Segunda parte: virtud

Explicación de la segunda parte del método
cuando la aplicación versa sobre una virtud en particular

 

247 Puede uno también en la segunda parte de la oración aplicarse a alguna virtud en particular, y tomarla como asunto de la oración.

 

Capítulo 11

Qué se entiende por virtud

 

248 Llámanse virtudes
las acciones santas,
los sentimientos,
las disposiciones y afectos
contrarios a los vicios y pecados.

Por ejemplo,
la castidad se opone a la impureza;
la humildad, al orgullo;
la penitencia, a la sensualidad, etc.

249 Nuestro Señor nos enseñó, con su ejemplo y con sus palabras, la práctica de las virtudes, como cosas necesarias a la salvación, y por eso dijo que El es el camino, porque practicando las virtudes, se anda por el camino del cielo, y se llega a la verdadera, eterna y bienaventurada vida, que hace infinitamente felices a los ángeles y a los hombres, a quienes se comunica por la participación de la gracia en este mundo, y de la gloria en el otro.

Ahora bien: el grado con que merecemos gozar de tanta dicha corresponde al grado con que practiquemos las virtudes.

250 Ante todo es menester convencerse íntimamente de la necesidad de la virtud sobre la cual versa la oración: lo cual puede hacerse de las dos maneras siguientes:

251 La primera, por un sentimiento de fe, trayendo a la mente un pasaje de la Sagrada Escritura en el cual se exprese dicha virtud. Por ejemplo, para penetrarse de la necesidad de la humildad puede uno recordar este texto de Santiago, cap. 4:

Dios resiste a los soberbios,
y da su gracia a los humildes.

Manteniéndose luego algún tiempo en un sentimiento de respeto interior, fijando la atención mientras tanto en la virtud que se recomienda en dicho texto.

252 La segunda manera de penetrarse de la necesidad de una virtud consiste en hacer algunas reflexiones sobre la misma, propias para convencernos de la necesidad de practicarla.

Es preciso que esas reflexiones estén fundadas en textos de la Sagrada Escritura, y, sobre todo, del Nuevo Testamento.

253 Se puede por ejemplo, hacer esta reflexión sobre la humildad:

Gran desdicha es ¡oh Dios mío!, el ser soberbio,
pues Vos resistís a los soberbios y sois enemigo suyo.

254 O bien esta otra:

Señor, ¡qué felices son los humildes,
pues a ellos
concedéis vuestras gracias!

255 O también:

Dios mío, sois el amigo de los humildes;
¡oh y cuán poderosamente
me excita esto a serlo!

256 Fundado así principalmente en la fe [el que ora], hace luego los nueve actos de la segunda parte aplicándolos a la virtud sobre que versa la oración, la cual virtud debe considerarse en Nuestro Señor, que nos la enseña de palabra y de ejemplo.

 

Capítulo 12

De los tres actos que se refieren Nuestro Señor

 

257 Los tres primeros de estos actos se refieren a Nuestro Señor y son: acto de fe,
de adoración
y de agradecimiento.

Del acto de fe

258 Se hace un acto de fe sobre la virtud, creyendo firmemente que Nuestro Señor nos la enseñó y la practicó; y para persuadirse mejor de esta verdad, conviene traer a la mente algún pasaje del Nuevo Testamento.

259 Modo de hacer un acto de fe sobre la virtud de la humildad, considerando a Nuestro Señor enseñándonosla por sus palabras.

Salvador mío Jesucristo,
yo creo con todo mi corazón que me enseñasteis
la virtud de la humildad,
diciendo (Mateo 11):

Aprended de mí
que soy manso y humilde de corazón,
y hallaréis el descanso para vuestras almas.

260 Terminado este acto de fe, puede ocuparse uno en el mismo por medio de discursos y reflexiones numerosas y seguidas; o por algunas reflexiones cortas fundadas en la fe y apoyadas en algún pasaje de la Sagrada Escritura, continuándolas por largo rato; o bien por simple atención a Cristo Nuestro Señor, enseñándonos o practicando la virtud.

Según se expuso más arriba, en la primera parte del método de oración, explicando el modo de entretenerse en la santa presencia de Dios, y según la idea que se da de ello a continuación.

261 Modo de ocuparse en el acto de fe
(Por reflexiones numerosas)

a Divino maestro mío,
me mandáis que aprenda de Vos
a ser humilde de corazón,
a humillarme y a rebajarme voluntariamente
delante de Dios y de los hombres.
No me mandáis aprender de Vos
a hacer milagros,
a resucitar muertos, etc.,
porque esto no es necesario
para agradaros.
Pero me es absolutamente necesario ser humilde;
esto tengo que aprender de Vos
que lo fuisteis infinitamente,
aunque sois
el Señor de los señores y el Rey de los reyes.

b Vos me enseñáis
que si me ensalzo, seré abatido y humillado,
que si no recibo el reino de Dios como un niño
no entraré en él;
que si pretendo ser primero,
en castigo de mi orgullo,
seré el último,
como sucedió
a los ángeles rebeldes,
quienes, por haber querido elevarse,
vinieron a ser las últimas
y más miserables
de todas las criaturas.
Si como ellos me ensalzo,
como ellos seré humillado.
Me es necesario, pues, aprender de Vos
a ser humilde de corazón,
si quiero evitar tamaña desgracia.

c Eso quiero hacer mediante vuestra santa gracia,
la cual os suplico humildemente
os dignéis concederme.

262 Puede también ocuparse uno en el mismo acto de fe, considerando las ventajas de la humildad; en esta forma:

a ¡Qué cosa tan provechosa es el humillarse de todo corazón por vuestro amor, oh Dios mío,
pues es el medio de gozar de la paz y descanso del alma,
como Vos lo enseñáis!
Dais vuestra gracia a los humildes,
y la dais con más abundancia
a los que más lo son
Amáis a los humildes,
los consoláis en sus aflicciones,
los protegéis en sus apuros
y los preserváis en sus peligros;
los salváis y los coronáis de gloria por toda una eternidad.

b ¡Oh Señor! enseñadme, os ruego,
por medio de la luz interior de vuestro Espíritu Santo,
a poner en práctica tan hermosa lección;
quiero aprenderla de Vos,
por más que cueste a mi orgullo;
quiero de continuo y resueltamente rebajarme
y aun aniquilarme querría, si posible fuera,
para atraer a mí vuestra gracia y vuestro Espíritu Santo,
quien sólo en los humildes descansa;
y para merecer vuestro amor,
que es cuanto deseo
en el tiempo y en la eternidad.

c Asistidme, os suplico, divino Salvador mío,
con vuestra santa gracia,
sin la cual no puedo nada.

263 Modo de ocuparse en el acto de fe
(Por reflexiones raras continuadas por largo tiempo)

Puede uno también entretenerse sobre el mismo acto de fe, con una atención mezclada de reflexiones espaciadas y continuadas por largo tiempo, trayendo al efecto a la mente algún texto de la Sagrada Escritura, por ejemplo, este de Nuestro Señor en San Lucas, cap 18:

El que se ensalzara será humillado,
y el que se humillare será ensalzado.

Añadiendo luego una reflexión corta que sirva para mantener dicha sentencia en la mente, y para que el corazón quede penetrado de las ventajas y necesidad de la virtud de la humildad.

264 Puede hacerse también esta otra reflexión:

Es preciso, pues, ¡oh Dios mío!
que yo me humille de todo corazón,
si no quiero ser humillado y abatido en el infierno.

Y después concentrar interiormente toda su atención sobre esta reflexión, todo el tiempo posible.

Cuando no se encuentre ya facilidad en entretenerse sobre dicho texto por medio de la expresada reflexión, se puede hacer otra que tenga relación con el mismo y lo haga presente otra vez al espíritu, y le incite a considerarlo con nuevo afecto.

265 Sirva de ejemplo la siguiente:

¡Qué ventaja tan grande es el humillarse
por vuestro amor, oh Dios mío,
pues es el mejor medio para ser ensalzado
hasta participar de vuestra gloria en el cielo!

266 Este modo de entretenerse por largo tiempo en una virtud por medio de un pasaje de fe produce directamente el excelente efecto siguiente, a saber: que el entendimiento queda convencido de la necesidad y ventajas de la virtud, y el corazón encendido en el deseo de adquirirla y aficionado a su práctica.

267 De esta manera, por medio de reflexiones diversas, se puede entretener uno largo tiempo sobre el mismo texto; y esto contribuye mucho a hacer amar la virtud y la palabra de Dios que nos la enseña.

268 Del modo de entretenerse en la oración por simple atención

Por último, puede el alma entretenerse sobre una virtud por simple atención [del modo siguiente:] al mismo tiempo que se mantiene uno en la presencia de Jesucristo Nuestro Señor, lo considera enseñándonos esta virtud con su palabra y con su ejemplo, [en alguna circunstancia en] que El mismo la está practicando. [Haciendo esta consideración] con un sentimiento de adoración hacia El sin discurrir ni raciocinar, sino con una atención sencilla, respetuosa y afectuosa, y la más viva que le sea posible, permaneciendo en esta disposición interior más o menos tiempo, según se sienta dispuesto y atraído.

269 El fruto y efecto que produce esta clase de oración, cuando uno procede según Dios [le mueve], es inclinar dulce y suavemente el alma a la práctica de la virtud, y dejar en ella una sobrenatural impresión e inclinación hacia la misma: lo que hace que uno se mueva a ella con entusiasmo, que venza valerosamente cuantas dificultades y repugnancias encuentre en ello la naturaleza, que abrace con amor las ocasiones que se presentan de practicarla, que las saboree y en ellas se complazca con indecible satisfacción interior.

270 Puede servirse uno de cualquiera de estas tres formas de ocuparse en la oración acomodándolas a los actos que siguen, según su devoción y disposición.

 

Del acto de adoración

 

271 Después de haberse entretenido en el acto de fe de uno de los tres modos arriba expuestos, se hace un acto de adoración, tributando nuestros homenajes a Nuestro Señor que practica esta virtud, y nos la enseña con sus palabras y con su ejemplo; manteniéndose en su presencia con profundo respeto.

Es muy conveniente tributar estos primeros homenajes a Nuestro Señor, pues le son debidos como a Dios Hombre, el cual quiso ser nuestro maestro y modelo.

272 Puede hacerse esto del modo siguiente, representándonoslo ejercitando la humildad con sus Apóstoles, al lavarles los pies:

a Os adoro, Señor mío Jesucristo,
enseñándome la santa virtud de la humildad,
postrado a los pies de vuestros Apóstoles
para lavárselos,
a fin de darme ejemplo.

b Os reconozco,
a pesar de este estado de abyección,
por mi soberano Dios y Señor,
de quien dependo en todas las cosas,
así como
todas las criaturas del cielo y de la tierra.

c Os rindo mis humildísimos homenajes;
anonádome en vuestra santa presencia,
y me quedo, al consideraros,
penetrado de profundísimo respeto
ante Vos, ¡oh Señor y Dios mío!

273 Hecho esto, es preciso mantenerse el espíritu de adoración ante Nuestro Señor todo el tiempo que se pueda.

 

Del acto de agradecimiento

 

274 Justo es manifestar a Nuestro Señor el agradecimiento que le debemos, dándole gracias por la bondad que nos manifestó al practicar esta virtud para enseñárnosla, y así, instruirnos y procurar nuestra santificación.

275 Lo cual se puede hacer del modo siguiente:

a Grandísima ingratitud sería de mi parte,
¡oh Dios mío! si no os agradeciese
la bondad que tuvisteis
humillándoos hasta el exceso
de postreros a los pies de unos pobres pecadores
para lavárselos,
y enseñándome con vuestro divino ejemplo
la santísima virtud de la humildad.
Os doy, pues, con todo mi corazón,
las más humildes y profundas acciones de gracias.

b ¡Oh, qué caridad me manifestáis, rebajándoos así
para moverme a humillarme,
a fin de que por este medio
y con el auxilio de vuestra divina gracia,
merezca ser ensalzado hasta Vos,
uniéndome a Vos en esta vida por la gracia,
y en la otra por la gloria,
y haciéndome participar de vuestra bienaventuranza infinita por toda la eternidad!

c Os doy gracias, ¡oh caritativo Salvador mío,
Maestro mío y Dios mío!
quisiera deshacerme
en acciones de gracias
y en agradecimiento.

d Para lo cual os ruego
que supláis mi impotencia, ¡oh amable Jesús!

 

Capítulo 13

De los tres actos que se refieren a nosotros mismos

 

276 A los tres actos que se acaban de hacer, deben seguir otros tres referentes a nosotros mismos, a saber:

acto de confusión,
de contrición
y de aplicación.

 

Del acto de confusión

 

277 El acto de confusión se hace reconociendo delante de Dios cuán confusos y avergonzados debernos estar por no haber procurado hasta el presente, o a lo menos tan bien como debíamos, practicar esta virtud, recordando al mismo tiempo las principales ocasiones que tuvimos de ello, a fin de sentir así mayor confusión.

278 Lo cual puede hacerse de este modo:

a ¡Cuán confuso debo estar en vuestra santa presencia,
oh Dios mío,
al considerar
el poco cuidado que hasta ahora he tenido
en sentir bajamente de mí y en practicar humillaciones,
a pesar de los prodigiosos ejemplos que me dais
de esta santa virtud!

b La razón de ello
es porque he parado poco la atención en estos ejemplos;
o bien si soy todavía pecador,
es efecto de un secreto desprecio
de vuestras humillaciones y abatimientos,
como si fueran cosa indigna de Vos y de mí.

c He dejado muchas veces de practicar la humildad,
a pesar de haber tenido tan buenas ocasiones,
que Vos me procurabais para mi mayor bien.
¡Pues qué: el Señor del cielo y de la tierra se humilla
hasta lavar los pies
a unos pobres y miserables.
Y yo, desgraciado pecador, que soy nada,
hecho de barro,
no quiero rebajarme!
¡Me cuesta servir en algo
a mis prójimos,
creyéndose mi orgullo humillado con esto!
He faltado
en tales o cuales circunstancias...
He huido de la humillación y desprecios
en tales ocasiones...

d ¡Oh Dios mío, cuánta vergüenza me causa tan indigno proceder!

 

Del acto de contrición

 

279 El acto de contrición se hace pidiendo perdón a Dios de las faltas cometidas contra la virtud, haciendo un firme propósito de ser en adelante más fiel en practicarla.

280 Lo cual puede hacerse como sigue:

a Señor mío Jesucristo,
de lo más íntimo de mi corazón,
contrito y humillado
en vuestra santa presencia,
os pido humildemente perdón
por las faltas que he cometido
contra la práctica de esta virtud,
tan querida y grata a vuestro ojos
y a mí tan necesaria y ventajosa.

b Por los méritos de vuestra santa humildad,
perdonadme, os suplico, adorable Salvador mío;
os prometo
mediante vuestra ayuda
ser más fiel en adelante en practicar esta virtud.

 

Del acto de aplicación

 

281 El acto de aplicación se hace aplicándose uno a sí mismo la virtud: considerando delante de Dios la gran necesidad que tiene de resolverse a practicarla, fijándose en las ocasiones en que puede y debe hacerlo, y tomando al efecto los medios propios y particulares,

282 del modo siguiente:

a Dios mío, reconozco en vuestra santa presencia
la gran necesidad que tengo de resolverme a practicar
la santa humildad y las humillaciones,
porque soy sumamente orgulloso.

b Pero, a más de esto,
el ejemplo que me dais, Señor,
debe moverme a ello poderosamente.
Y, en efecto;
¿es posible que el Señor de los Angeles y de los hombres,
se postre delante de unas miserables criaturas,
que les lave los pies sucios y fangosos
y se los enjugue
haciendo oficio de vil esclavo?
¿Y a qué fin, Señor, tales excesos?
Es para enseñarme lo que debo hacer.

c Como me lo declaráis Vos mismo,
al acabar esta acción,
diciéndonos:
¿Entendéis lo que acabo de hacer con vosotros?
Vosotros me llamáis Maestro y Señor,
y decís bien, porque lo soy;
pues si yo, que soy el Maestro y Señor,
os he lavado los pies,
debéis también vosotros ¡avaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado,
para que pensando lo que yo he hecho con vosotros,
así lo hagáis vosotros también.

Como si dijerais:
Si yo,
siendo Dios y Señor de todas las cosas,
me he humillado
hasta lavaros los pies,
no debéis tener dificultad ninguna
en prestaros unos a otros
los servicios más bajos y humildes;
debéis vencer vuestro orgullo
viendo y considerando
a un Dios humillado.

d Pues, como Vos añadís:
El siervo no es mayor que su señor,
ni el discípulo más que su maestro;
y seguís diciendo:
seréis felices si comprendéis estas cosas,
con tal que las pongáis en práctica.

e Así pues, Señor, para instruirme a mí
quisisteis humillaros;
pretendiendo con esto incitarme a humillarme yo también
y no avergonzarme de servir a los demás,
aun en las cosas
más bajas y humillantes;
o a lo menos, a vencer mi vergüenza.

f Al ejemplo, añadís la promesa de que seré feliz
si quiero aprovecharme de él.

g ¡Oh amable Salvador mío!
¿quién podrá no rendirse
a unos atractivos y motivos tan poderosos?
Vuestro ejemplo y vuestras promesas arrebatan mi corazón.
Quiero humillarme, ¡oh Dios mío!
para imitaros
y para ser bienaventurado, según vuestra promesa;
sí, quiero, abatirme
con Vos
y por amor vuestro.

h Hoy
pediré que me manden las cosas más viles.
Tengo repugnancia a tal y tal cosa...,
me mortificaría mucho
si me las mandaran;
si me dieran tal oficio...
si me impusieran
tal penitencia o tal mortificación...
sentiría mucha repugnancia.

Dios mío, por vuestro santo amor
diré y pediré que me ejerciten en estas cosas,
para llegar a hacerme humilde.

i Bendecid, os ruego, Dios mío, estos propósitos
y hacedlos eficaces por vuestra santa gracia.

 

Capítulo 14

De los tres últimos actos de la segunda parte

 

283 Después de esos tres actos que se refieren a nosotros mismos, se hacen los tres últimos, que son:

el acto de unión a Nuestro Señor,
el de petición
y el de invocación.

 

Del acto de unión con Nuestro Señor

 

284 Se hace un acto de unión al espíritu de Nuestro Señor y a las disposiciones con que practicó y enseñó la virtud, pidiéndole nos haga partícipes de ese espíritu y de esas disposiciones; suplicándole con instancia que nos conceda la gracia de entrar en la práctica de esta virtud, no sólo en lo exterior y como lo hacen los filósofos y la gente del mundo, o por motivos puramente humanos; sino por miradas de fe, y en unión con el espíritu y disposiciones de Nuestro Señor, y movidos de su gracia.

285 Lo cual puede hacerse así:

a Me uno a Vos, divino Salvador mío,
y a las disposiciones interiores
con que practicasteis
la santa virtud de la humildad
¡Cuán anonadado teníais
vuestro espíritu y corazón
ante la majestad de vuestro Padre,
cuando os hallabais postrado
a los pies de vuestros Apóstoles!
Y ¡qué ardiente deseo de reparar,
por tan prodigiosa humillación,
el honor de Dios, vuestro Padre,
ultrajado por el orgullo del primer hombre
y de todos sus descendientes,
y en particular por el mío!
¡Oh!, y cuán digna era de la Majestad divina
esta reparación!
¡Cuán propia para aplacar su cólera
y satisfacer por mi orgullo!

b Os suplico instantemente, Señor,
me hagáis participante
de los sentimientos que entonces teníais;
haced, amable Salvador mío,
que vuestros pensamientos y afectos
sean los míos;
dignaos unir
mi espíritu
y corazón al vuestro.
Que la unción de vuestra santa gracia
me enseñe a ser humilde de corazón
y a practicar la humildad,
no sólo en lo exterior
como las personas del mundo
por política,
sino con miras de fe,
en unión con vuestro espíritu,
en conformidad con vuestras disposiciones
y a imitación vuestra.

c Inclinad y llevad mi corazón al amor y práctica
de las humillaciones y abyecciones.
Haced que guste de ser
desconocido,
menospreciado
y abatido,
para que,
conformándome ahora con vuestras humillaciones,
participe después de vuestra gloria.

 

Del acto de petición

 

286 El acto que sigue al precedente es el acto de petición, por el cual pedimos humildemente a Dios Padre nos conceda la gracia de resolvernos a practicar esta virtud, en unión con Nuestro Señor, en quien solamente y por cuyo Espíritu

nos atrevemos a pedirla,
y esperamos alcanzarla.

287 Lo cual puede hacerse en esta forma:

a Dios mío, os suplico muy humildemente
queráis concederme vuestra gracia,
para andar por el camino de la humildad,
según el ejemplo de vuestro Hijo, Nuestro Señor.
Tengo sumo deseo y gran afán
de adquirir esta virtud,
para agradaros,
y atraer a mí vuestro Espíritu Santo,
que no descansa ni se complace
sino en los humildes,
según Vos mismo lo decís
por el profeta Isaías.

b Ayudadme, ¡oh Dios mío!,
pues conocéis mi flaqueza y mi impotencia
para hacer el bien.
Haced, con vuestra gracia,
que ame y desee
las humillaciones y los desprecios;
que me aproveche
de todas las ocasiones
que me deparáis con este fin,
pues son medios necesarios
para adquirir esta virtud.
Haced que, a imitación de vuestro amadísimo Hijo,
me abata delante de todos y a los pies de todos.

Sea mi gusto el servir a los demás,
mirándolos a todos como a mis dueños.

c Os suplico me concedáis esta gracia,
¡Oh celestial Padre mío!
por Nuestro Señor y en unión con El,
pues sólo en El y por su divino Espíritu,
tengo la confianza de pedirlo
y la esperanza de obtenerlo
de vuestra bondad infinita.

 

Del acto de invocación a los Santos

 

288 El último acto de esta segunda parte se refiere a los santos a quienes se tiene devoción particular: lo cual se hace suplicándoles con mucha instancia (sobre todo a los que sobresalieron en la práctica de la virtud sobre que ha versado la oración), que se interesen ante Dios para pedirle por nosotros la gracia de practicar esta virtud, manifestándoles la gran confianza que tenemos en su intercesión.

289 Puede hacerse de esta manera:

Invocación a la Santísima Virgen

a Santísima Virgen, Madre de Dios,
que siendo la más noble,
la más santa,
la más perfecta
y la más excelente de todas las criaturas,
fuisteis la más humilde,
poniéndoos por humildad
debajo de todas las cosas;
y por este motivo
habéis sido ensalzada
hasta la dignidad de Madre de Dios:
os suplico
por vuestra santa humildad,
y por el amor que tenéis a esta virtud,
queráis benignamente
alcanzarme de vuestro adorable Hijo
el amor y la práctica de esta virtud,
que tanto amasteis siempre,
y fue la causa de vuestra elevación
a tan alta gloria.

b Yo sé que cuanto pidiereis para mí,
me será infaliblemente otorgado,
porque sois omnipotente
con vuestro amado Hijo.

290 Invocación a San José

a ¡Oh gran San José! que,
siendo de la familia real de David,
quisisteis vivir en una profesión
pobre, abyecta y trabajosa
por amor de Dios,
para así quedar oculto y desconocido al mundo,
mereciendo por la grandeza de vuestra humildad,
ser elevado a la dignidad
de esposo de la Madre de Dios,
y considerado como padre
del Hijo de Dios hecho hombre:

b Os suplico, por el honor divino,
queráis pedir a Dios,
en unión con vuestra Santísima Esposa,
me conceda la gracia de adquirir esta virtud,
por medio de la práctica constante de ella.

291 Invocación a San Miguel, al ángel custodio y a los santos del cielo

a ¡Oh ilustre san Miguel!,
que por vuestra profunda humildad
merecisteis
ser hecho príncipe de todos los coros angélicos
y elevado a la altísima gloria
de que gozáis:

b Os suplico me ayudéis
con vuestra santa intercesión
a alcanzar de Dios,
el amor y práctica de esta virtud.

c ¡Oh mi caritativo ángel custodio,
y vosotros todos bienaventurados espíritus,
que por vuestra humildad
merecisteis
ser confirmados en gracia y en gloria;

d Santos N. N., mis gloriosos patronos;
san Juan Bautista,
San Pedro, San Pablo
(santos de mi devoción N., etc.),
que agradasteis a Dios,
mereciendo
así gran crédito ante El
y la gloria de que gozáis,
mediante la práctica de todas las virtudes
y especialmente de la humildad;
confío mucho en vuestra intercesión.

e Por lo cual os ruego me ayudéis
con vuestro auxilio a hacerme humilde,
para gloria de Dios
y salvación mía.

 

Segunda parte: máxima

Explicación de la segunda parte del método de oración
cuando la aplicación versa sobre una máxima

 

292 Podemos aplicarnos también en la segunda parte de la oración a la consideración de una máxima del santo Evangelio, tomándola como asunto de ella.

 

Capítulo 15

Qué se entiende por máxima

 

293 Llámanse máximas las sentencias o textos de la Sagrada Escritura que contienen verdades necesarias a la salvación; palabras interiores que nos dan a conocer

lo que debemos hacer o evitar,
lo que debemos estimar o menospreciar,
lo que debemos buscar o rehuir,
amar u odiar, etc.

El Nuevo Testamento está lleno de ellas.

294 Entre estas máximas o sentencias, algunas contienen verdades de precepto, e imponen la obligación de practicar lo que enseñan. Por ejemplo, éstas:

Perdonad y se os perdonará.
No juzguéis y no seréis juzgados.

Las cuales son de precepto, porque Nuestro Señor manda positivamente practicarlas bajo pena de condenación.

Otras son de consejo, pues su práctica no es absolutamente necesaria a la salvación; sino que se nos proponen únicamente como medios necesarios para adquirir mayor perfección; como esta:

Si quieres ser perfecto,
vende todo cuanto tienes y dalo a los pobres,
y tendrás un tesoro en el cielo;
después de esto, ven y sígueme.
(San Mateo, cap. 19)

295 Algunas son claras e inteligibles, esto es, fáciles de entender; como ésta:

Amad a vuestros enemigos;
haced bien a los que os aborrecen;
rogad a Dios por los que os persiguen y calumnian.
(San Mateo, cap. 5)

Otras son oscuras y difíciles de entender, y necesitan, por lo tanto, explicación; por ejemplo, las siguientes:

Si tu ojo te sirve de escándalo y tropiezo,
sácalo y échalo lejos de ti
(San Mateo, cap.5).

Si alguno viene a mí
y no aborrece a su padre y a su madre, etc.,
no puede ser mi discípulo
(San Lucas, cap. 14)

Y muchas otras parecidas, que no deben tomarse al pie de la letra.

296 Lo primero que se ha de hacer cuando la oración ha de versar sobre una máxima es penetrarse interiormente de la necesidad o utilidad de ella, por un sentimiento de fe, trayendo a la mente el pasaje de la Sagrada Escritura en que está expresada.

297 Llámase espíritu de una máxima la impresión santa y el efecto saludable que debe producir, cuando se medita y entiende debidamente; como en ésta que sirve aquí de materia para la oración:

¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo
si pierde su alma?
(San Mateo, cap. 16).

Esta máxima bien ponderada y saboreada, convence el entendimiento de que no puede haber verdadera fortuna sino en ganar la gloria eterna; que no hay cosa verdaderamente provechosa en el mundo fuera de lo que nos puede ayudar a salvar nuestra alma; y que no hay verdaderos bienes sino en el cielo; inspira gran desprecio de cuanto aman y buscan los mundanos con tanto afán; desprende el corazón de los bienes perecederos, falsos y transitorios de la tierra, para no aficionarse sino a los del cielo, que son verdaderos, permanentes y eternos.

298 El espíritu de esta máxima:

Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz
y sígame
(San Mateo, cap. 16),

es hacerse violencia para resistir a la inclinación viciosa que nos lleva a lo malo, y vencer la repugnancia y dificultad que hallamos en la práctica de la virtud; recibir con sumisión a la santa voluntad de Dios, y como venidas de sus manos, todas las aflicciones, penas y adversidades, y sufrirlas con paciencia, por amor de Jesucristo y a imitación suya.

299 El espíritu de esta otra:

El que quisiere salvar su vida la perderá,
mas el que perdiere su vida por mí,
la conservará para la vida eterna
(San Mateo, cap. 16),

consiste en despreciar y rehuir los placeres sensuales, y no buscar las comodidades de la naturaleza; no temer, a lo menos voluntariamente, los sufrimientos y mortificaciones, y mucho menos, huir de ellos; hacer penitencia de buena gana, sobrellevar con paciencia los trabajos, sobre todo los que son de obligación y como inherentes al propio estado, menospreciando el temor de que [por ellos] podría perderse la salud, haciendo, por el contrario, de todo corazón, el sacrificio de ella al Señor, animándose con estas palabras del Evangelio:

Que quien perdiere la vida por su amor
la conservará.

300 El espíritu de esta máxima era el que hacía volar con tanta alegría al martirio a los primeros cristianos; el que daba valor a los antiguos Padres del desierto para imponerse aquellas austeridades tan excesivas y prolongadas con tanto ánimo y constancia. Y Jesucristo Nuestro Señor ha cumplido con ellos su promesa, no sólo en el cielo, dándoles una vida bienaventurada y eterna, sino también en la tierra, concediendo a los más de ellos una larguísima vejez exenta de enfermedades.

301 Lo mismo puede decirse de las demás máximas, porque todas tienen un espíritu propio y peculiar.

 

Capítulo 16

De los tres actos que se refieren a Nuestro Señor

 

302 Fundada así el alma en la fe, se hacen luego los actos de la segunda parte, de los cuales los tres primeros se refieren a Nuestro Señor y son:

acto de fe,
de adoración
y de agradecimiento.

 

Del acto de fe

 

303 Se hace un acto de fe sobre la máxima, representándose a Nuestro Señor enseñándola y manifestándole cuán firmemente creemos que es El quien nos la ha enseñado. Y para mejor persuadirse de esta verdad, habrá que traer a la mente el pasaje del Nuevo Testamento en que está expresada la máxima.

304 Por ejemplo, si quiere uno hacer oración sobre la importancia de la salvación, puede hacer un acto de fe en esta forma:

a Creo con todo mi corazón, Señor mío Jesucristo,
que Vos sois quien me habéis enseñado esta máxima:

¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo,
si al fin pierde su alma?

b Yo creo ¡oh Dios mío! esta verdad, a saber,
que no estoy en este mundo
más que para trabajar en la salvación de mi alma;
y que sólo estoy en la tierra
para emplearme en merecer el cielo,
amándoos y guardando vuestros mandamientos;
siendo vuestro intento,
al crearme y llamarme a la religión,
que,
con el buen uso del tiempo
y de las gracias que me dais,
y por medio de las buenas obras
propias de mi vocación,
me haga digno
(en cuanto de mí dependa,
con la ayuda de vuestra santa gracia),
de una vida bienaventurada y eterna.
Creo que aun cuando ganase el mundo entero,
si perdiese mi alma, lo pierdo todo.

c Vos, ¡oh Dios mío!,
sois quien me enseñáis esta verdad;
haced, os suplico, que esté bien convencido de ella,
por vuestra gracia y la virtud del Espíritu Santo.

305 Después de haber hecho el acto de fe, conviene, antes de hacer el acto que sigue, permanecer unos instantes en la disposición interior que debe producir en el alma, fijando bien la atención en Jesucristo presente, y en la verdad contenida en la máxima que El mismo nos enseña: y esto más o menos tiempo, según el atractivo interior que se sintiere.

Lo mismo debe observarse en cada uno de los demás actos, antes de pasar al siguiente.

306 Puede uno entretenerse luego, acerca del acto de fe sobre la máxima, por reflexiones continuadas o por simple atención, del modo que se expuso más arriba en la explicación del método; lo cual puede fácilmente aplicarse al presente asunto y a cualquier otro; por lo que no se dirá nada de ello en este lugar.

 

Del acto de adoración

 

307 Se hace un acto de adoración, rindiendo nuestros homenajes a Cristo Nuestro Señor al enseñarnos la máxima, manteniéndose con esa atención en profundo respeto para con él.

308 Puede hacerse del modo siguiente:

a Señor y Dios mío,
os rindo mis humildísimas adoraciones,
[mientras os considero] enseñándome esta máxima,
y con ella
la importancia de la salvación de mi alma;
escucho con respeto vuestra celestial doctrina,
cuyo conocimiento y práctica me son tan necesarios.

b Os reconozco por el Maestro enviado de Dios,
teniendo bien presente la prohibición que nos hacéis en el santo Evangelio
de arrogarnos ese título,
al decirnos que Cristo es nuestro único Maestro.

Confieso, con San Pedro,
que sois el Cristo, el Hijo de Dios vivo,
y que tenéis palabras de vida eterna.

c Os adoro como a tal,
en unión con todos los ángeles y hombres;
y me anonado a vuestros pies,
movido del profundísimo respeto que os tengo,
y con el cual quiero siempre
estar en vuestra santa presencia,
y escuchar con humildad y docilidad
vuestra santa palabra,
que es vida de mi alma.

d Adoro esa divina verdad en Vos y fuera de Vos,
como salida de vuestros sagrados labios,
para manifestarse a mi espíritu,
en el cual os suplico
la imprimáis profundamente,
así como en mi corazón.

 

Del acto de agradecimiento

 

309 Hácese este acto dando gracias a Nuestro Señor por la bondad que nos mostró enseñándonos la máxima para nuestra instrucción y santificación.

310 Del modo siguiente:

a ¡Cuánto os agradezco, oh Dios mío,
la bondad que me mostrasteis
enseñándonos esta máxima,
por la cual nos dais a conocer
cuál sea la importancia de nuestra salvación!

Semejante verdad
no podía enseñárnosla dignamente
sino un Maestro como Vos, ¡oh Señor!,
que os dignasteis bajar del cielo a la tierra,
para manifestárnosla,
para disipar nuestras tinieblas,
y hacernos participantes de vuestra admirable luz.

b Gracias os doy por ello, divino Maestro mío,
con todo mi corazón y con toda mi alma.

c Y para manifestaros mi agradecimiento,
[desde ahora] no pensaré sino en salvar mi alma,
trabajando fielmente en su santificación,
por los medios que Vos me enseñáis.

d Asistidme, a este fin, Dios mío, con vuestra gracia,
pues reconozco que sin ella nada puedo.

 

Capítulo 17

De los tres actos que se refieren a nosotros mismos

 

311 Después de esos tres actos se hacen los siguientes, referentes a nosotros mismos, a saber:

acto de confusión,
de contrición
y de aplicación.

 

Del acto de confusión

 

312 Se hace el primero, reconociendo delante de Dios cuán gran motivo de confusión tenemos por no habernos esforzado hasta el presente, o por lo menos no tan bien como debíamos, en adquirir el espíritu de la máxima, ni en practicarla pensando en las principales ocasiones en que se dejó de obrar conforme a este espíritu, para así mover el alma a mayor confusión.

313

a Dios mío, ¡cuánto me avergüenzo
al recordar, en vuestra santa presencia,
lo poco que he conformado mi vida
con el espíritu de esta máxima,
desde que con el uso de la razón,
aprendí, por vuestra santa doctrina,
que me creasteis y pusisteis en este mundo
sólo para aplicarme a conoceros, amaros y serviros,
cumpliendo vuestra santa voluntad
por medio de la observancia de vuestros divinos mandamientos y de las obligaciones de mi estado!

b ¡Cuántas veces me he expuesto de buena gana
al peligro de perder mi alma para siempre
no por ganar todo el mundo,
sino por gozar de un vil, vergonzoso y corto placer,
de una gloria vana,
de una satisfacción pasajera
y de un interés baladí.

Reconozco y confieso, ¡oh Dios mío!,
que esto me sucedió en varias circunstancias,
y particularmente en tales y tales...
¡Cuánta vergüenza me causa, oh divino Salvador mío!

c Os suplico que ella me ayude a satisfacer a vuestra justicia.

 

Del acto de contrición

 

314 Se hace un acto de contrición, pidiendo perdón a Dios por las faltas que se han cometido contra el espíritu de la máxima, formando el propósito de ser en adelante más diligente en adquirirlo.

315 De esta manera:

a Lleno de dolor, ¡oh Señor y Dios mío!
por mi vida
tan contraria al espíritu de esta santa máxima,
os pido perdón con toda humildad.

b Penetrado estoy de pesar,
y tanto más, cuanto que reconozco
haberos desagradado y ofendido mucho en esto,
pues, descuidando mi salvación,
he despreciado
vuestra divina majestad,
vuestra benevolencia y amistad,
que debía estimar infinitamente
y preferir
a todos los honores, placeres y bienes
de la tierra.

c Perdonadme, Señor,
tan mal proceder,
que detesto con toda mi alma.

d Os prometo, ¡oh Dios mío!
anteponer en adelante mi salvación a todas las cosas,
para conservar vuestra gracia y vuestro amor,
que es lo que únicamente deseo.
En adelante diré en toda circunstancia,
lo que aquel antiguo solitario:
Quiero salvar mi alma.

e Para esto necesito vuestra santa gracia,
divino Salvador mío,
pues sin ella nada puedo:
os la pido humildemente,
por el deseo que Vos mismo tenéis de mi salvación.

 

Del acto de aplicación

 

316 Hácese este acto, aplicándose a sí mismo la máxima: considerando delante de Dios la mucha necesidad que tenemos de entrar en su espíritu; deteniendo particularmente la atención en las ocasiones en que se puede y debe ejercitar; adoptando, con este fin, los medios adecuados y concretos.

317 Lo cual puede hacerse de este modo:

a ¡Cuánto reconocimiento os debo,
Señor mío Jesucristo,
por la bondad que os movió
a bajar del cielo a la tierra
para enseñarme una verdad
tan importante para mi alma!

b Reconozco la gran necesidad que tengo
de impregnar mi espíritu y corazón de esta divina máxima,
y tanto más que, si me descuido de practicarla,
me perderé,
según me lo advierte vuestro siervo Moisés
con estas palabras:
El Señor vuestro Dios
os suscitará de entre vuestros hermanos
un profeta semejante a mí;
escuchad cuanto os diga;
cualquiera que rehusare oírle,
será exterminado de en medio del pueblo.

c Vos sois, Señor, ese divino Profeta,
cuyas palabras son espíritu y vida;
pues dan el Espíritu de Dios, y la vida eterna
a los que las escuchan con humildad y docilidad,
y las practican fielmente.

d Reconozco ¡oh Dios mío!
que si pierdo mi alma, lo pierdo todo,
y que si la salvo, todo lo gano;
por lo tanto, nunca quiero preferir nada a mi salvación.

e Y desde hoy,
si me apremia desordenadamente el deseo
de aprender las cosas exteriores,
como el escribir, calcular
y otras semejantes,
aunque
necesarias o convenientes a mi empleo,
y aunque tenga permiso para dedicarme a ellas,
me convenceré
de que nada de todo esto debe compararse,
ni menos preferirse,
a los ejercicios espirituales, que están establecidos
para mi salvación.

Si me asaltase el deseo o pensamiento
de ocupar en estas cosas el tiempo destinado
a los ejercicios espirituales, o una parte de él,
me diré a mí mismo:
¿De qué me servirá ser
uno de los más eruditos en tales cosas,
si pierdo mi alma,
descuidando lo que puede contribuir a mi salvación?

f Y dado caso que el afán
de procurar el bien temporal de la casa
me lleve a emplear en ello,
sin absoluta necesidad,
o sin orden de la santa obediencia,
el tiempo de la lectura espiritual, oración, etc.;

g o que la codicia me excite
a recibir algo
de los alumnos o de sus padres,
contra mis reglas y mis votos,
me armaré de este pensamiento:
¿De qué me servirá ganar el mundo entero,
si después de todo pierdo mi alma?

h Aún más; si con pretexto de celo indiscreto y desordenado, me siento inclinado
a trabajar en la salvación de los demás
de tal manera que perjudique a mi propia salvación,
me valdré, para rechazar al enemigo,
de la misma arma espiritual
que mi Salvador me pone en las manos, diciendo:
¿De qué me serviría ganar el mundo entero
y procurar la salvación de todas las almas,
si con todo esto pierdo la mía?

i Concededme, os suplico, amado Jesús mío,
vuestro Espíritu Santo y vuestra gracia,
para que me ayude y sostenga en mi extrema flaqueza.

 

Capítulo 18

De los tres últimos actos de la segunda parte

 

318 Los tres últimos actos de esta segunda parte son:

el acto de unión a Nuestro Señor,
el de petición
y el de invocación a los Santos.

 

Del acto de unión a Nuestro Señor

 

319 Hácese el acto de unión a Nuestro Señor, uniéndose a su espíritu y a las disposiciones interiores con que enseñó la máxima; pidiéndole que nos dé parte de ese espíritu y disposiciones; suplicándole con instancia nos conceda la gracia de inspirarnos el espíritu de la máxima y de practicarla.

320 Del modo siguiente:

a Divino Maestro mío, concededme, os suplico, la gracia
de unirme a vuestro Espíritu
y a las santas disposiciones interiores
con que enseñasteis
esta gran verdad,
que de nada sirve ganar el mundo entero
si se pierde el alma.

b ¡Qué aversión tenía vuestro santo Espíritu
a todas las vanidades del mundo
y a los placeres de esta miserable vida!
¡Con qué desprecio mirabais
las grandezas perecederas!
Buena prueba disteis de ello,
pues pudiendo gozar de estas cosas,
disponer y poseer reinos, imperios,
y todo cuanto contiene el universo,
por ser verdadero señor y dueño soberano
de todas las cosas,
huisteis y os ocultasteis
cuando la gente quiso proclamaros rey:
para enseñarnos,
con vuestro ejemplo,
lo mismo que con vuestras palabras,
a despreciar todo lo que pasa con el tiempo,
para no cuidarnos de otra cosa,
sino de lo que pueda contribuir a la salvación de nuestras almas.

c Únome a Vos, amable Salvador mío,
y a vuestros sentimientos,
y suplícoos que vuestro espíritu
y corazón divino
enseñen a mi espíritu
y corazón,
el desprecio de todo lo que el mundo ciego
estima
y busca con tanto afán.

d Decid a mi alma
con una palabra interior, poderosa y eficaz:
¿De qué sirve al hombre ganar, etc.?,
y yo diré con vuestro profeta Samuel:
Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha.

 

Del acto de petición

 

321 Se hace un acto de petición, suplicando muy humildemente a Dios Padre se digne concedernos por mediación de Jesucristo, el espíritu de la máxima y la gracia de practicarla.

322 Lo cual puede hacerse así:

a ¡Padre Eterno!,
que en atención a vuestro Hijo amantísimo,
permitís que yo también os llame Padre mío celestial.
En nombre de ese Hijo querido,
me atrevo
a pediros con toda humildad
el espíritu de esta máxima,
que tuvo a bien enseñarnos.

Vos nos dijisteis, cuando se transfiguró en el Tabor,
que era vuestro Hijo amado
en quien os complacíais,
mandándonos escucharle,
como a nuestro maestro que nos enseña
la verdad,
y el camino
que conduce a la verdadera vida.

b Suplícoos, ¡oh Dios mío!
por la bondad que me mostráis
aceptando ser mi Padre,
me deis
espíritu de inteligencia
y docilidad de corazón,
para recibir su santa doctrina
en el fondo de mi alma.

c Grabad, os suplico, con vuestro divino dedo
(que es el Espíritu Santo)
en lo más secreto de mi corazón,
esta divina máxima:
¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero,
si pierde su alma?,
para que no busque ni desee
sino el reino de Dios y su justicia,
por medio de la práctica de las virtudes;
dignaos concederme esta gracia,
en unión con Nuestro Señor
y por Nuestro Señor
en quien sólo y por cuyo espíritu,
me atrevo a pedírosla,
con la esperanza de alcanzarla de vuestra bondad.

 

Del acto de invocación a los Santos

 

323 Se hace un acto de invocación, rogando a los Santos de nuestra mayor devoción, y sobre todo a los que practicaron mejor y más perfectamente la máxima, se interesen ante Dios, para suplicarle nos dé el espíritu de ella y la gracia de practicarla.

324

a Virgen Santísima y digna Madre de Dios,
que todo lo podéis ante vuestro amadísimo Hijo,
alcanzadme de su divina misericordia
la gracia que necesito
para despreciar todo lo que se oponga
a la salvación de mi alma,
y preferir ésta a todos los bienes de la tierra.

b Gran San José,
santo ángel custodio mío,
santos Patronos míos N. N.;
santos apóstoles,
que todo lo dejasteis para seguir a Jesucristo,
particularmente vosotros,
San Mateo y San Bernabé;
gloriosos mártires,
que preferisteis morir
en los mayores tormentos
antes que exponeros a perder vuestra alma;
y vosotros, santos anacoretas y religiosos,
que despreciasteis el mundo
con sus bienes y esperanzas,
por el amor de Dios
y para asegurar vuestra salvación:

c Alcanzadme del Señor los sentimientos
de que su gracia llenó vuestros corazones.

d Espero muy confiadamente en vuestra intercesión.

 

Advertencia

 

325 Como la primera y segunda parte del método de oración contienen cada una nueve actos, quizás el crecido número de éstos podría embarazar a los que queriendo insistir más en la segunda, no hallasen tiempo suficiente para ello. [Con el fin de remediar esta dificultad], se proponen a continuación algunos medios.

326 El primero es hacer brevemente y con pocas palabras los actos de la primera parte, deteniéndose muy poco en ellos.

El acto de fe sobre la presencia de Dios, por ejemplo, puede hacerse así: Dios mío, estáis presente en mí, como en vuestro templo.

Y luego permanecer un rato recogido con atención a Dios presente en nosotros mismos.

El acto de adoración:

Dios mío, os adoro.

Y permanecer con el espacio de un Pater noster, adorando a Dios interiormente, con reverencia.

El acto de agradecimiento.

Dios mío, os doy gracias.

Y quedar poco más o menos el mismo tiempo ejercitando este afecto de agradecimiento.

Y así de los demás.

327 El segundo medio consiste en hacer un solo acto interior que implícitamente contenga el sentimiento de todos los demás, esto es, sin distinguirlos ni actuarlos por actos formales y verbales, presentándose delante de Dios en espíritu de adoración interior, con simple mirada de fe de su divina presencia, de su suprema grandeza y excelencia infinita, de agradecimiento por sus beneficios, de humildad por nuestra bajeza y nada, de confusión y contrición por nuestros pecados; de aplicación, de unión y de invocación, en razón de la necesidad que tenemos de los méritos de Nuestro Señor, de estar unidos a El, y de ser movidos de su divino Espíritu; pidiendo todo esto con un deseo del corazón, manifestándolo con sencillez a Nuestro Señor.

Puede hacerse todo esto, y otros varios actos, como de esperanza, amor, resignación, etc., y en muy poco tiempo, como el espacio de un Miserere, poco más o menos.

Dicho proceder es fácil para quien es verdaderamente interior, anda lo más que puede en la presencia de Dios, tiene siempre recogidos los ojos y el espíritu, guarda exacto silencio, ocupándose exclusivamente en lo que es de su cargo, y tiene un corazón del todo rendido a la obediencia.

328 El tercero consiste en hacer únicamente el acto de fe en la presencia de Dios con el de adoración, y pasar luego a la segunda parte, omitiendo los demás actos.

329 El cuarto consiste en no empeñarse en hacer todos los actos de la segunda parte en una misma oración, sino dos o tres solamente, y aun uno solo, que será el objeto de nuestra aplicación; haciéndolos todos así, cada uno por su orden, en distintas oraciones, repitiendo brevemente los que se hubieren hecho en la oración u oraciones anteriores, o bien omitiéndolos del todo, para pasar desde luego a aquellos o a aquel que se quiere ejercitar.

Este modo de proceder parece además de verdadera utilidad para captar mejor el sentido y espíritu de los diferentes actos, y penetrarse más interiormente de ellos; cuidando, sin embargo, de tomar las resoluciones o renovar las tomadas ya antes; [advirtiendo que] dichas resoluciones pueden repetirse varios días seguidos, sobre todo cuando se nota que no se han cumplido bien, o que todavía tiene uno necesidad de ellas.

330 El quinto, en fin, se refiere al caso en que uno se sienta movido por una interior y suave atracción hacia algo en que no había pensado antes, como al amor de Dios, a manifestarle su confianza o sumisión a pedirle algo con instancia y confianza, para sí o para el prójimo; o a reflexionar sobre alguna palabra de Dios: es preciso entonces seguir ese atractivo u otro parecido, según Dios, la fe y la perfección del propio estado; y digo que es preciso seguirlo todo el tiempo que a Dios plazca entretenernos en él, por ser señal de que tal es entonces la voluntad de Dios: lo cual se conoce cuando sale uno de la oración con nuevo deseo de cumplir bien las propias obligaciones, por amor a Dios y por darle gusto.

331 Esta segunda parte puede servir también para hacer oración sobre las postrimerías, los pecados, o alguno de nuestros mandamientos [de nuestra Sociedad], etc.

 

tercera parte

Explicación de la tercera parte del método de oración,
que consiste en tres actos

 

332 El primero es una revista de lo que se ha hecho en la oración;
el segundo, de agradecimiento;
el tercero, de ofrecimiento.

Todo esto debe hacerse en poco tiempo

 

Acto de revista

 

333 Se hace esta revista repasando en la mente las principales cosas que se han hecho en la oración, los sentimientos que Dios nos ha comunicado y nos parecen más prácticos y de más aplicación, y pensando en el fruto que de ella podemos sacar.

334 Lo cual puede hacerse de este modo:

a Señor, ¿qué he hecho en mi oración?

b Empecé poniéndome en la santa presencia de Dios,
considerándole, por ejemplo,
en mí mismo como en su reino;
he tributado mis homenajes a Dios,
con un acto de adoración, etc.

c Me he ocupado en tal materia,
por ejemplo, esta máxima:
¿De qué servirá al hombre, etc.?

d He concebido tales buenos sentimientos,
por ejemplo, que si perdiese mi alma,
lo perdería todo;
que no debo jamás preferir nada a mi salvación.
Estos sentimientos pueden serme siempre
muy útiles y provechosos en mi estado.

e He tomado tales resoluciones ...

Si uno no las hubiese tomado todavía, debería tomarlas en este momento, sin falta,

 

Del acto de agradecimiento

 

335 Se hace este acto dando gracias a Dios por los favores que nos ha hecho en la oración, por los buenos sentimientos que nos ha dado en ella, y por los afectos que nos ha hecho concebir para bien de nuestra alma, y para nuestro adelantamiento en la virtud.

336 Lo cual puede hacerse del modo siguiente:

Dios mío, os doy gracias con todo mi corazón
por las que de vuestra divina bondad
he recibido en la oración;
por los buenos sentimientos
que en ella me habéis dado;
por los afectos
que mediante vuestra gracia he ejercitado,
particularmente por tales y tales ... ;
por las resoluciones que he formado
para bien de mi alma,
y para mi adelantamiento
en la virtud y perfección.

 

Del acto de ofrecimiento

 

337 Hácese por fin este último acto, ofreciendo a Dios nuestra oración, las resoluciones que en ella hemos tomado, y la disposición en que estamos de cumplirlas; ofreciéndonos también nosotros mismos a Dios, con todas nuestras acciones y toda nuestra conducta durante el día.

338 En esta forma:

a Dios mío, os ofrezco mi oración,
los buenos propósitos
que mediante vuestra gracia he formado,
y la disposición en que estoy
de cumplirlos.

b Suplicándoos muy humildemente
os dignéis bendecirlos,
y hacerme la gracia de ser fiel
en ponerlos por obra.

c Ofrézcome también a mí mismo a Vos, ¡oh Dios mío!
con todas mis acciones y toda mi conducta
durante el día.

d Dignaos aceptar os suplico, Dios mío, el deseo que tengo de agradaros a Vos sólo,
y de glorificaros perfectamente,
cumpliendo incesantemente
vuestra santísima voluntad.

 

Invocación a la Santísima Virgen

 

339 Se concluye la oración, poniendo bajo la protección de la Santísima Virgen cuanto en ella se ha hecho, concebido y resuelto, para que lo ofrezca a su queridísimo Hijo, y por este medio alcancemos de El las gracias necesarias para practicar la virtud o la máxima sobre que se ha hecho oración.

340 Lo cual puede hacerse del modo siguiente:

a Santísima Virgen, dignísima Madre de Dios,
y también mi buena Madre y abogada,
mi refugio y protectora,
a Vos me dirijo con profunda humildad,
como en quien, después de Dios,
pongo toda mi confianza,
para suplicaros os dignéis recibir bajo vuestra protección mi oración, mis resoluciones
y todo cuanto en ella he concebido.

b Suplicándoos muy humildemente
lo bendigáis todo,
y me alcancéis además la bendición de vuestro amadísimo Hijo; dignaos ofrecérselo todo,
suplicándole me conceda, en atención a Vos,
las gracias que necesito
para cumplir mis resoluciones,
practicar la virtud (o la máxima)
sobre la cual he hecho oración,
para mayor gloria de Dios,
honra vuestra y salvación de mi alma.

Sub tuum praesidium...

u

O Domina mea...