Conversaciones
con
Mons.
Escrivá de Balaguer
CAPITULO
1
"
ESPONTANEIDAD Y PLURALISMO EN EL PUEBLO DE DIOS"
Entrevista realizada por Pedro Rodríguez. Publicada en Palabra (Madrid),
octubre 1967.
1
Querríamos comenzar esta entrevista con una cuestión que provoca en muchos
espíritus las más diversas interpretaciones. Nos referimos al tema del
aggiornamento. ¹Cuál es, a su entender, el sentido verdadero de esta palabra,
aplicado a la vida de la Iglesia?.
Fidelidad. Para mí aggiornamento significa sobre todo eso: fidelidad. Un
marido, un soldado, un administrador es siempre tanto mejor marido, tanto mejor
soldado, tanto mejor administrador, cuanto más fielmente sabe hacer frente en
cada momento, ante cada nueva circunstancia de su vida, a los firmes compromisos
de amor y de justicia que adquirió un día. Esa fidelidad delicada, operativa y
constante -que es difícil, como difícil es toda aplicación de principios a la
mudable realidad de lo contingente- es por eso la mejor defensa de la persona
contra la vejez de espíritu, la aridez de corazón y la anquilosis mental.
Lo mismo sucede en la vida de las instituciones, singularísimamente en la vida
de la Iglesia, que obedece no a un precario proyecto del hombre, sino a un
designio de Dios. La Redención, la salvación del mundo, es obra de la amorosa
y filial fidelidad de Jesucristo -y de nosotros con El- a la voluntad del Padre
celestial que le envió. Por eso, el aggiornamento de la Iglesia -ahora, como en
cualquier otra época- es fundamentalmente eso: una reafirmación gozosa de la
fidelidad del Pueblo de Dios a la misión recibida, al Evangelio.
Es claro que esa fidelidad -viva y actual ante cada circunstancia de la vida de
los hombres- puede requerir, y de hecho ha requerido muchas veces en la historia
dos veces milenaria de la Iglesia, y recientemente en el Concilio Vaticano II,
oportunos desarrollos doctrinales en la exposición de las riquezas del
Depositum Fidei, lo mismo que convenientes cambios y reformas que perfeccionen
-en su elemento humano, perfectible- las estructuras organizativas y los
métodos misioneros y apostólicos. Pero sería por lo menos superficial pensar
que el aggiornamento consista primariamente en cambiar, o que todo cambio
aggiorna. Basta pensar que no faltan quienes, al margen y en contra de la
doctrina conciliar, también desearían cambios que harían retroceder en muchos
siglos de historia -por lo menos a la época feudal- el camino progresivo del
Pueblo de Dios.
2
El Concilio Vaticano II ha utilizado abundantemente en sus Documentos la
expresión "Pueblo de Dios", para designar a la Iglesia, y ha puesto
así de manifiesto la responsabilidad común de todos los cristianos en la
misión única de este Pueblo de Dios. ¹Qué características debe tener, a su
juicio, la "necesaria opinión pública en la Iglesia" -de la que ya
habló Pío XII- para que refleje, en efecto, esa responsabilidad común?
¹Cómo queda afectado el fenómeno de la "opinión pública en la
Iglesia" por las peculiares relaciones de autoridad y obediencia que se dan
en el seno de la comunidad eclesial?.
No concibo que pueda haber obediencia verdaderamente cristiana, si esa
obediencia no es voluntaria y responsable. Los hijos de Dios no son piedras o
cadáveres: son seres inteligentes y libres, y elevados todos al mismo orden
sobrenatural, como la persona que manda. Pero no podrá hacer nunca recto uso de
la inteligencia y de la libertad -para obedecer, lo mismo que para opinar- quien
carezca de suficiente formación cristiana. Por eso, el problema de fondo de la
"necesaria opinión pública en la Iglesia" es equivalente al problema
de la necesaria formación doctrinal de los fieles. Ciertamente, el Espíritu
Santo distribuye la abundancia de sus dones entre los miembros del Pueblo de
Dios -que son todos corresponsables de la misión de la Iglesia-, pero esto no
exime a nadie, sino todo lo contrario, del deber de adquirir esa adecuada
formación doctrinal.
Entiendo por doctrina el suficiente conocimiento que cada fiel debe tener de la
misión total de la Iglesia y de la peculiar participación, y consiguiente
responsabilidad específica, que a él le corresponde en esa misión única.
Esta es -como lo ha recordado repetidas veces el Santo Padre- la colosal labor
de pedagogía que la Iglesia debe afrontar en esta época postconciliar. En
directa relación con esa labor, pienso que debe ponerse -entre otras esperanzas
que hoy laten en el seno de la Iglesia- la recta solución del problema al que
usted alude. Porque no serán ciertamente las intuiciones más o menos
proféticas de algunos carismáticos sin doctrina, las que podrán asegurar la
necesaria opinión pública en el Pueblo de Dios.
En cuanto a las formas de expresión de esa opinión pública, no considero que
sea un problema de órganos o de instituciones. Tan adecuada sede puede ser un
Consejo pastoral diocesano, como las columnas de un periódico -aunque no sea
oficialmente católico- o la simple carta personal de un fiel a su Obispo, etc.
Las posibilidades y las modalidades legítimas en que esa opinión de los fieles
puede manifestarse son muy variadas, y no parece que puedan ni deban
encorsetarse, creando un nuevo ente o institución. Menos aún si se tratase de
una institución que corriese el peligro -tan fácil- de llegar a ser
monopolizada o instrumentalizada de hecho por un grupo o grupito de católicos
oficiales, cualquiera que fuese la tendencia u orientación en que esa minoría
se inspirase. Eso pondría en peligro el mismo prestigio de la Jerarquía y
sonaría a burla para los demás miembros del Pueblo de Dios.
3
El concepto "Pueblo de Dios", al que antes nos referíamos, expresa el
carácter histórico de la Iglesia, como una realidad de origen divino que se
sirve también en su caminar de elementos mudables y perecederos. Según esto,
¹cómo debe realizarse hoy la existencia sacerdotal en la vida de los
presbíteros? ¹Qué rasgo de la figura del presbítero, descrita en el Decreto
Presbyterorum Ordinis, acentuaría usted en los momentos actuales?.
Acentuaría un rasgo de la existencia sacerdotal que no pertenece precisamente a
la categoría de los elementos mudables y perecederos. Me refiero a la perfecta
unión que debe darse -y el Decreto Presbyterorum Ordinis lo recuerda repetidas
veces- entre consagración y misión del sacerdote: o lo que es lo mismo, entre
vida personal de piedad y ejercicio del sacerdocio ministerial, entre las
relaciones filiales del sacerdote con Dios y sus relaciones pastorales y
fraternas con los hombres. No creo en la eficacia ministerial del sacerdote que
no sea hombre de oración.
4
Existe una inquietud en algunos sectores del clero por la presencia del
sacerdote en la sociedad que busca -apoyándose en la doctrina del Concilio
(Const. Lumen Gentium, n.31; Decr. Presbyterorum Ordinis, n.8)- expresarse
mediante una actividad profesional o laboral del sacerdote en la vida civil
-"sacerdotes en el trabajo", etc.-. Nos gustaría conocer su opinión
ante este asunto.
Antes he de decir que respeto la opinión contraria a la que voy a exponer,
aunque la juzgo equivocada por muchas razones, y que acompaño con mi afecto y
con mi oración a quienes personalmente la llevan a cabo con gran celo
apostólico.
Pienso que el sacerdocio rectamente ejercido -sin timideces ni complejos que son
ordinariamente prueba de inmadurez humana, y sin prepotencias clericales que
denotarían poco sentido sobrenatural-, el ministerio propio del sacerdote
asegura suficientemente por sí mismo una legítima, sencilla y auténtica
presencia del hombre-sacerdote entre los demás miembros de la comunidad humana
a los que se dirige. Ordinariamente no será necesario más, para vivir en
comunión de vida con el mundo del trabajo, comprender sus problemas y
participar de su suerte. Pero lo que desde luego rara vez sería eficaz -porque
su misma falta de autenticidad lo condenaría anticipadamente al fracaso- es
recurrir al ingenuo pasaporte de unas actividades laicales de amateur, que
pueden ofender por muchas razones el buen sentido de los mismos laicos.
Es además el ministerio sacerdotal -y más en estos tiempos de tanta escasez de
clero- un trabajo terriblemente absorbente, que no deja tiempo para el doble
empleo. Las almas tienen tanta necesidad de nosotros, aunque muchas no lo sepan,
que no se da nunca abasto. Faltan brazos, tiempo, fuerzas. Yo suelo por eso
decir a mis hijos sacerdotes que, si alguno de ellos llegase a notar un día que
le sobraba tiempo, ese día podría estar completamente seguro de que no había
vivido bien su sacerdocio.
Y fíjese que se trata, en el caso de estos sacerdotes del Opus Dei, de hombres
que, antes de recibir las sagradas órdenes, ordinariamente han ejercido durante
años una actividad profesional o laboral en la vida civil: son
ingenieros-sacerdotes, médicos-sacerdotes, obreros-sacerdotes, etc. Sin
embargo, no sé de ninguno que haya considerado necesario -para hacerse escuchar
y estimar en la sociedad civil, entre sus antiguos colegas y compañeros-
acercarse a las almas con una regla de cálculo, un fonendoscopio o un martillo
neumático. Es verdad que alguna vez ejercen -de manera compatible con las
obligaciones del estado clerical- su respectiva profesión u oficio, pero nunca
piensan que eso sea necesario para asegurarse una "presencia en la sociedad
civil", sino por otros diversos motivos: de caridad social, por ejemplo, o
de absoluta necesidad económica, para poner en marcha algún apostolado.
También San Pablo recurrió alguna vez a su antiguo oficio de fabricante de
tiendas: pero nunca porque Ananías le hubiese dicho en Damasco que aprendiese a
fabricar tiendas, para poder así anunciar debidamente a los gentiles el
Evangelio de Cristo.
En resumen, y conste que con esto no prejuzgo la legitimidad y la rectitud de
intención de ninguna iniciativa apostólica, yo entiendo que el
intelectual-sacerdote y el obrero-sacerdote, por ejemplo, son figuras más
auténticas y más concordes con la doctrina del Vaticano II, que la figura del
sacerdote-obrero. Salvo lo que significa de labor pastoral especializada -que
será siempre necesaria-, la figura clásica del cura-obrero pertenece ya al
pasado: un pasado en el que a muchos se ocultaba la potencialidad maravillosa
del apostolado de los laicos.
5
A veces se oyen reproches para aquellos sacerdotes que adoptan una postura
concreta en problemas de índole temporal y más especialmente de carácter
político. Muchas de esas posturas, a diferencia de otras épocas, suelen ir
encaminadas a favorecer una mayor libertad, justicia social, etc. También es
cierto que no es propio del sacerdocio ministerial la intervención activa en
este terreno, salvo en contados casos. Pero ¹no piensa usted que el sacerdote
debe denunciar la injusticia, la falta de libertad, etc., porque no son
cristianas? ¹Cómo conciliar concretamente ambas exigencias?.
El sacerdote debe predicar -porque es parte esencial de su munus docendi-
cuáles son las virtudes cristianas -todas-, y qué exigencias y manifestaciones
concretas han de tener esas virtudes en las diversas circunstancias de la vida
de los hombres a los que él dirige su ministerio. Como debe también enseñar a
respetar y estimar la dignidad y libertad con que Dios ha creado la persona
humana, y la peculiar dignidad sobrenatural que el cristiano recibe con el
bautismo.
Ningún sacerdote que cumpla este deber ministerial suyo podrá ser nunca
acusado -si no es por ignorancia o por mala fe- de meterse en política. Ni
siquiera se podría decir que, desarrollando estas enseñanzas, interfiera en la
específica tarea apostólica, que corresponde a los laicos, de ordenar
cristianamente las estructuras y quehaceres temporales.
6
Se manifiesta la preocupación de toda la Iglesia por los problemas del llamado
Tercer Mundo. En este sentido, es sabido que una de las mayores dificultades
estriba en la escasez del clero, y especialmente de sacerdotes autóctonos.
¹Qué piensa al respecto, y, en todo caso, cuál es la experiencia de usted en
este terreno?.
Pienso que, efectivamente, el aumento del clero autóctono es un problema de
primordial importancia, para asegurar el desarrollo -y aún la permanencia- de
la Iglesia en muchas naciones, especialmente en aquellas que atraviesan momentos
de enconado nacionalismo.
En cuanto a mi experiencia personal, debo decir que uno de los muchos motivos
que tengo de agradecimiento al Señor es ver con qué segura doctrina, visión
universal, católica y ardiente espíritu de servicio -son desde luego mejores
que yo- se forman y llegan al sacerdocio en el Opus Dei centenares de laicos de
diversas naciones -pasarán ya de sesenta países- donde es problema urgente
para la Iglesia el desarrollo del clero autóctono. Algunos han recibido el
episcopado en esas mismas naciones, y creado ya florecientes seminarios.
7
Los sacerdotes están incardinados en una diócesis y dependen del Ordinario.
¹Qué justificación puede haber para que pertenezcan a alguna Asociación
distinta de la diócesis e incluso de ámbito universal?.
La justificación es clara: el legítimo uso de un derecho natural -el de
asociación- que la Iglesia reconoce a los clérigos como a todos los fieles.
Esta tradición secular (piénsese en las muchas beneméritas asociaciones que
tanto han favorecido la vida espiritual de los sacerdotes seculares) ha sido
repetidamente reafirmada en la enseñanza y disposiciones de los últimos
Romanos Pontífices (Pío XII, Juan XXIII y Paulo VI), y también recientemente
por el mismo Magisterio solemne del Concilio Vaticano II.
Es interesante recordar a este propósito que, en la respuesta a un modus donde
se pedía que no hubiera más asociaciones sacerdotales que las promovidas o
dirigidas por los Obispos diocesanos, la competente Comisión Conciliar rechazó
esa petición -con la sucesiva aprobación de la Congregación General-,
motivando claramente la negativa en el derecho natural de asociación, que
corresponde también a los clérigos: "Non potest negari Presbyteris -se
decía- id quod laicis, attenta dignitate naturae humanae, Concilium declaravit
congruum, utpote iuri naturali consentaneum".
En virtud de ese derecho fundamental, los sacerdotes pueden libremente fundar
asociaciones o inscribirse en las ya existentes, siempre que se trate de
asociaciones que persigan fines rectos, adecuados a la dignidad y exigencias del
estado clerical. La legitimidad y el ámbito de ejercicio del derecho de
asociación entre los clérigos seculares se comprende bien -sin equívocos,
reticencias o peligros de anarquía- si se tiene en cuenta la distinción que
necesariamente existe y debe respetarse entre la función ministerial del
clérigo y el ámbito privado de su vida personal.
Efectivamente, el clérigo, y concretamente el presbítero, incorporado por el
sacramento del Orden al Ordo Presbyterorum, queda constituido por derecho divino
como cooperador del Orden Episcopal. En el caso de los presbíteros diocesanos
esta función ministerial se concreta, según una modalidad establecida por el
derecho eclesiástico, mediante la incardinación -que adscribe el presbítero
al servicio de una Iglesia local, bajo la autoridad del propio Ordinario- y la
misión canónica, que le confiere un ministerio determinado dentro de la unidad
del Presbiterio, cuya cabeza es el Obispo. Es evidente, por tanto, que el
Presbítero depende de su Ordinario -a través de un vínculo sacramental y
jurídico- para todo lo que se refiere: a la asignación de su concreto trabajo
pastoral; a las directrices doctrinales y disciplinares que reciba para el
ejercicio de ese ministerio; a la justa retribución económica necesaria; a
todas las disposiciones pastorales que el Obispo dé para regular la cura de
almas, el culto divino y las prescripciones del derecho común relativas a los
derechos y obligaciones que dimanan del estado clerical.
8
Junto a todas estas necesarias relaciones de dependencia -que concretan
jurídicamente la obediencia, la unidad y la comunión pastoral que el
Presbítero ha de vivir delicadamente con su propio Ordinario-, hay también
legítimamente en la vida del Presbítero secular un ámbito personal de
autonomía, de libertad y de responsabilidad personales, en el que el
Presbítero goza de los mismos derechos y obligaciones que tienen las demás
personas en la Iglesia: quedando así diferenciado tanto de la condición
jurídica del menor como de la del religioso, que -en virtud de la propia
profesión religiosa- renuncia al ejercicio de todos o de algunos de esos
derechos personales.
Por esta razón, el sacerdote secular, dentro de los límites generales de la
moral y de los deberes propios de su estado, puede disponer y decidir libremente
-en forma individual o asociada- en todo lo que se refiere a su vida personal,
espiritual, cultural, económica, etcétera. Cada uno es libre de formarse
culturalmente con arreglo a sus propias preferencias o capacidades. Cada uno es
libre de mantener las relaciones sociales que desee, y puede ordenar su vida
como mejor le parezca, siempre que cumpla debidamente las obligaciones de su
ministerio. Cada uno es libre de disponer de sus bienes personales como estime
más oportuno en conciencia. Con mayor razón, cada uno es libre de seguir en su
vida espiritual y ascética y en sus actos de piedad aquellas mociones que el
Espíritu Santo le sugiera, y elegir -entre los muchos medios que la Iglesia
aconseja o permite- aquéllos que le parezcan más oportunos según sus
particulares circunstancias personales.
Precisamente refiriéndose a este último punto, el Concilio Vaticano II -y de
nuevo el Santo Padre Paulo VI en su reciente Encíclica Sacerdotalis coelibatus-
ha alabado y recomendado vivamente las asociaciones, tanto diocesanas como
interdiocesanas, nacionales o universales que -con estatutos reconocidos por la
competente autoridad eclesiástica- fomentan la santidad del sacerdote en el
ejercicio de su propio ministerio. La existencia de esas asociaciones, en
efecto, de ninguna manera supone ni puede suponer -ya lo he dicho- un menoscabo
del vínculo de comunión y dependencia que une a todo Presbítero con su
Obispo, ni de la fraterna unidad con todos los demás miembros del Presbiterio,
ni de la eficacia de su trabajo al servicio de la propia Iglesia local.
9
La misión de los laicos se ejercita, según el Concilio, en la Iglesia y en el
mundo. Esto, con frecuencia, no es entendido rectamente al quedarse con uno u
otro de ambos términos. ¹Cómo explicaría usted la tarea de los laicos en la
Iglesia y la tarea que deben desarrollar en el mundo?.
De ninguna manera pienso que deban considerarse como dos tareas diferentes,
desde el mismo momento en que la específica participación del laico en la
misión de la Iglesia consiste precisamente en santificar ab intra -de manera
inmediata y directa- las realidades seculares, el orden temporal, el mundo.
Lo que pasa es que, además de esta tarea, que le es propia y específica, el
laico tiene también -como los clérigos y los religiosos- una serie de
derechos, deberes y facultades fundamentales, que corresponden a la condición
jurídica de fiel, y que tienen su lógico ámbito de ejercicio en el interior
de la sociedad eclesiástica: participación activa en la liturgia de la
Iglesia, facultad de cooperar directamente en el apostolado propio de la
Jerarquía o de aconsejarla en su tarea pastoral si es invitado a hacerlo, etc.
No son estas tareas -la específica que corresponde al laico como tal laico y la
genérica o común que le corresponde como fiel- dos tareas opuestas, sino
superpuestas, ni hay entre ellas contradicción, sino complementariedad. Fijarse
sólo en la misión específica del laico, olvidando su simultánea condición
de fiel, sería tan absurdo como imaginarse una rama, verde y florecida, que no
pertenezca a ningún árbol. Olvidarse de lo que es específico, propio y
peculiar del laico, o no comprender suficientemente las características de
estas tareas apostólicas seculares y su valor eclesial, sería como reducir el
frondoso árbol de la Iglesia a la monstruosa condición de puro tronco.
10
Usted viene diciendo y escribiendo desde hace tantos años que la vocación de
los laicos consiste en tres cosas: "santificar el trabajo, santificarse en
el trabajo y santificar a los demás con el trabajo". ¹Podría precisarnos
qué entiende usted exactamente por lo primero: santificar el trabajo?.
Es difícil explicarlo en pocas palabras, porque en esa expresión están
implicados conceptos fundamentales de la misma teología de la Creación. Lo que
he enseñado siempre -desde hace cuarenta años- es que todo trabajo humano
honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor
perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con
perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los
hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante
que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades
temporales -a manifestar su dimensión divina- y es asumido e integrado en la
obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el
trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios,
operatio Dei, opus Dei.
Al recordar a los cristianos las palabras maravillosas del Génesis -que Dios
creó al hombre para que trabajara-, nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo,
que pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en
una aldea. Amamos ese trabajo humano que El abrazó como condición de vida,
cultivó y santificó. Vemos en el trabajo -en la noble fatiga creadora de los
hombres- no sólo uno de los más altos valores humanos, medio imprescindible
para el progreso de la sociedad y el ordenamiento cada vez más justo de las
relaciones entre los hombres, sino también un signo del amor de Dios a sus
criaturas y del amor de los hombres entre sí y a Dios: un medio de perfección,
un camino de santidad.
Por eso, el objetivo único del Opus Dei ha sido siempre ése: contribuir a que
haya en medio del mundo, de las realidades y afanes seculares, hombres y mujeres
de todas las razas y condiciones sociales, que procuren amar y servir a Dios y a
los demás hombres en y a través de su trabajo ordinario.
11
El Decreto Apostolicam actuositatem, n. 5, ha afirmado claramente que es misión
de toda la Iglesia la animación cristiana del orden temporal. Compete, pues, a
todos: a la jerarquía, al clero, a los religiosos y a los laicos. ¹Podría
decirnos cómo ve el papel y las modalidades de cada uno de esos sectores
eclesiales en esa única y común misión?.
En realidad, la respuesta se encuentra en los mismos textos conciliares. A la
Jerarquía corresponde señalar -como parte de su Magisterio- los principios
doctrinales que han de presidir e iluminar la realización de esa tarea
apostólica.
A los laicos, que trabajan inmersos en todas las circunstancias y estructuras
propias de la vida secular, corresponde de forma específica la tarea, inmediata
y directa, de ordenar esas realidades temporales a la luz de los principios
doctrinales enunciados por el Magisterio; pero actuando, al mismo tiempo, con la
necesaria autonomía personal frente a las decisiones concretas que hayan de
tomar en su vida social, familiar, política, cultural, etc..
En cuanto a los religiosos, que se apartan de esas realidades y actividades
seculares abrazando un estado de vida peculiar, su misión es dar un testimonio
escatológico público, que ayude a recordar a los demás fieles del Pueblo de
Dios que no tienen en esta tierra domicilio permanente. Y no puede olvidarse
tampoco el servicio que suponen también para la animación cristiana del orden
temporal las numerosas obras de beneficencia, de caridad y asistencia social que
tantos religiosos y religiosas realizan con abnegado espíritu de sacrificio.
12
Una característica de toda vida cristiana -cualquiera que sea el camino por el
que se realice- es la "dignidad y la libertad de los hijos de Dios".
¹A qué se refiere usted, pues, cuando a lo largo de toda su enseñanza ha
defendido tan insistentemente la libertad de los laicos?.
Me refiero precisamente a la libertad personal que los laicos tienen para tomar,
a la luz de los principios enunciados por el Magisterio, todas las decisiones
concretas de orden teórico o practico -por ejemplo, en relación a las diversas
opiniones filosóficas, de ciencia económica o de política, a las corrientes
artísticas y culturales, a los problemas de su vida profesional o social, etc.-
que cada uno juzgue en conciencia más convenientes y más de acuerdo con sus
personales convicciones y aptitudes humanas.
Este necesario ámbito de autonomía que el laico católico precisa para no
quedar capitidisminuido frente a los demás laicos, y para poder realizar con
eficacia su peculiar tarea apostólica en medio de las realidades temporales,
debe ser siempre cuidadosamente respetado por todos los que en la Iglesia
ejercemos el sacerdocio ministerial. De no ser así -si se tratase de
instrumentalizar al laico para fines que rebasan los propios del ministerio
jerárquico- se incurriría en un anacrónico y lamentable clericalismo. Se
limitarían enormemente las posibilidades apostólicas del laicado
-condenándolo a perpetua inmadurez-, pero sobre todo se pondría en peligro
-hoy, especialmente- el mismo concepto de autoridad y de unidad en la Iglesia.
No podemos olvidar que la existencia, también entre los católicos, de un
auténtico pluralismo de criterio y de opinión en las cosas dejadas por Dios a
la libre discusión de los hombres, no sólo no se opone a la ordenación
jerárquica y a la necesaria unidad del Pueblo de Dios, sino que las robustece y
las defiende contra posibles impurezas.
13
Siendo tan diversas en su realización práctica la vocación del laico y la del
religioso -aunque tengan en común, por supuesto, la vocación cristiana-,
¹cómo es posible que los religiosos, en sus tareas de enseñanza, etc., puedan
formar a los cristianos corrientes en un camino verdaderamente laical?.
Será posible en tanto en cuanto los religiosos -cuya benemérita labor al
servicio de la Iglesia admiro sinceramente- se esfuercen en comprender bien
cuáles son las características y exigencias de la vocación laical a la
santidad y al apostolado en medio del mundo, y las quieran y las sepan enseñar
a los alumnos.
14
Con no poca frecuencia, al hablar del laicado, se suele olvidar la realidad de
la presencia de la mujer y con ello se desdibuja su papel en la Iglesia.
Igualmente, al tratarse de la "promoción social de la mujer" se suele
entender simplemente como presencia de la mujer en la vida pública. ¹Cómo
entiende la misión de la mujer en la Iglesia y en el mundo?.
Desde luego no veo ninguna razón por la cual al hablar del laicado -de su tarea
apostólica, de sus derechos y deberes, etc.- se haya de hacer ningún tipo de
distinción o discriminación con respecto a la mujer. Todos los bautizados
-hombres y mujeres- participan por igual de la común dignidad, libertad y
responsabilidad de los hijos de Dios. En la Iglesia existe esa radical unidad
fundamental, que enseñaba ya San Pablo a los primeros cristianos: Quicumque
enim in Christo baptizati estis, Christum induistis. Nos est Iudaeus, neque
Graecus: non es servus, neque liber: non est masculus, neque femina; ya no hay
distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre,
ni mujer.
Si se exceptúa la capacidad jurídica de recibir las sagradas órdenes
-distinción que por muchas razones, también de derecho divino positivo,
considero que se ha de retener-, pienso que a la mujer han de reconocerse
plenamente en la Iglesia -en su legislación, en su vida interna y en su acción
apostólica- los mismos derechos y deberes que a los hombres: derecho al
apostolado, a fundar y dirigir asociaciones, a manifestar responsablemente su
opinión en todo lo que se refiera al bien común de la Iglesia, etc. Ya sé que
todo esto -que teóricamente no es difícil de admitir, si se consideran las
claras razones teológicas que lo apoyan- encontrará de hecho la resistencia de
algunas mentalidades. Aún recuerdo el asombro e incluso la crítica -ahora en
cambio tienden a imitar, en esto como en tantas otras cosas- con que
determinadas personas comentaron el hecho de que el Opus Dei procurara que
adquiriesen grados académicos en ciencias sagradas también las mujeres que
pertenecen a la Sección femenina de nuestra Asociación.
Pienso, sin embargo, que estas resistencias y reticencias irán cayendo poco a
poco. En el fondo es sólo un problema de comprensión eclesiológica: darse
cuenta de que la Iglesia no la forman sólo los clérigos y religiosos, sino que
también los laicos -mujeres y hombres- son Pueblo de Dios y tienen, por Derecho
divino, una propia misión y responsabilidad.
Pero quisiera añadir que, a mi modo de ver, la igualdad esencial entre el
hombre y la mujer exige precisamente que se sepa captar a la vez el papel
complementario de uno y otro en la edificación de la Iglesia y en el progreso
de la sociedad civil: porque no en vano los creó Dios hombre y mujer. Esta
diversidad ha de comprenderse no en un sentido patriarcal, sino en toda la
hondura que tiene, tan rica de matices y consecuencias, que libera al hombre de
la tentación de masculinizar la Iglesia y la sociedad; y a la mujer de entender
su misión, en el Pueblo de Dios y en el mundo, como una simple reivindicación
de tareas que hasta ahora hizo el hombre solamente, pero que ella puede
desempeñar igualmente bien. Me parece, pues, que tanto el hombre como la mujer
han de sentirse justamente protagonistas de la historia de la salvación, pero
uno y otro de forma complementaria.
15
Se ha hecho notar que, pese a estar editado en 1934 en su primera versión,
Camino contiene muchas ideas "heréticas" entonces para algunos, y hoy
sin embargo recogidas en el Concilio Vaticano II. ¹Qué nos puede decir de eso?
¹Cuáles son esos puntos?.
De esto, si me lo permite, trataremos despacio en otra ocasión: más adelante.
Me limito a decirle ahora que doy tantas gracias al Señor, que se ha servido
también de esas ediciones de Camino, en tantas lenguas y en tantos ejemplares
-ya pasan de los dos millones y medio-, para meter en el entendimiento y en la
vida de personas de muy diversas razas y lenguas esas verdades cristianas, que
habían de ser confirmadas por el Concilio Vaticano II, llevando la paz y la
alegría a millones de cristianos y no cristianos.
16
Sabemos que, desde hace muchos años, ha tenido usted una especial preocupación
por la atención espiritual y humana de los sacerdotes, sobre todo del clero
diocesano, manifestada, mientras le fue posible, en una intensa labor de
predicación y de dirección espiritual dedicada a ellos. Y también, a partir
de un determinado momento, en la posibilidad de que -permaneciendo plenamente
diocesanos y con la misma dependencia de sus Ordinarios- formen parte de la Obra
los que sientan esa llamada. Nos interesaría saber las circunstancias de la
vida eclesiástica que -aparte de otras razones- motivaron esa preocupación
suya. Asimismo, ¹podría decirnos de qué modo esa actividad ha podido y puede
ayudar a resolver algunos problemas del clero diocesano o de la vida
eclesiástica?.
Las circunstancias de la vida eclesiástica que motivaron y motivan esa
preocupación mía y esa labor -ya institucionalizada- de la Obra, no son
circunstancias de carácter más o menos accidental o transitorio, sino
exigencias permanentes de orden espiritual y humano, íntimamente unidas a la
vida y al trabajo del sacerdote diocesano. Me refiero fundamentalmente a la
necesidad que éste tiene de ser ayudado -con espíritu y medios que en nada
modifiquen su condición diocesana- a buscar la santidad personal en el
ejercicio de su propio ministerio. Para así corresponder, con espíritu siempre
joven y generosidad cada vez mayor, a la gracia de la vocación divina que
recibieron, y para saber prevenir con prudencia y prontitud las posibles crisis
espirituales y humanas a que fácilmente pueden dar lugar muchos diversos
factores: la soledad, las dificultades del ambiente, la indiferencia, la
aparente falta de eficacia de su labor, la rutina, el cansancio, la
despreocupación por mantener y perfeccionar su formación intelectual y hasta
-es el origen profundo de las crisis de obediencia y de unidad- la poca visión
sobrenatural de las relaciones con el propio Ordinario, e incluso con sus demás
hermanos en el sacerdocio.
Los sacerdotes diocesanos que -en uso legítimo del derecho de asociación- se
adscriben a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, lo hacen única y
exclusivamente porque desean recibir esa ayuda espiritual personal, de manera en
todo compatible con los deberes de su estado y ministerio: de otra manera, esa
ayuda no sería tal ayuda, sino complicación, estorbo y desorden.
El espíritu del Opus Dei, en efecto, tiene como característica esencial el
hecho de no sacar a nadie de su sitio -unusquisque, in qua vocatione vocatus est,
in ea permaneat-, sino que lleva a que cada uno cumpla las tareas y deberes de
su propio estado, de su misión en la Iglesia y en la sociedad civil, con la
mayor perfección posible. Por eso, cuando un sacerdote se adscribe a la Obra,
no modifica ni abandona en nada su vocación diocesana -dedicación al servicio
de la Iglesia local a la que está incardinado, plena dependencia del propio
Ordinario, espiritualidad secular, unión con los demás sacerdotes, etc.-, sino
que, por el contrario, se compromete a vivir esa vocación con plenitud, porque
sabe que ha de buscar la perfección precisamente en el mismo ejercicio de sus
obligaciones sacerdotales, como sacerdote diocesano.
Este principio tiene en nuestra Asociación una serie de aplicaciones prácticas
de orden jurídico y ascético, que sería largo detallar. Diré sólo, como
ejemplo, que -a diferencia de otras Asociaciones, donde se exige un voto o
promesa de obediencia al Superior interno- la dependencia de los sacerdotes
diocesanos adscritos al Opus Dei no es una dependencia de régimen, ya que no
hay jerarquía interna para ellos ni, por tanto, peligro de doble vínculo de
obediencia sino más bien una relación voluntaria de ayuda y asistencia
espiritual.
Lo que estos sacerdotes encuentran en el Opus Dei es, sobre todo, la ayuda
ascética continuada que desean recibir, con espiritualidad secular y diocesana,
e independiente de los cambios personales y circunstanciales que pueda haber en
el gobierno de la respectiva Iglesia local. Añaden así a la dirección
espiritual colectiva que el Obispo da con su predicación, sus cartas
pastorales, instrucciones disciplinares, etc., una dirección espiritual
personal solícita y continua en cualquier lugar donde se encuentren, que
complementa -respetándola siempre, como un deber grave- la dirección común
impartida por el mismo Obispo. A través de esa dirección espiritual personal
-tan recomendada por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio ordinario- se
fomenta en el sacerdote su vida de piedad, su caridad pastoral, su formación
doctrinal continuada, su celo por los apostolados diocesanos, el amor y la
obediencia que deben al propio Ordinario, y la preocupación por las vocaciones
sacerdotales y el seminario, etc.
¹Los frutos de toda esta labor? Son para las Iglesias locales, a las que estos
sacerdotes sirven. Y de esto se goza mi alma de sacerdote diocesano, que ha
tenido además, repetidas veces, el consuelo de ver con qué cariño el Papa y
los Obispos bendicen, desean y favorecen este trabajo.
17
En diversas ocasiones, y al referirse al comienzo de la vida del Opus Dei, usted
ha dicho que únicamente poseía "juventud, gracia de Dios y buen
humor". Por los años veinte, además, la doctrina del laicado aún no
había alcanzado el desarrollo que actualmente presenciamos. Sin embargo, el
Opus Dei es un fenómeno palpable en la vida de la Iglesia. ¹Podría
explicarnos cómo, siendo un sacerdote joven, pudo tener una comprensión tal
que permitiera realizar este empeño?.
Yo no tuve y no tengo otro empeño que el de cumplir la Voluntad de Dios:
permítame que no descienda a más detalles sobre el comienzo de la Obra -que el
Amor de Dios me hacía barruntar desde el año 1917-, porque están íntimamente
unidos con la historia de mi alma, y pertenecen a mi vida interior. Lo único
que puedo decirle es que actué, en todo momento, con la venia y con la
afectuosa bendición del queridísimo Sr. Obispo de Madrid, donde nació el Opus
Dei el 2 de octubre de 1928. Más tarde, siempre también, con el beneplácito y
el aliento de la Santa Sede y, en cada caso, de los Revmos. Ordinarios de los
lugares donde trabajamos.
18
Algunos, precisamente por la presencia de los laicos del Opus Dei en puestos
influyentes de la sociedad española, hablan de la influencia del Opus Dei en
España. ¹Nos podría explicar cuál es esa influencia?.
Me molesta profundamente todo lo que pueda sonar a autobombo. Pero pienso que no
sería humildad, sino ceguera e ingratitud con el Señor -que tan generosamente
bendice nuestro trabajo-, no reconocer que el Opus Dei influye realmente en la
sociedad española. En el ambiente de los países donde la Obra lleva ya
trabajando bastantes años -en España, concretamente, treinta y nueve, porque
aquí fue voluntad de Dios que nuestra Asociación naciera a la vida de la
Iglesia- es lógico que ese influjo ya tenga notable relevancia social, de forma
paralela al progresivo desarrollo de la labor.
¹De qué naturaleza es esa influencia? Es evidente que, siendo el Opus Dei una
Asociación de fines espirituales, apostólicos, la naturaleza de su influjo -en
España, como en las demás naciones de los cinco continentes donde trabajamos-
no puede ser sino de ese tipo: una influencia espiritual, apostólica. Lo mismo
que la totalidad de la Iglesia -alma del mundo-, el influjo del Opus Dei en la
sociedad civil no es de carácter temporal -social, político, económico,
etc.-, aunque sí repercuta en los aspectos éticos de todas las actividades
humanas, sino un influjo de orden diverso y superior, que se expresa con un
verbo preciso: santificar.
Y esto nos lleva al tema de las personas del Opus Dei que usted llama
influyentes. Para una Asociación cuyo fin sea hacer política, serán
influyentes aquellos de sus miembros que ocupen un lugar en el parlamento o en
el consejo de ministros. Si la Asociación es cultural, considerará influyentes
a aquellos de sus miembros que sean filósofos de clara fama, o premios
nacionales de literatura, etcétera. Si la Asociación, en cambio, lo que se
propone es -como en el caso del Opus Dei- santificar el trabajo ordinario de los
hombres, sea material o intelectual, es evidente que deberán considerarse
influyentes todos sus miembros: porque todos trabajan -el general deber humano
de trabajar tiene en la Obra especiales resonancias disciplinares y ascéticas-,
y porque todos procuran realizar esa labor suya -cualquiera que sea- santamente,
cristianamente, con deseo de perfección. Por eso, para mí, tan influyente -tan
importante, tan necesario- es el testimonio de un hijo mío minero entre sus
compañeros de trabajo como el de un rector de universidad entre los demás
profesores del claustro académico.
¹De dónde viene, pues, la influencia del Opus Dei? Lo indica la simple
consideración de esta realidad sociológica: a nuestra Asociación pertenecen
personas de todas las condiciones sociales, profesiones, edades y estados de
vida: mujeres y hombres, clérigos y laicos, viejos y jóvenes, célibes y
casados, universitarios, obreros, campesinos, empleados, personas que ejercen
profesiones liberales o que trabajan en instituciones oficiales, etcétera. ¹Ha
pensado en el poder de irradiación cristiana que representa una gama tan amplia
y tan variada de personas, sobre todo si se cuentan por decenas de millares y
están animadas de un mismo espíritu apostólico: santificar su profesión u
oficio -en cualquier ambiente social en el que se muevan-, santificarse en ese
trabajo y santificar con ese trabajo?
A esas labores apostólicas personales debe añadirse el crecimiento de nuestras
obras corporativas de apostolado: Residencias de estudiantes, Casas de retiro,
la Universidad de Navarra, Centros de formación para obreros y campesinos,
Institutos técnicos, Colegios, Escuelas de formación para la mujer, etcétera.
Estas obras han sido y son indudablemente focos de irradiación del espíritu
cristiano que, promovidos por laicos, dirigidos como un trabajo profesional por
ciudadanos laicos, iguales a sus compañeros que ejercitan la misma tarea u
oficio, y abiertos a personas de toda clase y condición, han sensibilizado
vastos estratos de la sociedad sobre la necesidad de dar una respuesta cristiana
a las cuestiones que les plantea el ejercicio de su profesión o empleo.
Todo esto es lo que da relieve y trascendencia social al Opus Dei. No el hecho
de que algunos de sus miembros ocupen cargos de influencia humana -cosa que no
nos interesa lo más mínimo, y se deja por eso a la libre decisión y
responsabilidad de cada uno-, sino el hecho de que todos, y la bondad de Dios
hace que sean muchos, realicen labores -desde los más humildes oficios-
divinamente influyentes.
Y esto es lógico: ¹quién puede pensar que la influencia de la Iglesia en los
Estados Unidos comenzó el día en que fue elegido presidente el católico John
Kennedy?
19
Alguna vez, al hablar de la realidad del Opus Dei, ha afirmado que es una
"desorganización organizada". ¹Podría explicar a nuestros lectores
el significado de esta expresión?.
Quiero decir que damos una importancia primaria y fundamental a la espontaneidad
apostólica de la persona, a su libre y responsable iniciativa, guiada por la
acción del Espíritu; y no a las estructuras organizativas, mandatos, tácticas
y planes impuestos desde el vértice, en sede de gobierno.
Un mínimo de organización existe, evidentemente, con un gobierno central, que
actúa siempre colegialmente y tiene su sede en Roma, y gobiernos regionales,
también colegiales, cada uno presidido por un Consiliario. Pero toda la
actividad de esos organismos se dirige fundamentalmente a una tarea:
proporcionar a los socios la asistencia espiritual necesaria para su vida de
piedad, y una adecuada formación espiritual, doctrinal-religiosa y humana.
Después, patos al agua! Es decir: cristianos a santificar todos los caminos de
los hombres, que todos tienen el aroma del paso de Dios.
Al llegar a ese límite, a ese momento, la Asociación como tal ha terminado su
tarea -aquélla, precisamente, para la que los miembros del Opus Dei se
asocian-, ya no tiene que hacer, ni puede ni debe hacer, ninguna indicación
más. Comienza entonces la libre y responsable acción personal de cada socio.
Cada uno, con espontaneidad apostólica, obra con completa libertad personal y
formándose autónomamente su propia conciencia de frente a las decisiones
concretas que haya de tomar, procura buscar la perfección cristiana y dar
testimonio cristiano en su propio ambiente, santificando su propio trabajo
profesional, intelectual o manual. Naturalmente, al tomar cada uno
autónomamente esas decisiones en su vida secular, en las realidades temporales
en las que se mueva, se dan con frecuencia opciones, criterios y actuaciones
diversas: se da, en una palabra, esa bendita desorganización, ese justo y
necesario pluralismo, que es una característica esencial del buen espíritu del
Opus Dei, y que a mí me ha parecido siempre la única manera recta y ordenada
de concebir el apostolado de los laicos.
Le diré más: esa desorganización organizada aparece incluso en las mismas
obras apostólicas corporativas que el Opus Dei realiza, con el deseo de
contribuir también, como tal Asociación, a resolver cristianamente problemas
que afectan a las comunidades humanas de los diversos países. Esas actividades
e iniciativas de la Asociación son siempre de carácter directamente
apostólico: es decir, obras educativas, asistenciales o de beneficencia. Pero,
como nuestro espíritu es precisamente estimular el que las iniciativas salgan
de la base, y como las circunstancias, necesidades y posibilidades de cada
nación o grupo social son peculiares y ordinariamente diversas entre sí, el
gobierno central de la Obra deja a los gobiernos regionales -que gozan de
autonomía prácticamente total- la responsabilidad de decidir, promover y
organizar aquellas actividades apostólicas concretas, que juzguen más
convenientes: desde un centro universitario o una residencia de estudiantes,
hasta un dispensario o una granja-escuela para campesinos. Como lógico
resultado, tenemos un mosaico multicolor y variado de actividades: un mosaico
organizadamente desorganizado.
20
Según esto, ¹de qué manera estima que la realidad eclesial del Opus Dei se
inserta en la acción pastoral de toda la Iglesia? ¹Y en el Ecumenismo?.
Una aclaración previa me parece conveniente: el Opus Dei no es ni puede
considerarse una realidad ligada al proceso evolutivo del estado de perfección
en la Iglesia, no es una forma moderna o aggiornata de ese estado. En efecto, ni
la concepción teológica del status perfectionis -que Santo Tomás, Suárez y
otros autores han plasmado decisivamente en la doctrina- ni las diversas
concreciones jurídicas que se han dado o pueden darse a ese concepto
teológico, tienen nada que ver con la espiritualidad y el fin apostólico que
Dios a querido para nuestra Asociación. Baste considerar -porque una completa
exposición doctrinal sería larga- que al Opus Dei no le interesan ni votos, ni
promesas, ni forma alguna de consagración para sus socios, diversa de la
consagración que ya todos recibieron con el Bautismo. Nuestra Asociación no
pretende de ninguna manera que sus socios cambien de estado, que dejen de ser
simples fieles iguales a los otros, para adquirir el peculiar status
perfectionis. Al contrario, lo que desea y procura es que cada uno haga
apostolado y se santifique dentro de su propio estado, en el mismo lugar y
condición que tiene en la Iglesia y en la sociedad civil. No sacamos a nadie de
su sitio, ni alejamos a nadie de su trabajo o de sus empeños y nobles
compromisos de orden temporal.
La realidad social, la espiritualidad y la acción del Opus Dei se insertan,
pues, en un venero muy distinto de la vida de la Iglesia: concretamente, en el
proceso teológico y vital que está llevando el laicado a la plena asunción de
sus responsabilidades eclesiales, a su modo propio de participar en la misión
de Cristo y de su Iglesia. Esta ha sido y es, en los casi cuarenta años de
existencia de la Obra, la inquietud constante -serena, pero fuerte- con la que
Dios ha querido encauzar, en mi alma y en las de mis hijos, el deseo de
servirle.
21
¹Cuáles son las aportaciones del Opus Dei a ese proceso?
No es quizá éste el momento histórico más adecuado para hacer una
valoración global de este tipo. A pesar de que se trata de problemas sobre los
que se ha ocupado mucho -con cuánto gozo de mi alma!- el Concilio Vaticano II,
y a pesar de que no pocos conceptos y situaciones referentes a la vida y misión
del laicado han recibido ya del Magisterio suficiente confirmación y luz, hay
todavía sin embargo un núcleo considerable de cuestiones que constituyen aún,
para la generalidad de la doctrina, verdaderos problemas límite de la
teología. A nosotros, dentro del espíritu que Dios ha dado al Opus Dei y que
procuramos vivir con fidelidad -a pesar de nuestras imperfecciones personales-,
nos parecen ya divinamente resueltos la mayor parte de esos problemas
discutidos, pero no pretendemos presentar esas soluciones como las únicas
posibles.
Hay a la vez otros aspectos del mismo proceso de desarrollo eclesiológico, que
representan estupendas adquisiciones doctrinales -a las que indudablemente Dios
ha querido que contribuyese, en parte quizá no pequeña, el testimonio del
espíritu y la vida del Opus Dei, junto con otras valiosas aportaciones de
iniciativas y asociaciones apostólicas no menos beneméritas-, pero son
adquisiciones doctrinales que quizá pasará todavía bastante tiempo antes de
que lleguen a encarnarse realmente en la vida total del Pueblo de Dios. Usted
mismo ha recordado en sus anteriores preguntas algunos de esos aspectos: el
desarrollo de una auténtica espiritualidad laical; la comprensión de la
peculiar tarea eclesial -no eclesiástica u oficial- propia del laico; la
distinción de los derechos y deberes que el laico tiene en cuanto laico; las
relaciones Jerarquía-laicado; la igualdad de dignidad y la complementariedad de
tareas del hombre y de la mujer en la Iglesia; la necesidad de lograr una
ordenada opinión pública en el Pueblo de Dios; etc.
Todo esto constituye evidentemente una realidad muy fluida, y a veces no exenta
de paradojas. Una misma cosa, que dicha hace cuarenta años escandalizaba a casi
todos o a todos, hoy no extraña a casi nadie, pero en cambio son aún muy pocos
los que la comprenden a fondo y la viven ordenadamente.
Me explicaré mejor con un ejemplo. En 1932, comentando a mis hijos del Opus Dei
algunos de los aspectos y consecuencias de la peculiar dignidad y
responsabilidad que el Bautismo confiere a las personas, les escribí en un
documento: "Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no
pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados
eclesiásticos. El apostolado de los seglares no tiene por qué ser siempre una
simple participación en el apostolado jerárquico: a ellos les compete el deber
de hacer apostolado. Y esto no porque reciban una misión canónica, sino porque
son parte de la Iglesia; esa misión... la realizan a través de su profesión,
de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos".
Hoy, después de las solemnes enseñanzas del Vaticano II, nadie en la Iglesia
pondrá quizá en tela de juicio la ortodoxia de esta doctrina. Pero ¹cuántos
han abandonado realmente su concepción única del apostolado de los laicos como
una labor pastoral organizada de arriba abajo? ¹Cuántos, superando la anterior
concepción monolítica del apostolado laical, comprenden que pueda y que
incluso deba también haberlo sin necesidad de rígidas estructuras
centralizadas, misiones canónicas y mandatos jerárquicos? ¹Cuántos que
califican al laicado de longa manus Ecclesiae, no están confundiendo al mismo
tiempo en su cabeza el concepto de Iglesia-Pueblo de Dios con el concepto más
limitado de Jerarquía? O bien ¹cuántos laicos entienden debidamente que, si
no es en delicada comunión con la Jerarquía, no tienen derecho a reivindicar
su legítimo ámbito de autonomía apostólica?
Consideraciones semejantes se podrían formular en relación a otros problemas,
porque es realmente mucho, muchísimo, lo que queda todavía por lograr, tanto
en la necesaria exposición doctrinal, como en la educación de las conciencias
y en la misma reforma de la legislación eclesiástica. Yo pido mucho al Señor
-la oración ha sido siempre mi gran arma- que el Espíritu Santo asista a su
Pueblo, y especialmente a la Jerarquía, en la realización de estas tareas. Y
le ruego también que se siga sirviendo del Opus Dei, para que podamos
contribuir y ayudar, en todo lo que esté de nuestra parte, a este difícil pero
estupendo proceso de desarrollo y crecimiento de la Iglesia.
22
¹Cómo se inserta el Opus Dei en el Ecumenismo?, me pregunta usted también. Ya
le conté el año pasado a un periodista francés -y sé que la anécdota ha
encontrado eco, incluso en publicaciones de hermanos nuestros separados- lo que
una vez comenté al Santo Padre Juan XXIII, movido por el encanto afable y
paterno de su trato: "Padre Santo, en nuestra Obra siempre han encontrado
todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el
ecumenismo de Vuestra Santidad". El se rió emocionado, porque sabía que,
ya desde 1950, la Santa Sede había autorizado al Opus Dei a recibir como
asociados Cooperadores a los no católicos y aun a los no cristianos.
Son muchos, efectivamente -y no faltan entre ellos pastores y aun obispos de sus
respectivas confesiones-, los hermanos separados que se sienten atraídos por el
espíritu del Opus Dei y colaboran en nuestros apostolados. Y son cada vez más
frecuentes -a medida que los contactos se intensifican- las manifestaciones de
simpatía y de cordial entendimiento a que da lugar el hecho de que los socios
del Opus Dei centren su espiritualidad en el sencillo propósito de vivir
responsablemente los compromisos y exigencias bautismales del cristiano. El
deseo de buscar la perfección cristiana y de hacer apostolado, procurando la
santificación del propio trabajo profesional; el vivir inmersos en las
realidades seculares, respetando su propia autonomía, pero tratándolas con
espíritu y amor de almas contemplativas; la primacía que en la organización
de nuestras labores concedemos a la persona, a la acción del Espíritu en las
almas, al respeto de la dignidad y de la libertad que provienen de la filiación
divina del cristiano; el defender, contra la concepción monolítica e
institucionalista del apostolado de los laicos, la legítima capacidad de
iniciativa dentro del necesario respeto al bien común: esos y otros aspectos
más de nuestro modo de ser y trabajar son puntos de fácil encuentro, donde los
hermanos separados descubren -hecha vida, probada por los años- una buena parte
de los presupuestos doctrinales en los que ellos y nosotros, los católicos,
hemos puesto tantas fundadas esperanzas ecuménicas.
23
Cambiando de tema, nos interesaría saber su opinión respecto del actual
momento de la Iglesia. Concretamente, ¹cómo lo calificaría usted? ¹Qué
papel cree que pueden tener en esta hora las tendencias que de modo general han
sido llamadas "progresista" e "integrista"?.
A mi modo de ver, el actual momento doctrinal de la Iglesia podría calificarse
de positivo y, a la vez, delicado, como toda crisis de crecimiento. Positivo,
sin duda, porque las riquezas doctrinales del Concilio Vaticano II han puesto la
Iglesia toda -el entero Pueblo sacerdotal de Dios- de frente a una nueva etapa,
sumamente esperanzadora, de renovada fidelidad al propósito divino de
salvación que se le ha confiado. Momento delicado también, porque las
conclusiones teológicas a las que se ha llegado no son de carácter -valga la
expresión- abstracto o teórico, sino que se trata de una teología sumamente
viva, es decir, con inmediatas y directas aplicaciones de orden pastoral,
ascético y disciplinar, que tocan muy en lo íntimo la vida interna y externa
de la comunidad cristiana -liturgia, estructuras organizativas de la Jerarquía,
formas apostólicas, Magisterio, diálogo con el mundo, ecumenismo, etc.- y, por
tanto, también la vida cristiana y la conciencia misma de los fieles.
Una y otra realidad llaman respectivamente a nuestra alma: el optimismo
cristiano -la gozosa certeza de que el Espíritu Santo hará fructificar
cumplidamente la doctrina con la que ha enriquecido a la Esposa de Cristo- y, a
la vez, la prudencia por parte de quienes investigan o gobiernan, porque
especialmente ahora podría hacer un daño inmenso la falta de serenidad y
ponderación en el estudio de los problemas.
En cuanto a las tendencias que usted llama integristas y progresistas, me
resulta difícil opinar sobre el papel que pueden desempeñar en este momento,
porque desde siempre he rechazado la conveniencia e incluso la posibilidad de
que puedan hacerse catalogaciones o simplificaciones de este tipo. Esa división
-que a veces se lleva hasta extremos de verdadero paroxismo, o se intenta
perpetuar como si los teólogos y los fieles en general estuvieran destinados a
una continua orientación bipolar- me parece que obedece en el fondo al
convencimiento de que el progreso doctrinal y vital del Pueblo de Dios sea
resultado de una perpetua tensión dialéctica. Yo, en cambio, prefiero creer
-con toda mi alma- en la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, y
a quien quiere.
24
CAPITULO
2
¹POR QUE NACIO EL OPUS DEI?
Entrevista realizada por Peter Forbath, corresponsal de Time (New York), el
15-IV-1967.
¹Querría usted explicar la misión central y los objetivos del Opus Dei? ¹En
qué precedentes basó usted sus ideas sobre la Asociación? ¹O es el Opus Dei
algo único, totalmente nuevo dentro de la Iglesia y de la Cristiandad? ¹Se le
puede comparar con las órdenes religiosas y con los institutos seculares o con
asociaciones católicas del tipo, por ejemplo, de la Holy Name Society, los
Caballeros de Colón, el Christopher Movement, etcétera?.
El Opus Dei se propone promover entre personas de todas las clases de la
sociedad el deseo de la perfección cristiana en medio del mundo. Es decir, el
Opus Dei pretende ayudar a las personas que viven en el mundo -al hombre
corriente, al hombre de la calle-, a llevar una vida plenamente cristiana, sin
modificar su modo normal de vida, ni su trabajo ordinario, ni sus ilusiones y
afanes.
Por eso, en frase que escribí hace ya muchos años, se puede decir que el Opus
Dei es viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo. Es recordar a los
cristianos las palabras maravillosas que se leen en el Génesis: que Dios creó
al hombre para que trabajara. Nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que se
pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una
aldea. El trabajo no es sólo uno de los más altos de los valores humanos y
medio con el que los hombres deben contribuir al progreso de la sociedad: es
también camino de santificación.
¹A qué otras organizaciones podríamos compararlo? No es fácil encontrar una
respuesta, pues al intentar comparar entre sí a organizaciones con fines
espirituales se corre el riesgo de quedarse en rasgos externos o en
denominaciones jurídicas, olvidando lo que es más importante: el espíritu que
da vida y razón de ser a toda la labor.
Me limitaré a decirle que, con respecto a las que ha mencionado, está muy
lejano de las órdenes religiosas y de los institutos seculares y más cercano
de instituciones como la Holy Name Society.
El Opus Dei es una organización internacional de laicos, a la que pertenecen
también sacerdotes seculares (una exigua minoría en comparación con el total
de socios). Sus miembros son personas que viven en el mundo, en el que ejercen
su profesión u oficio. Al acudir al Opus Dei no lo hacen para abandonar ese
trabajo, sino al contrario buscando una ayuda espiritual con el fin de
santificar su trabajo ordinario, convirtiéndolo también en medio para
santificarse o para ayudar a los demás a santificarse. No cambian de estado
-siguen siendo solteros, casados, viudos o sacerdotes-, sino que procuran servir
a Dios y a los demás hombres dentro de su propio estado. Al Opus Dei no le
interesan ni votos ni promesas, lo que pide de sus socios es que, en medio de
las deficiencias y errores propios de toda vida humana, se esfuercen por
practicar las virtudes humanas y cristianas, sabiéndose hijos de Dios.
Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el
Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo
su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban
llamados por el hecho, sencillo y sublime del Bautismo. No se distinguían
exteriormente de los demás ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas
comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que
son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias
de su fe.
25
Permítame que insista en la cuestión de los Institutos seculares. He leído un
estudio de un conocido canonista, el Dr. Julián Herranz, en que se afirma que
algunos de esos institutos son secretos y que muchos otros prácticamente se
identifican con las órdenes religiosas -utilizando hábitos, abandonando el
trabajo profesional para dedicarse a los mismos fines a los que se dedican los
religiosos, etc.-, hasta el punto de que sus miembros no tienen inconveniente en
considerarse ellos mismos religiosos. ¹Qué piensa usted de este tema?.
El trabajo sobre los Institutos seculares al que usted se refiere ha tenido
efectivamente una amplia difusión entre los especialistas. El Dr. Herranz
expresa, bajo su personal responsabilidad, una tesis bien documentada; sobre las
conclusiones de ese trabajo, prefiero no hablar.
Sólo he de decirle que todo ese modo de proceder nada tiene que ver con el Opus
Dei, que ni es secreto ni es en modo alguno comparable, ni por su labor ni por
la vida de sus socios, con los religiosos, porque sus miembros -los del Opus Dei-
son, como le acabo de decir, ciudadanos corrientes iguales a los otros
ciudadanos, que ejercen libremente todas las profesiones y todas las tareas
humanas honestas.
26
¹Querría describir cómo se ha desarrollado y evolucionado el Opus Dei, tanto
en su carácter como en sus objetivos, desde su fundación, en un período que
ha sido testigo de un enorme cambio dentro de la misma Iglesia?.
Desde el primer momento el objetivo único del Opus Dei ha sido el que le acabo
de describir: contribuir a que haya en medio del mundo hombres y mujeres de
todas las razas y condiciones sociales que procuren amar y servir a Dios y a los
demás hombres en y a través de su trabajo ordinario. Con el comienzo de la
Obra en 1928, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para
privilegiados, sino que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos
los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas. Las implicaciones
de ese mensaje son muchas y la experiencia de la vida de la Obra me ha ayudado a
conocerlas cada vez con más hondura y riqueza de matices. La Obra nació
pequeña, y ha ido normalmente creciendo luego de manera gradual y progresiva,
como crece un organismo vivo, como todo lo que se desarrolla en la historia.
Pero su objetivo y razón de ser no ha cambiado ni cambiará por mucho que pueda
mudar la sociedad, porque el mensaje del Opus Dei es que se puede santificar
cualquier trabajo honesto, sean cuales fueran las circunstancias en que se
desarrolla.
Hoy forman parte de la Obra personas de todas las profesiones: no sólo
médicos, abogados, ingenieros y artistas, sino también albañiles, mineros,
campesinos; cualquier profesión: desde directores de cine y pilotos de
reactores hasta peluqueras de alta moda. Para los socios del Opus Dei el estar
al día, el comprender el mundo moderno, es algo natural e instintivo, porque
son ellos -junto con los demás ciudadanos, iguales a ellos- los que hacen nacer
ese mundo y le dan su modernidad.
Siendo éste el espíritu de nuestra Obra, comprenderá que ha sido una gran
alegría para nosotros ver cómo el Concilio ha declarado solemnemente que la
Iglesia no rechaza el mundo en que vive, ni su progreso y desarrollo, sino que
lo comprende y ama. Por lo demás es una característica central de la
espiritualidad que se esfuerzan por vivir -desde hace casi cuarenta años- los
socios de la Obra, el saberse al mismo tiempo parte de la Iglesia y del Estado,
asumiendo cada uno plenamente, por lo tanto, con toda libertad su individual
responsabilidad de cristiano y de ciudadano.
27
¹Podría describir las diferencias que hay entre el modo en que el Opus Dei
como Asociación cumple su misión y la forma en que los miembros del Opus Dei
como individuos cumplen las suyas? Por ejemplo, ¹qué criterios hacen que se
considere mejor que un proyecto sea realizado por la Asociación -un colegio o
una casa de retiros-, o por personas individuales -una empresa editorial o
comercial?.
La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las
personas que lo deseen, los medios espirituales necesarios para vivir como
buenos cristianos en medio del mundo. Les hace conocer la doctrina de Cristo,
las enseñanzas de la Iglesia; les proporciona un espíritu que mueve a trabajar
bien por amor de Dios y en servicio de todos los hombres. Se trata, en una
palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con todos, respetando la
legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo.
Cada uno de los socios se gana la vida y sirve a la sociedad con la profesión
que tenía antes de venir al Opus Dei, y que ejercería si no perteneciese a la
Obra. Así, unos son mineros, otros enseñan en escuelas o Universidades, otros
son comerciantes, amas de casa, secretarias, campesinos. No hay ninguna
actividad humana noble que no pueda ejercer un socio del Opus Dei. El que, por
ejemplo, antes de pertenecer a nuestra Obra trabajaba en una actividad editorial
o comercial, sigue haciéndolo después. Y si, con ocasión de ese trabajo o de
cualquier otro, se busca un nuevo empleo, o decide, con sus compañeros de
profesión, fundar una empresa cualquiera, es cosa en la que le corresponde
decidir libremente, aceptando él personalmente los resultados de su trabajo y
respondiendo personalmente también.
Toda la actuación de los Directores del Opus Dei se basa en un exquisito
respeto de la libertad profesional de los socios: éste es un punto de
importancia capital, del cual depende la existencia misma de la Obra, y que por
tanto se vive con fidelidad absoluta. Cada socio puede trabajar profesionalmente
en los mismos campos que si no perteneciera al Opus Dei, de manera que ni el
Opus Dei en cuanto tal, ni ninguno de los demás miembros tienen nada que ver
con el trabajo profesional que ese socio concreto desarrolla. A lo que los
socios se comprometen al vincularse a la Obra es a esforzarse por buscar la
perfección cristiana con ocasión y por medio de su trabajo, y a tener una más
clara conciencia del carácter de servicio a la humanidad que debe tener toda
vida cristiana.
La misión principal de la Obra -ya lo he dicho antes- es pues la de formar
cristianamente a sus socios y a otras personas que deseen recibir esa
formación. El deseo de contribuir a la solución de los problemas que afectan a
la sociedad y a los cuales tanto puede aportar el ideal cristiano, lleva además
a que la Obra en cuanto tal, corporativamente, desarrolle algunas actividades e
iniciativas. El criterio en este campo es que el Opus Dei, que tiene fines
exclusivamente espirituales, sólo puede realizar corporativamente aquellas
actividades que constituyen de un modo claro e inmediato un servicio cristiano,
un apostolado. Sería absurdo pensar que el Opus Dei en cuanto tal se pueda
dedicar a extraer carbón de las minas o a promover cualquier género de
empresas de tipo económico. Sus obras corporativas son todas actividades
directamente apostólicas: una escuela para la formación de campesinos, un
dispensario médico en una zona o en un país subdesarrollado, un colegio para
la promoción social de la mujer, etc. Es decir, obras asistenciales, educativas
o de beneficencia, como las que suelen realizar en todo el mundo instituciones
de cualquier credo religioso.
Para llevar adelante estas labores se cuenta en primer lugar con el trabajo
personal de los socios, que en ocasiones se dedican plenamente a ellas. Y
también con la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no.
Algunos se sienten movidos a colaborar por razones espirituales; otros, aunque
no compartan los fines apostólicos, ven que se trata de iniciativas en
beneficio de la sociedad, abiertas a todos, sin discriminación alguna de raza,
religión o ideología.
28
Teniendo en cuenta que hay miembros del Opus Dei en los más diversos estratos
de la sociedad y que algunos de ellos trabajan o dirigen empresas o grupos de
cierta importancia, ¹puede pensarse que el Opus Dei intente coordinar esas
actividades de acuerdo con alguna línea política, económica, etc.?.
En modo alguno. El Opus Dei no interviene para nada en política; es
absolutamente ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político,
económico, cultural o ideológico. Sus fines -repito- son exclusivamente
espirituales y apostólicos. De sus socios exige sólo que vivan en cristiano,
que se esfuercen por ajustar sus vidas al ideal del Evangelio. No se inmiscuye,
pues, de ningún modo en las cuestiones temporales.
Si alguno no entiende esto se deberá quizá a que no entiende la libertad
personal o a que no acierta a distinguir entre los fines exclusivamente
espirituales para los que se asocian los miembros de la Obra y el amplísimo
campo de las actividades humanas -la economía, la política, la cultura, el
arte, la filosofía, etc.- en las que los socios del Opus Dei gozan de plena
libertad y trabajan bajo su propia responsabilidad.
Desde el mismo momento en que se acercan a la Obra, todos los socios conocen
bien la realidad de su libertad individual, de modo que si en algún caso alguno
de ellos intentara presionar a los otros imponiendo sus propias opiniones en
materia política o servirse de ellos para intereses humanos, los demás se
rebelarían y lo expulsarían inmediatamente.
El respeto de la libertad de sus socios es condición esencial de la vida misma
del Opus Dei. Sin él, no vendría nadie a la Obra. Es más. Si se diera alguna
vez -no ha sucedido, no sucede y, con la ayuda de Dios, no sucederá jamás- una
intromisión del Opus Dei en la política, o en algún otro campo de las
actividades humanas, el primer enemigo de la Obra sería yo.
29
La Asociación insiste en la libertad de los socios para expresar las
convicciones que honradamente mantienen. Pero, volviendo sobre el tema desde
otro punto de vista, ¹hasta qué punto piensa usted que el Opus Dei está
moralmente obligado como asociación a expresar opiniones sobre asuntos
cruciales, seculares o espirituales, pública o privadamente? ¹Hay situaciones
en que el Opus Dei pondrá su influencia y la de sus miembros en defensa de
principios que considera sagrados, como por ejemplo, recientemente en apoyo de
la legislación sobre libertad religiosa en España?.
En el Opus Dei, procuramos siempre y en todas las cosas sentir con la Iglesia de
Cristo: no tenemos otra doctrina que la que enseña la Iglesia para todos los
fieles. Lo único peculiar que tenemos es un espíritu propio, característico
del Opus Dei, es decir, un modo concreto de vivir el Evangelio, santificándonos
en el mundo y haciendo apostolado con la profesión.
De ahí se sigue inmediatamente que todos los miembros del Opus Dei tienen la
misma libertad que los demás católicos para formar libremente sus opiniones, y
para actuar en consecuencia. Por eso el Opus Dei como tal ni debe ni puede
expresar una opinión propia, ni la puede tener. Si se trata de una cuestión
sobre la que hay una doctrina definida por la Iglesia, la opinión de cada uno
de los socios de la Obra será esa. Si en cambio se trata de una cuestión sobre
la que el Magisterio -el Papa y los obispos- no se han pronunciado, cada uno de
los socios del Opus Dei tendrá y defenderá libremente la opinión que le
parezca mejor y actuará en consecuencia.
En otras palabras, el principio que regula la actitud de os directores del Opus
Dei en este campo es el de respeto a la libertad de opción en lo temporal. Que
es algo bien distinto del abstencionismo, pues se trata de colocar a cada socio
ante sus propias responsabilidades, invitándole a asumirlas según su
conciencia, obrando en libertad. Por eso es incongruente referirse al Opus Dei
cuando se está hablando de partidos, grupos o tendencias políticas o, en
general, de tareas y empresas humanas; más aún, es injusto y próximo a la
calumnia, pues puede inducir al error de deducir falsamente que los miembros de
la Obra tienen alguna ideología, mentalidad o interés temporal común.
Ciertamente los socios son católicos, y católicos que procuran ser
consecuentes con su fe. Se les puede calificar como tales, si se quiere. Pero
teniendo bien en cuenta que el hecho de ser católico no significa formar grupo,
ni siquiera en lo cultural e ideológico, y, con mayor razón, tampoco en lo
político. Desde el principio de la Obra, y no sólo desde el Concilio, se ha
procurado vivir un catolicismo abierto, que defiende la legítima libertad de
las conciencias, que lleva a tratar con caridad fraterna a todos los hombres,
sean o no católicos, y a colaborar con todos, participando de las diversas
ilusiones nobles que mueven a la humanidad.
Pongamos un ejemplo. Ante el problema racial en Estados Unidos, cada uno de los
socios de la Obra tendrá en cuanta las enseñanzas claras de la doctrina
cristiana sobre la igualdad de todos los hombres y sobre la injusticia de
cualquier discriminación. También conocerá y se sentirá urgido por las
indicaciones concretas de los obispos americanos sobre este problema. Defenderá
por tanto los legítimos derechos de todos los ciudadanos y se opondrá a
cualquier situación o proyecto discriminatorio. Tendrá en cuenta, además, que
para un cristiano no basta con respetar los derechos de los demás hombres, sino
que hay que ver, en todos, hermanos a los que debemos un amor sincero y un
servicio desinteresado.
En la formación que da el Opus Dei a sus socios, se insistirá más en esas
ideas en su país que en otros donde ese problema concreto no se presenta o se
presenta con menos urgencia. Lo que no hará nunca el Opus Dei es dictar, y ni
siquiera sugerir, una solución concreta para el problema. La decisión de
apoyar un proyecto de ley u otro, de apuntarse a una asociación o a otra -o de
no apuntarse a ninguna-, de participar o de no participar en una determinada
manifestación es algo que decidirá cada uno de los socios. Y, de hecho, se ve
en todas partes que los socios no actúan en bloque, sino con un lógico
pluralismo.
Estos mismos criterios explican el hecho de que tantos españoles miembros del
Opus Dei sean favorables al proyecto de ley sobre la libertad religiosa en su
país, tal como ha sido redactada recientemente. Se trata obviamente de una
opción personal, como también es personal la opinión de quienes critiquen ese
proyecto. Pero todos han aprendido del espíritu del Opus Dei a amar la libertad
y a comprender a los hombres de todas las creencias. El Opus Dei es la primera
asociación católica que, desde 1950, con autorización de la Santa Sede,
admite como cooperadores a los no católicos y a los no cristianos, sin
discriminación alguna, con amor para todos.
30
Desde luego, es sabido por usted que en algunos sectores de la opinión pública
el Opus Dei tiene fama de ser en cierto modo discutido. ¹Podría darme su
opinión de por qué esto es así, y especialmente de cómo se responde a la
acusación sobre "el secreto de conspiración" y "la secreta
conspiración" que a menudo se apunta contra el Opus Dei?.
Me molesta profundamente todo lo que pueda sonar a autoalabanza. Pero ya que
plantea usted este tema, no puedo por menos de decirle que me parece que el Opus
Dei es una de las organizaciones católicas que cuenta con más amigos en todo
el mundo. Millones de personas, también muchos no católicos y no cristianos,
la quieren y la ayudan.
Por otra parte, el Opus Dei es una organización espiritual y apostólica. Si se
olvida este hecho fundamental -o si uno se niega a creer en la buena fe de los
socios del Opus Dei que así lo afirman- resulta imposible entender lo que
hacen. Ante la imposibilidad de comprender, se inventan versiones complicadas y
secretos que no han existido jamás.
Habla usted de acusación de secreto. Eso es ya historia antigua. Podría
decirle, punto por punto, el origen histórico de esa acusación calumniosa.
Durante muchos años una poderosa organización, de la que prefiero no hablar
-la amamos y la hemos amado siempre-, se dedicó a falsear lo que no conocía.
Insistían en considerarnos como religiosos, y se preguntaban: ¹por qué no
piensan todos del mismo modo?, ¹por qué no llevan hábito o un distintivo? Y
sacaban ilógicamente como consecuencia que constituíamos una sociedad secreta.
Hoy eso ha pasado, y cualquier persona medianamente informada sabe que no hay
secreto alguno. Que no llevamos distintivo porque no somos religiosos, sino
cristianos corrientes. Que no pensamos de la misma manera, porque admitimos el
mayor pluralismo en todo lo temporal y en las cuestiones teológicas opinables.
Un mejor conocimiento de la realidad, y una superación de celotipias
infundadas, ha llevado a dar por cerrada esa triste y calumniosa situación.
No hay sin embargo que extrañarse de que de de vez en cuando alguien renueve
los viejos mitos: porque procuramos trabajar por Dios, defendiendo la libertad
personal de todos los hombres, siempre tendremos en contra a los sectarios
enemigos de esa libertad personal, sean del campo que sean, tanto más agresivos
si son personas que no pueden soportar ni la simple idea de religión, o peor si
se apoyan en un pensamiento religioso de tipo fanático.
No obstante, son mayoría -por fortuna- las publicaciones que no se contentan
con repetir cosas viejas, y falsas; que tienen clara conciencia de que ser
imparciales no es difundir algo a mitad de camino entre la realidad y la
calumnia, sin esforzarse por reflejar la verdad objetiva. Personalmente pienso
que también es noticia decir la verdad, especialmente cuando se trata de
informar de la actividad de tantas personas que, perteneciendo al Opus Dei o
colaborando con él, se esfuerzan, a pesar de los errores personales -yo los
tengo y no me extraño de que también los tengan los demás-, por realizar una
tarea de servicio a todos los hombres. Desmontar un falso mito es siempre
interesante. Considero que es un deber grave del periodista documentarse bien, y
tener su información al día aunque a veces eso suponga cambiar los juicios
hechos con anterioridad. ¹Es tan difícil admitir que algo sea limpio, noble y
bueno, sin mezclar absurdas, viejas y desacreditadas falsedades?
Informarse sobre el Opus Dei es bien sencillo. En todos los países trabaja a la
luz del día, con el reconocimiento jurídico de las autoridades civiles y
eclesiásticas. Son perfectamente conocidos los nombres de sus directores y de
sus obras apostólicas. Cualquiera que desee información sobre nuestra Obra,
puede obtenerla sin dificultad, poniéndose en contacto con sus directores o
acudiendo a alguna de nuestras obras corporativas. Usted mismo puede ser testigo
de que nunca ninguno de los dirigentes del Opus Dei, o los que atienden a los
periodistas, han dejado de facilitarles su tarea informativa, contestando a sus
preguntas o dando la documentación adecuada.
Ni yo, ni ninguno de los miembros del Opus Dei, pretendemos que todo el mundo
nos comprenda o que comparta nuestros ideales espirituales. Soy muy amigo de la
libertad y de que cada uno siga su camino. Pero es evidente que tenemos el
derecho elemental de ser respetados.
31
¹Cómo explica el enorme éxito del Opus Dei y por qué criterios mide usted
ese éxito?.
Cuando una empresa es sobrenatural, importan poco el éxito o el fracaso, tal
como suelen entenderse de ordinario. Ya decía San Pablo a los cristianos de
Corinto, que en la vida espiritual lo que interesa no es el juicio de los
demás, ni nuestro propio juicio, sino el de Dios.
Ciertamente la Obra está hoy universalmente extendida: pertenecen a ella
hombres y mujeres de cerca de setenta nacionalidades. Al pensar en ese hecho, yo
mismo me sorprendo. No le encuentro explicación humana alguna, sino la voluntad
de Dios, pues el Espíritu sopla donde quiere, y se sirve de quien quiere para
realizar la santificación de los hombres. Todo eso es para mí ocasión de
acción de gracias, de humildad, y de petición a Dios para saber siempre
servirle.
Me pregunta también cuál es el criterio con que mido y juzgo las cosas. La
respuesta es muy sencilla: santidad, frutos de santidad.
El apostolado más importante del Opus Dei, es el que cada socio realiza con el
testimonio de su vida y con su palabra, en el trato diario con sus amigos y
compañeros de profesión. ¹Quién puede medir la eficacia sobrenatural de este
apostolado callado y humilde? No se puede valorar la ayuda que supone el ejemplo
de un amigo leal y sincero, o la influencia de una buena madre en el seno de la
familia.
Quizá su pregunta se refiere a los apostolados corporativos que realiza el Opus
Dei, suponiendo que en este caso se pueden medir los resultados desde un punto
de vista humano, técnico: si una escuela de capacitación obrera consigue
promover socialmente a los hombres que la frecuentan; si una universidad da a
sus estudiantes una formación profesional y cultural adecuadas. Admitiendo que
su pregunta tiene ese sentido, le diré que el resultado se puede explicar en
parte porque se trata de labores realizadas por personas que ejercitan ese
trabajo como una específica tarea profesional, para la que se preparan como
todo el que desea hacer una labor seria. Esto quiere decir, entre otras cosas,
que esas obras no se plantean con esquemas preconcebidos, sino que se estudian
en cada caso las necesidades peculiares de la sociedad en la que se van a
realizar, para adaptarlas a las exigencias reales.
Pero le repito que al Opus Dei no le interesa primordialmente la eficacia
humana. El éxito o el fracaso real de esas labores depende de que, estando
humanamente bien hechas, sirvan o no para que tanto los que realizan esas
actividades como los que se benefician de ellas, amen a Dios, se sientan
hermanos de todos los demás hombres y manifiesten esos sentimientos en un
servicio desinteresado a la humanidad.
32
¹Querría describir cómo y por qué fundó el Opus Dei y los acontecimientos
que considera los hitos más importantes de su desarrollo?.
¹Por qué? Las obras que nacen de la voluntad de Dios no tienen otro porqué
que el deseo divino de utilizarlas como expresión de su voluntad salvífica
universal. Desde el primer momento la Obra era universal, católica. No nacía
para dar solución a los problemas concretos de la Europa de los años veinte,
sino para decir a hombres y mujeres de todos los países, de cualquier
condición, raza, lengua o ambiente -y de cualquier estado: solteros, casados,
viudos, sacerdotes-, que podían amar y servir a Dios, sin dejar de vivir en su
trabajo ordinario, con su familia, en sus variadas y normales relaciones
sociales.
¹Cómo se fundó? Sin ningún medio humano. Sólo tenía yo veintiséis años,
gracia de Dios y buen humor. La Obra nació pequeña: no era más que el afán
de un joven sacerdote, que se esforzaba en hacer lo que Dios le pedía.
Me pregunta usted por hitos. Para mí, es un hito fundamental en la Obra
cualquier momento, cualquier instante en el que, a través del Opus Dei, algún
alma se acerca a Dios, haciéndose así más hermano de sus hermanos los
hombres.
Quizá quería que le hablara de los puntos cruciales cronológicos. Aunque no
son los más importantes, le daré de memoria unas fechas, más o menos
aproximadas. Ya en los primeros meses de 1935 estaba todo preparado para
trabajar en Francia, concretamente en París. Pero vinieron primero la guerra
civil española y luego la segunda guerra mundial, y hubo que aplazar la
expansión de la Obra. Como ese desarrollo era necesario, el aplazamiento fue
mínimo. Ya en 1940 se inicia la labor en Portugal. Casi coincidiendo con el fin
de las hostilidades, aunque habiendo precedido algunos viajes en los años
anteriores, se comienza en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Estados Unidos,
en México. Después, la expansión tiene un ritmo progresivo. A partir de 1949
y 1950: en Alemania, Holanda, Suiza, Argentina, Canadá, Venezuela y los
restantes países europeos y americanos. Al mismo tiempo la labor se va
extendiendo a otros continentes: el norte de Africa, Japón, Kenya y otros
países de East Africa, Australia, Filipinas, Nigeria, etcétera.
También me gusta recordar, como fechas capitales, especialmente las continuas
ocasiones en las que se ha mostrado de modo palpable el cariño que los Sumos
Pontífices tienen por nuestra Obra. Resido establemente en Roma desde 1946, y
así he tenido ocasión de conocer y tratar a Pío XII, a Juan XXIII y a Paulo
VI. En todos he encontrado siempre el cariño de un padre.
33
¹Estaría de acuerdo con la afirmación que se ha hecho alguna vez de que el
ambiente peculiar de España durante los últimos treinta años ha facilitado el
crecimiento de la Obra en ese país?).
En pocos sitios hemos encontrado menos facilidades que en España. Es el país
-siento decirlo, porque amo profundamente a mi Patria- donde más trabajo y
sufrimiento ha costado hacer que arraigara la Obra. Cuando apenas había nacido,
encontró ya la oposición de los enemigos de la libertad individual y de
personas tan aferradas a las ideas tradicionales, que no podían entender la
vida de los socios del Opus Dei: ciudadanos corrientes, que se esfuerzan por
vivir plenamente su vocación cristiana sin dejar el mundo.
Tampoco las obras corporativas de apostolado han encontrado especiales
facilidades en España. Gobiernos de países donde la mayoría de los ciudadanos
no son católicos, han ayudado con mucha más generosidad que el Estado
español, a las actividades docentes y benéficas promovidas por miembros de la
Obra. La ayuda que esos gobiernos concedan o puedan conceder a las obras
corporativas del Opus Dei, como hace de modo habitual con otras obras
semejantes, no suponen un privilegio, sino sencillamente el reconocimiento de la
función social que realizan, ahorrando dinero al erario público.
En su expansión internacional, el espíritu del Opus Dei ha encontrado
inmediato eco y honda acogida en todos los países. Si ha tropezado con
dificultades ha sido por falsedades que venían precisamente de España e
inventadas por españoles, por algunos sectores muy concretos de la sociedad
española. En primer lugar la organización internacional de que le hablaba;
pero eso parece seguro que es cosa pasada, y yo no guardo rencor a nadie. Luego
están algunas personas que no entienden el pluralismo, que adoptan actitud de
grupo, cuando no caen en una mentalidad estrecha o totalitaria, y que se sirven
del nombre de católico para hacer política. Algunos de ellos, no me explico
por qué -quizá por falsas razones humanas-, parecen encontrar un gusto
especial en atacar al Opus Dei, y como cuentan con grandes medios económicos
-el dinero de los contribuyentes españoles- sus ataques pueden ser recogidos
por cierta prensa.
Me doy cuenta perfectamente de que usted está esperando nombres concretos de
personas e instituciones. No se los daré, y espero que comprenda la razón. Ni
mi misión ni la de la Obra son políticas: mi oficio es rezar. Y no quiero
decir nada que pueda siquiera interpretarse como una intervención en política.
Más aún, me duele mucho hablar de estas cosas. He callado durante casi
cuarenta años, y si ahora digo algo es porque tengo la obligación de denunciar
como absolutamente falsas las interpretaciones torcidas que algunos intentan dar
de una labor que es exclusivamente espiritual. Por eso, si bien hasta ahora he
callado, en lo sucesivo seguiré hablando, y, si fuera necesario, cada vez con
más claridad.
Pero volviendo al tema central de su pregunta, si muchas personas de todas las
clases sociales, también en España, han procurado seguir a Cristo con la ayuda
de la Obra y según su espíritu, la explicación no se puede buscar en el
ambiente o en otros motivos extrínsecos. Prueba de ello es que quienes afirman
lo contrario con tanta ligereza, ven disminuir sus propios grupos; y las causas
exteriores son las mismas para todos. Quizá sea también, humanamente hablando,
porque ellos hacen grupo, y nosotros no quitamos la libertad personal a nadie.
Si el Opus Dei está bien desarrollado en España -como también en algunas
otras naciones- puede ser una concausa el hecho de que nuestra labor espiritual
se inició allí hace cuarenta años, y -como le expliqué antes- la guerra
civil española y después la guerra mundial hicieron necesario aplazar el
comienzo en otros países. Quiero hacer constar sin embargo que, desde hace
años, los españoles son una minoría en la Obra.
No piense, repito, que no amo a mi país, o que no me alegra profundamente la
labor que la Obra allí realiza, pero es triste que haya quien propague
equívocos sobre el Opus Dei y España.
34
EL
APOSTOLADO DEL OPUS DEI EN LOS CINCO CONTINENTES
Entrevista realizada por Jacques Guilleme-Brulon. Publicada en Le Figaro
(París), el 16-V-1966.
Algunas
personas han afirmado en ocasiones que el Opus Dei estaba organizado
interiormente según las normas de las sociedades secretas. ¹Qué hay que
pensar de semejante afirmación? ¹Podría darnos, por otra parte, con este
motivo, una idea del mensaje que quería dirigir a los hombres de nuestro tiempo
al fundar la Obra en 1928?.
Desde 1928 mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para
privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el
quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del
trabajo ordinario. Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no
pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados
eclesiásticos. Y advertir que, para lograr este fin sobrenatural, los hombres
necesitan ser y sentirse personalmente libres, con la libertad que Jesucristo
nos ganó. Para predicar y enseñar a practicar esta doctrina, no he necesitado
nunca de ningún secreto. Los socios de la Obra abominan del secreto, porque son
fieles corrientes, iguales a los demás: al adscribirse al Opus Dei no cambian
de estado. Les repugnaría llevar un cartel en la espalda que diga: "que
conste que estoy dedicado al servicio de Dios". Esto no sería laical, ni
secular. Pero quienes tratan y conocen a los miembros del Opus Dei saben que
forman parte de la Obra, aunque no lo pregonen, porque tampoco lo ocultan.
35
¹Podría esbozar un cuadro breve de las estructuras del Opus Dei al nivel
mundial y su articulación con el Consejo General que usted preside en Roma?.
En Roma tiene su domicilio el Consejo General, independiente para cada Sección,
de hombres o de mujeres; y en cada país hay un organismo análogo, presidido
por el Consiliario del Opus Dei en esa nación. No piense en una organización
potente, capilarmente extendida hasta el último rincón. Figúrese más bien
una organización desorganizada, porque la labor de los directores del Opus Dei
se encamina principalmente a hacer que a todos los socios llegue el espíritu
genuino del Evangelio -espíritu de caridad, de convivencia, de comprensión,
absolutamente ajeno al fanatismo-, a través de una sólida y oportuna
formación teológica y apostólica. Después, cada uno obra con completa
libertad personal y, formando autónomamente su propia conciencia, procura
buscar la perfección cristiana y cristianizar su ambiente, santificando su
propio trabajo, intelectual o manual, en cualquier circunstancia de su vida y en
su propio hogar.
Por otra parte, la dirección de la Obra es siempre colegial. Detestamos la
tiranía, especialmente en este gobierno exclusivamente espiritual del Opus Dei.
Amamos la pluralidad: lo contrario no podría conducir más que a la ineficacia,
a no hacer ni dejar hacer, a no mejorar.
36
El punto 484 de su código espiritual, Camino, precisa: "Tu deber es ser
instrumento". ¹Qué sentido debe atribuirse a esta afirmación en el
contexto de las preguntas precedentes?.
¹Camino, un código? No. Escribí en 1934 una buena parte de ese libro,
resumiendo para todas las almas que trataba -del Opus Dei o no- mi experiencia
sacerdotal. No sospeché que treinta años después alcanzaría una difusión
tam amplia -millones de ejemplares- en tantos idiomas. No es un libro para los
socios del Opus Dei solamente; es para todos, aun para los no cristianos. Entre
las personas que por propia iniciativa lo han traducido, hay ortodoxos,
protestantes y no cristianos. Camino se debe leer con un mínimo de espíritu
sobrenatural, de vida interior y de afán apostólico. No es un código del
hombre de acción. Pretende ser un libro que lleva a tratar y a amar a Dios y a
servir a todos. A ser instrumento, ésa era su pregunta, como el Apóstol Pablo
quería serlo de Cristo. Instrumento libre y responsable: los que quieren ver en
sus páginas una finalidad temporal, se engañan. No olvide que es corriente, en
los autores espirituales de todos los tiempos, ver a las almas como instrumentos
en las manos de Dios.
37
¹Ocupa España un lugar de preferencia en la Obra? ¹Se puede considerar como
punto de partida para un programa más ambicioso o un simple sector de actividad
entre tantos?.
Entre los sesenta y cinco países, en los que hay personas del Opus Dei, España
es un país más, y los españoles somos una minoría. El Opus Dei nació
geográficamente en España; pero desde el principio, su fin era universal. Por
lo demás, yo tengo mi domicilio en Roma desde hace veinte años.
38
El hecho de que algunos miembros de la Obra estén presentes en la vida pública
del país, ¹no ha politizado, en algún modo, el Opus Dei en España? ¹No
comprometen así a la Obra y a la Iglesia misma?.
Ni en España ni en ningún otro sitio. Insisto en que cada uno de los socios
del Opus Dei trabaja con plena libertad y con responsabilidad personal, sin
comprometer ni a la Iglesia, ni a la Obra porque ni en la Iglesia ni en la Obra
se apoyan para realizar sus personales actividades. Gentes formadas en una
concepción militar del apostolado y de la vida espiritual, tenderán a ver el
trabajo libre y personal de los cristianos como una actuación colectiva. Pero
le digo, como no me he cansado de repetir desde 1928, que la diversidad de
opiniones y de actuaciones en lo temporal y en lo teológico opinable, no es
para la Obra ningún problema: la diversidad que existe y existirá siempre
entre los miembros del Opus Dei es, por el contrario, una manifestación de buen
espíritu, de vida limpia, de respeto a la opción legítima de cada uno.
39
¹No cree usted que en España, y en razón del particularismo inherente a la
raza ibérica, un cierto sector de la Obra podría sentirse tentado a utilizar
su fuerza para satisfacer intereses particulares?.
Formula usted una hipótesis que me atrevo a garantizar que no se dará nunca en
nuestra Obra; no sólo porque nos asociamos exclusivamente para fines
sobrenaturales, sino porque si alguna vez un miembro del Opus Dei intentara
imponer, directa o indirectamente, un criterio temporal a los demás socios, o
servirse de ellos para fines humanos, saldría expulsado sin miramientos, porque
los demás socios se rebelarían legítimamente, santamente.
40
En España el Opus Dei se precia de reunir gente de todas las clases sociales.
¹Es válida esta afirmación para el resto del mundo o bien hay que admitir que
en los restantes países los miembros del Opus Dei proceden más bien de
ambientes ilustrados, como serían los estados mayores de la Industria, de la
Administración, de la Política y de las Profesiones Liberales?.
Pertenecen de hecho al Opus Dei, en España y en todo el mundo, personas de
todas las condiciones sociales: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, obreros,
industriales, empleados, campesinos, personas que ejercen profesiones liberales,
etcétera. La vocación la da Dios, y para Dios no hay acepción de personas.
Pero el Opus Dei no se precia de ninguna cosa: las obras apostólicas no crecen
con las fuerzas humanas, sino al soplo del Espíritu Santo. En una asociación
que tenga una finalidad terrena, es lógico publicar estadísticas ostentosas
sobre el número, condición y cualidades de los socios, y así suelen hacerlo
de hecho las organizaciones que buscan un prestigio temporal, pero ese modo de
obrar, cuando se busca la santificación de las almas, favorece la soberbia
colectiva: y Cristo quiere la humildad de cada uno de los cristianos y de los
cristianos todos.
41
¹Cuál es la situación actual del desarrollo de la Obra en Francia?.
Como le decía, el gobierno de la Obra en cada país es autónomo. La mejor
información sobre la labor del Opus Dei en Francia la puede obtener preguntando
a los directores de la Obra en el país. Entre las labores que el Opus Dei
desarrolla corporativamente, y de las que por tanto responde como tal, hay
residencias para estudiantes -como la Résidence International de Rouvray, en
París; o la Résidence Universitaire de L"Ile Verte, en Grenoble-, centros
de reuniones y convivencias -como el Centre de Rencontre Couvrelles, en el
departamento de Aisne-, etcétera. Pero le recuerdo que las obras corporativas
son lo de menos: la labor principal del Opus Dei es el testimonio personal,
directo, que dan sus socios en medio del propio trabajo ordinario. Y, para esto,
la enumeración no sirve. No piense en el fantasma del secreto. No; no son un
secreto los pájaros que surcan el cielo, y a nadie se le ocurre contarlos.
42
¹Cuál es la situación actual de la Obra en el resto del mundo y especialmente
en el mundo anglosajón?.
El Opus Dei se encuentra tan a gusto en Inglaterra como en Kenya, en Nigeria
como en Japón; en los Estados Unidos como en Austria, en Irlanda como en
México o Argentina; en cada sitio es un fenómeno teológico y pastoral
enraizado en las almas del país. No está anclado en una cultura determinada,
ni en una concreta época de la historia. En el mundo anglosajón, el Opus Dei
tiene, gracias a la ayuda de Dios y a la cooperación de muchas personas, obras
apostólicas de diversos tipos: Netherhall House, en Londres, que presta
especial atención a universitarios afroasiáticos; Hudson Center, en Montreal,
para la formación humana e intelectual de chicas jóvenes; Nairana Cultural
Center, que se dirige a los estudiantes de Sydney... En Estados Unidos, donde el
Opus Dei comenzó a trabajar en 1949, se pueden mencionar: Midtown, para obreros
en un barrio del corazón de Chicago; Stonecrest Community Center, en
Washington, destinado a la educación de mujeres que carecen de capacitación
profesional; Trimont House, residencia universitaria en Boston, etcétera. Una
última advertencia: la influencia de la Obra, en la medida en que la haya en
cada caso, será siempre espiritual, de orden religioso, nunca temporal.
43
Fuentes diversas pretenden que una sólida enemistad enfrentaría a la mayor
parte de las órdenes religiosas y singularmente a la Compañía de Jesús con
el Opus Dei. ¹Tienen el menor fundamento estos rumores o forman parte de estos
mitos que la gente alimenta cuando no conoce bien algún problema?
Aunque ni somos religiosos, ni nos parecemos a los religiosos, ni hay autoridad
en el mundo que pueda obligarnos a serlo, en el Opus Dei veneramos y amamos al
estado religioso. Rezo cada día para que todos los venerables religiosos
continúen ofreciendo a la Iglesia frutos de virtudes, de obras apostólicas y
de santidad. Los rumores de que se ha hablado son... rumores. El Opus Dei ha
contado siempre con la admiración y la simpatía de los religiosos de tantas
órdenes y congregaciones, de modo particular de los religiosos y de las
religiosas de clausura, que rezan por nosotros, nos escriben con frecuencia y
dan a conocer nuestra Obra de mil modos, porque se dan cuenta de nuestra vida de
contemplativos en medio de los afanes de la calle. El Secretario General del
Opus Dei, don Alvaro del Portillo, trataba y estimaba al anterior General de la
Compañía de Jesús. Al actual, al P. Arrupe, lo trato y lo estimo, como él a
mí. Las incomprensiones, si se dieran, demostrarían poco espíritu cristiano,
porque nuestra fe es de unidad, no de celos ni de divisiones.
44
¹Cuál es la posición de la Obra sobre la declaración conciliar a favor de la
libertad religiosa, y en especial sobre su aplicación a España, donde el
"proyecto Castiella" está todavía en suspenso? ¹Y qué decir de ese
pretendido "integrismo" que en ocasiones se ha reprochado al Opus Dei?.
¹Integrismo? El Opus Dei no está ni a la derecha ni a la izquierda, ni al
centro. Yo, como sacerdote, procuro estar con Cristo, que sobre la Cruz abrió
los dos brazos y no sólo uno de ellos: tomo con libertad, de cada grupo,
aquello que me convence, y que me hace tener el corazón y los brazos
acogedores, para toda la humanidad; y cada uno de los socios es libérrimo para
escoger la opción que quiera, dentro de los términos de la fe cristiana.
En cuanto a la libertad religiosa, el Opus Dei, desde que se fundó, no ha hecho
nunca discriminaciones: trabaja y convive con todos, porque ve en cada persona
un alma a la que hay que respetar y amar. No son sólo palabras; nuestra Obra es
la primera organización católica que, con la autorización de la Santa Sede,
admite como Cooperadores a los no católicos, cristianos o no. He defendido
siempre la libertad de las conciencias. No comprendo la violencia: no me parece
apta ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la oración, con
la gracia de Dios, con el estudio; nunca con la fuerza, siempre con la caridad.
Comprenderá que siendo ése el espíritu que desde el primer momento hemos
vivido, sólo alegría pueden producirme las enseñanzas que sobre este tema ha
promulgado el Concilio. Acerca del proyecto concreto a que se refiere, no es
cuestión mía resolverlo, sino de la Jerarquía de la Iglesia en España y de
los católicos de ese país: a ellos corresponde aplicar, al caso concreto, el
espíritu del Concilio.
45
Algunos lectores de Camino se extrañan de la afirmación contenida en el punto
28 de ese libro: "El matrimonio es para la clase de tropa y no para el
Estado Mayor de Cristo". ¹Puede verse ahí una apreciación peyorativa del
matrimonio, que iría contra el deseo de la Obra de inscribirse en las
realidades vivas del mundo moderno?.
Le aconsejo leer el número anterior de Camino, donde se dice que el matrimonio
es una vocación divina. No era nada frecuente oír afirmaciones como ésa en
los alrededores de 1935. Sacar las consecuencias de las que usted habla, es no
entender mis palabras. Con esa metáfora quería recoger lo que ha enseñado
siempre la Iglesia sobre la excelencia y el valor sobrenatural del celibato
apostólico. Y recordar al mismo tiempo a todos los cristianos que, en palabras
de San Pablo, deben sentirse milites Christi, soldados de Cristo, miembros de
ese Pueblo de Dios que realiza en la tierra una lucha divina de comprensión, de
santidad y de paz. Hay en todo el mundo muchos miles de matrimonios que
pertenecen al Opus Dei, o que viven según su espíritu, sabiendo bien que un
soldado puede ser condecorado en la misma batalla en la que el general huyó
vergonzosamente.
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Desde 1946 fijó usted su residencia en Roma. ¹Qué rasgos de los Pontífices
que ha tratado destacan en su recuerdo?.
Para mí, después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la
Jerarquía del amor, viene el Papa. No puedo olvidar que fue S.S. Pío XII quien
aprobó el Opus Dei, cuando este camino de espiritualidad parecía a más de uno
una herejía; como tampoco se me olvida que las primeras palabras de cariño y
afecto que recibí en Roma, en 1946, me las dijo el entonces Mons. Montini.
Tengo también muy grabado el encanto afable y paterno de Juan XXIII, todas las
veces que tuve ocasión de visitarle. Una vez le dije: "en nuestra Obra
siempre han encontrado todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no
he aprendido el ecumenismo de Su Santidad..." Y el Santo Padre Juan se
reía, emocionado. ¹Qué quiere que le diga? Siempre los Romanos Pontífices,
todos, han tenido con el Opus Dei comprensión y cariño.
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Tuve ocasión, Monseñor, de escuchar sus respuestas a las preguntas que le
hacía un público de más de 2.000 personas, reunidas hace año y medio en
Pamplona. Insistía usted entonces en la necesidad de que los católicos se
comporten como ciudadanos responsables y libres, y que "no vivan de ser
católicos". ¹Qué importancia y qué proyección le da usted a esa idea?.
Nunca ha dejado de molestarme la actitud del que hace de llamarse católico una
profesión, como la de quienes quieren negar el principio de la responsabilidad
personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de la Obra
y el de sus socios es servir a la Iglesia, y a todas las criaturas, sin servirse
de la Iglesia. Me gusta que el católico lleve a Cristo no en el nombre, sino en
la conducta, dando testimonio real de vida cristiana. Me repugna el clericalismo
y comprendo que -junto a un anticlericalismo malo- hay también un
anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que
el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para fines terrenos.
Pero no piense que con esto me declaro contra nadie. No existe en nuestra Obra
ningún afán exclusivista, sino el deseo de colaborar con todos los que
trabajan por Cristo y con todos los que, cristianos o no, hacen de su vida una
espléndida realidad de servicio.
Por lo demás, lo importante no es sólo la proyección que he dado a estas
ideas, especialmente desde 1928, sino la que le da el Magisterio de la Iglesia.
Y no hace mucho -con una emoción, para este pobre sacerdote, que es difícil de
explicar- el Concilio ha recordado a todos los cristianos, en la Constitución
Dogmática De Ecclesia, que deben sentirse plenamente ciudadanos de la ciudad
terrena, trabajando en todas las actividades humanas con competencia profesional
y con amor a todos los hombres, buscando la perfección cristiana, a la que son
llamados por el sencillo hecho de haber recibido el Bautismo.