I. Himnos
múltiples para el tiempo pascual
El pan de Tiberíades
El domino III de
Pascua se proclama en la liturgia eucarística el Evangelio de la aparición
en Tiberíades. Escena entrañable, con una poderosa fuerza sugeridora. Al
contemplar esta escena, nos centramos en el banquete que Jesús ofrece:
“Venid, comed” (Venite, prandete, dice la versión latina).
Jesús ha preparado
un convite sagrado. El “toma el pan” y con sus manos lo “da”; igualmente
el pez. Estamos en un convite del Resucitado. En un convite hay comida,
ciertamente; pero, con la comida se produce un clima: encuentro,
conversación, apertura a la intimidad de los amigos. Cuerpo y alma salen
refocilados, y luego uno comprende que la comida espiritual ha sido más
sabrosa que los manjares del cuerpo.
En este episodio
evangélico disfrutamos de un convite de Jesús Resucitado. ¿Y Jesús mismo
comió con ellos?, ¿hay que suponerlo para dar sentido completo a la
narración?
Nada dice el evangelista..., porque Jesús mismo, que al manifestarse se
está dando, él es banquete. Y así, al tiempo de leer el relato, nosotros
percibimos, con el misterioso instinto de la fe, que la Eucaristía es
Tiberíades. “Era de Eucaristía... y es el pan y coloquio...” ¡Dichosos
nosotros!
Esta escena nos
invita a hacer de la comunión eucarística verdadero banquete del corazón.
La presencia del Resucitado suscita intimidad, diálogo amoroso, suave
deleite que se nos brinda gratis.
Y esto ocurre en
Tiberíades, que es evocación de milagros y parábolas, allí donde hoy está
el Santuario del Primado, precisamente al pie del Monte de las
Bienaventuranzas. Queremos evocarlo, conmovidos, en este himno pascual y
eucarístico.
Con el pan de sus manos,
con un pez en las brasas,
al frescor matutino
el Señor invitaba.
Acercaos, amigos,
que esperando yo estaba.
Memorial y Evangelio
era el lago y la barca,
por aquí las parábolas
y las gentes sanadas.
Acercaos, amigos,
a la mesa de Pascua.
Se ha sentado la iglesia
a Jesús arrimada.
Era el cielo y la tierra
y una lumbre muy cálida;
la divina presencia
era el hombre que hablaba.
Y era de Eucaristía
el convite del alba:
y es el pan y el coloquio
y dulzura que sacia,
descansar a tu lado
tras la noche bregada.
¡Oh Jesús de la paz
en el pecho palabra,
oh silencio de amor
cuando aguardas y callas,
oh delicia y latido
cuando tocas el alma!
Desde el lago querido
suban voces de gracias.
Por ti canten los montes
y las límpidas aguas,
oh Jesús que te quedas
y tu Cuerpo regalas. Amén.
Estella, 29 de abril de
2001, Evangelio de hoy. (Beatificación del Obispo Manuel González, el
Obispo del Sagrario)