EL AÑO LITÚRGICO |
X ¡Abbá!
Es la palabra del Hijo; es la palabra principal de todo el Nuevo Testamento; es la palabra que vale lo mismo que el Padrenuestro; es la revelación suprema de todo lo que Jesús ha traído a la tierra. Si supiéramos decir Abbá, simplemente Abbá, y callar… Es la palabra infinita de la Encarnación; es la palabra de la Resurrección, del tránsito al misterio infinito de Dios. Sólo la podemos pronunciar perdiéndonos en el Hijo. Por eso, la Iglesia, desde hace muchos siglos, para pronunciarla, nos empuja con este impulso de lanzamiento: - “Preceptis salutaribus moniti (amonestados por preceptos saludables), que es mucho más que “Fieles a la recomendación del Salvador”. Es un mandato del Señor. - “Et divina institutione formati” (y formados – enseñados, adoctrinados – por divina institucición), “y siguiendo su divina enseñanza”. Se trata de la Teología que Jesús nos enseñó. - “audemus dicere”. Basados en esos preámbulos tenemos la osadía de decir, de poner en nuestros labios lo que pertenece en exclusiva a Jesús. Y esto lo hacemos, porque Jesús nos dijo: MI PADRE, ¡QUE ES VUESTRO PADRE! (Es el sentido, a mi parecer, del texto de Jn 20,17: “Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”). Oremos…, como Jesús nos ha enseñado: oremos con infinita confianza. (Atención. Al llegar el momento del “Padrenuestro” en la misa, que sepa el sacerdote que ésta no es una palabra para que la diga él y siga el pueblo, que no se la puede quitar al pueblo santo de Dios, que es la palabra más dulce que se nos ha dado…)
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