Miércoles de Ceniza

 

1.    Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás  conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor.  Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

 

Ahora lee despacio la Palabra de Dios  y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2.    La palabra de Dios

Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad...”(Joel 2,13)

 

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación. ”(2Cor  6,1b-2).

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.» (Mt 6, 1-6.16-18)

 

  1. Con el Miércoles de ceniza comienza la cuaresma. Un tiempo fuerte que nos recuerda los cuarenta años que Israel caminó por el desierto hacia una nueva vida en libertad,  en la tierra prometida. Nosotros, a través del desierto de la cuaresma, también vamos a caminar hacia la novedad de la Pascua. Hacia la recuperación de la libertad perdida: libertad para amar a Dios y a los hermanos, para perdonar, para no juzgar ni criticar, para compartir con los demás lo que el Señor nos ha dado, para dominar la lujuria, la gula, la soberbia…, libertad de tantas esclavitudes… Señor, hoy, al empezar el camino cuaresmal, te ruego con el salmista: “Señor, crea en mí un espíritu puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios, mi boca proclamará tu alabanza.”

 

  1. En este comienzo, la liturgia nos recuerda que la cuaresma es un tiempo de gracia que el Señor nos concede. Nos dice san Pablo: “mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación”. Y el profeta Joel nos convoca a la conversión: “convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad.” Todos necesitamos escuchar esta invitación. Tal vez, a lo largo del año, se nos ha ido pegando la mentalidad del mundo más que la de Cristo. Somos pecadores; con todo, Dios sigue amándonos y nos espera, quiere perdonarnos. Pero nosotros podemos no aceptar su invitación. Por eso, ¡ojo a lo de san Pablo: “Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios…!”  Señor, que no la eche en saco roto yo, que acepte tu invitación a la conversión y tu oferta de salvación. Que tu Espíritu ablande este corazón tan endurecido por la rutina, el pecado y las infidelidades a tu amor. Confiando en tu misericordia, comienzo a recorrer este camino de conversión, para que mi vida sea cada vez más conforme con la tuya.

 

  1. La cuaresma ha sido, tradicionalmente, tiempo de penitencia, de ayuno, limosna y oración. A ello nos invita constantemente la liturgia en este tiempo. Escuchemos su llamada. Pero sin quedarnos ahí. Está bien que externamente haya tales prácticas; pero que sean signo de conversión interior, de cambio profundo en la vida.  Si  no ¿de qué sirve? Hace falta “rasgar el corazón” por el arrepentimiento y la vuelta al evangelio: “Convertíos y creed en el evangelio”, se nos dice al imponernos la ceniza. En el evangelio el Señor nos advierte hoy que no hagamos lo de  los fariseos, que andan presumiendo de limosneros y orantes para que los vean, que no busquemos ser vistos y aplaudidos por los demás. Sólo debe importarnos que lo vea el Padre que ve en lo escondido, y él nos lo pagará. Señor, que en esta cuaresma -y siempre- busque agradarte a ti solo, y que lo bueno que haga brote del amor que te tengo, no de vanidades estúpidas.

 

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y de estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te responde... Y pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

 

FRAY JESÚS ANIORTE