I. Himnos
múltiples para el tiempo pascual
Despierta, Jerusalén
El Calvario y el Santo Sepulcro son el corazón de Jerusalén para el
peregrino que los encuentra juntos en el mismo lugar, dentro de la
basílica que se llama del Santo Sepulcro. Dentro de aquella basílica
cuatro confesiones pugnan por Jesús. A sus horas distintas celebran sus
cultos por Jesús. El peregrino se siente herido, porque todo ello delata
un terrible drama, de amor y de desunión.
Por otra parte, el
peregrino, al venerar devotamente aquellos lugares por Jesús, quisiera
transcenderlos todos para aferrarse al cuerpo viviente del Señor. Ya no
lo tiene la piedra que quieren besar mis labios; no le busquéis en la
tumba al Viviente más cercano.
La veneración de
los santos lugares, muy legítima, no es preocupación de primera hora. Es
que el Señor ha establecido su presencia y ha introducido su cuerpo en
otro ámbito adonde la fe peregrina: allí le veréis, testigos, allí
corred a abrazarlo.
Cantamos, pues,
nuestra fe, que va dirigida al Viviente. De barro su carne fue,
como la nuestra, pero hoy es el que vive y el que alienta toda nuestra
vida.
Despierta,
Jerusalén,
que el Señor ha despertado;
no está en el santo sepulcro
el Hijo resucitado.
De barro su carne fue,
del barro de sus hermanos,
barro que no vuelve al polvo,
¡oh Jesús glorificado!
Ya no lo tiene la piedra
que quieren besar mis labios;
no le busquéis en la tumba
al Viviente más cercano.
Vida para no morir
su cuerpo santo ha heredado;
olvidad la sepultura,
id a otro sitio a encontrarlo.
Donde los hombres se encuentran
y el amor hace el milagro,
allí le veréis, testigos,
allí corred a abrazarlo.
Honor al Hijo del hombre
que hasta la tumba ha bajado
y hoy nos levanta consigo,
amados y perdonados. Amén.
Rufino María GRÁNDEZ
(letra) – Fidel AIZPURÚA (música), capuchinos. Himnos para el Señor.
Editorial Regina 1983. Pp. 143-146..