P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

FLOS SANCTORUM



Siervo de Dios
Pablo VI, Papa
(pro eius beatificatione,
+ Transfiguración del Señor 1978)


Pablo VI (1897-1978), Papa humilde, sabio y santo.

Pablo VI, que puso firma a todos los documentos del Concilio.

Su memoria sea bendita por los siglos.

Pensando en su muerte (Pensiero alla norte) había escrito, después de profesar su amor a Cristo:

“…Por tanto ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer.

Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo. Querría abrazarla, saludarla, amarla, en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. También porque no la dejo, no salgo de ella, sino que me uno y me confundo más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la comunión de los Santos”.

En abril de 2010, celebrando mi Jubileo Sacerdotal, en San Pedro visité la tumba lisa de Pablo VI. Estaba discretamente solitaria. Me arrodillé y deposité una rosa. Hoy deposito este poema, que es una rosa de oración.

¡Recógela en tu mano, querido Papa, luz y alegría de mi sacerdocio!


“La Iglesia ha de saber cuánto la amo,
y quiero yo tener la valentía
la audacia de decírselo al oído
a ella, amada mía, esposa mía”.

También nosotros, Papa amabilísimo,
queremos con la misma parresía,
decirte nuestro amor, que no se extingue,
a ti, hermano Pablo, lumbre y guía.

¡Qué sabio y grande, Padre, en tu humildad,
qué luz en tu mirada y qué armonía,
qué tímida bondad en tu elegancia
y en mano alzada cuando bendecías!

Curvado en cruz, Jesús fue tu cayado,
y tu pasión por él ¡qué roja ardía!;
quisiste tú una Iglesia anunciadora,
y el diálogo leal fue tu consigna.

Quisiste un gran abrazo para el mundo,
que la ternura fue tu cortesía,
y en Foro de Naciones anunciabas
la paz con las palabras de Isaías.

¡Levántate en las palmas del amor,
de donde yaces en la tumba lisa!
Con el Transfigurado de tu Tránsito
queremos verte con Moisés y Elías!

¡A Cristo solo cuanto él merece,
a Cristo amor, incienso y pleitesía,
a Cristo con sus ángeles y santos,
que en ellos su hermosura mora y brilla! Amén.


Puebla de los Ángeles, 5 agosto 2010.