AUDI,
FILIA,
Avisos
y reglas cristianas para los que desean servir a Dios, aprovechando en el camino
espiritual. Compuestas por el maestro Ávila sobre aquel verso de David:
audi,
filia, et vide, et inclina aurem tuam.
AL
MUY ILUSTRE SEÑOR DON LUIS PUERTO CARRERO, CONDE DE PALMA, EL MAESTRO ÁVILA
La
causa, muy ilustre señor, porque, siéndome por Vuestra Señoría mandado
muchas veces por palabras y cartas que imprimiese el presente tratado, no lo he
hecho, no ha sido por falta de voluntad de obedecerle y servirle, como creo que
de mí tiene conocido, mas haber temido de mi insuficiencia que, imprimiendo el
libro con intención de aprovechar a los que le leyesen, se les tornase
impedimento de leer otros muchos, de los cuales mayor erudición y santo calor
pudiesen sacar. Y con pensar esto, me he estado hasta ahora y me estuviera de
aquí adelante en lo que toca a la impresión de este libro, sino que los días
pasados vino a mis manos, y, leyendo en él, vilo trastrocado, borrado y al
revés del como yo le escribí: que, siendo por mí compuesto, yo mismo no le
entendía. Y parecióme que ya que no se perdiese mucho en estar tan depravado
que ninguno pudiese aprovecharse de él, mas no era cosa de sufrir que sacasen
daño de él, por las muchas mentiras peligrosas que en él había, y cada día
acaecieran más, porque cada uno que trasladaba añadía errores a los pasados.
Lo cual visto, quise tornar a trabajarlo de nuevo e imprimirlo, para avisar a
los que tenían los otros traslados llenos de mentiras de manos de ignorantes
escriptores, no les den crédito, mas los rompan luego; y, en lugar de ellos,
puedan leer éste de molde y verdadero. Y lo que primero iba brevemente dicho y
casi por señas (porque la persona a quien se escribió era muy enseñada y en
pocas palabras entendía mucho), ahora, pues, para todos, va copiosa y
llanamente declarado, para que cualquiera, por principiante que sea, lo pueda
fácilmente entender.
El
intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para que las
personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su deseo. Y
estas reglas quise más que fuesen seguras que altas, porque, según la soberbia
de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse primero
algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales enemigos, y
después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento
de nuestra miseria y poquedad, y en el conocimiento de nuestro bien y remedio,
que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en esta vida más
provechosa y seguramente podemos pensar.
Reciba,
pues, Vuestra Señoría, el presente tratado, a él por muchas partes
justísimamente debido, porque el amor entrañable y dulce benignidad con que su
generoso corazón sé que lo ha de recebir, y el mucho provecho que por la
bondad de Dios espero que de la lección de él ha de sacar, y el tan
perseverante deseo con que siempre me ha puesto espuelas para lo imprimir, lo
han hecho tan suyo, que sería gravísimo hierro quererlo hurtar.
Plega
a Cristo hable a Vuestra Señoría en él, y le dé fuerzas para que oya y obre
lo ansí hablado, para que los buenos principios que, por su gracia, en Vuestra
Señoría ha puesto, vayan continuamente adelante, hasta que sean colmados en la
eternidad de la gloria. Amén.
LUIS
GUTIÉRREZ, LIBRERO, AL DEVOTO LECTOR
Estoy
tan confiado, devoto lector, que ha de agradar y aprovechar muy mucho esta obra
a quien con buen deseo y ánimo afectuoso en las cosas de Dios la leyere, que me
pareció, presupuesta la voluntad de su autor, que hacía yo algún servicio a
nuestro Señor, y ayuda a mis prójimos, en hacer imprimir obra tan espiritual y
tan excelente, y de muchos y muy grandes juicios muy estimada. Que, cierto, yo
no me fiara en esta parte del mío, si no viera a muchos hombres muy sabios y
muy espirituales tener en tanto las obras de un tan santo varón, como es el
padre Ávila, que no hay ninguno de ellos que no las haya hecho trasladar para
tenerlas, siendo ellos tales que podían escrebir otras muchas; y porque espero
en Nuestro Señor que de esta obra así pública se ha de seguir muy mucho
servicio suyo.
Espero
también en su misericordia que me dará gracia para que haga imprimir otras del
mismo autor y de otros hombres espirituales, que puedan servir para los mismos
efectos.
BREVE
REGLA DE VIDA CRISTIANA COMPUESTA POR EL REVERENDO PADRE MAESTRO ÁVILA
Lo
primero que debe hacer el que desea agradar a nuestro Señor, es tener dos ratos
buenos entre día y noche diputados para oración. El de la mañana, para pensar
en el misterio de la pasión; y el de la noche, para acordarse de la muerte,
considerando muy despacio y con mucha atención, cómo se ha de acabar esta vida
y cómo ha de dar cuenta de la más chica palabra ociosa que hobiere hablado,
con otras cosas semejantes. Y así cumplirá el consejo de la santa Escriptura
que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás.
Lo
segundo sea que trabaje por traer siempre su memoria en algun buen pensamiento,
porque el demonio le halle siempre ocupado, y ande siempre con una memoria que
Dios le mira, trabajando de andar siempre compuesto con reverencia delante tan
gran Señor, gozándose de que su Majestad sea en sí mismo tan lleno de gloria
como es. De esta manera le traían presente aquellos padres del Testamento
Viejo, los cuales juraban diciendo: Vive el Señor delante de quien estoy. Por
do parece que traían consigo esta memoria. Y es mucha razón que así la traya
él, pues trae consigo un ángel que está siempre delante de Dios, cuya
Majestad hinche todo lo criado; diciendo el mismo Dios: Yo hincho el cielo y
la tierra. Y pues en todo lugar está Dios tan poderoso y tan sabio y tan
glorioso como en el cielo, en todo lugar es razón que nuestra alma le adore,
para que ninguna criatura nos mueva a ofenderle.
El
tercero sea que trabaje de confesar y comulgar a menudo, por imitar aquel santo
tiempo de la primitiva Iglesia, cuando comulgaban de ocho a ocho días los
fieles. De cuya memoria quedó agora el pan bendito que dan a los domingos con
la paz, para que, cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la frialdad nuestra
causó que se diese aquel pan bendito, y no el mismo Santísimo Sacramento, como
antes daban, según parece por muchas historias.
El
cuarto documento sea que asiente en su corazón muy fijo que si al cielo quiere
ir, que ha de pasar muchos trabajos, y que ha de ser escarnecido y perseguido de
muchos, conforme a aquel dicho de nuestro Redentor: Si a mí persiguieron, a
vosotros perseguirán; para que, estando así armado, no le aparten de sus
buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios que dondequiera ha de
hallar; sino, como hombre que ya lo sabe, no se le haga nueva una cosa tan
cierta a todos los que sirven a Dios, sino mire a Cristo nuestro Redentor y a
todos los santos que fueron por aquí, y baje la cabeza sin alboroto ninguno,
dejando los perros que ladren cuanto quisieren.
Sea
el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y deje de mirar las ajenas,
conforme aquel dicho de nuestro Señor: Hipócrita, ¿por qué miras la paja
en el ojo de tu hermano, y no consideras tú la viga que tienes atravesada en el
tuyo? No tenga cuenta más de con sus propios defectos, y si algo viere en
el prójimo digno de reprehensión, no se indigne contra él, sino compadézcase
de él, porque la santidad verdadera, dice San Gregorio que es compadecerse de
los pecados, y la falsa, indignarse contra ellos. Si son personas que tomarán
su corrección, corríjales caritativamente conociéndose por hombre de la misma
masa de Adán, y si no lo son, vuélvase a Dios, suplicándole que los remedie,
y dándole gracias porque ha guardado a él de pecado semejante; hallándose muy
obligado a servir al Señor, que de este mal le libró, en el cual él también
cayera, si el Señor no le guardara.
Sea
el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna caridad cada día a
algún prójimo, acordándose de aquella sentencia del Redemptor que dice: En
esto conocerán todos si sois mis discípulos, si os amáredes unos a otros.
Y conforme a esto debe también tener memoria cada día de rogar a Dios por la
Iglesia, que con tanta costa redimió.
Sea
el séptimo, que pida siempre a Dios perseverancia, acordándose del dicho de
nuestro Redemptor, que el que perseverare hasta el fin será salvo. Y
así ponga sus ojos en la muerte, teniendo delante que si hasta allí no durare
en la virtud, que todo lo que hiciere se perderá. Y así quite siempre los ojos
del bien que hiciere, y póngalos en lo que le quedaba por hacer, para que lo
hecho no le ensoberbezca, y lo por hacer le ponga humildad y cuidado de pedir a
Dios gracia para cumplirlo. Y tema siempre no sea él uno de aquellos que dijo
el Salvador que se habían de resfriar en la caridad, porque había de abundar
la malicia; como vemos que muchos hacen, que la mucha maldad que ven por ese
mundo en tanta abundancia, les es ocasión de dejar los buenos ejercicios que
comenzaron, y saliéndose de Sodoma, como la mujer de Lot, por tornar la cabeza
atrás, se quedan hechos estatuas de sal, su alma endurecida para el bien, y
sabrosa y apetitosa para el mal.
Sea
el octavo, que en todas su obras busque la gloria de Dios, y no su consuelo ni
su provecho, para que, aunque se halle seca su alma y desconsolada, no por eso
deje sus santos ejercicios, con que Dios se glorifica y se sirve. Y así ordene
cuanto hiciere a que Dios sea glorificado, conforme al consejo de san Pablo que
dice: Ahora comáis o bebáis o hagáis otra cualquier cosa, todo lo haced
para la gloria de Dios. Y pues las obras naturales, como el comer y beber,
dice el Apóstol que se hagan para gloria de Dios, mucha más razón es que se
haga la oración y lo demás. Y así, pretendiendo sólo esto, no le
desconsolará mucho la sequedad que a muchos desconsuela, y hace aflojar en el
servicio de Dios, habiendo de ser entonces más diligentes en la guarda de si
mismos, y más solícitos en escudriñar si han hecho algún pecado por el cual
el Señor los dejase así desconsolados, y proveer en esto con diligencia, pues
las más veces nace el tal desconsuelo de soberbia o murmuración o pláticas
vanas, que, aunque parecen pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.
Sea
el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no le trajere provecho,
porque de ella sale todo el mal que a nuestra ánima lastima. Porque, como dice
el Profeta, la garganta de los malos es como una sepultura abierta, de
donde siempre salen hedores de muerte. Y por esto siempre debe huir la
compañía de los tales, porque, si en ello mira, nunca hablan sino palabras
conformes a la muerte que sus ánimas dentro de sí tienen, y a mejor librar,
cuando las palabras son cuerdas al parecer de ellos, entonces son nocivas al
prójimo, diciendo mal y murmurando. Lo cual debe él con gran cuidado huir,
reprehendiéndolo, si es persona que aprovechará, y si no, mostrándole un
semblante triste, porque dice san Bernardo que dubda cuál peca más, el que
murmura o el que oye de buena gana murmurar. Debe luego, por no caer en este
pecado, mostrar mala cara y no oír al murmurador, porque, viendo su semblante,
cesará su murmuración, porque, como dice san Hierónimo, pocas veces uno
murmura, cuando ve que el oyente oye de mala gana.
El
décimo y último sea que de tal manera obre bien, que ponga sus ojos y
confianza en los merecimientos de Jesucristo, no mirando a lo que hace, sino a
la muerte y pasión del Redentor, porque sin él todo es poco lo que hacemos.
Quiero decir, que el valor de nuestras obras nace de los merecimientos de
Jesucristo, y de la gracia que por él se nos da. Así debe lanzar toda soberbia
y vanagloria de su corazón, por muchas obras buenas que le parecía hacer,
porque, si bien mira en ello, hallará que por la mayor parte todo cuanto hace
va mezclado de mil imperfecciones, por donde más tenemos por qué pedir perdón
al Señor por la mala manera de obrar, que por donde esperar galardón por la
substancia de las obras. Porque mirando su Majestad, delante cuyo acatamiento
tiemblan los serafines, van nuestras obras tan tibias, tan sin reverencia, y con
tanta mezcla de imperfecciones, que está muy claro acetarlas Dios por el amor
de su unigénito Hijo. Y así, quitada toda liviandad de corazón, acabada la
buena obra, preséntese delante de Dios, pidiéndole perdón del desacato y poca
reverencia con que la hizo, y ofrezca a Jesucristo al Eterno Padre, confiado que
por amor de aquel Señor, el Padre Eterno acetará aquella obra con que le
hobiere servido. De esta manera vivirá humilde y confiado, porque el verdadero
camino para el cielo dice un dotor que es obrar bien, y no presumir de sí, sino
poner su confianza en Cristo.
AUDI,
FILIA, ET VIDE, ET INCLINA AUREM TUAM, ET OBLIVISCERE POPULUM TUUM ET DOMUM
PATRIS TUI. ET CONCUPISCET REX DECOREM TUUM
Oye,
hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Y
cobdiciará el rey tu hermosura.
Estas
palabras, devota esposa de Jesucristo, dice el profeta David, o, por mejor
decir, Dios en él, a la Iglesia cristiana, amonestándola de lo que ha de hacer
para que el gran rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los
bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia, por la grande
misericordia de Dios, parecióme escrebíroslas y declarároslas, invocando
primero el favor del Espíritu Santo, para que rija mi péñola y apareje
vuestro corazón, para que ni yo la hable mal, ni vos oyáis sin fruto; mas lo
uno y lo otro sea a perpetua honra de Dios, y aplacimiento de su santa voluntad.
I. AUDI, FILIA
Lo
primero que nos es amonestado en estas palabras es que oyamos. Y es la
causa, porque, como todo el fundamento de la vida espiritual sea la fe, y
ésta entre en la ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír, razón
es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer; porque
muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no
hay orejas que la quieran oír en lo de dentro, ni nos basta que, cuando fuimos
baptizados, nos metiese los dedos el sacerdote en los oídos, diciendo que
fuesen abiertos, si los tenemos cerrados a la palabra de Dios, cumpliéndose de
nosotros lo que de los ídolos dice el profeta: Ojos tienen y no ven, orejas
tienen y no oyen.
A
las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan
a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír. Para lo cual es de
notar que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y
aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que quisieron
edificar la torre de la confusión, fue castigada, con que, en lugar de un
lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbres de lenguajes, con
los cuales no se entendiesen unos a otros. En lo cual se nos da a entender que
nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra el que los crió,
quebrantando su mandamiento con mala soberbia, un solo lenguaje espiritual
hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia que tenían uno con
otro, y cada uno en sí mismo, y con Dios, viviendo en el quieto y pacífico
estado de la inocencia. Mas, como edificaron torre de soberbia, ensalzándose
contra el Señor de los cielos, fueron castigados, y nosotros en ellos, en que,
en lugar de un lenguaje, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e
innumerables, que nos molestan con su fatiga y no nos entendemos con ellos, con
su gran confusión y tiniebla. Y aunque ellos en sí no tengan orden en su
hablar, recojámoslos, para hablar de ellos, al número de tres, que son
lenguaje de mundo y carne y diablo.
A) A quién no debemos oír
Tres
lenguajes en el pecador. El primero es de cosas vanas; el segundo, de cosas
muelles; el tercero, de cosas malas y amargas
1.
Lenguaje del mundo y honra vana
Al
lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy
perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino
la mentira que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus
espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte
del aplacimiento del mundo. Semejante a los soberbios romanos, que por la honra
mundana deseaban vivir y por ella no temían morir. Y así, hecho el hombre
esclavo de la vanidad, pierde la amistad del Señor, cumpliéndose lo que
Santiago dice: El amistad de este mundo enemistad es con Dios. Y si alguno
quisiere ser amigo del mundo, constituido es enemigo de Dios.
Mas
mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que vemos y
que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad, que los hombres apartados
de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de
Dios, siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la de su Criador; y
poniendo su amor en las honras y deleites y bienes presentes, siéndoles dados
no para pegarse al corazón en ellos, mas para usar de ellos recibiéndolos y
sirviendo con ellos al Señor que los dio. Éstos son los mundanos tan
miserables que de ellos dice Cristo nuestro Señor: El mundo no puede
recebir el espíritu de la verdad, porque, si este corazón malo y vano no
echa de sí, no podrá recebir la verdad del Señor. Porque es tan grande la
contrariedad que hay del uno al otro, que quien de Cristo y de su espíritu
quisiere ser, es necesario que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser,
a Cristo ha perdido. Y pues cualquier hombre bueno debe aborrecer el hablar
mentidas y oírlas aunque sea sin perjuicio ajeno o suyo, ¡cuánto deben ser
aborrecidas aquellas que llegan hasta privar al hombre de la virtud y verdad, y
desnudarle de la rica joya de la amistad del Señor! Y también porque, después
que el mundo despreció al bendito Hijo de Dios, que es eterna Verdad, no hay
por qué cristiano ninguno le crea, mas antes viendo que fue engañado, no
conociendo una tan clara luz, aquello repruebe que el mundo aprueba, y aquello
ame que el mundo aborrece, huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel
que a su Señor despreció, y teniendo por cierta señal [de] ser amado de
Cristo, ser despreciado del mundo.
Remedios
Y
si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al caballero
cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus palabras que
dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo. Como si dijese: «Antes
que yo acá viniese, cosa muy recia era tornarse contra este mundo engañoso y
desechar lo que en él florece, abrazar lo que él desecha; mas, después que
contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevos géneros de tormentos y
deshonras, los cuales yo sufrí sin volverles el rostro, ya no sólo pareció
flaco, pues encontró quien pudo más sufrir que él perseguir, mas aún queda
vencido para vuestro provecho, pues, con mi ejemplo que os di y mi fortaleza que
os gané, ligeramente lo podréis vencer, sobrepujar y hollar.» Pues mire el
cristiano que como los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la
verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las
ha de tener para escuchar las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque
ahora halague ahora persiga, ahora prometa ahora amenace, ahora espante ahora
parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar. Y en tal posesión le
debemos tener, pues en tantas mentiras lo hemos tomado que, las medias que un
hombre dijese, en ninguna cosa nos fiaríamos de él, ni aún en las verdades no
le daríamos crédito.
La
carne habla regalos y deleites, unas veces claramente, y otras debajo
de título de necesidad. Y la guerra de esta enemiga, allende de ser muy
enojosa, es más peligrosa, porque combate con deleites, que son armas más
fuertes que otras. Lo cual parece en que muchos han sido de deleites vencidos,
que no lo fueron por riquezas ni honras ni recios tormentos, y según sentencia
del Salvador, los enemigos del hombre son los de su casa. ¡Cuán de
verdad es nuestra enemiga la carne, pues que, de dos partes que nos constituyen,
la una es ella! Por tanto, quien de esta batalla quisiere salir vencedor, de
muchas y muy fuertes armas le conviene ir armado, porque la preciosa joya de la
castidad no se da a todos, mas a los que con muchos sudores de importunas
oraciones la alcanzan de nuestro Señor, el cual quiso ser envuelto en
sábana de lienzo limpia, para reposar en el sepulcro; a dar a entender
que, como el lienzo pasa por muchas asperezas para venir a ser blanco, así el
varón que desea alcanzar o conservar el bien de la castidad, y aposentar a
Cristo en sí, como en otro sepulcro, conviene con mucha costa y trabajos ganar
esta limpieza, la cual es tan rica que, por mucho que cueste, siempre cuesta
barata.
Remedios
a)
CASTIGAR LA CARNE
Debe
pues el tal hombre, especialmente si se siente tentado de la carne, primeramente
tratar con aspereza su carne, en cuanto le fuere posible, sin muy gran daño de
su salud. Que, aunque la carne padezca alguna flaqueza por apagar las
tentaciones, más vale, como dice San Hierónimo, que te duela el estómago que
no el ánima, y mejor que mandes al cuerpo que no que le sirvas; y más
provechoso es que tiemblen las piernas de flaqueza, que no que vacile la
castidad. El siervo de Cristo que sintiere a su carne rebelde, debe quitarle la
cebada y trabajarla con carga. Como San Hilario decía a su propia carne: Yo te
domaré, y haré que no tires coces, sino que pienses antes en comer que no en
retozar. Y pues San Pablo, vaso de escogimiento, no se fía de su
carne, mas dice que la castiga, y la hace servir, porque, predicando él a
los otros, no sea hallado malo, cayendo en algún pecado, ¿cómo
pensaremos nosotros que seremos castos sin trabajar nuestro cuerpo, pues tenemos
menos virtud que él y mayores causas para temer? Muy mal se guarda humildad
entre honras, y temperanza entre la abundancia, y castidad entre regalos; y
sería digno de escarnio quien quisiese apagar el fuego que arde en su casa y
él mismo le echase leña muy seca. Muy más digno de escarnio es quien por una
parte desea la castidad, y por otra hinche de manjares y regalos su carne y se
da a la ociosidad, porque estas cosas no sólo no apagan el fuego encendido, mas
bastan a encenderlo en quien muy apagado le tuviese. Y pues el profeta Ezequiel
da testimonio que la causa porque aquella desventurada ciudad, Sodoma, llegó a
la cumbre de tan abominable pecado, fue la hartura y abundancia de pan y la
ociosidad, que tenían, ¿quién osará vivir en regalos, en ocio, ni aun
verlos de lejos, pues que los que fueron bastantes a hacer el mayor mal, con
más facilidad harán los menores? Ame, pues, la templanza quien es amador de la
castidad; porque, si la una quiere tener sin la otra, no saldrá con ella, mas
antes se quedará sin entrambas, que a las que Dios juntó, ni las debe el
hombre querer apartar, ni puede, aunque quiera.
Mas
habéis de mirar que este remedio de afligir la carne es bueno cuando la
tentación nace de la misma carne. Y conocerlo héis en que viene a los que
tienen regalada su carne, o crece con el holgar y regalo, y trae muchos
movimientos de la misma carne. Entonces aprovecha refrenarla y castigarla, pues
el principio del mal viene de ella.
b)
BUENAS OCUPACIONES
Mas
otras veces viene esta tentación de parte del demonio. Lo cual veréis en que
más combate al hombre con pensamientos y feas imaginaciones del ánima que con
consentimientos feos de la misma carne; o, si los hay en ella, no es porque la
tentación comienza en alteraciones de carne, mas comienzan en pensamientos y de
ellos resultan a la carne; la cual algunas veces es flaquísima y como muerta, y
los pensamientos vivísimos. Y tienen otra señal, que son del demonio, en venir
importunamente, sin catar reverencia a tiempos santos ni a lugares sagrados, en
los cuales un hombre, por malo que sea, suele tener reverencia. Y éstos
entonces le combaten más; y algunas veces son tantos y tales que el hombre
nunca oyó ni imaginó tales cosas, y parece que otro es el que las dice y que
no nacen de él. Cuando éstas y otras semejables vierdes, creed que es
persecución del demonio en la carne, y que no nace de ella, aunque se padece en
ella.
Y
el remedio no es afligirla, porque muchas veces suele crecer mientras más la
afligen; más debéis de orar, y daros a buenas ocupaciones, y hablar con buenas
personas, para apartar el pensamiento de aquellas imaginaciones; las cuales son
tan importunas y peligrosas que conviene, cuando mucho combaten, tener por
peligrosa la soledad y el ejercicio de los buenos pensamientos, y es más seguro
rezar vocalmente o leer, y otras honestas ocupaciones, por el gran peligro que
traen, hallando aparejo de ser escuchados. De manera que el mal que nace de
carne, con afligimiento de carne, y el mal que nace de pensamientos malos, con
buenas ocupaciones y oraciones se deben curar. Y, si con todo esto no cesare
esta tentación, no debéis desmayar, mas sufrirla con paciencia y creer que
nuestro Señor permite que te atormente como ángel de Satanás, para que no te
ensalces, o para otros provechos que su sabiduría suele sacar de los males.
e)
EVITAR FAMILIARIDAD DE MUJERES CON HOMBRES
Es
también menester para guarda de la castidad que se evite la conversación
familiar de mujeres con hombres, por santos y parientes que sean, porque las
feas caídas que en el mundo han pasado acerca de aquesto, nos deben ser un
perpetuo amonestador de nuestra flaqueza y un escarmiento en ajena cabeza, con
el cual nos desengañemos de cualquier falso prometimiento que nuestra soberbia
nos hiciere, queriéndonos asegurar que pasaremos sin herida nosotros flacos, en
lo que tan fuertes, tan sabios, y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy
gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpe caída de
Amón con su hermana Thamar; con otras muchas, tan feas y más, que en el mundo
han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne, por
cercanas que fuesen en parentesco? ¿Y quién fiará en santidad suya o ajena,
viendo a David, que fue conforme al corazón de Dios, ser tan feamente
derribada en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? Ninguno en esto
se engañe ni se fíe por castidad pasada o presente, que, puesto que sienta su
ánima muy fuerte y dura contra este vicio como una piedra, aun debe huir las
ocasiones, porque gran verdad dijo el experimentado San Hierónimo: que a
ánimas de hierro la lujuria las doma.
Por
tanto, toda mujer, y especialmente doncella de Cristo, ha de ser tan recatada y
sospechosa en aquesto que de ninguna persona se fíe mas oiga con atención lo
que San Bernardo dice: que las vírgines, que verdaderamente son vírgines, en
todas las cosas temen, aun en las seguras. Y las que no lo hacen, presto se
verán tan miserables con la caída, cuanto primero estaban con falsa seguridad
miserablemente engañadas.
Este
mal no combate abiertamente al principio a las personas devotas; mas primero les
parece que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y fiados de aquesto
osan, como cosa segura, frecuentar más veces la conversación, y de ella se
engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto, y los hace tomar
pena cuando no se ven, y descansar con verse y hablarse. Y tras esto viene el
dar a entender el uno al otro el amor que se tienen; en lo cual y en otras
pláticas, ya no tan espirituales como las primeras, se huelgan de estar
hablando algún rato, y poco a poco la conversación que primero aprovechaba a
sus ánimas, ya sienten que las tiene cautivas, con acordarse muchas veces uno
de otro, y con el cuidado y deseo de verse, y algunas veces de enviarse amorosos
presentes y dulces encomiendas. Y de estos eslabones suelen venir tales fines
que les dan, muy a su costa, a entender que los principios y medios de la
conversación, que primero tenían por cosa de Dios, no eran otros que falsos
engaños del astuto demonio, que por allí los aseguraba, para después tomarlos
en el lazo que les tenía ascondido. Y así, después de caídos, aprenden que
hombre y mujer no son sino fuego y estopa, y que el demonio trabaja por los
juntar; y, juntos, soplarlos con mil maneras, para encender en ellos el fuego de
carne, y después llevarlos al fuego del infierno.
Por
tanto, doncella, huid la familiaridad de todo varón, y guardad hasta el fin la
buena costumbre que habéis tomado de nunca estar sola con hombre ninguno, salvo
con vuestro confesor, y esto no más de cuanto os confesáis, y aun entonces sin
meter otras pláticas. Y la esposa de Cristo no como quiera ha de escoger
confesor, mas mirando mucho que sea de muy buena vida y de muy buena fama, y, si
ser pudiere, de madura edad. Y de esta manera estará vuestra conciencia segura
delante de Dios, y vuestra fama limpia y sin mancha delante los hombres; porque
entrambas cosas habéis menester. Y aunque de las comunicaciones no se sigan
siempre los mayores males que pueden venir, todavía es bien que se eviten, por
evitar el escándalo que de ello puede nacer acerca de quien lo sabe, y por
evitar tentaciones y muchedumbre de pensamientos [que], aunque no traigan a
consentimiento, quitan al ánima su pureza y libertad para pensar en Dios. Y
parece que aquel secreto lugar del corazón, donde, como en tálamo, quiere
Cristo solo morar, no está tan solo y cerrado a toda criatura como a tálamo de
tan alto esposo conviene, ni de todo parece estar casto, pues hay en él memoria
de hombre.
d)
DEVOTA ORACIÓN
Habéis
de saber que una de las principales cosas que aprovechan para poseer castidad,
es el gusto de la suavidad divinal, que comunica Dios en el ejercicio de la
devota oración; en la cual, luchando el ánima a solas con Dios con
los brazos de pensamientos devotos, alcanza de él, como otro Jacob, que la
bendiga con muchedumbre de gracias y entrañable suavidad; y hiérela en
el muslo, que quiere decir el sensual apetito, mortificándoselo de arte
que de allí adelante cosquea de él, andando viva y fuerte en las afecciones
espirituales, significadas por el otro muslo que queda sano. Porque, así como
el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así con el
gusto del espíritu nos es desabrida toda la carne, y queda tan sin fuerzas que
algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta, siendo visitada de
Dios, que la carne con su flaqueza queda tan desmayada y caída como lo podría
estar habiendo pasado alguna larga y grave enfermedad.
Por
tanto quien quisiere gozar de la excelencia de la castidad ame el ejercicio de
la devota oración; porque allí recibirá rocío del cielo y beberá de una
agua tan poderosa que le apague de raíz los apetitos carnales. Y quien quisiere
gozar de la devota oración, ame el recogimiento y hallarla ha. De aquí
podréis conocer claramente cuánto mal causa la comunicación que hemos dicho,
pues hace derramar el corazón y perder la devoción, que eran medios tan
provechosos para alcanzar la castidad.
e)
DESCONFIANZA EN SÍ Y CONFIANZA EN DIOS
Todo
lo dicho, y más que se pudiera decir, suele ser medio para alcanzar esta
preciosa limpieza; mas muchas veces acaece que así como teniendo piedra y
madera, y todo lo necesario para edificar una casa, nunca se nos adereza el
edificarla, así también acaece que, haciendo todos estos remedios, no
alcancemos la castidad deseada. Antes hay muchos que, después de vivos deseos y
grandes trabajos pasados para que alcanzasen esta joya, se ven miserablemente
caídos en el lodoso cieno de su carne, y dicen con gran dolor: Trabajado
hemos toda la noche y ninguna cosa hemos tomado, y paréceles que se cumple
en ellos lo que dice el Sabio: Cuando yo más lo buscaba, tanto más lejos
huyó de mí.
Lo
cual muchas veces suele venir de una secreta fiucia que en sí mesmos estos
trabajadores tenían, pensando que la castidad era fruto que nacía de sus
trabajos y no dádiva graciosa de Dios. Y por no saber a quién se había de
pedir, justamente se quedaban sin ella; porque mejor daño les fuera tenerla y
ser soberbios e ingratos a su dador, que estar sin ella llorosos y humildes y
avergonzados, viendo que no la pueden haber, sabiendo que no es pequeña
sabiduría saber cuya dádiva es la castidad; y no tiene poco camino andado para
alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza de hombre sino dádiva de
nuestro Señor. Lo cual nos enseña el Sabio, diciendo: Como yo supiese que
yo no podía ser continente, si Dios no me lo diese, y esto era suma sabiduría,
saber cuyo es este don, fuí al Señor y hícele oración con todas mis
entrañas.
f)
ACUDIR A LA VIRGEN Y A LOS SANTOS
Y
aunque los remedios ya dichos para alcanzar este bien sean provechosos, y
debemos ejercitar nuestras manos en ellos, ha de ser con condición que no
pongamos nuestra fiucia en ellos, mas hagamos con devota oración lo que David
hacía y nos aconseja, diciendo: Alcé mis ojos a los montes, donde me
venía mi socorro. Mi socorro es del Señor, que hizo el cielo y la tierra, Estos
montes a los santos significan, a los cuales conviene invocar con oraciones,
para que nos alcancen de Dios esta merced. Que [si] para sanar de corporales
enfermedades, visitamos sus casas, ayunamos sus vigilias, celebramos sus fiestas
y los invocamos con oraciones, ¿cuánto con más razón debemos hacer todo
esto, para que nos alcancen de Dios remedio contra este fuego infernal?
Principalmente y particularmente se debe hacer esto en el servicio de la
castísima Virgen María, importunándola con servicios y oraciones por esta
merced, las cuales ella oye y recibe de muy buena gana, y por ser muy amadora de
limpieza y verdadera abogada de los que la quieren tener. Porque, si hallamos en
las mujeres de acá algunas tan amigas de honestidad que ampara[n] con todas sus
fuerzas a quien quiere apartarse de la vileza de este vicio y caminar por la
limpieza de la castidad, ¿cuánto más se debe esperar de esta limpísima
Virgen de vírgines que pondrá sus ojos y orejas en los servicios y oraciones
del que quisiere la castidad que ella tan de corazón ama?
No
te falte, pues, deseo de haber este bien; no te falte fiucia en Cristo, ni
importunas oraciones a sus santos y a su Madre, y a Él, que no faltará en
ellos cuidado ni amor para orar por ti, ni en él misericordia para te conceder
este don, que él solo lo da; y quiere que todo hombre a quien lo da así lo
conozca, pues así es la verdad.
a)
A UNOS SE DA CASTIDAD EN EL ÁNIMA SOLA
Y
es de mirar que este don no lo da por un igual, mas según a su santa voluntad
place. A unos da más y a otros menos. Porque a algunos da castidad en la ánima
sola, que es un propósito firme y deliberado de no caer en este vicio por cosa
que sea; mas con este propósito bueno tienen en su carne y parte sensitiva
tentaciones penosas, que, aunque no hagan consentir la razón en el mal,
aflígenla y danla que hacer en defenderse de sus importunidades. Lo cual es
semejable a Moisén y a su pueblo, que estando él en lo alto del monte en
compañía de Dios, estaba el vulgo del pueblo, adorando ídolos en el valle. Y
quien en este estado está debe hacer gracias a nuestro Señor por el bien que
le ha dado en su ánima, y sufrir con paciencia la poca obediencia que su parte
sensitiva le tiene, porque así como, si Eva sola comiera del árbol vedado, no
se cometiera el pecado original, si Adán, su varón, no consintiera, así,
mientras aquel propósito bueno de no consentir cosa mala estuviere vivo en lo
más alto de la ánima, no puede hacer la parte sensitiva, por mucho que coma,
que haya pecado mortal, pues el varón no consiente con ella, antes le desplace
y la reprende.
Y
si se te hiciere de mal sufrir guerra tan continua dentro de ti, mira que con el
trabajo de la tentación se purgan los pecados pasados y se anima el hombre a
servir más a Dios, viendo que le ha más menester; y conocemos nuestra
flaqueza, por locos que seamos, viéndonos andar a tanto peligro, y a los
cuernos del toro, que, a dejarnos Dios un poquito de su mano, caeríamos en la
espantable hondura del pecado mortal. Y si fueres fiel siervo de Dios, mientra
más tu carne te combatiere, tanto más tú con tu ánima te esforzarás a
guardar la castidad, y las tentaciones te serán como golpes que ayudarán a
arraigar más en ti la limpieza; y verás las maravillas de Dios, que así como
por nuestra maldad parece mayor su bondad, así por la flaqueza de nuestra carne
obra fortaleza en nuestra ánima. Y acuérdate que vale más buena guerra que
mala paz. Y que es mejor trabajar nosotros por no consentir, y dar en ello
placer a nuestro Señor, que, por tomar un poco de placer bestial, que en
pasando deja doblado dolor, dar enojos a quien con todas nuestras fuerzas
debemos amar y agradar. Llámale con humildad y con fe, que no dejará de
socorrer a quien por su honra pelea; que al fin hará que salgas con ganancia de
la pelea, y te contará este trabajo en semejanza de martirio, pues como los
mártires querían antes morir que negar la fe, así tú padeces lo que padeces
por no quebrantar su santa voluntad, y hacerte ha compañero en la gloria con
ellos, pues lo eres acá en el trabajar.
b)
A OTROS TAMBIÉN EN SU PARTE SENSITIVA
A
otros da nuestro Señor este bien de la castidad más copiosamente, porque no
sólo les da en el ánima este aborrecimiento de sucios deleites, mas tienen
tanta templanza en su parte sensitiva y carne que gozan de grande paz, y casi no
saben qué es tentación que les dé pena. Y esto suele ser en dos maneras: unos
tienen esta paz en limpieza por natural complexión, otros por elección y
merced de Dios.
Los
que por complexión natural, no deben engreírse mucho con la paz que sienten,
ni despreciar a quien ven tentado; porque no se mide la virtud de la castidad
por tener esta paz, mas por tener propósito en el ánima de no ofender en este
pecado a nuestro Señor. Y si uno, siendo tentado y guerreado en su carne, tiene
este propósito bueno en su ánima, con mayor firmeza que el que no tiene ni
siente tentaciones, más casto será éste combatido que el otro con la paz. Ni
tampoco deben estos bien acomplexionados desmayarse, diciendo: «Poco gano en
ser casto, pues lo tengo de complexión», mas deben aprovecharse de la buena
complexión que tienen, queriendo con la razón la castidad, que su inclinación
les convida, suplicando a nuestro Señor les ponga mucha firmeza en sus ánimos,
y de esta manera servirán a Dios con el ánima por el don suyo, y en la carne
por su buena inclinación.
Otros
hay que no por inclinación natural, mas por merced de nuestro Señor, son tan
cumplidamente castos que en su ánima tienen muy quitada la gana, y sienten
entrañable aborrecimiento de esta vileza; y en su parte sensiva, tanta
obediencia que no solamente va arrastrando a lo que la razón manda, mas
obedécela con deleite y presteza, concertándose en uno ella con la razón, y
teniendo entre sí entrañable paz y sosiego. Este excelente estado rastrearon
algunos filósofos, los cuales dijeron que había algunos varones tan excelentes
que tenían sus ánimos tan purgados que obraban las virtudes con facilidad y
deleite, sin que se levantasen pasiones, o si vencidas se levantaban, eran
ligeramente y sin pena vencidas. Mas esto que ellos hablaban e quizá no tenían
-o, si lo tenían, era por inclinación natural; o, si era por elección, era a
cabo de mucho tiempo que se ejercitaban en estas buenas costumbres, y lo que
obraban era a fuerzas de sus proprios brazos-, tiénenlo los bienaventurados
cristianos, a los que Cristo les quiere conceder este don, no ganado por fuerza
de ellos, mas infundido por el fuerte Espíritu de él, el cual es de tanta
eficacia, cuando perfectamente obra en ánima y carne, que así como hace que lo
superior del ánima está con perfecta obediencia sujetísimo a Dios, y recibe
de Él poderosas fuerzas y excelentísima lumbre, estando unido tan
perfectamente con Él y tan regido por la voluntad de Él, que diga el Apóstol:
El que se llega a Dios, un espíritu es con Él, así esta eficacia de
Dios que obra en la parte sensitiva hace que, dejada la bestialidad y fiereza
que de su naturaleza tiene, obedezca con deleite a la razón y se le dé muy
sujeta. Y aunque en la naturaleza sean diversas, por ser una espiritual y otra
sensual, mas allégase tanto la parte sensitiva a la razón que toma también su
freno, que anda domada y doméstica, y, aunque no es razón, anda como razonada,
no impidiendo, mas ayudando, como fiel mujer a su marido. Y así como hay
ánimas de algunos tan miserablemente dadas a la voluntad de su carne que no se
rigen por otro norte sino por el apetito de ella y, siendo su naturaleza
espiritual, se abate a la miserable sujección de su cuerpo, tan transformadas
en carne, que se tornan encarnizadas, y parecen, en su voluntad y
pensamientos, un puro pedazo de carne; así la sensualidad de estos otros se
junta tanto con la razón que parece más razonal que las mismas ánimas de los
otros.
Dificultosa
cosa de haber parecerá ésta; mas, en fin, es obra y dádiva de Dios, concedida
por Jesucristo, su único Hijo, en el tiempo del cual estaba profetizado que habían
de comer juntos lobo y cordero, oso y león; porque las afecciones
irracionales de la parte sensitiva, que como fieros animales quieren tragar y
maltratar la ánima, son pacificadas por el don de Jesucristo, y dejada su
guerra viven en paz, como se dice en Job: Las bestias de la tierra te serán
pacíficas, y con las bestias de la región tendrás amistad. Y
entonces se cumple lo que está escrito en el Psalmo que dice: Tú, hombre
unánime conmigo, guía mía, y conocido mío, que comiste conmigo los dulces
manjares, y anduvimos en la casa de Dios de un consentimiento. Las cuales
palabras dice el hombre interior a su exterior, teniéndolo tan sujeto que lo
llama de un ánima, y tan conforme a su querer que dice que comen
entrambos dulces manjares y andan en uno en la casa de Dios; porque están
tan amigos que, si el interior come castidad, orar, ayunar y velar, y otros
santos ejercicios, hallando mucha dulzura en ellos, también el hombre exterior
hace estas obras, y le saben como dulce manjar.
c)
SÓLO CRISTO Y SU MADRE, LIBRES DE TODO MOVIMIENTO PECAMINOSO
Mas
no entendáis que venga uno en este destierro a tener tanta abundancia de paz
que no sienta alguna vez movimientos contra su razón, porque, sacando a Cristo
Redemptor nuestro, y a su Madre sagrada, no fue a otros concedido este
privilegio; mas habéis de entender que, aunque haya estos movimientos en las
personas a quien Dios concede este don, no son tales ni tantos que les den pena,
antes, sin ponerlos en estrecho de guerra ni quitarles la paz, son ligeramente
por ellos vencidos. Como si viésemos en una ciudad a dos muchachos reñir, y
luego se apaciguasen, no decíamos que, por aquella breve guerra, faltaba paz en
la ciudad, si la hobiese en los principales del pueblo.
Y
pues esta alteza de virtud confesaban los filósofos, con no conocer las fuerzas
del Espíritu Santo, no debe ser dificultoso al cristiano confesar esto, y
desearlo, a gloria de la redempción de Cristo, y de su poder, al cual no hay
cosa imposible, cuya paz, es tanta que sobrepuja a todo sentido, como
dice San Pablo. Pues, cuando la carne así estuviere obediente y templada,
estonces estamos bien lejos de oír su lenguaje y seguros de caer en la terrible
maldición que echó Dios a Adán, nuestro padre, porque oyó la voz de su
mujer; antes nosotros hacemos a ella que nos sirva y oya, y, como a pájaro
encerrado en jaula, la enseñamos a hablar nuestro lenguaje, y que con alegría
nos obedezca. De la cual luenga obediencia, que a la razón tiene, queda tan
bien acostumbrada que, si algo pide, no es deleite mas necesidad; y entonces
bien la podemos oír, según Dios mandó a Abraham que oyese la voz de su
mujer Sara, la cual era ya muy vieja, y con su carne tan enflaquecida y
mortificada que no tenía las superfluidades de otras mujeres. Y de
esta tal carne algo más nos podemos fiar, oyendo lo que nos dice, aunque no
debemos tanto creerla que su solo dicho nos baste, mas debemos examinarlo con
razón y con el espíritu, porque la que pensábamos estar muerta no se haga
engañosamente mortecina, y tanto más peligrosamente nos derribe cuanto por
más fiel la teníamos.
Los
lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus malicias para
engañar, que son innumerables. Porque así como Cristo es causa de todos los
bienes, que se comunican a las ánimas de los que se sujetan a Él, así el
demonio es padre de pecados y tinieblas, porque, instigando y aconsejando a sus
miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con que eternamente sean
perdidas, y porque sus astucias son tantas que sólo el Espíritu del Señor
basta a descubrirlas, hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a Cristo,
que es verdadero enseñador de las ánimas.
a)
SECRETAMENTE PONE ASECHANZAS
De
muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males que tiene, mas
entre todos hablemos de dos, que son ser llamado león y dragón. Dice
San Agustín: dragón, porque secretamente pone asechanzas; león, porque
abiertamente se enoja.
1)
Ensoberbeciendo al hombre
Y
la asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con la vanidad y
mentiras, y después derribarnos con verdadera y miserable caída. Ensálzanos
con pensamientos que nos inclinan a estimarnos en algo, haciéndonos caer en
soberbia. Y como él sepa este mal, por experiencia, ser tan grande que bastó a
hacer de ángel demonio, trabaja con todas sus fuerzas hacernos participantes en
él, porque también lo seamos en los tormentos que tiene. Sabe él muy bien
cuánto desagrada la soberbia a Dios, y cómo ella sola basta a hacer inútiles
todas las otras virtudes que un hombre tenga; y trabaja tanto por sembrar esta
mala semilla en el ánima que muchas veces deja de tentar a uno y le dice
algunas verdades, y le da algunos buenos consejos y espirituales consolaciones,
para inducirle a soberbia, y así derribarlo y dejarlo, vacío.
Remedios:
a)MIRAR
NUESTROS MALES PASADOS, PRESENTES Y POR VENIR
Mas
cuanto él con más diligencia nos hablare este engañoso lenguaje, tanto con
mayor diligencia debemos nosotros hacernos sordos a él, que si el profeta dice
que debajo de la lengua de los malos hay ponzoña, ¿cuánto mayor
pensamos que la habrá en el lenguaje del mismo demonio, más malo que los malos
todos? Y si él nos ensalzare de los bienes que tenernos, humillémonos nosotros
mirando los males que hacemos y hecimos, los cuales son tantos, que, si el
Señor no nos fuera a la mano, y no nos quitara del camino que tan de corazón
caminábamos, fueramos creciendo en maldades como en la edad, hasta que los
infernales tormentos fueran pequeños para nuestro castigo. ¡Oh abismo de
misericordia!, y ¿qué te movió a llamar a los que tan lejos iban de ti?
¿Qué te movió a mirar cara a cara a los que tan vueltas tenían a ti las
espaldas? Acordástete de los olvidados de ti, haciendo mercedes a los que
merecían tormentos, y tomaste por hijos a los que habían sido malos esclavos,
aposentando tu natural persona en las que primero habían sido hediondo establo
de suciedades. Estos males que entonces hecimos, nuestros eran, y, si otra cosa
ahora somos, en Dios lo somos, como dice el Apóstol: Erades algún tiempo
tinieblas, mas ahora luz en el Señor.
Conviene,
pues, acordarnos del miserable estado en que por nuestra flaqueza nos metimos,
si queremos estar seguros en el dichoso estado en que por su misericordia Dios
nos ha puesto, creyendo muy de verdad que lo mismo haríamos que antes hecimos,
si la poderosa y piadosa mano de Dios de nos se apartase. Y si miramos a los
muchos peligros a que estamos sujetos por nuestra flaqueza, no osaremos del todo
alegrarnos con el bien que de presente tenemos, con el temor de los pecados que
podemos hacer. Grande alegría mostraron los hijos de Israel y devotos cantares
hicieron a Dios, cuando tan gran maravilla hizo con ellos que los pasó por el
mar a pie enjuto, y parecíales que, pues en tan gran peligro no habían
peligrado, ninguna cosa había de ser bastante para los derribar ni impedir que
alcanzasen la tierra por Dios prometida; mas la esperanza salió de otra manera
porque, después de aquel gran favor, sucedieron tentaciones y pruebas, y fueron
hallados flacos e impacientes en la prueba y pelea los que habían sido devotos
y alegres después de la pasada del mar. Y porque no alcanzan la corona
prometida por Dios, sino los que son hallados fieles en las pruebas que él les
invía, éstos no la alcanzaron; mas que quedaron muertos en el desierto por sus
pecados.
¿Quién
será, pues, tan desatinado que ahora mire a la vida pasada, ahora a la que
resta por venir, ose alzar su cabeza a tomar alguna soberbia, pues en lo pasado
ve cuán miserable cayó, y en lo por venir a tantos temores está sujeto? Y, si
bien conociere la verdad de cómo todo lo bueno viene de Dios, verá que el
tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los que los tienen, mas
abajarlos más, como a quien más agradecimiento y servicio debe. Y cuando
piensa que creciendo las mercedes, crece la cuenta que ha de dar de ellas,
parécenle los bienes que tiene una carga pesadísima, que le hace gemir y ser
más cuidadosa y humilde que antes.
b)
PEDIR A DIOS HUMILDAD: CONOCER A DIOS Y A SÍ
Y
porque es tanta nuestra liviandad, y tenemos tan metida en los huesos la secreta
soberbia, que fuerzas humanas no bastan del todo a limpiarnos de este pecado,
debemos pedir a Dios este don, suplicándole importunamente no nos permita caer
en tan gran traición, que nosotros seamos robadores de la honra que de todo lo
bueno a él es debida. Con el ayuno se sanan pestilencias de la carne, y la
oración las de la ánima; y por eso conviene al que esta pestilencia siente en
su ánima, orar con toda diligencia y continuación, presentarse delante el
acatamiento de Dios, suplicándole abra los ojos para conocer la verdad de
quién sea Dios, y quién sea él, para que ni atribuya a Dios algún mal, ni
tampoco a sí algún bien.
Y
cuando Dios es servido de hacernos esta merced, invía una celestial lumbre en
el ánima, con que, quitadas unas gruesas tinieblas, conoce ningún bien, ni
ser, ni fuerzas haber en todo lo criado mas de aquello que la bendita y graciosa
voluntad de Dios ha querido dar y quiere conservar. Y conoce entonces cuán
verdadero cantar es aquél: Llenos son los cielos y la tierra de tu gloria.
Porque
en todo lo creado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea a Dios. Y
entiende con cuanta verdad dijo Dios a Moisén, que dijese a los hombres, que el
que es me invío a vosotros; y lo que dijo el Señor en el evangelio: Ninguno
es bueno, si no sólo Dios, porque, como todo el ser que tengan las cosas y
todo el bien, ahora sea del libre albedrío ahora de la gracia, sea dado y
conservado de la mano de Jesucristo, conoce que más se puede decir que Dios es
en ellas y obra el bien ellas, más que ellas de sí mesmas. No porque ellas no
obren, mas porque obran como causas segundas movidas por Dios, principal y
universal hacedor, del cual ellas tienen la virtud para obrar. Y así, mirando a
ellas, en cuanto de sí mismas, no les hallan tomo ni arrimo en si proprias,
sino en aquel infinito ser que las sustenta, en cuya comparación parecen todas
ellas, por grandes que sean, como una pequeña aguja en un infinito mar.
Y
de este conocimiento de Jesucristo queda en el ánima una profunda reverencia a
la sobreexcelente majestad divinal que le pone tanto aborrecimiento de atribuir
a sí misma ni a otra criatura algún bien, que ni aún pensar en ello no
quiere, considerando que así como el casto de Josef no quiso hacer traición a
su señor, aunque fue requerido de la mujer de él, así no debe el hombre
alzarse con la honra de Dios, la cual él quiere para sí como el marido a su
propria mujer, según está escripto: Mi gloria no la daré yo a otro.
Y está el hombre entonces tan fundado en esta verdad, que aunque todo el mundo
lo ensalzase, él no se ensalzaría, mas, como verdadero justo, desnúdase de la
honra, pues ve no ser suya, y dala al Señor, cuya es. Y en esta luz ve que
cuanto más alto está, más ha recebido de Dios y más le debe, y más pequeño
y abajado es en sí mismo; porque quien tan de verdad crece en otras virtudes,
también ha de crecer en la humildad, diciendo a Dios: Conviene crecer en ti, y
a mi ser abajado cada día más en mí mismo.
Y
entonces no oye el ánima el falso lenguaje del demonio soberbio, que con la
propria estima la quería engañar; mas oye la verdad de Dios, que dice que la
verdadera honra y estima de la criatura no consiste en sí misma, mas en recebir
y ser estimada y amada de su Criador.
2.
Desesperándole:
1.
Con la memoria de sus pecados
Otra
arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual es, no haciendo
ensalzar el corazón, mas abajándole y desmayándolo, y así traello a
desesperación. Y esto hace trayendo a la memoria no los bienes que el hombre ha
hecho, mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que, espantado con la
muchedumbre y graveza de ellos, caya desmayado como debajo de carga pesada, y
así desespere. De esta manera hizo con Judas, que, al hacer del pecado,
quitóle delante la graveza de él, y después trájole a la memoria cuán grave
mal era haber vendido a su maestro y por tan poco precio, y para tan mala
muerte. Cególe los ojos con la grandeza del pecado, y dió con él en el lazo,
y de allí en el infierno.
De
manera que a unos ciega con las buenas obras poniéndoselas delante y
escondiéndoles sus señales, y así los engaña haciéndolos ensoberbecer; y a
otros escóndeles que no se acuerden de sus bienes que por la gracia de Dios ha
hecho, y tráeles a la memoria sus males, y así los derriba. A los unos
díceles que sus bienes son muchos y sus pecados pocos y livianos; a los otros,
que los bienes que han hecho son pocos y llenos de falta, y sus males muchos y
grandes.
Remedio:
PONER
LOS OJOS EN LOS BIENES HECHOS
Y
EN LA MISERICORDIA DE DIOS Y BENEFICIO DE CRISTO
Mas
así como el remedio es, porque él nos quiere alzar de la tierra, asirnos más
a la tierra y tener los pies más hincados en ella, y considerando, no nuestras
plumas de pavo, mas nuestros lodosos pies de pecados que hemos hecho o
haríamos, si Dios no nos guardase, así en este otro engaño es el remedio
quitar los ojos de nuestros pecados y ponerlos en los bienes que hemos hecho y
en la misericordia de Dios, de donde nos vinieron. No es esto para poner
confianza en las obras nuestras, porque no cayamos en un lazo, huyendo de otro;
mas para creer que, pues nos dio gracia para las hacer, no las dejará de
galardonar, y, pues nos ha puesto en la carrera, no nos dejará en la mitad de
ella, pues sus obras son acabadas como él lo es; y más hizo en sacarnos de
enemistad que en conservarnos en su amistad. Lo cual nos amonesta San Pablo
diciendo. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados a Dios por la
muerte de su Hijo, mucho más ahora que somos reconciliados seremos salvos en la
vida de Él.
Cierto,
pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos, también lo será su
vida para conservar en vida a los vivos. Hízonos de enemigos amigos, pues no
nos desamparará siendo amigos. Si nos amó desamándole, no nos desamará
amándole. De manera que osemos decir lo que dijo San Pablo: Confío que
aquel que comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día de Jesucristo.
Si
el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que hemos hecho,
miremos que ni él es la parte ofendida, ni tampoco el juez. Dios es a quien
ofendemos cuando pecamos, y él es el que ha de juzgar a hombres y demonios, y,
por tanto, no nos turbe que el acusador acuse, mas consuélenos que el que es
parte y juez nos perdona y absuelve. Y esto dice San Pablo así: Si Dios con
nos, ¿quién será contra nos? El cual a su proprio Hijo no perdonó, mas por
todos nosotros lo entregó. Pues, ¿cómo es posible que dándonos a su Hijo, no
nos haya dado todas las cosas? ¿Quién acusará contra los hijos de Dios? Dios
es el que justifica, ¿quién habrá que condene? Todo esto dice San Pablo.
Lo cual, bien considerado, debe esforzar a nuestro corazón a esperar lo que
falta, pues tales prendas de lo pasado tenemos. No nos espanten nuestros
pecados, pues el eterno Padre castigó a su Hijo unigénito por ellos para que
así viniese el perdón sobre nos, que merecemos el castigo. Y pues Dios nos
perdona, ¿qué aprovecha que el demonio dé voces, pidiendo justicia? Ya una
vez fue hecha justicia de todos los pecados del mundo; la cual cayó sobre el
inocente cordero, que es Jesucrito, para que todo culpado que quisiese llegarse
a él sea perdonado. Pues, ¿qué justicia sería castigar otra vez los pecados
del penitente con infierno, pues ya una vez fueron suficientemente castigados en
Jesucristo? Él nos es dado por la misericordia del Padre, y en él tenemos
todas las cosas; porque, en comparación de tal persona divina, como es el Hijo,
¿qué es todo lo demás sino menos que él? Y quien dio el Señor, también dio
el señorío; y quien dio el sacrificio, dio el perdón; y quien dio al
Hijo, dará todo cuanto quisiéremos.
Así
que, doncella de Cristo, si nos quisiere el demonio cegar en nuestros pecados,
digamos que no son sino pocos y chicos, y nuestros bienes muchos y grandes.
Pocos son nuestros pecados, no en sí, mas comparados a los muchos merecimientos
de Jesucristo. Muchos son nuestros bienes, no en nosotros, mas en Cristo, que
nos dio lo que él ayunó, oró, y caminó y trabajó; y sus espinas y sus
azotes, y clavos y lanza, muerte y vida, haciéndonos participantes en todo
mediante los sacramentos y fe. Cuantas son las misericordias del Señor, tantos
podemos decir que son nuestros merecimientos; y cuantos son los bienes de
Cristo, en tantos tenemos parte nosotros. Y así como en el mar Bermejo fueron
ahogados Faraón y los suyos, que perseguían a Israel por las espaldas, así,
en la sangre y merecimientos de Cristo, son los pecados que hemos hecho
ahogados, que ninguno queda. Por tanto, cerremos las orejas a este lenguaje, y
hagamos ir avergonzado al demonio, como lo fué de unos, de los cuales dijo:
«Estos me han vencido, porque cuando yo los quiero ensalzar, ellos se abajan, y
cuando yo los quiero abajar ellos se ensalzan.» Y digamos con David: Siendo
el Señor mi ayudador, yo despreciaré a mis enemigos.
2.
Con pensamientos contra Dios
Otras
veces suele hacer desmayar, trayendo pensamientos muy sucios y abominables aun
contra las cosas de Dios, y hace entender al que los tiene que de él salen y
que él los quiere tener y con esto atribúlale de tal manera que le quita toda
el alegría del ánima, y le hace entender que está muy desechado de Dios y
condenado de él, y dale gana de desesperar, creyendo que no puede parar en otra
parte sino en el infierno, pues ya le parece tener blasfemias semejantes a las
de allá. No es tan necio el demonio que no se le entiende que el tentando no ha
de venir a consentir en cosas tan abominables, mas es su intento asombrarle y
desmayarle, para que así pierda la confianza que en Dios tenía, y trabajarlo
tanto con sus importunidades e frialdades que le haga perder la paciencia y
sosiego, y así ganar él; como dicen: A río vuelto, ganancia de pescadores.
Gran
merced hace Dios a muchas personas, que por mucho tiempo les guarda y esconde
dentro de sí, para que no sepan qué guerra es aquesta ni oigan aqueste
espantable lenguaje; mas otras veces permite que aquel malvado turbe con sus
voces importunas nuestro silencio, y en lugar del gozo, que teníamos en pensar
cosas de Dios, nos hagan sus tentaciones echar lágrimas de muy gran tristeza.
Remedios:
a)
NO DIALOGAR CON EL DEMONIO
Entonces
hemos de hacer lo que hacía David: Yo, como sordo, no oía; y como mudo,
que no abre su boca. Hecho soy como hombre que no oye y que no tiene en su
boca reprehensiones. Y pues no podemos dejar de oír este lenguaje, pues que el
demonio, aunque no queramos, nos trae estos pensamientos y hablas tan malas,
seamos a lo menos como quien no oye. Lo cual hacemos cuando no nos turbamos ni
entristecemos con ellos, mas estamos en nuestra paz como de antes, no curando de
tomarnos a palabras ni respuestas con el demonio ni sus asechanzas, mas estamos
como sordos y mudos, no haciendo caso de todo cuanto nos dice. Dificultoso es
creer aquesto a los que poco saben de las astucias del demonio, los cuales
piensan que, si no dejan de hacer lo que hacían y se ocupan en ojear y andar
matando las moscas de los tales pensamientos, ya han consentido en ellos,
creyendo que es todo uno: sentir pensamientos y consentir en ellos. En la
verdad, mientras los tales pensamientos son más abominales, más seguro está
el hombre que no consentirá en ellos. Y basta no curar de ellos con una
sosegada disimulación, porque no hay cosa que al demonio más lastime que el
despreciarlo tan despreciado que ningún caso hagan de él ni hay cosa tan
peligrosa como trabar razones con quien tan presto nos puede engañar.
Y
por esto la mejor respuesta es no responder, aunque nos parezca que teníamos
qué, mas una vez al día decir que creemos lo que cree la santa Iglesia Romana,
y que no queremos consentir en pensamiento falso ni sucio; y decir al Señor lo
que está escripto: Señor, fuerza padezco, responded vos por mí; y
sosegarnos, creyendo que él lo hará con condición que tengamos esperanza en
él y callemos nosotros. Porque, si tenemos muchas respuestas nosotros, ¿cómo
le diremos que responda por nos? Por lo cual dice la sagrada Escriptura: Vosotros
callaréis y el Señor peleará por vosotros. De manera que nuestro pelear
no es a solas manos, mas muy más principalmente con invocar al Señor
todopoderoso, el cual por nosotros pelea. Y esto es lo que dice el profeta
Esaías: En silencio y esperanza será vuestra fortaleza. Porque uno de
estos dos que falte, luego el hombre se turba y enflaquece.
b)
CRECER EN EL BIEN OBRAR, AUNQUE SEA SIN DEVOCIÓN
Mas
dirá alguno: «Quítanme estos pensamientos la devoción, y suélenme venir
cuando yo me llego a las buenas obras, y por no oír tales cosas, estoy
determinado muchas veces de no las hacer.» A esto digo: que esto es por lo cual
el demonio andaba, por con sus importunidades estorbar el bien obrar; aunque
parece que a otra parte tiraba. Mas debes tú antes crecer en el bien que
menguar, como persona que adrede lo hace, por hacer ir al demonio con pérdida
de lo que pensaba llevar ganancia.
E
si falta la devoción no te penes, pues no se miden nuestros servicios por
devoción, mas por amor; y el amor no es devoción tierna, mas un ofrecimiento
de voluntad a lo que Dios quiere que hagamos y padezcamos, tengamos voluntad o
no, y si algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen también
la desordenada codicia de los devotos sentimientos del ánima, como dejan la
codicia de los bienes temporales, vivirían más alegres de lo que viven, y no
hallaría el demonio codicia en que asir, como en cabellos, con sus engaños, y
lastimarles con ellos. Desnudo murió Jesucristo, y desnudos nos hemos de
ofrecer a él, y sola nuestra vestidura ha de ser su santísima voluntad, sin
mirar a otra parte. Igualmente hemos de tomar la tentación que la consolación
de su mano, y oír demonios como oír ángeles, y ser tentados y azotados como
ser abrazados. Finalmente, no estar asidos a los flacos ramos de nuestros
quereres, aunque nos parezcan buenos, mas a aquella fuerte columna de la divina
voluntad, que nunca se muda. Para que así no vivamos en mudanzas, mas
participemos a nuestro modo de aquella immutabilidad y sosiego que la divina
voluntad tiene, haciendo siempre lo que quiere, y tomando lo que nos invía.
Decidme,
doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por consolaciones y
gustos de ánima que servirle por dinero, qué más por cielo que por tierra, si
el postrer paradero es mi codicia? Lucifer, según muchos doctores dicen, la
bienaventuranza deseó, mas, porque no la deseó como debía y de quien debía,
y que se le diese cuando Dios quería, no aprovechó que lo que deseaba era
bueno, mas pecó por no desearlo bien; y así fué su deseo codicia, y no buen
deseo.
C)
CONFORMAR NUESTRA VOLUNTAD CON LA DE DIOS
Pues
de esta manera digo que no hemos de estar atados a desear nuestros consuelos o
devociones, o sosiego, o semejantes cosas, parando en ellas, mas, libres de
estas cosas, asestar nuestro querer en aquel norte inmutable de la divina
voluntad, tomando lo que nos diere, y cuando y como; y no holgarnos por lo que
nos da, principalmente por nuestro provecho, mas porque se huelga él en
dárnoslo, aparejados a carecer de ello, si supiésemos que él es servido. Y no
digo yo esto, porque se puede excusar el gozo cuando el Señor nos visita, o la
pena, cuando nos deja en manos de nuestros enemigos para ser de ellos tentados,
mas porque, en cuanto pudiéremos, nos mostremos a no hacer mucho caso del
consuelo, porque no sintamos las mudanzas que necesariamente hemos de sentir, si
a estas cosas nos arrimamos.
Suplicad
al Señor que nos abra los ojos, que más claro que la luz del sol veríamos que
todas las cosas de la tierra y del cielo son muy poca cosa para desear ni gozar,
si de ellas se apartase la voluntad del Señor. Más vale sin comparación comer
o dormir, si el Señor lo manda, que estar en el cielo sin su querer. No estemos
pues tanto asidos de las cosas, por buenas que nos parezcan, más de cuanto
fuere siempre la voluntad buena de nuestro Señor Dios. Y así ligeramente
tendremos sosiego entre los alborotos que el demonio causa, porque estará
mortificada nuestra voluntad, que es la que causaba el descontento, y viviremos
siempre en una continua paz, según en este destierro se puede haber, por estar
conformes con la voluntad de nuestro Señor Dios, la cual tan bien se cumple en
nosotros cuando somos atribulados, como cuando somos consolados. Echemos, de
nosotros tanta fruta perdida, que estaba colgada de nuestra secreta codicia, y
cogeremos otros nuevos frutos de gozo y paz, que de esta unión con la divina
voluntad suelen venir.
Esta
es el arte con que se engaña el arte que el demonio traía. El quería hacernos
enojar, aunque a otra parte parecía que tiraba. Nosotros guardámosle el golpe
y cobrímonos con paciencia, conformándonos con la voluntad divina, y así
quedamos sin llaga y aún con corona, porque, no curando de lo que en nos pasa,
por penoso que sea, mas de la voluntad del que lo invía, vencemos nuestra
propria voluntad; lo cual es la causa de nuestra corona.
Y
porque el vencimiento de esta batalla más se hace por arte de contentarnos con
lo que viene, y de tener confianza, mientra más el demonio nos la quiere
quitar, que por vía de fuerza, queriendo evitar que no nos vengan estos
pensamientos, pues que no son en nuestra mano, por eso dice el esposo a la
esposa en los Cantares: Cazadnos las pequeñuelas zorras, que destruyen las
viñas, porque nuestra viña ha florecido. La viña de Cristo
nuestra ánima es, plantada con su mano y regada con su sangre. Esta florece
cuando, pasado el tiempo en que fue estéril y seca, comienza nueva vida y
fructifera al que la plantó. Mas porque a los tales principios suelen acechar
estas y otras tentaciones del astuto demonio, y les suelen dañar con hacerles
desmayar, trayéndoles pensamientos tan feos estando ella ternecica y en flor,
por eso nos amonesta el esposo florido, que pues nuestra ánima, viña suya, ha florecido,
que tengamos manera para cercar estas importunas tentaciones. En decir cazar,
da a entender que ha de ser por maña y no por fuerza. Y en decir que son zorras,
da a entender que son tentaciones solapadas, que pareciendo ir a herir en
una parte, hieren en otra. En decir pequeñas, da a entender que para
quien las conoce no son grandes, porque el solo conocerlas es vencerlas; y a
quien le parecen grandes, es el que con su temor y poco saber las hace grandes.
Y en decir que destruyen las viñas, da a entender cuánto daño hacen
en los hombres que no las conocen, hasta traerlos algunas veces a tanto enojo,
que de enojados, como no les quita Dios las tales tentaciones, vienen por
miserable consejo a consentir o casi consentir en ellas, y algunas veces pasa
tan adelante este mal que, por no sufrir guerra tan cruda en el camino de Dios,
lo dejan y se dan abiertamente a pecar, pensando por allí huir de ellas; o, si
esto no hacen, algunos suelen venir a desesperar, por no sufrir guerra tan
cruda.
d)
BUSCAR UN BUEN CONFESOR
Y
suele a los que tales tentaciones tienen, dar mucha pena, el haberlas de decir
abiertamente a su confesor, por ser cosas tan feas que no merecen ser tomadas en
lengua, y que dan gran desmayo, por su abominación, cuando se cuentan. Y, por
otra parte, si no se las dicen, paréceles no ir bien confesados, y así nunca
salen satisfechos de la confesión por el callar, o salen muy penados por haber
dicho cosas que tanta pena les dan. Lo que estas personas cerca de esto deben
hacer es buscar un confesor sabio, experimentado en las cosas de Dios, y darle a
entender las tentaciones que pasan, de arte que, aunque no se digan los
pensamientos de la misma manera que se piensan, porque esto no es menester y
muchas veces daña y no se puede hacer, mas dígase de manera que el confesor
pueda entender la enfermedad que es, y esto basta.
Y
el tal confesor no debe ser áspero, ni importunarse por muchas veces que el
penitente le pregunte una misma cosa, ni por otras flaquezas que estas personas
escrupulosas y tentadas pueden tener; mas antes se acuerde de lo que el Apóstol
dice: Corrígele en espíritu de blandura, considerándote a ti mismo, y no
seas también tentado. Y por graves cosas que en estas personas vea, no
desmaye, porque no suele el Señor olvidar sus ovejas en aquestos peligros, mas
socórrelas cuando más desesperado parece estar el remedio, según yo he visto
en muy muchas personas afligidas gravísimamente con estas tentaciones, aun
hasta trance de desesperar. De las cuales ninguna he visto parar en mal, mas ser
socorridas de Dios con entera sanidad de estos trabajos.
Ore,
pues, el confesor, y busque oraciones ajenas; y encomiende al penitente la
enmienda de su vida; y déle buena esperanza de parte de nuestro Señor, que él
cumplirá las promesas que de su parte le dieren con fe; y enseñe al penitente
que ningún pensamiento, por sucio y malo que sea, no puede ensuciar el ánima,
cuando no es consentido. Y pues el penitente no consiente, mas toma mucho
desplacer en aquestas cosas, antes las debe tomar en purgatorio de sus pecados y
en ejercicio de paciencia, como quien está padeciendo martirio en manos de
crueles sayones, que pensar que ofende a Dios en ello, o que va camino de
perdición.
Y
con esta cordura y sabiduría engañará el arte que el demonio como zorra trae,
que era amagar para hacernos caer en infidelidad o blasfemias, o suciedades o
cosas semejantes; y cuando nosotros íbamos a escudarnos de aquel golpe,
penándonos mucho, desmayándonos con los tales pensamientos, descubríamos el
ánima una vez o otra por la parte de la paciencia, y allí nos hería en
descubierto muy a su placer como quien amaga a la cabeza y hiere a los pies. Mas
contra este arte usemos de otro arte, y es no asombrarnos ni desmayarnos, ni
perder la paciencia, mas cubrirnos de pies a cabeza y en todo tiempo con la fe y
conformidad de la voluntad del Señor; y estar contentos de tener aquello, si el
Señor es servido que lo tengamos, toda la vida.
Y
así ganamos más con aquella paciencia que ganáramos con la devoción que nos
quitó, y ayúdanos a crecer en el servicio de Dios el que pensaba estorbarnos.
E hizo por su ocasión que, estando nuestra ánima en flor de principios,
comience a dar frutos de hombres perfectos, porque nos hace desnudar de nosotros
mismos y que, comiendo antes leche de devoción tierna, comemos ya pan con
corteza, manteniéndonos con las duras piedras de las tentaciones; las cuales
él nos traía para probarnos si éramos hijos de Dios, y sacamos de la
ponzoña miel, de las llagas salud; y así de la tentación salimos probados y
aprovechados.
Los
cuales bienes no hemos de agradecer al demonio, cuya voluntad no es fabricarnos
coronas, mas cadenas; sino a aquel sumo y omnipotente Bien, Dios, el cual no
dejaría acaecer mal ninguno, sino para sacar mayor bien; ni dejaría a nuestro
enemigo y suyo, el demonio, atribular a nosotros, sino para gran confusión del
que atribula y bien del atribulado; y esto es lo que dice David: Este
dragón que formaste para que hiciesen burla de él. Dragón llama al
demonio por sus asechanzas, al cual crió Dios bueno y él se hizo malo y
tentador de los buenos; mas permítelo Dios así, sacando bien de sus males,
porque mientras más piensa dañar a los buenos, más provecho les hace, y
queriéndolos abatir al infierno, les da ocasión que ganen el cielo; de lo cual
él queda tan corrido y burlado que no quisiera haber comenzado el
juego. Y esto es en lo que todos harán burla de él, pues por sus tentaciones
aprovechó a los que pensaba dañar, cayendo sobre su cabeza la maldad que a
otros urdía, y cayendo en el lazo que armó; y, quedando él con tristeza
muerto de invidia, verá ir a los amigos de Dios, que él, tentó, cantando con
alegría: El lazo ha sido quebrado, y nosotros quedamos libres; nuestra
ayuda es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
b.
ABIERTAMENTE SE ENOJA
Remedios:
a)
TENER FE: DIOS ES NUESTRO AYUDADOR
Es
tanta la invidia que de nuestro bien tienen los demonios que por todas las vías
tientan que no gocemos lo que ellos perdieron; y cuando en una batalla van de
nosotros vencidos o, por mejor decir, de Dios en nosotros, mueven otras y otras,
para si alguna vez hallaren algún descuidado a quien traguen; mudan
armas y género de batalla, pensando que a los que no vencieron en una vencerán
en otra. Por lo cual, después que han visto que por astucia no han
podido empecer, por estar enseñados por la verdadera doctrina cristiana, que
nos enseña a ponernos en el justísimo querer del Señor, intentan guerra
más descubierta, haciéndose león feroz, el cual antes era
dragón ascondido. Ya no tienta de uno y va a parar en otro, mas claramente se
quiere hacer temer, pensando de alcanzar por espanto lo que por arte no
pudo. Aquí no le verán hecho raposa, mas león fiero, que con su bramido
quiere espantar, como dice San Pedro: Hermanos, sed templados y velad,
porque vuestro adversario el diablo, como león bramando, rodea, buscando a
quien trague; al cual resistid fuertes en la fe. No deben ser destemplados
ni descuidados los que tal enemigo tienen, ni deben dejar de orar al
verdadero pastor, las ovejas que se ven cercadas de boca tan mala. Mas,
¿cuáles son las armas con que se vence este bravo león, para que de esta
guerra, como de la pasada, vaya confundido el que pensó confundirnos? Estas son
la fe, según dice San Pedro. Porque cuando una ánima desprecia lo que
ve y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre; mas
este firme crédito y confianza en Dios la guarda muy firme y sin temor, y le
hace despreciar las amenazas de los demonios, porque, como una de las
principales, cosas en que él ponga sus fuerzas sea en hacer los corazones
pusilánimes y desmayados, es eficacísimo remedio contra él la firme confianza
en Dios, como leemos haber dicho aquel gran vencedor de demonios San Antón: La
señal de la Cruz y la fe con el Señor nos es a nosotros inexpugnable muro.
¿Cómo temerá al demonio quien cree que ninguna cosa puede sin darle Dios el
poder? ¿Pudieron quizá los demonios tocar en Job, o en su hacienda, o siquiera
ahogar los puercos de los genesarios, sin tener licencia primero de Dios? Pues
quien no puede tocar a los puercos, ¿podía tocar a los hijos?
Si
el consejo de Cristo tomamos, muy seguros viviremos de este temor, porque él
nos le quita diciendo: Yo os enseñaré a quien temáis: Temed a aquel que,
después de haber muerto el cuerpo, tiene poder para echar en el infierno: a
éste temed. Y quien a Dios no teme, aunque le pese, ha de temer a mundo y
demonios. De manera que, creyendo muy firmemente que el demonio no puede llegar
al cabello de nuestra cabeza, porque todos los tiene Cristo contados, haremos
burla de los fieros del demonio, y decirle hemos que se vaya a hacer cocos a
niños, que acá no conocemos sino a Dios por Señor. El temor a uno es hacerle
un modo de reverencia y darle sujeción, y por esto ni en poco ni en mucho
debemos temer al demonio, pues Cristo nos libertó y nos le puso debajo los
pies; y debemos estar siempre delante de Dios humillados con su santo
temor; mas para con el demonio, muy esforzados y llenos de una santa soberbia.
Cosa es muy probada que a los que el demonio temen les hace mil befas, y a los
que le desprecian huye, y tanto cuanto él más braveza mostrare tanto menos se
debe temer. Por costumbre de meter a voces y guerra a quien le falta justicia, y
querer alcanzar por amenazas lo que no ha podido por arte.
Creedme,
doncella de Cristo, que cuando el demonio asombra, tomando figura de serpiente,
o de toro o de león, o de otras bestias, y estorbando la oración con sonidos,
y hace crujir toda la casa; y cuando impide el reposo del sueño con espanto,
como al santo Job se lee que hacía; cuando en estas y otras bregas anda el
demonio, no se debe temer, porque de puro vencido y temeroso lo hace, mas
decirles como San Antón: «Si tuviésedes algunas fuerzas, uno solo de vosotros
bastaría para pelear; mas, porque sois quebrantados de Dios, trabajáis por
atemorizar, juntándoos muchos a una. Si el Señor os ha dado poder sobre mí,
veísme aquí, tragadme; mas si no podéis, ¿por qué trabajáis en balde?».
Verdad es que nuestras fuerzas, cotejadas con las suyas, son muy pequeñas; mas
la fe nos dice, si sordos no estamos, que el Señor es delendedor de todos
los que esperan con Él. Y si tenemos un enemigo muy sabio para hacer mal,
muy fuerte, y que tanto nos aborrece, tenemos un amigo más sabio, más fuerte,
y que más nos ama sin comparación. Mucho dicen que sabe el demonio, según el
mismo nombre lo dice -quieren decir resabido-, pues ¿qué es su saber en
comparación del abismo de la sabiduría divina que no tiene fin? Si el poder
del demonio no tiene igual sobre la tierra, según se escribe en Job, el poder
divino no tiene igual en el cielo ni en tierra. Muy mal nos quiere el demonio,
mas mucho más nos ama Dios que él nos desama. No duerme el demonio, buscando
cómo nos dañe más. Mucho velan los benditos ojos de Dios guardándonos como a
sus ovejas, por las cuales derramó su preciosa sangre. Pues, si tenemos el
brazo del Omnipotente con nos, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es
flaqueza en comparación del divino?, ¿qué temeremos de este león que busca
a quien trague, pues nos defiende el fuerte león de Judá, el
cual siempre vence? Y si el demonio nos cerca, Cristo está aparejado para
pelear por nosotros; empero, si no perdemos la fe, como se escribe en la Santa
Escriptura, la cual cuenta que, como contra el rey Josafat viniese innumerable
copia de gente, tanto que él fue lleno de miedo, y dejando sus pocas fuerzas
por las muchas de sus enemigos, dióse a pedir favor al Omnipotente. Y
respondióle Dios por boca de un profeta de esta manera: Esto dice el Señor
Dios: No queráis temer ni haber miedo de esta muchedumbre, porque no es la
guerra vuestra mas del Señor. No seréis vosotros los que habéis de
pelear, mas solamente estad con confianza, y veréis el socorro del Señor sobre
vosotros. ¡Oh Judea y Hierusalem, no queráis temer ni haber miedo, que mañana
saldréis y el Señor será con vosotros!
Si
bien hemos oído esta divina respuesta, que a todos los que pelean en la guerra
del Señor se da, veremos que, resistiendo nosotros en fe, el Señor ha de hacer
la victoria, y que es gran maldad haber miedo los que tan mandados están que no
lo tengan, y los que tal favor tienen. No sienten bien del poder de Dios los
que, teniéndole a Él sólo por ayudador, tienen temor del cielo o tierra; ni
siente bien de su verdad quien no cree esta promesa; ni siente bien de su bondad
quien no cree que tiene sus ojos y su corazón puesto en nosotros. Aún cuando
nos parece que más olvidados estamos, acordémonos de cómo San Antón, siendo
reciamente azotado de los demonios y acoceado, alzando los ojos arriba, vio
abrirse la techumbre de su celda, y entra por allí un rayo de luz, tras del
cual huyeron todos los demonios, y el dolor de las llagas de él fue quitado. Y,
viendo a Jesucristo nuestro Señor, díjole con entrañables sospiros:
«¿Adónde estabas, buen Jesú, adónde estabas? ¿Por qué no estuviste aquí
al principio, para que sanaras todas mis llagas?». A lo cual respondió el
Señor diciendo: «Antón, aquí estaba, mas esperaba ver tu pelea, y porque
varonilmente peleaste, siempre te ayudaré, y te haré ser nombrado por toda la
redondez de la tierra.» Con las cuales palabras, y con la virtud de Cristo, se
levantó tan esforzado que entendió haber recobrado más fuerza que primero
había perdido.
b)
PENSAR LAS MUCHAS VECES QUE NOS SACÓ VICTORIOSOS
E
ya que nuestra flaqueza nos hiciese sordos a todas estas consideraciones,
debemos mirar las muchas veces que nos ha sacado victoriosos, y nos ha defendido
de semejantes peleas. En lo cual nos da crédito que así lo hará adelante. No
deja el Señor a los suyos venir a riesgo de extremos peligros, sino para que
vean que nada son de sí y como no hay en ellos ni un cabello de fortaleza, ni
se pueden aprovechar de los favores que en tiempos pasados de Dios han recebido;
y quedan desnudos y en unas escuras tinieblas, sin hallar en qué hacer pie, mas
súbitamente los levanta y fortalece más que antes estaban. Porque vean cuán
fuerte es Dios en librarlos de tanta flaqueza; cuán bueno, en acordarse de los
que están extremamente fatigados; cuán verdadero, en sus promesas, que
promete, de no desmamparar a los que le sirven. Para que, conociendo el hombre
por experiencia su propria flaqueza, no le engañe la mentira de su estimación;
y experimentando la fortaleza y bondad divina, le adore y le crea, y espere en
él, cuando en otro peligro se viere. Y esto afirma San Pablo haberle acaecido,
diciendo: No quiero que ignoréis, hermanos, nuestra tribulación en Asia,
en que sobremanera y sobre nuestras fuerzas fuimos atribulados, tanto que nos
daba pena el vivir, y nosotros, dentro de nosotros, tuvimos por cierto que no
habíamos de escapar de la muerte. Y esto acaeció así, para que no
tengamos fiucia en nosotros, mas en Dios, que da vida a los muertos; el cual nos
libró de tan grandes peligros, y en el que esperamos que también nos librará
de aquí adelante.
Y en esto no se hace mucho con Dios, porque cualquier hombre que diez o doce veces nos hobiese enseñado su amor y favor en nuestros trabajos, creeríamos que nos amaba y que nos lo enseñaría también otra vez, si en trabajos nos viésemos. Y pues tan muchas veces hemos a Dios experimentado en fidelísimo en no dejarnos caer el tiempo de la tribulación, ¿por qué no le ternemos en posesión de fiel amigo para todo lo que nos puede venir? Extrema incredulidad es, y digna de grande castigo, no creer más de Dios de lo que presente con nosotros hace y nunca de lo pasado cobrar fe que no nos asegure de lo por venir, pues esta fe es la que nos hace victoriosos, la cual no nos engañará, porque los que en el Señor esperan nunca serán confundidos, y así como cuando el demonio nos quiere alzar, le vencemos abajándonos, así, mientra más él se hiciere temer, más lo despreciemos; y, mientra más nos quisiere abajar, más nos levantemos en el favor de aquel que es todo nuestro y cuyos ángeles pelean por nos. Como fue enseñado el criado del gran Eliseo, el cual tenía mucho temor de gran compaña de gente que venía a prender a su señor. Al cual dijo Eliseo: No quieras temer, porque más son con nosotros que contra nosotros. Y como orase Eliseo: Abre, Señor, los ojos de este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de caballería y carros enderredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor, venidos a defender al profeta de Dios. De manera que tenemos de nuestra parte muchedumbre de ángeles, uno de los cuales puede más que todos los infernales poderes, y, lo que más es, tenemos al Señor de los ángeles, el cual, solo, puede más que los infernales y celestiales poderes, y, por tanto, abastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejado todo temor; hacernos fuertes leones contra él en virtud de Cristo, que fue manso cordero en entregarse por nosotros, y fue león fuerte en despojar los infiernos, y vencer y atar los demonios, y en defendernos como a sus amadas ovejas.
B)
A quién debemos oír
1.
Palabra primera. De cómo hemos de oír a solo Dios
Mucho
nos hemos detenido en avisar que cerremos nuestras orejas de estas malas hablas;
queda ahora de oír la primera palabra, en que el profeta David nos amonesta que
oyamos. Y pues no hemos de oír a la diversidad de los ya dichos
lenguajes, desearéis saber a quién hemos de oír. Brevemente digo que a solo
Dios, que es suma verdad y es oído con gran provecho del que le oye, según él
dice: Oyéndome, oíme; y comed del bien, y deleitarse ha en grosura vuestra
ánima; inclinad a vuestra oreja, y venir a mí. Oíd y vivirá vuestra ánima,
y haré con vosotros un sempiterno concierto.
Grandes
promesas son éstas, las cuales ninguno otro que Dios basta a cumplir; y dichoso
es aquel a quien les cumple y con quien hace este sempiterno concierto, el cual
es que el Señor sea Dios del hombre, y el hombre tenga al Señor por Dios y por
Padre. Y esto declara San Pablo diciendo: Vosotros sois templo de Dios vivo.
Como le dice Dios: Yo moraré entre ellos, y andaré entre ellos, y
seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo cual, salid de en
medio de los malos, y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa sucia, e yo
os recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos y hijas, dice el
Señor todopoderoso.
No
puede haber duda en estas promesas, pues el Señor todopoderoso lo dice; ni hay
lengua que pueda explicar cuánta sea la merced que Dios hace en querer ser Dios
de alguna persona, porque es tener un particular cuidado de ella,
defendiéndola, guiándola, favoreciéndola, y capitular con ella de serle su
amparo, como buen rey con sus vasallos o padre con hijos, y tornando por ella,
como dicen, en presencia y ausencia con gran fidelidad, y, después de todo,
darle su hacienda, para que en el cielo le herede como hijo a Padre. Por todo lo
cual decía David: Bienaventurada la gente, de la cual el Señor es Dios, y
el pueblo al cual él escogió para heredad para sí. Y así como Dios
tiene cuidado de rey y de padre de aquellos de quien él es Dios, así el tener
uno al Señor por Dios es reverenciar y adorar su Majestad infinita, y
obedecerla como a padre y señor, y vivir confiado debajo del amparo de él,
creyendo que, teniendo su Dios lo que tiene, no le podrá a él ir mal; y en
fin, esperar de Dios lo que un hijo espera de su Padre.
Este
concierto no es temporal, mas llámase sempiterno, porque no se acaba aunque
muera la una parte, mas, comenzándose en esta temporal vida, durará en el
cielo muy más perfectamente para siempre jamás.
Veis
aquí cuán grandes bienes nos trae el oír a Dios, y con cuánta atención
debemos oír esta palabra que nos manda que oyamos. Este oír a Dios es por la fe;
la cual no es enseñanza humana, mas divina, porque no creemos a las
Escripturas como a palabras de Esaías o Jeremías, o de San Pablo o de San
Pedro, ni creemos más al evangelista que fue testigo de vista de lo que
escribió que al que no lo fue, mas recibimos estas palabras como dichas de Dios
por la boca de ellos, y a Dios creemos en ellos. Y por eso nuestra fe imposible
es dejar de ser verdadera, como es imposible la suma verdad de Dios dejar de
ser.
1)
La fe, fundamento de todo bien
Esta
fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el hombre hace
al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de todo el edificio
de Dios que no le pueden derribar vientos de persecuciones, ni ríos de deleites
carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre todos los peligros
tiene el ánima en mucha firmeza como el áncora tiene a la nao en las mudanzas
del mar. Y es tanta su firmeza que las puertas de los infiernos, que
son errores y pecados, y hombres malos y demonios, no prevalecerán contra
ella; porque no la enseñó carne ni sangre, mas el Padre que está en los
cielos, a cuyas obras y poder no hay quien resista. Esta hace a los creyentes
hijos de Dios, como dice san Pablo: Todos vosotros sois hijos de Dios por la
fe que tenéis en Jesucristo; y por ella alcanzan el cielo, pues, siendo
hijos, han de ser herederos. Ésta incorpora al hombre en el cuerpo de
Jesucristo, y le hace ser hermano y compañero de Él, y ser participante en la
justicia y merecimientos y bienes de Cristo, a lo cual no hay igual bien.
2)
Es don de Dios
Y
cuando hablamos de fe, no entendáis de fe muerta, mas de la viva, la cual dice
San Pablo que es fe que obra mediante el amor. Como cuando hablamos de
hombres o de caballos, no entendemos de los muertos, mas de los que viven y
sienten, y obran obras de vida. Y esta fe no es de nuestras fuerzas ni se hereda
de nuestros pasados, mas obra de divina inspiración, como lo afirma en el
evangelio Jesucristo nuestro Señor, diciendo: Ninguno puede venir a mí, si
mi Padre no le trajere, y yo le resucitaré en el día postrero. Escripto está
en los profetas: Serán todos enseñados de Dios. Todo aquel que oyó y
aprendió de mi Padre viene a mí.
La
verdadera fe cristiana no está arrimada a decir: «nací de cristianos», o
«veo a otros ser cristianos, y por eso soy cristiano», y «oyo decir a otros
que la fe es verdadera y por eso la creo»; porque a hombre principalmente cree,
no mirando a Dios. Mas esta otra es un atraimiento divino que hace el Eterno
Padre, haciendo creer con gran firmeza y certidumbre, que Jesucristo es su
único Hijo, con todo lo demás que de él cree su esposa la Iglesia, en la cual
está el verdadero conocimiento y culto de Dios, y fuera de ella no hay sino
error y muerte y condenación. Y el que así cree es el que oyó y aprendió del
Padre, y el que dicen los profetas que es enseñado por Dios. Y por eso, aunque
viese titubear o caer a todos los hombres, no se turbaría él por las caídas
de ellos, pues que no creía por ellos; mas, arrimándose a Dios, cree su fe con
mucho deleite, aun hasta derramar de buena gana la sangre en confirmación de
esta verdad. De la cual está tan cierto que ni aun por pensamiento cosa
contraria le pasa, o, si pasa, es tan de paso que ninguna pena da en el corazón
de quien así cree.
Esta
fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la tenemos con la
certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir que la conserve y acreciente, como
la pedían los apóstoles diciendo: Acreciéntanos, Señor, la fe. Y si
algún rato se atibiare, debemos convertir los ojos del entendimiento a la
cierta y suma verdad de Dios, que es el sol de donde ella nace, para que sus
rayos calienten y alumbren y esfuercen nuestra flaqueza y tinieblas, y nos
confirmen más y más en esta verdad, con condición que, teniendo esta fe,
seamos fieles al dador de ella, conociendo que lo somos por él, y no por
nosotros ni por nuestros merecimientos, como lo amonesta San Pablo, diciendo: Por
gracia sois hechos salvos mediante la fe. Y entonces no es de vosotros, porque
don de Dios es, no de vuestras obras, porque ninguno se gloríe. De
lo cual parece que ningún achaque ni ocasión pueden tener los hombres vanos
para atribuir a sí mismos la gloria de este divino edificio, que somos
nosotros; el cual consiste en fe y caridad, pues que la fe, que es el principio
de todo el bien, es atraimiento de Dios, como dice el Evangelio, y don gracioso
de él, como dice el bienaventurado San Pablo, y la caridad, que es el
fin y perfección de la obra, tampoco es de nuestra cosecha, mas como dice el
Apóstol: es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos
es dado.
3)
Y obra del libre albedrío
Mas dirá alguno: Pues Dios es el que infunde la fe y caridad, ¿para qué nos amonesta la Escriptura que creamos y amemos? A esto digo que para que conozcamos nuestra flaqueza e invoquemos la gracia de Dios, que por Jesucristo se da. Porque, viendo un hombre que le es puesto un mandamiento muy alto, y sus pocas fuerzas para cumplillo, aunque, cuando no había mandamiento, pensaba que podría mucho, mas ya conoce por experiencia su mucha flaqueza, y acuerda de quitar la confianza de sí, y humillarse a nuestro Señor, pidiéndole con oraciones devotas que, pues él le puso la ley, él mismo le dé la gracia y fuerza para cumplirla. No debe, pues, desmayar el hombre por la grandeza de los mandamientos de Dios, por sentir su inclinación ser contraria a ellos, mas debe trabajar con ayuno, limosnas y otros buenos ejercicios, y principalmente con importuna oración a Dios, invocando el nombre de Jesucristo, su unigénito Hijo, y pedir el don de la gracia, con que cumpla provechosamente los mandamientos de Dios, como lo aconseja San Agustín diciendo: «Si no sientes que eres traído de Dios, suplícale que traya». Y como Dios sea sumamente bueno, da de buena gana su espíritu bueno a quien se lo pide; y trae para sí al que estaba caído debajo de la pesadumbre de su propria flaqueza. Y este atraer no es forzar, mas suavemente convidar, y instigar y mover, de arte que el libre albedrío del hombre es ayudado por el movimiento de Dios a consentir y a obrar lo que Dios le inspira; mas no de tal arte forzado, que, si él quisiese contradecir el llamamiento de Dios, hobiese quien le fuese a la mano. De manera que, si el hombre consiente, Dios le instigó y le puso gana para consentir, y a él se debe la gloria; y si no consiente, a su propria flaqueza se ha de imputar, que quiso con su libertad escoger la peor parte, que fue no seguir a Dios que le llamaba. Así como si tú quisieses traer hacia ti un hombre, y le echases cuerdas tirándole hacia ti, no tan recio que lo lleves por fuerza, mas tirando algún tanto, de manera que, si él quisiere libremente seguir a tu traimiento, puédelo hacer, y diremos que tú le trajiste, porque tú le tiraste y fuiste causa que libremente fuese para ti; mas, si él no lo quisiese hacer, y tirase hacia tras, contradiciendo a tu tirar, podríalo hacer, y la culpa de ello sería propria suya, sin que de ti se pudiese quejar. Porque, según dice el Señor: Tu perdición es de ti, y tu remedio está en mí solamente.