Epifanía del Señor
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María Virgen Madre muestra
al Hijo
Epifanía en América
El misterio total de la Encarnación resplandece en la Epifanía de Cristo,
que es la luz de luz que desde el seno de Dios llega a todos los hombres.
El encuentro de la luz con el hombre nos ha purificado de todo pecado y
nos ha invitado a las Bodas del Rey, que trae la Encarnación del Hijo. La
liturgia de Oriente, que nosotros asumimos, se ha complacido en asociar a
esta fiesta tres misterios: “Hoy la iglesia se ha unido a su celestial
Esposo, porque, en el Jordán Cristo ha lavado los pecados de ella, los
magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran
por el agua convertida en vino” (Antífona del Benedictus). Son los “tres
prodigios” (antífona del Magníficat) de esta Epifanía de luz y de amor.
Un artista con el alma del
pueblo de América ha representado delicadamente esta iluminación de fe de
la Epifanía. La Virgen, cuyo rostro nos evoca a la Virgen de Guadalupe,
muestra a su Hijo. Este Niño, Hijo de Dios, con sus brazos extendidos, es
el Hijo Redentor puesto en cruz; ya están dispuestos sus pies para ser
clavados. María, humilde, sin corona, se asienta en un nimbo de gloria. Y
a ellas acuden tres indígenas, que se arrodillan ante Jesús en el surco de
la tierra. Son tres, como los Tres Rayes venidos de oriente. Uno, como un
indígena brasileño, lleva un racimos de plátano; otros - un peruano, un
ecuatoriano con su poncho o ganán - lleva un instrumento musical andino;
el tercero, que puede ser un aztena, con sus plumas en la frente, lleva un
canastillo de pescado.
La luz de Cristo ha sido la
Epifanía del Nuevo Mundo.
¡Venid, naciones todas,
llenaos de luz en la Luz que se nos ha manifestado en Belén en brazos de
María!
María Virgen Madre muestra al
Hijo,
¡oh luz de luz, oh luz de Dios nacida!
Venid, naciones todas, tras la estrellas,
de luz llenaos, que es Epifanía.
Aquel misterio oculto desde siempre,
por gracia se ha hecho historia, luz y vida:
y Dios proclama desde el trino cuna
que el orbe entero somos su familia.
La Virgen sin mancilla, dulce rostro,
a su Hijo en cruz levantada agradecida:
y está diciendo, oh Madre del misterio,
que en él la redención está cumplida.
Venid a Bodas, sois los comensales,
miradle a él y haced lo que él os diga:
bebed la fuente pura de la luz,
sentíos puros, llenos de alegría.
Cual reyes libres van los campesinos,
y en ellos tres América se brinda,
la luz inunda orienta y occidente
por esa dulce Madre que se inclina.
¡La gloria sea a Cristo revelado,
amor de Dios que nunca se termina;
oh Dios de la hermosura y de la gracia,
oh Dios de amor en brazos de María! Amén.
Cuautitlán Izcalli, 6 enero 2006
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