En la cumbre
de La Verna
En 1224, en el mes de septiembre y en torno a la fiesta de la Santa Cruz,
dos años antes de su feliz tránsito, recibió Francisco de Asís en el monte
de La Verna las llagas de Cristo glorioso. Sufrió un éxtasis de amor y
experimentó la presencia de Alguien inefable, que le produjo
simultáneamente un gozo dulcísimo porque aquella presencia era la de un
ser en gloria, y un dolor entrañable porque el ser glorificado tenía
llagas. Francisco fue introducido de esta manera en el secreto del
misterio pascual de Jesús: gustaba la dicha embriagadora de la
resurrección y el paso del Viernes Santo.
Tomás de Celeno dejó
constancia sobria de este acontecimiento singular (1228). La tradición
sucesiva adornará el episodio con muchos detalles.
Pasado este trance extático,
Francisco vio aparecer en sus manos, pies y costado la llagas de Cristo
Crucificado. La transfixión del humilde y pobre discípulo de Jesús nos da
la clave para interpretar lo que fue su vida y para entrar en el secreto
de la Regla y Vida que trazó para sí y para sus hermanos.
En la cumbre de La Verna
se han dado cita de amor
el siervo con su Señor
unidos en Pascua eterna.
Del cielo el Señor venía,
Hijo de Dios humanado,
tenía el cuerpo llagado
y el rostro resplandecía.
¡Oh Jesús, el más hermoso
entre los hijos de Adán,
libres tus brazos están
para el abrazo de esposo!
Y Francisco se ha quedado
de gracia y amor transido;
por Cristo se encuentra herido
en manos, pies y costado.
Ved la Regla ya cumplida
en el monte de la alianza;
amor que la sangre alcanza
es de aquél que da la vida.
¡Gloria a ti, Cristo benigno,
en el precioso madero;
para el gozo verdadero
guárdanos bajo tu signo! Amén
Año 1976
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ,
capuchino (letra) – FIDEL AIZPURÚA, capuchino (música), Himnos para el
Señor. Editorial Regina, Barcelona, 1983.
|