Oscar Tokumura Tokumura

 

El sentido épico de la existencia
en Antoine de Saint-Exupéry



1. INTRODUCCIÓN

Célebre por su pequeña gran obra "Le Petit Prince", Antoine de Saint-Exupéry, suele ser catalogado como autor infantil. Lo cierto es que basta adentrarse en los repliegues de su pensamiento y del resto de su obra literaria para comprender que es bastante más que una obra para niños. El Principito, no es sino un icono, una muestra emblemática de buena parte del pensamiento del autor. Un icono que debe ser descifrado e interpretado y que como una semilla, reclama ser cultivada y cuidada para dejar salir a la luz los retoños de un pensamiento que quizá tenga mucho que ofrecer al ser humano que peregrina en los albores de un nuevo milenio.

Los poemas épicos solían cantar los hechos heroicos, las grandes gestas que alimentaban la identidad y la vida íntima de un pueblo o una nación. No eran producto de un poeta solitario, sino el fruto de una tribu, un pueblo o una raza. A diferencia de las tragedias que expresaban la lucha de las pasiones en el corazón del hombre, la epopeya se remonta más allá del hombre real y se ocupa de las luchas de hombres excepcionales cuya acción decidía la suerte de los imperios.

Escritor y aviador, Saint-Exupéry integra, a lo largo de su existencia, el asombro ante la realidad y la acción que la transforma, la percepción fina de las cosas humanas y el arrebato heroico de las grandes gestas, la mirada traslúcida del niño y la experiencia dramática de quien ha sufrido su humanidad. El famoso crítico literario Charles Moeller dirá que: "Saint-Exupéry junta un humanismo de la acción heroica con la «debilidad» del niño que destruye los monstruos".

Son muchos los elementos que se dejan atisbar en el horizonte de la obra de Saint-Exupéry. Quizá un aspecto que impregna varios de estos elementos es el sentido épico de la existencia, ese sentido heroico de las grandes gestas que acompañó la vida del autor y que le permitió enfrentar la ruta borrascosa de su tiempo.

Para abordar este tema tomaremos algunas de las figuras que se hallan en la misma obra de nuestro autor y trataré de dejar que sean las palabras del autor las que hablen por sí solas.

2. EL AVIADOR

a) EN EL PRINCIPITO:

Por razones obvias la visión que Saint-Exupéry tiene del aviador brota de su experiencia personal como piloto, de línea primero y luego de guerra. Experiencia que no se circunscribe a la propia sino que se ve iluminada por la experiencia de los camaradas más cercanos.

En el relato de El Principito descubrimos al autor reflejado en dos personajes, los dos viajeros. El piloto accidentado en medio del desierto y el mismo Principito. Tienen en común la búsqueda de algo, el hechizo por las fuentes escondidas en medio del desierto, la capacidad de sacrificio por el otro, la búsqueda de alguien a quién entregar el don de sí, la valoración de la consigna, de una misión recibida. El aviador se ha convertido en un adulto más que ha olvidado que alguna vez fue como el niño que ahora lo interroga en medio del desierto, que le da órdenes ante las cuales sólo puede decir: "Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible desobedecer".

El aviador recibe del Principito la lección de la responsabilidad asumida. Ese pequeño niño es responsable de su mundo entero, simbolizado en la delicada rosa que espera en casa, de los volcanes que debe deshollinar a diario en su asteroide, de los brotes de baobab que debe desbrozar a diario, del zorro que acaba de domesticar, del cordero que acaba de obtener. Hay una lección profunda de responsabilidad por los compromisos asumidos. Es lo opuesto a la indiferencia o la desinvolucración. Con la gravedad de sus años, el Principito es un pequeño héroe que cumple silenciosamente una misión. Sirve en su tarea sin aspavientos, como a quien se le ha confiado una consigna que sólo él puede descifrar, que sólo él entiende.

En Vuelo Nocturno, el joven piloto al que le acaban de asignar una misión dirá "alcé el cuello de mi capa y caminé entre los transeúntes ajenos a mis preocupaciones paseando un joven fervor. Estaba orgulloso de codearme con esos desconocidos, con mi secreto en el corazón. (...)

Tampoco recibían los mensajes que yo recibía de la noche. (...) Me hallaba solo en la confidencia. Se me comunicaban las posiciones del enemigo antes de la batalla..."[1]

Y en otro lado se dirá: "Pesa sobre mi corazón el peso del mundo como si gravitara sobre mí."[2]

Pero todos estos valores no brotan de la creatividad improvisada de un mero espectador, como veremos, sino que responden a un intenso itinerario del cual El Principito no es sino la última escala. Escrito en 1943 durante su estancia en Nueva York, El Principito es el último libro editado en vida del autor y es un fruto maduro, como dije antes, casi emblemático de su pensamiento. Muchos de los pasajes de esta obra llena de candor se arraigan en la experiencia vital de Saint-Exupéry. En su estancia en medio del desierto Argelino el autor trató de domesticar un venado y, como no, un pequeño zorro del desierto llamado fenech, de orejas inmensas, casi cómicas por su tamaño. El desierto, el accidente, la búsqueda de un pozo en el desierto y el temor a morir de sed nos recuerdan los numerosos accidentes que tuvo en el Sahara. La relación con la rosa evocan la relación singular y excéntrica sostenida con su esposa, la salvadoreña Consuelo Suncín. La muerte del Principito evocará la muerte de su hermano menor fallecido delante de él a la edad de 15 años.

b) GUILLAUMET: TIERRA DE HOMBRES

Uno de los camaradas más significativos del autor será Guillaumet a él le dedicará las hermosas páginas de Tierra de hombres. Henri Guillaumet, aviador y camarada de la aeropostal, cruzó los Andes 393 veces. En una de tantas incursiones tuvo un grave accidente, que casi le costó la vida y se convirtió en hazaña. Fue entonces cuando dijo la tan repetida frase: «Lo que yo he hecho, te juro que no lo habría hecho ningún animal». De él decía Saint-Exupéry que «derramaba confianza como una lámpara luz». Guillaumet murió en 1940.

Y, comentando su accidente, añadía: «El valor de Guillaumet es ante todo efecto de su rectitud». Guillaumet murió en 1940. Saint-Exupéry se enteró de su muerte en el barco que lo llevaba a Nueva York, y entonces escribió, dolorido: «Ha muerto Guillaumet. Esta noche me parece que me he quedado sin amigos. No lo compadezco. Nunca pude compadecer a los muertos. Pero voy a necesitar tanto tiempo para darme cuenta de su desaparición y me siento ya tan pesado de este horrible trabajo... Esto va a durar meses y meses. Lo necesitaré tantas veces... Envejece uno tan de prisa Soy el único que queda del equipo Casablanca-Dakar... Todos los que han pasado por él han muerto y ya no tengo a nadie vivo con quien compartir recuerdos. Aquí estoy, viejo, desdentado y solo, rumiando todo esto para mí. Y de América del sur no queda ni uno, ni uno..., no me queda ni un solo compañero en el mundo a quien decir: ¿Te acuerdas? ».

Tiene una virtud difícil de definir que Saint-Exupéry llamará "gravedad", y que lo hace tomar en serio las cosas, incluso al adversario representado en una terrible tormenta. Su coraje no es ligereza ante la muerte. Es la seriedad del que le da su peso a cada cosa.

La grandeza de Guillaumet, dirá el autor, "es de sentirse responsable. Responsable de él, del correo y de los camaradas que lo esperan.

Forma parte de los amplios seres que aceptan cubrir amplios horizontes con sus follajes. Ser hombres es, precisamente, ser responsables. Es conocer la vergüenza frente a una miseria que no parece depender de uno. Es estar orgulloso de una victoria que los camaradas han obtenido. Es sentir, colocando uno su piedra, que se contribuye a construir el mundo."[3]

c) HOCHEDÉ

Hochedé es un suboficial del regimiento aéreo 2/33 al que Saint-Exupéry pertenecía. Se trata de un personaje heroico que ha hecho del cumplimiento del deber la sustancia que lo constituye. La identificación con la guerra y con su deber lo llevan a trascender lo inmediato y a ser capaz de cualquier sacrificio, aún el de la propia vida. Es un hombre "construido" dirá Saint Exupéry porque es como un árbol bien arraigado.

Sobre él, dejaré que sea el autor quien hable en su obra Piloto de guerra:

"Cuando pienso en el Grupo no puedo dejar de pensar en Hochedé. Podría contar su coraje en la guerra, pero me sentiría ridículo. No se trata de coraje. Hochedé ha hecho a la guerra un don total, probablemente mayor que el de todos nosotros. Hochedé está permanentemente en ese estado que tanto me cuesta conquistar. Yo echaba pestes mientras me vestía. Hochedé no echa pestes. Hochedé ya ha llegado a donde nosotros nos dirigimos. Donde yo quería llegar. Hochedé es un antiguo suboficial recientemente promovido a subteniente. Sin duda dispone de una cultura mediocre, no podría aclarar nada sobre sí mismo, pero está construido, está terminado. Cuando se trata de Hochedé la palabra deber pierde toda redundancia. Uno quisiera soportar el deber como Hochedé lo soporta. Frente a Hochedé, me reprocho todos los pequeños renunciamientos, las negligencias, las perezas, y, por sobre todo, si cabe, mis escepticismos. No es un signo de virtud, sino de celos bien entendidos. Quisiera existir tanto como existe Hochedé. Un árbol es bello cuando está firme sobre sus raíces. La permanencia de Hochedé es bella. Hochedé no podría decepcionar.

No contaré, pues, nada de las misiones de guerra de Hochedé. ¿Voluntario? Lo somos todos (...) Hochedé es naturalmente voluntario. Él «es» esta guerra. (...) Hochedé se sumerge en la guerra como un monje en su religión. (...). Hochedé se confunde con una cierta sustancia que hay que salvar y que es su propia significación. A este nivel, la vida y la muerte se confunden. (...) Permanecer, hacer que todo permanezca... para Hochedé, morir y vivir se concilian. (...)."[4]

Se trata de alguien que ha hecho de su vida un macizo indestructible que se realiza en la misión encomendada. Es todo lo responsable que puede ser.

"(...) El jefe es aquel que asume toda la responsabilidad. El que dice: Fui derrotado. Y no: Mis soldados han sido derrotados. De esa manera habla el hombre verdadero. Hochedé diría: Soy responsable.

Comprendo el sentido de la humildad. La humildad no consiste en denigrarse a sí mismo, sino que es el principio mismo de la acción."[5]

Este es otro rasgo importante. El héroe de Saint-Exupéry sabe muy bien quien es, es fiel a sí mismo. Como dirá de Guillaumet, el coraje viene de ser responsable de uno mismo, para empezar, luego del la misión, de los demás.

"Te deseo permanente y bien fundado. Te deseo fiel. Porque antes que nada, fiel es ser uno mismo."[6]

"De este modo, no escuches nunca a los que te quieren servir aconsejándote que renuncies a alguna de tus aspiraciones. Conoces lo que tu vocación pesa en ti. Y si la traicionas es a ti a quien desfiguras (...)"[7]

"Buscas un sentido a la vida, cuando ese sentido es, en primer lugar, llegar a ser en uno mismo, y no ganar esa paz miserable que tiende hacia el olvido de los litigios."[8]

3. EL CENTINELA

a) EL LLAMADO

Para Saint-Exupéry la conciencia de ser responsable brota de un llamado a ser de la vanguardia. No todos tienen que ser centinelas resguardando la misma muralla. No todo el mundo tiene el mismo peso de responsabilidad sobre sus hombros y eso es evidente. Un padre de familia no tiene la misma responsabilidad del niño de meses que duerme plácido en su cuna, un maestro no carga el mismo peso que el más pequeño de sus alumnos. Pero ciertamente podemos afirmar que cada uno, desde su propio puesto tiene la misión del centinela, de ser responsable de la ciudad encomendada.

"Había, pues, algunos semejantes a centinelas frente a la noche como frente al mar. «Helos ahí —me decía yo—, testigos de la vida ante el mar impenetrable. En vanguardia. Somos pocos los que velamos sobre los hombres, a quienes las estrellas deben su respuesta. Somos unos pocos de pie con nuestra opción de Dios. Soportando la carga de la ciudad, somos algunos entre los sedentarios a los que flagela duramente el viento helado que cae como un manto frío de las estrellas».

Capitanes, camaradas míos, he aquí que es dura la noche venidera. Porque los que duermen no saben que la vida es sólo cambios y crujidos interiores del cedro y muda dolorosa. Somos unos pocos que sostenemos por ellos ese fardo, somos unos pocos en las fronteras aquellos a quienes quema el mal y que reman lentamente hacia el día, que aguardan, como en el mástil del vigía, la respuesta a sus preguntas ...

Fue entonces cuando me pareció que una misma frontera separa la angustia del fervor. Porque angustia y fervor se tocan en lo mismo. Ambos son sentimientos del espacio y de la extensión.

«Velan conmigo —decía yo—, únicamente los angustiados y los fervorosos. Que reposen, pues, los otros. Los que han creado durante el día y que no tienen vocación para permanecer a la vanguardia...»."[9]

b) LA CONSIGNA

En el Principito encontramos un personaje interesante que es el farolero y que es el único del cual el Principito se siente inclinado a ser su amigo y dirá de él que es el único que no le parece ridículo pues ocupa su esfuerzo a algo ajeno a sí mismo. Es el único que sigue una consigna. El tema de la consigna es importante y está presente en más de un lugar en la obra de Saint-Exupéry. Se refiere al deber, al reglamento, dirá en Vuelo Nocturno, o serán los rituales descritos en Ciudadela. La consigna para el autor es una norma que puede parecer absurda pero en su misterio forja a los hombres. Al punto que Riviere, el jefe de la aeropostal, dirá "El reglamento –pensaba Riviere– es como los ritos de una religión, que parecen absurdos pero forman a los hombres (...) No creía esclavizarlos con aquella dureza, sino lanzarlos fuera de sí mismos"[10].

En el fondo se trata de una consigna, una misión y una disciplina personal auto asumida, una opción por la virtud, por el señorío de uno mismo que conduce a la auténtica libertad. Respecto al tema de la libertad, es importante considerar como trasfondo la polémica que el autor sostiene con los surrealistas de su tiempo. Específicamente, con André Breton, representante del Dadaísmo, primero y luego del surrealismo, con quien discutirá muchas veces. La propuesta del surrealismo de una libertad sin límites le parece a Saint-Exupéry absurda. En más de un pasaje dirá que algunos optan por la libertad que desliga de todo, que en el fondo podríamos llamar libertinaje, que es la "libertad de no ser". Dirá del absurdo de aquél que quiere jugar un juego sin sujetarse a las reglas. En ese instante desaparecerá el juego. O la ciudadela que derrumba sus murallas para liberarse, pero sólo se convierte en una ciudad despojada. Una "libertad" tal conduciría al absurdo de pretender realizar la propia humanidad prescindiendo o incluso atentando contra la propia naturaleza humana.

La consigna, los deberes, los rituales configuran al hombre, dirá Saint-Exupéry y por ello Riviere puede afirmar que "esos hombres son felices, porque aman lo que hacen, y lo aman porque soy duro (...). "Es preciso empujarlos –pensaba– hacia una vida fuerte, que entrañe dolores y alegrías, pero es la única que vale" "[11].

c) CUANDO EL CENTINELA DUERME

El peso de la responsabilidad que grava el corazón del centinela se refleja en todo su dramatismo en Ciudadela, en el relato del centinela dormido en medio de su guardia. Dirá Saint-Exupéry:

"Centinela dormido. Vanguardia de los enemigos. Conquistado por anticipado, pues tu dormir es un negarte a ser ligado permanentemente por la ciudad (...) Entonces se me apareció la imagen de la ciudad derrotada por tu simple sueño, pues todo se ata y se desata en ti."[12]

"He aquí que tú duermes. Centinela dormido. Centinela muerto. Y yo te miro con espanto pues en ti duerme y muere el imperio. Lo veo enfermo a través de ti porqué es un mal signo que me delega centinelas para dormir..."[13]

4. HEROICIDAD EN LA VIDA COTIDIANA

a) UN MUNDO SIN HÉROES

¿Por qué hablar del sentido heroico de la existencia? ¿Suena anticuado tal vez?. Y es que nos encontramos en un mundo en que los héroes son especie en extinción.

Sólo por tomar un ejemplo, el contrabando cinematográfico ha difundido masivamente una imagen distorsionada del héroe. Desde los antihéroes de fines de los 60, con Charles Bronson y Clint Eastwood, difundiendo por primera vez una imagen de antihéroes que rompían la ley, anti modelos elevados al podio de la admiración. Los mismos héroes infantiles de los comics son personajes que en el último han ido degenerando hasta llegar a un Batman con problemas siquiátricos y una vida atormentada.

Un fenómeno aparecido en la década de los 90 en que hemos visto desfilar a las estrellas del deporte como los nuevos ídolos. Para muchas jóvenes las Top Models o las actrices son los nuevos ídolos que aspiran alcanzar. El tema es bastante más complicado, pero me limito a señalar algunos hitos más importantes en su difusión masiva.

Prima la apariencia y el brillo de lo espectacular. Lo más grave quizá es que la frivolidad mundana recubre el mundo con una capa de banalidad que termina ocultando el valor auténtico de las cosas. Por ello el compromiso responsable se hace muy difícil. La ola de quejas por la suspensión de la temporada deportiva en Estados Unidos a raíz de los recientes ataques terroristas del 11 de setiembre nos deben llamar a la reflexión.

b) SER RESPONSABLE

Como vimos el común denominador en los personajes heroicos que brotan de la pluma de Saint-Exupéry es la responsabilidad. Responsable es aquél que debe "responder por", quien puede dar razón de algo, quien da cuenta de algo que le estaba encargado. Pero para ello ante todo debe ser capaz de sopesar el valor de algo. Para ser responsable es necesario poder calibrar la esencia de las cosas.

Quiero decir, cuando yo dirijo mi mirada sobre una persona y descubro lo que vale, en ese momento me comprometo. Mi vida no puede volver a ser la misma cuando entiendo lo que ello entraña. El conocimiento de algo no es aséptico. No me deja indiferente. Cuando una pareja de esposos se entera que ella está embarazada ¿cómo reacciona? O cuando nace. Un amigo mío se puso a llorar al nacer su hija... era un milagro. Pero cuando tú eres de los pocos que en verdad sabe lo que ocurre, entonces tú conviertes en un centinela privilegiado, el único sobre esa muralla. Eres la vanguardia y la última línea de defensa a la vez.

Mucho del tedio de nuestro mundo actual viene de la incapacidad para encontrar sentido a los actos más cotidianos de la existencia. Ciertamente la vida ordinaria arrebatada de significado es arrojada a la rutina más árida. Pero he ahí una clave importante. El ser humano puede vivir de manera heroica la existencia en la sencilla perseverancia de ir todos los días a trabajar o alimentar de madrugada a un hijo o mantener una vigilia interminable frente a un enfermo en sus peores momentos. La clave está en el mirar el sentido profundo de la realidad.

El más pequeño de los sacrificios puede ser un faro que ilumina la propia existencia derramando sus frutos para los demás.

Saint-Exupéry dirá que "ser hombres es, precisamente, ser responsables. Es conocer la vergüenza frente a una miseria que no parece depender de uno. Es estar orgulloso de una victoria que los camaradas han obtenido. Es sentir, posando uno su piedra, que se contribuye a construir el mundo."[14]

En este contexto no resulta extraño que hace poco más de un año, en el Jubileo de los jóvenes en Roma, el Papa Juan Pablo II haya dirigido un mensaje desafiante a los miles de jóvenes reunidos ahí, invitándolos a vivir un compromiso cristiano dispuesto al martirio de lo cotidiano, en medio de un mundo en que el seguir a Cristo es realmente difícil. Dirá Juan Pablo II:

En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna.

Queridos amigos, en vosotros veo a los "centinelas de la mañana" (cf. Is 21,11-12) en este amanecer del tercer milenio.

Notas

[1] Antoine de Saint-Exupéry, Tierra de hombres, Troquel, Buenos Aires 19643, p. 16.

[2] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, Alba, Barcelona 1997, p.132.

[3] Antoine de Saint-Exupéry, Tierra de hombres, ob. cit., p. 42.

[4] Antoine de Saint-Exupéry, Piloto de guerra, Rueda, Buenos Aires 1968, pp. 144-146.

[5] Antoine de Saint-Exupéry, Piloto de guerra, ob. cit., p. 165.

[6] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, Goncourt, Buenos Aires 1978, p.393

[7] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, ob. cit., p. 155.

[8] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, ob. cit., p. 145.

[9] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, ob. cit., pp.100-101.

[10] Antoine de Saint-Exupéry, Vuelo nocturno, Hyspamérica, Buenos Aires 1982, pp. 45-46.

[11] Antoine de Saint-Exupéry, Vuelo nocturno, ob. cit., pp. 45-46.

[12] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, Goncourt, Buenos Aires 1978, p. 255.

[13] Antoine de Saint-Exupéry, Ciudadela, ob. cit., p. 256.

[14] Antoine de Saint-Exupéry, Tierra de hombres, ob. cit., p. 42.

Tomado de http://www.parresia.org/literatura/lit_02.htm