Los testigos: Jesús y la Iglesia

 

Juan Antonio Martínez Camino
Jesús de Nazaret. La verdad de su historia
Edicel Centro Bíblico Católico
Madrid 2006, pp. 13-25.

 

1. ¿"Yo creo en Jesús, pero no en la Iglesia"?

Está bastante extendida la idea de que quien quiera conocer a Jesús de Nazaret tendrá que olvidarse de lo que la Iglesia ha venido diciendo de él desde hace siglos. Se desconfía de la visión que la Iglesia da de Jesús. Se piensa que no corresponde a la verdad de lo que Jesús fue en realidad. Se sospecha o se afirma que las enseñanzas eclesiásticas sobre él son invenciones más o menos brillantes, pero, en todo caso, falsas, que nos impiden acercarnos a la verdadera figura de Jesús.

En cambio, se supone que Jesús fue un personaje grande y fascinante. Se supone que él fue y quiso otra cosa muy distinta de lo que la Iglesia hizo después de su figura. Ya sería hora de encontrar de nuevo al verdadero Jesús: al Jesús de carne y hueso; al Jesús de corazón grande; al Jesús que ha descubierto a los hombres horizontes de humanidad y de solidaridad insospechados. Son muchos los libros sobre Jesús que prometen dar a sus lectores lo que la Iglesia les oculta sobre él. Hay un deseo de conocer su verdadero secreto. Y hay también quienes saben aprovecharse de este noble deseo.

Pues bien, separar a Jesús de su Iglesia es un fenómeno nuevo que tiene sus razones de ser históricas, pero que impide el acceso a la verdad de la historia de Jesús. Es un punto de partida bastante extendido hoy. Sin embargo, no es difícil caer en la cuenta de que no da lo que promete.

2. ¿Libres ya de la tutela y de la guía de la Iglesia para conocer a Jesús?

Se piensa que los adelantos de las ciencias históricas, de la arqueología, de la historia de las religiones, etc., nos permiten ya conocer al verdadero Jesús sin necesidad de depender para ello de la Iglesia. En este campo, como otros muchos, podemos y tenemos que ser modernos. Lo moderno es ser libres para usar la propia razón. La libertad ha permitido el desarrollo de las ciencias. Ellas nos han traído el progreso en todos los ámbitos de la vida. Las ciencias naturales, producto de la libre investigación del mundo, nos posibilitan, por ejemplo, predecir el tiempo, alargar la vida, comunicamos sin restricciones y ser, por tanto, más dueños de nuestra propia existencia.

Lo mismo habría pasado con las ciencias del espíritu. Antes dependíamos de ciertas autoridades para conocer nuestra historia o para pensar y proyectar nuestro futuro. Nos lo daban hecho. No teníamos acceso a las fuentes del conocimiento y de la reflexión. Algunos poderosos, entre ellos los eclesiásticos, se habían convertido en los administradores, interesados, de la historia, de la filosofía y de la teología. Hoy, en cambio, disfrutamos de libertad de investigación también en este campo. Podríamos, por tanto, conocer a Jesús de Nazaret prescindiendo de los intermediarios eclesiásticos, que habrían diseñado un Jesús a la medida de sus intereses o, en el mejor de los casos, de sus falsos sueños.

3. ¿Cuándo se empezó a pensar en un Jesús sin Iglesia?

Poner en contraposición a Jesús con su Iglesia es algo relativamente reciente. Siempre ha habido modos diversos de entender la fascinante figura de Jesús de Nazaret. Esto no es nada nuevo. Las herejías, por ejemplo, eran modos parciales o fragmentarios de entenderle, que recortaban algún aspecto de su persona. Pero ni siquiera ellas se consideraban como un modo de prescindir por completo de la Iglesia para entender a Jesús. También las diversas escuelas ortodoxas de interpretación de su figura eran y son visiones diferentes entre ellas, pero siempre coherentes con la vida y enseñanza de la Iglesia.

Ha sido a partir del siglo XVIII cuando se ha comenzado a sospechar sistemáticamente de la Iglesia como medio adecuado para conocer a Jesús. Es la época llamada de la Ilustración o "de las luces". Por entonces empezó a difundirse entre la gente la idea de que la razón es la única luz capaz de iluminar el camino del hombre en el mundo. La razón, entendida, por desgracia, sólo como el ejercicio independiente de las propias facultades del hombre, al que se comprende como individuo pensante, capaz de orientarse por su propio entendimiento, sin dependencia alguna de nada ni de nadie.

4. ¿Eran ateos los que pensaban así?

No. Los ilustrados eran más bien teístas. Es decir, eran gentes que no podían imaginarse el mundo sin una referencia a "lo divino". Pero eso divino, según pensaban ellos, no podía ser en modo alguno semejante a lo humano. Dios, para ser Dios, de acuerdo con el teísmo, no puede estar sometido de ninguna manera a lo histórico, no puede cambiar, ni sufrir, ni querer. El Dios del teísmo está por encima de todo eso, que sería indigno de la razón. Ésta, cuando piensa a Dios, le piensa sólo ?según los ilustrados? como impasible y supratemporal; como un ser por encima del mundo que ni interviene para nada en él, ni, menos aún, podría o tendría que hacerse él mismo parte del mundo para nada. Le ha dado el ser y luego le deja simplemente estar y evolucionar por él mismo. Es un buen relojero que no necesita darle cuerda continuamente al mecanismo que ha construido. El Gran Relojero, el Gran Arquitecto, no tiene que mancharse las manos con su máquina. Para eso la ha creado perfecta, sin defecto alguno.

5. ¿Eran cristianos quienes comenzaron a separar a Jesús de la Iglesia?

Sí. Eran cristianos de un modo peculiar; la mayoría de ellos, protestantes. Un tipo de protestantes llamados liberales, precisamente porque empezaron a tomarse la libertad de cuestionar el Credo de la Iglesia, también y precisamente en lo referente a Jesucristo. El protestantismo había surgido, en el siglo XVI, como un movimiento de reforma de la Iglesia que pretendía liberarla de los defectos que entonces tenía, para devolverla a una vida acorde con el Evangelio. Las cosas se complicaron y lo que había comenzado como reforma acabó, bien pronto, en escisión y, por tanto, en oposición a lo que la Iglesia es y debe ser. Al principio no se tocó la figura de Jesucristo, unánimemente reconocido como el Hijo único de Dios, encarnado para la salvación de los hombres. Lo que estaba en cuestión era sólo la comprensión y la organización de la Iglesia. Pero la historia ha mostrado que ciertos principios protestantes iban a conducir también a cuestionar la visión eclesial de Jesucristo, como sucedió desde el siglo XVIII.

6. ¿Qué principios protestantes están en la base de la confrontación moderna entre Jesús y la Iglesia?

Ante todo, el llamado principio de "la sola Escritura". El protestantismo clásico insiste en que sólo Cristo es el Señor; sólo él es el Salvador. Toda otra autoridad debe estar sometida a él, también la autoridad de la Iglesia. Es un principio que subraya con acierto lo que constituye el corazón de la revelación cristiana. Pero de ahí no se sigue, como pretende la doctrina protestante, que la única autoridad que nos habla legítimamente de Cristo en la Iglesia sea la Sagrada Escritura, es decir, la Biblia y sólo ella. Curiosamente, por este camino no sólo se acabó poniendo en entredicho que Jesucristo sea el único Señor, sino también los títulos en virtud de los cuáles Jesús es confesado por la Iglesia, con toda razón, como tal.

7. Pero ¿no es verdad que la Biblia es la fuente principal del conocimiento de Jesucristo? ¿Cómo pudo, entonces, convertirse en un obstáculo para entender de verdad su historia?

El problema no ha sido la Biblia, sino el modo equivocado en el que ha sido empleada. La Biblia es el testimonio escrito más autorizado del acontecimiento de Jesucristo. Pero, como cualquier texto escrito, ella se presta a diversas interpretaciones. Quien quiera entenderla bien, tendrá que leerla en el espíritu y en el contexto en el que ha sido escrita. De lo contrario, se la podrá hacer decir cosas muy diversas e incluso contradictorias entre sí. Pues bien, la matriz espiritual de lo que la Biblia nos dice sobre Jesucristo hay que buscarla en la Iglesia. Fueron aquellos testigos autorizados y enviados por el mismo Jesús, y sus sucesores y discípulos, que constituyeron la Iglesia, los que escribieron, trasmitieron e interpreta ron lo acontecido con Jesús. Volveremos sobre ello.

Quienes propugnaron el principio de la "sola Escritura" se olvidaron de esto. Dejaron de lado el hecho de que la Escritura sólo habla correctamente de Jesucristo cuando va unida a la Tradición eclesial, es decir, al medio ambiente propio de su origen y de su sentido. Esta grave laguna del protestantismo llegó a convertirse en algo bastante trágico para la historia del cristianismo, pues constituyó uno de los puntos flacos mejor aprovechados por el ataque de los ilustrados y de sus epígonos a Jesucristo y a su Iglesia. Es decir que: el biblicismo protestante se convirtió en un inopinado aliado del positivismo materialista en el interior de la Iglesia.

8. ¿Cómo se aprovechó el positivismo moderno del biblicismo?

Los protestantes creyeron hallar en la Biblia un baluarte frente al abuso de la autoridad en la Iglesia. Es verdad que la Sagrada Escritura es para todos, incluidos los Pastores del Pueblo de Dios, criterio imprescindible al que deben someter sus juicios y sus conductas. Nada en la Iglesia puede estar legítimamente en contra de la Palabra de Dios escrita. Ahora bien, la Escritura no es una especie de "contrapoder", plantado en la Iglesia frente a los enviados por el Señor, es decir, frente a la autoridad apostólica.

El protestantismo, en cambio, quiso ver en la Biblia una letra siempre "clara" frente a las conductas con frecuencia oscuras de la Iglesia. Lutero hablaba de la "claridad de la Escritura", suponiendo que su interpretación quedaba siempre a salvo de toda disputa posible; ella es ?decía? "la intérprete de sí misma". Detrás de este modo de pensar estaba la idea de que Dios mismo sería el autor inmediato de cada una de las palabras de la Biblia, ya que él las habría inspirado una por una a sus autores humanos. Es la llamada teoría de la "inspiración verbal". También la compartían algunos católicos, pero éstos no la separaban de la idea de la Tradición.

Llegó un momento en que la teoría de la inspiración verbal entró en crisis. Fue precisamente en la época de la Ilustración, cuando se empezaron a estudiar con más detalle los textos bíblicos y se constataron divergencias que parecían hacer imposible la atribución de la autoría inmediata de todos esos textos a Dios mismo. ¿Dónde apoyarse entonces para seguir manteniendo que la Escritura es "clara" en el sentido aludido, es decir, fuente única en la Iglesia de conocimiento seguro sobre Jesucristo y sobre su salvación? Muchos protestantes no vieron alternativa a "la inspiración verbal" y mantuvieron esa teoría, derivando, con frecuencia, a formas de fundamentalismo biblicista. Pero muchos otros creyeron encontrar en los métodos de investigación histórica, que por entonces comenzaban a utilizarse con rigor, el instrumento providencial para comprender lo que la Biblia realmente quería decir con claridad, más allá de las aparentes o reales divergencias y de los diversos géneros literarios presentes en ella.

Ahora bien, los métodos históricos venían, por su parte, inspirados por el positivismo materialista. Habría sido necesario liberados de ese lastre para poder ser bien empleados en teología. Porque el positivismo excluye por principio todo aquello que no sea controlable por los métodos de las ciencias empíricas, es decir, todo aquello que no sea susceptible de medida y de cuantificación. ¿Cómo emplear, entonces, esos métodos para comprobar si Jesús es el Hijo de Dios, según la Tradición de la Iglesia? Muchos buscaron soluciones más o menos voluntaristas (o fideístas). Pero, para salvar la autonomía de la Biblia como instancia única de sentido en la Iglesia, no pocos protestantes parecieron estar dispuestos a prescindir de tal visión de Jesús como el Hijo de Dios. Es así como el biblicismo se convirtió en un aliado más o menos involuntario del positivismo materialista.

9. Pero el problema fundamental fue el materialismo moderno ¿verdad?

No cabe duda de que el problema básico para entender bien la historia de Jesús fue y es hoy para muchas personas el materialismo que impregna un poco por todos los lados nuestra cultura occidental. Quien afirma que sólo es real lo mensurable y lo regulado por las leyes de la naturaleza, convertidas en patrón absoluto de lo que puede ser y de lo que no puede ser, tendrá enormes dificultades para entender algo tan básico en la historia de Jesús como son sus milagros o su propia resurrección. Dirá que esas cosas no son históricas porque, simplemente, no pueden darse: ni entonces ni ahora; o mejor: no se dieron entonces, porque no pueden darse ahora. Se trataría de hechos declarados imposibles "científicamente". Desde esta perspectiva será imposible o muy difícil comprender la verdad de la historia de Jesús de Nazaret.

Con todo, si buscamos las razones que explican que esta mentalidad esté hoy tan difundida y de que resulte para muchos como una especie de muro infranqueable, a la hora de conocer a Jesús, hemos de remitirnos de nuevo a los motivos intraeclesiales profundos de la contraposición entre Jesús y la Iglesia. Esta contraposición surgida en el interior del cristianismo no sólo hizo posible la alianza mencionada entre biblicismo y materialismo, sino que actuó como caldo de cultivo de una mentalidad positivista a la que no le resulta nada fácil abrirse a la realidad en toda su riqueza.

10. De modo que ¿tan importante es no separar a Jesús de sus testigos?

No nos cabe duda: separar a Jesús de sus testigos significa acabar perdiendo al Jesús real y verdaderamente interesante para nosotros. La historia de muchos intentos de este tipo lo ha demostrado. La imagen de Jesús que se puede obtener del mero estudio y análisis de textos, aunque sean los textos sagrados de la Biblia, resulta más bien pobre; con frecuencia, un reflejo de las ideas y de los deseos del investigador, en lugar de un retrato fiel del original. Es un peligro que acecha a la investigación de cualquier personaje histórico. Pero en el caso de Jesús no será sólo un peligro, sino un hecho casi inevitable. Porque Jesús es un figura absolutamente singular. En su persona se cruzan los caminos del Cielo y de la tierra, de Dios y del hombre, de lo Infinito y de lo limitado, del Poder creador y de la debilidad del esclavo. ¿Qué método histórico o científico podrá servirnos para conocer lo que pasa realmente en una persona como ésta, si realmente es así? Ciertamente no podrá servir ningún método que no sea capaz de abrirnos el camino hacia todas esas realidades tan diversas. Los textos bíblicos reflejan, es cierto, toda esa riqueza y esa complejidad. Pero ni siquiera ellos son suficientes para expresada por sí solos en toda su profundidad. ¡Tan único es aquello que testimonian! Los textos han de ser sostenidos e iluminados por el acontecimiento mismo del que hablan. Si no, se quedarán cortos, como les sucede a los lectores del Evangelio bienintencionados, pero solitarios, que no los leen a la luz del hogar eclesial; o sufrirán el acoso de métodos que, en último término, no harán más que hacerles decir lo que en realidad los textos no quieren decir, como ha sucedido casi siempre que la crítica histórica moderna los ha separado del ambiente vital propio de ellos.

11. ¿Qué aporta el testimonio de la Iglesia para el conocimiento de Jesús?

El testimonio eclesial permite dar unidad a los elementos, tan diversos, que configuran la persona de Jesús. Es decir, permite captar la singularidad de su figura y evita que se la interprete parcialmente, de un modo reductivo. La singularidad de Jesús está en los textos, pero es necesario captarla. Se trata, en definitiva, de la unidad concreta conformada en Jesucristo por su historia humana y su trascendencia divina; una unidad que constituye su persona. Es la unidad que atestigua siempre la Tradición de la Iglesia.

La Iglesia existe en la historia como una comunidad de comunicación en varias direcciones. En ella se encuentran en diálogo los que convivieron con Jesús y fueron testigos de su resurrección con quienes hoy abrimos las páginas del Evangelio en un medio secular adverso a todo lenguaje sobre Dios. Pero en ella se encuentran también en comunicación los cristianos de una misma generación, entre ellos y con los hombres de su tiempo. En ella se encuentra, por fin, en comunicación con todas las generaciones el mismo Jesucristo por medio de su Espíritu. La Iglesia aporta, pues, para el conocimiento de Jesús, comunicaciones o testimonios vitales de orden histórico, antropológico y teológico. Todo ello está implicado en lo que se llama la Tradición eclesial.

12. ¿Qué se entiende por el testimonio histórico de la Iglesia en orden al conocimiento de Jesús?

La Iglesia es una comunidad que se extiende en el tiempo abrazando más de veinte siglos. Jesús de Nazaret sigue hoy vivo por medio de ella. Por eso, él no es simplemente una figura de la historia, como lo son, por ejemplo, Alejandro Magno o Napoleón. Éstos han dejado, ciertamente, la memoria de sus hechos. Pero han pasado a la historia. Ninguna comunidad humana de hoy se remite a ellos como a su razón de ser actual y futura. Ningún ser humano encuentra en ellos el sentido de su existencia. En cambio, la Iglesia proclama que la única razón de ser de su existencia es comunicar a Jesucristo a los hombres de cada generación, también a los de hoy. Los miembros de la Iglesia, por su parte, son precisamente quienes han sido alcanzados por él en lo más íntimo de sus vidas.

Nada extraño tiene, pues, que no sea posible conocer la peculiaridad de Jesús, sin conocer este fenómeno, también único en la historia, como Jesús mismo, que es su Iglesia. De hecho ¿cuál es la fuente principal del interés que hoy, como siempre, se manifiesta por Jesús? ¿Podemos imaginar lo que habría sido de la memoria de este judío crucificado en el siglo I, si la Iglesia no la hubiera perpetuado a lo largo del tiempo? ¿A quién, si no a ella debemos la presencia de Jesús en nuestra historia y en nuestra vida? Incluso quienes se adhieren más o menos al eslogan de "Jesús, sí; Iglesia, no" tendrán que reconocer que el interés vivo por Jesucristo en nuestros días no se debe tanto a las bibliotecas y a los historiadores que estudian al llamado "Jesús histórico", cuanto a las comunidades que celebran los sacramentos de Jesús y a quienes, en su seno, han hecho de sus vidas una prolongación íntima de la vida de Jesucristo.

Pues bien, en este hogar de la memoria viva de Jesús, que es su Iglesia, no sólo se mantiene vivo el interés por su figura, se conservan también numerosas claves de interpretación de su persona que no se hallan en ningún otro lugar. Pensamos tanto en detalles particulares de su perfil biográfico, como en la interpretación global de su figura. Por ejemplo, la pregunta por la familia de Jesús (cómo fue su Madre, quiénes sus "hermanos", etc.) o la cuestión del sentido de su muerte en la cruz (destino fatal o redención querida por Dios) no hallarán solución cierta más que a la luz de las noticias conservadas en la memoria viva de la comunidad eclesial.

La Iglesia, pues, despierta y mantiene el interés por la figura histórica de Jesús y, además, ofrece claves fundamentales para entenderla.

13. ¿Y qué entendemos por el testimonio antropológico eclesial en orden al conocimiento de la verdad de la historia de Jesús?

La Iglesia no sólo presenta a Jesús a las diversas generaciones como una figura histórica con presencia viva, sino que también, a la inversa, presenta, por así decir, a los hombres y mujeres de cada época al Jesucristo que vive en ella. Queremos decir con ello algo muy simple.

Si deseamos conocer a alguien hemos de presentamos, o nos han de presentar a él. Si nunca se nos ofrece esta oportunidad y nos mantenemos en la distancia, no podremos llegar a conocer a alguien desconocido. Para ello hemos de disponer las condiciones adecuadas de acercamiento.

No nos será posible conocer la verdad de Jesús si carecemos de las condiciones adecuadas para ello. Hemos de estar preparados para el encuentro con él. En concreto, si nos acercáramos a él con una mentalidad alérgica a lo religioso, saturados de materialismo o de puro escepticismo sobre la verdad del hombre, difícilmente podríamos hacemos una idea correcta de Jesús.

La Iglesia es una comunidad de comunicación en la que el ser humano se siente continuamente interpelado acerca de su verdadera condición humana, lo que es tanto como decir, acerca de la profundidad de su esperanza. Quien entra en el diálogo que se establece entre los miembros de la Iglesia, y entre ellos y quienes se ponen en contacto con ella, no podrá dar pacíficamente soluciones sólo intramundanas a sus aspiraciones y deseos. Porque en la Iglesia se habla de la dimensión eterna de la existencia humana, de la profunda orientación al Infinito, a Dios, de los deseos más arraigados en el corazón del hombre. En ella se desenmascara el engaño que supone la supuesta instalación perfecta en el bienestar material o la abdicación pretendidamente "moderada" de la pregunta por Dios.

De este modo, la Iglesia da testimonio del dinamismo más profundo del ser humano, de su inderogable sed religiosa, y así hace posible la comprensión de Jesús en su realidad de máxima apertura del hombre al misterio insondable y atrayente de Dios y, a la vez, de punto de aquella máxima cercanía de Dios al ser humano desde el que éste es atraído hacia lo divino de un modo insuperablemente íntimo a su ser, al tiempo que externo a él.

He ahí el trabajo antropológico ?de disposición del ser del hombre en cuanto tal? que se realiza en la comunidad de fe cristiana para el conocimiento adecuado de Jesús. Es un trabajo que se puede realizar también en otros lugares. Pero la Iglesia de Jesús lo hace ya explícitamente ?aunque no siempre y en todo momento así? para facilitar el encuentro con él. Es su tarea propia, a la que la mueve el Espíritu de Jesús.

14. ¿Y el testimonio teológico?

"Nadie conoce al Hijo, sino el Padre. Y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quisiera revelar" (Mt 11,27). No es posible conocer a Jesús como Hijo de Dios, sin el testimonio de Dios mismo. A algunos esto les parece muy difícil de entender; piensan que se trata de un círculo vicioso, es decir, una especie de trampa lógica por la que se pretende dar ya por supuesto precisamente aquello a lo que la investigación debería llegar. Entre ellos están quienes suponen que el recurso a los textos y a los métodos históricos podría ofrecerles un conocimiento más apropiado de Jesús que el que tienen de él los creyentes que, en comunión con la Iglesia, reconocen en Jesús de Nazaret al Hijo de Dios. Tachan a éstos de precipitados y de sumisos, porque piensan que antes de haber recorrido por sí mismos, con paciencia y tesón, el camino del conocimiento histórico, ya habrían sometido su juicio al veredicto tutelar de la Iglesia.

Es comprensible esta postura en quienes no se hayan parado a considerar el significado del testimonio histórico y antropológico del que acabamos de hablar. En cambio, quienes hayan reflexionado con cierto detenimiento sobre las condiciones que el mismo conocimiento histórico de Jesús exige, no emitirán tan fácilmente el juicio de precipitación sobre quienes hayan hecho el recorrido histórico hacia Jesús, sí, pero sin ignorar el cualificado testimonio de la Iglesia sobre él. Y quienes hayan entrevisto la clave antropológica de apertura del espíritu humano a la divinidad, se mostrarán dispuestos a comprender que es Dios quien ha de darse a conocer al espíritu finito, si es que éste no quiere verse condenado a permanecer encerrado en sus propios límites. Historia y trascendencia van unidas y se condicionan mutuamente también en el modo de acceso a la persona de Jesús, en la que precisamente la unidad de ambas encuentra su realidad fontal y más singular.

La realidad de Dios no es accesible al ser humano más que por medio de Dios mismo: no hay conocimiento del Dios vivo sin que él se revele. Sucede ya, en su medida, con cualquier persona: ¿quién puede conocer bien a un ser humano sin contar de algún modo con él, sin que se manifieste a sí mismo de alguna manera? Con mucha más razón será necesario contar con Dios para conocerle, pues él, en cuanto verdaderamente Infinito personal, nunca puede ser considerado como un objeto a disposición de nuestras capacidades cognoscitivas. "Sólo Dios habla bien de Dios", escribía Pascal.

Pues bien, la Iglesia forma parte del lenguaje propio de Dios en el mundo. Ella es, ciertamente una comunidad humana de vida y comunicación. Pero antes que eso es un medio de comunicación de Dios con el hombre; el Espíritu de Dios la conduce y la ilumina: "Él os conducirá a la verdad completa". Ante todo, a la verdad completa de la historia de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. ¿Cómo se podría comprender esa verdad de otra manera, sin la revelación de Dios?

15. Y bien, ¿cuál es en concreto el testimonio de la Iglesia sobre Jesús de Nazaret?

Podríamos decir brevemente que se halla formulado en el Credo. Pero el testimonio de la Iglesia sobre Jesús no se reduce a ningún texto escrito. En realidad se identifica con toda la riqueza multiforme de su vida en su expresión litúrgica, profética y de caridad. ¿Dónde se puede conocer mejor a Jesús que en el culto que él mismo ofrece al Padre en la liturgia como actualización constante de la ofrenda única de su persona? ¿Dónde mejor que en el anuncio del Reino de Dios que la Iglesia realiza con su predicación y en su enseñanza? ¿Dónde, si no en la participación del amor de Jesús a los pecadores, es decir, a cada ser humano, débil y necesitado?

Con todo, es necesario preguntarse también por la verdad de la liturgia, del anuncio y de la caridad. Porque podría darse falsedad en todo ello. Nos situamos así ante la cuestión de la doctrina de la fe, es decir, ante la identificación precisa de lo que conocemos como objeto de la revelación que Dios hace de sí mismo en su Hijo, Jesucristo.

Entonces, sí, hemos de volvemos al Credo, a la formulación refleja y escrita de la conciencia que la Iglesia ha adquirido, bajo la acción del Espíritu Santo, del acontecimiento de Jesús de Nazaret en su integridad.

El Credo, por su parte, remite tanto a la historia dramática de aquel hombre, que "padeció bajo el poder de Poncio Pilato", como a la inserción de su acontecer biográfico en la gran obra que Dios realiza con el mundo: obra de creación, redención y consumación.

He ahí de nuevo la unidad entre historia y transcendencia, característica del testimonio de la Iglesia sobre Jesús. La misma unidad que encontramos en el Nuevo Testamento, ese conjunto de escritos en el que se decanta el primitivo testimonio eclesial autorizado sobre Jesucristo.