La Necesidad del Silencio

(Anselm Grün, o.s.b)

 

En medio del bullicio de nuestro tiempo, son muchas las personas que sienten necesidad de liberarse de su ruidoso ajetreo y encontrar la tranquilidad.  Una riada de libros sobre el silencio pone de manifiesto el deseo de tranquilidad que experimentan esas personas.  El ruido amenaza su salud.  Y, al igual que el filósofo danés Sören Kierkegaard, han descubierto en el silencio un remedio para sus males interiores.  Ensalzan la benéfica acción del silencio y entonan himnos de alabanza en su honor.  Muchos han descubierto el efecto sanador del silencio en contacto con las técnicas de meditación orientales, y ahora ponen el silencio por encima de todas las demás formas de expresión religiosa, por encima incluso de la oración y del servicio divino.

A otros, en cambio, el silencio les resulta arduo y penoso.  Cuando se les dice que en unos ejercicios espirituales tienen que permanecer durante todo el día en actitud de recogimiento interior, lo perciben como una imposición basada exclusivamente en la reglamentación.  En mis cursillos sobre el silencio me encuentro constantemente con estas dos actitudes, que son otros tantos polos.  Unos están agradecidos por no tener que hablar durante varios días, por poder guardar silencio incluso durante las comidas.  Para otros, en cambio, eso constituye una carga.  Consideran que no es natural y, en consecuencia, rompen el silencio cuando están sentados a la mesa.  Como es lógico, aquellos a quienes les gusta permanecer en silencio se sienten molestos.

En cierta ocasión, al referirme al silencio durante un cursillo, algunos de los asistentes se quejaron de que faltaba tranquilidad.  Entonces les pedí a todos que respetaran el ámbito del silencio colectivo, pues el que rompe el silencio ejerce violencia, al arrebatar a los demás el espacio de su tranquilidad.  En sentido inverso, en los cursillos sobre el silencio hay algunos que son tan introvertidos y estrictos que su silencio resulta bastante sobrecogedor.  Consideran que deben mantener un silencio decididamente patético para mostrar a todos su elevada espiritualidad.  Sin embargo, cuando uno está interiormente tranquilo, puede atender amablemente a otra persona sin romper el silencio.  El silencio no es ausencia de relaciones, sino un tipo de relación.  El silencio amable genera una calma serena.

En el actual y casi unánime elogio del silencio falta un aspecto que es subrayado una y otra vez en la tradición conventual:  el silencio como tarea, como exigencia de trabajo interior, de cambio.  Por eso, en las páginas que siguen se darán a conocer las experiencias de los antiguos monjes (siglos  III-VI) con el silencio.  Esperamos que aporten claridad a la actual visión del silencio, una visión a menudo claramente indiferenciada y que responde más al deseo que a la vivencia.  Pero, por encima de todo, debemos poner de relieve que el silencio es una tarea espiritual que requiere la implicación de todo el ser humano.  Para los monjes, el silencio no es propiamente una técnica de distensión o de profundización, ni tampoco un método para desconectarse del entorno.  El silencio  busca más bien el ejercicio de actitudes esenciales y nos formula una exigencia moral:  eliminar nuestras actitudes viciadas, combatir nuestro egoísmo y abrirnos a Dios.

Los monjes no hablan apasionadamente del silencio.  El apasionarse es siempre un síntoma de que se han proyectado demasiados deseos inconscientes en un objeto.  En los escritos monásticos se habla con mucha sobriedad del silencio, que nunca es definido como el único medio del camino espiritual, sino que es contemplado siempre en relación con todos los demás medios con los que el monje ha de familiarizarse:  la oración, la meditación, la dirección espiritual, el trabajo, el ayuno, la limosna, el amor al hermano y la práctica de la hospitalidad.  El silencio como camino espiritual consta de tres fases:  el encuentro consigo mismo, el desprendimiento o liberación, y la unidad con Dios y con uno mismo.  De esas tres fases vamos a ocuparnos en las páginas que siguen.