PARTE
III
La Sabiduría encarnada. Su vida, su mansedumbre,
sus
oráculos, su muerte
CAPITULO
IX
La
encarnación y la vida de la Sabiduría eterna
104.
Habiendo determinado el Verbo eterno, la Sabiduría eterna, en el gran consejo
de la Santísima Trinidad, hacerse hombre para salvar al hombre caído, dio a
conocer a Adán, como es creíble, y prometió a los primeros patriarcas, como
lo atestigua la Sagrada Escritura, que se haría hombre para redimir el mundo.
Por lo cual, durante los cuatro mil años que siguieron a la creación, todos
los santos del Antiguo Testamento insistían en sus oraciones, solicitando la
venida del Mesías prometido. Suspiraban, lloraban y exclamaban: «¡Oh nubes,
lloved al justo! ¡Oh tierra, germina al Salvador!» .
Oh Sapientia quae ex ore
altissimi prodiisti, veni ad liberandum nos [Oh
Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo: ven a librarnos] .
Pero sus gritos, sus oraciones y
sus sacrificios no tenían la fuerza necesaria para hacer bajar del seno de su
Padre a la Sabiduría eterna, o sea al Hijo de Dios. Levantaban sus brazos al
cielo, pero no eran suficientemente largos para llegar hasta el trono del
Altísimo. Ofrecían continuos sacrificios a Dios, incluso el de sus corazones;
pero el precio de estos sacrificios no bastaba para merecer esta gracia de las
gracias.
105.
Cuando hubo llegado el tiempo de llevar a cabo la redención del hombre, la
Sabiduría divina edificóse una habitación, una morada digna de ella: Sapientia
aedificavit sibi domum . Creó
y formó en el seno de Santa Ana a la divina María, con mayor complacencia que
la que había puesto en la creación del universo. Imposible es, por una parte,
enumerar las liberalidades con que la Santísima Trinidad adornó a tan hermosa
criatura, y por otra, la fidelidad con que ella correspondió a los grandes
dones de su Creador.
106.
El impetuoso torrente de la infinita bondad de Dios, violentamente contenido por
los pecados de los hombres desde el comienzo del mundo, se precipita con toda su
fuerza y plenitud en el corazón de María. Le comunica cuantas gracias hubieran
recibido de -su liberalidad Adán y su descendencia si hubiesen permanecido en
el estado de inocencia. En fin: como dice un santo, toda la plenitud de la
Divinidad, en cuanto de ello es capaz una criatura, fue prodigada a María .
¡Oh María, obra maestra del
Altísimo, milagro de la Sabiduría eterna, prodigio del Todopoderoso, abismo de
la gracia! Confieso con todos los santos que nadie es capaz, sino Aquel que te
creó, de comprender la altura, la anchura y la profundidad de las gracias que
te ha dispensado.
107.
Fueron tan grandes los progresos que en catorce años de vida realizó la divina
María en la gracia y sabiduría de Dios, y la fidelidad a su amor fue tan
perfecta, que cautivó la admiración no sólo de toda la corte celestial, sino
del mismo Dios. Su humildad, profunda hasta anonadarse, le encantó; su pureza,
del todo divina, le atrajo; su viva fe y sus frecuentes y tiernas oraciones le
hicieron violencia; la Sabiduría se vio amorosamente vencida por tan amorosas
insistencias: O quantus amor illíus -exclama San Agustín- qui vincit
omnipotentem!«¡Oh cuán grande fue el amor de María, que venció al
Omnipotente!»
¡Cosa
admirable! Esta Sabiduría, deseando descender desde el seno de su Padre al seno
de una Virgen para descansar entre los lirios de su pureza y darse totalmente a
ella haciéndose hombre en ella, envía al arcángel Gabriel para saludarla de
su parte y manifestarle que ha conquistado su corazón y que desea hacerse
hombre en su seno, con tal que ella otorgue su consentimiento. El arcángel
cumplió su misión, aseguró a María que permanecería virgen siendo madre y
logró de su corazón, no obstante la oposición de su profunda humildad, el
consentimiento sublime que la Santísima Trinidad, junto con todos los ángeles
y el universo entero, esperaba desde hacía tantos siglos, cuando, humillándose
en presencia de su Creador, dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según su palabra.
108.
Observad cómo al punto que otorgó María su consentimiento para ser madre de
Dios, se obraron muchos prodigios. El Espíritu Santo formó de la purísima
sangre de María un cuerpecito; le organizó perfectamente; creó Dios el alma
más perfecta que jamás creara. La Sabiduría eterna, o sea el Hijo de Dios, se
unió en verdad de persona a este cuerpo y a esta alma. He ahí el gran milagro
del cielo y de la tierra, el exceso prodigioso del amor de Dios: Verbum caro
factum est : «El
Verbo se hizo carne». La Sabiduría eterna se ha encarnado, Dios se ha hecho
hombre sin dejar de ser Dios; este hombre-Dios se llama Jesucristo, es
decir, Salvador.
Véase
el compendio de su vida divina.
109.
1º . Quiso
nacer de una mujer casada, aunque en realidad era virgen, a fin de que no
pudiera reprochársele el haber nacido de unión adúltera y por otras
importantísimas razones que los Santos Padres nos enseñan: acabamos de decir
que su concepción fue anunciada a la Santísima Virgen por el arcángel San
Gabriel. Quiso ser hijo de Adán, pero no heredar su pecado. Tuvo lugar la
encarnación un viernes 25 de marzo.
110.
2º. El Salvador del mundo nació el 25 de diciembre en la ciudad de Belén, en
un establo destartalado, donde tuvo por cuna un pobre pesebre. Un ángel
anunció a los pastores que estaban guardando sus rebaños el nacimiento del
Salvador, recomendándoles que fuesen a adorarle; v en aquel instante oyeron un
coro de ángeles que cantaba: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad 115.
111.
3º. A los ocho días de su nacimiento y para conformarse con la ley de Moisés,
aunque no estaba sujeto a ella, fue circuncidado y se le impuso el nombre de
Jesús, nombre venido del cielo. Tres magos de Orienté vinieron para adorarle,
avisados por una estrella extraordinaria que los condujo hasta Belén. Llámase
a esta fiesta Epifanía, es decir, manifestación de Dios, y se celebra
el 6 de enero.
112.
4º. Quiso ofrecerse El mismo en el templo cuarenta días; después de su
nacimiento y observar cuanto la ley de Moisés ordenaba para el rescate de los
primogénitos. Algún tiempo después, el ángel del Señor ordenó a San José,
esposo de la Santísima Virgen, que tornara al Niño Jesús y a la Madre y
huyese a Egipto, corno lo hizo, para evitar el furor de Herodes. Opinan algunos
autores que Nuestro Señor permaneció dos años en Egipto; otros, tres, y
otros, como Baronio, hasta ocho .
Su presencia santificó todo el
país, haciéndole digno de verse más tarde poblado por santos anacoretas.
Eusebio dice que, al entrar el Señor en aquel país, los demonios huyeron, y
San Atanasio añade que los ídolos cayeron hechos añicos .
113.
5º. A la edad de doce años, el Hijo de Dios, hallándose en medio de los
doctores, disputó con ellos con tanta sabiduría, que se atrajo la admiración
de todo el-auditorio. Después de este hecho, el Evangelio nada nos dice de él
hasta su bautismo, que tuvo lugar a los treinta años, retiróse inmediatamente
al desierto, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches. Fue tentado por el
demonio, pero salió victorioso de sus ataques.
114.
6º Comenzó
luego su predícación en la Judea, eligió a sus apóstoles y obró todo el
sinfín de maravillas que mencionan los textos sagrados. Sólo quiero hacer
notar que, el año tercero de su vida pública, trigésimo tercero de su edad,
Jesús resucitó a Lázaro; que entró triunfante en Jerusalén el 29 de marzo y
que al segundo día del inmediato abril, que era un jueves, día décimocuarto
del mes de Nisán , celebró
la Pascua con sus díscípulos, lavó los pies a sus apóstoles e instituyó el
sacramento de la Eucaristía bajo las especies de pan y vino.
115.
7º. En la noche de este mismo día sus enemigos, guiados por Judas el traidor,
le apresaron. A la mañana siguiente, 3 de abril, a pesar, de ser fiesta, le
condenaron a muerte después de haberle azotado, coronado de espinas y tratado
con refinada ignominia; el mismo día, fue conducido al Calvario y allí
crucificado entre dos ladrones: de esta manera quiso el Dios de toda inocencia
morir con la muerte más vergonzosa, la que merecía un ladrón como Barrabás,
a quien los judíos le pospusieron. Los Santos Padres opinan que Jesucristo fue
fijado en la cruz con cuatro clavos y que, en medio de ella, sobresalía un
tosco madero en forma de asiento, sobre el cual el cuerpo podía apoyarse .
116.
El Salvador del mundo, después de tres horas de cruel agonía, murió a la edad
de treinta y tres años. José
de Arimatea atrevióse a pedir a Pilatos el cuerpo del Salvador y lo enterró en
un sepulcro nuevo que había hecho cavar en la roca. No hay que olvidar que la
naturaleza, mediante una serie de prodigios acaecidos en el momento de expirar
su Autor, manifestó a su manera el sentimiento que tenía por su muerte.
-Resucitó Jesucristo el 5 de abril y se apareció varias veces a su Madre y a
sus discípulos durante cuarenta días, hasta el jueves 14 de mayo, en que
condujo a sus discípulos al monte de los Olivos, y allí, en presencia de
todos, subió por su propia virtud a los cielos, a la diestra de su Padre,
dejando sobre la roca las huellas de sus pies .
CAPITULO
X
Encantadora
hermosura y dulzura Inefable de la Sabiduría encarnada
117.
Como la Sabiduría no se hizo hombre sino para atraer a su amor e imitación los
corazones de los hombres, plúgole vestirse con todas las gracias y amabilidades
humanas, las más atrayentes y delicadas, sin ningún defecto ni fealdad alguna.
118.
Si la consideramos en su origen, no es sino bondad y dulzura. Es un don de amor
del Etemo Padre y un fruto del amor del Espíritu Santo. El amor la da y el amor
la forma. Sic
Deus dilexit mundum ut Filium suum unigenitum daret. Por
lo tanto, es todo amor o más bien el amor mismo del Padre y del Espíritu
Santo.
Nació
de la más dulce, la más tierna y la más hermosa de todas las madres, la
divina María. ¿Queréis saber cuál es la dulzura de Jesús? Procurad conocer
antes la dulzura de María, su Madre, a quien se parece en la dulzura del
carácter. Jesús es Hijo de María y, por consiguiente, no hay en él
arrogancia, ni severidad, ni fealdad; menos aún, infinitamente menos que en su
Madre, por cuanto El es la Sabiduría eterna, la misma mansedumbre, la misma
hermosura.
119.
Los profetas, a quienes de antemano fue mostrada esta Sabiduría encarnada, la
llaman oveja y «manso cordero»: Agnus mansuetus; predicen que por razón de la
dulzura no acabará de romper la caña cascada ni apagará el pábilo que aun
humea: Calamum quassatum non conteret, et linum fumigans non extinguet .
Esto significa que será tanta
su mansedumbre, que, cuando un desdichado pecador sé halle medio quebrantado,
cegado y perdido por sus pecados y como con un pie en el infierno, no consumará
su perdición, a menos que él no le fuerce. San Juan Bautista, que vivió cerca
de treinta años en el desierto para merecer con sus austeridades el amor y el
conocimiento de esta Sabiduría encarnada, apenas la divisó, exclamó
mostrándola con el dedo a sus discípulos: Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit
peccatum mundi : «He
aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo». Parece que debiera
haber dicho: «He aquí el Altísimo, he aquí el Rev de la gloria, he aquí el
Omnipotente»; pero, como él le conocía mejor que nadie le ha conocido ni le
conocerá jamás, dice: «He aquí el Cordero de Dios he aquí la Sabiduría
eterna, que para conquistar nuestros corazones y borrar nuestros pecados ha
compendiado en sí las dulzuras todas de Dios y del hombre, del cielo y de la
tierra.»
120.
Y ¿qué indica el nombre de Jesús, que es el nombre propio de la Sabiduría
encarnada, sino una caridad ardiente, un amor infinito y una dulzura
encantadora? Jesús, Salvador, el que salva al hombre, de quien lo propio
es amar al hombre y salvarlo.
Nil
canitur suavius.
Nil
auditur
iucundius,
Nil
cogitatur dulcius
Quam
lesus, Dei Filius.
¡Oh
cuán dulce es al oído y al corazón de un alma predestinada el nombre de
Jesús: Mel in ore, in aure melos, in corde iubilus (S. Bern.): «Para la
boca es miel dulcísima, melodía agradable al oído y perfecto júbilo para el
corazón».
121.
Iesus dulcis in facíe, dulcis in ore, dulcis in opere: «Jesús
es dulce [en su semblante, dulce] en sus palabras y [dulce] en sus obras».
Es
tan dulce y benévolo el semblante de este amabilísimo Salvador, que
cautivaba la mirada y el corazón de quienes le veían. Tan encantados quedaron
de la dulzura y hermosura de su rostro los pastores que vinieron a verle al
establo, que hubieran permanecido días enteros como fuera de sí
contemplándole. Los reyes, aun los más encumbrados, apenas divisaron los
rasgos de este hermoso Niño, deponiendo su altivez se postraron sin dificultad
a los pies de su cuna. ¡Cuántas veces se dirían unos a otros: Amigos, cuán
bien se está aquí! En nuestros palacios no se encuentra placer semejante al
que se goza en este establo contemplando a este querido Niño-Dios.
Siendo
Jesús muy joven, aun las personas afligidas y los niños de todos los contornos
venían a verle para alegrarse y se decían unos a otros: Vamos a ver al
pequeño Jesús, al precioso hijo de María. La hermosura y la majestad de su
rostro, dice San Crisóstomo , era
tan dulce e imponente a la vez, que quienes le conocían no podían menos de
amarle; y reyes hubo de países muy remotos que, al tener noticias de su
hermosura, quisieron poseer su retrato. Se dice que el mismo Nuestro Señor, por
especial favor, lo hizo enviar al rey. Abogaro. Aseguran algunos autores que, si
los soldados romanos y los judíos velaron el rostro de Jesús, no fue sino para
abofetearle y maltratarle más a sus anchas, porque sus ojos y su rostro
despedían resplandor tan suave y encantador que aun los más fieros quedaban
desarmados.
122.
Jesús es dulce en sus palabras. Mientras vivía en la tierra atraía a
todos a sí por la dulzura de sus palabras, y jamás se le oyó gritar ni
disputar acaloradamente, como ya lo predijeron los profetas: Non contendet
neque clamabit, neque audiet aliquis in plateis vocem eius.
Cuantos le escuchaban de buena
fe se sentían tan vivamente atraídos por las palabras de vida que salían de
sus labios, que exclamaban: Nunquam sic locutus est homo sicut hic homo ;
y aquellos mismos que le
odiaban, sorprendidos de la elocuencia y sabiduría de sus palabras,
preguntaban: Unde huic sapientia haec? .
Jamás hombre alguno habló con
tanta dulzura y unción. ¿De dónde le viene a éste tanta sabiduría en sus
palabras? Eran a millares las personas sencillas que dejaban sus hogares por ir
a escucharle hasta en los desiertos, descuidando durante varios días el comer y
el beber, saciándose únicamente con la dulzura de sus palabras. Esta dulzura
fue la que, cual poderoso aliciente, atrajo a los apóstoles en pos de El; ella
la que curaba las mayores enfermedades y la que consolaba en las mayores
aflicciones. Bastó que dijera Jesús una sola palabra: «María», para que la
afligida Magdalena quedara plenamente consolada y llena de júbilo.
CAPITULO
XI
Dulzura
de la Sabiduría encarnada en su conducta
123.
En fin, Jesús es dulce en sus obras y
en su modo de proceder: dulcis in opere; «hizo
bien todas las cosas»; bene omnia fecit
; es decir, todo lo que obró
Jesús hízolo con tanta rectitud, sabiduría, santidad y dulzura, que en
ninguna de sus acciones puede encontrarse el menor defecto ni deformidad.
Examinemos cuál fue la dulzura de esta amable Sabiduría encarnada en toda su
conducta.
124.
Los pobres y los niños le seguían por doquiera como si fuera uno de ellos;
descubrían en este amable Salvador tanta sencillez, benignidad, condescendencia
v caridad, que se atropellaban para acercársele. Predicando un día al aire
libre, los niños, que acostumbraban a colocarse cerca de él, querían abrirse
paso empujando por detrás, y los apóstoles que se hallaban más cercanos al
Señor los rechazaban; mas notándolo, Jesús reprendiólos diciendo: Sinite
parvulos venire ad me : «Dejad
que los niños se acerquen a mí». Y cuando estuvieron junto a El, los abrazó
y los bendijo. ¡Oh qué dulzura y qué benignidad! Los pobres, reparando que
vestía pobremente y se portaba sin altivez ni arrogancia, complacíanse en su
compañía; defendíanle contra los ricos y orgullosos, que le calumniaban y
perseguían y El, por su, parte, les prodigaba mil alabanzas y bendiciones en
cuantas ocasiones se le presentaban.
125.
Pero ¿quién podrá explicar las dulzuras de Jesús para con los pobres
pecadores? ¡Con cuánta afabilidad trató a Magdalena la pecadora! ¡Con qué
dulce condescendencia convirtió a Ia Samaritana! ¡Con cuánta misericordia
perdonó a la mujer adúltera! ¡Con qué caridad se sentaba a la mesa de los
publicanos para convertirlos! Sus enemigos tomaron de ello pretexto para
perseguirle, acusándole de que, por su dulzura, daba ocasión de quebrantar la
ley de Moisés, y para insultarle, llamándole amigo de los pecadores v publicanos.
¡Con qué bondad, con qué humildad procuró conquistar el corazón del mismo
Judas aun después de concertada la traición, lavándole los pies y llamándole
amigo. Y, finalmente, ¡con qué caridad pidió a su Padre celestial perdón
para sus verdugos, disculpándolos con su ignorancia!
126.
¡Oh cuán bella, dulce y cariñosa es la Sabiduría encarnada, Jesús! ¡Cuán
bella en la eternidad, puesto que es el esplendor de su Padre, el espejo sin
mancha y la imagen de su bondad, más radiante que el sol v más resplandeciente
que la misma luz! ¡Cuán bella en el tiempo, puesto que ha sido formada por el
Espíritu Santo pura, libre de pecado, y hermosa, sin la menor mancilla, puesto
que durante su vida enamoró la mirada y el corazón de los hombres y es
actualmente la gloria de los ángeles! ¡Cuán tierna y dulce es para con los
hombres y especialmente para con los Pobres pecadores, a los cuales vino a
buscar visiblemente en el mundo y a los que sigue todavía buscando
invisiblemente!
127.
Nadie se vaya a imaginar que, por hallarse ahora triunfante y glorioso, sea
Jesús menos dulce y condescendiente; al contrario: su gloria perfecciona en
cierto modo su dulzura; más que brillar, desea perdonar; más que ostentar las
riquezas de su gloria, desea mostrar la abundancia de su misericordia.
128.
Leyendo las historias, veremos que, cuando esta Sabiduría encarnada y gloriosa
se ha aparecido a sus amigos, no ha sido entre truenos o relámpagos, sino
benigna y dulcemente; no con la majestad propia de una soberana o del Dios de
los ejércitos, sino con la ternura de una esposa y la dulzura de un amigo. Se
ha mostrado algunas veces en la Eucaristía; pero no recuerdo haber leído
jamás que se presentara bajo otra forma que la de un gracioso niño.
129.
No ha mucho tiempo, un desdichado, lleno de ira por haber dilapidado todo su
dinero en el juego, levantó su espada contra el cielo, culpando a Dios de la
pérdida de su fortuna. ¡Cosa extraña!: en vez de los rayos y truenos a que se
había hecho acreedor, vio descender de lo alto un papelito que, revoloteando,
vino a caer cerca de él. Sorprendido el blasfemo, tornólo, lo desplegó y
leyó: Miserere mei, Deus: «Dios mío, tened misericordia de
mí». Cayósele la espada de la mano, se sintió conmovido hasta el profundo
del corazón y, arrojándose en tierra, pidió misericordia.
130.
San Dionísio Areopagita refiere que un obispo llamado Carpo, que había
convertido tras duras penas a un idólatra, enterado de que otro idólatra en un
instante, le había hecho renunciar a su fe, se dirigió al Señor, rogándole
con insistencia durante toda la noche que castigara a los culpables de la
injuria hecha a su divina Majestad. Cuando he aquí que, estando en el mayor
fervor de su oración y ardor de su celo, se abrió la tierra y vio que los
demonios trataban de arrojar al infierno al idólatra y al apóstata. Levantó
entonces la vista y vio abrirse los cielos y que Jesucristo, viniendo a él con
inmensa multitud de ángeles, le decía: «Carpo, me pides venganza; no me
conoces. ¿Sabes tú lo que pides y lo mucho que me han costado los pecadores?
¿Por qué deseas que los condene? Los amo tanto, que estaría dispuesto, si
fuera necesario, a morir de nuevo por cada uno de ellos». A continuación,
acercándose más a Carpo y mostrándolo sus espaldas desnudas, le dijo:
«Carpo, si quieres venganza, véngate sobre mí y no sobre estos pobres
pecadores».
131.
Considerando todo esto, ¡cómo no amar a esta Sabiduría eterna, que nos ha
amado y nos sigue amando más que a su propia vida, y cuya hermosura y bondad
sobrepasan a cuanto hay de más dulce en el cielo y en la tierra!
132.
Refiérese en la Vida del Beato Enrique Susón que un día la Sabiduría eterna,
por él ardientemente deseada, se le apareció de la siguiente manera: Había
tomado una forma corporal rodeada de una nube clara y transparente, sentada en
un trono de marfil y despidiendo de su rostro y de sus ojos un fulgor semejante
al del sol en su cenit; su corona era la eternidad; su vestido, su felicidad; su
palabra, la suavidad; y sus abrazos causaban la dicha de todos los
bienaventurados. Enrique la contempló con toda esta pompa, y lo que más le
maravilló fue que tan pronto parecía una hermosa joven, portento de hermosura
del cielo y de la tierra, como un gallardo mancebo que hubiese agotado todas las
bellezas creadas para hermosear su rostro; unas vetes la veía levantar la
cabeza por encima de los cielos y al mismo tiempo hollar con sus pies los
abismos de la tierra; ora la veía cerca y ora lejos de sí; unas veces
majestuosa y otras condescendiente, benigna, dulce y llena de ternura para
cuantos se le acercaban. Contemplábala de esta suerte, cuando, dirigiéndose a
él, le sonrió afablemente y le dijo: «Hijo mío, dame tu corazón».
Arrojóse Enrique al instante a sus pies y le hizo ofrenda irrevocable de su
corazón .
A
ejemplo de este santo, hagamos nosotros también a la Sabiduría eterna la
oblación irrevocable del nuestro.
¡No
ansía otra cosa de nosotros!
CAPITULO
XII
Los
principales oráculos de la Sabiduría encarnada que es
preciso
creer y practicar para salvarnos
133.
1. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, lleve su cruz
cada día y sígame» (Lc. 9, 23).
2.
«Si alguno me ama, guardará mis mandamientos, y mi Padre le amará y vendremos
a él» (lo.
14, 23).
3.
«Si al tiempo de presentar tu ofrenda ante el altar, allí te acuerdas que -tu
hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí mismo tu ofrenda delante del
altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt. 5, 23-24).
134.
4. «Si alguno de los que me siguen no aborrece a su padre y a su madre, y a su
mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, y aun a su vida misma, no
puede ser mi discípulo» (Lc. 14, 26).
5.
«Y cualquiera que dejare casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o esposa, o
hijos, o heredades por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y después
poseerá la vida eterna» (Mt. 19, 29).
6.
«Si quieres ser perfecto, anda, vende cuant0
tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en el cielo» (Mt. 19, 21).
135
. 7. «No todos los que me dicen. ¡Señor, Señor!; entrarán en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ese es el que
entrará en el reino de los cielos » (Mt. 7, 21).
8.
«Todo el que oye estas mis instrucciones y las practica será semejante a un
hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra» (Mt. 7, 24).
9.
«En verdad os digo que, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no
entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18, 3).
10.
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso
para vuestras almas» (Mt. 11, 29).
136.
11. «Cuando oréis, no habéis de ser corno los hipócritas, que de propósito
se ponen a orar de pie en las sínagogas y en las esquinas de las calles para
ser vistos de los hombres» Mt. 6, S).
12.
«En la oración no afectéis hablar mucho, que bien sabe vuestro Padre
celestial loque habéis menester antes que lo pidáis» (Mt. 6, 7-8).
13.
«Cuando os pongáis a orar, si tenéis algo en contra de alguno; perdonadle el
agravio, a fin de que vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone
también vuestros pecados» (Me. 11, 25).
14.
«Todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas y se os
concederán» (Mt. 11, 24).
137.
15. «Cuando ayunéis no os pongáis caritristes, como los hipócritas, que
desfiguran su rostro para mostrar a los hombres que ayunan. En verdad os digo
que ya recibieron su galardón» (Mt. 6, 16).
138.
16. «Habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte que por
noventa y nueve justos, que no tienen necesidad de penitencia» (Lc. 15, 7).
17.
«No son los justos, sino los pecadores, a los que he venido yo a llamar a
penitencia» (Lc. 5- 32).
139.
18. « Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, porque de
ellos es el reino de los cielos» (Mt. 5, 10).
19.
« Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y os separen de su
compañía, y os afrenten a causa del Hijo del hombre;. alegraos y saltad de
gozo, porque os está reservada en el cielo una gran recompensa» (Lc. 6,
22-23).
20.
«Si el mundo os aborrece, sabed que primero que a vosotros me aborreció a mí.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como yo os
entresaqué del mundo, os aborrece» (lo. 15, 18-19).
140.
21. «Venid a mí todos los que estáis cargados y afligidos, y yo os
aliviaré» (Mt. 11, 28).
.
22. «Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo; quien comiere de este pan
vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi propia carne» (lo. 6, 51-52).
23.
«Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre, verdaderamente bebida. Quien
come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora y yo en él» (lo. 6, 56-57).
141.
24. «Seréis odiados de todo el mundo a causa de mí; no obstante, ni un
cabello de vuestra cabeza se perderá» (Lc. 21, 17-18).
142.
25. «Ninguno puede servir a dos señores: porque o tendrá aversión al uno y
amor al otro, o, si se sujeta al primero, rnirará con desdén al segundo» (Mt..6,
24).
143.
26. «Del corazón es de donde salen los malos pensamientos: estas cosas sí que
manchan al hombre; mas el comer sin lavarse las manos, eso no le mancha» (Mt.
15, 19-20).
27.
«El hombre de bien, del tesoro de su corazón saca las buenas cosas, y el
hombre malo, de su mal corazón saca cosas malas» (Mt. 11, 35).
144.
28. « Ninguno que, después de haber puesto su mano en el arado, vuelve los
ojos atrás, es apto para el reino de los cielos» (Lc. 9, 22).
29.
«Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Por tanto, no tenéis
que temer; más valéis vosotros que muchos pajarillos» (Lc. 12,7).
30.
«No envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su
medio el mundo se salve» (lo. 3, 17).
145.
31. «Quien obra el mal, aborrece la luz y no se arrima a ella para que no sean
reprendidas sus obras» (lo. 3, 20).
32.
«Dios es espíritu, y, por lo mismo, los que le adoran, en espíritu y en
verdad deben adorarle» (lo. 4, 24).
33.
«El espíritu es quien da la vida; la carne, de nada sirve. Las palabras que yo
os he dicho, espíritu y vida son» (lo. 6, 64).
34.
«En verdad os digo que todo aquel que comete pecado es esclavo del pecado, y el
esclavo no mora para siempre en la casa» (lo. 8, 34-35).
35.
«Quien es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho; y quien es injusto en lo
poco, también lo es en lo mucho» (Lc. 16, 10).
36.
«Más fácil es que perezcan el cielo y la tierra que el que deje de cumplirse
un solo ápice de la ley» (Lc. 16, 17).
37.
«Brille vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras
y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt. 5, 16).
146.
38. «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 5, 20).
39.
«Si tu oyo derecho es ocasión para ti de pecar, sácale y arrójalo fuera de
ti, pues mejor te está perder uno de tus miembros que
no
que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno» (Mt. 5, 20).
40.
«El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen son los
que le arrebatan» (Mt. 11, 12).
41.
«No. queráis amontonar tesoros para vosotros en la tierra, donde el orín y la
polilla los consumen y donde los ladrones los desentierran y roban; atesorad
más bien para vosotros en el cielo, donde no hay ladrones que los desentierren
y roben» (Mt. 6, 19-20).
42.
«No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados, porque con el mismo
juicio que juzgareis habéis de ser juzgados» (Mt. 7, 12).
147.
43. «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados con
pieles de ovejas, mas por dentro son lobos voraces; por sus frutos los
conoceréis» (Mt. 7, 15-16).
44.
«Mirad que no despreciéis a alguno de estos pequeñitos, porque os hago saber
que sus ángeles en los cielos están siempre viendo la cara de mi Padre
celestial» (Mt. 18, 10).
45.
«Velad vosotros, ya que no sabéis ni el día ni la hora en que vendrá el
Señor» (Mt. 25, 13).
148.
46. «No tengáis miedo de los que matan al cuerpo y, hecho esto, ya no pueden
hacer más; pero temed más bien al que, después de quitar la vida, puede
arrojar al infierno» (Lc. 12, 4 y 5).
47.
«No andéis inquietos, en orden a vuestra vida, sobre lo que comeréis, ni en
orden a vuestro cuerpo, sobre lo que vestiréis; bien sabe vuestro Padre
celestial que de ello necesitáis» (Le. 12, 22-30).
48.
«No hay nada oculto que no deba ser descubierto, ni escondido que no haya de
ser conocido 'y publicado» (Le. 7, 17).
149.
49. «Quien aspirare a ser mayor entre vosotros, debe ser vuestro criado, y el
que quiera ser entre vosotros el primero, ha de ser vuestro siervo» (Mt. 20,
26-27).
50.
«¡Cuán difícil es que los ricos entren en el reino de los cielos! » (Me.
10, 23).
51.
«Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar
en el reino de Dios» (Le. 18, 25).
52.
«Y yo digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y orad
por los que os persiguen y calumnian» (Mt. 5, 44).
53.
«Mas ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo» (Le. 6,
24).
150.
54. «Entrad por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino espacioso
conducen a la perdición, y son muchos los que entran por él. ¡Oh qué angosta
es la puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida!» (Mt. 7, 13-14).
55.
«Los postreros serán los primeros, y los primeros serán los últimos, pues
muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mt. 20, 16).
56.
«Mucho mayor dicha es dar que recibir» (Mt. 20, 35).
«Si
alguno te hiere en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que
quiera ar
marte
pleito para quitarte la túnica, alárgale también la capa» (Mt. 5, 39-40).
57.
«Es preciso orar siempre y no desfallecer» Lc. 18, l).
«Vigilad
y orad para que no caigáis en tentación» (Mt. 27, 41).
58.
«Dad limosna de lo vuestro que os sobra, y con esto todas las cosas estarán
limpias en orden a vosotros» (Lc. 11, 41).
59.
«Los que se ensalzan serán humillados, y los que se humillan, ensalzados» (Lc.
14, 11).
60.
«Si tu mano o tu pie es ocasión de escándalo, arrójalos lejos de ti. Si tu
ojo es para ti ocasión de escándalo, sácatelo y tíralo lejos de ti, pues
mejor te es entrar en la vida eterna manco, cojo o con un solo ojo, que no ir al
infierno con dos manos, dos pies y dos ojos (Mt. 18, 8, 9).
151.
61. Las ocho bienaventuranzas:
1.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos.
1.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.
3.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
4.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán
hartos.
5.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
6.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
7.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
8.
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, porque de ellos es
el reino de los cielos (Mt. 5, 3, 10).
152.
62. «Yo te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has tenido
encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes del siglo y las has revelado a
los pequeñuelos; sí, Padre, por haber sido de tu agrado que fuese así» (Mt.
11, 25-26).
153.
He aquí el compendio de las grandes e importantes verdades que la Sabiduría
eterna vino a enseñarnos después
de habernos dado ejemplo, a fin de arrancarnos de la ceguera en que nos habían
sumido nuestros pecados.
Dichosos
los que llegan a entender estas verdades eternas.
Más
dichosos los que las creen.
Pero
mucho más aún los que las creen, las
practican y enseñan
a practicarlas a los demás, pues
esos tales brillarán como estrellas en el cielo por toda la eternidad.
CAPITULO
XIII
Breve
resumen de los Inexplicables dolores que la Sabiduría encarnada quiso padecer
por nuestro amor
154.
Entre las múltiples razones que debieran movernos a amar a Jesucristo, la
Sabiduría encarnada, la más poderosa debiera ser, a mi juicio, la
consideración de los dolores que quiso padecer para mostrarnos su amor. Existe,
dice San Bernardo, un motivo que sobrepuja a todos, que me aguijonea más
sensiblemente y me apremia para que ame a Jesucristo, y es, ¡oh buen Jesús!,
el cáliz de amargura que hubisteis de beber por nosotros y la obra de nuestra
redención, que os hace amable a nuestros corazones, pues ese gran beneficio y
esa gran prueba de amor por parte vuestra conquista fácilmente el nuestro: nos
atrae más dulcemente, nos obliga más justamente, nos liga más estrechamente y
nos conmueve más fuertemente. Hoc
est quod nostram devotionem et blandius allicit, et ¡ustius exigit, et
arctius stringit, et afficit vehementius. Y
en pocas palabras explica el porqué: Multum quippe laboravit sustinens ;
porque este amantísimo Salvador
ha trabajado y sufrido muchísimo para redimirnos. ¡Oh cuántas penas y
amarguras hubo de soportar!
155.
Pero donde más claramente veremos el amor infinito que la Sabiduría nos tiene
será al considerar las circunstancias que acompañan sus dolores.
Sea
la primera la excelencia de su persona, que, siendo infinita, eleva hasta
el infinito cuanto sufrió en su Pasión. Si el Señor hubiera enviado a un
serafín o a un ángel del último orden para que, haciéndose hombre, muriese
por nosotros, habría sido ciertamente cosa de admirar y digna de nuestro eterno
agradecimiento; pero que el mismo Creador del cielo y de la tierra, el Hijo
único de Dios, la Sabiduría eterna, se hiciera hombre y diera su vida, a cuyo
lado las vidas de todos los ángeles, de todos los hombres y de todas las
criaturas juntas serían infinitamente menos de lo que serían las vidas de
todos los monarcas juntos comparadas con la un pobre mosquito, ¡qué exceso de
caridad no nos hace ver en este misterio y cuán grande no ha de ser nuestra
admiración y reconocimiento!
156.
La segunda circunstancia es la condición de las personas por las cuales
sufre. Son hombres, viles criaturas y enemigos suyos, de quienes nada podía
temer ni nada podía esperar. Se han dado casos de amigos que murieron por sus
amigos; pero ¿se dará jamás el caso, fuera del del Hijo de Dios, de que
alguien muera por su enemigo? Commendat
caritatem suam Deus in nobis; quoniam cum adhuc peccatores essemus secundum
tempus Christus pro nobis mortuus est .
Jesucristo nos demostró el amor
que nos tiene . muriendo por nosotros cuando éramos aún pecadores y, de
consiguiente, enemigos suyos.
157.
La tercera circunstancia es la multitud, la enormidad y la duración
de sus padecimientos. Fue tal el torrente de sus dolores, que con razón se
le llama Virum dolorum; «Varón
de dolores». «Desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza, no
hay en él parte sana»: A planta pedis usque ad verticem, non est in eo
sanitas . Este
gran amante de nuestras almas padeció en todo: en su exterior y en su interior,
en su cuerpo y en su alma.
158.
Padeció en sus bienes. Dejando aparte la pobreza de su nacimiento, de la
huida y permanencia en Egipto y de toda su vida, recordemos que en su Pasión
fue despojado de sus vestidos por los soldados, que se los distribuyeron entre
sí, y clavado después desnudo en la cruz, sin que le dejaran ni un pobre
harapo para cubrirse.
159.
En su honor y reputación, pues fue colmado de oprobios; tratado de
blasfemo, de sedicioso, de bebedor, de glotón y de endemoniado.
En
su sabiduría, pues fue
considerado como ignorante y como impostor y tratado de loco y de insensato.
En
su poder, pues fue
calificado de mago y de hechicero y de hacer falsos milagros en connivencia con
el diablo.
160.
En sus discípulos: uno le vendió y le traicionó; el primero de entre
ellos le negó y los restantes le abandonaron.
Sufrió
pcr parte de toda clase de personas: de gobernadores, jueces, cortesanos,
soldados, pontífices, sacerdotes, eclesiásticos y seglares, judíos y
gentiles, hombres y mujeres, de todos sin excepción. Incluso su misma Madre
santísima aumentó de manera terrible sus aflicciones cuando la vio junto a la
cruz y anegada en un mar de tristeza.
161.
Además, nuestro amantísimo Salvador padeció en todos
los miembros de su cuerpo: su
cabeza fue coronada de espinas; sus cabellos y su barba, mesados; abofeteadas
sus mejillas; su rostro, cubierto de salivas; su cuello y sus brazos, torturados
con sogas; sus espaldas, cargadas y desolladas por el peso de la cruz; sus manos
y sus pies, taladrados por los clavos; su costado y su corazón, atravesados por
la lanza, y todo su cuerpo desgarrado por más de cinco mil azotes, de forma que
se veían los huesos medio descarnados. Todos sus sentidos se vieron también
sumergidos en este mar de dolor: sus ojos, al contemplar las mofas y las burlas
de sus enemigos y las lágrimas de angustia de sus amigos; sus oídos, al oír
las injurias, los falsos testimonios, las calumnias y las horribles blasfemias
que aquellas bocas malditas vomitaban contra él; su olfato, al percibir lo
nauseabundo de los salivazos lanzados contra su rostro; su gusto, al sentir
aquella sed abrasadora que en son de burla pretendieron mitigar dándole a beber
hiel y vinagre, y su tacto al experimentar el exceso de dolor que le causaron
los azotes, las espinas y los clavos.
162.
Su alma santísima vióse
cruelmeni.e atormentada por los pecados de todos los hombres, como por otros
tantos ultrajes hechos a su Padre, a quien amaba infinitamente, y como la fuente
de condenación de tantas, almas que, a pesar de su muerte y de su pasión, se
condenarían; y sentía compasión no sólo de' todos los hombres en general,
sino de cada uno en particular, pues conocía a cada uno distintamente.
Contribuyó
también a aumentar sus dolores la duración de
los mismos, que comenzó desde el momento de su concepción y continuó hasta su
muerte, puesto que, por la luz infinita de su sabiduría, distinguía y tenía
siempre presentes todos los males que había de soportar.
Añadamos
a todos estos tormentos el que para El fue más cruel y pavoroso de todos, su
desamparo en la cruz, cuando
exclamó: Deus meus, Deus meus, ut quid derelinquisti me? «¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?»
163.
De cuanto antecede debemos inferir, con Santo Tomás y los Santos Padres, que el
buen Jesús padeció más que todos los mártires juntos, los pasados y los que
vendrán hasta el fin del mundo. Si, pues, el menor de los dolores del Hijo de
Dios es más estimable y debe movernos más que si todos los ángeles y los
santos hubiesen sido muertos y
aniquilados por nosotros, ¡cuál no ha de ser nuestro dolor, nuestro
agradecimiento y amor para con él, pues padeció por nosotros cuanto es dable
padecer, y con tales extremos de amor, y sin estar obligado a ello! Proposito
sibi gaudio,sustinuit crucem :
«Pudiendo escoger el gozo,
sufrió la cruz»; o sea, según el decir de los Santos Padres: Jesucristo, la
Sabiduría eterna, habiendo podido permanecer en la gloria de su cielo,
infinitamente alejado de nuestra indigencia, prefirió, por nuestro amor, bajar
a la tierra, hacerse hombre y ser crucificado. Una vez hecho hombre, podía
comunicar a su cuerpo la inmortalidad y felicidad que disfruta ahora; pero no lo
quiso, para poder padecer.
164.
Añade Ruperto que el Padre Eterno, en el momento de la encarnación, ofreció a
su Hijo la posibilidad de salvar al mundo mediante los goces o los dolores, los
honores o los desprecios, la riqueza o la pobreza, la vida o la muerte 144;
de manera que si hubiera
querido, hubiese podido redimir a los hombres y llevarlos al paraíso por medio
de goces, delicias, placeres, honores y riquezas, glorioso y triunfante; pero El
escogió contrariedades y cruz para dar a su Padre celestial más gloria, y a
los hombres, mayor prueba de su inmenso amor.
165.
Más aún: nos amó tanto, que, en vez de abreviar sus penas, deseaba una mayor
duración y aumento de ellas; por lo cual, estando sobre la cruz colmado de
oprobios y abismado en dolores, como si los que padecía no fueran bastantes,
exclamó: Sitio : «Tengo
sed». ¿De qué tenía sed? Sitis haec -dice San Lorenzo Justianiano- de
ardore dilectionis, de amoris fonte, de latitudine nascitur caritatis. sitiebat
nos et dare se nobis desiderabat:
«Del fuego de su amor le
provenía la sed, de la fuente y de la abundancia de su caridad. Tenía sed de
nosotros, de entregarse a nosotros y de padecer por nosotros».
166.
Considerando todo lo dicho, hallaremos sobrados motivos para exclamar con San
Francisco de Paula: «¡Oh caridad, oh Dios de caridad! ¡Cuán excesivo es el
amor que nos habéis mostrado padeciendo y muriendo! » . 0 con Santa Magdalena
de Pazzis, abrazada a un crucifijo: «¡Oh amor! ¡Oh amor! ¡Cuán poco
conocido eres! . 0
con San Francisco de Asís, arrastrándose por el barro en medio de las calles:
«¡Oh! ¡Jesús, mi amor crucificado, no es conocido! ¡Jesús, mi amor, no es
amado! . La
Iglesia manda decir cada día con toda verdad estas palabras: Mundus eum non
cognovit:
«El mundo no conoció a
Jesucristo, la Sabiduría encarnada»; y, hablando razonablemente, conocer lo
que Nuestro Señor ha padecido por nosotros y no amarle entrañablemente, como
hace el mundo, es cosa moralmente imposible.
CAPITULO
XIV
El
triunfo de la Sabiduría eterna en la cruz y por la cruz
167.
He aquí, a mi modo de ver, el mayor secreto del rey: Sacramentum regis;
el misterio más sublime de la
Sabiduría eterna: la cruz.
¡Oh
cuán diferentes y opuestos son los pensamientos y los caminos de la Sabiduría
eterna de los de los hombres, incluso los más instruidos! Este soberano Dios
quiere redimir al mundo ahuyentar y encadenar a los demonios, cerrar a los
hombres el infierno y abrirles los cielos y tributar al Padre Eterno una gloria
infinita. ¡Proyecto grandioso, obra difícil y ardua empresa! ¿Qué modo
empleará esta Sabiduría, cuyo conocimiento abarca del uno al otro extremo del
universo, disponiéndolo todo con suavidad y con fortaleza? Su brazo es
omnipotente; sin esfuerzo alguno puede destruir cuanto se le enfrenta y hacer
cuanto le place; con una sola palabra puede aniquilar y crear; mejor dicho, le
basta con querer para hacerlo todo.
168.
Mas su amor dictó leyes a su omnipotencia. Para manifestar al hombre su
amistad, quiso encarnarse; y dígnóse bajar a la tierra para elevarle hasta los
cielos. ¡Sea así! Pero, desde luego, ¿esta Sabiduría encarnada se
presentará gloriosa, triunfante, acompañada de millones y millones de
ángeles, o al menos de millones de hombres escogidos; y con estos ejércitos,
con ese esplendor y esa majestad, sin pobreza, sin oprobio, sin humillaciones,
sin flaqueza alguna, arrollará a todos sus enemigos y conquistará los
corazones de todos los hombres con sus encantos, con sus placeres, con sus
grandezas y con sus riquezas? ¡Nada de eso! ¡Cosa estupenda! Ve en lontananza
algo que para los judíos es motivo de escándalo y de horror, y para los
paganos, objeto de locura; ve un trozo de madera vil e infame, destinado a la
confusión y al suplicio de los mayores criminales y que tiene por nombre
patíbulo, horca o cruz. En esta cruz es donde pone su mirada y sus
complacencias; la prefiere a cuanto existe demás grande y brillante en el cielo
y en la tierra, para hacer de ella el arma de sus conquistas, el atavío
de su majestad, la riqueza y las delicias de su imperio, la amiga y la esposa de
su corazón. 0 altitudo Sapientiae [et scientiae] Dei: «¡Oh profundidad
de la Sabiduría y de la ciencia de Dios! » ¡Cuán sorprendente es su
elección y cuán sublimes e incomprensibles sus designios! ¡Cuán inefable su
amor por esta cruz!
169.
La Sabiduría encarnada amó la cruz desde su infancia: Hanc amavi a
inventute mea . Apenas
entrado en el mundo, la recibió ya en el seno de su Madre, de manos de su Padre
Eterno, y la colocó en mitad de su corazón como una reina, diciendo: Deus
meus, volui et legem tuam in medio cordis mei .
¡Dios mío y Padre mío!,
estando en vuestro seno, escogí esta cruz, y la misma elijo hoy en el seno de
mi Madre; la amo con toda mi alma y la coloco en medio de mi corazón para que
sea mi esposa y señora.
170.
La buscó fervientemente toda la vida. Si cual ciervo sediento corría de pueblo
en pueblo y de ciudad en ciudad; si con pasos de gigante caminaba hacia el
Calvario; si con tanta frecuencia hablaba de sus padecimientos y de su muerte a
sus apóstoles y discípulos y hasta a sus mismos profetas en la
Transfiguración; si tan a menudo exhalaba su corazón el Desiderio
desideravi, «con gran deseo he deseado», todos sus caminos, todos sus
afanes, todas sus pesquisas y todos sus anhelos tendían a la cruz, y
consideraba como el colmo de su gloria y su mayor felicidad el morir abrazado a
ella.
Se
desposó con ella con amor inefable en su Encarnación; la buscó y la llevó
con alegría indecible toda su vida, que no fue sino una cruz continuada' y,
después de numerosas fatigas, se abrazó a ella y sobre ella murió en el
Calvario: Quomodo coarctor usque dum perficiatur .
Y ¿quién me lo impide? ¿Qué
es lo que me detiene? ¿Por qué no estoy abrazado ya a ti, amada cruz del
Calvario?
171.
Al fin logró lo que tanto anhelaba: se vio cubierta de oprobios, fue cosida y
como pegada a la cruz y murió con alegría en los brazos de su idolatrada
amiga, cual si fuera un lecho de honor y de triunfo.
172.
Y no vayamos a pensar que, después de su muerte, la Sabiduría se haya
desprendido de la cruz, la haya rechazado para triunfar mejor. Muy al contrario,
se halla de tal manera unida a ella, que ni ángel, ni hombre, ni criatura del
cielo o de la tierra es capaz de separarle de ella. Es un enlace indisoluble y
una alianza eterna.
JAMÁS
LA CRUZ SIN JESÚS
NI
JESÚS SIN LA CRUZ.
La
Sabiduría ha hecho, merced a su muerte, las ignominias de la cruz tan
gloriosas, la pobreza y la indigencia tan ricas, los dolores tan agradables, su
austeridad tan atrayente, que la ha dejado como divinizada y transformada en
objeto adorable para los ángeles y para los hombres, y ordena que con él la
adoren todos sus súbditos. No quiere que los honores de la adoración, aunque
relativa, sean tributados a las demás criaturas, por muy encumbradas que se
encuentren, como su santísima Madre; semejante distinción sólo está
reservada, sólo es debida a su amada cruz. En el supremo día del juicio final
hará desaparecer las reliquias de todos los santos, incluso las de los más
eminentes; pero, en cambio, ordenará a los primeros serafines y querubines que
vayan por todo el mundo y recojan los trozos de la verdadera cruz, los cuales,
por su omnipotencia amorosa, quedarán tan bien unidos entre sí, que no
formarán sino una cruz, la misma cruz sobre la cual murió. Hará que los
ángeles transporten esta cruz y entonen en su honor cánticos de alegría. Se
hará preceder por esta cruz, la cual descansará sobre la nube más refulgente
que jamás se haya visto, y sólo con ella y por ella juzgará al mundo. ¡Qué
alegría experimentarán a su vista los amigos de la Cruz! Mientras que sus
enemigos, no pudiendo soportar la vista de aquella cruz tan brillante y
aterradora, llenos de desesperación pedirán a gritos a las montañas que
caigan sobre ellos y al infierno que se los trague.
173.
Y en espera de que amanezca el día de su triunfo en el juicio final, la
Sabiduría eterna quiere que la cruz sea la señal, el carácter y el arma de
sus elegidos. No recibe como hijo sino a quien posee ese carácter, ni acepta
por discípulo suyo sino a quien la lleve en su frente sin avergonzarse, en su
corazón sin protestar o en sus hombros sin arrastrarla o tirarla. Oigamos sus
palabras: Si quis vult post me venire, abneget semetipsum, tollat crucem suam
et sequatur me «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a. sí mismo,
tome su cruz y sígame». No admite a nadie como soldado si no está dispuesto a
tomarla como arma para defenderse, para atacar, derribar y aplastar a sus
enemigos, y les dice: Confidite, ego vici mundum:
In hoc signo vinces :
«Soldados míos, confiad en
mí», soy vuestro capitán; por la cruz vencí a mis enemigos y con esta misma
señal los venceréis también vosotros.
174.
Son tantos los tesoros de gracia, de vida y de alegría que ha encerrado en la
cruz, que sólo da conocimiento de ellos a sus favoritos. Con frecuencia, como
en otro tiempo a sus apóstoles, descubre a sui amigos todos sus secretos: Omnia
nota feci vobis ; pero
no los de la cruz, a menos de que lo hayan merecido por sus grandes trabajos y
su gran fidelidad. ¡Oh cuán humilde, pequeño, mortificado, interior y
desechado del mundo hay que ser para conocer el misterio de la cruz, el cual
sigue siendo aún hoy día, y no sólo entre judíos, paganos, turcos y herejes,
sino entre las personas que se dicen devotas y muy devotas, sigue siendo, digo,
objeto de escándalo, señal de locura y motivo de desprecio y deserción, no en
teoría, pues nunca como actualmente se ha escrito tanto de la hermosura y
excelencia de la cruz, sino en la práctica, ya que tanto se teme, se lamenta,
se evita todo aquello que puede hacer sufrir.
Contemplando
un día la hermosura de la cruz, la Sabiduría encarnada, transportada de
alegría, exclamó: Confiteor tibi, Pater, Domine, Rex caeli et terrae, quod
abscondisti haec a sapientibus el prudentibus huius saeculi, et revelasti ea
parvulis. «Yo
te alabo, Padre mío, Señor del cielo y -de la tierra, porque has encubierto a
los sabios y prudentes del siglo los tesoros y maravillas de mi cruz y las has
revelado a los humidles y pequeñuelos».
175.
Si el conocimiento del misterio de la cruz es gracia tan singular, ¿qué ha de
ser su goce. y su posesión real? Es un favor que la Sabiduría eterna concede
exclusivamente a sus amigos más íntimos y como premio a sus constantes
oraciones, deseos y súplicas. Por muy excelente que sea el don de la fe,
mediante la cual agradecemos a Dios, nos acercamos a El y vencemos a nuestros
enemigos, y sin la cual nos condenaríamos, mayor don es la cruz. Según San
Juan Crisóstomo, San Pedro era más feliz en la cárcel que lo fue en el Tabor,
en medio de la gloria; más glorioso era llevando las cadenas en sus pies que
las llaves del paraíso en sus manos"'. San Pablo se gloriaba más de haber
sido encadenado por su Salvador que de haberse visto elevado al tercer cielo .
El Señor favorecía más a los
apóstoles y a los mártires haciéndoles partícipes de su cruz en las
humillaciones, en la pobreza y en los más crueles tormentos, que otorgándoles
el don de hacer milagros y de convertir al mundo entero. Todos aquellos a
quienes fue comunicada la Sabiduría eterna se mostraron ansiosos de la cruz, la
buscaron, la acariciaron, la abrazaron, y si tenían ocasión de padecer algo,
exclamaban desde el fondo de su corazón, como San Andrés: 0 bona crux,
tamdiu desiderata! : «¡
Oh buena cruz, tanto tiempo deseada! ».
176.
La cruz es buena y preciosa por infinidad de razones:
1º.
Porque nos asemeja a Jesucristo.
2º.
Porque nos hace dignos hijos del
Padre Eterno, dignos miembros de Jesucristo y dignos templos del Espíritu
Santo. Dios Padre aflige a cuantos recibe por hijos; lo dice El mismo: Castigat...
omnem filium quem recipit. Jesucristo no considera como suyos sino a los que
llevan su cruz. El Espíritu Santo talla y pule todas las piedras vivas de la
Jerusalén celeste, esto es, los predestinados.
3º.
Porque ilumina el entendimiento y le comunica más sabiduría que todos los
libros del universo: Qui non est tentatus, quid scit? .
4º.
Porque si se lleva dignamente es la causa, el alimento y la prueba del amor.
Enciende el fuego del amor divino en los corazones, desprendiéndolos de las
criaturas. Mantiene y aumenta este amor; y así como la leña es el cebo del
fuego, así la cruz lo es del amor. Es el testimonio más cierto ' de que se ama
a Dios. De esa prueba se sirvió El para mostrarnos su amor, y ésa es
también la prueba que Dios exige de nosotros para demostrarle que le amamos.
5º.
La cruz es buena porque es fuente abundante de toda suerte de dulzuras y
consuelos y porque engendra en el alma la alegría, la paz y la gracia.
6º
Es buena, en fin, porque produce para quien la lleva un peso inmenso
de gloria en el cielo: aeternum gloriae pondus operatur .
177.
Si fuese conocido el valor de la cruz, se encargarían novenas, como hacía San
Pedro de Alcántara, para lograr ese delicado trocito del paraíso 1,11.
Se diría con Santa Teresa: Aut
pati, aut mori: «0 padecer o morir»; o con Santa María Magdalena de
Pazzis: Non mori, sed pati. «Padecer y no morir». Con San Juan de la
Cruz no se pediría otra gracia que la de padecer por Cristo: Pati et
contemni pro te . De
las cosas de la tierra, la única que se aprecia en el cielo es la cruz, decía
este santo, después de su muerte, a una sierva de Dios. Tengo cruces -decía
Nuestro Señor a uno de sus servidores- de un valor tal, que es todo cuanto
mi queridísima Madre, tan poderosa como es, puede alcanzar de mí en favor de
sus fieles servidores.
178.
Sabios del mundo, hombres poderosos del siglo, sois incapaces de comprender este
misterioso lenguaje. Amáis demasiado los placeres, buscáis demasiado vuestras
comodidades, estáis demasiado apegados a los bienes de este mundo, teméis
demasiado los desprecios y humillaciones; en una palabra: sois demasiado
enemigos de la cruz de Jesús. Respetáis e incluso alabáis la cruz en
general;pero no la vuestra, de la cual huís cuanto podéis o la arrastráis
contra vuestra voluntad, murmurando, impacientándoos y lamentádoos.Me hacéis
recordar a aquellas vacas que mugiendo, y muy a pesar suyo, arrastraban el arca
de la alianza, en la cual se encerraba cuanto había de más precioso en el
mundo: pergentes et mugientes .
179.
El número de los necios es infinito, dice la Sabiduría por ser incontables los
que desconocen el valor de la cruz y la llevan a regañadientes. Pero vosotros,
verdaderos discípulos de la Sabiduría eterna, que habéis pasado por muchas
tentaciones y aflicciones, que sufrís persecución por la justicia, que sois
considerados como el desecho del mundo, consolaos, regocijaos, saltad de gozo,
porque la cruz que lleváis es don precioso que envidian los bienaventurados,
pero no pueden participar de él. Cuanto hay de honra, de gloria y de virtud
en Dios y en su Santo Espíritu, habita en vosotros porque vuestra
recompensa es grande en el cielo y aun en la tierra, por las gracias
espirituales que la cruz os alcanza.
180.
Bebed, amigos de Jesucristo; bebed en su cáliz de amargura, y seréis cada día
más sus privilegiados; padeced por él, y con él seréis glorificados; sufrid
no sólo con paciencia, sino con alegría; un poco de tiempo todavía, y luego
se os dará una eternidad de dicha por un instante de pena. Desde que la
Sabiduría encarnada tuvo que entrar en el cielo por el camino de la cruz, por
él han de entrar quienes 1a siguen.
«A
cualquier parte donde fueres dice la Imitación de Cristo, siempre
encontrarás la cruz : o la del predestinado, si la tomas como debes, con
paciencia y gozosamente, por amor de Dios; o la del réprobo, si la llevas con
impaciencia y a pesar tuyo, como tantos desgraciados que se verán obligados a
decir en el infierno durante toda la eternidad: Ambulavimus vías difficiles.
«Trabajamos y padecimos mucho en el mundo, y después, y en fin de cuentas,
estamos condenados».
No
se halla la verdadera Sabiduría ni en la tierra ni en el corazón de quienes
viven a sus anchas. Reside de tal manera en la cruz, que fuera de ella es
imposible hallarla en parte alguna; se halla de tal suerte incorporada y unida
con la cruz, que con toda verdad puede decirse que la SABIDURÍA ES LA CRUZ Y
OUE LA CRUZ ES LA SABIDURÍA.