I. Himnos
múltiples para el tiempo pascual
Jesús aparecido en
el camino
¡Aparecido!
“Jesús que se te ha aparecido en el camino”
(Hch 9,17)
Dijo Ananías a Saulo: “Saulo, hermano, el Señor me ha enviado a ti, Jesús,
que se te ha aparecido en el camino...”
En este himno
queremos saborear esta palabra: (aparecido! Pedro dijo en casa de
Cornelio: “Dios le resucitó al tercer día, y le concedió la gracia de
manifestarse [literalmente: el manifestarse], no a todo el pueblo, sino a
los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y
bebimos con él después que resucitó de entre los muertos” (Hch 10,40,
traducción Biblia de Jerusalén).
El manifestarse es
don providente del Padre para Jesús, y es don para nosotros. Unos fueron
los primeros testigos para que nos dieran la experiencia fundante de la
Iglesia.
Pero Jesús, el que
vive, se aparece; se muestra a su esposa amada, la santa Iglesia. Esta es
la gracia pascual cada año. Es lo que celebramos en el himno.
Ahora bien, la
Iglesia se personaliza en cada uno de los miembros que la componemos, en
mí. Jesús, el Viviente, el Aparecido, se me aparece a mí. Experiencia de
fe, que no podremos materializar; pero que es real, sobre todo en los
sacramentos.
Pidamos al Señor, orando juntos, la gracia de que se nos muestre a
nosotros, se me muestre a mí. Cuando se mostró a Saulo, la vida de aquel
hombre cambió para siempre.
Jesús aparecido en
el camino
de luz celeste y voz que al pecho entra,
Jesús metido dentro de mi estancia
sin muros para ti, que eres la puerta,
¡aparecido!
Aparecido vivo a los testigos
que habían caminado tras tus huellas;
y ahora contemplaban nueva historia,
ceñido el siervo humilde de belleza,
¡aparecido!
Presente en mí y más y más adentro,
eterno morador del alma abierta,
y ahora aparecido ante mis ojos,
transido de bondad, pureza y fuerza.
¡aparecido!
Venido a mí, la débil criatura,
feliz porque me habitas y me llevas,
dichoso porque veo tu semblante,
que no lo vieron reyes y profetas,
¡aparecido!
Esposo presentado a quien te ama,
que aceptas como esposa verdadera:
oh bella Iglesia, fiel de madrugada,
que fuiste presurosa a su presencia,
¡aparecido!
Delicia de las almas que te buscan,
¡a ti, el encontradizo que te dejas,
oh buen Jesús, hechizo de amadores,
a ti te bendecimos en la espera!,
¡aparecido!
Estella, 4 de mayo de 2001.