TABERNÁCULO

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - La palabra "tabernáculo" aparece a mediados del siglo XII para designar la cortina (tabernaculum) de tejido precioso que revestía los copones. El término es rico en citas bíblicas, evocando el "santuario" de Dios en el desierto (cfr Es 33, 7), el Verbo que “planta su tienda entre nosotros" (Jn 1, 14) y la "morada" de Dios con los hombres en la Jerusalén celeste (cfr Ap 21, 3).

La conservación de la eucaristía se ha practicado siempre en la Iglesia, para los enfermos y para el viático a los moribundo (Concilio de Nicea, 325). Las modalidades de tal "reserva" han sido variadas. Las tecas que contenían las sagradas especies, por ejemplo, eran depositadas en nichos encajados en el muro lateral del presbiterio o sacristía (armarium, sacrarium) posteriormente utilizados para la conservación de los oleos santos. La eucaristía también se podía conservar en el altar en copones en forma de copa (ciborium), de cofre o de paloma, colgados mediante unas cadenillas al dosel y cubiertos de un paño (tabernaculum). A estos se sumaron, en los siglos XV-XVII, las torres eucarísticas que, además de la custodia, permitían la visión continua de la píxide, testimoniando ya un culto eucarístico, que tuvo un impulso decisivo de la fiesta del Corpus Christi, (1264).

El culto de la Eucaristía en la Iglesia católica se acentuó providencialmente a causa de la negación de la transustanciación y la presencia real de los protestantes, con repercusiones también en el orden arquitectónico de las iglesias, por obra de obispos como M. Giberti en Verona y a C. Borromeo en Milán. De la época tridentina el tabernáculo adquirió la forma y la posición que mantuvo durante muchos siglos: un templete, sólido y fijo, en el centro del altar, cerrado por una robusta puerta. Habitualmente estaba revestido por dentro de tejidos preciosos y por fuera con un velo blanco o de los colores litúrgicos (conopeo). Estaba también dominado por una cruz, para significar la relación de la Santa Misa con el sacrificio de Cristo, subrayado también por la cercanía con la mesa del altar. En el cuadro de la piedad eucarística, el tabernáculo asumió también la función de soporte para el ostensorio durante la exposición eucarística.

También en las iglesias actuales es importante establecer arquitectónicamente entre el altar y el tabernáculo esa unión que existe entre la celebración y la adoración eucarística; sin embargo ya no es posible la colocación sobre la mesa, porque escondería las especies y los gestos del celebrante y además, la eucaristía estaría ya presente sobre el altar antes de la celebración.

Respecto a la colocación del tabernáculo, las normas sugieren o el mismo presbiterio o una "capilla adatada para la adoración y oración privada de los fieles, unida estructuralmente con la iglesia y bien visible a los fieles" (OGMR 315). Es evidente que en el primer caso se tienen en mente iglesias ya existentes, en las que no es oportuno desmantelar el antiguo altar mayor o iglesias de pequeñas dimensiones, mientras, en el segundo, se contempla el caso de nuevas iglesias o edificios antiguos, en caso de que sea posible una congrua adecuación.

Numerosos tabernáculos modernos presentan un soporte de columna, inspirado probablemente en las torres eucarísticas medievales. Esta forma podría sugerir el árbol de la vida, (cfr Gen 2, 9 y Ap 22, 2), la columna de fuego en el desierto (cfr Es 13, 21) o una de aquellas columnas que establece la Sabiduría como símbolo de solidez (cfr Pr 9, 1); la torre sugiere la unión entre el cielo y la tierra y la solidez del material la presencia del Señor estable y fiel (cfr Sal 61, 4). Se debe prestar atención a que el espacio sagrado y sus decoraciones no sólo sean funcionales, sino que expresen lo que significan.
A eso contribuyen ciertamente también las imágenes, sea en el entorno (vidrieras, muros) sea en la estructura. El Leccionario y el Misal ofrecen infinitas inspiraciones a los artistas: el conocimiento del misterio cristiano en sus fuentes (Sagrada Escritura, Liturgia, Catecismo) así como la tradición artística cristiana, a la que se añade la oración, según la gran tradición de los iconografos sagrados, unidos al talento, son los elementos fundamentales para que pueda florecer de nuevo un arte al servicio de la liturgia, que sepa hablar al hombre de hoy.

Mauro Piacenza
Presidente de la Pontificia Comisión
para los Bienes culturales de la Iglesia

(Agencia Fides 21/4/2006)