HIMNARIO DE LA VIRGEN MARÍA
Ciclo anual de celebraciones de la Virgen
en la Liturgia de las Horas

P. RUFINO MARÍA GRÁNDEZ, ofmcap.


 

Ntra. Sra. de los Dolores (III)

15 de septiembre


Padece el Rey de la gloria


La piedad cristiana, meditando en los textos evangélicos, ha desentrañado los textos para hablar de los “siete dolores” de María. Y los ha enumerado de esta forma: Primer dolor: La profecía de Simeón - Segundo dolor: La huida a Egipto - Tercer dolor: La pérdida del niño Dios en el Templo - Cuarto dolor: Jesús y María se encuentran en el camino a la Cruz - Quinto dolor: Jesús muere en la Cruz - Sexto dolor: Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos de María - Séptimo dolor: Jesús es enterrado.

La Iglesia tiene una joya literaria y devocional en esa “secuencia” que comienza Stabat Mater Dolorosa (acaso del poeta franciscano Jacopone de Todi, +1306), que tan bellamente tradujo Lope de Vega, y que ha venido a parar al oficio de este día. Es una meditación afectuosa contemplando a María al pie de la Cruz. Innumerables músicos le han puesto melodía.

En este himno compuesto como sencillo romance contemplamos a nuestra Madre Dolorosa evocando en todo momento el Evangelio. La frase guía son los dos primeros versos, fuente de la teología del himno: “Padece el Rey de la gloria y María compadece”. “Compadecer” es literalmente “padecer juntamente con otro”. Y en este sentido la ha empleado san Pablo, refiriéndose al cristiano, que con Cristo comparte el padecimiento y un día compartirá su gloria. Lo dice en Romanos 8,17: “Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él (compatimur: compadecemos), para ser también con él glorificados (conglorificemur: conglorificados)”.


Padece el Rey de la gloria
y María compadece;
contigo, Madre de gracia,
está la Iglesia creyente,
y en su pobreza y despojo
junto a la Cruz permanece

Un cáliz de hiel amarga
Jesús en el huerto bebe;
María sume en silencio
del Hijo amado la suerte,
y el cáliz de la agonía
del cielo a su alma se vierte.

La espada de aquel anciano
el pecho materno hiende;
tanto dolor le atraviesa
cuanto el amor es consciente,
tanta aflicción la consume
cuanto mis males merecen.

Estaba firme la Madre
por la palabra indeleble,
firme cual amante esposa
a despecho de la muerte,
la Mujer inquebrantable,
firme en el amor perenne.

Firme cuando el mundo pasa
y todo se desvanece;
fija en divinas raíces,
a la escucha humildemente
de la fe que nos sustenta
y el amor que fortalece.

¡Oh Cristo, que has consolado
a la Virgen fiel presente,
hoy brillas lleno de gozo:
honor a tu santa frente!
¡Acepta, Señor piadoso,
las voces nuestras gimientes! Amén.