforme a su fe

Apuntando siempre a mantener viva la esperanza en medio de la tribulación, el profeta augura la nueva era valiéndose de la figura del Líbano transformado en huerto. El monte Líbano es en el contexto del cercano oriente un símbolo de algo agreste, indomable, selvático.... La transformación de la suerte del pueblo equivale a esa situación de los desterrados, que cambiará en tiempos de paz y bienestar. Este cambio descrito en la naturaleza se asemeja a la época nueva, a la vida nueva que puede experimentar quien era ciego y vuelve a ver, quien era sordo y vuelve a oír.

El pueblo de Israel, sometido al imperio de turno sabe que en su tierra fue ciego y fue sordo. Sabe que en cierta forma él mismo es responsable del mal que ahora padece. Pero el profeta no hace tanto énfasis en el castigo, sino en el anuncio esperanzador de un tiempo nuevo: “los que sufren volverán a alegrarse en el Señor, los pobres gozarán con el Dios Santo de Israel”.

Este anuncio del profeta debería ser el modelo de nuestro anuncio de esperanzas a un mundo cada día más divido, más violento y más injusto. No es raro escuchar predicadores –incluso católicos- que hacen de los males sociales el tema de su predicación para enfatizar el aspecto punitivo: “es Dios quien castiga esta humanidad perversa e injusta...” como si eso aliviara el dolor de tantos y tantos hermanos y hermanas que padecen los rigores del hambre, la falta de salud y educación. Tal mensaje, alienante por demás, no toca las estructuras del mal. Todo lo que se logra es que los opresores y dominadores asuman cada vez con mayor fuerza el papel de “instrumentos de Dios” para continuar castigando el resto de la humanidad “pecadora”. ¿No es ese el papel que siempre asumen quienes se creen los representantes de Dios? Recuérdese el papel de juez universal que asumió el imperio del norte hace tres años cuando el atentado contra Nueva York!

El cambio de situación que vaticina el profeta incluye por demás el castigo de quienes han oprimido y expoliado al pueblo: desaparecerán los agresores, los descreídos, los que negaron la justicia para el pobre y el inocente. En este sentido Dios prescinde de todo intermediario que desprecie al débil. Nada ni nadie sobre la tierra podrá erigirse como lugarteniente de Dios si no tiene como criterio máximo la justicia y el respeto por el pobre y oprimido.

Pero, ¿cómo podrá darse cuenta el pueblo de estos cambios? Cuando se capacite para escuchar a los verdaderos mediadores de Dios: los profetas, la Escritura. Por eso nos dice hoy Isaías: “los que están sordos oirán cuando se lea la Escritura, y verán los ciegos ya sin sombras ni tinieblas en los ojos”. No se trata, por tanto, de sordos y ciegos en el sentido estricto, real, sino de la ceguera y de la sordera al proyecto de Dios propuesto desde antiguo. Con el golpe del destierro, el pueblo tiene que sacudirse, zarandearse, abandonar un estilo de fe acomodado y facilista, para poder captar en el crudeza de la humillación que a pesar de todo Dios no lo abandona, ni se gloría del mal de su pueblo. A raíz de este duro golpe el pueblo tiene que reconstruirse. Lo primer que anhela es retornar a su tierra, pero el retorno es apenas un paso; el siguiente paso es comenzar la reconstrucción con ojos y oídos nuevos a la propuesta siempre vigente de su Dios.

Nuestra sociedad contemporánea está ansiosa y ciertamente necesitada de una reconstrucción. No se trata de simples reformas; se trata de adquirir oídos nuevos y ojos nuevos para volver a encontrar en el mensaje de la Escritura la única propuesta tan antigua y tan actual del mismo Dios liberador que sigue rechazando mediadores poderosos y apoyándose en mediadores que se entreguen sin reservas a la causa de los pobres y marginados.

Prueba de todo lo anterior es el evangelio que nos presenta hoy la liturgia. Dos ciegos siguen a Jesús pidiendo insistentemente ser curados de su mal. La petición de estos dos hombres incluye una confesión de fe, pues llaman a Jesús “hijo de David”, un título que reconoce a Jesús como alguien con características especiales, no se trata de un hijo de vecina, se trata del descendiente de David que tenía que venir. Este reconocimiento subraya la aceptación, por la fe, de la persona de Jesús. Y es precisamente el eje central del relato. La referencia al milagro queda relegada a un segundo plano, para resaltar la exigencia que Jesús hace a través de la pregunta “¿ustedes creen que puedo hacerlo?” No basta una simple declaración formal de lo que se cree, se necesita refrendar con la vida esa convicción.

La transformación de las condiciones vitales implica como punto de partida la fe, una fe que no todo lo explica ni arregla, pero que es el motor que da sentido y valor a la vida. El seguidor de Jesús, convencido de su fe, no duda en que las tareas que implica el cambio sí pueden salir adelante. Por otro lado, el discípulo no puede callar la proclamación de las maravillas que realiza Dios entre sus hijos, al estilo de los ciegos que rápidamente divulgan la noticia por toda la comarca. Este tiempo de adviento puede ser una gran oportunidad para nosotros como personas y como comunidades para examinar esa calidad de fe nuestra.


2-23.

Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola OFM (Barcelona, España)

«Jesús les dice: ‘¿Creéis que puedo hacer eso?’. Dícenle: ‘Sí, Señor’»

Hoy, en este primer viernes de Adviento, el Evangelio nos presenta tres personajes: Jesús en el centro de la escena, y dos ciegos que se le acercan llenos de fe y con el corazón esperanzado. Habían oído hablar de Él, de su ternura para con los enfermos y de su poder. Estos trazos le identificaban como el Mesías. ¿Quién mejor que Él podría hacerse cargo de su desgracia?

Los dos ciegos hacen piña y, en comunidad, se dirigen ambos hacia Jesús. Al unísono realizan una plegaria de petición al Enviado de Dios, al Mesías, a quien nombran con el título de “Hijo de David”. Quieren, con su plegaria, provocar la compasión de Jesús: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9,27).

Jesús interpela su fe: «¿Creéis que puedo hacer eso?» (Mt 9,28). Si ellos se han acercado al Enviado de Dios es precisamente porque creen en Él. A una sola voz hacen una bella profesión de fe, respondiendo: «Sí, Señor» (Ibidem). Y Jesús concede la vista a aquellos que ya veían por la fe. En efecto, creer es ver con los ojos de nuestro interior.

Este tiempo de Adviento es el adecuado, también para nosotros, para buscar a Jesús con un gran deseo, como los dos ciegos, haciendo comunidad, haciendo Iglesia. Con la Iglesia proclamamos en el Espíritu Santo: «Ven, Señor Jesús» (cf. Ap 22,17-20). Jesús viene con su poder de abrir completamente los ojos de nuestro corazón, y hacer que veamos, que creamos. El Adviento es un tiempo fuerte de oración: tiempo para hacer plegaria de petición, y sobre todo, oración de profesión de fe. Tiempo de ver y de creer.

Recordemos las palabras del Principito: «Lo esencial sólo se ve con el corazón».


2-24. Viernes 3 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: En aquel día los ojos de los ciegos se abrirán * Quedaron curados dos ciegos que creyeron en Jesús.

1. La enfermedad vencida
1.1 Es interesante recordar la etimología de la palabra "enfermedad". El enfermo es el "in-firmus", el que no está firme, el que tambalea. Y así sucede: la enfermedad nos quebranta, es decir: nos quiebra. Por ello los milagros de curación física tienen una fuerza persuasiva particular, pues no sólo se trata del bien de la salud sino de devolver "firmeza" al que decaía y se derrumbaba. El Dios que se muestra capaz de vencer a la enfermedad es el Dios que así se revela capaz de devolver a su vigor y firmeza la obra que Él mismo ha creado.

1.2 Las lecturas de ayer nos hablaban de la firmeza que sólo Dios concede; hoy nos hablan de la fortaleza que sólo Él restaura.

1.3 Es interesante destacar en la primera lectura que la salud tiene un propósito, según vemos. Por ejemplo, los sordos no recuperan simplemente la capacidad de oír, esto es, de oír cualquier cosa, sino que recuperan el oído para oír la palabra del Señor. La salud recobrada, pues, no es sólo un bien que Dios da, sino un camino que abre para que a través de sus dones le conozcamos a Él mismo.

2. La fe como puerta al mundo de Dios
2.1 En evangelio de hoy nos presenta una de muchas sanaciones que realizó Cristo. Evidentemente para que veamos cumplido lo que prometió Dios por boca del profeta, pero en este milagro de hoy hay una enseñanza peculiar: es el único caso en que Cristo pregunta a un enfermo sobre la posibilidad de su propia curación: "¿crees que puedo hacerlo?" (cf. Mt 9,28). Esta pregunta es como la puerta que ellos deben franquear si desean pasar a otro modo de existencia.

2.2 Lo que vale para ellos vale para nosotros. Sólo la fe nos abre la puerta hacia la lógica de Jesús y hacia el mundo de Dios. La pregunta, pues, está tácita pero realísima en toda la fe de la Iglesia. Nuestra Iglesia, en efecto, está llena d eprodigios que son, si quiere, mayores que una curación física. Lo que acontece en la Eucaristía, lo que sucede cuando recibimos la absolución, lo que Dios hace en una ordenación sacerdotal, lo que pasa en el corazón humano cuando verdaderamente ora. Estamos rodeados de misterios, pero para que la vida plena que Cristo nos prometió se cumpla en nosotros hay una puerta: la fe. ¿Qué decir, sino la súplica de los apóstoles: "Señor, ¡auméntanos la fe!" ?


2-25.

Reflexión:

Is. 29, 17-24. No cerremos nuestros ojos ante las inmoralidades, ante los engaños, ante las injusticias, ante la corrupción que reina en muchos ambientes. Por todas partes las personas se ven bombardeadas por una serie de requerimientos que les invitan a abandonar el camino del bien para dedicarse a la maldad, bajo el engaño de encontrar la felicidad. Sin embargo esos caminos sólo dejan a la persona cada vez más deteriorada, y vacía de los auténticos valores que le dan sentido a la plena realización de su vida. ¿Realmente estará a punto de convertirse nuestro mundo en un vergel en el que broten abundantes frutos de amor, de salvación, de santidad, de justicia y de paz? Nosotros, los que creemos en Cristo Jesús, hemos de ser los primeros responsables en darle una nueva orientación a nuestra vida y a nuestro mundo. No vivamos en radicalismos de fe inútiles que nos podrían llevar, o a encerrarnos en nosotros mismos queriendo evitar el contaminarnos con los pecadores para que no nos envuelvan ni nos lleven tras de sí, o el querer erradicar el mal acabando con los malvados. El Señor nos quiere, no separados del mundo, sino viviendo en Él como un fermento de santidad que, con una actitud comprensiva y misericordiosa, nos lleve a esforzarnos en ayudar a todos a desembarazarse de toda aquella carga de maldad que les oprime, y puedan vivir en un auténtico amor a Dios y a su prójimo. Entonces, sólo entonces, irá surgiendo realmente una humanidad renovada en Cristo Jesús.

Sal. 27 (26). Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra? Confiemos en el Señor. Mas no por eso pensemos que el Señor hará su obra de salvación sin considerar nuestra fe, nuestra disposición a hacer su volunta y a caminar conforme a sus enseñanzas. En el camino de salvación no es sólo Dios; ni somos sólo nosotros; es la Gracia de Dios con nosotros. Es verdad que de parte nuestra sólo hay una frágil voluntad; pero será el Señor el que nos tome bajo su cuidado, e irá haciendo que poco a poco vayamos creciendo en el amor a Él y en la fidelidad a su voluntad, pues el camino de salvación es eso precisamente, un camino que se inicia tal vez con mucha fragilidad, pero que, si confiamos en el Señor, Él hará que lleguemos a amar y a querer conforme a lo que Él espera de nosotros. Confiemos siempre en el Señor. Dejemos que Él guíe nuestros pasos por el camino del bien, hasta que algún día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él eternamente.

Mt. 9, 27-31. Sólo cuando reconocemos nuestras propias miserias y nos decidimos a salir de ellas, al reconocer nuestra propia fragilidad, podremos acudir al Señor para que lleve a cabo su obra de salvación en nosotros. Si decimos ver estando ciegos, es difícil iniciar un camino renovado, pues permaneceremos en las tinieblas a causa de la falta de una nueva esperanza. El Señor no sólo nos quiere cercanos a Él. Él quiere que nos pongamos en camino para dar testimonio de su bondad, de su amor y de su gracia. Pero nos será imposible ponernos en camino mientras el Evangelio no tome carne en nosotros. Somos nosotros los que hemos de renacer a una vida nueva. Hemos de preparar en nosotros un nuevo nacimiento que nos haga presentarnos ante el mundo como hijos de Dios, ya no dominados por las tinieblas de la maldad, de la injusticia, de la violencia, del egoísmo. Sólo en Cristo encontraremos el camino que nos salva y nos libera de la opresión al pecado. Invoquémoslo con humildad y con gran confianza, si es que en verdad queremos convertirnos en auténticos testigos de una vida renovada en Él.

Del Señor venimos y al Señor volvemos. Día a día nuestros pasos se encaminan hacia la posesión de los bienes definitivos. Y el Señor nos reúne en torno suyo para hacernos ver con claridad el camino que hemos de seguir para llegar a nuestra plena unión con Él. A la luz de su Palabra y ejemplo nosotros conocemos el amor de Dios, y la vocación que hemos recibido de convertirnos, en medio del mundo, en un signo creíble de ese amor que Dios sigue teniendo a toda la humanidad. La Iglesia de Cristo tiene por vocación, efectivamente, convertirse en un signo de la presencia del Señor que sigue entregando su vida, perdonando y salvando a todas las personas de todos los tiempos y lugares. El Señor quiere enviarnos como luz, como punto de referencia para que todos puedan encontrar el camino que les conduzca a la paz, al amor fraterno y a la participación de la Vida del mismo Dios, hasta llegar a ser uno en Él. Esta comunión de vida con el Señor la iniciamos ya desde ahora, especialmente mediante nuestra participación en la Eucaristía. Tratemos, pues, de vivir comprometidos en ir tras las huellas de Cristo, para que podamos convertirnos en auténticos testigos suyos.

Cristo es la luz de todos los pueblos, que los ilumina con su vida misma, con su amor, con su entrega, con su hacerse el Dios cercano a todos para conducirnos a nuestra plena madurez en Él. Cuando contemplamos a Cristo vemos el amor que nos ha tenido hasta el extremo. Amor sin reservas; amor que no lo hizo alejarse a pesar de nuestras grandes miserias y traiciones, antes al contrario salió a buscarnos como el pastor busca a la oveja descarriada, hasta encontrarla y llevarla de vuelta al redil; pues Él no quiere que nadie perezca, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Y, una vez concluida su misión en este mundo, antes de subir a su glorificación eterna y definitiva junto a su Padre Dios, confió a su Iglesia la misma Misión que Él recibió del Padre. A nosotros corresponde continuar devolviéndole la vista a los ciegos y el seguir esforzándonos para que, ya desde ahora, con la Fuerza del Espíritu Santo, vayamos logrando que el Reino de Dios se haga presente entre nosotros. Sólo entonces irán desapareciendo las opresiones, las altanerías, la pobreza, las iniquidades, las falsedades, las corrupciones. Si creemos en Cristo, manifestémoslo mediante un trabajo esforzado por hacer surgir entre nosotros una humanidad que deje de ser sorda a la Palabra de Dios y que no sea ciega para contemplar el camino que ha de seguir para vivir en un auténtico amor a Dios y al prójimo. Entonces realmente habremos nacido para Dios.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir fieles a sus enseñanzas, y al testimonio de fe en Él que hemos de dar con nuestras obras y con nuestra propia vida. Amén.

Homiliacatolica.com


2-26. 1ª Semana de Adviento. Viernes

Al marcharse Jesús de allí, le siguieron dos ciegos diciendo a gritos: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Cuando llegó a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer eso? Respondieron: Sí, Señor Entonces tocó sus ojos diciendo: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Pero Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Ellos, por el contrario, una vez que salieron divulgaron la noticia por toda aquella región. (Mt 9, 27-31)


I. Jesús, otro milagro. Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad: Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente [15]. Pero cómo cuesta arrancártelo. Durante tus años de vida pública te resistes a hacer milagros: sólo los realizas cuando hay una razón suficiente.

No quieres llamar la atención de los jefes judíos, pues sabes que los milagros, al mostrar tu divinidad, pueden ponerte en peligro de muerte. Por eso procuras que no se divulgue la curación: Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Al igual que en ese otro milagro en las bodas de Caná, cuando le dijiste a tu madre: todavía no ha llegado mi hora [16], te resistes ha hacer cosas extraordinarias.

Sin embargo, Jesús, acabas realizando el milagro. Y Tú mismo explicas por qué: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Estos dos ciegos creían en Ti. Por eso venían siguiéndote y gritándole: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Su fe es capaz de arrancarte cualquier favor. Yo también necesito que me ayudes. Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides. Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.

II. Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.

-Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo [17].

Jesús, quiero prepararme para tu nacimiento, y me doy cuenta de que me falta mucha visión sobrenatural: ver las cosas como Tú las ves. Las veo todavía según mis intereses: ahora tengo que estudiar y que nadie me moleste; ahora me debo un rato de música; mi deporte nadie lo toca; este programa no me lo puedo perder; etc...

Tú me conoces: aún me falta mejorar mucho. Lo único que me pides es la humildad de reconocerlo, y lucha para rectificar. Acercarme más a Ti y, si hace falta, pedirte a gritos, como los dos ciegos: ten piedad de mí. Y la manera de pedirte las cosas es: con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.

Jesús, me preguntas: ¿Crees que puedo hacer eso? Te respondo: Sí, Señor.

Tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día.

Y aunque es muy difícil moverse a oscuras, Tú me pides que te siga primero un poco a ciegas, fiándome de Ti, como te siguieron estos dos ciegos antes de darles la vista. Si los dos ciegos hubieran esperado a ver todo clarísimo antes de dar un paso, no lo hubieran dado nunca, ni tampoco se hubieran curado.

Igualmente, si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada. Que me decida, Jesús, a empezar a caminar: a seguirte más de cerca, a tener más vida interior, a rezar más, a santificar el trabajo día a día. Si lo hago así, me darás la visión sobrenatural que necesito, y -como los ciegos- sabré divulgar tu mensaje a mi alrededor.

[15] Card. J. H. Newman, Sermón para el domingo IV después de Epifanía. [16] Jn 2,4. [17] Forja, 379.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-27. En cada vida hay un milagro

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Recordemos que cuando los profetas, bajo el influjo de la cultura palestina, piensan y hablan de los vergeles y de los bosques, están haciéndolo desde un contexto en que lo normal es la sequedad, el calor, la infertilidad; situaciones, todas ellas, que el pueblo judío no podía solucionar. Por eso, cuando el Profeta Isaías nos dice que el Líbano está a punto de convertirse en un vergel, y el vergel en un bosque, así como los signos con los que expresa la presencia de Dios, el Día del Señor —los sordos que oyen, los ciegos que ven, los oprimidos que se alegran en el Señor, los pobres que se gozan en el Santo de Israel— está vinculándolo con situaciones que el hombre no puede transformar.

Así es como Dios llega a nuestra vida; muchas veces lo hace a través de nuestras dificultades y problemas. Yo creo que, de una manera o de otra, el acercamiento a Dios, en cada uno de nosotros, no ha sido porque nos pareció bien o porque nos convencimos racionalmente. Cuántas veces nuestro acercamiento al Señor ha sido a través de un momento de dificultad, de cruz, de angustia, de soledad. ¡Cuántas veces hemos sido rescatados por Él, con su mano misericordiosa, de nuestras debilidades!

Así también se van realizando en nuestras vidas los signos de la presencia de Dios, del Día del Señor. Signos que indican que el poder de Dios está por encima de los poderes de los hombres, de nuestras posibilidades; que el poder de Dios es capaz de hacer aquello que nosotros solos no podemos llevar a cabo.

Es muy importante el reflexionar que el Señor quiere venir a nuestra vida para enseñarnos que Él es el que tiene el poder, que es el único que puede realizar lo que a nosotros nos parecería imposible. ¿Quién puede hacer que un ciego vea? ¿Quién puede hacer que un sordo oiga unas palabras? ¿Quién puede hacer que un oprimido se alegre y un pobre goce? Solamente Dios, porque nosotros más bien nos encontramos con que cuanto más avanza la civilización, más difícil es hacer que un corazón dolorido sane, se cure, se libere de sus penas.

Ahora bien, a veces nos podría pasar que se nos acostumbrase el alma a todos los signos de Dios, y que todos los beneficios que el Señor nos ha dado, acabásemos tomándolos como normales. Reflexionemos: ¡Cuánto ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¿De dónde nos ha sacado? ¿Cómo nos ha llamado? ¿Cómo nos ha arropado? ¿Cómo nos ha amado? ¿Cómo se ha ido fijando en nosotros? ¡Con qué delicadeza nos ha ido llevando! ¡Con qué amor, con qué ternura el Señor ha ido haciendo que nuestra vida tenga un constante progreso espiritual!

Si consideramos todo esto, tenemos que darnos cuenta que no es algo normal. El alma no puede conformarse como si esto fuese una situación dada, como algo que no podría haber sido de otra manera, porque no es así. En toda vida hay un milagro, que es el camino de Dios en cada uno de nosotros.

Sin embargo, las obras de Dios en la vida del ser humano requieren, por nuestra parte, un esfuerzo. Nosotros tenemos que acoger, desarrollar y hacer crecer ese don. Y es lo que el Señor en el Evangelio de San Mateo nos dice cuando, antes de realizar el milagro en los ciegos, antes de que se realice el signo de la presencia de Cristo que el profeta anunciaba, les pregunta a los ciegos: “¿Creen que puedo hacerlo?”. Ellos le responden: “Sí Señor”. “Entonces les tocó los ojos y les dijo: que se haga en ustedes conforme a su fe”.

La fe que tengamos en Dios es la única condición que el Señor pone al hombre para salir de los problemas, de las dudas, para enfrentar las dificultades, para crecer en nuestros gozos, para ilusionarnos en nuestras felicidades. La fe como condición de crecimiento, como condición de presencia de Dios. Una fe que es la certeza, en la obscuridad, de que Dios puede hacer todo aquello que nosotros no podemos hacer. La fe es un don de Dios que solos no podemos alcanzar, es por eso que la debemos pedir todos los días como un regalo que Cristo puede darnos.

El salmo 26 dice: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”. ¿Puedo yo afirmar estas palabras? ¿Puedo decir que esto es un retrato de mi existencia? ¿Puedo tomar esta frase y hacerla el lema de mi vida?

¡Cuántas veces nuestros problemas de generosidad, de caridad y de entrega, o problemas en el ámbito conyugal, familiar y social no son sino problemas de fe en Dios, porque nos olvidamos de que Él es capaz de caminar por nuestra vida con sus caminos, aunque no los entendamos!

Pongámonos en este Adviento en camino hacia ese encuentro con la fe en Cristo. Una fe que nos lleve a permitirle al Señor realizar en nosotros todos los milagros que Él quiere llevar a cabo. Para que con esa fe seamos capaces de darles a conocer a nuestros hermanos, los hombres, muy especialmente a nuestras familias, todo lo que vamos descubriendo. Y sobre todo, transmitirles que también en sus corazones se puede producir el mismo milagro que se ha realizado, con la gracia y misericordia de Dios, en cada uno de nosotros.

Isaías: 29, 17-24
San Mateo: 9, 27-31


2-28. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Este nuevo milagro insiste en la necesidad de la fe para que se realice la sanación. Mediante la fe se establece una relación personal con Jesús, en la que el discípulo se abandona totalmente al poder del Señor y él lo salva. Es una confianza ilimitada, porque Dios es capaz de hacer que unos ciegos recobren la vista; de hacer nacer la vida donde nosotros no vemos más que muerte. Sin fe parece como si Dios mismo no pudiera actuar.

Los dos ciegos apelan a los sentimientos del Maestro: “¡Ten compasión!”. Oí comentar una vez: “La ternura salvará el mundo”. Aquí Jesús se deja llevar del corazón una vez más, y sucede lo que humanamente era imposible: ¡el milagro!

Todos hemos oído hablar de la Madre Teresa de Calcuta. Es uno de los héroes cristianos más admirados en este mundo nuestro globalizado.

Aquí en Zurich, la gran metrópoli del dinero, donde yo vivo acompañando a los emigrantes de lengua española, también hay gente que pide un poco de pan al acabar el día porque necesitan comer y no saben cómo conseguir. Está prohibido pedir limosna en la calle, es un delito, y más de uno va a la cárcel por hacerlo. Las instituciones de ayuda social de la ciudad tiene previsto dar comida para todos, pero hay que tener los “papeles en regla”. Las Hermanas de la Caridad, que fundó la Madre Teresa, tienen su casa de acogida para que nadie se quede sin comer, sobre todo ahora que viene el invierno.

Los dramas humanos que acompañan a la emigración nos obligan a los cristianos a dejar que hable nuestro corazón, nuestros sentimientos. Nadie abandona su familia y su patria por diversión, para disfrutar experiencias que nunca tuvo, sino empujados por el hambre y la miseria. Los emigrantes gritan como los dos ciegos: “¡Ten compasión de nosotros, Jesús!”.

Vuestro hermano en la fe

Carlos Latorre
carlos.latorre@claretianos.ch


29.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

El canto de entrada teje un ramillete con las imágenes más bellas para anunciar la visita del Señor: «El Señor viene con esplendor para visitar a su pueblo con la paz y comunicarle la vida eterna». En la oración colecta (Gregoriano), pedimos al Señor que despierte su poder y que venga; que su brazo liberador nos salve de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados. Esta misma convicción la expresamos cantando en la comunión: «Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa» (Flp 3,20-21).

Isaías 29,17-24: Oráculo sobre la salvación escatológica. Yahvé esta a punto de intervenir para salvar de manera definitiva a los hombres. Los pobres, los oprimidos, los inocentes experimentarán el gozo de la liberación, la alegría de su cercanía a Dios. Hemos confiado en el Señor y Él no nos defrauda. Por eso proclamamos que Él es Santo. Las obras de Dios y el testimonio de su pueblo son una prueba de su inmensa bondad. Todos pueden comprobarlo.

Nuestra fe en la venida del Señor debe traducirse en una acción sin reservas para acelerar su día, trabajando con confianza para mejorar el ambiente en que vivimos. Tomemos nota de la situación de minoría en que se encuentran los verdaderos cristianos, incluso en países tradicionalmente cristianos: engaños, inmoralidades, corrupción, calumnias etc., y Jacob (el verdadero pueblo cristiano) tiene que sufrir. Practiquemos con el ejemplo la justicia; opongamos a la relajación cada vez más grave de las costumbres el testimonio de una conducta personal y familiar irreprensible. El cerco cerrado del egoísmo y del desinterés ha de ser contrapuesto con la espiral incomparable de la generosidad que nos lleva a ayudar a todos.

¡Cuántos hombres viven hoy alejados por completo de la Iglesia de Cristo, y alejados de Dios! Compadezcámonos de la miseria espiritual de todos y cada uno de ellos. Pidamos apasionadamente por ellos y esperemos que llegue su hora de perdón, de redención, de salvación. Clamemos con la liturgia de este tiempo: «Señor, ten compasión de nosotros y danos tu salvación». «¡Muestra, Señor tu poder y ven a salvarnos! ¡Líbranos de nuestros pecados, de nuestro olvido de Dios! ¡Ven, Señor, y no tardes!».

–Con el Salmo 26, en consonancia con el tema de la esperanza propia del Adviento, cantamos al Señor suplicándole que Él sea «nuestra luz y nuestra salvación». La vida cristiana es vida de esperanza. Ante las repetidas promesas de Dios que nos anuncian la salvación, este salmo es la respuesta óptima a Dios que nos salva: «Una cosa pido al Señor por los días de mi vida. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida».

Navidad nos ofrece el remedio a nuestra sed de riquezas y placeres, de nuestra avidez de honores y dignidades, de nuestro afán de dominio y de prestigio. Nos ofrece el remedio a nuestra concupiscencia sin límites, de nuestro amor propio… El Señor, por el contrario, desciende hasta nosotros en la humildad de nuestra naturaleza. Viene a revelarnos la verdad. Viene a darnos la única vida verdaderamente profunda, dichosa y perfecta: la vida divina.

Mateo 9,27-31: Jesús prueba y purifica la fe. El Señor evita la publicidad del milagro para que no se falsifique la finalidad de su venida. Los dos ciegos dan prueba de una auténtica fe: confían en el poder que Jesús tiene para curarlos. También ahora Jesús nos ofrece por la liturgia de la Iglesia su poder salvador. Pero hemos de reconocer antes nuestra propia miseria. Los ciegos invocan al Señor. Le piden su curación.

Reconozcamos, pues, nuestra ceguera. Tenemos necesidad de ser iluminados con la luz de Cristo. Él lo dijo: «Yo soy la Luz del mundo» (Jn 8,12). Cristo es la luz del mundo: por la fe santa que Él inspira en las almas; por el ejemplo que nos da con su vida santísima, en el pesebre, en Nazaret, en la Cruz, en su Resurrección, en la Eucaristía, en el Sagrario, por la luminosa túnica de gracia con que envuelve a nuestras almas; por la santa Iglesia que brilla con luz refulgente por sus dogmas, por sus sacramentos, por toda su liturgia y predicación. A la luz de este Sol sin ocaso, todo aparece claro, transparente. Gracias a su Luz, adquirimos un conocimiento exacto, infalible, de nuestro origen y de nuestro destino, de nuestro Dios y de toda nuestra vida. Digamos, pues, como los dos ciegos: «¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!»