157. SOBRE SAN JOAQUÍN (*)

16 de agosto

Admiremos con la Iglesia el honor dispensado por Dios a san Joaquín, al escogerle como padre de la Santísima Virgen, e iniciar así con él el misterio de la Encarnación. Por eso le cuadra con tanta propiedad el nombre de " Joaquín ", que significa " preparación del Señor ".

Confesemos también con la Iglesia que esa elección supuso para el Santo favor singularísimo y, con san Epifanio, declaremos que todos los hombres tienen contraída con este santo patriarca grandísima deuda de gratitud, por haberles hecho el más excelente de todos los regalos, trayendo al mundo a la Santísima Virgen, Madre de Jesucristo, y la más pura y excelsa de todas las criaturas.

Honremos a este Santo, que contribuyó a formar la Iglesia, la cual le adeuda lo que es, puesto que san Joaquín engendró a la Santísima Virgen, madre de Quien la Iglesia tuvo principio. Y consideremos que, si cada uno de nosotros es hijo de la Iglesia y miembro de Jesucristo, fue este Santo quien nos procuró esta ventura.

Dios no os ha honrado menos que a san Joaquín, al confiaros el empleo que ejercéis; pues os destina a ser los padres espirituales de los niños que instruís. Si este Santo fue escogido para padre de la Virgen Santísima, vosotros estáis destinados por Dios para engendrar hijos a Jesucristo, y aun para producir y engendrar a Jesucristo mismo en sus corazones.

¿Puede afirmarse que, en esto, hayáis secundado los designios de Dios sobre vosotros?

Lo que obtuvo a san Joaquín el favor de ser padre de la Santísima Virgen fueron sus continuos ayunos y oraciones. Pues, viendo que su esposa santa Ana era estéril, se aplicó de tal modo al ayuno y la plegaria, que hizo en cierta forma violencia al Cielo hasta obtener a su santa esposa la fecundidad, por ambos tan ardientemente deseada. Esto dio ocasión a san Epifanio para llamar a la Santísima Virgen hija de oraciones y de ayunos.

Nadie ha de extrañar los maravillosos efectos que producen las plegarias y la privación de los placeres sensibles, puesto que tanto contribuyeron a la venida de Jesucristo a la tierra y al nacimiento de la Santísima Virgen, su Madre. Y nunca se utilizarán excesivamente ambos remedios, contra las penas y tentaciones que nos abruman a veces en la presente vida.

Merced a ellos, Dios nos concederá todas las gracias que necesitamos. Por lo cual, en el empleo que ejercéis, estáis en la obligación de recurrir lo más a menudo que os fuere posible a ellos; principalmente cuando tengáis que pedir a Dios alguna gracia en favor de los que están a vuestro cargo.

Debéis constituiros en intercesores suyos ante Dios, para obtenerles por vuestras plegarias la piedad que no lograríais comunicarles, a pesar de todas las fatigas que pudierais imponeros para conseguirlo; pues a solo Dios corresponde inspirar la verdadera sabiduría, que es el espíritu cristiano.

San Joaquín comprendió muy bien la gracia particular que Dios le había otorgado al hacerle padre de la Santísima Virgen. Por eso, tan pronto como la Niña estuvo en condiciones de ingresar en el Templo, se privó gustoso de Ella, y se la ofreció a Dios, pues de Él venía y a Él pertenecía. El Santo pasó así, sin su Hija el resto de sus días, aun cuando la amara ternísimamente.

Considerando después que no necesitaba ya sus bienes sino para vivir y, deseando llevar existencia pobre; tras de haber consagrado a Dios la Hija que de Él había recibido, hízole también presente de la mayor parte de cuanto poseía, entregando una porción para el cuidado del Templo, y otra para socorrer a los pobres y peregrinos.

Así os enseña san Joaquín a desasiros del amor a las criaturas, y a procurar que cuantos Dios os encomiende estén en condiciones de serle presentados, porque vosotros no ponéis en ellos el afecto sino para inspirarles el santo amor de Dios y llenarlos de su Espíritu.

No hagáis, pues, en adelante acepción de personas con ninguno, ni estiméis otra cosa en ellos que su piedad; sin parar mientes en lo que pueda presentar de estimable o atractivo su exterior.

158. SOBRE SAN BERNARDO

20 de agosto

Recibió de su madre san Bernardo educación tan esmerada, que adquirió en breve tiempo sólida piedad; la cual resplandeció muy pronto por toda clase de virtudes, particularmente la castidad.

Poseyó esta virtud en grado tan eminente que, por haber puesto los ojos con demasiada atención en una mujer bien compuesta, se arrojó desnudo inmediatamente a un estanque helado, para vengarse de sí, y castigar la falta en que había incurrido. En otra ocasión, penetró para tentarle una mujer impúdica en su aposento; mas él gritó al punto: ¡Ladrones, ladrones!, con lo que puso a salvo su castidad. Gracias a actos heroicos como éstos, a la generosa resistencia en las ocasiones y a la santa violencia que se hicieron, conquistaron los santos esta virtud. A parecidos medios debe acudirse para conservarla.

Aplicaos mucho vosotros, especialmente, al recogimiento, para que os resulte fácil; pues veis que san Bernardo experimentó alguna mengua en tal virtud por haber mirado con excesiva fijeza a una mujer.

Tan eminente castidad, llegó a adquirirla san Bernardo, merced a la perfecta mortificación de los sentidos, y a tan subido grado de pudor y modestia que, después de pasar un año entero en la casa del Císter, no sabía si la bóveda del dormitorio era de piedra o de madera; y, tras de bordear durante todo el día la orilla de un lago, no se percató de su existencia.

Era tan mortificado en el beber que, en cierta ocasión tomó aceite en vez de agua; y se había acostumbrado a ayunar y a comer tan parcamente que, según él confesaba, tomar los alimentos le producía verdadero suplicio.

Utilizando tales medios aprendió este Santo a morir a sí mismo, y llegó a ser perfecto religioso; de modo que parecía no hacer uso apenas de los sentidos.

¿Cuándo os hallaréis de todo punto libres vosotros del placer que procuran los sentidos? Con el fin de llegar a ello, tenéis que velar mucho sobre vosotros para mortificaros siempre en algo, cuando se ofrezca ocasión. Sed fieles en hacerlo así.

Tan sorprendentes virtudes, junto con los milagros que obraba, dieron a conocer en toda la Iglesia a san Bernardo; le granjearon la respetuosidad del mundo entero, y tan alta estima que, siendo abad de Claraval, atrajo a aquel monasterio multitud de personas, que venían a ponerse debajo de su gobierno. Hasta tal punto, que llegó a reunir en su abadía no menos de setecientos religiosos, y número casi increíble en los demás conventos por él fundados, dentro de todos los cuales mantenía elevadísima perfección.

Teníanle los obispos, los príncipes y los pueblos en suma veneración; de modo que no hubo por entonces empresa alguna importante en la que no se le pidiera consejo y parecer. Cuanto más intentaba ocultarse, más acudían a él, ya para abrazar las austeridades de su orden, ya para remediar las necesidades de la Iglesia.

La virtud no puede ocultarse y, cuando se divulga, atrae hacia sí. Los ejemplos en que se manifiesta producen tan profunda impresión a quienes la ven practicar o escuchan su elogio, que la mayor parte se sienten inclinados a imitarla.

¿Producen ese fruto en los escolares vuestro buen proceder y piedad? Ése es el medio de que, principalmente, tenéis que serviros para ganarlos a Dios.

159. PARA LA FIESTA DE SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL

24 de agosto

A san Bartolomé le cupo el honor de ser elegido Apóstol por Jesucristo en persona. Mas, con el fin de penetrarse mejor de, las verdades evangélicas, llevó siempre consigo en sus viajes el evangelio de san Mateo. Éste era su único tesoro, y en él ponía toda su confianza al procurar la salvación de los hombres que, de hecho, convirtió en gran número.

Verdad es que había recibido la gracia abundante del apostolado, la cual operaba en él y atraía las almas a Dios. Pero, como era humilde, atribuía mucho más la eficacia de sus predicaciones a " la palabra de Dios, viva y eficaz " (1), sacada del evangelio de san Mateo, que a todo cuanto podía decir él por su cuenta; pues sabía que esa divina palabra es la única capaz de poner división entre la carne y el espíritu (2); lo cual es tan necesario para obrar la entera conversión de las almas.

¡Cuán feliz es cada uno de vosotros por llevar siempre consigo el santo Evangelio, en el que están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Jesucristo (3). Sed fieles a dicha práctica.

De ese sagrado Libro debéis sacar las verdades con que instruir todos los días a los discípulos, para infundirles por su medio el auténtico espíritu del cristianismo.

A ese fin, alimentad diariamente vuestra alma con las santas máximas que contiene Libro tan misterioso, y hacéoslas familiares meditándolas con frecuencia.

Cuando los santos Apóstoles se dispersaron por el mundo universo para anunciar el santo Evangelio a todos los pueblos de la tierra (4), le correspondió a san Bartolomé la predicación en Armenia y en las Indias, donde obtuvo resultados muy considerables. Persuadió al rey, a la reina y a toda su familia, junto con doce ciudades enteras de su reino, que hicieran pública profesión de la fe y de la ley de Jesucristo.

Esto le atrajo la estima y veneración de todos aquellos pueblos, que le tuvieron siempre como hombre extraordinario que Dios les enviaba para sacarlos de la ceguera de la ignorancia y procurarles la salvación.

El santo Apóstol consiguió tales frutos gracias a la predicación de la palabra divina, y a la oración frecuente y aun asidua, que elevaba hasta Dios para pedirle que trocase los corazones. Pues sabía que, en el ministerio apostólico, no se puede producir fruto sin la particular ayuda divina; de ahí que se diera tanto a la oración, para que Dios concediese a todos aquellos pueblos que le estaban encomendados la gracia de ser dóciles a la palabra de Jesucristo.

A vosotros os cabe la suerte de participar en las funciones apostólicas, explicando todos los días el catecismo a los niños que educáis, e instruyéndolos en las máximas del santo Evangelio. Pero no obraréis fruto apreciable en ellos, si no poseéis plenamente el espíritu de oración, que da la unción santa a vuestras palabras, y las hace de todo punto fructíferas consiguiendo que penetren hasta el fondo de los corazones.

Las muchas conversiones obradas por el Santo, le atrajeron la persecución declarada de los sacerdotes de los ídolos, que eran los más contrarios al establecimiento de la religión cristiana, y los peor dispuestos a escuchar la palabra de Dios y aprovecharse de ella.

Por lo cual, sugirieron al hermano del rey de aquella nación que atentase contra la vida de san Bartolomé; persuadidos de que, dándole muerte, podrían exterminar el cristianismo. Mas, como éste era obra de Dios, todas sus maquinaciones resultaron inútiles.

Mostróse aquel príncipe tan inhumano que, víctima del odio contra san Bartolomé, mandó desollarle vivo, y cortarle después la cabeza.

Es imposible imaginar cuánto padecería el Santo con aquel martirio; pues, desollar vivo a un hombre es uno de los más horrorosos suplicios que puedan aplicarse. Mas el Santo lo soportó con tal paciencia, que parecía muerto y carente de toda reacción: sentíase penetrado hasta tal punto del espíritu de Dios, que los alientos interiores que sostenían su alma y que la elevaban de continuo hacia Él; parecían privar al cuerpo de los movimientos que le son naturales.

Vosotros tenéis que soportar un martirio continuado, no menos violento para el alma, que lo fue para el cuerpo el de san Bartolomé: debéis, por decirlo así, arrancaros la propia piel o, como se expresa san Pablo, despojaros del hombre viejo para revestiros del espíritu de Jesucristo, que es el hombre nuevo (5), según enseña el mismo Apóstol.

Aplicaos a esa tarea durante toda vuestra vida, hasta lograr convertiros en discípulos verdaderos de Jesucristo, e imitadores de este santo Apóstol en su martirio.

160. PARA LA FIESTA DE SAN LUIS

25 de agosto

San Luis, rey de Francia, a quien hoy venera la Iglesia, fue tan eminente en virtud como en dignidad.

Tuvo, en primer término, horror extremo al pecado, que logró infundirle tan pronto como llegó al uso de la razón, su madre, virtuosísima princesa. Y lo mantuvo tan profundamente impreso siempre en su corazón, que acostumbraba repetir con frecuencia: " Preferiría ser privado del reino a cometer una sola culpa mortal ".

Poseía en tanto grado la virtud de religión que, teniendo presente la honra que le había cabido en ser bautizado en Poissy, se nombraba y firmaba a menudo, por estima y veneración a este sacramento, Luis de Poissy.

Oía también arrodillado diariamente dos misas, íntimamente penetrado del espíritu de fe. Y era tan firme en él esta virtud que, habiéndosele comunicado en cierta ocasión, que en la Santa Capilla se mostraba un Niño en la sagrada hostia; no dio un paso para ir a verlo, porque, según dijo, no necesitaba contemplar aquel milagro para creer en la real presencia de Jesucristo en la Eucaristía, sino que la fe sola le bastaba para ello.

Reconocía y adoraba a Jesucristo en los pobres; sentaba a su mesa diariamente a tres de ellos, y alimentaba a ciento veinte con los mismos manjares que a sus domésticos.

¿Tenéis vosotros tanta aversión al pecado y tanto espíritu de religión como este santo rey? Examinaos con frecuencia sobre esos dos puntos, y persuadíos de que no conservaréis la piedad ni la inspiraréis a los discípulos, sino en cuanto poseáis plenamente ambas cosas, sin las cuales será vuestra alma como ciudad sin murallas ni fortificaciones, dejada de continuo a merced de los adversarios.

Como la mortificación es el sostén de la piedad, y ésta salió de lo común en san Luis, sus austeridades fueron también muy extraordinarias, para persona de su condición.

Ayunaba todos los viernes del año - no comía carne los miércoles ni, con frecuencia, los lunes. Su modo ordinario de ayunar era no tener diariamente más que una sola comida que, muchas veces, se limitaba a pan y agua. Todos los viernes, después de confesarse, recibía de manos de su confesor, la disciplina, con cadenillas de hierro.

Por espíritu de humildad y de mortificación, lavaba de rodillas los pies, todos los sábados, a los tres pobres que habían comido a su mesa.

Era también práctica de mortificación en este príncipe, henchido del espíritu cristiano, vestirse de telas comunes y bastas, como la tiritaña y otras semejantes; y lo hacia así para dar a los pobres el dinero que habría gastado en trajes suntuosos. Pero nada resultó tan mortificante para tan magnífico rey como soportar, con la paciencia con que supo hacerlo siempre, todo cuanto se decía contra su persona, sin lamentarse ni mostrar nunca disgusto, porque estaba penetrado de lo mucho que Jesucristo había soportado por él.

Cuantas más mortificaciones soportéis, tanto exteriores como interiores, y particularmente de éstas, mejor poseeréis el espíritu del cristianismo y el de vuestro estado. Haceos su práctica familiar y corriente, y no paséis ningún día sin ejercitaros en los actos de alguna de ellas que tengáis en mayor estima.

El celo de san Luis por el bien de la Iglesia y del Estado fue tan admirable, que no es fácil poderlo declarar. Ese santo celo le movió a emprender la guerra contra los infieles, a fin de acabar con el imperio del diablo y establecer el Reino de Jesucristo en aquellos países. Durante el primer viaje que emprendió por recobrar la Tierra Santa, cayó prisionero y, en el segundo, murió de la peste.

Cuando vinieron a París los diputados de los sarracenos, les manifestó que toda su ansia se colmaría si ellos abrazasen la religión cristiana. Mandó construir en abundancia iglesias y monasterios, y amaba con predilección a los religiosos, por su piedad y lo mucho que contribuyen a consolidar la Iglesia. Trajo a Francia reliquias en elevado número, entre otras, la Corona de espinas del Señor y un trozo importante de la santa Cruz.

Amaba tiernamente a sus súbditos y, después de trabajar con maravillosa diligencia en procurarles la paz y tranquilidad, les dio leyes y sabias ordenanzas para en caminarlos hacia Dios. Antes de morir dejó a su hijo consejos tan prudentes y cristianos, que pueden servir de norma a los reyes para gobernar santísimamente sus estados.

En el empleo debéis juntar, al celo del bien de la Iglesia, el del Estado, cuyos miembros empiezan a ser ya vuestros discípulos, y han de serlo cumplidamente algún día.

Procuraréis el bien de la Iglesia haciéndolos sinceros cristianos, dóciles a las verdades de la fe y a las máximas del santo Evangelio.

El bien del Estado lo promoveréis enseñándoles la lectura, escritura y todo cuanto atañe a vuestro ministerio en relación con la vida presente. Mas débese unir la piedad a la formación humana, sin lo cual, vuestro trabajo sería de poco provecho.

161. PARA LA FIESTA DE SAN AGUSTÍN

28 de agosto

Convertido a Dios san Agustín por las fervorosas plegarias de su santa madre, y por la fuerza y eficacia de las instrucciones de san Ambrosio, se retiró a un lugar apartado, donde llevó vida en extremo solitaria y penitente, durante tres años. Allí aprendió a gustar de Dios y a practicar con perfección las reglas del santo Evangelio, que suministraban materia a sus meditaciones.

Allí derramaba también con frecuencia su corazón en la divina presencia, inconsolable por sus pasados extravíos y, cuando se representaba la enormidad de éstos, abismado unas veces en el amor de su Señor, no se cansaba de admirar y agradecer las extraordinarias misericordias de un Dios tan amoroso para con él.

Otras veces, sensiblemente conmovido a la vista de las grandezas e incomprensibilidad de Dios en Si mismo, y de los bienes que dispensa a los hombres; su corazón se fundía y derretía, para elevarse luego en ímpetus de amor hacia su Dios.

En este sagrado retiro es donde el Santo se hizo hombre nuevo y hombre de Dios; y allí se preparó, una vez convertido, a trabajar sólidamente en la conversión de los demás.

Vosotros no podréis capacitaros para trabajar con fruto en el empleo que ejercéis, sino por el retiro y la oración. Son los medios de que podéis serviros para desprenderos totalmente del mundo y de la inclinación al mal, y para consagraros a Dios sin reserva.

Ordenado de sacerdote a pesar suyo, por el obispo de Hipona, que le juzgó a propósito para prestar señalados servicios a la Iglesia; llevó san Agustín vida muy regulada, lejos de todo trato con el siglo, junto con otros eclesiásticos.

Esto le granjeó mucha reputación, tanto a causa de las eminentes virtudes que practicaba viviendo en comunidad y con mucha edificación; como por sus excelentes luces, la solidez de su ingenio y la fuerza maravillosa con que combatía a los herejes arrianos, maniqueos, y demás; ya en sus sermones ya en sus escritos.

La gracia, que tan poderosamente había obrado en él hasta conseguir su conversión, se servía de él ahora como medio para producir efectos sorprendentes en la conversión de los otros, y, unida a las luces naturales y a la profunda erudición de san Agustín, desbarataba todos los argumentos de los herejes más obstinados y más capaces de dar algún color de verdad a sus opiniones.

Vosotros ejercéis un empleo en el que habéis de luchar, no contra los herejes, sino contra las inclinaciones sensibles de los niños, que los impulsan fogosamente al mal. No conseguiréis contrarrestarlas con el humano saber, sino con el espíritu de Dios y la plenitud de su gracia, que sólo atraeréis a vosotros por la oración.

Sed a ella fidelísimos para que, iluminados con sus luces, destruyáis en las tiernas almas de los pequeñuelos tales tendencias, y los preservéis de todas las sugestiones del diablo.

Designado san Agustín obispo de Hipona, consagróse con toda diligencia al gobierno de su diócesis. Pero Dios no puso límites tan reducidos a la extensión de su celo; y como éste rivalizaba, al menos, con la amplitud de su ingenio y la profundidad de su saber, hízole Dios útil a toda su Iglesia.

Fue consultado por los papas y los concilios y casi por el mundo entero, y aun por bastantes paganos, a cuya conversión contribuyó en gran manera. De todas partes, acudían también a él, con el fin de pedirle eclesiásticos, formados en su escuela, para constituirlos pastores de la Iglesia.

Vida tan santa fue, con todo, muy combatida y condenada por los herejes, quienes, considerándole como su mayor enemigo, y el más temible de los doctores de la Iglesia, propalaban contra él cuanto pudiera echar por tierra su reputación. Mas, como ésta descansaba en el sólido fundamento de la piedad y de la humildad, no consiguieron nunca menoscabarla lo más mínimo.

La humildad de este Santo fue, efectivamente, sin ejemplo; pues dejó por escrito sus pecados a la posteridad.

Vuestra comunidad puede ser de mucho provecho a la Iglesia; persuadíos, con todo, de que no lo conseguirá sino en cuanto se fundamente sobre esos dos pilares, a saber, la piedad y la humildad, que la harán inconmovible.

162. PARA LA FIESTA DE LA DEGOLLACIÓN DE SAN JUAN BAUTISTA

29 de agosto

Así como el blanco que Jesucristo se propuso al venir al mundo fue santificar a los hombres; así parece también que el fin asignado por el Salvador a san Juan Bautista, constituyéndole su profeta y precursor, fue la extirpación del pecado, y que a esto se redujo su misión de preparar las sendas a Jesucristo (1).

Como no puede el hombre santificarse si primero no destruye el pecado, mediante el arrepentimiento y la penitencia; empezó san Juan Bautista por realizar esa tarea en sí mismo.

Y para darle ocasión de obrar en su persona lo que estaba destinado a operar en los otros, y ponerle en condiciones de desempeñar en este punto su ministerio con mayor eficacia y solidez; comenzó Jesucristo por extirpar en su precursor el pecado original - que sólo mediante la gracia de Jesucristo podía borrarse, sin participación alguna de quien era víctima de tal contagio - en aquella visita que estando todavía en el seno de su santa Madre le hizo, antes del nacimiento del Santo.

Quiso, pues, Jesucristo que san Juan apareciese en el mundo libre de pecado, con el fin de que más fácilmente pudiera destruirlo en aquellos por cuya conversión había de trabajar.

Si vosotros no vinisteis al mundo sin pecado, como san Juan, habéis debido, por lo menos, libraros de él después de vuestro espiritual nacimiento, y de vuestra consagración a Dios.

¿No habéis cometido muchos y aun algunos considerables, desde entonces? ¿Así mostráis vuestra fidelidad a Jesucristo, que os distinguió con la honra de llamaros a su servicio, tras de haberos sacado del abismo del mundo y del pecado?

Fortalecido san Juan, cuando aún estaba en el seno de su santa madre, por la gracia que le comunicó Jesucristo, parece no haber vivido después sino para luchar contra el pecado.

Efectivamente: ya en su infancia tomó todas las precauciones posibles para no caer en él, pues se retiró en sus primeros años al desierto, con el fin de ponerse a salvo de las menores faltas, como canta la Iglesia en su honor.

Con ese mismo propósito, sin duda, andaba vestido, según dice el Evangelio, con un saco de pelo de camello y un ceñidor de cuero a la cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre (2).

Poderoso medio para librarse uno a sí mismo del pecado es llevar vida pobre, penitente y alejada del trato con los hombres, como hizo este Santo, durante toda su vida.

¡Qué gracia y qué ventura para él haber vivido siempre en la inocencia! Por eso afirmó Jesucristo que entre los nacidos de mujer, ninguno era mayor que Juan Bautista (3).

Este Santo no se contentó con destruir el pecado en su persona; se dedicó también durante toda su vida a desarraigarlo en los demás, que venían en tropel a buscarle, procedentes de toda la Judea; a los cuales predicaba en el desierto y bautizaba en el Jordán. Fueron muchísimos los convertidos por él y todos le mostraban particularísima veneración.

Ponderad el modo de vivir, y el celo desplegado por san Juan, y nunca olvidéis que también estáis obligados vosotros a preparar los caminos del Señor en los corazones de los discípulos, y a destruir en ellos el reino del pecado.

Para obtener de Dios esta gracia, que exige mucha pureza de corazón, absteneos de las más leves culpas, y echad mano para ello de los medios que san Juan empleó: huida del mundo y vida pobre y penitente.

El celo denodado e infatigable que desplegó el Bautista en su lucha contra el mal, fue causa, al fin, de su muerte. Herodes, tetrarca de Galilea, a más de cometer otros delitos, tomó para si la mujer de su hermano Felipe, llamada Herodías. " San Juan le reprendió ásperamente; por lo que mandó Herodes prenderle y encarcelarle. Con todo, no se atrevía a darle muerte porque el pueblo consideraba al Santo como profeta, y al mismo Herodes - que le tenía por tal - le inspiraba Juan mucho respeto " (4).

Mas, habiendo preparado un festín a los grandes de su corte, en el que " salió a bailar la hija de aquella adúltera mujer; como gustase tanto al rey y a los que con él estaban a la mesa, prometió con juramento a la muchacha que le daría cuanto le pidiese. Su madre le aconsejó al instante que reclamara al rey la cabeza de Juan Bautista; lo que le concedió éste al punto, aunque apenado, y sólo en consideración al juramento que había hecho, y a la presencia de los convidados. Dada la orden de ejecución, uno de los alabarderos se dirigió a la cárcel, cortó la cabeza a san Juan y presentóla en una fuente al rey " (5).

¡Ved el fruto del celo y de las predicaciones en este gran santo! ¿Es ésa la paga que esperáis vosotros en vuestro empleo? ¿Deseáis padecer mucho en él; ser en él reciamente perseguidos, y expirar, por fin en él, después de combatir con todas las fuerzas de vuestra alma por desarraigar el pecado?

163. PARA LA FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSlMA VIRGEN

8 de septiembre

Honremos a la Santísima Virgen en el día de su nacimiento, y tomemos parte en la alegría, de todo punto extraordinaria, que siente la Iglesia entera, al solemnizar hoy el venturoso instante en que hizo Dios aparecer en el mundo a Aquella de quien tomó principio la salvación de todo el género humano.

Dios, que conduce todas las cosas con sabiduría, cuando formó el propósito de salvar a los hombres y de nacer como uno de ellos; prefirió escogerse una virgen que fuera digna de ser su templo y su morada. Y, con el fin de preparársela tal como la quería, dispuso que se viera adornada por el Espíritu Santo con todas las cualidades naturales y sobrenaturales, que mejor pudieran convenir a la Madre de Dios.

A ese fin, era menester que el cuerpo de esta Virgen sagrada estuviese tan perfectamente formado, y tan bien dispuesto ya al nacer, que pudiera contribuir a la santidad del alma; y que el Espíritu Santo, descendiendo sobre Ella, la pusiera en condiciones de hallar gracia delante de Dios, ser objeto de sus complacencias, y recibir de El interiormente tal fortaleza, que le fuera posible resistir a todos los embates del maligno espíritu, capaces de corromper o, al menos, de alterar la pureza de su corazón.

¡Ah, cuán justísimo era que, en todos los órdenes fue se obra de Dios, y lo más perfecto que pudiera darse entre las puras criaturas, Aquella que había de servir para formar el hombre Dios!

Admiremos el cúmulo de gracias con que Dios adornó a la Santísima Virgen en el instante de su nacimiento. Tan colmada se vio de ellas, que ninguna mera criatura ha habido nunca semejante a María, ni la habrá jamás.

El Espíritu Santo, haciéndola participe de su plenitud, la comunicó todos sus dones, y asentó ya desde aquel momento en Ella su morada, para disponerla a recibir en su seno, y llevar en él al Hijo de Dios humanado. Le dio, inclusive, corazón tan penetrado por el amor divino, que no respirase sino por Dios.

Nada había en Ella que no dijera relación exclusiva a Dios: su mente se ocupaba sólo de Dios y de cuanto le descubría Dios serle agradable; todas las potencias de su alma tenían como única función tributar a Dios sus homenajes; su cuerpo mismo servía de instrumento a las acciones santas que se operaban en Ella; las cuales contribuían a espiritualizarlo en toda la medida de lo posible, y a hacer de él el santuario sagrado, donde entraría a su tiempo Jesucristo y donde se ofrecería interiormente a Dios como víctima inmaculada, para purificar hasta su última perfección el alma de esta Virgen Santísima, de la que el Espíritu Santo se adueñó en el instante mismo de su nacimiento.

¡Oh! ¡Qué día tan feliz fue éste para Ella y aun para todos los hombres, que hallan en María su universal refugio, en razón del tesoro de gracias que en Ella depositó Dios, desde el momento de su aparición en el mundo!

No es posible hacerse cargo de la fidelísima correspondencia de María a todas cuantas gracias recibió de Dios en el instante de su natividad. Como, por especial privilegio, tenía ya entonces el uso de la razón, se sirvió de ésta para adorar a Dios y darle gracias por todas sus mercedes. Se consagró ya entonces totalmente a Él para no vivir, ni tener en el resto de sus días, vida ni movimiento que no fueran ordenados a EL.

Se anonadó profundamente en lo íntimo de su alma, porque todo se lo debía a Dios. Admiraba en su interior lo obrado por Dios en Ella, y se decía a Sí misma lo que publicó después en su Cántico: Dios ha hecho en Mí cosas grandes (1).

Y mirándose a Sí, y contemplando a Dios en Ella, asombrada de la profusión con que Dios se había derramado en su criatura, se persuadió y aun se penetró de que todo en Ella debía tributar honor a Dios, y repetir sin cesar con David que hasta sus huesos eran tan deudores a Dios que no podían menos de exclamar: ¿Quién como Dios? (2).

Si María recibió tal copia de gracias fue para que hiciese partícipes de ellas a los hombres que acuden a su protección. No desaprovechéis, pues, los frutos que podéis sacar de recurrir con toda diligencia a María.

164. PARA LA FIESTA DEL SANTO NOMBRE DE MARÍA

Domingo en la octava de la Natividad de la Santísima Virgen. (*)

Celebra la Iglesia en este día la festividad del santo Nombre de la Santísima Virgen, con el fin de darnos a entender cuán útil y provechoso ha de resultar para nosotros invocarlo en las necesidades.

El nombre MARÍA, con que fue honrada la Virgen Santísima, equivale a " estrella del mar ". Le cuadra muy bien, dice san Bernardo, pues María es estrella que alumbra, guía y conduce al puerto, por el mar borrascoso del mundo.

En efecto; según aclara el mismo san Bernardo, la Virgen María es para nosotros la estrella salida de Jacob (1), cuyo rayo, Jesucristo, ilumina a todo hombre que viene a este mundo (2). Porque fue Ella quien al engendrarle en el seno de su virginidad, como estrella que produce el rayo sin corrupción alguna, ilumina al universo mundo, según dice el mismo Santo, que sigue a san Juan en su evangelio.

María, añade también san Bernardo, es la estrella clara y brillante que, colocada encima de este mar vasto y profundo, resplandece por sus méritos y refulge con sus ejemplos.

Vosotros, sin duda, estáis necesitados de luz durante la vida presente, por hallaros de continuo en ella como en mar proceloso y en peligro para la salvación. Recurrid a María: Ella os iluminará, y os ayudará a conocer la voluntad de Dios sobre vosotros; porque, participando María en la luz de Jesucristo su Hijo, venido al mundo para iluminar a todos los hombres - si bien bastantes no le conocieron - es Ella misma, a su vez, " luz que alumbra en las tinieblas " (3).

Pedidla, pues, a menudo que os ilustre el entendimiento y le haga dócil a la verdad; ya que, conociéndola Ella perfectamente, le es fácil, a un tiempo, dárosla a conocer, y comunicaros la inteligencia de lo que vosotros, que sólo sois tinieblas, no podéis discernir.

El camino del mundo que habéis de recorrer, está sembrado de peligros; por eso necesitáis un guía que os ayude a andarlo con seguridad. No podréis encontrar ninguno mejor que la Santísima Virgen: Ella es purísima, interior y exteriormente; y los santos la llaman tesorera de las gracias, las cuales pone Dios en sus manos para que nos las comunique. María conoce todos los senderos, o sea, todos los medios para poneros a salvo de los estorbos que en el camino se encuentran.

De ahí que sea provechosísimo dejarse guiar por María: " Siguiéndola - dice san Bernardo - no es posible extraviarse; pensando en Ella, no puede salirse del recto camino; invocándola, es imposible desesperar de venir a buen término. Cuando Ella ayuda y sostiene, nadie tema caer; cuando Ella ampara, nada ha de infundir pavor, y cuando Ella conduce, no hay fatiga que canse. En los peligros, en las sendas angostas o inseguras, pensad en María, invocad su sagrado Nombre, e inmediatamente hallaréis alivio a todos vuestros pesares "

¡Ah, felices vosotros, si tenéis devoción a la Virgen Santísima y con facilidad recurrís a su santo Nombre; por su sola invocación, podéis consideraros seguros, no obstante todos los escollos que se encuentran en el difícil camino de la vida!

No basta navegar seguro; hay que llegar al puerto; si esto no se consigue, el camino andado resulta del todo inútil, pues no se alcanza el fin pretendido.

La Virgen Santísima, estrella del mar, os conducirá a buen puerto sin dificultades: Ella lo conoce muy bien, y asimismo los derroteros que han de seguirse para alcanzarlo. Los conoció para Si, supo seguirlos y llegar segura al término. Como tenía cabal conocimiento de las vías de Dios, y se vio prodigiosamente prevenida de la gracia; ésta la introdujo en el recto camino, y le dio a gustar cuán felices son todos aquellos que por la gracia se dejan conducir, según maravillosamente lo expone el autor de la " Imitación de Jesucristo " (4).

No estamos en el mundo si no es para salvarnos; todos los medios para conseguirlo los encontraremos en el seno de la Santísima Virgen, donde Jesucristo residió, que fue por Él santificado al dignarse escogerlo por morada, y en el que ha depositado la plenitud de sus gracias, capaces, no sólo de embalsamar en toda su plenitud el alma de la Santísima Virgen; sino también de iluminar, animar y abrasar los corazones de cuantos acuden a Ella, invocando su dulce Nombre.

Ejercitaos en tal devoción; pedídsela a Dios en este santo día y recordad e invocad a menudo tan bendito Nombre, con todo el respeto y veneración que le son debidos.

165. PARA LA FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

14 de septiembre

La festividad que hoy celebra la Iglesia se estableció primeramente como consecuencia del extraordinario honor que empezó a tributarse a la santa Cruz de Jesucristo, y de la mucha gloria con que la veneraron los fieles del mundo entero, tan pronto como siguió descubrirla santa Elena, madre del emperador Constantino.

Pero esta fiesta alcanzó aún mayor solemnidad cuando el emperador Heraclio llevó en triunfo la santa Cruz sobre sus hombros hasta Jerusalén, y la repuso en el lugar mismo del Calvario, donde Jesucristo fue clavado en ella.

Debemos asociarnos al gozo que muestra hoy la Iglesia al honrar este sagrado madero, y despertar en nos otros los sentimientos de san Pablo cuando decía que es menester gloriarse en la cruz de Jesucristo (1).

Hasta tenemos que poner toda nuestra gloria exclusivamente en ella, fijando los ojos en Jesucristo, nuestro divino maestro, que puso la suya y toda su felicidad en padecer y morir en la cruz, despreciando la vergüenza y la ignominia que la acompañaban (2), como dice también el Apóstol. Porque esa cruz santa, tan venerable desde entonces para los cristianos, era antes, según el mismo san Pablo, motivo de escándalo para los judíos, y pareció locura a los gentiles (3).

Si los Apóstoles, como continúa afirmando san Pablo, tuvieron a gala predicar en toda la tierra a Jesucristo crucificado (4), porque hacían profesión de no saber otra cosa que al mismo Jesús crucificado (5); -muy al contrario de inutilizar la cruz de Jesucristo, " que es para nosotros la virtud y el poder de Dios " (6), pasemos este día y lo que reste de nuestra existencia manifestando sumo respeto y profunda adoración a este Misterio sagrado que, según prosigue diciendo el Apóstol, " quedó oculto antes de Jesucristo para gloria nuestra, la cual los príncipes de este siglo no han tenido la ventura de conocer " (7), no obstante ser la cruz el instrumento de nuestra salvación y habernos merecido la vida de la gracia y nuestra resurrección.

No conviene que el honor tributado a la cruz del Señor se limite a venerarla y adorarla; es preciso que, además, la amemos con todo el afecto del corazón, y apetezcamos morir clavados en ella, como lo deseó Jesucristo, nuestro divino maestro. Pues, según afirma el autor de la " Imitación ", quienes se abrazan de buen grado a la cruz de Jesucristo, no temerán la terrible sentencia de condenación (8).

Libres del pecado por su medio, no la hemos de temer nosotros; sino al contrario, abrigar la confianza de que, si amamos la cruz en unión con Jesucristo, que la amó tiernamente y la llevó con sumo gozo, todas las miserias de la vida presente nos parecerán dulces y gratas, y nosotros conseguiremos la verdadera felicidad, por haber hallado el paraíso en la tierra, mediante la participación en el espíritu paciente de Jesucristo; quien, según san Pablo, nos reconcilió por su muerte en la santa cruz, para hacernos santos, sin mancilla e irreprensibles delante de Dios (9).

Consideremos, pues, atentamente cuán deudores somos a este sagrado madero que así ha contribuido a nuestra santificación; e, impulsados por el celo de un amor fervoroso, levantémoslo hasta juntarlo a Jesucristo, que sigue amándolo al presente, porque ama nuestra salvación, y continúa complaciéndose en haberlo llevado para santificarnos.

Cuando, pues, os acosen las aflicciones, uníos a Jesucristo paciente y, ya que os contáis entre sus miembros amad su cruz. Esa unión y ese amor endulzarán vuestras penas, y os las tornarán mucho más tolerables.

Todos los honores externos e internos que podamos tributar a la cruz del Salvador serán para nosotros de poco provecho, si no la honramos también llevando constantemente, " como buenos y fieles servidores, las cruces que el mismo Jesús, nuestro maestro " se digne imponernos (10), recordando que Jesucristo tuvo a bien morir crucificado por nuestro amor.

Como dice muy oportunamente Minucio Félix, si bien exige de nosotros Jesucristo que adoremos su santa cruz, no es eso lo que con más insistencia nos pide; sino que " bebamos gustosos el cáliz que Él bebió " (11), para poder contar en el número de sus amigos y tener parte con Él en su reino.

Pongamos toda nuestra gloria, como san Pablo, en llevar en nuestros cuerpos las señales sagradas de los padecimientos de Jesús (12); a fin de hacernos conformes a Jesucristo crucificado, y honrar su santa cruz del modo que a Él le sea más agradable, y a nosotros más eficaz y provechoso.

Si estamos en lo cierto al pensar que toda " la vida de Jesucristo fue cruz y martirio continuos " (13); nunca pareceremos mejor sus siervos, amigos e imitadores que imprimiendo en nosotros el sello de su santa cruz, y soportando aflicciones semejantes a las suyas.

¿Cómo osaríamos buscar otra senda - para conseguir agradar a Dios, honrarle y ofrecerle sacrificios que le sean gratos - distinta del bienaventurado camino de la cruz; puesto que " Jesús nuestro Salvador no pasó ni una hora de su vida sin dolor " con que honrar a su Padre (14), ni ha habido santo en el mundo sin aflicción y sin cruz?

166. PARA LA FIESTA DE SAN CIPRIANO

16 de septiembre

Cuenta san Cipriano entre los más ilustres Padres de la Iglesia y los más celosos en mantener su disciplina, la pureza de la fe y las máximas de Jesucristo. Pagano y muy docto, fue convertido por un sacerdote, llamado Cecilio, a quien amó tiernamente y honró siempre en lo futuro como a padre.

Antes de recibir el bautismo, había estudiado la sagrada Escritura hasta empaparse en las máximas aprendidas en ella, no menos que en el espíritu católico. Una vez bautizado, vendió todos sus bienes, distribuyó el importe a los pobres, y formó el propósito de guardar continencia. De modo que, no bien comenzó a ser cristiano, vivió desprendido de las riquezas y despegado del afecto a todos los bienes y a todos los placeres terrenales; o sea, procedió como cristiano perfecto.

Parece, pues, evidente que, desde los comienzos de su nueva vida, fue ya este Santo cabalmente virtuoso y tuvo su corazón lleno en plenitud del espíritu de Jesucristo; supuesta tal disposición, no podía menos de practicar excelentes virtudes. Era, pues, para todos motivo de edificación por su vida santa, como lo era de admiración por sus conocimientos y habilidad en las bellas letras. Viose así este Santo en condiciones de producir señalados frutos en la Iglesia.

En vuestro estado necesitáis conocer bien las máximas del santo Evangelio, tanto para trabajar en vuestra santificación como para contribuir a la del prójimo. ¿Os conformáis con ellas, a imitación de este Santo? ¿Habéis renunciado, como él, a los bienes y placeres de la vida?

De ordinario, no tenéis a mano comodidades ni caudales terrenos y, así, no podéis disfrutarlos; pero, con frecuencia, quienes más ardientemente los desean son los menos favorecidos con su posesión; ¿no contáis, tal vez, vosotros entre ellos? Su sola carencia no basta, a menos que sea voluntaria y nacida del corazón. Por eso, no dice sencillamente Jesucristo: Bienaventurados los pobres; sino los pobres de espíritu (1). Este espíritu de pobreza no es menos raro, muchas veces, en las comunidades que en el siglo.

Vivía san Cipriano tan santamente, que pronto fue ordenado sacerdote y, casi al punto, por elección de todo el pueblo, obispo de Cartago. Huyó él para impedirlo, pero le fue forzoso al fin abrazarse con esta dignidad.

Desde entonces, alumbró a toda la Iglesia con sus excelentes escritos, y durante la persecución, trabajó incansablemente para sostener a los vacilantes en la fe. Desplegó celo admirable en instruir a su pueblo, y tuvo cuidado particular de los necesitados.

Cuando alguno se hace pobre voluntario por imitar a Jesucristo; ama, como Él también los amó, a los que Dios ha hecho pobres.

Vosotros tenéis que enseñar diariamente a los niños indigentes; amadlos con ternura, como san Cipriano, siguiendo en este particular el ejemplo de Jesucristo. Preferidlos a los que no lo son, pues no dice Jesucristo: " Se anuncia el Evangelio a los ricos, sino a los pobres " (2). De ellos ha querido, además, encargaros Dios a vosotros, y a ellos tenéis obligación de anunciar las verdades del santo Evangelio.

Los pobres eran quienes, más de ordinario, seguían a Jesucristo nuestro Señor, y ellos son también los mejor dispuestos a conformarse con su doctrina, porque hallan en sí menos obstáculos exteriores para practicarla.

Nadie deja de reconocer que este Santo aventajó a todos los obispos de su tiempo en ciencia y elocuencia, no menos que en prudencia y humildad.

Vosotros, a su ejemplo, debéis conocer a fondo la religión; pero tenéis que dar pruebas también, por vuestra cordura y piedad, de que vivís penetrados de ella.

San Cipriano, que trabajó incansablemente por la Iglesia, hubo de soportar males sin número a causa de su celo y del amor que la profesaba. Durante la furiosa tempestad que en su tiempo estalló contra los fieles, pidieron los paganos que fuera el Santo expuesto a los leones. Por de pronto, se le proscribió, y todos sus bienes le fueron confiscados de una vez. Se ocultó, con el fin de seguir auxiliando a su pueblo y a la Iglesia; pues parecía necesario que continuara aún en vida, para afianzar a su grey en tan dura persecución.

Permaneció así dos años oculto, aliviando sin cesar las necesidades de sus diocesanos, y escribiéndoles cartas y tratados llenos de amor de Dios. Transcurridos esos dos años de retiro, volvió a Cartago, muerto ya el emperador Decio; mas, poco después de su llegada, los emperadores Valeriano y Galiano volvieron a condenarle a proscripción. Y, al regresar de ésta, ordenó el procónsul que fuera decapitado.

Así dejó el Santo el destierro de esta vida, después de haber tenido que padecer durante tanto tiempo por consolidar la Iglesia de Jesucristo.

Una de las cosas que más contribuyen a imprimir en los corazones las verdades del Evangelio y a aficionarlos a ellas es observar que quienes las predican como ministros de Jesucristo y dispensadores de sus misterios (3), padecen gustosos las persecuciones y practican lo que dice san Pablo: Nos maldicen y bendecimos, padecemos persecución y la sufrimos con paciencia, nos ultrajan y retornamos súplicas, somos tratados como las heces del mundo y no nos dejamos abatir por nada (4).

¿Os halláis vosotros en tales disposiciones? Os es necesario, si es que intentáis producir fruto en el empleo.

167. PARA LA FIESTA DE SAN MATEO, APÓSTOL Y EVANGELISTA

21 de septiembre

Lo más admirable en la vida de san Mateo es la fidelidad con que siguió a Jesucristo, tan pronto como le llamó. Era en Cafarnaúm, ciudad de Galilea (*), recaudador de las contribuciones del emperador. Jesucristo, que predicaba allí por aquel entonces su Evangelio, pasó un día ante la puerta donde moraba san Mateo, y éste, dejando al punto el despacho y cuanto tenía, si guió a Jesucristo (1).

Para demostrarle la alegría y agradecimiento por su conversión, le invitó a un gran convite en su casa, don de se hallaban también muchos publicanos y pecadores (2); los cuales, según san Jerónimo, fueron convertidos por el Señor.

La conversión de san Mateo es muy excepcional, y reveladora del poder de la gracia y de los efectos que en las almas ésta produce. Es cierto que la palabra de Jesucristo se mostró eficaz en la vocación de todos sus Apóstoles; pero, como la mayoría eran pescadores pobres, extraña menos que siguieran fácilmente a Jesucristo. No fue ése el caso de san Mateo, que tenía bienes y vivía con holgura.

¿Habéis seguido vosotros a Jesucristo con la prontitud de san Mateo, quien a la primera palabra y al instante, renunció a sus negocios, sin pedir tiempo ni haberlo tenido para ponerlos en orden? ¡Cuántas veces se ha visto, quizás, el Señor en la precisión de llamaros!

¿No habéis respondido a menudo como san Agustín: Mañana, mañana me convertiré? ¿No lo decís aún ahora cada día? ¿Lo habéis dejado todo desde lo profundo del corazón? Quizás algunos de nosotros no han tenido nada que dejar, como los primeros Apóstoles. Por eso les ha resultado fácil. Con todo, ¿no buscamos nuestros gustos y comodidades? Esto es indigno de un siervo de Dios que ha debido renunciar al mundo y a todas las cosas.

San Mateo se mantuvo fielmente adicto a Jesús desde su conversión hasta el fin de su vida, dice san Jerónimo, y eso le valió ser elegido como uno de sus Apóstoles, para predicar con Él y después de Él su Evangelio, y para escribirlo el primero de todos, en la misma lengua en que Jesucristo lo había predicado; es decir, en siríaco, que era un hebreo corrompido.

No es posible imaginar ni cuánto es el amor que profesa Jesucristo a quienes lo dejan todo por Él, ni cuántas gracias les otorga, tanto para ellos como para los demás. Por tener su corazón vacío de las cosas del mundo, Dios se lo llena de su Espíritu Santo, como hizo con san Mateo; pues, cuanto más se deja de lo externo, más se recibe de Dios interiormente.

No os aficionéis sino a Jesucristo, a su doctrina y a sus santas máximas; ya que Él os ha honrado escogiéndoos, con preferencia a tantos otros, para anunciarlas a los niños sus predilectos.

Estimad mucho vuestro empleo, que es apostólico, y estudiad con aplicación el evangelio de san Mateo, en el que se contienen las máximas más santas de Jesucristo, y los principales fundamentos de la piedad cristiana. Cuanta mayor diligencia pongáis en ello, tanto más doctos seréis en la ciencia de los santos, y en mejor disposición os hallaréis para comunicarla a los prójimos.

Este santo Apóstol dio comienzo a la predicación del Evangelio al mismo tiempo que los demás. Le cupo en suerte Etiopía, donde progresó tanto la fe, que se convirtieron el rey y toda su familia.

Pero, muerto éste, el príncipe que le sucedió intentó desposarse con la hija de su predecesor, llamada Ifigenia; y, como ésta hubiera hecho voto de castidad, se negó a ello. El rey pretendió forzar a san Mateo para que persuadiese a la princesa que le tomara por marido, no obstante su voto; mas, san Mateo la instó, al contrario, a permanecer firme en su resolución.

Por esta causa, aquel bárbaro le condenó a muerte: de ahí que se haya llamado a este Santo " víctima de la virginidad ". Antes de morir, había convertido casi toda la nación a la fe de Jesucristo.

Cuando se pretenda inducir al mal a vuestros discípulos, confirmadlos vosotros en la práctica del bien. Y no esperéis otra recompensa por el fiel cumplimiento de vuestra obligación en el empleo, que padecer persecuciones, injurias, ultrajes, maldiciones, y que se diga con mentira toda suerte de mal contra vosotros; como escribió san Mateo, y como él mismo experimentó

Alegraos entonces, añade el mismo Santo, y estremeceos de gozo, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos; pues, del mismo modo persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros " (3).

Tened por seguro que tales persecuciones atraerán con abundancia las gracias de Dios y sus bendiciones sobre vuestro empleo.

168. PARA LA FIESTA DE SAN YON (*)

22 de septiembre

San Yon tuvo la suerte de ser discípulo de san Dionisio, de heredar su espíritu y de participar en sus virtudes y gracias, tanto interiores como exteriores. Y, pues san Dionisio había recibido de Dios, por mediación de san Pablo, muchas luces tocante a las verdades del Evangelio, le cupo a san Yon por ello la fortuna de contar entre los varones más esclarecidos en su tiempo.

Celoso san Dionisio del progreso de la Iglesia y de la propagación de la verdad cristiana, y no pudiendo adoctrinar por sí a todos los pueblos del país en que vivía, los cuales se hallaban faltos de la necesaria instrucción; suplió a ello sirviéndose de san Yon, uno de sus discípulos, a quien hizo partícipe de sus luces. Este tomó a su cargo el predicar la fe en algunos pueblos de aquella comarca.

¡Qué suerte la de este Santo haber tenido como maestro a san Dionisio; ya que, dirigido por él, aprendió perfectamente las verdades de la religión, y la práctica de las virtudes cristianas, en las que san Dionisio le educó, tanto con sus frecuentes instrucciones, como por el ejemplo continuo y luminoso de su vida!

¡Ah! ¡Cuán provechoso resulta recibir la educación de maestros hábiles en lo relativo, tanto a las verdades de la fe como a la práctica de la virtud! Seámoslo nosotros respecto de aquellos que debemos instruir, y hagámonos tales por nuestras obras, cuales deseamos que ellos sean por las suyas.

Ordenado sacerdote, se dedicó san Yon a predicar el Evangelio por las regiones que rodean a París; y, como estaba colmado de gracias y del espíritu de Dios, fue convirtiendo a muchos. No debe esto maravillarnos, pues se había preparado al ministerio, como su maestro san Dionisio, por el retiro, y se disponía diariamente a ejercerlo con la oración.

No ignoraba que sólo a Dios corresponde mover y convertir los corazones, y que él era sólo la voz que clamaba ante el pueblo para que se volviera a Dios y le reconociera como su verdadero Señor; por eso acudía con frecuencia a El para pedirle la gracia de que su palabra fuese eficaz, como lo había sido de modo tan admirable, la de los santos Apóstoles.

Los pueblos evangelizados por san Yon eran gente ruda del campo, de ahí que se aplicara, sobre todo, a enseñarles el catecismo, a darles el conocimiento de Dios y de los misterios principales de la religión, y a facilitarles la guarda de los divinos mandamientos.

Agradezcamos a Dios el habernos dado por patrono de esta casa (**) a un Santo que se honró ejerciendo en los orígenes de la Iglesia, las mismas funciones que debemos desempeñar nosotros todos los días; y que trabajó con ardentísimo celo en convertir los pueblos infieles, por no tener otra mira que hacer de ellos el pueblo de Dios.

Tratemos de imitar esa diligencia y de tener las mis mas intenciones del Santo al desempeñar nuestro empleo, que no es distinto del suyo; o sea, enseñar el catecismo a los niños pobres y faltos, muchas veces, de educación.

El celo de san Yon por la religión verdadera, y el sinnúmero de conversiones que obraba, irritaron de tal modo a los idólatras que poblaban por entonces el país, y cuyos reyes vivían en la misma ceguera de sus súbditos; que no perdonaron medio alguno para contrarrestar el fruto producido por él en las almas, y para frustrar el designio que acariciaba de establecer en la comarca la religión de Jesucristo.

Mas vieron que, ni los disgustos que le ocasionaban ni las amenazas que le hacían eran capaces de amenguar el celo de san Yon, y que nada de cuanto propalaban contra él en los pueblos que instruía era suficiente para impedir que oyeran atenta y dócilmente su doctrina. Y es que el Santo les enseñaba, más que por sus palabras, con el ejemplo de su vida, la cual resultaba para ellos espada de dos filos que, como dice san Pablo, pone la división entre la carne y el espíritu (1).

Entonces los idólatras prendieron a san Yon, le azotaron cruelmente y, después, le cortaron la cabeza. Ésa fue, en el mundo, la recompensa de todos sus trabajos apostólicos.

Si no tenéis vosotros motivo para esperar el mismo galardón, aunque vivís en el mismo reino, porque al presente está poblado de católicos; preparaos, al menos, para recibir el que os promete el Evangelio; a saber, ser perseguidos.

Estimaos muy felices por ello, a fin de conformaros con esta enseñanza de Jesucristo nuestro Señor a sus discípulos: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, os arrojen de su presencia, os injurien, y aborrezcan hasta el nombraros, a causa del Hijo del Hombre; porque del mismo modo trataron a los profetas y predicadores del Evangelio (2).

169. PARA LA FIESTA DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL

29 de septiembre

San Miguel es uno de los arcángeles, y el príncipe de todos los ángeles que permanecieron fieles a Dios. El es quien, por el celo de la gloria divina, se unió al grupo de los ángeles buenos, para luchar contra Lucifer y sus secuaces que, deslumbrados por las perfecciones y gracias con que Dios les había distinguido, se rebelaron contra El.

Si se negaron éstos a obedecer las órdenes de Dios, fue por no considerar debidamente cuán por encima de ellos se hallaba Quien había creado todo lo grande que en ellos resplandecía, y cómo es infinitamente más digno que ellos de honor y de gloria. En su increíble ceguera, resistieron a san Miguel, encargado por Dios de ilustrarlos con sus luces, y convencerlos de que nadie es comparable a Dios, pues sólo a Dios, como dice san Pablo, son debidas la honra y la gloria, en los siglos de los siglos (1); y de que todas las criaturas, sean cuales fueren, son nada por sí mismas y deben abismarse y anonadarse delante de Dios, a vista de la divina gloria y majestad.

Este rayo de luz que Dios imprimió por Sí mismo en san Miguel, y el solo aspecto del Arcángel fue lo que confundió a aquellos desventurados espíritus, que se trocaron desde ese instante en tinieblas, y se vieron relegados a un lugar lóbrego y sombrío, por haberse empeñado en cerrar los ojos a la verdadera luz.

¿Resistiremos siempre nosotros a las luces de la gracia, que nos apremia a dejarlo todo por Dios, y a buscar sólo en El nuestra verdadera felicidad, aun en la vida presente?

Animado el santo Arcángel de aquel sentimiento de fe, que le servía de escudo contra los ángeles malos; consiguió la victoria pronunciando estas palabras: ¿Quién como Dios?, al mismo tiempo que glorificaba al Altísimo gritando con los suyos: Digno eres, oh Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poderío, por que Tú creaste todas las cosas (2). Ahora es el tiempo de la salvación, de la potencia y del reino de nuestro Dios, porque ha sido precipitado del cielo el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche, ante la presencia de nuestro Dios (3).

Desde este momento, a todos los santos Ángeles les fue asegurada la gloria eterna, que nunca se ha menoscabado en ellos, ni jamás podrá padecer la más insignificante alteración.

¡Qué felicidad para el santo Arcángel ser el primero de los bienaventurados espíritus que tienen como única ocupación alabar a Dios en el cielo, y haber contribuido, por su celo y su respeto a Dios, a que empezara a poblarse el paraíso!

Honrad a este gran Santo como al primero que dio gloria a Dios, e hizo que le glorificasen las criaturas, y tributadle la honra que tiene merecida por haberse mostrado tan adicto a su Creador.

Uníos a él y a todos los espíritus bienaventurados que le acompañan en la gloria, y tomad ejemplo de ellos para descubrir lo que habéis de hacer vosotros por Dios. Pensad con frecuencia en las palabras que les alentaron en el combate contra los demonios - ¿Quién como Dios? -; ellas os infundan ánimo en todas las tentaciones. Decíos cuando alguna os acometa: " El placer que pudiera yo disfrutar siguiendo este atractivo de la concupiscencia, ¿puede asemejarse al que se experimenta en gozar de Dios? "

San Miguel sigue glorificando a Dios de continuo, por los bienes que alcanza a los cristianos, y por las gracias que les procura; pues ha sido declarado por Dios Protector de su Iglesia, a la que afianza y defiende contra sus enemigos.

¿No fue él, efectivamente, quien por orden de Dios, mató a ciento ochenta mil hombres del ejército de Senaquerib, para favorecer al rey Ezequías (4); quien, según refiere san Judas, disputaba con el diablo para hacerse dueño del cuerpo de Moisés (5), y quien, como canta la Iglesia, ha sido designado por Dios para recibir las almas de los justos, a su salida del cuerpo, y conducirlas al cielo lo antes posible?

Él es también quien defiende a la Iglesia, como a la muy amada de Dios, contra los cismas y las herejías que, de cuando en cuando, la turban y se oponen a la sana doctrina.

Unámonos, pues, al Príncipe de los ángeles, imitando su celo, tanto por nuestra salvación, como por la de todos los cristianos; fiémonos a su custodia; descansemos en su ayuda, y seamos dóciles a su voz interior, a fin de que, cuantos medios nos ofrezca Dios por él, en orden a la salvación eterna, resulten eficaces, porque de nuestra parte no pongamos obstáculo alguno a su ejecución.

Pedid con frecuencia a san Miguel que se digne amparar a esta reducida familia o, como se expresa san Pablo, a esta iglesia de Jesucristo, que es nuestra Comunidad, y que le otorgue la gracia de mantener en sí el espíritu de Jesucristo y, a todos sus miembros, los auxilios que necesiten para perseverar en su vocación e infundir el espíritu del cristianismo en todos aquellos de cuya educación están encargados.

170. PARA LA FIESTA DE SAN JERÓNIMO

30 de septiembre

Estuvo dotado san Jerónimo de clarísimo ingenio y ciencia extraordinaria. Dedicóse primero a las disciplinas humanas; pero, al comprobar que, lejos de darle el gusto de Dios, más bien le apartaban de Él, renunció a ellas y no escatimó fatigas, trabajos, gastos ni diligencias para instruirse en la sagrada Escritura y alcanzar perfecto conocimiento de todos los misterios en ella contenidos.

De los sagrados Libros manan todos los tesoros de la ciencia y sabiduría de Dios. Esos divinos Libros son los que tienen que devorar (1) hasta saciarse, en expresión del profeta, los verdaderos servidores de Dios; para poder comunicar y exponer los secretos que en sí encierran a quienes, por deber y de parte de Dios tienen que instruir y educar en la verdad cristiana, como hizo san Jerónimo.

Pues desde todas las regiones del mundo se le consultaba sobre las dificultades que presenta la sagrada Escritura, las cuales él había examinado con tanta profundidad, que las soluciones por él ofrecidas no dejaban sombra de duda en los que a él acudían para resolver las. Así ilustró este Santo a la Iglesia con las luces que Dios le comunicó.

Para recibirlas en mayor abundancia, se sustrajo al bullicio del mundo; de modo que los estorbos seculares no le impidieran ahondar en las verdades santas que ha querido Dios revelar a los hombres.

Si queréis henchiros vosotros del espíritu de Dios, y de todo punto capacitaros para el empleo, centrad el estudio en los Libros sagrados de la Escritura, particularmente en el Nuevo Testamento, a fin de que sean norma de conducta, tanto para vosotros como para aquellos que instruís.

San Jerónimo recorrió casi el mundo entero para conferir con los hombres más ilustres de su tiempo y, especialmente, con los más expertos en la ciencia de las sagradas Escrituras. Hasta que se encontró en Atenas con san Gregorio Nacianceno, el cual le dijo: " Para conocer debidamente la sagrada Escritura ha de empezarse por practicarla ".

Siguiendo el consejo de este gran Santo, a quien, desde entones san Jerónimo tuvo por maestro, se retiró inmediatamente al desierto de Siria, para darse a vida santa y penitente. Enseguida de llegar allí, entregó se a la oración, a la meditación de la sagrada Escritura y a la práctica de cuanto en ésta se aprende. Velaba también y ayunaba de continuo, apartado de todo trato con el mundo.

Entonces comprendió sólidamente lo que dice san Pablo, que la ciencia, algunas veces, hincha, y que la caridad edifica; que si alguno se imagina saber algo, desconoce aún cómo lo debe saber (2); pero que, si alguno ama a Dios, es conocido y amado de Dios (3).

" ¿Qué aprovecha la ciencia sin el temor de Dios ", dice el autor de la Imitación (4). " ¿Qué te aprovecha, añade, disputar sutilmente acerca del misterio de la Santísima Trinidad si, falto de humildad, la desagradas? " (5).

En aquella soledad vivió san Jerónimo como en un paraíso: allí aprendía a despreciarse, y a no estimar cosa alguna de la tierra.

Vosotros estáis obligados a saber para enseñar; mas convenceos de que aprenderéis mejor el Evangelio meditándolo que sabiéndolo de memoria.

San Jerónimo se empeñó con todas sus fuerzas en luchar contra los herejes, para defender a la Iglesia. Verdad es que, siendo sacerdote, se mostró tan humilde que no se decidió a ejercer ninguna de sus funciones en cuanto tal, por considerarse de todo punto indigno. A pesar de ello, en su calidad de ministro de Dios, fue utilísimo a la Iglesia, y la defendió contra los asaltos de que la hacían objeto sus enemigos; los cuales con tanto más encono maquinaban su ruina, cuanto no había aún conseguido la extensión y gloria externa que alcanzó más tarde.

Dio este Santo pruebas de tal vigor, tanto celo y aun tal copia de gracias para combatir a los herejes, que éstos le consideraban como su azote, y no se atrevían a medirse con él; pues las razones que aducía para deshacer sus argumentos eran tan sólidas y contundentes, que con facilidad les convencía de error. La penitencia y la oración, junto con la penetración natural de su excelente ingenio, le colocaron en tales disposiciones.

Así ejerció este Santo su ministerio de sacerdote de Jesucristo; porque, si bien hay diversidad de dones sobrenaturales, dice san Pablo, el Espíritu, que distribuyo las gracias a todos, es uno mismo; hay también diversidad de operaciones sobrenaturales, pero el mismo Dios es el que obra en todos... Así, uno recibe del Espíritu Santo el don de hablar con profunda sabiduría; otro, el don de hablar con ciencia...; a éste le da el don de profecía; a aquél, la discreción de espíritus; a quién, el don de hablar varias lenguas; a quién el de interpretar las palabras...; a unos, el don de gobernar; a otros, el de asistir a los hermanos (6).

De modo que, quienes han sido destinados a promover el bien de la Iglesia, lo han sido de formas diferentes.

Vosotros pedid hoy, por intercesión de san Jerónimo. alguna participación en la gracia que Dios le otorgó para utilidad de la Iglesia, y poneos en condiciones de trabajar dentro de ella según el don que os es peculiar.

Amad, como él, el retiro y la oración: ése será el medio de haceros útil a la Iglesia.

171. PARA LA FIESTA DE SAN REMIGIO

1 de octubre

San Remigio nació como por milagro, de madre que no estaba ya en edad de tener hijos. Fue desde su infancia la admiración de todos, tanto a causa de la agudeza de su ingenio, como por su cordura y piedad. Para fortalecer en sí la virtud, renunció de todo punto al siglo siendo aún muy joven y, encerrado en una celda llevó vida muy penitente.

Así prepara Dios a los hombres que destina a grandes empresas: sirviéndose del retiro y la oración. Por que en la soledad y completa separación de las criaturas, es donde se aprende a perder el gusto y a desasirse de todo lo que deleita a los mundanos; y, como consecuencia, a conversar con Dios, el cual se comunica de buena gana a los hombres que halla despegados de todo, pues Él gusta de hablarles de tú a tú. Y cuanto más vacío encuentra su corazón de lo terreno, tanto mejor se da a conocer a ellos, y los llena de su espíritu.

Eso le ocurrió a san Remigio: fue tan favorecido de Dios en su soledad, que el brillo de sus virtudes le mereció pronto extraordinaria reputación.

No que haya de buscarse ni desearse la nombradía en este mundo; sino la plenitud del espíritu de Dios, para vivir según su peculiar estado, y desempeñar bien el propio empleo.

Estad seguros de que no alcanzaréis esa plenitud de espíritu divino más que acudiendo al retiro y la oración; por eso, debéis amar el primero y aplicaros con mucho fervor a la segunda.

La general estima que san Remigio se había granjeado por su piedad, produjo tal impresión en los pueblos circunvecinos, que le arrancaron de su celda para consagrarle arzobispo de Reims, aunque sólo tenía entonces veintidós años. 1~1 hizo cuanto pudo para oponerse a la elección; pero el lustre de sus virtudes impresionaba más vivamente a aquellos pueblos, que todas las resistencias del Santo; de modo que no cambiaron de propósito.

San Remigio demostró celo muy ardiente por el bien de la Iglesia, en el desempeño de su cargo episcopal; y nada omitió de cuanto pudiera contribuir a procurarlo.

Ese es el fruto que ordinariamente trae consigo la vida retirada: cuantos en ella se han llenado del amor divino, buscan pronto manera de comunicarlo a otros si, por el bien de la Iglesia, Dios les obliga a tratar con el mundo. Entonces, esos hombres extraordinarios, totalmente llenos del espíritu de Dios, se aplican con toda la diligencia posible a dar a conocer y gustar a los otros cuanto ellos sienten en sí y, arrastrados del celo que los impulsa, ayudan eficazmente a muchas almas para que se entreguen a Dios.

El empleo que vosotros ejercéis exige mucho celo; mas éste resultaría de poca utilidad, si no produjera su efecto, y no podrá en realidad producirlo si no es el fruto del amor de Dios, residente en vosotros.

El mayor bien que san Remigio obró en la Iglesia, durante su episcopado, fue la conversión y bautismo del rey Clodoveo, a lo que también contribuyó, por sus oraciones y solicitud, santa Clotilde. Otro bien fue el haber procurado la salvación a varias provincias de este reino; tanto, que causó admiración al papa, quien le felicitó por ello, junto con todos los santos obispos de aquella época.

Cuando un hombre llamado a trabajar en la salvación de las almas ha logrado, como san Remigio, llenarse de Dios y de su espíritu en la soledad, lleva a feliz término en su empleo todo cuanto emprende. Nada es capaz de resistirle; ni Dios siquiera - por decirlo así -, como se mostró en Moisés; el cual, en cierto modo, exigió " que Dios ejecutase lo que de Él solicitaba en favor del pueblo que le tenía confiado " (1).

¡Qué gloria, delante de Dios y de los hombres, para san Remigio, el haber contribuido a cristianizar en tal medida a tanto número de franceses, y haber procurado a Jesucristo adoradores allí donde antes no se le conocía!

Vuestro empleo no pretende hacer cristianos a vuestros discípulos, pero sí hacerlos cristianos verdaderos; y eso es tanto más útil, cuanto de poco les serviría haber sido bautizados, si no viviesen conforme al espíritu del cristianismo; mas, para comunicarlo a otros, es menester tenerlo en abundancia uno mismo.

Ved a lo que vuestro empleo os obliga: sin duda, a practicar el sagrado Evangelio. Leedlo, por tanto, frecuentemente, con atención y gusto; sea él objeto de vuestro principal estudio; pero, sobre todo, con el fin de practicarlo.

172. PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

2 de octubre

Admiremos la bondad de Dios y démosle gracias por la merced que nos ha concedido al diputar nos un Ángel para que cuide de nosotros, nos proteja y nos sirva.

No se contentó Dios con habernos dado a su unigénito Hijo que nos librase del pecado, ni con enviarnos su divino Espíritu que nos colmase de sus santas gracias; sino que, a fin de no omitir diligencia alguna que pueda redundar en nuestro interés, y contribuir a mantenernos en la piedad y en su santo amor; nos envía, además, a la tierra los santos Ángeles, " espíritus bienaventurados que gozan de Él en el cielo " (1), para que estén siempre a nuestro lado, nos socorran y nos ayuden en toda clase de vicisitudes.

Les ordena que nos guarden en su nombre y que en todos nuestros caminos (2) nos conduzcan e iluminen, a fin de lograr que caminemos derechamente a la gloria, con seguridad y sin descarriarnos. " Es éste, en verdad, un maravilloso efecto de la bondad de Dios, dice san Bernardo, y uno de los mejores testimonios de su amor ".

Mostrad, pues, por ello vuestra gratitud, observando exactamente cuanto los Ángeles os inspiren.

Los auxilios que de los Ángeles buenos recibimos son muy importantes: nos sugieren muchos pensamientos santos y saludables para allegarnos a Dios; nos incitan a la penitencia de nuestros pecados; presentan al Señor nuestras plegarias; ruegan por nosotros y nos consiguen tantos y tan señalados favores que se hace difícil poderlos declarar.

El real Profeta los resume en pocas palabras cuando dice: Te llevarán en las palmas de sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra (3); es a saber, para que no consintáis quede herida vuestra alma con el menor pecado. Andaréis sobre áspides y basiliscos, y hollaréis los leones y dragones (4); esto es, custodiados por ellos, seremos invulnerables a todos los ataques del demonio.

Nada, por tanto, debemos temer, pues los Ángeles de Dios nos amparan y guían: ellos, dice san Bernardo, " no pueden consentir que la tentación sea superior a nuestras fuerzas; y, en los trances muy difíciles y peligrosos, nos llevarán en sus palmas para ayudarnos a superar las penas y dificultades, sin que de ellas redunde para nosotros daño alguno ".

¡Con qué facilidad superaréis, por consiguiente, todo cuanto se opone a vuestra salvación, teniendo la suerte de ser conducidos de la mano por tales defensores!

¡Cuánta reverencia al Ángel de la guarda deben inspirarnos los socorros que de él recibimos! ¡Cuánta devoción para con él y cuánta confianza en su ayuda tienen que despertar en nosotros! Según san Bernardo, hemos de manifestarle respeto por su presencia; devoción por su benignidad con nosotros; confianza por el esmero con que nos custodia. Tenemos también la obligación de agradecerle la extremada caridad con que obedece al mandato que ha recibido de ayudarnos en tan apremiantes y continuas necesidades.

Siempre que sintamos el acoso de alguna violenta tentación o nos amenace una grave pesadumbre, invoquemos al ,Ángel que nos guarda, nos conduce y tan favorablemente nos socorre en todos los apuros y aflicciones. Elevemos, además, hacia él fervorosas y continuas plegarias, ya que se halla siempre a nuestro lado y dispuesto a defendernos y consolarnos.

Rogad muchas veces también a los .Ángeles Custodios de vuestros escolares, para que, ayudados éstos de su poderosa intercesión, practiquen gustosos y con mayor prontitud y diligencia el bien que les enseñáis.

173. PARA LA FIESTA DE SAN FRANCISCO

4 de octubre

San Francisco amó tanto a los pobres, que les daba gustoso limosna en toda ocasión, y no estaba en su mano rehusársela a ninguno que se la pidiera, porque veía a Jesucristo en sus personas y porque tenía la certidumbre de que el bien que les hacía, a Jesucristo lo hacía.

Ese su amor a los pobres era causa de que el Santo se ocupase en enseñarlos con preferencia a los ricos, pues no ignoraba que así lo habían hecho en la tierra Jesucristo y sus Apóstoles. Por eso dio aquella respuesta el Señor a los discípulos de san Juan, cuando éstos le preguntaron qué debían decir de Él a su maestro: Decidle que yo predico el Evangelio a los pobres (1).

Por fin, ese amor de san Francisco a los necesitados le movía a servirlos en los hospitales de las poblaciones por donde pasaba.

La razón de que el Santo se sintiera tan cautivado por el amor hacia ellos, no fue otra que su empeño en imitar a Jesucristo, el cual tanto gustaba la compañía de los pobres.

En virtud de vuestro empleo, tenéis vosotros encargo de amar a los pobres, pues la función que por él ejercéis se reduce a dedicaros a su instrucción: mirad los, a ejemplo de san Francisco, como imágenes de Jesucristo y como los mejor dispuestos a recibir en abundancia su espíritu. Por tanto, cuanto más los améis, en mayor medida perteneceréis a Jesucristo.

San Francisco no se contentó con amar a los pobres: quiso, además, ser pobre y vivir desasido de las cosas terrenas. Y, para conseguirlo de todo punto, cierto día en que su padre se lamentaba de lo mucho que distribuía a los necesitados, inmediatamente se fue el Santo con él al obispo y, tras de renunciar públicamente ante el prelado a la herencia familiar, dejó desde aquel momento su casa para no volver a vivir en ella.

Se determinó también a privarse en lo sucesivo de todos los placeres y comodidades que pueden gozarse en el mundo; de modo que vivió siempre con tal desapego de lo criado que se veía en la precisión de repetir con frecuencia: Dios mío y todas mis cosas; pues, al que se despoja de todo lo terreno, ya sólo le queda Dios, a quien puede poseer plenamente.

Como en el nacimiento de Jesucristo y en su muerte dolorosa era donde mejor descubría el Santo la perfecta pobreza y el absoluto despojo que practicó Jesucristo tenía devoción particular a esos dos misterios: celebraba todos los años la Natividad de Jesucristo con devoción ardentísima y en la disposición de conformar se a Jesús, nacido y muerto en extrema pobreza.

Aprended de san Francisco a amar la pobreza y a vivir desasidos de todo: cuanto más desligados viváis de las criaturas, mejor poseeréis a Dios y su santo amor. " ¡Cómo! os diréis - según se lo decía san Agustín a si mismo antes de su conversión - ¿esas naderías de tienen y me impiden ser todo de Dios? "

El amor a los padecimientos se adueñó tanto del corazón de san Francisco como el de la pobreza. Considerando lo mucho que Jesucristo había penado por él, no pudo ya resolverse a pasar un. solo instante de su vida sin padecer, desde que dejó el siglo.

Por eso, Jesucristo paciente, modelo de cuantos sufren gustosos por amor de Dios, constituía hasta tal punto las delicias de su corazón, que no le era posible apartar de su pensamiento ni saciarse nunca de contemplar a Jesús en tal estado.

Ayunaba casi el año entero austerísimamente; en invierno andaba muy ligeramente arropado, lo que le hacía padecer mucho frío; pasaba con frecuencia las noches en oración, y tomaba asperísimas disciplinas. En fin, sus austeridades fueron tan rigurosas, que podía decir con san Pablo: Estoy clavado en la cruz con Jesucristo (2).

Por esa razón, mientras oraba cierto día san Francisco, un serafín le imprimió en el cuerpo las sagradas llagas de la pasión. Este favor no le fue otorgado sino después de haberse él sometido a mortificación incesante.

Imitad a este gran Santo en su amor a los padecimientos; haced que vuestro espíritu o vuestro cuerpo tengan siempre algo que padecer. Y esté tan viva la mortificación en vosotros, que os imprima en el cuerpo, por decirlo así, los sagrados estigmas de Jesucristo crucificado.

174. PARA LA FIESTA DE SAN BRUNO

6 de octubre

San Bruno descolló en el mundo como hábil doctor, que enseñaba teología en la Universidad de París y, luego, en la de Reims, donde era canónigo. En el desempeño de aquella función se hizo recomendable en las dos ciudades, tanto por su conducta morigerada, como por su erudición; se veía adornado también de cierta gravedad que le granjeaba el respeto de todo el mundo.

Cuando la piedad se da sola en un hombre, no es de ordinario útil más que para él; en cambio, la ciencia unida a la piedad es lo que hace a los hombres ilustres, utilísimos a la Iglesia.

Tal fue san Bruno, quien se mostró a un tiempo antorcha ardiente y brillante (1): ardiente por su amor a Dios; brillante por las excelentes lecciones que dio a los demás.

Vosotros debéis procurar haceros participes de las gracias interiores y exteriores que adornaban a este gran santo. Participaréis en sus gracias interiores, si adquirís la piedad que corresponde a vuestro estado, merced a la vigilancia que ejerzáis sobre vosotros, a las buenas obras y a las oraciones.

En la medida que os lo exija el deber, participaréis de sus gracias exteriores, si ponéis diligencia en el conocimiento exacto de la doctrina cristiana que habéis de comunicar a los alumnos, y en inspirarles la piedad con saludables enseñanzas.

Sean ambas cosas objeto de vuestra solicitud.

San Bruno no se contentó con la piedad que había adquirido en el estado eclesiástico, por sólida que fuese. Impulsado de la gracia a llevar vida más perfecta, logró persuadir a otros seis compañeros, con quienes se asoció, que se retirasen del mundo con él y, juntos, fueron a morar en un espantoso desierto, donde llevaron vida angelical.

En la quietud de la soledad, ignorado del mundo, ocupado sólo en llorar las propias culpas y en practicar los medios de vivir santamente, es donde se encuentra a Dios y se procura darle gusto; sin que, por una parte, nada dé ocasión a distraerse ni, por otra, se halle cosa alguna que no aliente a inquirir cuanto pueda serle grato. Y eso, porque en ella se vive indiferente a todo lo relativo a la vida de acá, sin preocupación por el propio cuerpo ni por comodidad alguna terrena, puesto que se ha dejado el mundo precisamente para verse libre de todo ello.

Tal fue el modo de vida llevado por san Bruno y sus compañeros, quienes podían decir con san Jerónimo que la ciudad les resultaba tan desapacible como una prisión, y la soledad se les trocaba en paraíso.

Vosotros habéis dicho adiós al siglo, como san Bruno, aunque no os halléis en soledad tan profunda y espantosa; pero ¿habéis renunciado de veras a él? No penséis ya ni en él ni en vuestros parientes. ¿Estáis totalmente hastiados de él, a causa de la vida que allí llevasteis y de lo poco que a Dios servíais? Debéis, ciertamente, teneros por felices de haberlo dejado.

San Bruno y sus compañeros, en el desierto que hoy se llama la Gran Cartuja, tomaron entre sí de común acuerdo tres medios segurísimos para llegarse a Dios: retiro por el resto de sus días, oración casi continua y mortificación en todo. Y unánimemente los emplearon durante toda su vida, para trabajar con eficacia en su santificación.

Lo que de ordinario pierde a los religiosos es la frecuentación del mundo, que los aparta del trato que han de tener con Dios. Dios y el mundo; el espíritu de Dios y el espíritu del mundo no pueden compaginarse entre si, dice Jesucristo en el Evangelio (2); por eso añade que, si se sirve al uno no puede servirse al otro. Tomad, pues, precauciones a este respecto, y no volváis a aficionaros a lo que una vez dejasteis.

La oración atrae las gracias divinas y aleja las tentaciones; merced a ella precisamente, Dios mismo se convierte en fortaleza nuestra contra el demonio. Vosotros necesitáis todas esas ayudas para manteneros en vuestro estado; pues, dejados a vosotros mismos, no sois más que flaqueza. Mirad, pues, no descuidéis la oración, que tanta falta os hace para manteneros e ir creciendo en la piedad.

La mortificación doma el cuerpo y consigue hacerle menos vulnerable a la tentación. Servios, por tanto, de ella a diario, como de escudo contra el demonio.

Si no podéis daros a la práctica de esas tres cosas tan continuamente como san Bruno, practicadlas, por lo menos, con tanta fidelidad y fervor como él.

175. PARA LA FIESTA DE SAN DIONISIO

9 de octubre

Llegado san Pablo a Atenas, ciudad famosa de Grecia, convirtió en ella a buen número de personas, entre las cuales se hallaba uno de los jueces de aquella urbe, llamado Dionisio, ilustre por su nacimiento, y muy esclarecido en las ciencias humanas (1). Se cuenta de él, incluso, que había conocido por el extraordinario eclipse sobrevenido a la muerte de Jesucristo en el Calvario, que tal fenómeno ocurría porque estaba muriéndose el Dios de la naturaleza.

Por eso, cuando san Pablo predicó a los atenienses el Dios desconocido (2), dedujo san Dionisio que éste era el mismo Dios de cuyo advenimiento y muerte la naturaleza había dado señales sensibles. En cuanto san Pablo le descubrió quién era ese Dios, y que sólo Él merece recibir los homenajes del hombre - por ser, según les dijo, quien creó el mundo y todas las cosas en él comprendidas, y el Señor de cielo y tierra, que no hizo a los hombres sino para que le buscaran y procurasen hallarle, y que, además, no está lejos de ellos, porque en El tienen la vida, el movimiento y el ser (3) inmediatamente creyó san Dionisio y dejó el culto de los falsos dioses.

¡Admirable conversión la de este ilustre Santo, que de tanta utilidad ha resultado para la Iglesia, por sus sublimes escritos, no menos que por la predicación del Evangelio! Aunque san Pablo no hubiera convertido más que a san Dionisio, habría procurado, ciertamente, bien incalculable a la Iglesia.

Así se sirve Dios, como vemos por éste y otros Santos, de las luces naturales y de las adquiridas por las ciencias humanas, para traer los hombres a Dios.

Convertido san Dionisio a la fe, respondió con tanta fidelidad a la gracia que, al poco tiempo, se halló en condiciones de enseñar a los otros; por lo cual, se dedicó a la predicación del santo Evangelio. Venido a las Galias, fue obispo de la más importante ciudad del reino, donde predicó de modo tan apostólico que, en crecido número, sus habitantes renunciaron a los falsos dioses y creyeron en Jesucristo.

¡Por cuán venturosos han de tenerse los que recibieron, gracias a san Dionisio, las primicias de la verdadera creencia y del conocimiento del único Dios que debe ser adorado! ¡Qué honra no ha de tributarse a este Santo, sobre todo el día en que la Iglesia solemniza su fiesta! ¡Y cuántas gracias debemos darle por habernos alcanzado tan singular beneficio!

Con todo, de qué poco serviría haber sido iluminado con las luces de la fe, no viviendo en conformidad con el espíritu del cristianismo ni observando las máximas del Evangelio: el fin principal de la fe es practicar aquello que se cree. Por eso dice Santiago que, si la fe no va acompañada de obras, está muerta. Tú crees, añade, que Dios es uno; haces bien: también lo creen los demonios; mas el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe (4).

Tened por seguro que la conversión principal es la del corazón y que, sin ella, la del espíritu resulta de todo punto estéril. Por tanto, si os esmeráis por que aumente en vosotros la fe, sea con el fin de ir creciendo en piedad

La recompensa de los hombres apostólicos en esta vida es padecer persecución y morir por la defensa y el sostenimiento de la fe que predicaron: El discípulo, dice el Señor, no es más que su maestro, ni el apóstol más que quien lo envía (5); Si me han perseguido a mí, añade, también os perseguirán a vosotros (6).

Así le ocurrió a san Dionisio, tras de haber anunciado durante mucho tiempo el Evangelio. Los demonios que eran adorados en los diversos ídolos de los falsos dioses, llevaban con impaciencia las conversiones, tan señaladas como numerosas, conseguidas por este varón apostólico. Fue reducido por eso a prisión, azotado cruelmente y, luego, arrojado a las fieras, las cuales, por respeto a su santidad, nada le hicieron; mas, al fin, se le condenó a ser decapitado.

Ved el término de todos los trabajos de san Dionisio y el premio de cuanto había hecho para implantar en este reino la religión y el verdadero culto de Dios. Pues ése fue el término y coronamiento de la vida de nuestro Señor Jesucristo y de todo cuanto realizó en la tierra por nuestra salvación; estaba muy puesto en razón que a este Santo se le tratara como a su Maestro y muriese, a su ejemplo, de muerte atroz. ¡Dichoso él que derramó su sangre para dar testimonio de Jesucristo y de fidelidad a su servicio y al ministerio que le tenía confiado!

Vosotros habéis sido llamados, como él, para anunciar las verdades del santo Evangelio; desempeñad dignamente tal ministerio, y cuidad de que sean instruidos debidamente en los misterios de nuestra santa religión cuantos tenéis a vuestro cargo. Y, después de consumir vuestra vida en el ejercicio de tan santo empleo, no esperéis otra recompensa que padecer y morir entre dolores, como Jesucristo.

176. SOBRE SAN FRANCISCO DE BORJA

10 de octubre

Nada tan admirable como la humildad de san Francisco de Borja. Era en el siglo uno de los grandes potentados de la corte del rey de España. Pero, al dejar el mundo para entrar en la Compañía de Jesús, amó tanto el desprecio como pudo ser honrado en el mundo antes de renunciar a él. En adelante se consideró, y procedió en toda circunstancia como el último y el peor de los hombres.

Bien lo puso particularmente de manifiesto cuando, obligado a acostarse junto a otro padre de la Compañía, estuvo éste toda la noche escupiendo en el rostro del Santo. No mostró por ello disgusto; se contentaba con limpiarse cada vez con el pañuelo, y dijo al otro padre cuando, a la mañana siguiente, le pedía perdón, que no podía haber escupido en lugar más sucio que aquél.

Obrar y hablar de tal modo es saber unir la paciencia a la humildad, y conseguir elevarlas al más sublime grado de perfección. Solía decir el Santo que no hallaba lugar que mejor le cuadrase que ponerse a los pies de Judas; mas que, encontrando allí al Señor el Jueves de la Cena, no veía entonces dónde ponerse, para estar tan bajo como merecía.

Ponderad hasta qué punto se humilló este Santo y cuánto se despreciaba. Quizás en el mundo vivíais en situación muy modesta y, a pesar de ello, ¿no teméis y evitáis los desprecios, más que este Santo los buscaba, deseaba y amaba con ardor? Esforzaos, al menos, por recibirlos y aceptarlos gustosos cuando se os presente alguna oportunidad de ser humillados.

Este Santo, que era sumamente acaudalado en el mundo, se hizo pobre y aun pobrísimo por amor de Dios, tan pronto como dejó el mundo y, en cuanto abrazó la vida religiosa, nada se reservó de sus bienes ni volvió a manejar oro ni plata, de modo que llegó a olvidar por completo su valor. La cama, los vestidos, la comida y aposento: todo era extremadamente pobre.

Se holgaba en la práctica de la pobreza, y parecía que cuanto más experimentaba los rigores de esta virtud, más contento sentía; pues no ignoraba que, habiéndonos dado ejemplo de pobreza Jesucristo, practicándola en grado sumo desde su nacimiento; está muy puesto en razón que, quienes le siguen más de cerca y tienen el honor de vivir a su lado, participen de modo perfecto en el amor y práctica de esta virtud, que Él dispuso fuese también compañera inseparable de sus discípulos.

Eso exigía asimismo el Santo de todos los de la Compañía, cuando de ella fue nombrado General, hasta querer que ninguna de sus casas profesas tuviese otros fondos que la pobreza.

¿Es ése el cimiento sobre el que aspiráis vosotros a que vuestra Comunidad se edifique? Quienes tengan fe sincera y vivan interiormente animados del espíritu del Señor, no han de considerar otro su fundamento seguro e inconmovible. Ninguna cosa mejor podéis hacer que asentar vuestra fortuna sobre tal base: es la que Jesucristo consideró más sólida, y sobre la cual comenzaron los Apóstoles a construir el edificio de la Iglesia.

Lo que sobremanera contribuyó, y aun lo que decidió a este Santo a darse enteramente a Dios, fue el amor extraordinario que profesaba a la mortificación estando todavía en el siglo. Así, cuando se veía obligado a asistir en la corte a alguna fiesta o diversión, llevaba el cilicio a raíz de la carne, para que le sirviera de freno en las ocasiones peligrosas que con tanta frecuencia se ofrecen en tales reuniones. Cuando viajaba, el cofrecito más preciado era el que contenía sus instrumentos de penitencia, como cilicios, brazaletes y disciplinas.

Amaba todo cuanto le era ocasión de molestia; así, se complacía en ser abrasado por el sol en verano, y en helarse de frío durante el invierno. Las estaciones más incómodas le resultaban las más agradables y, cuando le acosaban fuertes dolores, se tenía por dichoso.

A ninguna persona mostraba mayor gratitud que a quienes le perseguian porque, conformándose al espíritu del Evangelio, se consideraba feliz en las persecuciones. Incluso declaraba que sentiría grave pesar en la hora de la muerte, si hubiese transcurrido para él un solo día sin padecer por Jesucristo.

Nadie es cristiano sino en la proporción en que se asemeja al Salvador, y aquello que nos hace semejantes a Él es el amor de los padecimientos y de la mortificación. Daos trazas para no pasar día alguno sin mortificaros, como hacía este Santo, y eso por espíritu de religión y para dar testimonio de la que profesáis.

177. SOBRE SANTA TERESA

15 de octubre

Santa Teresa fue tan prevenida de la gracia desde su niñez que, a la edad de siete años, tras de haber leído las vidas de los santos mártires, se sintió con ánimos para padecer también ella el martirio por la fe, y hasta emprendió con uno de sus hermanos el camino de África, a fin de hallar en tierra de moros ocasión de derramar su sangre. Mas, restituida de nuevo a casa por uno de sus tíos, se ocupaba con aquel hermano en construir ermitillas para retirarse a ellas y hablar con Dios.

¡Dichoso el que empieza a servir al Señor desde sus primeros años! Porque, mamada con la leche la piedad, ésta se adueña en tal forma del corazón, que es casi imposible se pierda luego del todo. Podrá suceder que padezca menoscabo por algún tiempo, según le ocurrió a santa Teresa; mas, como los principios siguen arraigados en el alma, renace insensiblemente y produce nuevos frutos, del modo que se vio también en esta Santa, cuya piedad fue creciendo de día en día, hasta el último suspiro.

Por este ejemplo se echa de ver cuán provechoso es inspirar la piedad a los niños, ayudarles a adquirirla y, sobre todo, procurar que lean libros buenos, capaces de producir saludables impresiones en sus almas.

Llamados por Dios a educar cristianamente a los niños, utilizad al efecto los medios que Él mismo empleó con santa Teresa para prevenirla con sus gracias.

Esta Santa mantuvo en sí todo el resto de sus días ardentísimas ansias de padecer y, no contenta con el mero deseo, se empeñó en llevarlo a la práctica, ejercitándose en extraordinarias austeridades, y penitencias casi ininterrumpidas.

Dios a su vez la secundó en su ardiente amor a los padecimientos, probándola durante muchos años con enfermedades agudísimas que apenas le daban tregua; con tentaciones muy violentas y con arideces en la oración, muy difíciles de soportar.

De modo, que esta Santa experimentó, no sólo las ternuras, sino también los rigores con que a veces Dios prueba a las almas que ama, y desea favorecer con los favores más singulares y extraordinarios, como de hecho se los concedió singularísimos a santa Teresa. Pues, pasadas las duras y prolongadas sequedades, Dios la enriqueció con elevadísimo don de oración, del que ha dejado señales manifiestas en sus escritos, honrados con la aprobación de las personas más ilustres, y considerados por los fieles como doctrina venida del cielo.

Concedióle en especial el Señor esta gracia: que hallándose en oración cierto día, un serafín le atravesó el corazón con un dardo en llamas, de modo que sintió en él la Santa todo el resto de su vida tal encendimiento que la impulsaba de continuo hacia Dios.

Así premia el Señor a las almas que se le entregan perfectamente y padecen mucho por El. Si aspiráis a ser honrados con las gracias que concede sólo a sus predilectos, llevad con gusto el que os aflija y pruebe; pues, como dice el Sabio: Dios castiga a los hijos que ama con ternura (1).

El quehacer principal para santa Teresa durante toda su vida, desde el punto en que se consagró a Dios, no fue otro que la continua y sublime contemplación, en la que no intentaba otra cosa que unirse estrechamente con Jesucristo su esposo.

Aun en medio de las mayores arideces, permanecía abismada en Dios, y de todo punto sujeta a su beneplácito, no obstante la oscuridad interior que padecía. Cuanto más sufrimiento Dios le proporcionaba, con tanto mayor empeño corría hacia Él; pues, por mucho que se le ocultase, en Él lo hallaba todo: la fe desnuda era quien únicamente la guiaba y servía de luz en tal estado.

Y, así como lo hallaba todo en Dios, tenía la suerte de encontrar a Dios en todas partes: en cualquiera situación o lugar donde estuviese, Dios era quien la guiaba. ¡Oh, por cuán feliz se tenía esta Santa en gozar de la presencia de Dios! Eso la ayudaba a hacerlo todo con la mira puesta en Él, y ello fue asimismo lo que la movió a emitir el voto de hacer en todas las cosas aquello que entendiera ser más agradable a Dios.

Ahí tenéis el fruto de la oración frecuente y fervorosa: gozar por adelantado de Dios en toda la proporción que la fe viva puede procurarnos esa ventura en la tierra.

Si amáis a Dios, la oración será el alimento de vuestra alma; Dios entrará en vosotros, y os hará comer a su mesa, como dice san Juan en el Apocalipsis (2), y gozaréis luego la dicha de tenerle delante en vuestras acciones y de hacerlas todas con el único intento de darle gusto. Hasta sentiréis siempre, incluso, hambre de Él, en expresión del Sabio (3); pues, según dice el real Profeta: Sólo quedaréis saciados cuando se os manifieste la gloria del cielo (4).

Haceos dignos de tal gracia y de poseer esa felicidad llevando vida santa.