SANTO
TOMÁS DE VILLANUEVA
Ante
todas cosas es menester corazón muy determinado para servir a Dios, y aparejado
para romper con quien lo estorbare, pensando lo que va en ello, que es la Gloria
o el Infierno para siempre, y que cosa tan grande no se alcanza sin gran riesgo
y trabajo; y esta determinación seguidla con mucha constancia y perseverancia,
acordándose que dice Nuestro Señor Jesucristo en su Evangelio que el que
pone la mano en el arado y mira atrás, no es apto para el Reino de Dios[1].
Y porque al mundo y sus seguidores es contrario esto, hace de disponer a romper
con él y no curar de él, antes menospreciar lo que dijere como ciego y necio,
y sufrir ser tenido por loco, por amor de Dios y por su salvación, que al fin
se verá la verdad cuando pasare la oscuridad del sueño de esta vida y viniere
la verdadera luz del día[2],
que para siempre durará, donde goce para siempre del fin para que fue creado.
Conviene
ante todas cosas amar a Dios y al prójimo y guardar su Ley cumpliendo sus
mandamientos, porque en esto está la vida, y cesar de pecar, determinándose de
no cometer un pecado mortal a sabiendas, con la gracia de Dios, por todo el
mundo, procurando de se ejercitar en toda virtud, guardando su amor de tal
manera, que a sólo Dios ame y en Él sólo se emplee continuamente.
Remediar
la vida pasada, confesándose generalmente[3]
y escudriñando con gran diligencia su conciencia, satisfaciendo al Señor con
mucho dolor y lágrimas y con mucha vergüenza y humillación, pensando la
ceguedad pasada, y tratando en su memoria la historia de su vida perdida, y
llorando y doliéndose mucho de ella; y para más satisfacción, tomando alguna
aspereza de ayunos, o vigilias, o disciplinas, o silicio que aflija la carne y
hagan venganza del deleite pasado; y este ejercicio durará algún tiempo,
porque hasta que aqueste sea bien hecho no cumple entender en otro. Para dejar
de pecar, ayudará al principio la abstinencia, la soledad y clausura, silencio,
oración, ocupación, vigilia, consideración de la muerte y del Juicio, del
Cielo y del Infierno.
Huir
conversaciones de mundanos, que ahogan el espíritu y buen deseo del ánima
devota, huir visitaciones de seglares y procurar alguna conversación de alguna
persona verdaderamente espiritual, en quien more Dios, porque, como un carbón
encendido enciende a otro, así un corazón encendido e inflamado en espíritu
inflama a otro.
Huir
y menospreciar todos los placeres pasados y deleites mundanos y vanos de aqueste
siglo y procurar de descubrir otros deleites interiores, muy mayores y más
perfectos, del espíritu y del entendimiento, los cuales dan mayor hartura al
ánima y hacen parecer niñerías aquestos carnales (esto hace la contemplación
profunda con oración y lección); y lo mismo digo de todas las riquezas,
faustos, honras, favores de este mundo, y procurar mucho de tener el corazón
limpio de toda afición temporal y desocupado de todo amor apasionado de
criatura, porque Nuestro Señor le hincha de sí y de su sagrado espíritu;
porque este preciosísimo bálsamo no cabe en vasos sucios, ni dará Nuestro
Buen Señor sus margaritas a los puercos, pues lo vedó a sus discípulos. Por
lo cual cumple en gran manera a toda persona que pretende ser espiritual tener
muy gran cuidado y diligencia sobre su corazón y apetitos y deseos y
pensamientos desordenados; porque sería sin esto por demás trabajar.
Limpiar
muy a menudo su conciencia, de ocho a ocho días, o a lo menos a los quince,
confesando y comulgando con mucha devoción; porque así se alcanza la gracia
para perseverar y tener grande fortaleza y firmeza en el buen principio y
comienzo.
Y
tener en casa un oratorio muy devoto, que convide a estar en él, para conversar
con Dios y desocuparse para lo seguir, porque aquí se ha de fundir como en
crisol, para salir con el fuego del Espíritu Santo. Aquí se alcanza todo bien.
Lo que ha de hacer en el oratorio es procurar don de lágrimas, llorando sus
pecados y recogitando su vida pasada. Tomarse cuenta cómo vive ahora, verse y
mirarse como en espejo, si aprovecha o no; ordenar su vida para adelante; pensar
devotamente en la Pasión y en los otros misterios de nuestra Redención; dar
gracias a Dios por los beneficios generales, como es la creación del mundo y la
Redención del género humano, y por los particulares, cómo le hizo de nonada y
le dio cinco sentidos y otras particularidades que no dio a otro. Contemplar el
engaño del mundo, la brevedad de la vida, la eternidad de la Gloria, y bajar al
Infierno, contemplando las penas de los dañados y malos que en esta vida mal
vivieron; y mirar los moradores del Cielo, saludar a su ciudad y desearla, y
conversar con estos sus ciudadanos; mirar desde allí, como desde alto, las
cosas de esta vida, los trabajos vanos y ansias superfluas de los hombres y los
errores de los mundanos; contemplar como en espejo su conciencia; abrir a Dios
su corazón, demostrándole sus deseos, y hablar con Él con toda reverencia y
amor, y decirle sus faltas, sus miserias, sus enfermedades y trabajos, sus
enfermedades y necesidades, su peligro, su sequedad, su tibieza, su maldad, su
inquietud; y pedirle perdón, socorro, remedio, luz, gracia, firmeza, verdad,
pureza, agradecimiento, amor, espíritu, sentimiento y todo lo demás,
rogándole por sí y por todos los que tiene encargo, y por los afligidos, y por
el estado de la Iglesia, y otros semejantes ejercicios espirituales, que son
lección, meditación, oración, contemplación. Aquí se alcanza gracia,
pureza, grosura, devoción, don de lágrimas, luz, conocimiento de la verdad,
espíritu, y todas las virtudes y riquezas espirituales; aquí hace el hombre su
oficio para que fue creado. Esta es verdadera vida, porque lo demás que se
emplee en negocios y curiosidades del mundo, todo lo ha perdido. Mucho le va al
cristiano en se emplear bien en esto y vivir consigo y no andar desterrado fuera
de sí y extrañado en ocupaciones vanas y sin fruto, que parecen y son dañosas
para el ánima. En este oratorio gaste el más tiempo que pudiere hurtar al
mundo y a la gobernación de su persona y casa, y pluguiese a Dios que fuese
todo, y no se le hiciese más de aquél un oficio necesario, que dijo el Señor
a Santa Marta.
Guardar
la lengua y el corazón y tener muy gran cuenta con sus pensamientos y deseos y
palabras, sacudiendo presto de su corazón todos los pensamientos vanos y
nocivos. Oír mucho y hablar poco y sobre pensado. Huir de toda murmuración y
mal juicio de otros, echándolo todo a buena parte. No se ocupar en leer, ni
contar, ni oír hechos de otros, ni ser curioso de saber vidas ajenas. Ocuparse
todo en sí y vivir siempre consigo.
Tener
cuidado de no perder el tiempo, acordándose siempre que de este momento de vida
depende la eternidad futura de Gloria; y tener por gran pérdida perder una
hora, en la cual se puede ganar tanto bien perpetuo; y esto sentallo en su
memoria.
Procurar
de crecer en toda virtud, mirando como en espejo las virtudes de los otros y
procurando de los imitar; porque en las virtudes está el fundamento de todo
bien. Ser piadoso, manso y sufrido, amoroso y caritativo con los pobres, de
buena conversación, sin perjuicio de nadie; hacer bien a todos y a nadie mal,
ni en juicio, ni por palabra, ni por obra. Sufrir flaquezas ajenas, no criminar
los pecados, sino con piedad rogar a Dios por los que yerran.
Tomarse
cuenta de todo lo dicho, exhortándose y reprehendiéndose algo, animándose de
cada día ser mejor e ir adelante, no olvidándose jamás; porque en lo hacer
asegura la Gloria que por ella espera, y que siembra en esta vida para coger en
la otra fruto sempiterno. Y porque todo nuestro aprovechamiento depende de la
gracia del Señor, siempre cumple pedir con instancia salud, socorro y lumbre
para conocer el bien, y gracia para le amar, y fuerzas para le seguir y
perseverar; porque poco aprovechará esta escritura si no favorece la gracia del
Señor para poner por obra lo que la letra o escritura nos enseña.
Guardar
la Ley de Dios y dejar de pecar. Segunda, satisfacer por los pecados
pasados con dolor y penitencia. Tercera, huir amistad de mundanos. Cuarta,
menospreciar al mundo y sus deleites. Quinta, limpiar a menudo sus
conciencias, confesando y comulgando. Sexta, tener oratorio do servir a
Dios, conversando con Él. Séptima, guardar la lengua y el corazón. Octava,
no perder el tiempo. Novena, crecer en virtud. Décima, tomarse
cuenta de lo que aprovecha.
Y
a algunos doctores, como fue Dionisio Cartujano, les pareció dar este medio y
modo cotidiano a los nuevos, por do se guiasen al principio, hasta que el Señor
les proveyese de su espíritu. El domingo, contemplar en la Resurrección del
Señor y del género humano; el lunes, del día del Juicio universal; el martes,
de la creación de todas las cosas y del gobierno y concierto de ellas; el
miércoles, del gozo de los bienaventurados del Cielo, el cual todos esperamos
tener; el jueves, de la brevedad de esta vida; el viernes, de la Pasión del
Señor; el sábado, tomarse cuenta de sus buenas obras o malas que ha hecho en
la semana y de las obras de misericordia en que se ocupó y por su negligencia
no obró. Y hémonos de ejercitar en contemplar y meditar la vida de nuestro
Señor Jesucristo, según tres motivos, que llaman los santos doctores vida
purgativa, iluminativa y unitiva. Pongo por ejemplo en un paso, para que así se
entienda de todos. Considera nuestra ánima a Nuestro Redentor atado en la
columna o enclavado en la Cruz, y entiende que por nuestros pecados padece el
Cordero inocente. De esta consideración se entristece, gime y llora, por haber
ofendido a Dios, siendo causa de su Muerte. Llámase esta vía purgativa,
porque en ella se purga de sus pecados. Y considera el mismo paso ya dicho, y
conoce que por aquellas benditas llagas, azotes y clavos, es libre el ánima de
los azotes y tormentos del Infierno y hecha hábil de la Gloria del Cielo;
dilata y ensancha su afecto, alegrándose y diciendo con San Pablo: Alabado
sea Dios, que nos dio victoria por Jesucristo nuestro Señor[4].
Llámase esta vía iluminativa, en la cual el ánima, con la luz de la
gracia ilustrada, se emplea en dar gracias a Dios por tan grandes mercedes y
beneficios como recibe.
Finalmente,
contemplando el ánima en la Cruz del Señor, entiende un amor caritativo y
grande, y, vista esta grandeza de amor con que padeció por la redimir y darla
gloria, es inflamada de tan gran deseo y fervor de ya verse con su Esposo, que
ni ya se acuerda de pecados pasados ni se detiene en considerar beneficios
recibidos, sino con un dulce vuelo y suave arrebatamiento dice por el profeta
David: ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré a mi amado Dios y
descansaré?[5],
procurando de se ayuntar y unir con Dios. Llámase esta vía unitiva,
porque en ella el alma se hace una por amor con su esposo amado Jesucristo. De
manera que debemos purgar y limpiar el ánima de pecados; debemos dar gracias
con alegría al Señor por tantos beneficios, de donde resulte un amor y
afección tan íntima, que nos haga una misma cosa con nuestro amado Jesucristo.
Y,
resumiéndome, digo ser necesario a todo fiel cristiano que ningún día se le
pase sin tener algún rato de lección y meditación y oración; y si fuere
posible hacerse tres veces en el día será mejor; porque la lección santa
muestra el camino del Cielo, la meditación lo anda, la oración lo consigue. La
cual se hará a la mañana; y antes que se lea, rogar a Dios de corazón que nos
dé su favor para obrar lo que leyéremos atenta y devotamente, rumiando lo que
leyéremos y platicándolo con alguna persona devota, y suplicar lo mismo al fin
de la lección. Y leído el capítulo o renglones que quisiéremos, hacer en
ello gran hincapié, poniendo por obra lo que en la lección se nos dice; y a la
una de la tarde o al mediodía, otra vez, y a la noche otra. Y tras la lección
será buena la meditación profunda, pensando íntimamente en lo interior del
ánima las mercedes recibidas de Dios a la mañana; y al mediodía, de los males
y daños de que nos ha librado; y a la noche, lo mucho que nos ha de dar. Los
recibidos son en tres maneras: naturales, y temporales, y gratuitos[6]
(en los primeros nos da Dios nuestra vida natural; en los segundos, esta
abundancia temporal; en los terceros, su Vida Divina con su temporal muerte),
que se contienen en los beneficios de la creación y conservación y
regeneración. Y es de saber que los bienes o dones gratuitos que de Dios
recibimos, son en dos maneras: la primera es redimiéndonos con su Muerte y
Pasión; la segunda es justificándonos y haciéndonos por su gracia, de siervos
y esclavos del Demonio, hijos de Dios por gracia, y admitiéndonos a la herencia
y libertad de la Gloria, y haciéndonos semejantes a Él por su gracia, así
como se hizo Él semejante a nosotros, tomando nuestra naturaleza, para
comunicarnos visible y familiarmente como hermano.
Al
mediodía se medite la libertad que de su mano hemos recibido, así del mal de
culpa (en lo que por nuestros pecados hemos caído e incurrido) como de la pena
y tormentos que por ellos merecíamos; y a la tarde, de la glorificación, que
es de los bienes que Él nos tiene prometidos, los cuales serán (según San
Anselmo) para el cuerpo siete, y otros siete para el ánima. Los del cuerpo son
hermosura, ligereza, libertad y fortaleza, deleites, eternidad, sanidad. Los del
ánima son sabiduría, amistad, concordia, poderío, honra, seguridad, gozo.
Item, serán los hombres glorificados y mejorados en cinco lugares más que los
ángeles, que serán los cinco sentidos corporales, lo cual figuró bien Jacob
en la mejoría de aquellas cinco cosas que mejoró a su hijo José más que a
todos los otros sus hijos.
Junto con la meditación se acompaña la oración, con gran humildad y conocimiento de sí y de su ingratitud y con confianza de alcanzar lo que pides, y pidiendo cosa lícita y necesaria al ánima y al cuerpo, perseverando con gran ahínco, y confesando y comulgando muy a menudo. Y los que no supieren leer, procuren que les lea alguno; y si esto no tuvieren, consideren en la divina sabiduría (que se mostró en la creación del mundo y de los cielos) y su poder, y bondad, y amor que les tiene, pues tantos bienes les envía y tan a la continua; y consideren que más puros y más excelentes tendrán en el Cielo los bienes de esta vida, y los males serán más fuertes y mayores a los condenados en el Infierno, tratando siempre en su memoria aquel verso del Salmo 114 que dice: Conviértete, ¡oh ánima mía!, a tu descanso, pues te ha hecho Dios bien; y libró mi ánima de la muerte y mis pies de caer[7]. Como si dijera: Vuelve, ¡oh hombre!, tus ojos y corazón a Dios, pues en Él sólo podrás hallar tu descanso; y no te hartará cosa alguna creada menos que tu Creador mismo[8]. Así que convertirse el ánima a Dios, que es su descanso, es volverse el hombre a Dios por consideración y dilección; y poner en Él sus ojos es mirarle, y conversarle, y abrazarle con la oración, meditación y lección, uniéndose y ayuntándose a Dios por deseo.