Explicación del método de oración

 

De San Juan Bautista de la Salle

 



Introducción

Capítulo 1

De la oración en general y de la disposición del alma para la oración


1 Oración mental es una ocupación interior, esto es, una aplicación del alma a Dios.

2 Llámase oración mental,


1.-para distinguirla de la vocal, que es, en parte, una ocupación del cuerpo, puesto que se expresa por la boca, tanto como debe hacerse por la mente, que [siempre] debe aplicarse a ella.

3
2.-Llamase interior porque no es tan sólo una ocupación de la mente, sino que lo es de todas las potencias del alma; y también porque, para ser del todo pura y fructuosa, se ha de hacer en el fondo del alma, es decir, en la parte más secreta del alma.

4 Puesto que, si se mantuviera simplemente en el entendimiento o en la superficie del corazón, estaría expuesta a muchas distracciones humanas y sensibles, que estorbarían el fruto de ella; y si esta ocupación del espíritu no penetrara, no sería sino pasajera, y dejaría luego, por consiguiente, el alma seca y vacía de Dios.

5 Llámase a la oración mental una ocupación interior, porque en ella se ocupa el alma en lo que le es propio en esta vida, esto es, en conocer a Dios y amarle, y emplear todos los medios necesarios para conseguir estos dos fines.

6 Pero la principal ocupación del alma en la oración verdaderamente interior es llenarse de Dios y unirse interiormente a El; lo cual es para ella una especie de aprendizaje y un goce anticipado, por medio de la fe viva, de lo que hará en la eternidad. Por este motivo se llama a la oración aplicación del alma a Dios.

7 La Oración consta de tres partes:

La primera parte es la disposición del alma para la oración, llamada propiamente recogimiento.
La segunda es la aplicación al asunto de la oración.
La tercera es la acción de gracias al fin de la oración.

8 Se dice que la primera parte es la preparación del alma para la oración, porque el espíritu del hombre, ocupado ordinariamente, casi todo el día, en cosas de suyo exteriores sensibles, sale por ello, en cierto modo, fuera de si mismo, se contagia un poco, por así decir, de las cualidades que tienen las cosas que le rodean.

9 De ahí resulta que cuando el espíritu se quiere aplicar a la oración hay que principiar por retirarle completamente de la aplicación a las cosas exteriores y sensibles, y no aplicarse sino a las espirituales e interiores.

Por ello hay que comenzar por aplicarse a la presencia de Dios, y los actos de la primera parte sirven para mantener y ocupar siempre el espíritu en esa presencia, mientras duran.

10 Y así sucede que esta primera parte dispone a la oración, en cuanto que la aplicación a la presencia de Dios, a la cual se ha aplicado inicialmente, y los actos de la primera parte ayudan a mantenerla de continuo en el espíritu, retira a éste de las cosas exteriores para no ocuparle sino en el objeto, cuya aplicación es la única capaz de retener el espíritu dentro de sí mismo y hacerlo, por lo tanto, interior.

11 Pues la aplicación a Dios tiene esto de peculiar que, siendo incompatible con la aplicación a las cosas exteriores y sensibles, porque Dios es espiritual, y no pudiendo siquiera avenirse con la aplicación a las criaturas espirituales, porque Dios se halla infinitamente por encima de las cosas criadas, por más desprendidas que estén de la materia y por más perfectas que sean, en la medida que ocupa la mente, en la misma rechaza de ella la aplicación a las criaturas.

Y, por consecuencia necesaria, cuanto más se ocupa un alma de Dios, tanto más se desprende de la ocupación a las criaturas, y, por ende, del apego y afecto que antes les tenía, porque así como lo uno produce lo otro, así también la falta de lo uno en un alma causa necesariamente la privación de lo otro.

12 Y así es como, insensiblemente el alma, al llenarse de Dios, se desprende de las criaturas, y se hace anterior, por la desocupación y desprendimiento de las cosas sensibles y exteriores.

13 Por esta razón también, se llama recogimiento a la primera parte de la oración mental, porque sirve para desocupar la mente de las cosas exteriores, y llamarla y mantenerla dentro de sí, y por consiguiente, para recoger el alma por medio de la aplicación a Dios y a las cosas puramente interiores.

 

Capítulo 2

Explicación del modo de ponerse en la presencia de Dios

 

14 Lo primero, pues, que debe hacerse en la oración, es penetrarse interiormente de la presencia de Dios; lo cual ha de hacerse siempre por un sentimiento de fe, fundado en algún pasaje de la Sagrada Escritura.

15 Se puede considerar a Dios presente de tres modos distintos: primero, en el lugar en que nos hallamos; segundo, en nosotros mismos; tercero, en la iglesia.

16 Cada una de estas tres maneras de considerar a Dios presente puede dividirse en otras dos maneras, a saber:

Se puede considerar a Dios en el lugar en que uno está: primero, porque está en todas partes; segundo, porque en cualquier lugar donde están reunidas dos o tres personas en nombre de Nuestro Señor, hállase en medio de ellas.

Puede considerarse a Dios presente en sí mismo de dos maneras: primero, como estando en nosotros para hacernos subsistir; segundo, como estando en nosotros por su gracia y por su Espíritu.

Se puede, en fin, considerar a Dios presente en la iglesia: primeramente, porque es la casa de Dios; segundo, porque Cristo Nuestro Señor está allí presente en el Santísimo Sacramento del altar.

 

Primer modo de ponerse en la presencia de Dios, a saber: considerando a Dios presente en todas partes

 

17 Primero, se puede fácilmente considerar a Dios presente en el lugar donde uno esta, penetrándose interiormente del sentimiento de David, en el salmo 138:

¿Adónde iré, oh Señor,
que me aleje de tu espíritu?
¿Y adónde huiré
que me aparte de tu presencia?
Si subo al cielo,
allí estás Tú.
Si bajo al abismo,
allí te encuentro.
Si fuere a posar en el último extremo del mar,
allá igualmente me conducirá tu mano,
y me hallaré bajo el poder de tu diestra.

De donde fácilmente se colige que David nos quiere dar a entender en ese pasaje, que a cualquier parte que vayamos, por apartada y oculta que esté a los ojos de los hombres, allí se encuentra siempre a Dios, y que es imposible huir de su presencia.

18 Esto mismo ha de considerar cada cual, sobre todo cuando se halla tentado de ofender a Dios, fijándose en lo que decía Susana cuando fue solicitada por aquellos dos ancianos: Mejor es para mí caer en vuestras manos sin ofender a Dios, que pecar en la presencia de mi Dios.

Y diciéndose a sí mismo, como aquella santa mujer, más vale para mí ser tentado y atormentado por el demonio, que pecar en la presencia de mi Dios, puesto que en ningún lugar me puedo esconder a sus ojos.

19 El modo de ponerse en la presencia de Dios, considerándole presente en el lugar en que estamos, puede producir en nosotros tres frutos principales.

20 El primero es mantenerse fácilmente en el recogimiento y atención a la presencia de Dios, sea que andemos o que estemos, quietos en algún lugar, aun en los de más distracción.

21 El segundo es impedirnos el ofender a Dios cuando estamos tentados o nos hallamos en alguna ocasión de caer en pecado, pues si es cierto que nos avergonzaríamos de decir alguna palabra o de hacer alguna acción que pudiesen ofender a alguna persona digna de nuestro respeto, con cuánta más razón debemos temer ofender a Dios en su presencia, siendo, como es, tan grande su bondad y su amor para con nosotros.

22 El tercer fruto es inspirarnos confianza en Dios, pues el pensamiento de que estamos en su divina presencia en el mismo lugar en que entonces nos encontramos, nos sostendrá contra las tentaciones y nos librará de ellas.

Mis ojos, decía David en el salmo 24,
están siempre vueltos al Señor
para que impida que mis pies caigan en la trampa.
Si anduviera, dice en el salmo 22,
en medio de las sombras de la muerte,
(esto es del pecado, que da la muerte al alma),
no temeré ningún mal, ¡oh, Dios mío!,
porque Vos estáis conmigo.

Tenía siempre al Señor delante de mí, dice en el salmo 15, como quien está a mi diestra
para sostenerme.

23 Pueden ejercitarse del modo siguiente, conforme a la manera indicada de ponerse en la presencia de Dios:

a ¡Cuán dichoso soy, oh Dios mío,
de teneros siempre presente,
en cualquier lugar adonde vaya, o en que esté!

b Si mi sensibilidad siente desagrado por algún lugar,
¿podría mi espíritu disgustarse en él,
ya que, estando Vos presente allí,
puedo de continuo pensar en Vos?

c El estar siempre en vuestra presencia
y pensar en Vos
es una anticipación de la dicha del Cielo.

d Os suplico, Dios mío, me concedáis esa gracia,
y no permitáis que yo haga nada que os desagrade,
pues no puedo prescindir de Vos
para hacer bien alguno.

e Mantened mi entendimiento tan recogido y con tanta atención en Vos, que nada exterior pueda distraerle.

 

Segundo modo de ponerse en la santa presencia de Dios en el lugar en que uno está: considerando a Cristo Nuestro Señor en medio de los que están reunidos en su nombre.

 

24 Se puede considerar a Dios presente en el lugar en que se está recordando lo que Nuestro Señor dice en el Evangelio de San Mateo, capítulo 18, que cuando dos o tres personas están reunidas en su nombre, El está en medio de ellas.

25 ¿No es una gran dicha el que, estando uno reunido con sus Hermanos, ya para hacer oración, ya para cualquier otro ejercicio, tenga la seguridad de estar en compañía de Nuestro Señor, y que El está en medio dé los Hermanos?

26 Está en medio de ellos para darles su santo Espíritu, y para dirigirlos por él en todos sus actos y toda su conducta.

27 Está en medio de ellos para unirlos, cumpliendo por sí mismo lo que pidió por ellos a su Padre antes de su muerte con estas palabras de San Juan, capítulo 17: Haz que todos sean una misma cosa en nosotros como tú, Padre, y yo somos uno; y para que sean consumados en la unidad, es decir, que todos sean de tal modo uno y tan unidos entre sí, por la unidad de un mismo Espíritu, que es el Espíritu de Dios, que jamás puedan desunirse.

28 Jesucristo está en medio de los Hermanos en sus ejercicios para darles el espíritu de su estado, y para mantenerlos y afianzarlos en la posesión de ese espíritu, que es para ellos el principio y firme seguridad de su salvación, si lo poseen siempre sólidamente y sin alteración.

29 Jesucristo está en medio de los Hermanos para enseñarles las verdades y las máximas del Evangelio; para infundirlas profundamente en el corazón de cada uno, y para inspirarles que hagan de ellas la regla de su vida; para hacérselas comprender, y para darles a conocer cómo han de ponerlas en práctica del modo más acepto a Dios y más conforme con su vocación.

30 Jesucristo está en medio de los Hermanos para moverlos a que practiquen todos con uniformidad en su Sociedad las mismas máximas del Evangelio, a fin de que conserven siempre entre sí entera y perfecta unión.

31 Jesucristo está en medio de los Hermanos en sus ejercicios a fin de que todas sus acciones vayan dirigidas a Cristo como a su centro, y para que todos ellos sean uno en El por la unión que estas acciones tengan con Jesucristo, que opera en ellos y por ellos.

32 Jesucristo está en medio de los Hermanos en sus ejercicios para darles acabamiento y perfección; pues Jesucristo es, con respecto a ellos, como el sol, que no sólo comunica a las plantas la virtud de producir, sino que da también a los frutos la bondad y perfección, que es mayor o menor según estén más o menos expuestos a los rayos del sol. Así es como los Hermanos hacen sus ejercicios y las acciones propias de su vocación con mayor o menor perfección, en proporción de la mayor o menor referencia, convergencia y unión con Jesucristo.

33 El modo de ponerse en la presencia de Dios, considerando a Jesucristo en medio de nosotros, puede producir tres diferentes frutos.

34 El primero es que todas nuestras acciones se refieran a Cristo, y tiendan a El, como a su centro, y saquen toda su virtud de El, como los sarmientos sacan su savia de la cepa; de modo que haya un movimiento continuo de nuestras acciones a Cristo y de Cristo a nosotros, puesto que El es quien les da el espíritu de vida.

35 El segundo fruto es hacernos contraer estrecha unión con Cristo, que vive en nosotros y en quien nosotros vivimos, como lo dice admirablemente el apóstol San Pablo; y éste es el motivo por el cual no podemos hacer nada sin Jesús, como El mismo lo dice, sino que Jesucristo es quien obra en nosotros, porque permanece en nosotros y nosotros permanecemos en El, gracias a lo cual producimos mucho fruto.

36 El tercer fruto que se saca de considerar a Cristo entre nosotros es que derrama en nosotros su Espíritu, según lo dice por uno de sus profetas, y, según dice Jesucristo, el mundo no puede recibir este Espíritu de verdad porque no le conoce.

Y es este mismo Espíritu Santo quien anima nuestras acciones y es en ellas un Espíritu de vida, y hace que no sean en nosotros acciones muertas, no sólo en cuanto acciones cristianas, sino tampoco en cuanto acciones propias de nuestra vocación y perfección, que piden en ellas una perfección particular.

37 Pueden ejercitarse del modo siguiente, según dicha manera de ponerse en la presencia de Dios:

a ¡Cuánta dicha la mía, oh Dios mío,
la de hacer oración con mis amados Hermanos,
puesto que, según vuestras palabras,
tenemos la ventaja de teneros en medio de nosotros!

b Estáis presente, oh Jesús mío,
para derramar vuestro Espíritu sobre nosotros,
según lo decís por vuestro Profeta,
como lo derramasteis
sobre vuestros Apóstoles y primeros discípulos,
cuando estaban reunidos,
y perseveraban en la oración,
en una íntima unión de espíritu y de corazón
en el Cenáculo.

c Concededme también,
por vuestra presencia en medio de nosotros
reunidos para orar,
la gracia de tener íntima unión de espíritu y de corazón
con mis Hermanos,
y la de entrar en las mismas disposiciones
que los Santos Apóstoles en el Cenáculo.

d Para que, habiendo recibido vuestro divino Espíritu,
según la plenitud que me habéis destinado,
me deje dirigir por El
para cumplir los deberes de mí vocación
y me haga participar de vuestro celo
en la instrucción
de los que os dignéis confiar a mi solicitud.

38 Pueden hacerse reflexiones como éstas, respecto a los demás fines y frutos de este modo de ponerse en la presencia de Dios, considerando a Cristo en medio de nosotros reunidos para hacer oración.

 

Del primer modo de considerar a Dios presente en nosotros mismos, a saber: En cuanto no subsistimos sino en Dios

 

39 Se puede considerar a Dios presente en nosotros porque lo está para hacernos subsistir, según lo dice San Pablo en los Hechos de los Apóstoles, cap. 17, 28, con estas palabras: Dios no está lejos de cada uno de nosotros, porque en El vivimos, y nos movemos y somos.

40 En efecto, si tenemos el ser, el movimiento y la vida, es porque Dios está en nosotros y nos lo comunica, y aun [puede decirse que] para eso está en nosotros; de modo que si Dios cesara un momento de estar en nosotros y de darnos el ser, al punto volveríamos a la nada.

41 ¡Qué gracia, pues, nos concede Dios con hacer por sí mismo y por su residencia en nosotros, que seamos lo que somos! Por este motivo dice el mismo San Pablo que somos linaje de Dios, y san León, que hemos sido hechos participantes de la divinidad.

42 Por donde debemos entender y deducir al mismo tiempo que, puesto que somos linaje de Dios, y no vivimos sino porque El nos anima con su propia vida, debemos demostrar con nuestra conducta que efectivamente vivimos de la vida de Dios, y que no tenemos sino pensamientos que nos llenan de Dios y bajos conceptos de todas las cosas de este mundo, en cuanto a lo que tienen de exterior; y que, si algún aprecio hacemos de ellas, es sólo en cuanto las consideramos en Dios, penetrados como debemos estar que Dios está todo en todas las cosas, y de que todas las cosas no son nada sino en cuanto que Dios reside en ellas, y las penetra enteramente.

43 De donde resulta que injuriamos a Dios que mora en nosotros, cuando hacemos algo que le disgusta, y cuando empleamos nuestros sentidos en cosas prohibidas o tratamos de contentarnos a nosotros mismos en vez de contentar a Dios, único en quien debemos hallar todo nuestro gusto y completa satisfacción ya que se digna complacerse y llenarse de satisfacción al sostenernos y conservarnos el ser, por su residencia actual y continua en nosotros.

44 El modo de ponernos en la presencia de Dios, considerándolo en nosotros mismos en cuanto nos hace subsistir, puede producir en nosotros tres frutos principales:

45 El primero es satisfacer las necesidades del cuerpo con la [única] mira de que Dios viva en nosotros, de vivir de su vida y de vivir por El.

46 El segundo es no servirnos para ofenderle del movimiento que nos da, y que El tiene en nosotros continuamente, ni de las acciones que hace en nosotros y con nosotros, y que nosotros no hacemos sino por El.

47 El tercero es suplicarle a menudo que nos aniquile antes que permitir tengamos o haya en nosotros algún movimiento o alguna acción que no sea para cumplir los designios que tiene sobre nosotros, y para hacer su santa voluntad.

48 Puede uno ocuparse de la siguiente manera, conforme a este modo de ponerse en la presencia de Dios:

a Vos estáis en mí, Dios mío,
y en todas las criaturas,
y todas ellas no subsisten sino por Vos,
y porque Vos residís en ellas.

b Haced, pues, que yo me sirva
de todos mis miembros
y de todo mi ser,
y que use de todas las demás criaturas
sólo para servicio vuestro.
c ¿Sería posible, Dios mío,
que sabiendo que moráis en mí
para hacerme subsistir,
me sirviera del ser y del movimiento que me dais
para ofendemos?

¡Conque, Dios mío,
Vos obráis en mí,
y yo obraría contra Vos;
y me serviría de la acción
que hacéis en mí y conmigo
contra Vos mismo!
d Destruid primero lo que hay de ser en mí, dejando
de residir en mí
y de obrar conmigo,
antes que consentir
en que yo cometa el menor pecado.

49 O bien:

a ¡Oh Dios mío!,
¡cuánta confianza y apoyo en Vos
ha de darme vuestra morada en mí!
Si anduviere [en medio de sombras de muerte],
dice el Profeta Rey, ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.

El será, dice en otra parte,
quien desviará mis pies,
para evitar el lazo que les habían tendido.

El es, dice además,
quien enseñará a mis manos y a mis dedos
a hacer la guerra y a combatir.

b Eso es lo que me ha de inspirar, ¡oh Dios mío!,
vuestra presencia
y vuestra continua residencia en mis miembros:
hacer la guerra al pecado
y combatir contra el demonio,
con mis sentidos
y por medio del movimiento que con ellos me dais.

50 O de otro modo:

a ¿Cómo no he de sentirme movido
a pensar en Vos, ¡oh Dios mío!,
teniéndoos siempre conmigo, y en mí,
y no pudiendo hacer nada sino con Vos?

b Todas mis actividades han de ser otros tantos movimientos que me impulsen a levantar mi espíritu hacia Vos;
todos los movimientos de mi corazón
son otros tantos toques que le dais
para amonestarle a que sea todo vuestro.

c Dad a mi espíritu esos sentimientos,
y a mi corazón esos movimientos,
para que el uno se ocupe siempre en pensar en Vos,
y el otro no se incline a otra cosa sino a amaros, etc

 

Del segundo modo de considerar a Dios presente en nosotros mismos, a saber: Por su gracia y por su Espíritu

 

51 Puede considerarse a Dios presente en nosotros porque lo está por su gracia y por su Espíritu, según lo que dice Nuestro Señor en San Lucas, cap. 17:

El reino de Dios está dentro de vosotros;

pues por su Espíritu Santo reina Dios en nosotros; y reina, además, por la inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestras almas, según lo que dice el mismo Cristo en San Juan, cap. 14, 23:

El que me ama guardará mi palabra,
y mi Padre le amará,
y vendremos a él,
y haremos mansión en él.

52 No hay en verdad cosa más provechosa, de la cual podamos gozar en este mundo, que tener a Dios presente en nosotros y que reine en forma absoluta, como un rey en sus dominios, y con entera dependencia por nuestra parte.

53 Por ese medio regula Dios todos nuestros movimientos interiores según su beneplácito, refrena todas nuestras pasiones, y se enseñorea de tal modo de nuestros sentidos, que no tienden hacia los objetos que les son propios, sino en cuanto lo exige la necesidad.

54 Aún más; siendo Dios el dueño de nuestro corazón por la aplicación interior que nos proporciona con su residencia en nosotros, es también causa de que, no manifestándose exteriormente nada de nuestro interior, viene a quedar todo nuestro exterior en una como suspensión: de donde se sigue que nuestros sentidos, por razón de nuestra continua aplicación interior, acaban por no tener casi operaciones [propias], porque los espíritus vitales que las animan son retenidos dentro de nosotros.

Y como todo nuestro interior está muy atento a la presencia de Dios y a su residencia en nosotros, nuestra alma descuida y aun llega a despreciar todo lo exterior, y a no importarle sino lo que pasa en ella, y así hace que Dios reine plenamente en ella, según lo que dice el autor de la Imitación de Cristo en el primer capítulo del segundo libro: Aprende a menospreciar las cosas exteriores y a darte a las interiores, y verás que viene a ti el reino de Dios.

55 Reinando así Dios en un alma, tiene ésta el honor, dice San Pablo (2 Cor 6, 16), de ser el templo de Dios. Sois, dice, el templo de Dios vivo, como dice El mismo: Yo moraré en ellos, y andaré entre ellos. Y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo.

56 El propio cuerpo que esa alma anima, según expresión del mismo San Pablo (1 Cor 6, 19), viene a ser el templo del Espíritu Santo: ¿No sabéis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis?

57 Lo cual está patente, puesto que todo el hombre, el alma y el cuerpo, son de Dios, porque son, como lo dice el mismo Santo, en la citada epístola (cap. 3, 16), el templo de Dios, y la morada del Espíritu Santo: ¿No sabéis, añade, que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

58 Débese, pues, con gran cuidado no profanar este templo, ni destruirlo, desterrando a Dios y a su Espíritu Santo de nuestro corazón, porque si alguno, dice el mismo San Pablo (versículo 17 del mismo cap. 3), destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios, que sois vosotros, santo es.

59 La idea de que somos templo de Dios y del Espíritu Santo debe excitarnos a pensar que estamos obligados a vivir con gran santidad, y que no sólo debemos abstenernos de manchar nuestra alma con ningún vicio, sino que además estamos obligados a cuidar de un modo muy particular de adornarla con toda clase de virtudes, porque el Espíritu Santo no se complace sino en las almas que las poseen. Por eso decía Santa Lucía que los cuerpos castos son templos del Espíritu Santo.

60 Dios, que se complace en esas almas, gusta de enseñarles los caminos por donde quiere que vayan para ser del todo suyas, y por medio de su Espíritu Santo penetrar, dice San Pablo, lo más oculto que hay en Dios.

61 Ese mismo divino Espíritu derrama en las almas que le poseen tal plenitud y abundancia de gracias, que se dejan fácilmente dirigir y encaminar por el mismo Espíritu, y pierden todo afecto humano a las cosas criadas, guardando toda su afición para Dios, a quien poseen interiormente, y para todo lo que al mismo Dios se refiere.

62 Se puede uno ocupar interiormente del modo que sigue, conforme a la manera de considerar a Dios presente en nosotros por su Espíritu y por su gracia, o como en su templo:

a ¡Qué bondad la vuestra, Dios mío,
al darme vuestro divino Espíritu!
Sin duda
es para conducirme y dirigirme en mis acciones.

b Tal es vuestro designio,
que no haga nada
que no sea por moción de vuestro divino Espíritu,
que no tenga más sentimientos
que los que me inspirare vuestro Espíritu,
y que sólo tenga afectos
conforme a los vuestros;
que sea
por vuestro divino Espíritu
penetrado y ocupado de Vos,
y vacío de las criaturas; porque este Espíritu Santo no nos descubre en las criaturas
más que lo que tienen de Vos,
para destruir enteramente en nosotros
toda idea que pudiéramos tener de ellas,
que impidiera
el que nos viéramos llenos y penetrados de Vos.

c Venid, pues, Espíritu Santo,
a poseer mi corazón,
y animar de tal modo todas mis acciones,
que se pueda decir que las producís más bien Vos que yo,
y que ya no tenga vida, ni movimiento, ni acción,
sino en cuanto Vos mismo me los dais.

d Dichoso aquel que ya no vive ni obra
sino por el Espíritu de Dios:
de ese tal se puede decir
que ya no vive él sino que Cristo,
o más bien el Espíritu Santo,
vive en él

63 Modo de ocuparse en la oración considerando a Dios presente en nosotros mismos como en su templo.

a ¡Cuán dichoso debo considerarme, oh Dios mío,
cuando pienso que soy templo vuestro,
y que Vos mismo me aseguráis esta verdad!
No es necesario, pues, que vaya muy lejos
a adoraros y rendiros acatamiento.
Bástame para ello que entre dentro de mí mismo
para tributaras en mi alma,
como en vuestro templo vivo,
los homenajes que os debo.

b Este templo, oh Dios mío, es muy diferente
de los que edifican los hombres,
pues si es vuestro,
y digno de recibimos y conteneros,
se debe a que Vos mismo lo edificasteis.

c Adornadle, inhabitando en él,
de todo lo que os agrada y atrae.
Y como sois santo, y la misma santidad,
os suplico la comuniquéis de tal modo a mi alma,
que tengáis en ella todas vuestras complacencias,
de modo que no haya en ella cosa alguna que os desagrade,
sino que se le puedan aplicar
estas palabras de San Pablo:
El templo de Dios es santo,
y vosotros sois ese templo.

 

[De la primera] manera de ponerse en la santa presencia de Dios en la iglesia, a saber: Considerándola como la casa de Dios

 

64 Puédese considerar a Dios presente en la iglesia, porque es la casa de Dios, como Lo dice Nuestro Señor en san Mateo (cap. 21, 13): Mi casa se llamará casa de oración.

De aquí hemos de sacar dos cosas:

65 1.-Que la iglesia, según el testimonio del mismo Cristo, es la casa de Dios, porque en ella quiere Dios que los cristianos se reúnan para adorarle y rendirle acatamiento: por consiguiente, deben portarse en ella con gran respeto, demostrándolo, tanto por el continente y la postura que guarden en ella como por su recogimiento, silencio y piedad exterior;

66 2.-Que la iglesia, de por sí, según el designio y orden de Dios, está de tal modo destinada a la oración, que cuando en ella nos encontramos, no es lícito ocuparnos en otra cosa que no sea oración, ni podemos llevar a ella otra intención, a no ser que vayamos a oír la palabra de Dios.

67 Por eso Cristo, cuando entró en el templo de Jerusalén, que era mucho menos digno de veneración que nuestras iglesias, echó de él a todos los que allí vendían y compraban, y derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. ¡Qué cosa tan admirable! Cristo echó del templo de los judíos a los que cambiaban las monedas de los extranjeros, que venían a comprar, y a los que vendían y compraban las cosas necesarias para los sacrificios, considerando tales ventas y compras como profanación del templo, que llama templo de Dios, aunque no se ofreciesen en él sino sacrificios bastos que consistían en degollar animales y quemar una parte de ellos.

68 ¡Qué respeto no exige, pues, que se tenga en las iglesias de los cristianos, donde se ofrece todos los días, y en muchas iglesias gran número de veces, el mismo Cristo que es el Hijo de Dios y Dios verdadero; el cual con su sacrificio embalsama y santifica esas iglesias con una santidad exterior no común, haciendo participar a esos lugares de la santidad de Cristo, en la ofrenda e inmolación que hace todos los días de sí en su sacrificio!

69 La consideración de Dios presente en la iglesia como en su propia casa, debe producir en nosotros tres frutos principales:

70 El primero es no entrar en ella sino con una gran pureza exterior e interior, y, por tanto, antes de entrar purificar el cuerpo y el alma, al menos con el agua bendita y la señal de la cruz, y con un acto de contrición: para esto existe la costumbre de poner agua bendita a la puerta de las iglesias.

71 El segundo es estar en ella con profundo respeto y gran recogimiento exterior e interior, por razón de lo que la Iglesia canta en las fiestas de la Dedicación de esos lugares sagrados: Mucho conviene la santidad a los que entran en la casa de Dios.

72 El tercero es estar en ella siempre ocupado en oración, cuando no se escucha la palabra divina, pues es casa de oración, y suele Dios otorgar gracias extraordinarias y abundantes a las oraciones que se hacen en la iglesia, a las que Dios da una bendición particular.

73 Uno puede ocuparse así en la oración sobre la manera de considerar a Dios presente en la iglesia:

a [Considerándola como casa de Dios],
lo que se lee en la Sagrada Escritura, oh Dios mío,
cuando la dedicación del templo de Jerusalén,
que la majestad de Dios llenó el templo,
y que, habiendo visto el pueblo la gloria de Dios,
se postró en el suelo para adorar a Dios,
ha de excitarme sin duda a entrar en la iglesia y permanecer en ella con temor y temblor,
pues me hallo ante la divina Majestad, que habita en ella, tanto más que los ángeles tiemblan delante de El.

b Y si es verdad
que Oza cayó muerto por haber tocado el Arca,
que no era más que un cofre de madera,
con cuánta más razón
he de temer ser aniquilado por Dios,
si me atrevo a entrar y permanecer en la iglesia,
que es la casa de Dios,
hallándome cargado de pecados;
puesto que como dice David:
La santidad sienta bien en la casa de Dios.

c Dadme, ¡oh Dios mío!, esa santidad
que es la señal más segura de la unión con Vos,
y de que estoy a vuestro servicio.
Purificad para ello mi alma,
y hacedla, por ese medio, digna de las gracias
que derramáis con abundancia en la iglesia
sobre los que se presentan a Vos
con un corazón puro
y enteramente desprendido aun de los menores pecados.
Puesto que os causan horror,
haced que esté libre de ellos,
cuando entre en el lugar en que queréis ser adorado.

d El respeto que debo tener
a vuestra residencia en el lugar santo,
ha de moverme, ¡oh Dios mío!,
a preservarme enteramente de ellos.

74 Podemos ocuparnos así al considerar a la iglesia como casa de oración:

a Dijisteis a Salomón, ¡oh Dios mío!,
después que os hubo dedicado el templo de los judíos,
que vuestros ojos y oídos
quedarían abiertos a la oración
del que rogase en aquel lugar,
porque lo habíais escogido y santificado
para que vuestro nombre fuese eternamente invocado
y honrado en él.
Con mucha más razón
se puede decir esto de nuestras iglesias,
en donde queréis ser honrado
con un culto interior, en espíritu y en verdad,
como Vos mismo lo decís.

b Os pido, pues, esta gracia, ¡oh Dios mío!,
que os dignéis oír mis oraciones en la iglesia,
puesto que es el lugar
que os habéis efectivamente consagrado
para que así lo esté hasta el fin de los siglos.

c En ese santo lugar,
es donde queréis, ¡oh Dios mío!,que los fieles os rueguen,
y ese lugar es precisamente el que más les conviene,
porque es propiamente
el de vuestra habitación en la tierra,
y donde vuestras gracias abundan
más que en ningún otro.

d Derramadlas, pues, sobre mí,
y disponed mi corazón
para recibirlas todas
y ponerlas en práctica,
puesto que las gracias que se reciben en la iglesia
traen consigo bendición particular.

 

[De la segunda] manera de ponerse en la santa presencia de Dios en la iglesia, a saber: considerando a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del Altar

 

75 Se puede considerar a Dios presente en la iglesia, porque Cristo Nuestro Señor está siempre en ella, residiendo en el Santísimo Sacramento del Altar.

76 El es quien santifica los templos, en los que está siempre realmente presente, para colmar de gracias a los que en ellos le adoran.

Por eso se pueden aplicar a esos santos lugares las palabras del Apocalipsis: He aquí que ha establecido su Tabernáculo entre los hombres, y morará con ellos, y será su Dios. Por este [tan señalado] beneficio que Dios hace a los hombres consiente el Señor que le llamen su Dios.

77 Sobre esa continua residencia de Cristo Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del altar, se puede considerar:

78 1.-Que es grande honra para nosotros tener siempre en nuestra compañía a Nuestro Señor en el tabernáculo, y poder adorarle y tributarle nuestros respetos en ese adorable sacramento; puesto que en él está para recibir nuestras oraciones y presentarlas al Padre Eterno, como nuestro mediador e intercesor ante El, cuando le rogamos en la iglesia, para que nuestras oraciones le sean agradables.

79 2.-Como su mediación es eficaz cuando ofrece nuestras súplicas al Eterno Padre, y Dios le oye siempre, como dice san Pablo, a causa del profundo respeto con el cual ora por nosotros, debemos acudir a El en la iglesia, y tener por cierto que, si Cristo Nuestro Señor se digna favorecer nuestra causa, alcanzará, sin duda, para nosotros, todo cuanto pidiéramos por El, y cuanto El pidiere por nosotros al Eterno Padre, puesto que es nuestro Dios, que del todo se consagró a nuestra salvación y a lo que se relaciona con el bien de nuestra alma.

80 3.-Cuando nos encontramos en alguna necesidad particular y extraordinaria, o en alguna tentación violenta, es poderoso medio para salir de la necesidad y vencer la tentación que fuertemente nos combate dirigirnos a Nuestro Señor, que habita en nuestros templos, en el Santísimo Sacramento del Altar; pues Jesucristo en la Eucaristía es un médico que cura todos nuestros males y nos da todas las gracias que nos son necesarias para procurarnos todo cuanto pueda ser útil a nuestra alma.

81 4.-Es cosa provechosísima, para excitar en nosotros el amor de Dios, permanecer con atención y respeto delante de Nuestro Señor presente en la iglesia, pues siendo Cristo, por su humanidad, horno de amor para con Dios su Padre, puede hacernos participantes de estos ardores en el tiempo en que tributamos nuestros homenajes a su sacratísima humanidad ante la cual estamos; tanto más que Cristo Nuestro Señor está con nosotros en ese sacramento para darnos, dice, la vida con abundancia, y esa vida abundante consiste, según el mismo Cristo, en el conocimiento y perfecto amor de Dios.

82 Del modo de ejercitarse en la iglesia sobre la presencia de Cristo, que habita de continuo en el Santísimo Sacramento del altar:

a Bástame acercarme a Vos, divino Jesús,
que moráis por mi amor en el Santísimo Sacramento del altar; allí es donde verdaderamente
puedo teneros siempre presente delante de mí.
Allí estáis como en vuestro trono,
para recibir nuestros respetos y nuestra adoraciones.
Estáis allí para colmarnos de cuantas gracias necesitemos.

b En cualquier estado en que me halle en la oración,
aunque sea de sequedad,
de pena y de tentación,
bástame presentarme delante de Vos
para encontrar alivio en mis trabajos;
cualquiera dificultad que sienta
en vencerme para practicar el bien,
estáis siempre presto para ayudarme;
Vos sois todo mi auxilio
en mis dificultades;
Vos sois todo mi refugio
en los desfallecimientos de mi espíritu.

c Vos me incitáis y animáis al bien
cuando me hallo flojo;
y, cuando tibio,
bástame dirigirme Vos,
que sois Dios de amor,
y mostráis en este divino Sacramento
amor tan tierno a los hombres.
Podéis fácilmente,
al penetrarme
de cuanto amable y de amante hay en Vos,
abrasarme de amor de Dios
y darme una caridad ardiente para con el prójimo.

83 O de otro modo:

a Me uno a Vos, ¡oh Jesús mío!
presente en el Santísimo Sacramento
para ser allí víctima por mis pecados,
pues en ese sacramento
ofrecéis continuamente al Eterno Padre
los méritos de vuestra sagrada Pasión y Muerte
en satisfacción de nuestros pecados.

b Concededme la gracia
de participar de vuestra disposición interior
de amor a los sufrimientos,
a fin de satisfacer por mis pecados.

c En cuanto a mí, procuraré, ¡oh Jesús salvador mío!,
permanecer en vuestra presencia con esta intención.
Estando convencido, como lo estoy,
de que el pecado os desagrada en mí,
estoy seguro de que haréis cuanto podáis
para destruirlo.

d Ayudadme, pues, os suplico,
para que ponga en ello todo mi cuidado,
y cumpla en esto vuestros deseos.

 

Capítulo 3

De los diferentes modos de entretenerse el alma sobre la presencia de Dios

Por medio de numerosas reflexiones - Que las reflexiones que se hacen sobre la presencia de Dios no han de tener por objeto más que un mismo modo de presencia de Dios.

 

84 Cuando uno se aplica a la presencia de Dios por medio de uno de los modos arriba expuestos, es necesario que las reflexiones que se hagan todas tengan relación con ese mismo modo, y tiendan a un mismo fin; pues, además de que esta práctica sirve para enderezar el juicio y enseña a raciocinar rectamente, ayuda también mucho para mantener el alma en el recogimiento, y le da facilidad para ocuparse más tiempo y más interiormente en la presencia de Dios.

85 Mientras que cuando se deja libre al espíritu para que ahora haga una reflexión sobre uno de los modos, luego otra sobre otro, como la mente se ocupa en diferentes pensamientos y va haciendo distintas reflexiones que ninguna relación tienen entre sí, queda el alma [como envuelta] en una especie de disipación, y no puede llegar a discurrir ni reflexionar con rectitud; además de que este método de hacer reflexiones indispone en gran manera al alma para el recogimiento interior.

86 Se harán, por ejemplo, algunas reflexiones sobre el modo de ponerse en la presencia de Dios, considerándole en el lugar en que uno está, y después se pone uno en la presencia de Dios, considerando que está en nosotros como en su templo. Esta segunda reflexión es entonces inoportuna, porque las dos maneras de ponerse en la presencia de Dios no convienen una con otra, y tienen cada una un fin diferente. Pues el fin de la primera manera es mantenerse uno recogido en el lugar en donde entonces se encuentra, por estar en la presencia de Dios; y el fin de la otra es conservarnos en una gran pureza de corazón, considerando que somos templo de Dios. O bien se puede en esta segunda manera tener por fin adorar a Dios que mora en nuestro corazón, o algún otro que tenga también relación con esta segunda manera.

 

[Por medio de reflexiones cortas continuadas por largo tiempo]: Del modo de entretenerse en la santa presencia de Dios por medio de pasajes de la Sagrada Escritura y de reflexiones sobre los mismos.

 

87 Todas esas seis maneras de ponerse en la presencia de Dios, se ordenan a ayudar al alma a mantenerse en ella algún tiempo durante la oración, pero puede decirse que sólo permiten ejercitar la presencia de Dios de un modo transitorio, y, por decirlo así, exterior al alma, porque no procuran la presencia de Dios sino por medio de razonamientos y reflexiones numerosas; lo cual, con respecto a las verdades de fe, oscurece el entendimiento en vez de iluminarlo, y lo cierra en vez de abrirlo, para ahondar los sagrados misterios que esas verdades encierran, y tienen al alma apartada de Dios en vez de acercarla a El, a no ser que esos razonamientos y esas reflexiones estén fundados y apoyados sobre sentimientos de fe.

88 Un medio muy fácil para penetrarse de la presencia de Dios de un modo interior consiste en fijarse con el entendimiento en algún pasaje de la Sagrada Escritura, que nos traiga a la memoria la presencia de Dios, como éste, por ejemplo, sacado del salmo 15, v. 8:

Me propuse tener a Dios siempre presente delante de mí.

Y hacer después una reflexión sobre este texto, sin muchos razonamientos, porque el razonar destruye la fe, o a lo menos le pone algún obstáculo y la perjudica, e impide el que sea aquélla tan viva como pudiera ser, y que se grabe fuertemente en el entendimiento y en el corazón.

89 Se puede hacer, por ejemplo, sobre dicho pasaje esta reflexión:

Que es una gran dicha poder tener ocupado de continuo nuestro entendimiento con la presencia de Dios, lo cual viene a ser una anticipación de la celestial felicidad.

Y luego permanecer lo más que se pueda en una atención la más simple y al mismo tiempo la más viva que sea posible, sobre ese pasaje. Esta reflexión no lleva consigo estorbo de razonamientos.

90 La idea que de ella tiene la mente y la atención que le presta, no sólo no impiden, pero ni siquiera apartan la atención del pasaje, el cual por ser de fe, hace que el espíritu se penetre de esta verdad, y la penetración que de él tiene se la muestra tan clara, que no puede menos de adorarla en Dios y fuera de Dios, como salida de su divina boca, por decirlo así y según nuestro modo de expresarnos.

91 No conviene cansar el espíritu con esta clase de atendencias, lo cual podría a veces suceder, sobre todo cuando se empieza a dedicarse a ellas; no sea que no estando uno acostumbrado, y no teniendo para ellas toda la facilidad posible, llegue a aburrirse de las mismas.

92 Así, pues, cuando se ve que no puede ya ocuparse más en ese pasaje por medio de la reflexión que se le añadió, es muy conveniente traer otra reflexión, la cual, por ser nueva y a propósito para mover el corazón, hace que la verdad de que nos proponemos penetrar el alma y corazón, produzca en ellos como una nueva huella.

93 Puede uno proponer entonces a la mente esta otra reflexión:

Que es amar muy poco a Dios el pensar raras veces que estamos en su presencia.

94 Como esta reflexión pone de nuevo ese pasaje delante de los ojos del entendimiento, hace, por decirlo así, que ese texto se renueve en él, y con eso halla nueva facilidad para ir alargando la aplicación.

Debe, pues, uno aplicar de nuevo su atención tanto al pasaje propuesto al principio, como a esta última reflexión, todo el tiempo que se pueda.

95 Y cuando no encuentre ya medio de ocuparse en ella, podrá también hacer alguna otra reflexión en su mente para tener facilidad de entretenerse en la presencia de Dios, tanto tiempo como juzgue conveniente.

96 De este modo por la atención a algún pasaje de fe, junto con alguna reflexión, se podrá adquirir insensiblemente la facilidad de aplicarse a la presencia de Dios por simple atención.

97 Todas las seis maneras arriba propuestas para ponerse en la presencia de Dios, cuando se conciben como verdades de fe, pueden ayudar a mantenerse con atención en la presencia de Dios, con tal que las reflexiones que se hagan sobre cada una de esas maneras sean pocas, y se ocupe uno con cada una de ellas largo tiempo, según se acaba de proponer, y sin ningún raciocinio.

98 Esta manera de ponerse en la presencia de Dios, por atención y por reflexiones raras y continuadas por mucho tiempo, puede llamarse, no de simple atención, sino de atención mezclada de reflexiones; y como esas reflexiones son raras y sin raciocinio, por poca disposición que tenga el alma al ejercicio de la presencia de Dios por atención, puede insensiblemente introducirla en ella.

 

De la aplicación a la presencia de Dios por simple atención

 

99 La aplicación a la presencia de Dios por simple atención consiste en estar delante de Dios por medio de una simple mirada interior de fe de su divina presencia y en permanecer así algún tiempo, ya sea medio cuarto de hora, ya sea un cuarto, más o menos, según se sintiere uno ocupado y atraído interiormente.

100 Y aun acontece a las almas que están desocupadas interiormente y desprendidas de todo afecto a las cosas criadas, que Dios les hace la gracia de que raras veces, y aun casi nunca, pierdan la presencia de Dios: lo cual es para ellas un goce anticipado y un pregusto de la felicidad del cielo.

101 Pero el alma no consigue de ordinario gozar de tan gran dicha, si no ha conservado toda su vida la inocencia, o bien hasta después que ha permanecido mucho tiempo fiel a Dios, y se ha purificado bien, no sólo de todo pecado y de cualquier afecto al mismo por ligero que sea, sino cuando, además de eso, se ha despojado del todo de sus propias inclinaciones, y de toda mira y respeto humano, desprendiéndose enteramente de todo lo que halaga los sentidos y el espíritu, quedando como insensible a todas estas cosas; en fin, [llega ese grado] cuando ya no tiene voluntad propia, sino que la voluntad de Dios es la que obra en ella y viene a ser como el principio de sus acciones: de donde resulta que la presencia y la acción de Dios en ella es el objeto único o casi único de su aplicación.

102 Entonces esas almas pueden decir, como San Pablo,
que ya no son ellas quienes viven,
sino que Cristo vive en ellas,

y que por decirlo así,
viven de la vida del mismo Dios,
la cual consiste en pensar sólo en El y en lo que a El se refiere,
y en no obrar sino por El.

103 Las almas que están en este estado y en esta disposición no miran ya las criaturas, sino según la relación que tienen con Dios, y por consiguiente sólo encuentran amable en ellas lo que en ellas hay de Dios y no pueden dichas almas separar en su pensamiento la idea de las criaturas de la de Dios.

104 Aunque no haya comparación que pueda hacer concebir

perfectamente la diferencia que hay entre el modo de ponerse en la presencia de Dios por reflexión y por raciocinio, y el modo de mantenerse en ella por simple atención, puede servir sin embargo la que se va a proponer o cualquiera otra semejante, para dar alguna idea vulgar de esa diferencia, y para darla a conocer, en cuanto cabe, al entendimiento humano.

105 Una persona, por ejemplo, que no entiende en pintura, y ve un hermoso cuadro, no puede juzgar de su mérito y de su perfección, porque no sabe en qué consiste ésta, ni comprende lo que lo hace parecer tan hermoso a los entendidos en el arte de la pintura.

106 Por eso si esta persona quiere tener algún conocimiento de la hermosura de ese cuadro, vese obligada a pedir explicaciones a algún hábil pintor, el cual, por medio del raciocinio, le dirá en qué consiste la hermosura de aquel cuadro y cuáles son las cualidades que lo adornan, y, además, será preciso que el mismo pintor enseñe a la persona a quien instruye a hacer algunas reflexiones acerca de lo que le va explicando de la hermosura de aquel cuadro.

107 Mientras que el que conoce perfectamente el arte de pintar, tan pronto como ve un cuadro bien pintado, no necesita razonamiento ni profundas y repetidas reflexiones para conocer sus bellezas, las cuales echa de ver en cuanto aparece el cuadro a su vista.

108 Por esta razón, con una simple mirada admira su belleza, y emplea largo tiempo en considerar su perfección, sin cansarse ni pensar que hace tiempo que lo está contemplando; porque la belleza de tal cuadro cautiva su atención, y hace que se complazca en considerarlo, y que cuanto más lo considera tanto más bello y grato lo encuentra a sus ojos, y tanto más penetra lo que tiene de excelente y digno de admiración a los ojos de los hombres.

109 Lo mismo sucede, proporcionalmente, con el ejercicio de la presencia de Dios en la oración.

110 Una persona que sale del mundo, o que, estando aún en él, quiere hacer oración, y que no se ha aplicado hasta ese momento a otra cosa que a contentar su espíritu y sus sentidos, no sabe el arte de conocer a Dios, ni acierta a pensar interiormente en El ni en su divina presencia.

111 Por lo cual parece que la mejor manera de pensar en El, es convencerse de la realidad de esa presencia por medio de razones variadas, sacadas de motivos de fe, que puedan ayudarla a penetrarse de la presencia de Dios, pero que no alejan del todo, sin embargo, su entendimiento de las cosas sensibles; pues, ¿quién puede pasar de repente de la ocupación de las cosas sensibles a cosas puramente espirituales? Esto parece muy difícil a muchos, y a otros del todo imposible.

112 Por esta razón se tiene por más acertado ir insinuando las cosas espirituales en el espíritu de los que quieren empezar a darse a Dios y tener oración, por medio de las cosas sensibles acompañadas y animadas de motivos de fe, sirviéndose de semejantes medios para ayudar al alma a procurarse la presencia de Dios, que no querer ya, desde luego, aplicar el espíritu a cosas puramente espirituales y totalmente despojadas de la materia, y a la presencia de Dios, por pura y simple atención.

113 Este método podría causar hastío de la oración a las almas que van por la vía ordinaria, y quizá las disgustaría para siempre de la vida espiritual, porque por falta de luz y de penetración de Dios y de los ejercicios interiores del alma, mirarían en ese tiempo como imposible lo que más adelante y con el uso frecuente de la oración se les haría tal vez no sólo posible, sino hasta fácil y agradable.

114 Por lo cual esa clase de personas deben de ordinario, cuando comienzan a darse a la oración, servirse de razonamientos y de numerosas reflexiones, que sean en su mayor parte tiernas y afectivas, para familiarizarse con el ejercicio de la presencia de Dios.

115 Sin embargo, al que desde largo tiempo se ha dado al ejercicio de la oración, y tiene facilidad para andar en la presencia de Dios de un modo interior, bástale de ordinario conservar su espíritu simplemente recogido, y tener una simple atención a la presencia de Dios, para quedar quieto y detenido en este pensamiento, por lo menos mientras está haciendo oración, sin que se distraiga en ese tiempo.

116 Y esta simple atención proporciona al alma un consuelo interior que la hace complacerse y hallar gusto en este pensamiento, sin que tenga necesidad para fijar la atención en él, de añadir ningún otro concepto ni reflexión.

117 Porque esa simple atención, sin ninguna mira particular ni reflexión sobre sí mismo, ocupa de tal manera el espíritu y penetra tan enteramente el corazón, que no sólo no necesita el entendimiento otro pensamiento, ni el corazón se mueve a otro afecto que al de Dios, pero ni siquiera pueden ni el uno ni el otro admitir otros.

118 Por medio de esta simple atención, el alma se vacía totalmente de lo criado, y va adquiriendo insensiblemente un conocimiento más claro y una penetración más íntima del ser de Dios y de sus divinas perfecciones; porque cuando Dios posee una alma y es íntimamente poseído por ella, no puede admitir nada en la misma, que no sea de Dios o para Dios, ni, por tanto, que tenga en sí cosa -según El la ve- que huela a criatura.

119 Cuando un alma se ha purificado bastante y se ha despojado de las menores imperfecciones para entrar al pronto en esa disposición de simple atención a la presencia de Dios, acorta mucho su camino (en la práctica del bien, en el ejercicio de la oración y en la facilidad para ocupar su espíritu en la presencia de Dios) y allana muchas dificultades.

120 Pero es preciso que el alma que quiere sin tardanza entrar en este camino, tenga gran cuidado de velar sobre sí, para desprenderse de toda clase de apegos, aun de los naturales, pues Dios no da esa gracia sino a las almas muy puras, o a las que quiere El mismo purificar por ese camino, por una bondad particular.

121 Conviene advertir, respecto al ejercicio de la presencia de Dios, que no debe ser poco el tiempo que a él se consagre, porque ella es precisamente lo que más contribuye a infundir el espíritu de oración y la aplicación interior que se necesita.

Sino que, por el contrario, debe uno procurar que la mente se ocupe en este ejercicio todo el tiempo posible y no aplicarla a otra cosa, hasta que no pueda ya hallar medio de fijar su atención en él.

 

Hasta aquí la explicación del prefacio.

Lo que sigue es la explicación de los nueve actos de la primera parte.

 

Primera parte

Explicación de la primera parte del método de oración

 

122 Como quiera que los actos Prescritos por el método de oración (que usan los Hermanos) en la primera parte se refieren todos a la presencia de Dios, en la que ha debido uno ejercitarse al principio de la oración, servirán mucho para ocupar sin intermisión el espíritu en dicha presencia mientras dure aquella, y podrán ser también de gran utilidad para ayudar al alma a mantenerse en recogimiento, no sólo durante la oración, sino también durante todo el día.

123 Hay nueve actos muy a propósito para la primera parte de la oración.

 

Capítulo 4

De los tres actos que se refieren a Dios

 

124 Los tres primeros se refieren a Dios, porque se dirigen a El, y porque al hacerlos tiene que ocuparse el espíritu
sea en Dios,
sea en sus beneficios,
sea en las gracias que nos ha concedido.

Esos tres actos son:
primero, acto de fe;
segundo, acto de adoración;
tercero, acto de agradecimiento.

 

Del acto de fe: de las diferentes maneras de hacer actos de fe, según las diferentes maneras de ponerse en la presencia de Dios.

 

125 Cuando se tiene ya bien impresa en el espíritu la idea de la presencia de Dios con alguno de los seis modos arriba propuestos, o bien por una atención del espíritu mezclada con reflexiones espaciadas, o bien por una simple atención, es muy oportuno hacer sobre esta verdad, que Dios nos está presente, un acto de fe, según el modo de que nos hayamos servido para penetrarnos de esta verdad de fe.

126 Y para que ese acto de fe sea en nosotros más vivo y de una impresión más duradera, a fin de que podamos perseverar en dicho sentimiento de fe por más tiempo, será utilísimo recordar algunos de los pasajes de la Sagrada Escritura de los que se habló arriba, u otro cualquiera, con tal que tenga relación con el modo de Presencia de Dios de que se echó mano al principio.

Y cuando se note que empieza a divagar el espíritu o que se distrae con facilidad, puede repetirse dicho pasaje y renovar la atención a fin de que el entendimiento esté más quieto y detenido con la consideración de la presencia de Dios.

 

Del acto de fe sobre la presencia de Dios, considerándolo presente en el lugar en que nos hallamos, por estar Dios en todas partes.

 

127 Puede hacerse dicho acto de fe sobre estas palabras de Jacob sacadas del Génesis, cap. 28

¡Cuán terrible es este lugar!
Verdaderamente el Señor habita aquí
y yo no lo sabía.

a ¡Cuán terrible es estar uno en este lugar
sin pensar en Dios,
sin respeto,
sin sentir profundamente
la propia nada delante de Dios,
y sin confusión
considerando sus pecados!

b ¡Dios está verdaderamente aquí,
y yo no lo pensaba!
Creo, firmemente, ¡oh Dios mío!, esta verdad:
que Vos estáis aquí.
¿Es posible que Vos estéis aquí presente
y yo no piense en Vos?
Creo, ¡oh Dios mío! que este lugar,
sea cual fuere,
es el santuario de vuestra divinidad.

c Eso es lo que hacía temer a Jacob
en el lugar en que estaba,
a vista de sus pecados;
y eso es lo que ha de inspirar a todo cristiano
gran confianza en Vos.

128 Se puede hacer otro acto de fe sobre estas palabras de Jeremías, en donde Dios dice: Yo lleno el cielo y la tierra.

a Vos estáis, ¡oh Dios mío! en el cielo
y estáis en toda su extensión;
estáis también en la tierra
y la penetráis toda entera
porque ella os contiene,
o, por mejor decir, Vos mismo la contenéis.

b Yo creo, ¡oh Dios mío!
que a cualquier parte a donde vaya, allí os encontraré,
y que no hay lugar
que no sea honrado con vuestra presencia;
pues, como dice muy bien el real profeta, salmo 74:
no está fuera ni de oriente
ni de occidente,
ni del desierto ni de las montañas.
De modo que a cualquier parte que vaya
yo tendré la suerte de estar siempre junto a ti,
dice el mismo Profeta (salmo 72).

 

Del acto de fe sobre la presencia de Nuestro Señor presente en medio de aquellos que se juntan en su nombre.

 

129 Puede hacerse un acto de fe considerando, como dice San Mateo, cap.18, a Nuestro Señor en medio de nosotros, cuando nos hallamos reunidos en su nombre. Y así cuando hacemos oración, se puede hacer en esta forma:

a Yo creo, ¡oh Dios mío y Salvador mío Jesús!
que estáis en medio de nosotros,
mientras estarnos haciendo oración juntos,
porque entonces estamos verdaderamente
reunidos en vuestro nombre.

b ¿Qué mayor dicha
que la de teneros en medio de nosotros?
Pues ése es el medio, si queremos,
de poseer plenamente vuestro Espíritu;
y lo que nos da gran facilidad
para teneros siempre presente,
y hacer reinar entre nosotros una íntima unión en Vos
y en vuestro santo amor.

c Os suplicamos, ¡oh Dios mío! que nos concedáis esta gracia.

 

Del acto de fe sobre la presencia de Dios en nosotros, dándonos el Ser.

 

130 Se puede hacer un acto de fe sobre la presencia de Dios, considerando que está en nosotros dándonos el ser que tenemos, según estas palabras de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles, cap. 17:

Dios no está lejos de nosotros,
porque en Él vivimos,
nos movemos
y somos.

a Os tengo en mí, ¡oh Dios mío!
puesto que si tengo vida,
es porque
me hacéis participante de la vuestra,
y estáis en mí
para comunicármela.

b Vos sois quien dais movimiento a todos mis miembros
con vuestra presencia en ellos.
Por vos y en Vos
mi espíritu concibe,
y mi corazón gusta y se aficiona
al verdadero bien.

c Y no contento con haberme dado el ser,
vuestra bondad es tan grande,
que estáis continuamente ocupado
en conservármelo
y así lo hacéis
por vuestra presencia en mí.

d Creo todo esto, ¡oh Dios mío!
porque Vos mismo me lo reveláis.

e Concededme la gracia de aprovecharme de tal ventaja
teniéndoos siempre presente
en mi espíritu.

 

Del acto de fe sobre la presencia de Dios en nosotros, como en su reino.

 

131 Se puede hacer un acto de fe en la presencia de Dios, considerando que reina en nosotros, como dice Nuestro Señor en San Lucas, cap. 17, 21, y porque somos su templo, como dice San Pablo, 2 Corintios, cap. 6, 17, y en la 1 Corintios, cap. 6, 19.

132 1º Considerando a Dios reinando en nosotros por su gracia, se puede hacer un acto de fe en esta forma:

a Si yo tengo la dicha de estar en vuestra divina gracia, creo, ¡oh Dios mío!, y estoy persuadido
de que estáis
y reináis en mí.

b Contened, pues, en mí, todos mis movimientos
interiores y exteriores,
para que no me haga dueño ni de uno solo.
A Vos ¡oh Dios mío!
que establecisteis vuestro reino en mí,
os pertenece el dirigirlos todos,
y procurar que no haya ni uno
que no esté sujeto a vuestro impulso.
Muy justo es que reinando en mi corazón,
seáis dueño de cuanto en él pase.

c No permitáis, pues, que obre por sí mismo,
ni por la dirección del espíritu humano;
antes bien, ahogad de tal modo en él
todos los sentimientos y afectos naturales,
que no se manifieste nada en él que no sea de Vos y para Vos.

133 2º Considerando a Dios en nuestro cuerpo como en su templo, se puede hacer un acto de fe en esta forma:

a ¡Cuán obligado estoy, ¡oh Dios mío!,
a guardar con suma pureza mi cuerpo,
puesto que es vuestro templo,
en el cual habéis establecido vuestra morada!

Todo cuanto hay en él debe contagiarse
de la santidad de Aquel que en él reside,
según lo que dice San Pablo:
¿No sabéis que vuestros cuerpos
son templos del Espíritu Santo?

b Debo, pues, ofrecemos mi cuerpo,
según lo dice el mismo Apóstol,
como hostia viva, santa y agradable a vuestros ojos,
para tributaros culto razonable y espiritual.
Debo, pues, desde ahora y para siempre,
mirar mi cuerpo
como cosa consagrada y santificada
por vuestra presencia y morada en él.

c Y con este fin
no darle ningún movimiento que no tienda a Vos,
procurando además llevar bien frenados mis sentidos
por respeto a vuestra santa presencia.

134 3º Considerando a Dios en nuestra alma como en su templo, puede hacerse un acto de fe sobre la presencia de Dios, de esta manera:

a Creo, ¡oh Dios mío!
que sois el tesoro de mi alma
y que tiene la dicha de poseeros,
puesto que San Pablo nos asegura
que somos templos del Dios vivo
que mora en nosotros,
y se digna conversar con nosotros.

A fin de que yo pueda gozar de vuestra conversación,
establecéis vuestra morada en mi alma
como en un santuario,
para hacer de ella un lugar de delicias.

b Os adoro, pues, en mi alma,
como en el lugar de vuestra residencia,
pues en ella queréis
que os adore en espíritu.

c Desasidla de tal modo
de todas las cosas creadas,
que podáis tener en ella todas vuestras complacencias,
y la colméis
de vuestras bendiciones y gracias;
para que estando adornada
como conviene que lo esté el lugar
en que queréis poner vuestra morada,
se haga digna
de recibiros
y de conteneros.

 

Del acto de fe sobre la presencia de Dios en la iglesia.

 

135 Se puede hacer un acto de fe sobre la presencia de Dios en la iglesia, por ser casa de Dios, de este modo:

a Cuando estoy en la iglesia, ¡oh Dios mío!
estoy en lugar convenientísimo para presentaros mis oraciones, porque es vuestra casa y el lugar de vuestra morada,
y, como Vos mismo decís,
es casa de oración.

b Este es el lugar donde habéis prometido
colmar de gracias y bendiciones
a todos los que en ella os dirijan sus plegarias,
y que
en ella todos recibirán y alcanzarán de Vos
lo que os pidieren.
Y ya que vuestros ojos,
como decís,
quedarán abiertos,
y vuestros oídos atentos
a la oración de aquellos que os suplicaren
en este santo lugar,
haced que la mía os sea agradable.
La residencia que tenéis en este santo lugar,
que os está del todo consagrado,
ha de movernos a ello, ¡oh Dios mío!

c Como quiera que no pretendo otra cosa sino amaros,
y no quiero
sino lo que me puede proporcionar esta dicha,
dadme en este santo lugar,
las gracias que os pido,
en virtud de vuestra santa presencia
y de la residencia que en él tenéis.

 

Del acto de fe sobre la presencia de Dios en el Santísimo Sacramento.

 

136 Se puede, por fin, hacer un acto de fe sobre la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la iglesia, en el Santísimo Sacramento, de este modo:

a Este es verdaderamente, ¡oh Dios mío y Señor mío!
el lugar donde hacéis Vuestra morada
en el Santísimo Sacramento del Altar.
En este santo lugar
es en donde puedo y debo con justicia
reconoceros presente,
porque residís en este santísimo y adorabilísimo Sacramento.

b Debo considerarme muy feliz de estar muchas veces junto a Vos para haceros compañía
y tributaros mis homenajes.

c Y aunque cubierto a mis ojos con un velo,
sin embargo, sois aquí
tan grande,
tan poderoso,
tan adorable
y tan amable
como en el cielo,
porque sois el mismo Dios
y estáis igualmente presente
en uno y otro lugar.

d Diferéncianse en que,
estando aquí
sacrificado por nuestro amor,
sois en él, para nosotros,
un Dios amante,
un Dios de gracias,
y estáis en él para derramar sobre nosotros
todas las bendiciones del cielo,
con tal que no nos hagamos indignos de ellas
por nuestros pecados
y por nuestro poco agradecimiento
a vuestras bondades.

 

De las reflexiones que se pueden hacer sobre la presencia de Dios

 

137 Después de haber hecho o concebido un acto de fe sobre la presencia de Dios, convendrá hace sobre dicho acto algunas reflexiones, teniendo en cuenta cómo uno se puso en dicha presencia.

138 Por ejemplo, si se ha puesto uno en la presencia de Dios considerándole en el lugar en que se halla, se podrá hacer reflexiones como éstas:

a ¿Es posible, Dios mío,
que estéis en cualquier lugar
en que me halle y adonde vaya,
y no me dé cuenta?

b Iluminadme, ¡oh Dios mío!
con vuestra divina luz,
para que os vea siempre
y os reconozca
presente en todos los lugares,
para que el pensamiento de vuestra divina presencia
me impida ofenderos.

c ¿Sería posible que debiendo a Dios
mi ser y toda clase de bienes,
me atreva a pecar
en su presencia?
¿Y cómo podría tener la osadía de estar en ella
sin respeto y recogimiento?

d ¡Qué!,
la presencia de un rey
ordena todos los movimientos del cuerpo y del alma,
de tal modo que delante de él no se hace ninguno
sino con suma circunspección
en atención a que la majestad del soberano,
en cuya presencia se halla uno,
merece toda la consideración.

¿Y será posible que no se respete a Dios
en cuya presencia estamos siempre,
cualquiera que sea el lugar en que nos hallemos
o el punto donde dirijamos nuestros pasos?

e Concededme la gracia, ¡oh Dios mío!,
que la vista de vuestra santa presencia me ocupe de continuo, para que
así como estoy siempre en vuestra santa presencia,
nunca deje, ni por un solo momento,
de pensar en Vos, etc.

139 Cuando se empieza a tener alguna facilidad en reflexionar sobre esos actos, es conveniente servirse de pocas palabras en las reflexiones, y luego detenerse algo en ellas en silencio interior para penetrar el espíritu propio de la reflexión que se está haciendo, de una manera que sea más interior.

140 Pues las muchas palabras interiores en la oración mental más bien contribuyen a distraer el espíritu, y a embarazar el fondo del alma que a facilitarle la aplicación y atención a Dios y a progresar en la vida interior.

Por el contrario, la multitud de palabras del espíritu y del corazón, seca el alma, es pasajera y deja, a menudo, el vacío de Dios y de las cosas espirituales e interiores.

141 Estas pocas palabras:

Dios mío,
¿cómo me atreveré,
estando siempre en vuestra divina presencia,
a hacer algo que os desagrade?

Estas pocas palabras, digo, bien impresas en el espíritu y bien ponderadas, producen en el alma una viva atención a la verdad que encierran, la cual permanece en ella muy profundamente grabada, y puede fácilmente más adelante presentarse de suyo a la mente.

142 Y aun cuando así no sucediera, la profunda reflexión que sobre ellas se hizo, deja en el alma muchas veces tal unción, tan dulce impulso hacia Dios y tan grande horror al pecado y a todo lo que desagrada a Dios, que esa alma pensará a menudo en Dios, detestará el pecado e insensiblemente irá acostumbrándose a gustar de Dios y de todo lo que a Él conduce; y a gustarle lo que conduce a Dios sólo en cuanto le ayuda a poseerlo, y de ningún modo porque ello sea capaz, por sí mismo, de ganarse el afecto del alma, y mucho menos detenerla y cautivarla.

143 Los textos de la Sagrada Escritura sirven, no pocas veces, para ayudar al alma a hacer esa clase de reflexiones de pocas palabras; tanto más que, siendo palabras de Dios, según nos enseña la fe, tienen de suyo una unción divina; por sí mismas nos conducen a Dios, nos lo hacen gustar y nos ayudan a mantener en el alma la atención a la presencia divina y a conservar también en nosotros el gusto de Dios.

144 Estas dos clases de reflexiones pueden aplicarse a todos los actos de la oración.

145 Después de haber hecho un acto de fe y reflexiones, según arriba se ha dicho, se ha de hacer luego un acto de adoración a Dios presente, porque el primer homenaje que el cristiano debe tributar a Dios es la adoración.

 

Del acto de adoración

 

146 Se hace un acto de adoración reconociendo a Dios por nuestro Criador y soberano Señor, y manteniéndose en profundo respeto en su santa presencia, a vista de nuestra bajeza y propia nada, de la dependencia en que estamos respecto de Dios, y de lo indignos que somos de gozar del bien y felicidad que trae la santa presencia de Dios.

147 Este acto de adoración puede hacerse del modo siguiente:

a Digno de adoración sois en todas partes, ¡oh Dios mío!
pues llenáis el cielo y la tierra,
y no hay punto en donde no estéis,
y deber nuestro es adoraros en todo lugar en que estáis presente.

b Yo soy criatura vuestra,
y así he de reconocer,
en cualquier sitio en que me encontrare,
vuestra grandeza infinita
y vuestra soberana majestad,
y anonadarme ante Vos
al considerar vuestras infinitas perfecciones,
y cuanto hay en Vos
de inalcanzable al entendimiento humano,
el cual no puede comprender
lo que sois
ni cuál es la excelencia
de vuestra divina esencia.

c Os reconozco en este lugar, ¡oh Dios mío!
como en lugar que os está consagrado,
pues vuestra presencia en él
lo consagra todo a Vos,
y hace de él un lugar santo,
pues está santificado por Vos.

d Os adoro en este lugar,
como en vuestro templo y santuario,
porque lo hacéis participar
de vuestra santidad
por la presencia y residencia en él.

e Los ángeles,
que os acompañan por todas partes,
os adoran en él;
muy justo es que yo,
miserable criatura,
me una a ellos para rendiros aquí mis homenajes,
confiado en que los tendréis por agradables,
estando unidos con los suyos.

 

Del acto de agradecimiento

 

148 El tercer acto que debe hacerse en la primera parte de la oración es el acto de agradecimiento, porque después de haber reconocido la infinita grandeza de Dios y haberle tributado nuestros homenajes, por razón de su excelencia y de nuestra dependencia respecto de El, es muy justo que pongamos los ojos en la bondad que tiene y ha tenido siempre para con nosotros, y le demos por ella humildísimas acciones de gracias; y, en particular, por habernos criado, redimido y librado de gran número de pecados, por habernos sacado de muchas ocasiones de cometerlos y librado de la malicia del mundo, trayéndonos a la Comunidad; por el sinnúmero de gracias que en ella nos ha dado, y especialmente por la merced que actualmente nos hace, permitiéndonos estar en su divina presencia y tratar familiarmente con Él en la oración.

149 El acto de agradecimiento se hace en esta forma:

a He recibido tantos beneficios
de vuestra bondad infinita, ¡oh Dios mío!
que sería el colmo de la ingratitud
el no daros por ellos
humildísimas gracias.

Os debo cuanto soy,
y no hay en mí cosa alguna buena
que no la haya recibido
de vuestra bondad infinita.

b Por Vos
fui rescatado
y librado de numerosísimos pecados,
y Vos sois quien me librasteis
de las ocasiones en que estaba
de cometer todavía muchos más,
sacándome del mundo.

Os suplico, ¡oh Dios mío!
me concedáis la gracia
de que no eche en olvido
beneficio tan singular;
antes haced que os lo agradezca
todos los instantes de mi vida.

c Debo considerar la dicha
de vivir en la Comunidad
como la mayor felicidad
que me pueda caber en este mundo;
pues ella es para mi un paraíso anticipado,
en donde tengo la dicha de poseeros
en cuanto la fe me lo permite,
y de esa dicha estoy gozando en este momento, ¡oh Dios mío!
En efecto, os tengo tan presente
como lo estáis para los santos del cielo;
y aunque no conozca
ni disfrute esa dicha
sino en la medida que lo permita la fe.

La aprecio, sin embargo,
de tal manera,
que mi espíritu y corazón
están continuamente postrados
delante de Vos,
en prueba de mi agradecimiento por ese favor.

En esta posesión consiste toda la dicha de los ángeles y santos, aunque no de la misma manera [para ellos y para nosotros].
Vos sois, ¡oh Dios mío!, el objeto
de su satisfacción y de su dicha,
así como el de la que yo experimento
y gusto en mí
ahora pensando en Vos.

d Os suplico, ¡oh Dios mío! aceptéis
el pensamiento y sentimiento que de Vos tengo,
en reconocimiento por la merced que me hacéis
de pensar en Vos
y de mantenerme en vuestra santa presencia,
pues esta acción que ahora os puedo ofrecer,
es una de las más gratas a vuestros divinos ojos.